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Revista Uruguaya de Antropología y Etnografía

Print version ISSN 2393-7068On-line version ISSN 2393-6886

Rev. urug. Antropología y Etnografía vol.7 no.1 Montevideo June 2022  Epub June 01, 2022

https://doi.org/10.29112/ruae.v7i1.1540 

DOSSIER

Investigar desde la corazonada. Una propuesta de investigación-emoción autoetnográfica en pandemia

Investigar desde la corazonada. Uma proposta de pesquisa-emoção autoetnografica en pandemia

Investigar desde la corazonada. An autoethnografical emotion-research proposal

1Italia. Universitá di Bologna


Resumen:

En este artículo describo la propuesta creativa de investigación-emoción fruto de mi trabajo de fin de Máster en Estudios de las mujeres y de género titulado «Emociones pandémicas: sentir la pandemia en el cuerpo. Una autoetnografía feminista decolonial, afectiva y encarnada», escrito y defendido en 2021, durante la pandemia de Covid-19 entre las ciudades de Boloña, Italia, y Granada, España.

Para llevar a cabo este propósito, en primer lugar, hago un recorrido íntimo y crítico por mi experiencia encarnada de la pandemia, lo que me llevó a investigar desde la corazonada, inspirada en los aportes de los Diarios del cáncer (1980), obra celebre de la feminista negra Audre Lorde. Lorde ha sido una de las referencias ineludibles a la hora de enmarcar mi investigación desde un posicionamiento epistemológico decolonial, al no separar las emociones y su carácter subjetivo de las reflexiones teórico-políticas del mundo social.

En segundo lugar, describo brevemente las contribuciones de la (auto)etnografía feminista, tanto los aportes de la antropología encarnada de Mari Luz Esteban (2004) como de las teorías queer (Ahmed, 2019) para hacer investigación feminista en tiempos de pandemia.

Por último, inspirada por el concepto de hito de Teresa del Valle (1995) doy cuenta de la forma en que el registro de mis emociones desde un análisis autoetnográgico me permitió crear preguntas de investigación social, es decir, la forma corporeizada que fue tomando mi metodología de investigación-emoción.

Palabras clave: autoetnografía feminista; antropología encarnada; epistemologías decoloniales; pandemia de covid-19

Resumo:

Neste artigo, descrevo a proposta criativa de pesquisa-emoção fruto do meu trabalho de fim de mestrado em Estudos das mulheres e de gênero intitulado “Emociones pandémicas: sentir la pandemia en el cuerpo. Una autoetnografía feminista decolonial, afectiva y encarnada”, escrito e defendido em 2021, durante a pandemia de Covid-19 entre as cidades de Bolonha, Itália, e Granada, Espanha.

Para realizar este propósito, em primeiro lugar, realizo um percurso íntimo e crítico por minha experiência encarnada da da pandemia, o que me levou a investigar desde la corazonada (o palpite), inspirada nas contribuições dos Diários do câncer (1980), obra de feminista preta Audre Lorde. Lorde tem sido uma das referências inevitáveis na hora de enquadrar minha pesquisa desde um posicionamento epistemológico decolonial, ao não separar as emoções e seu caráter subjetivo das reflexões teórico-políticas do mundo social.

Em segundo lugar, descrevo brevemente as contribuições da (auto)etnografia feminista, tanto as contribuições da antropologia encarnada de Mari Luz Esteban (2004) como das teorias queer (Ahmed, 2019) para fazer pesquisa feminista em tempos de pandemia.

Finalmente, inspirada pelo conceito de hito (marco) de Teresa del Valle (1995) dou-me conta da forma em que o registro de minhas emoções desde uma análise autoetnográgico me permitiu criar perguntas de pesquisa social, ou seja, a forma corporeizada que foi tomando minha metodologia de pesquisa-emoção.

Palabras-chave: autoetnografía feminista; antropologia encarnada; epistemologias decoloniales; pandemia Covid-19

Abstract:

In this article I describe the creative proposal of research-emotion, fruit of my Master in Women and Gender Studies thesis, entitled “Emociones pandémicas: sentir la pandemia en el cuerpo. Una autoetnografía feminista decolonial, afectiva y encarnada”, written and defended in 2021, during the Covid-19 pandemic between the cities of Bologna, Italy, and Granada, Spain.

To carry out this purpose, first of all, I make an intimate and critical journey through my embodied experience of the pandemic, which led me to research from la corazonada (the hunch), inspired by the contributions of The Cancer Journals (1980) by the black feminist Audre Lorde. Lorde has been one of the unavoidable references when framing my research from a decolonial epistemological positioning, not separating emotions and their subjective character from the theoretical-political reflections of the social world.

Secondly, I briefly describe the contributions of feminist (auto)ethnography, both the contributions of the incarnate anthropology of Mari Luz Esteban (2004) and queer theories (Ahmed, 2019) to make feminist research in times of pandemic.

Finally, inspired by the hito (milestone) concept of Teresa del Valle (1995) I realize how the recording of my emotions from an autoethnographic analysis allowed me to create social research questions, that is, the embodied form that took my research-emotion methodology.

Keywords: feminist autoethnography; embodied antropology; decolonial epistemologies; pandemic Covid-19

Introducción

“Los sentimientos «problemáticos» modifican nuestras metodologías de investigación y nos invitan a reconsiderar algunos de los pasos que dimos en nuestras prácticas de investigación feminista para lanzarnos hacía reinos afectivos y abrazar plenamente la relacionalidad afectiva con lo empírico”1 (Méndez de la Brena, 2021a, p. 3)

Este artículo parte de la reflexión sobre los posicionamientos políticos, las decisiones epistemológicas y las propuestas metodológicas que me llevaron a crear una propuesta de investigación-emoción en mi tesis de Maestría en Estudios de género y de las mujeres, cuyo título es Emociones pandémicas: sentir la pandemia en el cuerpo. Una autoetnografía feminista decolonial, afectiva y encarnada, defendida en setiembre de 2021 en la Universidad de Granada.

Es por ello que en este artículo no me centraré en la reflexión sobre los resultados de mi investigación de Máster, sino en describir la propuesta creativa de investigación-emoción que ideé en el marco de una metodología autoetnográfica, apoyada por las lecturas de Audre Lorde, Sara Ahmed y Teresa del Valle. Desde una perspectiva feminista y decolonial, interrogarme por mis emociones en tiempos de pandemia fue hacerme la pregunta por lo que me «movía» a escribir sobre ello. En este sentido, esbocé variadas respuestas: no significaba solo una apuesta por hacer teoría feminista sobre el presente, partiendo de un posicionamiento epistemológico que cuestione las bases de construcción del conocimiento científico desde nuestros conocimientos situados en una historia y un cuerpo (Rich, 1984; Harding, 1987; Haraway, 1988), sino también, y junto a ello, fue una decisión y una apuesta política.

Es decir, una apuesta política feminista no solo por la importancia de la dimensión emocional como dimensión de la vida ineludible para comprender el análisis de los fenómenos sociales y culturales, sino también porque da cuenta de nuestras experiencias subjetivas, en mi caso como joven investigadora feminista, haciendo visibiles las contradicciones y problemáticas de los grandes discursos universalizadores de la ciencia invisible, anónima, escrita por y para la lectura y reproducción del saber masculino heterosexual blanco, burgués y exitoso.

Parafraseando a Harding (1987), afirmo que soy un sujeto real, con una historia concreta y deseos e intereses específicos, por lo que adentrarme en el estudio de mis emociones para reflexionar sobre la pandemia no surgió de un interés abstracto. Narrar esta historia es tanto el contexto de producción de mi investigación como la encarnadura misma de mi acercamiento a la autoetnografía y finalmente la creación de mi propuesta de investigación-emoción.

Para dar cuenta de ella, en primer lugar, hago un recorrido íntimo y crítico por mi experiencia encarnada de la pandemia, lo que me llevó a investigar desde la corazonada, inspirada en los aportes de los Los diarios del cáncer (1980), obra celebre de la feminista negra Audre Lorde. Lorde ha sido una de las referencias ineludibles a la hora de enmarcar mi investigación desde un posicionamiento epistemológico decolonial, al no separar las emociones y su carácter subjetivo de las reflexiones teórico-políticas del mundo social.

En segundo lugar, describo brevemente las contribuciones de la (auto)etnografía feminista, tanto los aportes de la antropología encarnada de Mariluz Esteban (2004) como de las teorías queer (Ahmed, 2019) para hacer investigación feminista en tiempos de pandemia.

Por último, inspirada por el concepto de hito de Teresa del Valle (1995) doy cuenta de la forma en que el registro de mis emociones desde un análisis autoetnográgico me permitió crear preguntas de investigación social, es decir, la forma corporeizada que fue tomando mi metodología de investigación-emoción.

Investigar desde la corazonada

“Hay momentos, a veces de dimensiones planetarias, donde todo se frena y el párpado antes endurecido se ablanda y se enrolla como una persiana y vuelve la percepción óptica. Ha pasado en estos tiempos, cuando ansiosos y cansados nos hemos asomado a las ventanas materiales y olorosas de nuestro patio de vecinos sintiéndonos más vulnerables.(…) Es en la necesidad solidaria de los otros donde la fragilidad se hace costura comunitaria, en la vulnerabilidad reconocida que el sujeto se obliga a frenar y a sostenerse en los que están cerca” (Zafra, 2021, pp. 10-11).

Podría afirmar a partir de mi experiencia que la pandemia no solo ha sido y es un acontecimiento histórico, desafiante y desgarrador en mi vida, sino que nuestras vidas se vieron profundamente afectadas por este fenómeno de características globales, para dejar al descubierto las crisis de nuestras formas de organización social, política, afectiva, económica, ecológica y cultural. Sin embargo, la aparente «des-aceleración del tiempo» (Rivera Garza, 2020) durante la pandemia en mi caso fue una oportunidad para reflexionar sobre este tiempo paradigmático, inesperado y complejo, es decir, una oportunidad para adentrarme en ciertas experiencias antes naturalizadas, distanciarme de binomios tanto de pensamiento como de interpretación. Parafraseando a Remedios Zafra (2021) en la cita inicial, fue una ocasión para afinar la mirada y fragilizarla.

Sin embargo, no todas las personas han podido frenar las actividades productivas o el trabajo de cuidado durante la pandemia, es por ello que para comprender de qué forma llegué a considerar este momento histórico como un objeto de estudio es necesario situar mi experiencia en un relato detallado.

Me suelen decir Pau, Paulita, Pauli o Satta, que es mi apellido paterno. Tengo treinta y tres años. Soy argentina, estudié sociología y me identifico como activista feminista, abortera, lesbiana, sudaka, curiosa e intensa, inspirada siempre por los movimientos y saberes que me han compartido compañeres de los pueblos del Abya Yala y amante de la literatura, el yoga, bailar, descifrar la astrología, aprender otros idiomas viajando y potenciar las búsquedas no convencionales, antipatriarcales, antirracistas y anticoloniales de comunicar lo que sentimos. Sin embargo, todas mis identidades se mezclan para formar eso que soy también de forma indescriptible, aquello que no se limita a categorías identitarias, sino que se crea en la vinculación, y a su vez muta y me hace mutar según dónde me sitúe, cuándo y cómo me sienta.

Fui becada para hacer el Máster Erasmus Mundus GEMMA en las prestigiosas universidades de Boloña y de Granada, y una de las características de mi beca implicaba haber sido seleccionada por mi condición de no europea. Aunque hace cinco años obtuve mi ciudadanía italiana, por un lado, puedo decir que la portación de mi pasaporte europeo refuerza mi racialización como persona blanca en un sistema de dominación racial y patriarcal, mientras que la categoría no europea impacta cotidianamente en mi vivencia como extranjera en Europa. La pandemia no hizo otra cosa que recrudecer esta sensación de sentirme extraña, como una persona que había migrado hacía pocos meses para cumplir un período de dos años de estudio en el extranjero.

Desde mi experiencia entonces, la pandemia fue un suceso, inesperado e impensado, que irrumpió mi «no normalidad», ya que me estaba adaptando a la vida en Boloña como estudiante latinoamericana que había decidido vivir en un país alejado en lo geográfico de mi país de origen, en un continente distinto, con una historia y un presente diferente, un idioma y una moneda diferente. Me encontraba descubriendo lentamente las diversas culturas que componen en la actualidad el territorio italiano, en particular en la región del norte, donde está ubicada Boloña. Estaba descifrando sus códigos y formas de vinculación, las nuevas maneras de desplazarme física y emocionalmente en ese territorio y también reconociéndome, a veces más y otras menos, compañera del activismo transfeminista italiano.

Experimenté procesos de extrañamiento, de observación, de introspección y reflexividad iguales a los que muchxs antropólogos narran en sus procesos de trabajo de campo. Registraba por escrito en un diario las sensaciones que aparecían en el proceso de adaptarse a otro país y ellas se asemejaban a una experiencia etnográfica. Vivía mi acercamiento a la vida italiana también desde esa posición de observación etnográfica que ha sido históricamente a la inversa, antropólogxues europeos viajando a países de Latinoamérica, Asia, Oceanía, África a conocer las culturas del mal llamado Nuevo Mundo. Conocía este recorrido ya que había estudiado etnografía como metodología cualitativa de investigación social en mis años de formación de la licenciatura en Sociología en Argentina.

Estas mismas sensaciones corporales y reflexiones escritas habían sido registradas en mis diarios personales cuando viví en Francia por un período corto unos años atrás, en ese momento sin una beca tan satisfactoria ni mi ciudadanía italiana como recursos, que en este caso me permitieron habilitar tiempos para la reflexión. Soy consciente entonces, que estos dos factores materiales y también simbólicos, me abrieron nuevas posibilidades, y sin embargo la vivencia de sentirme extranjera, extraña era similar.

En ese estado de extrañamiento, descubrí la covid-19 cuando volvía a Boloña el 17 de febrero de 2020, luego de viajar a Argentina por unas semanas a visitar a mi familia y amigues.

Cuando llegué a Boloña, sentí la ciudad totalmente cambiada, me encontré fuera de lugar y muy agobiada por mis emociones: en primer lugar, a mi amigo y compañero egipcio, Patrick Zaki, lo habían secuestrado de forma ilegal, lo habían torturado en el aeropuerto de El Cairo (Egipto) y lo habían encarcelado, por lo que la comunidad académica, el activismo local e internacional y mis amigues de la ciudad de Boloña estaban profundamente revolucionados por este hecho.

En segundo lugar, se había detectado el virus en la región y comenzaban las primeras medidas restrictivas para evitar el contagio. El 24 de febrero la Universidad de Boloña cambió su modalidad de la presencialidad a la virtualidad luego de que yo hubiera asistido únicamente a dos clases en presencia del segundo semestre que recién comenzaba. A partir de allí, durante los primeros largos e inéditos días, todo sería incertidumbre, frustración, angustia, ansiedad y miedo hasta que la meditación y la escritura de mis diarios personales, alentada por mi terapeuta transpersonal, lograron ser mi refugio.

Escribir sobre las emociones y emocionarme escribiendo se convertía en mi hogar más allá del territorio físico donde me encontraba, como una estrategia de auto-cuidado. Fue así como comenzó a moldearse, sin saberlo aún, este trabajo de investigación y su metodología de investigación-emoción. Varios meses después tomé la decisión consciente. Podría decir que fue cuando me enfermé de covid-19, ya que fue un momento bisagra en mi historia, un hito en la evocación de mi memoria: el viaje que hice en enero de 2021 de Granada a Boloña. Según Teresa del Valle (1995), los hitos se caracterizan por ser “decisiones, vivencias que al recordarlas se constituyen en una referencia significativa. Se asemejan a los mojones que aparecen a lo largo de un camino, en este caso la vida propia y una de sus características principales es que se destacan con nitidez en el recuerdo” (p. 285).

En los días en que me encontraba enferma porque había contraído covid-19 tuve una clase del máster que fue fundamental: «no separen sus pasiones para hacer investigación», dijo la profesora Dresda Méndez de la Brena. Me sentí interpelada por su metodología de investigación-creación y su llamado a la acción apasionada que no negara nuestros sentimientos incómodos como parte del hacer investigación feminista. En sus palabras, «investigar con el problema es una manera de estar verdaderamente conectadxs con nosotrxs mismxs y con el mundo, para responder a los problemas sociales, culturales y políticos con intimidad afectiva»2 (Méndez de la Brena, 2021b, p. 7).

Fue también Dresda quien me recomendó que leyera The Cancer Journals (Lorde, 2019, publicado originalmente en 1980) ya que era un buen ejemplo de escritura desde el yo y de teorización social a partir de la narrativa de sus diarios personales. En estos diarios encontré una poética encarnada para construir conocimiento en momentos de crisis. Conservo muchas notas de mi lectura de Audre Lorde, ella me despierta la pasión por la escritura, por la narración creativa y por la investigación a través de sus formas de decir «lo obvio» de forma clara y no encriptada en lenguajes académicos. Lorde escribe y piensa sobre temas complejos, como el cáncer, desde una simpleza y sabiduría admirables.

La lectura de Los diarios del cáncer (2019) fue un insumo epistemológico y metodológico fundamental para mi trabajo, ya que a través de ello logré definir el uso de mis diarios personales como fuente para este trabajo autoetnográfico de indagación social. Lorde hace referencia a la necesidad de compartir con otras lesbianas negras su experiencia del cáncer porque es con quienes podía compartir, por ejemplo, su indignación cuando le recomendaban las prótesis para conseguir marido (2019, p. 80), explicitando como este consejo no tenía nada que ver con su experiencia como lesbiana y con sus preocupaciones, y en este sentido, a través de describir su experiencia por medio de una emoción, la rabia, da cuenta de la relevancia de la dimensión emocional en su experiencia encarnada.

De esta forma, no solo está mostrando su experiencia que es distinta a la de las mujeres heterosexuales, sino también está dejando al descubierto que no bastan respuestas únicas para problemas sociales porque el cáncer de mama no afecta solo a las mujeres que lo viven en su cuerpo, es una enfermedad que se enmarca en una estructura de organización social y está condicionado por las formas, tiempos, significaciones y narraciones que una sociedad o una cultura le da en determinado momento. De esta forma, la lectura de esta obra inspiró mis reflexiones sobre la pandemia, que no se reducían a mi cuerpo o mi subjetividad, sino que, como me había enseñado Lorde, a través de mi experiencia emotiva y subjetiva podía dar cuenta de esta trama más amplia relacionada con la enfermedad que produce la pandemia de covid-19.

Podríamos hablar solo de las personas en riesgo de contraer la enfermedad, de las muertes, de los cuidados, de los tiempos, de las consecuencias en el sistema sanitario, de las diferentes políticas restrictivas que se aplicaron para detener el avance del virus, y así una lista interminable de ejes de análisis. Sin embargo, elegí investigar desde una experiencia personal, desde una metodología autoetnográfica feminista para dar cuenta de estas variables de forma única y singular, y de esta manera también dejar de universalizar la episteme occidental3 (Méndez de la Brena, 2021b) para valorar nuestras propias preguntas sobre este presente.

En este sentido, la «intimidad afectiva» (Méndez de la Brena, 2021b, p. 7) implicó sumergirme en una tarea íntima de releer mis diarios personales con la intención de que mi voz y mis experiencias, que no son solo mías, sino de los lugares, las palabras, las personas, los árboles y las plantas, les amigues, las lecturas, los paisajes, las memorias y las sombras, las emociones y las ideas que me rodearon aquellos meses, encontraran una forma y un tono propio.

Le escribí a Dresda cuando terminó su clase y le conté mis dudas sobre elegir un tema que me involucrara afectivamente -¡como si fuera posible evitarlo!- y le expliqué que me sentía muy conflictuada. Quería hablar de mis emociones en la pandemia, pero me resultaba aún difícil dar cuenta cómo a través de ellas podía comprender variables estructurales de este fenómeno, no me creía capaz o una voz «autorizada» para hacerlo. Dresda me respondió: «sigue siempre tu primera corazonada». Me quedé resonando con la última palabra que deriva de otra: corazón. ¿Cómo traduciría esta invitación cariñosa y comprometida en mi trabajo de investigación de fin de máster? Haciéndome preguntas sobre la pandemia mediante una metodología autoetnográfica encarnada y afectiva de hacer investigación social feminista.

Autoetnografía feminista: encarnar en el cuerpo la experiencia

La autoetnografía es una elección epistemológica -remueve los cimientos de qué es conocimiento y cuáles son los modos de conocimiento válidos- y, como toda elección epistemológica, contiene una apuesta política -la forma en que las relaciones de poder se ven afectadas por esa elección (Fernández Garrido y Alegre-Agís, 2019, p. 27).

Para situar mi propuesta de investigación-emoción me inspiré en los aportes de la antropóloga feminista española Carmen Gregorio Gil (2014) al describir a la etnografía feminista desde la metáfora de traspasar fronteras de adentro y afuera entre el sujeto y el objeto de la investigación para, de esta manera, romper con el dualismo de pensamiento/sentimiento dando cuenta de cómo a través de la reflexión de y desde mis propias emociones en momentos críticos de mi biografía en pandemia, logré traspasar esas fronteras que consideran a las emociones como adentro, como propiedades de las personas, sin relación con las circunstancias vitales, las estructuras de poder y los vínculos.

Reflexionar sobre las emociones pandémicas desde la etnografía feminista me permitió entonces comprender cómo se construyen nuestras emociones que están conectadas en forma necesaria con ese afuera, entendido solo en términos analíticos, ya que las condiciones materiales, sociales, culturales, políticas, moldean las dinámicas emocionales de las personas y la comunidad. En otras palabras, esta representación de las emociones como interiores separa lo que necesariamente está unido y conectado, no hay emociones meramente individuales o «naturales», lo que nos afecta, emociona, conmueve está ligado a nuestras condiciones de clase, sexo, raza, edad, nacionalidad, corporalidad, etcétera.

Es por ello que, a partir de la definición clásica de autoetnografía4 que cito a continuación, “La autoetnografía es un enfoque de la investigación y la escritura que busca describir y analizar sistemáticamente (grafía) una experiencia personal (auto) con el objetivo de entender una experiencia cultural (etno) (Ellis, 2004; Holman Jones 2005). (…) El sujeto que investiga utiliza principios de la autobiografía y la etnografía para hacer y escribir la autoetnografía. De esta forma, como un método, la autoetnografía es al mismo tiempo proceso y producto” (Ellis, Adams y Bochner, 2011, p. 273),

fui inspirada por los análisis de autorxs feministas en el campo de la antropología (Esteban, 2004, 2013; Del Valle, 1995, 1999, 2017; Gregorio Gil, 2014; Fernández Garrido y Alegre-Agís, 2019) que además de hacer autoetnografía definen su trabajo como una apuesta política feminista. Fundamentalmente, considero que la autoetnografía feminista es un cambio de paradigma indispensable dentro de la etnografía clásica al dar cuenta del lugar de enunciación de quien investiga, de su subjetividad y la parcialidad del recorte que hace al momento de conocer, retomando las premisas de la epistemología feminista llamada standpoint theory, o teoría del punto de vista, sobre la no neutralidad del conocimiento, es decir, la afirmación de su carácter contextual y dependiente de las relaciones históricas de poder, el cuerpo, el tiempo y el espacio que situan a la persona que investiga (Harding, 1986).

Por ello he considerado relevante la presentación que realicé en el apartado anterior, y partir ahora de mi cuerpo, donde se materializaron mis sensaciones corporales que son las que produjeron la «materia prima» para mis reflexiones y a la vez desde donde surgió el método para llevarla a cabo.

Podría parecer una obviedad, pero si tenemos en cuenta la negación del cuerpo en la cultura occidental y las críticas que aún hoy existen sobre los estudios de las emociones en el ámbito científico -incluso en ciertos ámbitos del feminismo-, es importante aclarar que las emociones se sienten en un cuerpo y son materiales a la vez que se configuran por fuera de límites físicos ya que podemos sentirlas incluso en otres, cuando alguien está triste o enojado conmigo, esta emoción excede mi cuerpo, pero la siento. Podemos decir que están encarnadas.

En este sentido, enmarqué mi metodología autoetnográfica en lo que Mari Luz Esteban (2004) llama una «antropología encarnada» es decir partiendo de sus dos características: “… (a) el nivel auto-etnográfico, es decir, la pertinencia de partir de una misma para entender a los/as otros/as y viceversa, sobre todo cuando se han tenido experiencias similares; (b) el análisis desde el concepto de embodiment, de encarnación conflictual, interactiva y resistente de los ideales sociales y culturales, un concepto que integra muy bien la tensión entre el cuerpo individual, social y político” (c, p. 3).

Así como explica Esteban (2004), también elegí el adjetivo encarnado para referirme a la metodología autoetnográfica, el cual deriva del término embodiment,5 también traducido del inglés como corporizado. Para entender esta perspectiva, es necesario situar a los estudios sobre el cuerpo desde las Ciencias Sociales, a partir de los cuales, «el cuerpo se convierte en nodo de estructura y acción, en centro de la reflexión social y antropológica» (Esteban, 2013, p. 19).

Según Teresa del Valle (1999), el concepto de embodiment: “Se refiere a la acción de dar cuerpo, de sumergir en la corporeidad algo, a alguien. (…) Se trata de una acción imbuida de humanidad, ya que combina dimensiones varias de la existencia tales como sentimientos, emociones, placeres, rechazos, sexualidad. Es, a mi entender, un concepto que unifica binarismos propios del pensamiento occidental como el de cuerpo-espíritu, cuerpo-alma” (p. 11).

De esta manera, retomando este recorrido espistemológico «tanto el cuerpo como las emociones, entendidos ambos como formaciones históricas en proceso, constituyen el punto de partida de la experiencia de estar-en-el-mundo y de articular modos de saber» (Fernández Garrido y Alegre-Agís, 2019, p. 30) y agrego, siguiendo la argumentación de Michel Foucault (2002) que esos modos de saber también configuran relaciones de poder específicas.

Esta forma de entender el poder es fundamental para no naturalizar posiciones de privilegio, y la perspectiva autoetnográfica encarnada permite «hablar de y desde una/o misma/o, partir de la propia experiencia, de las propias contradicciones, conflictos y placeres, no despojarse del propio cuerpo, ni censurarlo, es una condición intrínseca a esta tarea» (Esteban, 2004, p. 15).

Por otro lado, destaco los aportes de la fenomenología queer de Sara Ahmed (2019) al momento de definir mi propuesta de investigación-emoción, por su énfasis en la experiencia vivida de habitar un cuerpo, y más precisamente por su concepción de lo queer de forma amplia, es decir no solo como identidad sexogénerica y política, sino como «cualidad queer» de hacer investigación, es decir hacer investigación no convencional, desviada, bizarra, fuera de la norma, concepción que podemos enmarcar también en la apuesta política de hacer una autoetnografía feminista, que continua siendo una perspectiva minoritaria y transformadora de las epistemologías dominantes en la academia.

Es por ello que mi metodología autoetnográfica se nutrió también de esta fenomenología queer en tanto que implicó investigar desde una relación afectada con aquello que analizamos: «… lo queer no tiene una relación de exterioridad respecto a aquello con lo que entra en contacto. Una fenomenología queer puede identificar lo que hay de queer en la fenomenología y usar esa cualidad para proponer puntos de vista muy diferentes» (Ahmed, 2019, p. 16).

Así como explica Ahmed, elegí hacer un ejercicio de subversión (elijo este verbo para referirme a queerizar) que es también un ejercicio autoetnográfico al mirar los detalles, los silencios, los objetos, las preguntas y las sutilezas en los recovecos de mis notas y la evocación de mi experiencia, que no suelen contarse en las visiones mediáticas de la pandemia, basándome en mi vivencia corporal y en la observación emocional de habitar este mundo en pandemia desde un lugar de implicancia y encarnadura, no de exterioridad.

De las emociones a las preguntas de investigación: investigación-emoción

Partiendo de las aproximaciones etnográficas feministas que cuestionan las formas en que invisibilizamos de dónde surgen nuestros interrogantes decidí dar valor y relevancia en mi investigación feminista a la dimensión emocional y afectiva de mi propia experiencia, aunque era una posición incómoda, dolorosa o problemática como investigadora.

De esta forma, el punto de partida de mi investigación de y en pandemia se basó en destacar el carácter social de la pandemia, rechazando el reduccionismo que la confinaba a los discursos hegemónicos a su dimensión biomédica y sanitaria. Para llevar a cabo este fin, necesité crear una metodología que a partir de mis emociones -fundamental para cuestionar la universalidad y naturalización de la pandemia- que pudiera permitirme reflexionar sobre ciertas temáticas sociales ligadas a la pandemia. Mis marcos teóricos y metodológicos validaban mi experiencia durante el confinamiento como válida para producir conocimiento científico sobre la pandemia.

Así, la dimensión emocional fue estudiada a partir del análisis de mis diarios del confinamiento, fotos, poemas e imágenes de la primera cuarentena vivida en Boloña, Italia, destacando las relaciones y variables emocionales y estructurales que se ponían en juego en mis formas de sentir la pandemia.

Adentrándome en este proceso de analizar mis diarios, fotos e imágenes, utilicé una herramienta conceptual para concretar mis preguntas de investigación a partir de la propuesta de investigación-emoción que implicaba primero el registro de mis emociones de forma escrita o visual, luego la lectura y análisis de estos materiales desde una metodología reflexiva y autoetnográfica ayudada por el concepto de hito, descripto por la antropóloga feminista guipuzcoana Teresa del Valle (1995) como las «decisiones que una toma, encuentros, o respuestas a situaciones ajenas a una misma» (p. 285). En otras palabras, a partir de identificar los hitos en mi experiencia emotiva de la pandemia, logré comprender cómo mis emociones pandémicas fueron fundamentales tanto como material de estudio y análisis para responder a mis preguntas como en la construcción misma de mis interrogantes de investigación, encarnados en mi experiencia corporal y afectiva situada en el contexto de adaptación a nuevos escenarios, contextos y desplazamientos durante la pandemia.

En este sentido, el apartado que da cuenta de mi posición y contexto es necesario para enmarcar los diversos hitos que me acompañaron en este proceso de interrogación a partir de mis emociones. Puedo identificar el primer hito de mi experiencia en las primeras dos semanas de marzo de 2020 cuando comenzaron a proliferar los casos de covid-19 en Boloña. A finales de febrero de 2020, al iniciarse las primeras medidas de distanciamiento social en el norte de Italia, hasta el decreto que dictó la cuarentena obligatoria en todo el país el 10 de marzo de 2020, fui sintiendo que me encerraba en mi casa, pero también en mi cuerpo y en mis fantasmas. Sentía miedo, rabia e indignación, ansiedad y desesperación, no sabía qué decisión tomar, quedarme o irme. Al atravesar esos estados emocionales, me preguntaba: ¿todes sentimos lo mismo ante la pandemia? ¿Qué distingue unas experiencias de otras? ¿Tener en cuenta la dimensión emotiva/afectiva es relevante para dar cuenta de la pandemia?

Reconozco el segundo hito en la vivencia del largo, controlado y hermético confinamiento obligatorio en Boloña. Sentía como todo lo que estaba sucediendo detenía el tiempo conocido y las circunstancias externas se convertían en una carga muy pesada para mi cuerpo: me sentía frágil, demasiado lejos de Argentina en un momento tan incierto, mientras procesaba las emociones luego de recibir un mail de la administración del máster diciendo que mi beca corría peligro si decidía volver a Argentina, al ser esta la única forma de ingreso que me sostenía económicamente. Al mismo tiempo, los vuelos internacionales -también los nacionales- se cancelaban sin saber hasta cuándo, se agudizaba la sensación de aislamiento para mi subjetividad migrante, no solo me encontraba lejos de casa, sino confinada en una ciudad que no era la mía. No podía ni siquiera salir a dar una vuelta manzana, porque había policías en todas las esquinas y temía mucho ser multada. Muchas emociones transité en esos dos largos meses, hasta que los controles y restricciones comenzaron a abrirse gradualmente hacía un confinamiento con ciertas posibilidades de encuentro en mayo de 2020, pero identifiqué, además de la angustia, el miedo y la sensación de estar encerrada, la indignación y la rabia al preguntarme: ¿cuánto de nuestro sufrimiento estos meses se debe al encierro producido por el aislamiento social y a la vigilancia policial para garantizarlo?

El tercer hito sucedió al mismo tiempo que los dos últimos, pero implicó darle color a otra arista de mi vivencia pandémica. Es aquel momento en que reconocí que mi «buena salud» podía debilitarse en cualquier momento a causa del virus. Me refiero a cuando entendí que la pandemia nos podía tocar a todxs, a pesar que su impacto fuera diferencial por las posibilidades y privilegios de cada unx, yo podía contagiarme o cualquiera de las personas que amo, de una forma que estaba fuera de nuestro control. Sentí la fragilidad de mi condición humana, la desprotección por el colapso de los sistemas sanitarios y el miedo a que mis afectos se enfermaran o murieran, junto a la tristeza de no poder estar cerca de ellxs para cuidarlxs, acompañarlxs, despedirlxs si eso sucedía en Argentina. Sin embargo, al tocar esta fragilidad también pude reconocer cómo los lazos se estrecharon aún más desde el ejercicio de la supervivencia. También pude comprender cómo las formas de los rituales cotidianos cambiaron ante la imposibilidad del encuentro presencial, reapropiándonos de la tecnología para generar comunidad. Este hito me llevó a preguntarme: ¿cuán importantes han sido las redes afectivas para transitar el confinamiento? ¿Qué sentimos ante la limitación de encontrarnos físicamente y cuál es el vínculo con las tecnologías digitales en nuestra vivencia de la pandemia?

El cuarto hito en mi experiencia del confinamiento significó acercarme a otras formas de vivir la cotidianeidad que me produjeron alegría y calma sin salir de casa y sin encontrarme con otras personas queridas por la obligatoriedad del aislamiento social. Las rutinas de meditación que incluían danza y respiración consciente, los paseos en el jardín del edificio y los momentos de contemplación durante el confinamiento me llevaron a preguntarme: ¿qué experiencias de bienestar vivenciamos durante el confinamiento que excedieron el «contacto cuerpo a cuerpo» con otras personas? ¿Es posible que la pandemia nos permita reflexionar sobre la importancia del con-tacto con la naturaleza?

Por último, el quinto hito se presentó como un efecto inesperado de la decisión de adentrarme en la escritura de este trabajo de investigación. Al reflexionar sobre el proceso mismo de investigar en pandemia sobre la pandemia atravesé muchas inseguridades al hablar de mí misma y analizar mis diarios personales. Además, sentí la preocupación e inseguridad de no saber si mi experiencia era válida para hablar de un fenómeno tan complejo, y el miedo de alejarme de mi propósito de no reproducir narrativas del miedo con este trabajo. Puedo decir que toqué la vulnerabilidad de haber elegido un tema que implicó hacerme la siguiente pregunta: ¿podemos analizar un fenómeno del que no tenemos distancia espacio-temporal ni emotiva para reflexionar sobre él? ¿Cómo se escribe desde la vivencia encarnada?

De esta forma, el trabajo minucioso de reflexión sobre estos hitos me llevó a observar la relación entre experiencia, cuerpo y emoción en estos interrogantes de mi vivencia de la pandemia, a través de los cuales pude construir mis objetivos específicos de investigación: en primer lugar, cuestionar la universalidad y naturalización de la pandemia a partir de la dimensión emocional de mi vivencia situada, afectiva y contextualizada, en segundo lugar, indagar acerca del impacto de las medidas de aislamiento social obligatorio y la vigilancia policial a través del análisis de las emociones en mi vivencia encarnada, en tercer lugar, dar cuenta del rol social que cumplen las redes afectivas y de cuidado y las formas de apropiación de la tecnología en las formas de sentir y vivenciar la pandemia, en cuarto lugar, explorar la relación entre las emociones, el cuerpo y la naturaleza, y, en quinto y último lugar, reflexionar sobre las implicancias éticas, políticas, teóricas y metodológicas de investigar sobre la dimensión emocional de un fenómeno que aún estamos vivenciando.

Reflexiones finales

En conclusión, la metodología autoetnográfica cobró sentido para mí desde el momento en que entendí que me había adentrado en la experiencia de «ir a estudiar a otro país» como si fuera un trabajo de campo en sí mismo, una experiencia etnográfica desde donde indagar acerca de las diferencias culturales, sociales y económicas, las diversas formas de vivenciar hábitos, roles y emociones, cuestionando la aparente universalidad de nuestras experiencias.

De esta manera, el extrañamiento que propone la práctica etnográfica, es decir hacer ese distanciamiento del objeto de estudio para comprenderlo, fue en mi caso la forma encarnada en la que viví los primeros meses en Italia, y, por ende, «la pandemia en otro país». Entonces, si la pandemia es en sí misma una experiencia social y cultural completamente nueva para las personas de mi generación, en mi caso sucedió en una comunidad, una cultura, una sociedad distinta a la mía. Incluso sin moverme de casa -confinada-, en una casa que recién empezaba a sentir como propia, en un país extraño para mí, donde además todas las reglas, tiempos, formas que estaba incorporando y que eran conocidas para quienes compartían mi cotidianeidad, se trastocaban a causa de la pandemia.

La investigación autoetnográfica me permitió de alguna manera darme ese espacio-tiempo para reflexionar sobre mis sensaciones corporales y mis emociones con profunda intimidad. Fue fundamental la lectura de otros trabajos autoetnográficos para observarme desde esta perspectiva y mirar mis emociones en relación con otras experiencias vividas por mí en el pasado, con relación a mi espacio compartido con otres. Comencé a darle más valor a lo pequeño, a lo que aparentemente no cuenta para la ciencia con mayúsculas.

De esta forma, la propuesta teórico-metodológica de investigación-emoción me permitió dar cuenta de detalles insignificativos para una mirada macrosocial, que potenciaron las preguntas sobre ciertas variables sociales a partir de la observación de la relación situada y contextual de mis emociones y de su potencial para afectarnos y conmovernos. Esta dimensión emocional no solo fue explicitada como parte de una perspectiva antropológica feminista de hacer investigación, sino que también fue la materia prima para crear mis preguntas de investigación, potenciando la posibilidad de generar acciones y reflexiones para la transformación de nuestra realidad más cercana.

De esta manera, sin perder de vista la importancia de la dimensión de los detalles significativos para mi experiencia y los recovecos de la memoria no discursiva en la interpretación de la densidad de mis vivencias encarnadas, esta propuesta de investigación-emoción me permitió identificar que percibí afectivamente este presente desde el extrañamiento a causa de mi proceso migratorio. Fueron mis estados emocionales los que motivaron mis interrogantes de investigación sobre la pandemia y tomaron la forma de escritura reflexiva y subjetiva que luego analicé desde una metodología autoetnográfica a través de un constante trabajo entrelazado, corporizado y afectivo entre reflexión y emoción.

Finalmente, desde mi perspectiva, al hacer investigación social pensamos y activamos conexiones que necesitan de tiempo y espacio para su maduración, este pensamiento está materializado en nuestro cuerpo y, por ello, no está separado de nuestras emociones que, en general, son invisibilizadas del proceso mismo de producción de pensamiento y creación de conocimiento. Es por ello que la posibilidad de hacer visible y además darle valor científico a este proceso de investigación-emoción, fundamental para realizar investigación social feminista, crítica y decolonial, a partir del contacto con nuestras preocupaciones y afectaciones más íntimas.

Referencias

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1…“troublesome” feelings modify our research methodologies and invite us to reconsider some of the steps in our feminist research practices in order to take the leap into the affective realms and to fully embrace the affective relationality with the empirical (Esta y todas las traducciones de este artículo son de mi autoría).

2Researching with the trouble is a way to be truly connected with ourselves and the world in order to respond to social, cultural and political issues with an affective intimacy.

3Esta reflexión parte de mi traducción a la pregunta que formula Dresda Méndez de la Brena: ¿Cómo podemos pensar acerca de estas preguntas sin reproducir una universalización de la episteme occidental? En el original: How can we think about these questions meaningfully without reproducing a universalizing Western episteme? (Méndez de la Brena, 2021b, p. 23).

4Para comprender el concepto de embodiment, me referiré a Foucault que ha reflexionado sobre el cuerpo y su relación con las estructuras de poder en la sociedad, motivando mi comprensión sobre ello. Uno de los conceptos clave para pensar el cuerpo es el de biopoder (2002), es decir la organización y gestión de la vida desde la modernidad que implica hacer vivir a les suejtes y por lo tanto, crear una serie de saberes, expresados en tecnologías como la biopolítica o las disciplinas modernas. Esto implica entender al sujete moderno como sujetado a mecanismos microfísicos del poder que las instituciones ejercen sobre los cuerpos, es decir por un lado el biopoder es represivo, pero para Foucault el poder también es productivo de y sobre los cuerpos. Esto implica pensar al cuerpo en términos históricos y contingentes, desnaturalizando las prácticas que encarnamos, al mismo tiempo que comprendemos cómo las normas sociales y culturales se encarnan y son resistidas desde el propio cuerpo.

5Así como explica Esteban (2004), también elegí el adjetivo encarnado para referirme a la metodología autoetnográfica, el cual deriva del término embodiment

Nota: Éste artículo corresponde 100% a Paula Satta

Nota: El comité editorial ejecutivo Juan Scuro, Pilar Uriarte y Victoria Evia aprobó éste artículo

Recibido: 15 de Marzo de 2022; Aprobado: 19 de Mayo de 2022

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