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Lingüística

versão On-line ISSN 2079-312X

Lingüística vol.33 no.1 Montevideo jun. 2017

https://doi.org/10.5935/2079-312x.20170004 

Artículos

HACIA UNA PERIODIZACIÓN DE LA LEXICOGRAFÍA EN TERRITORIO URUGUAYO

TOWARDS A PERIODIZATION OF LEXICOGRAPHY IN URUGUAYAN TERRITORY

Magdalena Coll1 

1Universidad de la República, Uruguay. collmagdalena@gmail.com


Resumen

Proponemos una periodización de la lexicografía escrita en territorio uruguayo en el siglo XIX en cuatro capítulos: las notas de los primeros cronistas y viajeros, las prácticas lexicográficas de los primeros escritores montevideanos, los vocabularios y glosarios que se anexan a obras de carácter ficcional y ensayístico de la segunda mitad del siglo y los apuntes léxicos sobre lenguas indígenas en peligro de extinción. Cada uno de estos capítulos corresponde a diferentes épocas, con sus diferentes necesidades y tradiciones lexicográficas. Cabe aclarar que excluimos la obra comenzada por Washington Pedro Bermúdez, en 1880, El lenguaje del Río de la Plata, y el Vocabulario Rioplatense Razonado, de Daniel Granada, de 1889, dado que se trata de vocabularios independientes que abren una nueva etapa en la lexicografía uruguaya, que ya ha sido abordada.

Palabras clave: siglo XIX; Uruguay; lexicografía; periodización

Abstract

We propose a periodization of lexicographic products written in Uruguayan territory in the 19th century. It includes four chapters: the notes of the first chroniclers and travelers, the lexicographic practices of the first Montevidean writers, the vocabularies and glossaries attached to poems, novels and essays of the second half of the century and the bilingual lexicography of Spanish- Native languages. Each of these chapters corresponds to different times, with their different lexicographic needs and traditions. It is important to clarify that we exclude Washington Pedro Bermúdez’ work, initiated in 1888, El lenguaje del Río de la Plata, and the Vocabulario Rioplatense Razonado, published by Daniel Granada in 1889, due to the fact that they are independent vocabularies that belong to a new lexicographic stage that has been profusely studied.

Key words: 19th century; Uruguay; Lexicography; periodization

Presentación

Esta es una propuesta de periodización de la lexicografía escrita en territorio hoy uruguayo desde los primeros apuntes lexicográficos que nos legaron los cronistas y viajeros, publicados a comienzos del siglo XIX, hasta la aparición del género vocabulario independiente, en la década del 80 de ese mismo siglo.

Excluimos estos vocabularios independientes - la obra comenzada por Washington Pedro Bermúdez, en 1880, El lenguaje del Río de la Plata, y el Vocabulario Rioplatense Razonado, de Daniel Granada, de 1889 - ya que abren una nueva época en la lexicografía uruguaya que ya ha sido abordada por diferentes autores1. El corte cronológico definido en esta oportunidad nos permite concentrarnos en prácticamente todo el siglo XIX para poder así ordenar y agrupar, con una mirada abarcativa, los diferentes productos lexicográficos que caracterizaron ese periodo.

No existe un trabajo panorámico sobre la historia de la lexicografía en el Uruguay ni existe para el Uruguay una propuesta de periodización de la lexicografía o un análisis del proceso de diccionarización, como sí sucede para Brasil (Nunes 2006) y para Argentina (Barcia 2004 y Lauria 2011 y 2012) o para de la lexicografía general de Hispanoamérica (Haensch 1994, Fajardo 2010, Huisa Telles 2014). Retomamos, sin embargo, el planteo hecho en Coll (2013a) donde se comienza a esbozar el tema.

Tendremos en cuenta además los escasos trabajos que atienden algunos aspectos históricos de la lexicografía del Uruguay. Entre ellos, el de Khül de Mones (1986) que describe los inicios de la lexicografía uruguaya con especial énfasis en el Vocabulario de Granada2. También tendremos en cuenta la referencia de Ayestarán (1957: XIII y ss.) quien afirmó brevemente que el primer vocabulario regional que se publica en Montevideo data de 1850 y fue escrito por el cordobés Hilario Ascasubi, radicado desde hacía tiempo en dicha ciudad, mientras que el segundo vocabulario criollo fue publicado en 1854 por Alejandro Magariños Cervantes, quien analiza las voces más frecuentes de la primitiva poesía gauchesca (Ayestarán 1957: XIV).

Nuestra propuesta se formula en base a cuatro capítulos, que atienden los principales mojones en la historia de la lexicografía uruguaya. El primer capítulo de esta historia comprende la lexicografía “encubierta” o “escondida” escrita por cronistas y viajeros (apartado 1). El segundo capítulo se dedica a las notas lexicográficas de los primeros escritores montevideanos, José Manuel Pérez Castellano y Dámaso Antonio Larrañaga (apartado 2). Proponemos que los glosarios o vocabularios de obras literarias o ensayísticas ocupen el tercer capítulo de esta historia (apartado 3), que es el más extenso. El último capítulo que aquí planteamos es el que incluye la lexicografía bilingüe que presenta vocabularios o glosarios de lenguas indígenas traducidas al español (apartado 4). Estos cuatro capítulos históricos si bien responden a un criterio cronológico, presentan, como se verá, inevitables solapamientos.

Cada uno de estos capítulos corresponde a diferentes épocas, con sus diferentes necesidades lexicográficas. El primero, ilustrado por el cronista Félix de Azara, se desarrolla en la época colonial y responde a una necesidad de nombrar esta realidad americana por primera vez.

Es una etapa tardía si la comparamos a otras regiones de América, en las cuales esta etapa lexicográfica se había desarrollado con mucha anterioridad, pero está acorde con el hecho de que la conquista y colonización en lo que hoy es Uruguay es apenas del XVIII. Este mismo capítulo incluye a viajeros franceses e ingleses que llegan a lo largo del siglo XIX a la región. El segundo capítulo, que se base en los primeros escritores montevideanos, abarca la época de quiebre entre la Colonia y las luchas independentistas. Los registros, notas, cartas y diarios de José Manuel Pérez Castellano y Dámaso Antonio Larrañaga incorporan nuevas voces, en su mayoría de origen indígena, que describen la nueva geografía, la flora, la fauna y las costumbres de la sociedad que estaba conformándose en la época.

El tercer capítulo, glosarios y vocabularios de obras literarias, ocupa principalmente la segunda mitad del siglo XIX: está en consonancia con la voluntad de los autores de explicar voces locales a lectores ajenos al español de la región. Es una lexicografía fuertemente vinculada a la formación identitaria, a la formación de las jóvenes naciones americanas. El cuarto capítulo, centrado en la lexicografía bilingüe español-lenguas indígenas, cubre épocas y circunstancias diferentes: por un lado, Larrañaga y Pérez Castellano, recopilan a principios de siglo voces del chaná y del araucano, respectivamente; por otro, en la década del 40, y con otra mirada, los manuscritos de Teodoro Vilardebó recogen y explican voces de origen charrúa.

1. La información lexicográfica “encubierta” o “escondida”: cronistas y viajeros

Los cronistas y viajeros - que servirán de fuente para la posterior lexicografía uruguaya - llegan a la región del Río de la Plata por motivaciones científicas, políticas o comerciales y dejan las primeras definiciones sobre conceptos vinculados a la temática rural, las costumbres, la vestimenta, los tipos humanos, o a la fauna y la flora del espacio geográfico que recorren, como ya lo destaca Kühl de Mones (1986)3. Diferentes autores han visto en el primero de ellos, el naturalista Félix de Azara, un fino lexicógrafo (Buesa Oliver 1987, Kühl de Mones 1997, Mazzola 2008, Enguita Utrilla 2012a y 2012b, Barcia 2004 y Bértola 2013a, 2013b y 2014).

El interés que posee la obra americana de Félix de Azara como fuente de estudio en lo que se refiere a la formación y al desarrollo del léxico hispanoamericano, en especial del rioplatense, es ciertamente indiscutible. Designa plantas y animales, crea nombres para identificar lingüísticamente más de 200 especies, ofrece información sobre los nombres que usan los indígenas de la región, explica acepciones, etc. Su obra más estudiada es Descripción e historia del Paraguay y el Río de la Plata que fue editada en 1847 pero que Azara había terminado de escribir en 1809, como continuación de la que ya había publicado en 1802 sobre los cuadrúpedos y pájaros de Paraguay y del Río de la Plata. Kühl de Mones afirma que

Azara no usa simplemente las voces asociadas a lo que describe, sino que, con una conciencia lingüística aguda, las explica o define primero, para luego poder usarlas en su texto, asegurándose de esta manera que el lector ajeno a la región, hablante del español peninsular que no conoce ni el mundo americano ni su lenguaje, pudiera entender plenamente sus escritos (Kühl de Mones 1997: 61).

La autora destaca asimismo tres procedimientos que Azara emplea al introducir una voz desconocida para el hablante del español peninsular: el uso de una ecuación con el verbo ser: bolas: “les arrojan las bolas, que son tres piedras como el puño, atadas a fuertes cuerdas, largas más de una vara” (apud Kühl de Mones 1997: 62); el uso de un sinónimo coordinado con la conjunción o: “bombero o esploradores” (apud Kühl de Mones 1997: 62); y el uso de formas metalingüísticas del tipo “llaman”, “se llama”, “se da el nombre”, “usan el nombre”, como en “llaman parejeros a los caballos corredores, que preparan quince días dándoles de comer con medida” (apud Kühl de Mones 1997: 62)4.

Dueño de una agudeza lingüística admirable, Azara logró también registrar variantes para una misma realidad. Cuando las hay, estas pueden ser: regionales (terutéro, tetéu: “le dan el primer nombre en Buenos Ayres y Montevideo y el segundo en el Paraguay” (apud Kühl de Mones 1997: 63)) o propias de un grupo de hablantes (bacasina: “así las llaman los Españoles, los Guaraníes yacaberés y algunos en Montevideo Aguateros” (apud Kühl de Mones 1997: 63)).

Por otra parte, Enguita Utrilla afirma que para designar plantas, animales y aspectos diversos de la realidad del continente americano, Azara usa; a) indigenismos (principalmente guaranismos, pero también quechuismos y antillanismos); b) voces españolas que han desarrollado nuevas acepciones y c) designaciones de origen onomatopéyico. Estas voces, que irán conformando las peculiaridades léxicas del español del Río de la Plata, están acompañadas de definiciones, que conforman las primeras definiciones que tenemos para vocablos como estancia: “establecimiento rural de grandes dimensiones, dedicado a la explotación agrícola y ganadera” o bañado: “terreno bajo e inundado, que se caracteriza por tener vegetación y fauna particulares” (apud Enguita Utrilla 2012a: 59-60).

En algunos casos estas voces, asimismo, pueden ser derivadas, especialmente de un diminutivo lexicalizado: bombilla “tubo metálico para sorber el mate, con el extremo inferior abultado y agujereado, que sirve de filtro” (apud Enguita Utrilla 2012a: 60); o formar parte de grupos sintagmáticos, creados a partir de voces patrimoniales - o mediante indigenismos ya incorporados al español rioplatense durante la etapa colonial. Ver, por ejemplo, lobo de rio: “mamífero carnívoro que puede sobrepasar los dos metros de largo, de pelaje pardo oscuro en el dorso, con el vientre mas claro y con una mancha amarillenta en la garganta y en el pecho” (apud Enguita Utrilla 2012a: 61).

Es importante resaltar, como lo hace Enguita Utrilla, que los destinatarios de la obra de Azara - las autoridades de la metrópoli, por un lado, y los estudiosos de la Historia Natural, por otro - condicionan su escritura que estará, entonces, teñida de “descripciones minuciosas, sinónimos relacionados por aposición y mediante la conjunción disyuntiva o y traducciones que, en bastantes ocasiones, contienen una completa definición del término al que hacen referencia” (Enguita Utrilla 2012a: 62)5.

Por otra parte, Enguita Utrilla explica que Azara usa con frecuencia voces nuevas pero “sin adiciones metalingüísticas [lo que] revela una gran espontaneidad, que pone de manifiesto el arraigo de estos americanismos en el propio vocabulario del naturalista” (Enguita Utrilla 2012a: 62).

La obra de Azara es excepcional por sus aportes lexicográficos y también porque es la única obra de estas características de un autor de origen español en la región. La mayoría de los viajeros al Río de la Plata - Azara no era estrictamente un viajero sino un cronista y naturalista que vivió en la región por más de 20 años - no fueron hispanoparlantes.

El primero de este grupo es el francés Arsène Isabelle - viajero, explorador, naturalista, diplomático, comerciante - que llegó al Uruguay en 1830. Casi de inmediato inició un viaje por Argentina, Brasil y Uruguay, que culminó con su conocido libroVoyage à Buénos Ayres et à Porto Alegre, par la Banda Oriental, de 1835. A él le debemos, entre otras, el registro y explicación de la voz china “mujer mestiza en primer o segundo grado” (apud Bertolotti y Coll 2002-2003: 336)6.

El texto Voyage à Rio Grande do Sul (1887) del profesor francés de botánica, Auguste de Saint-Hilaire, fue estudiado por Bertolotti (2010a). En el Voyage describe su recorrido entre 1820 y 1821 a través de los actuales territorios del sur de Brasil y de Uruguay. Saint-Hilaire utiliza diferentes recursos para explicar léxico nuevo como cerro, chiripá, charqueadores, alsado, aruêra, guampa e incluso pátria. Recurre a equivalentes principalmente cuando se trata de voces de las lenguas indígenas. Ejemplo de ello es el caso de pitanga: “j´ai reconnu avec quelque surprise la myrtée apelée pitanga” (apud Bertolotti 2010a: 271) o de araucaria: “Un fruit qu´on y vend beaucoup aussi dans ce moment est celui de l´araucaria, que l´on appelle pinhão, nom que l´on donne en Europe aux semences de pins pignons” (apud Bertolotti 2010a: 271).Presenta algunas extensas definiciones como en maturrango:

Quant au mot Maturrango, voici ce qu´il signifie: c´est un sobriquet injurieux que l´on donne à ceux qui ne savent pas monter à cheval et, en général aux Européens. Dans ces campagnes, ou l´on ne fait cas absoluement que du talent de monter à cheval, on sent qu´il ne peut y avoir de plus grandes injures que celles qui désignent um mauvais écuyer. Le mot de maturrango a dû, par conséquent, s´appliquer aux hommes que l´on avait le plus en horreur, aux royalistes, aux émigrés, à ceux que l´on regardait comme les ennemies du pays. Aurait-on pu supposer, en effet, que tels hommes sussent monter à cheval! (apud Bertolotti 2010a: 272-273).

Transmite incluso etimologías populares, como en vaquiano:

J´ai parlé plus d´une fois de mot vaquiano, sans donner l´explication de ce terme. Un homme qui est vaquiano d´un pays est celui que le connaît parfaitement bien. Un bon vaquiano peut seul être un bon guide, aussi ces deux mots sont ils devenus synonymes. Je présume que vaquiano vient de vacca. Le vaquiano a dû être d´abord celui qui connaissait les chemins que les vaches avaient coutume de suivre et que savait les retrouver lorsque´elles se perdaient (apud Bertolotti 2010a: 273).

Saint-Hilaire además aporta información sobre regionalismos compartidos y caracterizadores de la lengua española; manta: “Partout où nous nous arrêtions sur la route, mon conducteur demandait si on pouvait lui vendre uma manta. Cette manta est une large lanière de viande séche; on lui en faisait toujours présent” (apud Bertolotti 2010a: 273).

El también francés Alcides D’Orbigny viajó por América entre las primeras décadas del siglo XIX y luego publicó, en 1844, Voyage dans l´Amerique méridionale 1826-1833. Bértola (2013a y 2014) clasifica los diferentes tipos de definiciones usados por este viajero, entre las que se destacan las descripciones - llamadas por la autora clásicas -, como la de zorrino: “animal encantador, de piel negra ornada con dos líneas blancas, que levanta graciosamente su hermosa cola peluda” y las definiciones mediante sinonimia expresada a través de la conjunción o: “recinto o corral” o a través de paréntesis: “las bóvedas (los calabozos)”. Explica además Bértola (2013a y 2014) que D’Orbigny introduce información lexicográfica tanto en el cuerpo del texto como en notas a pie de página7.

En los escritos de 1889 de Ernest van Bruysell - viajero belga que estuvo en la región a finales del siglo XIX - aparece la voz estancia definida como “propieté de plusieurs lieues d´étendu, formant une immense prairie naturelle, où paissent de nombreux tropeux, à ciel ouvert en toute saison” (apud Bertolotti y Coll 2002-2003: 335), entre otras.

El británico John Hale Murray, después de su viaje al Río de la Plata, publica en 1871 un relato en el que incluye voces como alheva, que define como “rain-water well which stands by itself in the front or back of the house” (apud Bertolotti y Coll 2002-2003: 335).

En 1878 el inglés Edwin Clarck definealgibescomo “invariably rain-water wells”,becho Coloradocomo “a species of harvest bug, that swarms among the dry grass and bushes and burying itself in the flesh, principally about the legs, produces most intense irritations”,coaticomo“interesting animal that belongs to the bear family”,nutriacomo “animal frequently seen on the bank of the Parana” ycarpinchocomo “large rodent, large animal, like a pig without tail” (apud Bertolotti y Coll 2002-2003: 335-336).

Por otra parte, el alemán Ulrich Schmidl - quien llega al Río de la Plata en la expedición de Pedro de Mendoza (en 1535) y permanece en estas tierras por veinte años - utiliza una serie de españolismos que luego Lafone Quevedo rescatará en la traducción del texto, hecha 1903. Se trata de voces del tipopese espade(“pez espada”),cardes(“cardos”),abestraussen(“avestruz”) oyandú (“ñandú”). También la traducción de Franz Obermeier, realizada en 2008, detalla los hispanismos al tiempo que analiza el uso de etnónimos comogaruaní,chané,charrúa,querandí, entre otros. Asimismo, Ribas (2005) estudia los aspectos lingüísticos y la percepción de la alteridad de las lenguas americanas tanto en Schmidel como en otros viajeros alemanes que llegaron a América en el siglo XVI.

Entre los viajeros incluimos, entonces, aquellos que escribieron en francés, como Isabelle, D’Orbigny, Saint-Hilaire y van Bruysell, aquellos de origen anglosajón como Murray y Clarck, y al alemán Ulrich Schmidl. En estos viajeros, como es de esperar, se ve la necesidad de manejar un léxico apropiado para designar una realidad nueva o desconocida para ellos y para sus lectores. Estas voces aparecen resaltadas en sus relatos a través de explicaciones, descripciones, sinonimias, paráfrasis y otros recursos que históricamente han caracterizado en general a este tipo de escritos. En algunos casos se trata de voces de origen indígena pero en otros muchos se trata de voces de origen patrimonial que en tierras americanas han desarrollado nuevas acepciones y usos.

2. Primeros escritores montevideanos: José Manuel Pérez Castellano y Dámaso Antonio Larrañaga

Los escritos de dos reconocidas figuras del Montevideo de principios del siglo XIX, José Manuel Pérez Castellano y Dámaso Antonio Larrañaga, surgen como testimonios de una época de cambio político-social y también lingüístico8.

En las obras del primero (Carta a la Italia, Observaciones sobre agricultura que he podido hacer en el espacio de mas de cuarenta años que cultivo la chacara que actualmente poseo sobre el Miguelete, Caxon de Sastre, etc.) y en las del segundo (Viaje de Montevideo a Paysandú, Botánica. Géneros indígenas, Oración Inaugural, Diario de la Chácara, etc.) aparece un español permeable a nuevas voces, a nuevas acepciones y a la adopción y adaptación de léxico de origen indígena y africano9.

En el afán por registrar, consignar, relatar y describir, los dos religiosos recurren a derivaciones, composiciones, efectos metonímicos, construcciones sintagmáticas, etc. que, en muchos casos, se acompañan de definiciones, contextos explicativos, coordinaciones, traducciones o comentarios metalingüísticos.

No se trata de técnicas o recursos muy diferentes de los de los cronistas de la época de la Conquista o de los primeros colonizadores, ya estudiados por varios autores, como ya hemos visto. Sin embargo, lo que hay que destacar en el caso de Pérez Castellano y Larrañaga es que la conquista y la colonización ha quedado atrás hace mucho y corren ya los primeros años del siglo XIX. El primer contacto con la nueva realidad americana es algo lejano en el tiempo pero no quizás en estas geografías en las que el primer asentamiento español estable, San Felipe y Santiago de Montevideo, es de apenas 1724. En el siglo XVIII en esta región no hay escritores que hayan plasmado la nueva realidad y, aunque tardíos, los escritos de Pérez Castellano y Larrañaga cumplen la función de ser los primeros, de autoría criolla, en desarrollar una práctica lexicográfica que dé cuenta de esa realidad.

Se destaca el énfasis que ambos escritores ponen en especificar quiénes son los que llaman cómo a qué cosas, es decir, en aclarar quiénes nominan la realidad americana. Pérez Castellano distingue, en este sentido, a “los indios del Perú” de “los indios guaraní” al tiempo que marca una tercera posibilidad a través de una nominación más general del tipo “que aquí llaman”. Esta última marca diatópica cobra particular importancia en una voz como “frutilla” que es el nombre “con que aquí las llaman generalmente [a las fresas]” (apud Cicalese 1987: 62), en lo que surge como uno de los primeros testimonios de una voz que distinguirá al español del Uruguay del de otras variedades de América y España. Trata asimismo a estas voces como sinónimas en “las frutillas o fresas” y en “fresas o frutillas” (apud Cicalese 1987: 62).

Pero también Pérez Castellano se involucra en el acto de nominación a través de una primera persona del plural en: “las vainas tiernas que aquí llamamos chauchas, nombre que por el sonido parece y debe ser de origen quichua” (apud Cicalese 1987: 57). También lo hace Larrañaga en: “Lejos de huir de nosotros estos caballos salvajes, que aquí conocemos con el nombre de “baguales”, venían desde largas distancias a reconocernos y desfilaron por delante de nuestro coche” (Larrañaga [1815] 1930: 59).

Por otra parte, la mayoría de los indigenismos que aparecen en Pérez Castellano y Larrañaga refieren a miembros del reino vegetal y son de origen guaraní: andaí, burucuyá, caraguatá, caraguatá-guazú, caraguatapitá, guaicurú, guayubi, ñandubay, ombú, tacuara, entre otros (Coll 2012a y 2013a).

El contacto de los guaraníes con los europeos y criollos se dio a lo largo de tres siglos y medio “a través de exploraciones, acciones militares, reducciones en pueblos, conversiones religiosas, intercambios comerciales, luchas y acuerdos de los europeos entre sí y con los aborígenes, guerras de independencia y civiles que contaron con su participación” (Pi Hugarte 1998: 20). Además, desde mediados del siglo XVII, comenzaron a establecerse en los campos de la Banda Oriental guaraníes procedentes de las misiones creadas por los jesuitas en la región del alto Uruguay (Pi Hugarte 1998: 163). Estas condiciones sociohistóricas del contacto entre españoles y criollos por un lado y guaraníes - u otras poblaciones indígenas que usaban el guaraní como lengua franca - por otro, dio como resultado la introducción de guaranismos en el español de la región.

El origen guaraní se explicita en Pérez Castellano en casos como: “A esta última llaman los indios guaraní caraguatapitá que quiere decir cardo colorado; porque en el tallo echa racimos de una fruta que es roja cuando está madura y se come con gusto” (Pérez Castellano 1968: 20).

Por su parte, Larrañaga realiza un extenso registro de plantas autóctonas en su trabajo Botánica. Géneros indígenas (c. 1810). Cada planta aparece caracterizada y clasificada: se especifica a qué género, especie o clase pertenece (Larrañaga 1923). Se incluye además un apartado con información sobre equivalentes en español, en inglés, en francés (además de la nomenclatura científica) y con la denominación de la especie “en la provincia”, “en el país” o “en América”. Este equivalente en la región es muchas veces un vocablo de origen guaraní. Así, escribe “rauwolfia […] en la provincia ¿Guayubi?” (Larrañaga 1923: 84), “cardo […] en la provincia Cardancha o Caraguatá” (Larrañaga 1923: 108), “acelgas marítimas […] en el país Guaicurú” (Larrañaga 1923: 124), “tillandsia […] en América Caraguatá” (Larrañaga 1923: 126), “passiflora […] en la provincia Burucuyá” (Larrañaga 1923: 212) o “viricuyá (nombre vulgar)” (Larrañaga 1923: 286).

En los escritos de Pérez Castellano y Larrañaga aparecen también voces de origen quechua (como chacara y mate). Si bien no hubo asentamientos en estos territorios en los que se hablara dicha lengua como nativa, sí hubo movilidad poblacional de criollos y españoles provenientes de las regiones en contacto con esa lengua. Entre los quechuismos, destacamos huasca que aparece en Pérez Castellano junto a reflexiones lingüísticas sobre el origen y uso de este vocablo:

Yo para los injertos he usado siempre con buen suceso de las cuerdas con que vienen ceñidos del Paraguay los manojos de tabaco, que aquí generalmente se conocen con el nombre de huascas de tabaco, nombre que los paraguayos españoles han tomado, no del idioma guaraní, que es el de los indígenas de aquel país; sino de la lengua quichua, o general de los del Perú, que llaman huasca a toda suerte de cuerda o correa, bien sea de cuero, o bien de vegetal, como lo del tabaco, no huasca, sino tucumbo (Pérez Castellano 1968: 98 y 281).

La palabra mate también está acompañada en Pérez Castellano por un comentario sobre su origen y posterior castellanización:

Los indios del Perú llaman mati al calabazo, y nosotros castellanizando este nombre le llamamos mate y, por la figura metonimia, tomando el contenido por lo que lo contiene, decimos que tomamos mate cuando tomamos en el mate agua caliente, pasado por la hierba que en él se contiene (Pérez Castellano 1968: 41).

Otros numerosos casos tienen mención explícita a su origen quechua; totora deriva de tutura, nombre “que le dan los indios del Perú”; “poroto se ha tornado el nombre purutu que los indios del Perú dan a estos granos”; “las vainas tiernas que aquí llamamos chauchas, nombre que por el sonido parece y debe ser de origen quichua”; “zapallo tomado del zapallú que le da la lengua quichua del Perú” (apud Cicalese 1987: 54).

Se trata del registro más antiguo de estos quechuismos en un escritor montevideano, aunque, claro está, las primeras atestiguaciones de estas voces en la lengua española se dieron con mucha anterioridad en textos provenientes de zonas en contacto directo con el quechua, particularmente, en textos hispanoperuanos.

En muchos otros casos, tanto Pérez Castellano como Larrañaga introducen el vocablo de origen guaraní o quechua sin mencionar su etimología, quizás porque se le considere una palabra ya adaptada al español.

Las voces de origen indígena en los textos de estos dos escritores conviven con vocablos introducidos por los esclavos de origen africano. Tal es el caso de la voz bantú cachimba, que aparece en Pérez Castellano, sin mencionar su etimología pero explicada: “[…] porque debajo de la arena hay un asiento de barro negro glutinoso, que vicia al agua cuando el fondo de las que llaman cachingas, en que los aguadores reúnen el agua, toca en ese barro, sin hallarse bien cubierta de arena” (Pérez Castellano 1968: 130).

Con respecto a bubango o bugango, Pérez Castellano escribe: “Otros zapallos hay que llaman de Guinea, o bugangos, nombre que seguramente es africano, como lo es el zapallo, traído de esa parte del África que se acaba de nombrar. Unos hay de corteza blanca, otros de corteza verdinegra, y otros de corteza amarilla […]” (Pérez Castellano 1968: 438)10. La estrategia utilizada por Larrañaga para introducir esta voz es otra; coloca en aposición los dos sustantivos, zapallo y bubango, de modo que el nombre africano está especificando el tipo de zapallo. En 1815 comenta:

La cena fue abundante y sazonada al estilo del país; en todo entraba el zapallo. Lo primero que nos presentaron fue un zapallo bubango («cucúrbita» Linnei) asado, para que nos sirviese en lugar de pan, y aunque hicimos sacara el que habíamos comprado en la Villa, y dimos de él al dueño de la casa, yo tuve más gusto en preferir nuestro zapallo (Larrañaga [1815] 1930: 49).

Estas muchas voces indígenas y estas escasas voces africanas encuentran su lugar en los escritos aquí analizados a través de diferentes recursos. Pérez Castellano y Larrañaga nos brindan un primer testimonio escrito de estos vocablos, testimonio que corresponde a autores montevideanos de principios del siglo XIX y que recoge el uso en la época y en la región. Estos escritores, de una exquisita sensibilidad y conciencia lingüística, dan validez y prestigio a voces indígenas y africanas, al tiempo que nos llegan valiosas reflexiones metalingüísticas.

3. Glosarios y vocabularios

Circulan en Montevideo, en la segunda mitad del siglo XIX, varios glosarios que acompañan obras literarias. Acompañan obras poéticas, como es el caso del vocabulario que adjunta Juan Zorrilla de San Martín a Tabaré en 1888; acompañan novelas como es el caso del glosario que Eduardo Acevedo Díaz escribiera para Nativa en 1889 y acompañan la obra ficcional - Celiar (1852), Caramurú (1865) y Palmas y Ombúes (1884 y 1888) - de Alejandro Magariños Cervantes. También acompañan las compilaciones de los cuentos de Benjamín Fernández y Medina, Charamuscas (1892) y Cuentos del Pago (1893)11.

Repasemos brevemente estas prácticas lexicográficas no sin antes recordar que están en sintonía con diferentes emprendimientos lexicográficos que acompañan las creaciones literarias de los autores de la región y del resto de Hispanoamérica (Pérez 2007)12. Esta tendencia se explica en la medida en que

[estos] escritores, especialmente autores de novelas nacionales de corte criollista, van a sentir la necesidad de ofrecer al final de sus obras explicaciones léxicas en listas de palabras explicadas y en vocabularios más constituidos, en los que aparecerán, junto a los americanismos de origen, muchas voces que señalan el ritmo sociocultural de las nacientes repúblicas americanas. El léxico que son capaces de reunir y definir será el más representativo para mostrar cómo las nacientes repúblicas se seguían entendiendo lingüisticamente, hijas del hispanismo colonial y cómo, además, comenzaban a consolidar un nuevo léxico coloquial, referencial o simbólico para nombrar los procesos que la nueva realidad social y cultural exigía (Pérez 2007: 147).

En el poema épico Tabaré, Zorrilla de San Martín resalta ciertas palabras - generalmente de origen indígena -, ya que aparecen en cursivas en el poema y son recogidas, en su mayoría, en el “Índice alfabético de algunas voces indígenas empleadas en el texto”, que el autor escribiera como anexo de su libro (Zorrilla de San Martín 1888: 201-215)13. Allí el poeta presenta 40 voces, casi todas de origen guaraní, en las que resalta precisamente su origen indígena, con comentarios del tipo: ahué: “[…] los indios le llaman ahué o árbol malo”; camoatí: “nombre indígena de los grandes panales de miel”; chajá: “su nombre en guaraní (yajá) quiere decir Vamos”; hum: “nombre que los charrúas dan al Río Negro. Hu, que se pronuncia con un sonido nasal, quiere decir “negro”, en guaraní”, ñandú: “nombre guaranítico”, etc. Se trata de un vocabulario breve que atiende principalmente indigenismos vinculados a la flora y la fauna. También Acevedo Díaz adjunta un vocabulario a su novela Nativa, con el título “Aclaración de algunas voces locales usadas en esta obra, para mejor inteligencia de los lectores extraños al país” (Acevedo Díaz [1889] 1964: 397-420)14. El glosario incluye 109 voces, que tienen, por lo general definiciones escuetas, que apelan, muchas veces, a la experiencia personal del autor15. Buena parte de ellas son de origen guaraní, hecho que está explicitado: aguará: “especie indígena, como su nombre [que] … proviene del guaraní”, chajá: “su nombre guaraní no es más que una imitación fiel de su grito peculiar”, guaynita: “voz guaraní [que significa] niñita”, guazú-birá: “del guaraní, ciervo grande”, mbiguá: “el vocablo proviene del guaraní, y significa “cuervo de agua””, ñandú: “voc. Guaraní”, quiapí: “voz guaraní. Vestimenta de jerga o cuero que usaban los charrúas, aunque no todos, en el rigor mismo de invierno”, etc.

Acevedo Díaz se distancia explícitamente de las acepciones del DRAE para algunas voces de origen patrimonial: “En la forma en que empleamos este vocablo [cañada] no ha de entenderse ninguna de sus múltiples acepciones, según el diccionario de la lengua” (Acevedo Díaz [1889] 1964: 401). Es uno, de varios casos, en los que Acevedo Díaz pone de manifiesto un uso local de la voz en cuestión. Este tipo de americanismo se da también en “cuchilla”, voz para la cual Acevedo Díaz distingue justamente el significado regional; “Esta palabra tan aplicable al instrumento de hierro acerado de un solo corte o filo que sirve a la industria del encuadernador y del zapatero, como a la espada o seguir de la justicia, y a la vela triangular o a la trapezoide en marina, en su significado local y orográfica es una loma o colina más o menos elevada, ondulación o accidente natural del terreno, que viene a constituir como una última verruga de un sistema de montañas” (Acevedo Díaz [1889] 1964: 404). En chacra Acevedo Díaz recorre un camino parecido: “Porción de terreno o costra arable cultivada, donde se cosechan el trigo, la cebada, el maíz y aún legumbres. - El Dicc. de la lengua dice que la voz significa habitación rústica, ranchería o sitio en donde se guarnecen bajo chozas o cobertizos que construyen los indios salvajes, refiriéndose sin duda a países donde el vocablo tendrá tan extraña latitud” (Acevedo Díaz [1889] 1964: 405).

Abunda Acevedo Díaz en comentarios de uso sobre las palabras que glosa. Algunas son marcadas como locuciones locales (cfr. botas de potro), otras son usadas por el “campero” [naco: “Palabra con la que el campero denomina un fragmento pequeño de tabaco negro, enrollado, que él mismo pica con el cuchillo en la palma de la mano” (Acevedo Díaz [1889] 1964: 413)] y otras tienen “acepción criolla” y son usadas por los “gauchos de buena ley”, como rastrillada.

Por otra parte, Alejandro Magariños Cervantes, con su prolífica carrera como poeta, narrador y ensayista, también aspira a llegar a lectores ajenos a la variedad de español que utiliza y para ello, explota al máximo las posibilidades lexicográficas que le otorgan los géneros literarios que aborda16. Cuando escribe poesía, introduce notas ya sea al final de la obra, como en Celiar (1852), ya sea al final de cada poema, como es el caso de Palmas y Ombúes (1884 y 1884). Cuando escribe prosa, se permite introducir explicaciones en el cuerpo del texto y también notas a pie de página (Caramurú [1850] 1865) y cuando escribe el ensayo Estudios Históricos, Políticos y Sociales sobre el Río de la Plata, fechado en 1854, no sólo brinda descripciones en el propio cuerpo del texto y notas a pie de página sino que arma un pequeño vocabulario temático que reúne una serie de voces vinculadas al ámbito gauchesco, como veremos más adelante17.

La única obra, sin embargo, en la que se extiende sobre el tipo de notas que agrega es Palmas y Ombúes, colección de poemas publicada en forma posterior a las demás obras que aquí trataremos. Allí, en el apartado “Notas, comentarios y glosas del texto en verso y del apéndice”, Magariños Cervantes afirma que utiliza cinco series de notas, que se agrupan de la siguiente manera: (1) “Notas concernientes al origen de algunas poesías, circunstancias que intervinieron en su composición o lectura pública, y juicios emitidos sobre ellas […]”; (2) “Notas de palabras indígenas, o españolizadas, o castellanas; pero de distinto o especial significado en América. Estas notas las considero indispensables para los lectores del antiguo hemisferio mientras no exista un Diccionario de voces y locuciones criollas”; (3) “Notas descriptivas de fenómenos, localidades, usos, objetos, etc., poco o imperfectamente conocidos, aún de muchos americanos; notas que sirven para formarse una idea clara de la exactitud de lo que dice el texto, y pueden contribuir a desvanecer los errores en que incurren amenudo (sic) hasta escritores de renombre en Europa”; (4) “Notas históricas” y (5) “Notas puramente literarias, políticas y filosóficas” (Magariños Cervantes 1884: 302).

La propuesta de clasificación de Magariños Cervantes muestra un autor que visualiza la necesidad de glosar su obra al tiempo que logra distinguir diferentes tipos de notas. Estas responden a un objetivo mayor - que el público europeo comprenda el texto cabalmente - pero además cumplen con cinco diferentes objetivos específicos. Sus inquietudes pasan por la lengua y la variedad de lengua usada, pero se extienden a un nivel enciclopédico en el que se maneja información histórica, política, geográfica, etc.

Veamos, por ejemplo, las notas que escribe en Caramurú ([1850] 1865)18. Son 68 y abarcan vocablos como cancha, capataz, capitanejos, caranchos, carona, Catamarca, caycobé, celadores, Cerrito, chamales, chasque, cimarrones, cinquiño, cisplatina, con el frío del miedo, tiritando, contos de reis, entre el turbio vapor de ancha laguna, godos, malocca, maneador, mangangá, pangaré, parada, pial, pingo, potrero, pueblera, quiebra, quinta de las albacas, reyuno, rio grandense, sacar la oreja, sarandí, sonsos, surucucú, tranquera y trillas. Las voces explicadas pueden pertenecer a lenguas nativas, al español o incluso al portugués. Reciben definiciones muy concisas, por ejemplo, pajonal: “yerba que crece hasta la altura de un hombre” (Magariños Cervantes [1850] 1865: 65, nota 1); capitanejos: “caciques inferiores” (Magariños Cervantes [1850] 1865: 91, nota 1); Añang: “genio del mal” (Magariños Cervantes [1850] 1865: 102, nota 1). En algunos casos se brinda información histórica, geográfica o política: Tucumán: “Provincia de la confederación argentina”; Rio-Grandense: “La Provincia de Rio Grande pertenece al imperio del Brasil y está fronteriza á las nuestras” (Magariños Cervantes [1850] 1865: 45, nota 1).

En Celiar (1852) aparecen muchas palabras que ya habían sido glosadas en Caramurú, en el año 1850, y volverán a aparecer en las posteriores obras del autor. El conjunto de entradas es muy dispar en lo que respecta a criterios de lematización, categorías gramaticales y opciones ortográficas. Cabakian (2015) clasifica las entradas onomasiológicamente, agrupándolas en flora, fauna, objetos, personajes, lugares, actividades y otros y afirma, asimismo, que la microestructura es muy sencilla.

Por otra parte, en Palmas y Ombúes (1884 y 1888) - una colección de poemas publicada, en Montevideo, en dos tomos: el primero en 1884 y el segundo en 1888 - lo más destacado, en términos lingüístico-lexicográficos, no son las notas en sí sino la clasificación que de las mismas hace Magariños Cervantes, que ya hemos presentado.

Por último, veamos los vocabularios que Fernández y Medina anexa a las compilaciones de sus cuentos publicadas a fines del siglo XIX, Charamuscas, (1892: 167-176) y Cuentos del Pago (1893: 261-276) 19. La mayoría de sus cuentos son de ambiente netamente rural o toman temas y personajes de la vida de pequeños pueblos del interior del país. En cierta manera, el criollismo narrativo tiene en estos glosarios una cara lingüística que refuerza claramente el carácter local de la obra del autor.

Vale la pena resaltar que el primer glosario es el único que se publica con un título explicativo, que alude a una variedad rioplatense del español: “Glosario. Declaración de algunos modismos rioplatenses usados en los artículos de este tomo” (Fernández y Medina 1892: 167).

El primer glosario es relativamente pequeño (96 voces) en comparación con el que le sigue, que tienen 217 voces. El conteo que hacemos aquí no hace justicia, en realidad, a la exacta cantidad de voces que presenta Fernández y Medina. Hay, de hecho, más vocablos definidos ya que dentro de algunas entradas se explican otras voces, como es usual en estos productos lexicográficos.

La microestructura de los glosarios de obras literarias suele ser muy sencilla y el caso de Fernández y Medina no es una excepción. Las definiciones son en general breves (no suelen ocupar más de una línea) y están escritas en un lenguaje sencillo. La tendencia en general es a brindar información de tipo enciclopédico y no solo lingüístico. Este saber enciclopédico se concentra en la flora; arazá: “especie de guayaba; el árbol que las produce, de la familia de las mirtáceas. Hay una variedad de ese árbol con el mismo nombre, que es arbusto rastrero” (Fernández y Medina 1893); cambará: “árbol frondoso de hoja discolora (verde la cara, blanco el revés) y flor blanca diminuta” (Fernández y Medina 1893) y, en menor medida, en la fauna; chingolo: “pajarillo muy común parecido al gorrión de España, de lomo pardo y pecho blanquecino, con copetes y las patas mancadas” (Fernández y Medina 1893).

En otros casos, se da una definición por sinonimia (peninsular o americana): biricuyá o omburucuá: “la pasionaria” (1892); mangangá: “abejón” (Fernández y Medina 1893); ñandú: “el avestruz americano” (Fernández y Medina 1893). Incluso se explicita la equivalencia como en chacra: “lo que en España, granja” (Fernández y Medina 1893).

Mención aparte merecen las voces en cuya etimología aparece el castellano o el español. Tal es el caso de coscogojas: “(Castellano coscojo). Piezas de hierro en forma de rueda que tienen los frenos de las cabalgaduras y haciendo ruido” (Fernández y Medina 1893) o de bombacha: “(Castellano bombacho)” (Fernández y Medina 1893). Se trata de formas dialectales diferentes pero también hay casos en que la forma regional coincide con la peninsular pero con un significado propio: en la entrada bajera se lee “(Castellana). La jerga o pieza de lana que se pone sobre el lomo al ensillar un caballo para que no se lo lastime el recado” (Fernández y Medina 1892 y 1893), que es sin duda un uso local20.

Los vocabularios de todos estos autores, claro está, tienen muchas cosas en común. En primer lugar, comparten una intencionalidad que está explicitada en muchos casos en los respectivos títulos, como ocurre en los glosarios de Tabaré, Nativa y Charamuscas. En el caso de la obra de Magariños Cervantes el objetivo de sus apuntes lexicográficos está expresado en nota en Celiar: este “no es otro que dar á nuestros lectores europeos una idea, mas ó menos estensa, segun el objeto lo requiere, de las cosas de América y principalmente del Río de la Plata” (Magariños Cervantes 1852: 112, nota 42).

Comparten asimismo el hecho de estar subordinados al léxico de la ficción que el autor crea, que, en estos casos está fuertemente vinculada a lo local y lo rural - con excepción de Zorrilla de San Martín que muestra principalmente una preocupación por lo indigenista. La mayoría de las entradas, en consonancia con el estilo y el tema de las obras en cuestión, retoma fenómenos regionales de la geografía, la fauna, la flora y el campo.

Por eso, muchas de las voces glosadas (como gaucho, palenque, potrero, rancho, aguatero, bagual, bellaco, bichoco, flete, mancarrón, matungo, pangaré, pingo, redomón y sotreta) se repiten en las diferentes obras.

La abundancia de voces de origen indígena, que están íntimamente relacionadas con lo rural, también se explica por las características temáticas de las obras y por cierta conciencia lingüística del autor que, de algún modo, entiende que el lector va a necesitar alguna explicación para entender indigenismos del quechua o del guaraní. Los guaranismos abarcan principalmente voces de la flora (arazá, araticú, biricuyá, butiá, cambará, guabiyú, guaicurú, ñangapiré, tacuara) y de la fauna (camoatí, mangangá, ñandú, tacurú). Los quechuismos pertenecen a campos semánticos más dispares y, en general, asociados a usos y costumbres de la vida en la región (cancha, chacra, chasque, chinchulín, china, poncho).

A todas ellas subyace la idea de una variedad de español local, propia, ajena a otras variedades del español. Estos glosarios, como muchos otros de la época y de la región, nacen a partir de la necesidad de construir la identidad nacional en un plano lingüístico y se interesan por registrar “lo propio”, particularmente en el nivel del léxico dado que allí se visualizan con más claridad las diferencias con respecto al español de otras regiones hispanoamericanas y principalmente con respecto al español peninsular. En definitiva, subyace a la creación de estos glosarios una emergente conciencia lingüística que visualiza un español propio. Por eso, estos glosarios son al mismo tiempo un intento de legitimar un léxico propio y de afirmar la identidad lingüística nacional. Como tales, no son ajenos a los ecos de las polémicas en torno a la lengua que caracterizaron el ambiente intelectual del siglo XIX.

Por otra parte, y aunque no tratemos el tema aquí, dialogan con los dos productos lexicográficos que surgieron en la década del 80 y que cambiarán la historia de la lexicografía uruguaya: el diccionario de los Bermúdez y el vocabulario de Granada, ya citados anteriormente.

En la época además se escriben dos vocabularios anexados a trabajos de corte ensayístico: el ya mencionado Estudios históricos, políticos y sociales sobre el Río de la Plata de Magariños Cervantes (1854: 302-303) y el de Francisco Bauzá, Estudios Literarios([1885] 1953: 207-245), aunque en este caso, no es un vocabulario estrictamente hablando, como veremos.

Magariños Cervantes organiza un breve vocabulario, que recoge 23 voces propias del habla del gaucho: apedarse: “embriagarse”; ay juna: “hidep … ¡voto al diablo!”; armarse: “hacerse: unido con otras palabras este verbo, sirve para locuciones muy usuales entre ellos armarse rico, armar una estancia, etc.”; changando: “guitarra mala”; friza: “pellejo (sacarlo)”; gateada: “onza de oro”; guano: “sacar el guano, usar una cosa hasta inutilizarla”; guasquearse: “irse, huir”; malevo: “criminal, asesino”; maturrango: “poco jinete, torpe también se dice matucho”; morao: “ruin, villano, cobarde”; nación: “extranjero”; ñacurutú: “lechuza, feo”; orejiar: “pasar el tiempo”; pangaré: “color de un caballo”; quiebra: “valiente”; rancho: “choza de barro y paja”; redetir: “gastar el dinero”; redota: “descalabro, desgracia”; sumida: “puñalada”; tapera: “casa arruinada”; trajinista: “calavera”; vichará: “ponchos de lana que se fabrican en Mendoza y San Juan” (Magariños Cervantes 1854: 302-303).21

Téngase en cuenta que Magariños Cervantes no presenta un simple listado sino que además introduce una clasificación de estas palabras en tres grupos: el primero está constituido “por voces derivadas del quechúa, guaraní y otras lenguas y dialectos indios, como chiripá, changando, pangaré, ñacurutú, vichará, guano, etc.”. El segundo está integrado por voces “españolas, pero que no se usan jamás en ese sentido por nadie que hable castellano, como rancho, quiebra, nación, sumida, armarse, friza, gateada, etc.” y el tercero tiene palabras “españolas y americanas, pero cuya pronunciación y significación son muy distintas, como redetir, Ay juna, malevo, tapera, apedarse, maturrango, orejiar, trajinista, redota, morao, guasquerse, etc, etc.” (Magariños Cervantes 1854: 302-303).

Aunque la clasificación en sí necesita algunos ajustes, es importante destacar la intención del autor de hacer un aporte al estudio de la conformación histórica del léxico de la variedad de español que está utilizando. En este sentido, plantea una taxonomía que posiciona a Magariños Cervantes como pionero en la materia.

Asimismo, Francisco Bauzá en su obra Estudios Literarios([1885] 1953: 207-245) explica el significado de varias voces que caracterizan el habla del gaucho. No lo hace en un formato vocabulario sino como incorporaciones al hilo de su escritura: “Cuando habla de su caballo, le llama mancarrón, a su mujer la china, a sus amigos aparceros, a los muchachos del campo charabones (avestruces) […] al mate le llama el verde, a la botella limeta, a los tragos de caña o de ginebra gorgoritos, a un buen caballo de paseo flete, al telégrafo eléctrico el chismoso, al ferrocarril en señal de admiración, el bárbaro” (Bauzá [1885] 1953: 211). También presenta breves definiciones para gringo, nación, sotreta, armas solas, pilotos, físicos, rancho, pulpería, ramada, boleadora, ñandú, charabón, picana, apartes, poncho, chiripá, pilchas, fogón abierto, pialar, pialadores de volcao (Bauzá [1885] 1953: 213 y ss) y para voces vinculadas al caballo y a la doma: potros o baguales, redomón, zancocho, caballos de médico padrino, bellaquear, maturrango (Bauzá [1885] 1953: 213 y ss).

Aclara el carácter familiar y afectivo de voces como taura, viejito quiebra, indio crudo, hombre gaucho (Bauzá [1885] 1953: 212) e incluso especifica el contexto de uso para casos como: “Si pide algo a mujeres: hágame el favor de darme eso, por su vida” (Bauzá [1885] 1953: 212) y “Si entra a una pulpería y le convida un extraño: gracias amigo, a pagar lo que guste” (Bauzá [1885] 1953: 212).

Bauzá recoge también dichos y frases gauchas: “Así para expresar que un hombre es valiente, dice de él: es como las armas; que un hombre es vivo, es como luz; para hablar de una mujer linda, es como las estrellas; para indicar un caballo rápido, es como águila; para elogiar a un individuo firme que no cede a los embates de la mala fortuna, es como cuadro […] Si le entusiasma alguna aventura heroica que le cuentan, demuestra su admiración por el héroe con esta exclamación: ¡Ah criollo! Si él narra algún lance en que un jinete bien montado evitó un sablazo o una lanzada, ladeando el caballo, dice que soslayó el pingo.

No dice “tome usted” sino velay” (Bauzá [1885] 1953: 211). También explica que “donde [el gaucho] agota todo el repertorio de sus dichos, es en la enumeración de las calidades de un caballo que estima, y así dice: es aseadito para andar, es liberal, es el péon de la casa, es mi crédito, es un trompo en la rienda, es manso de abajo, es seguidor en el camino, es liberal por donde lo busquen, es caballito mantenido, orejea como guanaco en cuanto divisa, es de buena vuelta, para el lazo es como cimbra, es escarceador y aseado, a donde quiera endereza, etc.” (Bauzá [1885] 1953: 211-212).

El glosario de Magariños Cervantes y las notas de Bauzá están íntimamente relacionados con los ensayos de los que forman parte pero no necesariamente están subordinados a ellos, como es el caso de los vocabularios de las obras literarias.

Para terminar, diremos que este capítulo de la historia de la lexicografía uruguaya debería incluir aquellos vocabularios o glosarios pertenecientes a la poesía gauchesca y que implican, muy particularmente, pensar una lexicografía íntimamente compartida con la de Argentina.

Dado que se trata de trabajos de fácil acceso y gran divulgación, no nos detenemos aquí en ello, pero referimos, entre otros, al poema de Bartolomé Hidalgo, “Un gaucho de la Guardia del Monte contesta al manifiesto de Fernando VII y saluda al Conde de Casa Flores con el siguiente cielito, escrito en su idioma” que aparece con varias notas de carácter léxico22; a la obra de Hilario Ascasubi, destacada por Ayestarán (1957) como el primer vocabulario regional que se publica en Montevideo;23 y al Martín Fierro de José Hernández24.

4. Lexicografía bilingüe: lenguas indígenas - español

Se trata de obras únicas en su género en el territorio que nos ocupa. Buscan consignar, registrar, ordenar, explicar y traducir voces de lenguas indígenas en peligro de extinción o ya extintas. Responden a una actitud vinculada al estudio y la investigación por parte de autores que en dos casos son religiosos y en un tercero, médico (Coll 2013b y Bertolotti y Coll 2014)25.

Larrañaga recoge voces del chaná, que ya estaba en vías de extinción, en el Compendio del idioma de la Nación Chaná (Larrañaga [1816] 1923)26. El propio Larrañaga escribe: “el idioma chaná […] de cuyas agonizantes generaciones, apenas existen unas tristes reliquias en la Parroquia de Santo Domingo de Soriano […] jamás mereció a la pluma la menor consideración. Esta es la primera vez, que sus voces dexan de perecer con el sonido y logran el beneficio de mirarse tranquilamente en el papel” (Larrañaga [1816] 1923: 163). El Compendio es producto de una inquietud por registrar material lingüístico - del tipo kuayó: “caballo”, kuayokái: “yegua”, esa: “carnero”, esákai: “oveja” (Larrañaga [1816] 1923: 169) - en aras de su preservación27.

Sabat Pebet y Figueira (1969) espigaron el Compendio en busca de voces de procedencia chaná, que presentaron en orden alfabético: dici: “sol”, etriek: “verdad”, gueés: “sed”, han: “arena”, hek: “boca”, huamá: “amigo”, hueiecás: “hambre”, huelcaimár: “mañana”, huimarmar: “trabajo”, Misat: “Misa”, nohán: “ciervo o venado”, oyendáu: “memoria”, quirimbata: “sábalo”, tehuimén: “señor”, tupá: “Dios” y algunos numerales (Sabat Pebet y Figueira 1969: 102 y ss.).

Por otra parte, Pérez Castellano también compiló un breve vocabulario bilingüe en lo que constituye un tímido aporte a la lexicografía español-araucano, una lengua indígena hablada fuera de los límites del Uruguay. Manifiesta así el afán de registro del autor, aunque no necesariamente vinculado a una lengua en extinción.

Aclara Pérez Castellano que escribe un “diccionario de algunas palabras de la lengua Aucá o Araucana según la explicación que me hizo de ellas un indiecito como de diez y seis años de edad, cuyo nombre de familia era el de Coviante, es decir que era hijo de Cacique, o de familia principal entre ellos” (Pérez Castellano apud Mané Garzón 2003: 73). Además explica cuál es el tenor de este diccionario: “Se ponen [estas voces] sin orden alfabético, y sólo de modo que a mí me ocurrió preguntar del equivalente en su lengua de la palabra castellana, que se me ofrecía” (Pérez Castellano apud Mañé Garzón 2003: 73).

Entre los 71 sustantivos que se registran aparecen “Dios”: Buecufue y “diablo”: calcú, al tiempo que se consignan fenómenos climáticos como “nieve”: piren, “granizo”: troncó, “rayo”: tralcan, “aguacero”: atramaoni. También están “luna”: Zuién, “estrella”: huan-len”, “agua”: co, “tierra”: mapú, “fuego”: zuetrál. Los animales son, entre otros, “carnero”: alcá, “vaca”: elchavuaca, “gato”: ñarqui, “perro”: cheiual, “tigre”: naunel, “león”: trapial, “avestruz”: choique, “guanaco”: luán, “ciervo”: pudzú, “loro”: choroi, “cotorra”: trecan, etc. Vinculados a la vegetación están “árbol”: tramamuél y “arboleda”: mamúel. También hay varias voces para las partes del cuerpo “cabeza”: lonco, “ojo”: ñie, “mano”: cueg, “dedo”: chañil-cuegy vocablos vinculados a las relaciones de parentesco: “padre”: chachai, “madre”: mamai, “hijo”: fooutum, “hija”: ñiñague, “abuelo”: lacú, “abuela”: chucú, “nieto”: tovañilacu, “nieta”: ñilacá, “hermano”: peñi, “hermana”: sacumen, “tío”: mallé, “tía”: cacá, “sobrino”: mimallé, “sobrina”: somomallé (Pérez Castellano apud Mañé Garzón 2003: 73-74). Se registran los numerales del 1 al 12, el 20, 30, 40, 50, etc., el 100 y el 1000, entre otros (Pérez Castellano apud Mañé Garzón 2003: 76).

En los escritos que anteriormente habíamos visto, Larrañaga y Pérez Castellano consignan voces indígenas del guaraní y del quechua que se están incorporando al español de la época. En estos, sin embargo, registran voces nativas procedentes de una lengua en extinción (como es el chaná) o de una lengua (como la araucana) que no prestó voces al español del futuro Uruguay.

Por último, a mediados de siglo, en un tiempo de acercamiento científico a las lenguas, Teodoro Vilardebó recopila voces del habla de los charrúas. Sus manuscritos se publican en 1937 bajo el título “Un vocabulario charrúa desconocido” y contienen anotaciones tomadas en entrevistas al sargento Silva, desertor del ejército que vivió entre grupos de charrúas, y a una indígena que conocía palabras de la lengua de esa etnia, realizadas respectivamente en 1841 y 184228. Es un trabajo lexicográfico modesto, basado principalmente en equivalentes. Se presentan algunas palabras en la lengua indígena, primero, y luego su equivalente en español en el caso de los datos provenientes de Silva que incluyen el “Sistema de numeración de los Charruas” y “Significado de algunas palabras de la lengua de los Charruas.” Cabe destacar, sin embargo, que después de la entrada na: “trae” cambia la dirección de los equivalentes, ya que las últimas tres voces se transcriben primero en español: “estate quieto”: misiajalaná, “vamos a dormir”: andó diabun, “cuñado”: guamanaí. Para el caso de los datos obtenidos de boca de la indígena que trabajaba para Arias - entre las que se incluye el sistema de numeración, sustantivos y verbos -, se presentan primero las voces en español y luego sus equivalentes en lengua indígena (Coll 2013a y Bertolotti y Coll 2014).

Los equivalentes no superan la extensión de una palabra, salvo en pocos casos como; laiu sam: “bola de dos que sirve para avestruces” y laidetí: “bola de tres para caballos”, ambas entradas precedidas por lai: “bolas” (apud Perea y Alonso 1938: 12). Las entradas no tienen marcas de uso, de pronunciación o de ningún tipo. Tampoco están acompañadas de definiciones, explicaciones, ejemplos o comentarios. Están dispuestas en listas a dos columnas.

No aparecen en orden alfabético y los dominios de la nomenclatura son siempre muy reducidos y se limitan a voces vinculadas con las partes del cuerpo humano, los fenómenos climáticos, los vínculos de parentesco, nombres de animales y algunos utensilios. A modo de ejemplo, citemos dos sustantivos referidos a vínculos de parentesco (inchalá: “hermano” y guamaní: “cuñado”), uno referido a un utensilio (tinú: “cuchillo”) y otro, a una bebida alcohólica (quícan: “caña”, apud Perea y Alonso 1938: 12). Además aparece Sepé: “sabio” (apud Perea y Alonso 1938: 12). Entre los sustantivos también se encuentran aquellos que refieren al “agua”: hué, al “fuego”: it, a la “luna”: guidaí y varios nombres de animales (“gato”: chibí, “mulita”: mautiblá, “caballo”: juai, “vaca”: belerá, “avestruz”: verá).

Las partes del cuerpo que se consignan son “ojo”: ijou, “nariz”: ibar, “boca”: ej, “mano”: guar, “pie”: atit, “brazo”: isbaj, “pierna”: caracú, “oreja”: iman, “cabeza”: is, “pelo”: itaj (apud Perea y Alonso 1938: 13). Para la flora se registra “ombú”: lajan y para la vestimenta “capa”: quillapí, aunque es una palabra guaraní. También se dan las voces para “muchacho”: itojmán y “muchacha”: chaloná (apud Perea y Alonso 1938: 13).

Cabe aclarar que hay serios cuestionamientos sobre si este vocabulario es estrictamente representativo de la lengua charrúa (ver Perea y Alonso 1938 y da Rosa 2013). En cualquier caso, la voluntad de consignar estos vocablos se vincula a la intención de inmortalizar ciertas voces de una lengua que claramente no es lengua ni del primer contacto (como la taína) ni es lengua general (como el náhuatl, el quechua o el guaraní). Es una lengua en las últimas etapas de un proceso de extinción, una lengua a punto de perderse en el siglo XIX, época en la que se produce un cambio fundamental en lo que tiene que ver con las lenguas indígenas como objeto de estudio.

Hay en estas prácticas lexicográficas una voluntad de registrar, consignar y comentar lo diferente al español. Hay un tratamiento particular de los indigenismos y de las lenguas indígenas de la región que hacen que estas prácticas puedan ser consideradas un capítulo aparte a la hora de periodizar la lexicografía del Uruguay.

5. Consideraciones finales

Nuestra propuesta de periodización de la lexicografía escrita en territorio uruguayo en el siglo XIX incluye cuatro capítulos que van desde las notas de los primeros cronistas y viajeros hasta una tímida lexicografía bilingüe español-lenguas indígenas, pasando por las prácticas lexicográficas de los primeros escritores montevideanos y los vocabularios y glosarios que se anexan a obras de carácter ficcional y ensayístico. Describimos asimismo las principales obras que definen cada uno de estos capítulos e hicimos concretas referencias a las condiciones históricas y sociales que enmarcan la producción lexicográfica en cada etapa.

En todos los casos, resaltan los diferentes mecanismos de nominación usados para referirse a una realidad que tiene que ser explicada al potencial lector de obras tan dispares como la de los primeros viajeros y la de escritores consagrados de la literatura nacional. Se crean nuevas palabras que necesitan ser explicadas o se aclaran y definen voces patrimoniales que han adquirido en la región nuevos usos y significados, al tiempo que se glosan indigenismos.

Se recurre a diferentes mecanismos de incorporación como definiciones, paráfrasis, traducciones, sinonimia, etc. que se escriben en el cuerpo del texto, en notas a pie de página o al final del texto, o en breves vocabularios.

Falta, sin embargo, ahondar en algunos aspectos de esta periodización. Falta una mirada que pueda vincular los diferentes capítulos entre sí, una mirada que pueda rescatar el hecho de que Azara fue fuente para Magariños Cervantes, que Fernández y Medina se base en Pérez Castellano para algunas de sus definiciones, etc. Falta ver la íntima relación entre estas obras y las pioneras obras de los Bermúdez y Granada. Falta profundizar en los lazos que unen estrechamente esta lexicografía con la de Argentina. Falta además explorar en el hecho de que no podemos proponer un capítulo vinculado a diccionarios de regionalismos en el siglo XIX en Uruguay, ya que no existe ninguna obra de este tenor, como sí existe, por ejemplo, un temprano diccionario de catamarqueñismos en la historia de la lexicografía argentina (Barcia 2004: 62).

Aun así, la historia de la lexicografía del Uruguay comienza de a poco a escribirse y, con ella, se construye también la historiografía lingüística del país.

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Recibido: 13 de Abril de 2017; Aprobado: 15 de Mayo de 2017

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