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Revista Uruguaya de Antropología y Etnografía

versión impresa ISSN 2393-7068versión On-line ISSN 2393-6886

Rev. urug. Antropología y Etnografía vol.8 no.1 Montevideo  2023  Epub 01-Jun-2023

https://doi.org/10.29112/ruae.v8i1.1830 

Dossier

Un tour por tus caderas.1 Bailar reggaetón en un gimnasio femenino de Montevideo

A tour of your hips. Dancing reggaeton in a women’s gym in Montevideo

Um passeio pelos seus quadris Dançando reggaeton em uma academia feminina em Montevidéu

María Noel Curbelo Otegui1 
http://orcid.org/0000-0002-7029-2876

1 Doctorado en Antropología, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad de la República. Montevideo, Uruguay, ma.noelcurbelo@gmail.com


Resumen:

Las clases de zumba y la práctica de bailar reggaetón parece cobrar un sentido de resistencia y de huida de los espacios domésticos de cuidado y crianza de mujeres que asisten a un gimnasio de uso exclusivamente femenino, así como una fuerte apropiación de un lugar de autonomía y erotismo alejado de la mirada masculina. Con ese ritmo que se escucha donde sea que vayamos, bailé con ellas dos horas por semana durante casi dos años como parte de una etnografía en un gimnasio femenino de un barrio considerado popular del oeste montevideano.

Rodeada de espejos, nos mirábamos televisivamente. El salón como una cápsula de colores en un tiempo definido en ritmo y un espacio de meneos hasta abajo en el cuadrado que ocupan nuestros cuerpos. En ellos, también las vidas, el trabajo, la familia, los cuidados, las comidas, las apreciaciones estéticas y el sentido de este baile que logra incomodar en sus formas, en sus letras, en su modo pero que permite destapar algo. Algo de las caderas que no sea cuidados, reproducción, crianza. Algo que se transgrede con su perreo. Una fuente de energía, una recarga, un espacio y tiempo propios.

Palabras claves: zumba; reggaetón; etnografía; reflexividad

Abstract:

Zumba classes and the practice of dancing reggaeton seem to gain a sense of resistance and flight from the domestic spaces of care and upbringing of women who attend a gym exclusively for women, as well as a strong appropriation of a place of autonomy and eroticism away from the male gaze. With that rhythm that is heard wherever we go, I danced with them two hours a week for almost two years as part of an ethnography in a women's gym in a neighborhood considered popular in western Montevideo.

Surrounded by mirrors, we looked at each other on television. The living room as a capsule of colors in a time defined in rhythm and a space of wiggles all the way down in the square that our bodies occupy. In them, also the lives, the work, the family, the care, the meals, the aesthetic appreciations and the sense of this dance that manages to bother in its forms, in its lyrics, in its way but that allows to uncover something. Something about the hips that is not care, reproduction, upbringing. Something that is transgressed with his perreo. A source of energy, a recharge, a space and time of their own.

Keywords: zumba; reggaeton; ethnography; reflexivity

Resumo:

As aulas de zumba e a prática de dançar reggaeton parecem ganhar um sentido de resistência e fuga dos espaços domésticos de cuidado e educação das mulheres que frequentam uma academia exclusivamente feminina, bem como uma forte apropriação de um lugar de autonomia e erotismo longe de o olhar masculino. Com esse ritmo que se ouve por onde passamos, dancei com elas duas horas por semana durante quase dois anos como parte de uma etnografia em uma academia feminina de um bairro considerado popular na zona oeste de Montevidéu. Cercados por espelhos, nos olhamos na televisão. A sala como uma cápsula de cores num tempo definido em ritmo e um espaço de meneios até ao fundo da praça que os nossos corpos ocupam. Neles, também as vivências, o trabalho, a família, os cuidados, as refeições, as apreciações estéticas e o sentido desta dança que consegue incomodar nas suas formas, nas suas letras, no seu jeito mas que permite desvendar algo. Algo sobre os quadris que não é cuidado, reprodução, educação. Algo que é transgredido com seuperreo. Uma fonte de energia, uma recarga, um espaço e tempo só deles.

Palavras-chave: zumba; reggaeton; etnografia; reflexividade

Introducción

Este artículo es parte de una etnografía actualmente en proceso de escritura, cuyo objetivo es describir y analizar la articulación entre dimensiones de género, trayectoria de vida y cuestiones en torno a la estética en un gimnasio femenino de un barrio popular del oeste de Montevideo.

El trabajo de campo de inmersión duró un año y medio. Allí me dispuse a conocer de primera mano a muchas de las mujeres que acudían al gimnasio: haciendo las clases con ellas, llevando mi cuerpo a esos mismos lugares de exigencia física, entrevistándolas, hablando en las paradas de los ómnibus, en las esperas, en los interludios entre clases, en las clases mismas y también en los momentos festivos de cumpleaños, despedidas de año y eventos dentro y fuera del espacio del gimnasio.

Si bien las mujeres que asisten al gimnasio conforman un universo heterogéneo, podemos vincularlas con sectores medios y medios bajos, en su mayoría de barrios del Oeste de Montevideo y que oscilan entre los 35 y los 50 años. Unas pocas con trabajos formales (vinculados a la gastronomía, a cuidado de enfermos y atención al cliente en supermercados y farmacias). La mayoría sin educación secundaria completa y muy pocas con experiencias universitarias y estas del tipo de especializaciones y tecnicaturas (como el caso de la dueña del gimnasio). Una gran mayoría hijas de padres obreros de la época fabril del barrio y la amplia mayoría con madres que fueron empleadas domésticas y amas de casa. Ellas también se encargan del trabajo doméstico de sus hogares.

En el gimnasio pudimos ver algunas de estas cuestiones: a) la conformación de una importante red social de mujeres en su mayoría pertenecientes a lo que podemos llamar “clases populares”, b) el involucramiento de sus identificaciones de género y estéticas en juego con estereotipos de cómo debe ser un cuerpo femenino y, c) de qué manera incide practicar un baile con cierto erotismo en las prácticas de cuidado y formas de provisión que llevan adelante estas mujeres en su cotidianidad.

La etnografía está hecha de las narrativas de mujeres que sacudían conmigo sus relatos de identidad: sus caminos laborales, sus historias de crianzas, de migraciones, sus familias raíz, sus familias construidas, las dimensiones de sus cuerpos, de sus comidas, de sus lugares como remedio. Provenientes de familias con baja escolarización, ellas mismas y con un escaso acceso a las formalidades laborales, este artículo en particular se pregunta qué sentido cobra asistir a las clases de zumba para estas mujeres con estructuras de género que configuran sus experiencias cotidianas con sus cuerpos y sus lógicas de cuidado domésticas, además de sus espacios laborales. Si es que, sea un gimnasio femenino exclusivo pueda colaborar o no en el involucramiento de mujeres que podrían ser parte de trayectorias con moralidades de género tradicionales con roles definidos de mujeres cuidadoras y hombres proveedores. Para ello, este trabajo vincula la práctica de bailar zumba con sus trayectorias laborales y deja abierta la pregunta si es que hay cierta moralidad de género conservadora que este baile, con cierto erotismo, pueda estar cuestionando.

Consideraciones teórico-metodológicas

Comencé a ir al gimnasio en enero de 2021 por una necesidad personal de realizar algún tipo de ejercicio físico pero también porque en ese entonces investigaba en un barrio cercano y me parecía un lugar interesante para ver dinámicas de mujeres cercanas a ese territorio en torno al ejercicio.

Para esta etnografía en particular, la entrada al campo la considero desde que en febrero de 2022, le comuniqué a la dueña del gimnasio que me gustaría comenzar allí la investigación que no solo abarcaría la realización de entrevistas sobre las trayectorias de vida de quienes participan activamente de las actividades del espacio, sino también del trabajo de objetivación participante y de registro diario. El lugar privilegiado donde desarrollé el campo fue el gimnasio exceptuando algunas entrevistas que fueron realizadas en la casa de algunas interlocutoras quienes me invitaron a hacerlas allí o en el camino juntas hacia el gimnasio. En todos estos espacios de llegada, clases, salida, esperar el ómnibus para volver a casa, reuniones y encuentros de festejos en el gimnasio, en casas y bares, esta etnografía ha integrado en forma constante el proceso de escritura con el trabajo de campo y considerada como enfoque, método y texto, ha intentado rescatar el sentido de los otros a los que se aproxima (Rockwell, 2005).

Reflexionar sobre mi propio cuerpo, mi trayectoria de vida, mi ser considerado “joven” en un espacio habitado mayormente por mujeres que rondan los 40 años, siendo una de las excepciones en cuanto a trayectoria educativa y paso por estudios terciarios, sin hijos, entre otras transversalidades, resultaron fundamentales para reflexionar en forma continua en este trabajo de campo. También realicé un trabajo de comprensión respecto a un género musical al que se le suelen atribuir prácticas heteronormativas de género donde a veces se ejercen violencias desde las letras, los videoclips y el propio baile exponiendo a las mujeres a un lugar de hipersexualización. Mari Luz Esteban (2004) nos ilumina al respecto cuando dice que “el cuerpo se convierte ahora en nudo de estructura y acción, y en centro de la reflexión social y antropológica” (p. 19).

El trabajo de campo se fue co-construyendo y me fue co-construyendo también, atendiendo a las significaciones y saberes que estas mujeres me fueron enseñando en las interlocuciones y el tiempo- espacio compartido en las clases. La reflexividad, siempre dialógica, también me llevó a que practicar zumba y bailar reggaetón, se haya convertido en una de las actividades fundamentales de mi cotidianidad. Después de cierto tiempo de asistir a las clases de zumba me vi gritando y “perreando” al compartir con mis interlocutoras y potenciales amigas, un espacio de cuidado mutuo donde se permite el erotismo y el baile sin tapujos: ir hasta abajo con el cuerpo en un meneo, sacarme la remera, quedar en cuatro apoyos en el piso moviendo solo la cola, tocarme a mí misma de forma sensual en el baile, gritar acompañando el ritmo de la música, además de conocer muchas de las canciones que la industria musical pone de moda. El perreo se trata de bailar con movimientos sensuales de caderas y muslos hasta abajo, muchas veces quedando en una posición “perruna” de cuatro apoyos (pies y manos). Dice Alabarces (2020) al referirse al “perreo”: “danzar para seducir y ser seducido. Que los y las danzantes populares a lo largo y a lo ancho de América Latina ―como dijimos, no podemos hacer hipótesis finlandesas― suspendan provisoriamente cualquier crítica de la racialización de la sexualidad en nuestro continente no significa, necesariamente, su alienación. Incluso, puede significar resistencia” (p. 113).

Reggaetón y reflexividad

En un estudio estilístico sobre el reggaetón como producción musical, se destaca como un estilo que “despierta tanto simpatía gracias a su carácter bailable como rechazo por su ritmo repetitivo, argumento que sus detractores emplean para señalar una supuesta falta de originalidad” (Salvado, 2020). Este rechazo es traído también por una investigación argentina de corte etnográfico donde se buscó comprender los efectos en las “narrativas identitarias” que la escucha femenina del reggaetón tiene sobre muchas mujeres interpelando el estigma de “música mediocre, misógina y/o de ‘mala calidad’, con la realidad que nos revelan sus calles: donde sea que vayamos suena un reggaetón” (Agüero, 2021, p. 1).

En la investigación para obtener mi título de grado en Antropología, estudié algunos de los discursos y representaciones en torno al rock en Montevideo en vinculación también con participantes de otros géneros musicales como la cumbia, conocida como alteridad a lo rockero. Al igual que con el reggaetón, allí vimos que la cumbia es percibida por sus “otros musicales” como algo básico y musicalmente pobre. Considerada como apolítica, sin ideología y sin discurso necesario para el cambio social, la cumbia es traída por Venturini (2010) como un espacio sólo de goce y no de transgresión como lo serían los espacios sociales de otro género como el rock (Curbelo, 2014) Miguel García plantea el término “paradigma estético” para referirse al conjunto de atributos que, basados en una alianza afectiva e ideológica con un espacio musical determinado, sustentan los juicios de valor emitidos hacia “otros musicales” (García, 2007).

¿Cómo incide en las mujeres del gimnasio las prácticas de zumba y sus consumos musicales de reggaeton en sus vidas y en sus ámbitos privados? Al ser un gimnasio de acceso sólo para mujeres, no sabemos si en nuestro universo esta equidad se daría en la práctica, pero sí pudimos observar cómo en el sentido que estas mujeres le dan a la práctica de bailar este particular tipo de baile, encierra para ellas ciertas transgresiones. Además, al igual que con el trabajo etnográfico de Carolina Spataro (2010) con un club de fans de Ricardo Arjona en Argentina, tampoco sabemos cuán influyentes son estos espacios del gimnasio en sus propios espacios domésticos. El trabajo de Spataro plantea al respecto que la atribución de un efecto es a posteriori. La investigadora considera que la etnografía es necesaria para conocer el sentido que estas mujeres le ponen a sus escuchas de Arjona y plantea los límites de las ciencias sociales para considerar esto dejando de lado cierto “deber progresista”. ¿Qué sucede cuando estudiamos objetos “incómodos”? Incómodos para el feminismo2 pero incómodos también para la academia y para ciertos espacios que prescriben escuchas y objetos de investigación. Arjona es puesto en ridículo pero también su público: como un parámetro universal del gusto se le critica estética3 e ideológicamente. Con el reggaetón y su baile, sucede algo similar.

Perrear y mostrar

Los trabajos etnográficos en gimnasios o vinculados a actividades deportivas son de un extenso e importante aporte. Desde el trabajo de Loïc Wacquant (2006) en un club de boxeo, hasta todos los estudios sobre el fútbol en América Latina de Alabarces (2018), en Argentina de Garriga Zucal, gimnasios en particular (Rodríguez y Garriga Zucal, 2013), rugby y construcción de masculinidades (Branz, 2018), y recientemente sobre Runners y feminismos neoliberales (Hijós, 2021). En Uruguay, los aportes etnográficos han estado presentes también en las últimas décadas vinculados a estudios dentro de carreras como Educación Física que se han vinculado de forma directa con el quehacer etnográfico. Entre ellos, los trabajos de Bruno Mora, particularmente su investigación sobre deportes de combate (2018) y otros sobre fútbol junto a Rafael Bruno Mogni y Evelise Amgarten Quitzau (2022).

En torno al baile, son de una inmensa variedad los estudios etnográficos donde, sólo por nombrar algunos, se encuentra el trabajo de Carozzi sobre el tango (2015), la música electrónica (De Souza, 2006; Gallo, 2016) el cuarteto (Blázquez, 2014), la cumbia (Venturini, 2010), el rock y su pogo (Curbelo, 2014; Citro, 2008) y una etnografía de particular interés de Carolina Spataro (2010) sobre un club de fans de Ricardo Arjona en Argentina, artista que ha sido cuestionado fuertemente por militantes feministas.4

En particular, los estudios que he encontrado en relación a la práctica de zumba han sido de índole médico y de mediciones de sus efectos sobre los cuerpos de las personas practicantes.

Considerado como un momento festivo para muchas de nuestras interlocutoras, zumba se define como “un programa de ejercicio inspirado en la danza latina, practicado generalmente en grandes grupos de participantes, donde se combinan ritmos latinos y pasos de aerobic, con movimientos que involucran todo el cuerpo, creando una especie de coreografía que es menos formal que el ejercicio de otro tipo de clases” (Chavarrias, Carlos-Vivas y Pérez-Gómez, 2018, p. 329).

En las clases de zumba en las que trabajé de forma directa y participante, no sólo bailamos reggaetón sino otros ritmos latinos como bachata, salsa, samba, cumbia y plena. En menor medida, también hemos bailado algunos temas del Trap, sugerido por Alabarces (2020) la próxima música popular que suplantará al reggaetón.

Por sus particulares efectos sobre la salud, los estudios alrededor de este ejercicio se basan en los aparentes beneficios que tendría su práctica entre los que se encuentran llegar a los 150 minutos de ejercicio cardiovascular a la semana recomendados por la Organización Mundial de la Salud (OMS). También se han medido la fuerza, la potencia y la flexibilidad lograda, además de un seguimiento de la presión arterial, la frecuencia cardíaca y el gasto calórico. Una singularidad importante es que se han incluido los aspectos psicológicos asegurando que su práctica mejora las percepciones sobre el propio cuerpo, la autonomía y los propósitos de la vida (Chavarrias et al., 2018).

Las mediciones de este estudio basan su revisión partiendo de una idea hegemónica de salud donde el ejercicio que llega a determinados valores, ya es considerado beneficioso.5 En este trabajo entenderemos la salud siguiendo a Cameron Duff (2014) “como un estado particular de subjetividad encarnada que se forma o se produce en un ensamblaje de relaciones, afectos y eventos” (p. 13).6

En la etnografía pudimos observar, dialogar y percibir en el propio cuerpo investigador, que esta práctica excede las mediciones físicas y los cambios biológicos: contiene un gran nivel de colectividad en el baile, de erotismo como herramienta de transgresión y de fuerte concepción del espacio como propio. Para nuestras interlocutoras, los beneficios cardiovasculares de la zumba no son nombrados en nuestras conversaciones. Bailar reggaetón se percibe como un momento de disfrute compartido con otras, en un espacio alejado de la mirada masculina y donde se permite el “destape” en tanto baile.

Estas “pequeñas7 subversiones al orden patriarcal” (Rostagnol, 2022, p. 14) son relatadas por Sabrina,8 que ronda los cuarenta años y las clases de zumba han significado una aproximación a su propia “liberación”, a una especie de destape no sólo emocional sino también material: el sacarse el buzo y bailar en top ha sido para Sabrina, uno de los momentos claves de su autodenominado “hallazgo de sí misma” porque hay cosas (materiales) que también hacen cosas (emocionales) con nosotras.9

Sabrina es una mujer de casi 50 años que nació en la ruralidad de un pueblo del interior del país. Es la mayor de nueve hermanos a quienes se encargó de cuidar desde niños mientras su madre trabajaba como empleada doméstica. Su padre, proveedor también, murió cuando ella era niña así que a los trece años ya andaba trabajando cómo y dónde podía, para colaborar en la provisión brindada por su madre para todos.

Vivió su infancia cuando trabajar no estaba tan mal para ser una niña, aunque por ello tampoco cobraba y su trabajo diario era cuidar. A la escuela que fue iban pocos niños y como escuela rural, las clases no hacían diferencias de edades ni de grados así que Sabrina hizo muchas veces el último año hasta que la familia emprendió la primera mudanza hacia un pueblo que aseguraba un mejor trabajo para su madre. Esto llevó a que Sabrina tuviera que cuidar más y trabajar más. Así tuvo su primer trabajo de niñera, algo que venía haciendo hacía mucho tiempo pero que no tenía remuneración a cambio porque cuidar a sus hermanos era una obligación incuestionable.

En ese primer trabajo considerado así porque su fuerza tenía un valor monetario, se encargaba de cuidar a dos niños. Luego pasó a trabajar cuidando personas mayores.

Entre los cuidados de siempre hacia otros, Sabrina tuvo su primera hija a sus veinte años. Luego la segunda. Esos tiempos fueron de trabajo en el monte, juntando leña para vender a otros hogares y dar cuidado también. Juntar, acarrear, vender. Así lo hizo con su vida también cuando decidió que necesitaba un cambio: juntarse, acarrearse y buscar cómo vender su fuerza de trabajo en la capital. El trabajo rural no se precisaba y anduvo intentando acomodarse sin referencias en la ciudad hasta que empezó a lavar platos y vasos en un restaurante y a seguir limpiando casas ajenas. De lavar en el restaurante pasó a ser ayudante de cocina y a limpiar casas. En una de ellas, me cuenta que se siente parte de la familia, que ha visto crecer a los niños y que sus empleadores la tratan como un integrante más.

Cuando ella empezó a bailar, el lugar del fondo era el preferido, la ropa toda puesta y sus movimientos discretos. No sabía si le embocaba en ninguna de esas cosas. Venía también, de tiempos malos de caminatas pensativas en solitario.

Tiempo después de empezar a bailar, se vio sacándose el buzo y quedando en top sin importarle el tamaño de sus brazos ni su panza ni su cuerpo. De a poco llegó al medio de la pista y después adelante. Un destape lo llama, como si hubiese abierto una caja que había encontrado en un rincón oculto de su vida. Cuántos cambios pueden acarrear hacer ciertas cosas con las cosas (Latour, 2008). La escucho a Sabrina y entiendo su percepción de autosuficiencia, su no deberle nada a nadie, su acarreo continuo en soledad. Entiendo la creencia en su propia voluntad en trabajar y cuidar desde niña, en mudarse a la ciudad, en sacarse la remera al bailar.10

Sabrina me cuenta que el gimnasio es su psicólogo y de lo mucho que le gustaría ser instructora de zumba para dar clases de ese baile fitness a personas mayores y también a personas con otras capacidades. No puede costearlo tampoco y últimamente no está pudiendo llegar a las clases: tiene una nueva casa de familia que limpiar.

Esto implica que podemos pensar la práctica de zumba y bailar reggaetón, como una herramienta de “autoatención” (Romaní, 2002) de mujeres que no sólo ven en este ejercicio las medidas físicas que alcanzan o no según disposiciones hegemónicas de salud, sino también una atención particular a los beneficios de una sociabilidad compartida mediante el baile con otras mujeres en un espacio que consideran propio y que no son los espacios cotidianos asociados a lo doméstico y lo laboral muchas veces espacios dominados por la presencia masculina.

El caso de Mayra resulta interesante y en el siguiente fragmento de campo, la reflexividad también es elocuente. En mi propia trayectoria en el gimnasio y participando de las clases de zumba desde comienzos del año 2021, también encuentro en este espacio un lugar exento no sólo de la mirada masculinizante (que no solo tienen los varones heteronormativos) sino también de la mirada erótica ajena que moraliza un cuerpo que baila un ritmo con características sexuales. Ese cuerpo además, es el de una mujer.

Mayra tiene 46 años, de pelo trenzado y rubia. Usa calzas apretadas con buzos cortos en tonos fuertes. Ella asume que no es una mujer discreta. Es una mujer que muestra su cuerpo y le gusta que lo miren. En su trabajo anterior rodeada de hombres, vivía a diario los comentarios babosos11 que le hacían al pasar: “en el mercado te tenías que cruzar todo para lavar y yo que voy muy discreta vestida por la vida (me lo dice con ironía) imaginate el negrerío. A mí me encanta que me miren los machos pero no al punto que te sientas incómoda.” A Mayra le encanta bailar reggaetón pero no es un estilo que nombre. La carga moral sobre él se invisibiliza hablando de cuánto le gusta la salsa, la bachata y la música brasileña que parecen andar más livianos por la pista de baile de aspiraciones puritanas. Pero en estas, sus “horas de desconexión”, su tiempo, no necesita andar disculpándose por perrear. “Me encanta bailar y aunque tenga una hora de viaje hasta acá, lo vale” Dice Mayra que se siente más cómoda bailando entre mujeres porque en el anterior gimnasio donde iba “era todo un macherío que te estabas agachando y ya”. Y no termina la frase pero yo comprendo su gesto de baboseo. En esta cápsula de baile, no se necesitó cartel de “espacio cuidado” para lograr su comodidad.

Lindas y trabajadoras

Para estas mujeres, tener un trabajo estable y dentro de las normas vigentes de trabajo de empleadas, resulta más bien una excepción y podemos ensayar algunos motivos: a) la dedicación de gran parte de su vida a la crianza de hijos y cuidado de ellos y familia, incluyendo otros parientes que no son hijos; b) una trayectoria de trabajos informales que hoy en día no son valorados en el mercado laboral sin la documentación que avale una especialización; c) una baja escolarización y temprano abandono de estudios; d) un mercado laboral que les exige disponibilidad y movilidad, colmado de precariedades y que no pueden sostener junto a lo que consideran sus obligaciones domésticas y de cuidado. A esto le sumamos el paso por una de las peores crisis del país, la de comienzos del 2000 que significó la pérdida de trabajo de muchos de los padres y abuelos de estas mujeres que debieron o migrar o emprender nuevos trabajos no siempre bajo la lógica formal. Son los varones quienes, en este espacio social, salen de sus casas en busca de la provisión mientras que las mujeres quedaron y quedan más replegadas a los confines de lo doméstico. Las que trabajan lo hacen en trabajos esporádicos (limpiando casas ajenas, cuidando niños, haciendo trabajos de manicura y pedicura a domicilio, presentándose a llamados de precariedad). Teniendo la gran mayoría hijos y trayectorias de parejas (muchas de ellas violentas), estas mujeres salen de sus casas al gimnasio cuando “pueden dedicarse tiempo para ellas” y su presencia en el hogar no es considerado esencial ya sea porque los hijos crecieron y son más autónomos, ya sea porque establecieron con sus parejas o familias que el gimnasio iba a ser la actividad diaria propia.

En el caso de Daniela, una mujer de 47 años de edad, su trayectoria laboral estuvo vinculada siempre a la educación y profesión de su marido, siendo ella quien asumía el cuidado y la crianza de sus hijos además de todas las tareas domésticas de la familia. Esto sucedió no solo hasta que los niños podían valerse más por sus propios medios, sino también hasta que pudo trabajar los días en los que no era necesaria su presencia en la casa. Se suma a todo esto, sus episodios depresivos donde el trabajo y el gimnasio se vuelven espacios fundamentales de “autoatención”.

Daniela hace un par de años tiene su propio puesto de alimentos en una feria y eso fue como un salvavidas a una depresión que parecía no irse nunca. Un día su padre y su hermano vinieron a proponerle el puesto y Daniela no había pensado en una mejor opción: sería los fines de semana cuando los nenes podían quedarse con una de las abuelas y entre semana se seguiría ocupando ella. Frutos secos, y quesos, mermeladas y dulces, miel, aceitunas, salamines.

Daniela es la hija del medio de cinco hermanos. Padre filetero y madre ama de casa, emigraron pasando sus sesenta años cuando él se quedó sin trabajo y las opciones eran pocas. Crisis del 2002. Daniela se quedó en Uruguay y tuvo a sus tres hijos hasta que ellos retornaron cuando nació la última. Retornaron otra vez, con la crisis europea y con una mano atrás y otra adelante. Quizás igual que como se fueron.

A Daniela, cursando el último año de secundaria, su padre le dijo que no podía pagar más sus boletos y ahí, debiendo dos materias para siempre, empieza el trayecto laboral que hoy devino en su puestito de la feria. Su novio entonces siguió estudiando y se hizo médico. En los nueve años de carrera, son varias las mujeres que acompañan estos estudios, que crían, cocinan, limpian, mantienen las casas propias y las ajenas. Daniela, su madre, su abuela, su suegra. En el mismo año que tienen su primer hijo, se casan. Luego vendrían dos hijos más.

Daniela se desespera por salir de casa y tener su propio dinero. El trabajo la ha mantenido sin ir a terapia, dice pero lo mismo que ganaba en el trabajo como empleada en un supermercado, era lo que le costaba el salario de una persona que le cuidara a sus hijos en su ausencia.

Ahí, apareció en Daniela el puesto. Primero se encargó del cobro en el puesto de frutas y verduras de su padre y hermano. Eso ya fue como “ver a Jesucristo resucitado” me dice riéndose. Y su padre, su hermano y hasta su hijo adolescente trabajando también con ella en el puesto grande hasta que a Daniela se le ocurre la idea de su propio puesto al lado con lo que quería vender: con las semillas y los frutos secos, la miel y las pasas, la granola, el queso, los dulces. Los productos que vende también están vinculados a un camino corporal que ella emprendió también en el tiempo de comenzar a armar su puesto. La vida de Daniela también estuvo signada por su baja autoestima, su peso corporal y su sentirse inferior. Ir al gimnasio no fue una ida decidida, sino que, como tantas, la vergüenza de la constancia parece pesar igual que el propio cuerpo cuando se decidía a empezar. No es la imagen, me dice, es sentirse bien. Y aunque el sentirse bien venga de la mano con la baja de su peso corporal y la tonificación de sus músculos, entiendo lo que me quiere decir. Yo también disfruté el momento que en mi cuerpo entró un jean12 que hace tiempo no usaba luego de meses de ir ese mismo gimnasio-espacio. No me fue indiferente sentir esa mini alegría y también sentir culpa por saberme hegemonía, saberme cuerpo aceptado, saberme exigencia y disciplina. Daniela ha bajado muchos kilos desde que empezó a ir al gimnasio con constancia diaria para mostrar el antes y el después. El después que es hoy. Entre esos dos tiempos para Daniela han pasado balanzas que mostraban menos kilos pero también su puesto grande y familiar, y el chiquito y propio.

En Mariana, se suma a esta crianza continua y a las tareas domésticas, el abandono temprano a los estudios formales y la falta de experiencia laboral durante su vida hasta ahora.

Cuando tenía 12 años abandonó el liceo donde recién se había anotado. Había nacido su hermana y dice haberse quedado para “ayudar” a su madre en las tareas domésticas. Dice también haber “elegido” hacerlo. Su padre era policía. Volvió a la secundaria cuando ya rondaba los veinte años, arrepentida de aquella adolescente decisión que fue acompañada por sus padres. A los pocos años ya tenía terminado hasta cuarto año. Se casó y se fueron a probar suerte con su esposo a Colombia, país en el que nunca pudieron trabajar. Para la crisis del 2002 ya se habían vuelto y ya tenían dos de sus hijas chicas. Su marido era quien sustentaba la casa y Mariana criaba y cuidaba a sus hijas.

Al tiempo decide terminar el liceo pero no consigue tener tiempo para trabajar con dos hijos más que nacieron luego y con pocas posibilidades de que alguien los cuidara por ella. Ahora su niña más chica tiene diez años y cierta autonomía que le permite a Mariana, ir al gimnasio y tener algún trabajo esporádico cuidando niños ajenos. Hace poco, deseosa de encontrar un trabajo, realizó un curso de auxiliar de farmacia pero a pesar de entregar muchos currículum por varias farmacias y postularse a llamados, no ha conseguido trabajo. Su falta de experiencia la pone en un lugar aún más precario de las posibilidades. Aun teniendo las certificaciones, la edad aparece como otro signo de precariedad: “con la edad que tengo” me dice. Mariana tiene 47 años.

En Sara, la situación es un tanto distinta pero también le implica la imposibilidad de encontrar opciones laborales teniendo una experiencia de años pero con un mercado que ha cambiado y que no logra acompañar sus tareas domésticas y de cuidado, que también, ha realizado toda su vida en soledad.

Sara tiene 51 años y ha vivido toda su vida en el mismo barrio del gimnasio. Allí vive con su esposo y su hija adolescente. En la misma cuadra también viven sus hermanos, sobrinos y primos. Su familia es como una especie de “comunidad”, me dice.

Sus padres también, nacidos y criados en esa misma cuadra y en la casa que hoy habita Sara y su familia. Cuatro generaciones en esa cuadra. Su padre fue el dueño de una de las panaderías del barrio donde Sara comenzó a trabajar desde niña. Luego de que sus padres vendieran el negocio, Sara empezó a trabajar en inmobiliarias y en eso estuvo cerca de 20 años hasta que debió parar por una enfermedad. Cuando hicimos la entrevista, Sara estaba contenta porque la habían llamado para un puesto en una inmobiliaria a la que se había postulado. Deseaba volver a trabajar después de más de cinco años sin hacerlo y así dejar de vivir solo con el salario de su esposo transportista. Se había postulado a muchas ofertas laborales pero no había conseguido ingresar en ninguna. “Ahora te exigen estudios y no se valora tanto la experiencia. Yo tengo más de veinte años de experiencia pero no tengo estudios, terminé el liceo nada más. Entonces vienen jovencitas como vos que tienen idioma y formaciones y entran. Además ahora es todo con currículum, no te ven la cara. La inmobiliaria de ahora me llamó y le expliqué todo lo que tenía y me dijo: empezás el lunes”. Bromeo con ella diciéndole “que vuelve a las canchas” y me comenta que tuvo que comprarse ropa porque tenía todo deportivo: “pantalón de vestir, chaqueta y algo lindo” me dice.

Días después me cuenta que el trabajo no resultó: era por comisión y debía estar disponible muchas horas al día para que el salario le rindiera. Además, no le pagaban el transporte por lo que eso llevaría un gasto más que no podría tener ni compensaría el trabajo. “Era un trabajo para alguien joven, que tuviera tiempo para eso solamente, yo a esta altura no puedo tanto”.

Zumbar es preciso

Los casos de Sara y Mariana son interesantes para mostrar un aspecto de la precariedad laboral que atraviesan muchas de estas mujeres cuando buscan trabajo en la actualidad: Sara tiene toda una trayectoria laboral propicia para trabajar en el rubro en el que lo hizo durante 20 años, pero no tiene certificaciones que la avalen; Mariana, no tiene experiencia pero sí la formación educativa y los cursos necesarios para validar su ingreso a un puesto laboral. En ambos casos, rondar los 50 años supone una desventaja y que ambas se conviertan en mujeres no válidas para el mercado laboral.

Ambas terminan dependiendo de la provisión de sus maridos: ambos con puestos tradicionalmente masculinos (transportista y marino mercante)

En el caso de Sabrina, cuando vivía en el interior, el trabajo rural de épocas de vendimia y de leña era su provisión y la de su familia. Al venir a la ciudad se encontró con que esas labores no eran solicitadas, por lo que los trabajos de empleada doméstica fue la opción que mantuvo hasta ahora, yendo de casa en casa y trabajando por hora para cobrar un salario más o menos acorde por mes. Para Daniela, el puesto de alimentos en la feria supuso una salida laboral importante auto denominándose ella como “emprendedora” parte de lo que podríamos llamar “empoderamiento empresarial” (Tenenbaum, 2019). Este emprendimiento fue posible también por el puesto de su padre y hermano, y por la primera inversión de su marido para comenzarlo. Fue provista, otra vez, por los varones de la familia.

En una de las entradas a clase de zumba me encuentro a Sara que venía de hacer otra clase de aeróbica. Le pregunto si se va a quedar a la clase de zumba y me responde que no, que tiene que ir a hacer la cena a su marido. Entre estas mujeres, las parejas heteronormativas con roles de género definidos son las más habituales y se autodefinen mujeres en tanto priorizan los cuidados a sus familias. Sin embargo, el espacio del gimnasio y las clases de zumba en particular, resulta un lugar que priorizan como “dispositivo terapéutico” (Gil, 2020).

Para muchas de estas mujeres los costos de hacer terapia con un proceso de interlocución con un psicólogo, requiere un gasto que no pueden tener y si lo tienen, lo consideran innecesario. En la entrevista con Analía, una mujer de 40 años que hace poco tiempo había comenzado a ir al gimnasio, me comenta que un día volvió de trabajar, fue al gimnasio y se anotó pagando la cuponera por tres meses así “no se hacía trampa al solitario”. Estaba también en busca de algo que le sirviera de apoyo en lo que estaba pasando: una separación. Le decía a la dueña del gimnasio que para ella ir se transformó en su terapia: “En el momento del ejercicio no estás pensando en problemas ni estás pensando en nada: estás ahí en ese momento, lo re disfrutás y es como que la cabeza te queda en blanco. Y es como una terapia más que un ejercicio”.

En estas clases de zumba la transgresión parece habituarse como un modo de “autogobierno” y de “terapéutica de la felicidad” disponible para para nuestras interlocutoras no sólo por sus gustos musicales sino también porque las pueden integrar a sus economías morales en tanto costos y en tanto integración de este baile a su cotidianeidad: es un espacio exclusivo de mujeres que permite seguir cumpliendo con la moralidad de género conservadora, heteronormativa y heterosexual.

En una exploración etnográfica con usuarios y usuarias de drogas de síntesis en fiestas electrónicas de Montevideo (Suárez y Rossal, 2015), pudimos observar que existe una transgresión de los estereotipos que ligan estética-género y sexualidad en tanto se da una “exacerbación de la sensualidad mediante la combinación entre música y drogas”, combinación que es determinada por el poder adquisitivo que debe tenerse para estar in. Es decir, participar en estas fiestas de forma completa e inmersiva. Las transgresiones de género se visualizan en vínculo a ciertas drogas de síntesis con características químicas que propician los encuentros eróticos como el éxtasis, también considerada la “droga del amor”. En dicha investigación, nuestros interlocutores nos hablaban de la armonía de estas fiestas, lo que Nuria Romo (2004) en su investigación en España destacó como efecto de una “distribución equitativa de poder entre los sexos”. El perfil socioeconómico de estos usuarios y usuarias, pertenece a los sectores medios y medio-altos.

En otra investigación sobre prácticas de mujeres en encuentros heterosexuales, Oyhantcabal (2022) trabaja cómo los contextos influyen en las relaciones sexuales de mujeres con varones en la búsqueda del placer femenino. Esta especie de reparación se equipara a lo que la autora trae como “justicia erótica”: “término que nos habla de una articulación de dos derechos: el derecho al placer sexual y el derecho a la protección contra la violencia sexual” (Oyhantcabal, 2022, p. 20) Con comportamientos sexuales que se tornan “transgresores”, dice la autora que estas mujeres actuarían de forma de recuperar el goce perdido en los encuentros íntimos con varones en un contexto patriarcal. Sin embargo, las mujeres con quienes trabaja la autora, corresponden a lo que llama “un espectro muy específico de mujeres uruguayas: blancas, estudiantes o profesionales, de clase media y con un capital simbólico destacable” (Oyhantcabal, 2022, p. 39) Son mujeres con trayectorias y redes particulares que hacen posible estas transgresiones en un ámbito como el de las parejas. Para contextos más empobrecidos, la pareja se vuelve parte de una “economía moral” que sostener (Zigon, 2013).

Consideraciones finales

Este artículo es parte de una etnografía cuya escritura está en proceso, habiendo finalizado el trabajo de campo en el año 2022. El quehacer etnográfico supuso un tiempo de inmersión en el gimnasio haciendo muchas de las clases que allí se ofrecían pero también generando lazos afectivos con muchas de estas mujeres con las que hoy comparto amistad.

También me llevó a ejercer un continuo ejercicio de reflexividad en tanto comencé a practicar un baile nuevo para mí y que solo practicaba en eventuales espacios de fiestas. La práctica de zumba me sumergió a un mundo de nuevas estéticas musicales donde el estilo reggaetón es predominante teniendo una cierta moral asociada de música machista y reproductora de violencias de género donde la mujer es considerada un objeto. Reflexionar al respecto supuso una continua tarea y un vínculo con el conocimiento de las trayectorias de estas mujeres y qué sentidos le daban a esta práctica. Me encontré con un espacio de rescate y destape, disponible para ellas porque podía asociarse a sus moralidades tradicionales de madres cuidadoras y amas de casa. En otras mujeres con otras posiciones sociales, pude encontrar también mediante los aportes bibliográficos, diversos espacios o prácticas que referían también a espacios que encontré en llamarles “herramientas de autoatención”, “dispositivos de felicidad” o “tecnologías del yo”, todos términos de importancia heurística parte de lo que podría llamarse “cultura terapéutica” y en lo que se profundizará en el trabajo final completo.

Esta etnografía se está construyendo por lo que nos quedan más preguntas que respuestas. Entre ellas, algunas que nos suscitan más cuestionamientos y es que aun logrando tener espacios de “justicia erótica”, de “empoderamientos” y de “destape”, ¿desaparece la precariedad laboral para estas mujeres con baja escolarización y trayectorias laborales vinculadas a cuestiones domésticas y de cuidado de otros? ¿Estos espacios, cuestionan o reafirman los modelos hegemónicos de roles de género? ¿Quiénes pueden y cómo tener prácticas transgresoras a estos modelos?

En estos y otros cuestionamientos continuaré trabajando.

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1 Tema de Ricky Martín y Paloma Mami llamado “Qué rico fuera” lanzado en el año 2021 y que bailamos en las clases de zumba con bastante asiduidad.

2Para profundizar en esa discusión ver trabajo se Spataro (2013) donde analiza las críticas de feminismos contemporáneos a músicas y su público, subestimando muchas de las escuchas musicales por parte de las mujeres y desestimando un diálogo crítico de estos universos con la industria musical y las posiciones feministas automatizadas.

3“¿Cómo es posible que alguien que le canta a la mujer sin sortear ni uno de los prejuicios más remanidos, los clichés más machistas y retrógrados, cuente con la admiración de un público mayoritariamente femenino? Los atentados al género cobran rima en casi todas sus canciones. Parece que Arjona se ocupara de señalar los presupuestos más denigrantes para luego lamer las heridas de lo que él mismo acaba de poner en verso. ¿Cómo lo hace? En una canción se vanagloria de haberse enamorado de la fea, la inteligente, a la que ni le hacen lugar en el colectivo (?), en otra confiesa que a pesar de que tuvo sexo mil veces, recién “hace el amor” cuando consigue llevarse una virgen a la cama mientras que en otra arenga a no abortar porque el mundo se pueda quedar sin un trovador como él. Arjona arrasa presentándose como el candidato ideal para agregarle vida a los años de la señora de las cuatro décadas, y como todo currículum ofrece, que es “un diez años menor”. Conquistar la admiración de las mujeres rimando sobre las manchas de su menstruación, su condición de vientre gestante, insistiendo con aquello de que salieron de una costilla, haciendo un panegírico de su histeria pidiendo que le digan que no y que lo acompañen a estar solo, parece una tarea descabellada o anacrónica. Sin embargo 30 estadios dicen que no lo es” (Vamos aclarando el panorama, 2010).

5Para Laura Contrera, feminista y activista por la diversidad corporal y sexogenérica, hemos normalizado que la salud y la belleza sean sinónimos y que un logro del neoliberalismo es que “ya no necesita cuerpos dóciles disciplinados sino más bien recurre al propio deseo hecho norma de cuerpos adaptables, maleables y flexibles. Y quiméricamente bellos” (Contrera en Chollet, 2020, p. 15).

6“Health as a particular state of embodied subjectivity that is formed or produced in an assemblage of relations, affects and events” (Duff, 2014, p. 13). “La salud como un estado particular de subjetividad encarnada que se forma o se produce en un ensamblaje de relaciones, afectos y eventos” (Traducción propia).

7Lo de “pequeñas” es relativo. Como vemos en este trabajo, el significado de estas subversiones para estas mujeres puede ser inmenso e influyente en variados ámbitos de sus vidas.

8Todos los nombres de las interlocutoras han sido cambiados.

9Nos referimos a la capacidad de agencia de “elementos no-humanos” de los que habla Bruno Latour (2008).

10Esta idea de liberación femenina acompasada de liberarse de prendas de ropa me lleva a pensar en las mujeres iraníes que recientemente han comenzado a manifestarse en lo público quitándose el hijab (velo) en protesta por el asesinato de una mujer por parte de la policía justificada en que no acató la “ley del pañuelo en la cabeza”. Otra clara asociación de esto es la de las mujeres que en manifestaciones ante la hegemonía patriarcal, se descubren los senos, práctica también asociada a la liberación femenina.

11Forma abusiva de referirse a algo. En la mayoría de veces, es un adjetivo que se adhiere a una mirada o a una frase con tono sexual por parte de hombres acoplados a una masculinidad hegemónica que refiere a esto como “piropos”.

12Siguiendo la economía moral que plantea Sara Ahmed (2019) como aquella que da por bueno tener ciertos bienes que dan promesa de felicidad, el talle del jean que entra puede ser una medida de esta felicidad, talle heteronormativo, blanco y con privilegios de clase. Profundizamos sobre este punto en la investigación completa a la que pertenece este trabajo.

1Nota: El comité editorial ejecutivo Juan Scuro, Pilar Uriarte y Victoria Evia aprobó este artículo.

Recibido: 01 de Marzo de 2023; Aprobado: 10 de Mayo de 2023

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