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Revista Médica del Uruguay
versão On-line ISSN 1688-0390
Rev. Méd. Urug. vol.26 no.3 Montevideo set. 2010
Kempis
Dr. Hugo Dibarboure Icasuriaga*
* Médico. Uruguay.
Correspondencia: Dr. Hugo Dibarboure Icasuriaga
Sarmiento 2258, CP 11300. Montevideo, Uruguay
Correo electrónico: dibarsan@adinet.com.uy
Me piden de la Revista Médica del Uruguay una nota de recuerdo de Kempis Vidal Beretervide. Me resulta muy difícil.
Traté a Kempis con asiduidad cuando fui docente de la cátedra de Farmacodinamia y Terapéutica de la Facultad de Medicina. Él era grado 4 y yo grado 2. Establecimos una relación amistosa que recordándola la califico como fraterna. Sentía a Kempis como el hermano mayor, y ahora pienso que él se sentía cómodo conmigo ejerciendo esa función tal vez sin conciencia de ella.
Teniendo experiencia sobre cómo se establecen comúnmente las relaciones jerárquicas, en especial en otros países, pienso que aquella situación expresaba el ejercicio vital, natural, espontáneo, del proverbio español "nadie es más que nadie". Es decir, no hay nada mayor que la propia condición humana.
Kempis era como amigo de todos. De cada uno, es decir del individuo, no del conjunto, para el que reservaba sus convicciones políticas. Esa bonhomía en un hombre de enorme jerarquía intelectual, que lograba la excelencia en el desempeño de sus funciones profesionales, hacía que el uso de su jerarquía burocrática fuera innecesario, prescindible.
En esa época fui responsable de las prácticas de los estudiantes que trabajaban y que no podían concurrir a las horas en que se desarrollaban normalmente. Medió una resolución del Consejo autorizándolas. Las hacíamos de 7 y media de la noche hasta que cantaran los gallos, es decir a las 10, 10 y media, 11 de la noche. Había que dejar limpio el laboratorio en el que trabajábamos, apto para su uso al otro día. Varios nos remangábamos para la limpieza, alternándose los estudiantes que ayudaban. Entonces el único docente que con cierta frecuencia nos acompañó, que se aparecía en la mitad de la práctica, como subrepticiamente, como cómplice de una docencia que parecía clandestina aunque no lo fuera, era Kempis. Llegaba con una carga de fainá y cerveza, que sí eran clandestinos, y que ahora pienso que dotaban a aquella actividad de cierto componente confrontador del orden establecido que, además, tal vez le trajeran reminiscencias de su internado del Maciel. Después terminábamos en el Alcalá, cuando tenía piso de madera y aserrín con la lluvia. Entonces conversábamos de todo. Hasta de poesía en ancas del gran César Vallejo.
En relación con la coherencia propia de su persona, cuando la dictadura, fue capaz de no firmar la llamada Carta de fe democrática aunque sabía que le costaba el cargo que desempeñaba "full time". Es decir que se quedaba en la calle y de a pie. Se fue a Venezuela para sobrevivir, donde, confiesa, que no se pudo adaptar.
Finalmente, tuve la muy grata y emocionante oportunidad de ayudarlo cuando andaba en trámites jubilatorios, buscando y arreglando papeles, es decir recorriendo meandros burocráticos ajenos a su naturaleza. Llegó hasta mí en el CASMU, con cierto grado de angustia por su situación. Así que me sentí muy gratificado por la vida cuando le dije, sin mirar nada de todo el papeleo, dejame todo que yo lo arreglo. Por las buenas o por las que sean, pero lo arreglo. Él me miró sonriendo, algo sorprendido de aquella seguridad irracional, es decir absoluta, que lo dejaba tranquilo. Tomamos varios cafés, charlamos como en el Alcalá, nos despedimos con un abrazo. Fue la última vez que estuve con él.