La invitación a escribir un editorial para la presente edición de la Revista Médica del Uruguay (RMU) constituye un doble desafío. En primer lugar, porque implica volcar reflexiones en una de las principales revistas científicas nacionales, con un proceso de validación de la producción supervisado, que cuida mantener estándares éticos de excelencia -declaración de conflictos de intereses, financiación transparente, sin costos para los autores y acceso gratuito online- y apuesta a representar un nodo uruguayo en la red de revistas internacionales. En segundo lugar, porque la invitación solicita explicitar reflexiones acerca de un tópico tan complejo como necesario: ¿Cuál es el valor de las publicaciones nacionales en un contexto donde las métricas de evaluación académica ponderan y priorizan las publicaciones en plataformas globales?.
Ambos desafíos no son independientes. La vocación de la RMU no es exclusivamente una plataforma para la publicación de artículos científicos bajo criterios de calidad propios de la producción académica. Es, también, un medio a través del cual se disemina el conocimiento entre los profesionales de la medicina -sin distinción de especialidad ni adscripción institucional- en el país. Desde esta perspectiva, constituye un dispositivo que busca generalizar el acceso al conocimiento avanzado en las comunidades médicas, fomentando su formación permanente y evitando el encapsulamiento del acceso a los avances científicos en espacios acotados. No hay extensión académica sin buena invitación académica y la RMU articula ambas finalidades con solvencia y reconocimiento. Esta dimensión, muchas veces olvidada, brinda un valor intrínseco al esfuerzo académico de la RMU y constituye un elemento relevante para sostener e impulsar la revista con los estándares de calidad mencionados y reconocer su valor como plataforma académica. En buena medida, la constitución de sistemas de investigación endógenos imprescindibles para el desarrollo nacional requieren contar con espacios de publicación y validación científica nacionales solventes, como lo es la RMU.
La producción académica en general y la investigación biomédica en particular se sostienen y propulsan a través de redes internacionales de calidad. Si hay algún hecho estilizado del impulso científico que ha caracterizado la evolución de la humanidad desde la Ilustración en el siglo XVIII hasta la fecha, es que la actividad científica trasciende localismos y nacionalismos, se enriquece a través de los lazos que unen comunidades diversas y presupone la incorporación sistemática de miradas críticas, cuya constitución son un antídoto contra la endogamia de comunidades cerradas. Incluso, es posible ir más atrás en el tiempo. Las universidades, como principal plataforma institucional para la formación de alto nivel y la investigación, desde su surgimiento en el Medioevo europeo, son espacios globales donde circulan personas y conocimiento. Autores que investigan en educación superior y en redes de investigación, como Simon Marginson2, afirman que las universidades y las comunidades científicas han vivido en una antinomia permanente: la tensión entre su adscripción y pertenencia local -al país o ciudad de referencia o a la sociedad de pertenencia, que muchas veces la mantiene- y su vocación global. Toda comunidad académica es parte simultáneamente de una sociedad concreta -con preocupaciones y culturas idiosincráticas- y parte de una red global donde se encuentran con pares cuya finalidad es común: fomentar la generación de nuevo conocimiento.
Quiero hacer énfasis en estos contrastes: la tensión entre generar plataformas endógenas de conocimiento y las tentaciones endogámicas y la tensión entre lo local y lo global. Es en estas dos tensiones que hay que entender y problematizar la relevancia de impulsar publicaciones científicas nacionales.
La marginalización de las publicaciones nacionales o el renunciamiento a contar con plataformas de publicaciones científicas en el país presupone una forma de asumir y consolidar una inserción subordinada de nuestras comunidades académicas en las redes globales. A la vez, su ausencia sería otro incentivo para no dedicar esfuerzos de investigación a problemáticas relevantes para el mundo subdesarrollado, pero no centrales para el mundo desarrollado. La biomedicina es una de las áreas donde el problema de la subinversión en investigación a problemas cuya prevalencia es mayor en sociedades menos opulentas es más agudo1. Las revistas nacionales importan también para jerarquizar estos temas y valorar la producción académica de forma más equitativa.
El riesgo de la endogamia, por supuesto, está latente si la jerarquización de las publicaciones nacionales “desplaza” el incentivo a someterse al escrutinio riguroso de las redes internacionales de generación del conocimiento. Ese riesgo es más alto en países pequeños, como el nuestro. Por esta razón, las estrategias deben articular la promoción de revistas científicas con anclaje nacional con la ampliación de la colaboración internacional en las propias revistas -comités editoriales internacionales, evaluaciones externas que utilicen las redes a las que pertenecen nuestras comunidades con tal finalidad- y la vocación por hacer atractivas las publicaciones locales para investigadores de otras latitudes. Ambos caminos los recorre la RMU. Pero debemos ser conscientes de que no necesariamente es siempre el patrón preponderante en otros esfuerzos editoriales y la emulación de estas buenas prácticas es un objetivo que las políticas científicas y académicas deben impulsar.
Debemos lograr conjugar el respeto y la valoración de las publicaciones en revistas nacionales y plataformas construidas con parámetros propios de la investigación de frontera y el incentivo a participar en comunidades globales. Parte de esta tarea es propia de una política nacional: ¿Cómo valora el Sistema Nacional de Investigadores o el Régimen de Dedicación Total de la Universidad la producción científica publicada con estándares altos en el país? Otra parte tiene que ver con impulsar desde las políticas -y aceptar desde las comunidades académicas-, la utilización de una mezcla inteligente para que los programas de investigación distribuyan sus resultados de manera distinta entre revistas nacionales, regionales y globales. En definitiva, tanto desde una perspectiva institucional y nacional como de las prácticas científicas, la tarea radica en internalizar el carácter complementario y no competitivo de las publicaciones nacionales e internacionales. Es en esa complementariedad donde puede apoyarse un desarrollo académico endógeno no subordinado. Los incentivos de las políticas y de los mecanismos de reconocimiento globales no parecen alinearse en esta dirección, pero, más que una excusa, esta constatación pone de relieve la importancia de las políticas. Es en la arena de la orientación estratégica de los sistemas de ciencia y tecnología desde un pequeño país, como Uruguay, donde se debe discutir y proponer incentivos que apuesten a esa complementariedad y ubiquen como un logro relevante la presencia de revistas científicas nacionales capaces de dialogar a escala global.