SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.8 número1Política, ciência e ignorância: ecologia política do ciclo hidrossocial no Uruguai índice de autoresíndice de assuntospesquisa de artigos
Home Pagelista alfabética de periódicos  

Serviços Personalizados

Journal

Artigo

Links relacionados

Compartilhar


Revista Uruguaya de Antropología y Etnografía

versão impressa ISSN 2393-7068versão On-line ISSN 2393-6886

Rev. urug. Antropología y Etnografía vol.8 no.1 Montevideo  2023  Epub 01-Jun-2023

https://doi.org/10.29112/ruae.v8i1.1888 

Reseñas

Ganarás el pan con el sudor de tu frente… o el sushi con tu trabajo de mierda.

1 Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad de la República, Uruguay, rafael.katzenstein@gmail.com

. 2018. Trabajos de mierda. Una teoría. Barcelona: Ariel,


El antropólogo anarquista estadounidense David Graeber publicó en una revista de izquierda, en 2013, un artículo sobre lo que llamó los “trabajos de mierda”. La repercusión que tuvo esta publicación generó un diálogo con algunos lectores que se sintieron identificados en esa categoría, en una suerte de etnografía colaborativa en la que el tema central era la relación de las personas con su trabajo en cuanto a su utilidad o su sentido. La hipótesis original del artículo era que muchos empleos, bien pagados, no tienen ninguna utilidad social y que quienes los ocupan, lo saben y eso genera en ellos un sentimiento de desazón que daña su autoestima. A partir de estos testimonios, Graeber escribió un libro, publicado en 2018 llamado Trabajos de mierda: una teoría desarrollando el tema e intentando buscar una explicación a nuestra relación conflictiva con el mundo laboral.

Lamentablemente, Graeber falleció tempranamente en 2020, antes de cumplir 60 años, dejando el desafío a las ciencias sociales y a la sociedad en general de pensar el mundo del trabajo desde otra óptica. En 2021 se publicó en castellano su último libro El amanecer de todo en coautoría con el arqueólogo David Wengrow.

El título de este artículo podría ser una grosera síntesis de la tesis del libro.

Cuando alguien nos cuenta de su nuevo empleo, prestamos atención al salario, el horario, las condiciones de trabajo, la cercanía de su casa… Generalmente no ponemos el foco en la sustancia de esa función, en la finalidad y en el efecto positivo que tiene sobre la sociedad. Nadie discute la utilidad del trabajo de enfermeros, basureros, reparadores de bicicletas, panaderos, dentistas, arquitectos, albañiles, médicos; algunos bien remunerados, otros no tanto. Algunos de estos podrían ser considerados “trabajos basura”, no por su falta de utilidad, sino por las condiciones en las que se realizan y la mala retribución que los acompaña.

Hay muchas ocupaciones que podrían considerarse prescindibles desde el punto de vista de la supervivencia, pero que no carecen de sentido, en cuanto hacen que la vida de las personas sea más llevadera, más agradable, más rica. La categoría que da título al libro, en cambio, se refiere a empleos, generalmente bien remunerados, en el campo de las finanzas, empresas comerciales o publicitarias, informáticas e incluso, en la industria del espectáculo, cuya utilidad resulta nula o casi nula, hasta el punto de que las propias personas que los ejercen sienten los efectos de esa falta de sentido en su bienestar psicológico. El autor transcribe muchos testimonios obtenidos como respuesta a su artículo de 2013. Pienso en la abundancia de pequeñas inmobiliarias que intentan morder una comisión en negocios que se van a hacer de todos modos, con o sin su intervención; en los abogados que deben acompañar a clientes en una “negociación” indemnizatoria que ya está cerrada y que, por lo tanto, no exige ninguna pericia negociadora; en consultores y auditores varios e infinidad de casos más. Que no se entienda mal, Graeber no cuestiona el legítimo derecho de todo el mundo a ganarse su salario cómo y dónde pueda. En un mundo como el de hoy, hay que rascar donde haya. La tesis del libro apunta a que esta falta de sentido constituye también una forma de anular a las personas. En sus palabras:

La mayor parte del sentimiento de ser uno mismo, un ser diferenciado de su entorno, procede de la alegre comprensión de que podemos tener efectos predecibles sobre ese mismo entorno, tanto cuando somos niños pequeños como durante el resto de nuestras vidas, y eliminar totalmente esa alegría supone aplastar al ser humano como si fuese un bicho (Graeber, 2018, p. 142).

En el mundo no capitalista la actividad laboral estaba tradicionalmente ligada al grupo familiar o social. La mercantilización de la fuerza de trabajo propia de la economía capitalista distancia al trabajador del objeto de su trabajo y formaliza la relación laboral: horarios, precio, delimitación de tareas, descansos, licencias, etc. Esta formalización tiene un doble sentido: garantizar a quien “compra” la fuerza de trabajo el cumplimiento de las obligaciones por parte del trabajador y, por otro, proteger a éste en derechos conquistados y evitar los abusos del empleador. La diferencia se ve claramente si comparamos un trabajo formal con uno no remunerado, por ejemplo, las tareas domésticas o de cuidados; los oficios ejercidos en tiempo libre sin finalidad comercial por cualquier persona, particularmente los jubilados (jardinería, carpintería, expresiones artísticas, etc.).

La observación de Graeber sobre los que él llama “trabajos de mierda” provoca la pregunta inmediata ¿por qué alguien va a pagar por un trabajo innecesario? Quizás aquí sería preciso distinguir dos situaciones: una en que una empresa que sí produce bienes útiles, contrata personal que no hace nada interesante ni útil; y otra, en que la empresa de por sí ocupa un lugar totalmente superfluo en la economía. Un ejemplo de este último caso en nuestro país podría ser el de las empresas que emiten los tiques “alimentación” o “transporte”: una ley autoriza a los empleadores a no pagar aportes jubilatorios sobre cierto porcentaje del sueldo de sus funcionarios, pero ese pago no puede hacerse en dinero; aparecen entonces estas empresas, cuya única función es recibir dinero de otras y devolverlo (con una deducción) en forma de papelitos que serán entregados a sus empleados, en sustitución de parte de su sueldo.

Hurgando en los motivos, cito a Graeber:

...consideremos la siguiente cita de una entrevista realizada al entonces presidente de Estados Unidos Barack Obama sobre algunas de las razones por las que rechazó las preferencias del electorado e insistió en mantener un sistema sanitario privado y con ánimo de lucro:

«No pienso en términos ideológicos. Nunca lo he hecho (dijo Obama, siguiendo con el tema sanitario). Todos los que apoyan el sistema de pagador único dicen: «Miren todo el dinero que se podría ahorrar en seguros y papeleo». Esto representa de uno a tres millones de empleos (ocupados por) personas que trabajan en Blue Cross Blue Shield, Kaiser y otras empresas. ¿Qué haríamos con ellas? ¿Dónde las emplearíamos?» (David Sirota, «Mr. Obama Goes to Washington», Nation, 26 de junio de 2006.) Animo al lector -continúa diciendo Graeber- a que reflexione sobre esta cita porque se podría considerar algo así como una pistola humeante tras un asesinato. ¿Qué estaba diciendo el presidente? Estaba reconociendo que millones de empleos en empresas sanitarias privadas como Kaiser o Blue Cross son innecesarios, e incluso que un sistema sanitario socializado sería más eficiente que el actual ya que reduciría el papeleo innecesario y la duplicación de esfuerzos de docenas de empresas privadas competidoras. Sin embargo, también decía que tal cosa no era deseable por la misma razón: el principal motivo para mantener el sistema basado en el mercado es precisamente su ineficiencia, ya que es mejor mantener esos millones de trabajos de oficina básicamente inútiles que tener que buscar algo que hacer para todos esos oficinistas. (Graeber, 2018, pp. 191-192)

La paradoja queda a la vista, la sociedad actual ha alcanzado niveles de eficiencia y de productividad que permitirían producir los bienes necesarios (y mucho más que lo imprescindible para la sobrevivencia) con mucho menos trabajo humano invertido. Así como esos bienes están muy mal distribuidos, también lo está el trabajo: muchos deben trabajar mucho y otros muchos rezan para conseguir un trabajo o, simplemente, se abandonan ante la evidencia de que no lo van a conseguir. Dice Graeber en sus conclusiones:

A lo largo miles de años han existido innumerables grupos humanos, a los que denominamos «sociedades», y la gran mayoría de ellas se las han ingeniado para distribuir las tareas que necesitaban realizar para sobrevivir y mantener el nivel de vida al que estaban acostumbrados de tal forma que casi todos los integrantes contribuyesen a ello de una forma u otra, y que nadie tuviese que pasar la mayor parte de su tiempo cumpliendo con tareas que preferiría no hacer, como sí hacen muchos hoy en día (Graeber, 2018, p. 323).

Una de las conclusiones más sorprendentes y quizás, discutibles, es la relación inversa entre utilidad y salario. Aunque las excepciones son muchas, es claro que muchos de los trabajos socialmente imprescindibles se encuentran entre los peores pagos (limpiadores, docentes, enfermeros, policías, ayudantes de cocina) y muchos trabajos socialmente inútiles están sorprendentemente bien remunerados.

Los agentes financieros que se ocupan de realizar transacciones especulativas de ganancia inmediata son un ejemplo claro. Rutger Bregman, defensor de la reducción de jornada laboral y de la implantación de la renta básica universal, en su libro Utopía para realistas señala que estos empleos desaparecerían con una política impositiva sobre estas transacciones “Entonces la multitud de jóvenes genios que hoy invaden Wall Street serían maestros, inventores e ingenieros” (Bregman, 2014, cap. 6).

Uno de los comentarios recurrentes de las personas que ejercen “trabajos de mierda” es que son forzados a simular que trabajan y el autor compara esta situación con el juego como simulación. “Si el juego simulado es la expresión más pura de la libertad humana, el trabajo simulado impuesto por otros es la expresión más pura de la falta de libertad” (Graeber, 2018, p. 112).

Al igual que los defensores de la Renta Básica Universal, el libro sostiene que el mundo laboral debería reestructurarse para un mejor reparto de los empleos: jornada laboral de quince horas semanales. Si la tecnología permite que cada vez se produzca más con menos mano de obra humana, lo justo es que este “beneficio” se reparta entre toda la sociedad y no que algunos trabajen excesivamente (estén bien remunerados o no) mientras otros se sientan inútiles e incapaces de obtener un salario. El pensar corriente, muchas veces avalado por los dirigentes políticos es que cualquier creación de puestos de trabajo es beneficiosa, independientemente de la función social que cumplan o del efecto sobre el ambiente. Las mediciones del producto bruto así lo revelan: un aumento siempre es visto como positivo, independientemente de que se genere en producción de quesos, instrumentos musicales, libros, alimentos congelados o de tabaco, armas, juegos de azar o bebidas alcohólicas.

Es curiosa la bipolaridad de valoraciones que existen sobre el trabajo como actividad: puede ser visto como una condena que tiene sus raíces en el pecado original, como un mal necesario, como la negación del disfrute y la libertad; pero, también, como una manera de insertarse respetablemente en el mundo y en la sociedad, como la única forma digna de ganarse el sustento. Todos hemos escuchado cosas como: “si el trabajo es salud, que trabajen los enfermos”; “el trabajo dignifica”; “no pido limosna, pido un trabajo”, “un día menos para la jubilación”, etc. El discurso “correcto” choca con el discurso “sincero”, aunque es bien sabido que quien se queja de su condición de trabajador y ansía la jubilación, no pocas veces se siente vacío al convertirse en “pasivo”.

Considerar la falta de sentido de un trabajo choca con nuestro concepto del trabajo como actividad digna y constructiva, quizás por eso es tan difícil ver y aceptar la realidad de los “trabajos de mierda” que nos describe Graeber, a pesar de que

Hay razones de peso para pensar que el número total de trabajos de mierda, y lo que es peor, que el porcentaje del conjunto de trabajos así considerados por las personas que los ocupan, se ha incrementado con rapidez durante los últimos años, al mismo tiempo que lo hacía la «mierdificación» de las formas de empleo que sí son útiles. En otras palabras, este no es solo un libro sobre un aspecto del mundo del trabajo hasta ahora ignorado, sino sobre un problema social muy real: las economías de todo el mundo se están convirtiendo a marchas forzadas en enormes fábricas de producción de sinsentidos. (Graeber, 2018, p. 177)

Interesante desafío para los antropólogos sería continuar este trabajo e investigar cómo viven las personas su propio trabajo y qué sentido le encuentran.

Graeber se pregunta por qué se le ha prestado tan poca atención a este aspecto de la vida laboral y la respuesta es nuestro preconcepto de que justamente en una economía de mercado eso no debería ocurrir, que la racionalidad económica se impone por sí misma. El crecimiento de la llamada “economía de servicios” es también una causa de confusión. La denominación “servicios” refiere en nuestro imaginario a tareas de limpieza, camareros, peluqueros, cajeras, etc. En realidad, nos dice Graeber, estos rubros no han crecido tanto. Lo que sí ha explotado es el llamado sector de la “información” en el mundo de las finanzas, informática, publicidad, etc. Según su hipótesis, es en este último rubro donde abundan los “trabajos de mierda”.

La conclusión lógica de todo esto es que la tan mentada eficiencia de la economía de mercado no lo es tanto y que el efecto perverso de la creación de trabajos inútiles revela que algo no está funcionando bien. Para qué hacemos cosas que no son necesarias y que además recalientan y contaminan el ambiente generando un mundo que podría volverse virtualmente inhabitable y una sociedad que trabaja mucho más de lo necesario. Así como la riqueza está mal repartida, el trabajo también. David Graeber sueña con un mundo donde todas las personas tengan algo para hacer pero también, mucho tiempo libre para disfrutar, crear, pensar, ejercitarse. Un mundo donde el consumo no sea una carrera loca sino una simple satisfacción de necesidades. Pensamiento utópico, tal vez, pero utópicamente necesario.

Referencias bibliográficas

Bregman, R. (2014). Utopía para realistas. Barcelona: Salamandra. Recuperado de https://epub8cd8d68be75119b48d89ddd95ba30d07.nubereader.bibliotecapais.ceibal.edu.uy/#/50517639-3beb-408e-a7b7-99d99c802627/d6e4358f2a87eacc9c4ffa64ff1ea5e064005b1bea27b3ceed5a7906080250caLinks ]

Graeber, D. (2018). Trabajos de mierda. Una teoría (e-book). Barcelona: Ariel. [ Links ]

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons