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Archivos de Medicina Interna

versão impressa ISSN 0250-3816versão On-line ISSN 1688-423X

Arch. Med Int vol.37 no. 2 Montevideo jul. 2015

 

Medicina y sociedad

 

 

Qué significa una medicina más humana en tiempos de la industria de la salud-enfermedad

 

The meaning of a more humane medicine in times of the health/disease industry

 

Dr. Álvaro Díaz Berenguer

Profesor Agregado de Clínica Médica 2. Hospital Pasteur. Montevideo.

Correspondencia: aldaba@adinet.com.uy

 

Palabras clave: relación médico-paciente, deshumanización, bioética, profesionalismo.

Keywords: doctor-patient relationship, Dehumanization, Bioethics, Professionalism.

 

 

Humano-deshumanizado

 

Hay un descontento social en relación a la atención médica que recibe el común de las personas en los sistemas sanitarios en muchas partes de mundo occidental. No es un fenómeno circunstancial ni local, sino global y estructural. Sin entrar en las causas de fondo, las quejas se centran sobre todo en la deshumanización del proceso asistencial, en la pérdida de la calidad humana de los profesionales de la medicina.

El fenómeno de la deshumanización no se restringe a la Medicina sino que compromete a la sociedad contemporánea occidental en casi todos sus rincones. En algunos es más evidente que en otros. En el caso de la medicina el fenómeno de la deshumanización destruye la misión de la profesión.

Esta palabra, “deshumanización”: ¿sabemos lo que significa? ¿es posible definirla con precisión”?

Pareciera que lo humano es esa característica esencial que permite diferenciar al hombre del animal. En este sentido el carácter deshumanizado se asimilaría a lo animalizado o bestializado. Desde este punto de vista, la atención médica deshumanizada se refiere a la atención de las personas como si fueran animales. Esta definición metafórica es útil, pero no alcanza para dar toda la dimensión del carácter de lo inhumano. Para responder a la pregunta es necesario adentrarse atrevidamente en varios territorios: en el de la filosofía y algo en el de la historia, en lo que se conoce como humanismo y positivismo, pero también en el territorio de la antropología y de la sociología, en lo que se conoce como postmodernismo.

El carácter de lo humano se vincula con la definición de humanismo, que puede variar según la corriente filosófica que se considere, aunque existe un común denominador vinculado con su origen en el espíritu renacentista, que se liberó del corsé religioso medieval para revalorar al hombre en cuerpo y alma, redescubriendo el valor humano de la antigüedad clásica y sus fundamentos en las artes.

El humanismo renacentista trae a la vida a un nuevo ser, aunque enraizado en la antigua cultura greco-romana. A este nuevo ser humano el Renacimiento le otorga una característica esencial: el poder de decidir su destino, liberándolo de tradiciones y preconceptos, y lo hace poseedor de un cuerpo. Se enfrenta así a las concepciones religiosas de la Iglesia Católica, desplazando a Dios para colocar en el centro al ser humano de carne y hueso con su historia (verdadera corriente antropocentrista).

Pero al liberarse del corsé religioso de la edad media, también se inicia el camino de la ciencia y del método científico, que desembocó luego en la corriente del positivismo, que afirma que el conocimiento se basa exclusivamente en la ciencia y en su método. La Ciencia suplantó a la Religión y como efecto colateral nació un nuevo poder y un nuevo corsé: el del saber científico que se hizo dueño de la verdad. El positivismo con el correr de los últimos dos siglos dejó al humanismo a un costado, del cual en última instancia se desprendió, y transformó al sujeto en objeto. El hombre en el centro, pero no ya como sujeto sino como objeto de investigación.

Mientras por un lado al individuo se lo considera el valor fundamental, con sus dilemas éticos, su libertad para elegir entre el Bien y el Mal, al mismo tiempo la visión científica y su proyección tecnológica que se concretó en las máquinas, lo clasifica, lo reduce a números y estadísticas, le hizo perder su valor intrínseco, y fundamentalmente lo esclavizó, lo sometió a una nueva verdad.

Según el filósofo inglés Bertrand Russell, la autoridad de la Ciencia a diferencia de la Iglesia no formula un sistema completo que abarca a la moral humana y sus esperanzas, 1 pero sin embargo se adueñó de la verdad y a través de las conquistas de la Técnica, proyectó un sentimiento de poderío universal sobre la naturaleza. Russell afirma que “El efecto más importante de la producción maquinista sobre el panorama imaginativo del mundo es un inmenso aumento en el sentimiento del poder humano”.1 Es cierto que el hombre adquirió poder sobre la Naturaleza y sobre sí mismo, incluyendo su vida, sus enfermedades y su muerte, pero la conciencia de ello se expandió con la ilusión de un poderío sobrenatural. Desde la óptica del positivismo, todo tiene su causa y todo puede ser previsto; quien posee el conocimiento de las causas tiene el futuro en sus manos. Esta confianza en la Ciencia como herramienta todopoderosa la hizo receptáculo de intereses humanos encontrados.

 

Frankenstein

 

Bertrand Russell, descontento con el rumbo de la civilización del último siglo, plantea que habría que: “Idear una filosofía capaz de contender con los hombres intoxicados por la perspectiva de un poder casi ilimitado y también con la apatía de los que no tienen ningún poder, es la tarea más apremiante de nuestra época”1.

La Ciencia y la Técnica colocan y tratan al sujeto como objeto desde una posición de poder, y le hacen perder su valor intrínseco lo que desemboca en “deshumanización” y sometimiento. Conocer también es poseer, conquistar. El conocimiento científico de hoy sirve a estos fines.

En los consultorios médicos actuales con frecuencia se encuentran dos personas que no saben sus nombres, no saben sus historias, no saben quiénes son, pero que se vinculan en una asimetría de poder: uno viene a pedir ayuda a un santuario idealizado donde no existe la incertidumbre sino la verdad de la Ciencia, y otro, que detenta la sabiduría científica con la que podría curar y que no sabe que muchas veces no puede hacerlo; hay un sometimiento implícito; allí surgen las culpas y la violencia. Es una medicina inhumana.

 La historia de la conciencia de la deshumanización y de la potencialidad bárbara de la Ciencia, comienza en 1818 con la novela de Mary Wollstonecraft Godwin (cuyo seudónimo es Mary Shelley) y la creación de un monstruo por Frankenstein. La obra constituye una alegoría y una premonición. La Ciencia amoral en manos de inescrupulosos culmina generando un ser monstruoso, en cuerpo y espíritu. La misma idea con variantes se ha multiplicado en infinidad de relatos, películas, dibujos animados, donde el centro es la potencialidad dañina de los detentores del poder de la ciencia.

El humanismo de nuestro tiempo se centra ahora en recobrar algo perdido; el rumbo solidario y pacífico de nuestra especie, entre los tentáculos de la ambición humana. Se levanta contra los poderes preestablecidos. Este es el “carácter humano” que se le reclama a la medicina actual. La bioética anglosajona con Van Rensselaer Potter, nace como un intento para recobrar el rumbo, uniendo a través de un puente la Ciencia con las Humanidades al advertir que el “progreso de la civilización” va por mal camino. Potter plantea la necesidad de conocer la naturaleza humana como prioridad.

La diferencia fundamental entre el animal y el ser humano es el fenómeno cultural que se acrecienta de generación en generación por transmisión de la sumatoria de experiencias individuales. La cultura recoge el trascurrir de la humanidad durante millones de años, y por ello cada vez se aleja más y más del animal, incrementando su capacidad de modificar la realidad. La Ciencia y la Técnica integran el fenómeno cultural de los últimos siglos dándole un giro vertiginoso y quitándole espacio a otras formas ancestrales de conocer. Cuanto más culto es el ser humano, es más humano, siempre que esa cultura integre todas las formas de conocer que incluyen el conocimiento sobre sus propias formas de ser y actuar, de considerar lo bueno y lo malo, de ubicación en el devenir histórico de sus congéneres. La Ciencia sin ese sostén está perdida y puede generar más sufrimientos que beneficios.

George Steiner afirma que “El abismo entre los códigos verbal y matemático se abre cada día más. En ambas orillas hay hombres que para los otros son analfabetos” 2 y es tan inculto el que no conoce a Shakespeare como el que no conoce la tercera ley de la termodinámica. Pero sin embargo el primero viene cargado de palabras y reflexión sobre valores morales, lo que obliga a pensarse; el otro no.

 

La bioética

 

Compartimos los dichos de Luis María Murillo Sarmiento cuando dice que: “La humanidad no es simplemente sentimentalismo. El germen que transita los principios de no maleficencia y de beneficencia, alcanza en la humanidad su manifestación sublime. Efectivamente la humanidad mora en los terrenos de la ética; la bioética la tiene en sus dominios.” 3

La bioética es un intento para resolver el conflicto entre una Ciencia desbocada y el sufrimiento humano que ella genera. Se concentró fundamentalmente en el área médica, como una herramienta de trabajo, pero abarca a todas las acciones humanas, en especial cuando se vinculan con la vida, sea cual sea su forma; una ética aplicada que se expandió rápidamente a partir del epicentro norteamericano, como respuesta a las atrocidades de la investigación científica en ese país.

En Europa hay un tinte o matiz, distinto que nace en las primeras décadas del siglo XX, con el alemán Viktor Von Weizsäcker y la llamada escuela de Heidelberg. Weizsäcker fue internista y neurólogo; fundó la antropología médica y el área psicosomática. Para la psicoanalista estadounidense Donna Orange 4, la tradición humanista europea incluye una preferencia por el pensamiento renacentista por sobre la superstición y la autoridad; una aversión a todas las formas de reduccionismo científico; una valoración de la solidaridad, el diálogo y la inclusión; un interés continuo en aquello que constituye una buena vida humana.

Desde Heráclito sabemos que el pensar es común a todos los humanos y que gracias a ello nos reconocemos; hay algo inasible compartido; algo inmaterial no objetivable ni medible, que está en el uno y en los otros, en el yo y en los semejantes, gracias a lo cual soy y son ustedes, y que reposa en la cultura. Según Orange, el humanismo se basa en que “ninguna forma de otredad yace fuera de las posibilidades de ser entendida por alguien 4. Aflora la afirmación de Heidegger: el ser humano habita en el lenguaje.

No hay Ciencia que permita definir lo que entendemos por alma o espíritu humano, porque no hay prueba ni evidencia de ello. No hay neurotransmisor, ni grupo neuronal, que permitan definir quién es cada uno de nosotros, ni reproducir nuestros recuerdos, ni nuestra historia, ni nuestros dilemas morales, ni nuestra sensibilidad ante el sufrimiento del congénere (a pesar del descubrimiento de las neuronas espejo). Sin embargo la Ciencia está obsesionada en definir lo que somos desde hace tiempo, sobre la base de parámetros objetivos sobre los cuales poder operar. Ya en 1821 el médico autopsista de Napoleón, Antomarchi, quiso abrir el cráneo del emperador para poder encontrar allí las causas de su magnificencia: no lo dejaron; no hubiera encontrado nada distinto al cerebro de otros seres humanos. El problema de la genialidad radica sí en el cerebro, pero por su vinculación con otros cerebros. En soledad el ser humano no es nadie. El alma nace, se hace y muere compartida. Decía Borges algo así: “Moriré cuando muera el último que me recuerde”.

A partir de la “inhumanidad” de las masacres de la segunda guerra mundial, nacen los derechos humanos frente a la toma de conciencia del riesgo de la extinción de la vida sobre la tierra y de las formas más terribles de exclusión, y que parten en última instancia de considerar a otros seres humanos como objetos sin alma. La Ciencia y la Tecnología generaron las armas que mostraron allí su potencia más terrible.

 

 

La mercadotecnia

 

A pesar los movimientos de posguerra en la búsqueda en el equilibrio de poder entre las naciones y la defensa de lo que se denominó derechos humanos, hay un desprestigio progresivo del Humanismo en la últimas décadas, que se vincula fundamentalmente con nuevas concepciones de la existencia humana impuestas por una sociedad de consumo, que privilegia el pragmatismo y el utilitarismo, el poder y el tener, el cuerpo y su belleza. El marketing contemporáneo estimula al Yo transformándolo en Rey de sí mismo, que permanece frustrado por deseos ilimitados imposibles de satisfacer. Para ello utiliza un lenguaje cada vez más estrecho; dice George Steiner “Los “investigadores de la motivación”, esos sepultureros del lenguaje culto, nos dicen que el anuncio perfecto no debe tener palabras de más de dos sílabas ni oraciones con frases subordinadas”2. Por ello el ser humano contemporáneo, a pesar del enorme desarrollo de los medios de comunicación, cada vez se comunica menos; a pesar de vivir en enormes hormigueros humanos, se convierte en un ser aislado; lo único común son las marcas comerciales que se exponen como zanahorias delante del burro; poco importa el congénere que se transforma en un competidor por la marca, por la zanahoria. El alma se desvanece.

La Tecno-ciencia también influye a través de diversas formas de la mercadotecnia en la concepción de la juventud, de la vejez, de la muerte y de las distintas enfermedades, hasta transformarse en una verdadera industria de la salud-enfermedad. Una vez establecida una enfermedad esta requiere tratamiento, y allí apuntan diversos intereses comerciales, que logran su cometido. ¿Es necesaria la plurifarmacia que tortura a las personas añosas de nuestra sociedad? ¿Es necesaria tanta medicalización de los niños inquietos? ¿Cuántos medicamentos vienen santiguados como agua de una fuente de la juventud eterna, sin la evidencia correspondiente? Todas estas cosas ocurren por imposición de la industria de la salud-enfermedad.

El problema humano contemporáneo es una cuestión que trata, como desde hace muchísimo tiempo sobre el ser o el no ser, pero con un matiz: en la actualidad ese problema se restringe entre ser sujeto digno o ser un objeto clasificado y calificado, un número, una cosa, al fin y al cabo, un medio útil a intereses ajenos.

 

La empatía y el sacrificio

 

La empatía, tan necesaria para conocer al otro, y que es una de las características fundamentales de lo humano, no alcanza. La empatía también puede servir a los torturadores, conquistadores o exterminadores. Hay conocimiento acumulado y explícito de cómo torturar, cómo dominar, cómo inducir. Hay Ciencia de cómo hacer sufrir sobre la base de la empatía. Es decir que para definir lo humano no alcanza la empatía. Falta la compasión y la piedad.

La diferencia fundamental del proceder calificado como humano, en relación a formas de proceder inhumanas, es el propósito subyacente en el acto de conocer. Lo propiamente humano no reposa solo en la capacidad de empatía, sino que tiene tras de sí un esquema de valores que se vinculan con los afectos y el reconocimiento irracional de consideración del otro; es una forma de conocer que da, que otorga valor al otro: la base de la solidaridad y del sacrificio; del sufrimiento propio por ayudar al congénere. El otro, entendido como un fin en sí mismo, y no como un medio para satisfacer intereses ajenos o los del propio médico. El proceder médico se puede catalogar de humano, cuando se analiza a sí mismo a través de los ojos del paciente, mientras que el proceder inhumano, que puede tener a la ciencia como aliada, es ciego.

Los seres humanos oscilamos entre el reconocimiento de los derechos del otro y el deseo de su sometimiento. El médico oscila de igual modo en relación a su paciente. Es un fenómeno humano por naturaleza que es la base de la moral.

Cuando no podemos mirarnos a través de los ojos del otro, se pierden las identidades, que son esenciales para nuestra definición de existencia y para una práctica médica eficaz. Nuestra definición requiere de la mirada del otro. En la sociedad contemporánea en la medida que el otro no existe, ni siquiera es un extraño, el otro no es ni siquiera otro, nuestra identidad comunitaria se desvanece, para prevalecer una identidad individualista, solitaria, que vaga entre cantos de sirenas. No es raro por tanto que surjan otras formas de identidad colectiva, las llamadas tribus suburbanas.

Según Orange, el humanismo se basa en que “ninguna forma de otredad yace fuera de las posibilidades de ser entendida por alguien4. Por el contrario lo inhumano se basa en la incapacidad de entender al otro. A pesar del desarrollo civilizatorio de las diferentes culturas del mundo de hoy, los sentimientos de superioridad no desaparecen. Hay culturas, y subculturas también, que toman sus propios valores como valores universales y tratan de someter a otras para que los adopten.

Los médicos estamos inmersos en una subcultura particular, que nos distingue del resto de la sociedad para bien y para mal. A través de ella imponemos y sometemos a nuestros pacientes, a los que con frecuencia tratamos como objetos clasificados, cuantificados, cibernetizados. Para tratar de revertir este fenómeno nacen movimientos que retoman la formación humanística en casi todas las escuelas médicas del mundo occidental en las últimas décadas del siglo XX.

La pregunta que debemos hacernos aquí: ¿sólo la educación puede humanizar a una sociedad globalmente deshumanizada? ¿o se requieren además cambios estructurales que impidan que la penetración cultural esclavizante, la competencia y el consumo rijan los rumbos de la humanidad? Es probable que la educación en Humanidades solo represente un camino entre muchos posibles en la construcción de una humanidad más solidaria.

El humanismo actual se resiste a los cambios de la sociedad contemporánea y a la transformación científica-tecnológica del sujeto en objeto. La resistencia consiste en despertar las sensibilidades para ver y verse según el otro al que veo; como diría Tzvetan Todorov, las dos instancias de una misma humanidad.

Para lograr esto se recurre a la formación cultural en el sentido amplio de la palabra, esto es con inclusión de las artes y en particular de la psicología, la antropología, la filosofía, la sociología, la historia, la literatura, pero con poco éxito. Esta es una sociedad que se ha quedado sin tiempo, donde todo es urgente; la formación humanista por tanto queda muchas veces acotada a pocas horas, restringida y enquistada en los ámbitos intelectual o académico; relegada ante las materias utilitarias, que permiten fácil acceso al mercado laboral. Y así se forman técnicos en lugar de ciudadanos; se forman competidores en lugar de seres solidarios; se forman engreídos en lugar de humildes; comerciantes en lugar de samaritanos. Es frecuente que las estructuras edilicias de la salud, que albergan impresionantes adelantos tecnológicos, tienen poco o ningún espacio reservado a la comunicación entre médico y paciente-familia.

Permanece vigente la frase de Ortega y Gasset: “Es preciso que el hombre de ciencia deje de ser lo que hoy es con deplorable frecuencia: un bárbaro que sabe mucho de una cosa” 5. Es urgente que la formación médica cambie su orientación extremadamente positivista, no porque la herramienta de la Ciencia no sea importante, sino para evitar que se postergue al paciente y a su entorno, que son el fin mismo de la medicina. No se deben formar científicos que hacen medicina, sino médicos que utilizan la ciencia como una herramienta más, dentro de un conjunto disponibles, de las cuales la más importante es la comunicación. El silencio para escuchar, luego la palabra y finalmente la mano que toca, son las herramientas fundamentales del médico. Hay un tiempo para que esto ocurra, que no es aquel determinado por el proceso del sistema asistencial y regido por gerentes obsesionados por la productividad, sino por las necesidades del acto asistencial en sí. El tiempo también forma parte de la atención humana, ya que de él depende la existencia compartida: el acto de cobijar y acompañar al enfermo.

 

 

bibliografía

 
1. Russell B. Historia de la Filosofía Occidental. Tomo II. Buenos Aires: Espasa Calpe; 1947.
2. Steiner G. Lenguaje y silencio. Barcelona: Gedisa; 1982.
3. Murillo Sarmiento L.M. La deshumanización en la salud. Consideraciones de un protagonista. Bogotá: Cargraphics; 2009.
4. Orange D.M. Pensar la práctica clínica. Santiago de Chile: Cuatro vientos; 2012.
5. Ortega y Gasset J. La misión de la Universidad. Madrid: Ed. Revista de Occidente; 1930.

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