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Revista Uruguaya de Antropología y Etnografía

versión impresa ISSN 2393-7068versión On-line ISSN 2393-6886

Rev. urug. Antropología y Etnografía vol.6 no.1 Montevideo jun. 2021  Epub 01-Jun-2021

https://doi.org/10.29112/ruae.v6.n1.7 

Avances de Investigación

“El jugueteo”: erotismo y ética en mi trabajo etnográfico

"Play around": eroticism and ethics in my ethnographic work

“A traquinagem”: erotismo e ética no meu trabalho de campo

Yoseline González Cabrera1 
http://orcid.org/0000-0002-3325-3771

1 Licenciada en Ciencias Antropológicas. Universidad de la República. yoselinegonzalez01@gmail.com,


Resumen:

Poner el cuerpo en el trabajo de campo implica salir del rol de etnógrafa que interroga, escucha y observa, dando lugar a los sentidos los cuales cobran una dimensión particular. En este caso mi corporalidad toma fuerza en el erotismo, generando rupturas éticas y metodológicas. Este artículo da cuenta de estas rupturas, desde donde narro las problemáticas propias del trabajo de campo etnográfico en una cocina hospitalaria. Discuto desde mi voz como investigadora qué sucede cuando desde nuestra corporalidad rompemos el rol ideal del investigador al fundirnos en vínculos desde una corporalidad erótica.

Palabras claves: cuerpo; ética; etnografía; erotismo; trabajo

Abstract:

Putting the body into field work implies stepping out of the role of ethnographer who questions, listens and observes, giving rise to the senses which take on a particular dimension. In this case my corporality takes strength in eroticism, generating ethical and methodological ruptures. This article gives an account of these convergences, from which I narrate the problems of ethnographic fieldwork in a hospital kitchen. I discuss from my voice as a researcher what happens when from our corporality we break the ideal role of the researcher by merging into bonds from an erotic corporality.

Keywords: body; ethics; ethnography; eroticism; work

Resumo:

Colocar o corpo no trabalho de campo implica sair do papel de etnógrafa que interroga, escuta e observa, dando lugar aos sentidos que adquirem uma dimensão particular. Neste caso minha corporalidade toma força no erotismo, gerando rupturas éticas e metodológicas. Este artigo dá conta destas convergências, de onde narro as problemáticas próprias do trabalho de campo etnográfico em uma cozinha hospitalar. Discuto desde minha voz como investigadora que acontece quando da nossa corporalidade rompemos o papel ideal do pesquisador ao fundir-nos em vínculos desde uma corporalidade erótica.

Palavras-chave: corpo; ética; etnografia; erotismo; trabalho

1. Desde la etnografía encarnada a los conflictos éticos

En mi trabajo etnográfico con los trabajadores de una cocina hospitalaria1, fui tejiendo, describiendo y analizando en varios capítulos, los sentires, los discursos y las prácticas de los trabajadores en relación al trabajo, las dolencias y a los problemas cotidianos de la cocina. Pero en estos capítulos no mencioné cuando uno de los trabajadores me contaba que sentía dolor “en la espalda” y “en la cabeza”, yo me sentía realmente triste y preocupada, y que al terminar la jornada, ya en una sala de espera vacía, le hice largas caricias en la espalda, mientras él me sonreía y se quedaba en silencio. No hablé de los besos, ni de la impotencia y tristeza que me generó tener que reprimirme frente a la mirada del resto de los trabajadores, que trataban de impedir que me acercara al hombre por el cual me sentía atraída.

Decidí poner en palabras este vínculo porque entiendo que las cuestiones íntimas vividas pueden permitir ampliar la realidad que se estudia (Alcázar, 2014, p. 60). En lo que respecta a mis vivencias en la cocina, el vínculo que sostuve con el trabajador me permitió aproximarme a ciertos códigos presentes en la cocina mediante las rupturas y reestructuras que se fueron generando con mi presencia o ausencia, enraizadas completamente con las ideas que los trabajadores fueron tejiendo sobre mi rol. Este rol y mi vínculo con el trabajador, los abordo en el presente texto, en relación a los aspectos metodológicos y éticos en mi trabajo de campo. Considero necesario poner en diálogo ambas cuestiones y reflexionar al respecto, ya que tal como sostiene Noel (2016, p. 103), las consecuencias éticas que se desprenden de las decisiones metodológicas comúnmente no son combinadas ni abordadas, sino en el sentido inverso. Entiendo que la dimensión ética, tal como sostiene Restrepo (2015, p. 165), es transversal al proceso de investigación etnográfica en su conjunto y que hablar de la misma es hacer referencia a la reflexión y posicionamiento sobre los principios que orientan las practicas que se llevan a cabo en las diferentes etapas de la investigación.

En lo que respecta a lo metodológico me posiciono a favor de la construcción del conocimiento etnográfico desde la participación corporal y la percepción de los cinco sentidos ya que la experiencia del cuerpo no es menos significativa que la experiencia desde la palabra (Jackson, 1989, citado en Citro, 2019, p. 275). Siguiendo las ideas de Citro (2009, citado en Citro, 2018), abordaré cómo durante mi proceso de conocimiento me descentré del rol de etnógrafa que escucha e interroga, y permití así la emergencia de mis dimensiones personales, afectivas y socioculturales, las cuales se integraron en mis experiencias del campo desde mi corporalidad.

Este descentramiento cobró más fuerza a raíz de mi vínculo erótico con uno de los trabajadores de la cocina. Cuando hablo de vinculo erótico me refiero al encuentro de dos totalidades, dos cuerpos, que se miran mutuamente, se reconocen y se fusionan perdiendo momentáneamente sus respectivas fronteras (Guzmán, 2013, citado en Esteban, 2020, p. 576).El erotismo tiene como fin el desfallecimiento, alcanzando lo más profundo del ser, suponiendo una disolución relativa del mismo, de las formas constituidas de la vida social, las regularidades que fundamentan el orden discontinuo de las individualidades (Bataille, 1997, p. 22). Es un interludio tal como sostiene Parrini

…que atraviesa un momento social, una relación que cruza a uno o muchos sujetos, que los vincula o los desvincula de determinado modo, que permite ciertas prácticas sociales y que se diluye con rapidez, sin más rastros que los cobijados por la imaginación y la fantasía (…) es también una alteraciónprofunda del orden institucional: se alimenta de sus definiciones y sus diferencias, las intensifica mediante investimentos específicos, pero también las turba, las desencaja. (Parrini, 2018, p. 20).

Este encuentro erótico que conllevó una serie de rupturas en la vida social donde realicé la investigación, me permitió problematizar qué sucede cuando se rompe con la negación del cuerpo en el trabajo de campo, ya que comúnmente el mismo es borrado, y en mayor medida, cuando se trata de las implicaciones sexuales y afectivas las investigadoras (Gregorio Gil, 2018, p. 249). Posicionarme en mi corporalidad me desafió a reflexionar sobre mi disolución corporal desde el erotismo, y pensar al mismo tiempo, sobre las turbaciones institucionales que emergen desde este encuentro erótico, sobre mi trayectoria de vida, mi postura metodológica y las consideraciones éticas durante mi inmersión en el trabajo de campo. Estas convergencias y divergencias configuraron mis sentimientos y mis decisiones, los cuales atravesaron mi estadía en la cocina y me permitieron construir un conocimiento encarnado. El cual expondré desde la narración de diferentes momentos vivenciados en mi trabajo de campo, emprendiendo una búsqueda reflexiva sobre las diversas situaciones que se desatan con la emergencia de mi corporalidad erótica durante el trabajo de campo, haciendo énfasis en la particularidad de estas dinámicas que responden a situaciones concretas de la vida cotidiana.

2. “La antro”

Noel (2016, p. 104) sostiene que durante el trabajo de campo debemos llevar adelante diversas negociaciones, ofrecer explicaciones y mantener discusiones con distintas personas, las cuales comúnmente desconocen lo que somos y lo que hacemos. Este desconocimiento siempre estuvo presente en mi trabajo de campo, ya que mi inmersión estuvo condicionada por la escasa atención, que la jefatura de este sector, le dio a mi llegada. Por lo tanto, sin una presentación formal, me vestí con una cofia y una casaca e ingresé al sector de producción con el jefe quien “me dejó” con una tisanera. Por este motivo tuve que explicar de forma reiterada e incluso varias veces a la misma persona qué estaba haciendo en la cocina.

Siguiendo con las ideas de Noel (2016, p. 104), explicar lo que estaba haciendo allí de una forma que fuera comprensible y poco amenazante para los trabajadores, debía implicar de mi parte un esfuerzo respecto al tiempo de diseño y adaptación de las respuestas posibles que daría a los diversos interlocutores. Si bien lo intenté, considero que tuve diversas fallas y colaboré a la confusión, pues traté de resolverlo sin recurrir a los jefes en un intento de distanciarme de las figuras de autoridad. Luego de unos días de estar compartiendo con los trabajadores, decidí dejar varias copias con un texto breve en la mesa del comedor explicando qué estaba haciendo allí, porque había comprendido que era imposible hablar con más de veinte personas que estaban en continuo movimiento. La nota que dejé generó, según me enteré meses después, un acalorado debate entre las pocas personas que lo leyeron, algunos manifestaban que mi presencia era peligrosa y se iban a ver perjudicados, mientras que otros sostenían que yo estaba ahí para realizar una “tesis para recibirme”, por lo tanto, podía quedarme con ellos. Mi presentación generó al mismo tiempo, una interpelación por parte de ellos y de mi misma, ya que comenzaron a emerger por parte de los trabajadores distintas interrogantes “¿qué es la antropología?”, “¿de qué vas a trabajar?”, “¿qué tiene que ver eso con la cocina?”, “¿fuiste la que descubriste los huevos de dinosaurios en Tacuarembó?”, “¿Analizás los huesos de la gente cuando se muere?”. Esto implicó para mí un esfuerzo muy grande al tratar de bajar a tierra el análisis que yo estaba realizando en la cocina.

Mis explicaciones fueron leídas de diferentes formas, tal como sostiene Noel (2016, p. 104), pues los interlocutores comenzaron a tejer una serie de supuestos, expectativas y representaciones acerca de quién soy, lo que soy y lo que puedo hacer por ellos, lo cual está relacionado con otras clases de actores a los que fui asimilada. Al compartir con ellos las jornadas laborales, comúnmente me preguntaban si no miraba el reloj, pues las estudiantes de nutrición a veces controlaban los minutos que demoraban en hacer las tareas. En otras ocasiones me mostraban y explicaban las planillas en donde estaban distribuidos los alimentos destinados a cada usuario de los pisos, tal como lo hacían con los estudiantes de tisanería. Estar habituados a estas estudiantes, en su mayoría mujeres, hacía que comúnmente me confundieran con las mismas. Las estudiantes de nutrición están en la cocina por un corto período de tiempo y generalmente no van solas, sino que permanecen con las nutricionistas en las oficinas o recorren con ellas la cocina. Las estudiantes de tisanería en cambio, permanecen más tiempo, también de forma grupal, pero no son estudiantes universitarias, están allí para aprender el oficio. Estas dinámicas llevaron a que en varias ocasiones los trabajadores me preguntaran por qué estaba allí “sola”. En relación a mi supuesta soledad, muchas veces me pregunté si esto no me hacía vulnerable, ya que las otras estudiantes siempre permanecían acompañadas.

Paulatinamente comencé a entender que tenía sobre mí un halo de misterio, conformado por diferentes aspectos. Primeramente era leída como una mujer joven y sola, estudiante de algo raro que nunca llegaban a comprender o comúnmente lo olvidaban. En segundo lugar, que iba a permanecer con ellos varios meses, compartiendo comidas, mates y charlas, que los trabajadores me devolvían con una repetida interrogante “¿No anota nada, usted?”. Estas extrañezas metodológicas de la antropología, a las que no estaban habituados hicieron que fijaran en mí diferentes supuestos, representaciones y expectativas relacionados a otros actores con los que fui asimilada (Noel, 2016, p. 105), lo cual comprendí en la medida que recibía diferentes nombres y roles. Una de las tisaneras me apodó “la antro” en un tono jocoso, mientras que otros trabajadores me llamaban “licenciada”, pues están habituados a llamar así a las licenciadas en nutrición, con las cuales comparten la jornada. Las nutricionistas están por encima de los trabajadores a nivel jerárquico y comúnmente surgen entre ellos diversos conflictos. Ser llamada licenciada hacia que mi presencia fuera leída de diferentes formas: como una figura desagradable “vos estás acá para vigilarnos” o como una figura de poder “¿podes ir a hablar al sindicato?”.

En otros momentos sin embargo, algunos trabajadores me llamaban “compañera” categoría que utilizaban entre ellos. Esta lectura de mi presencia la comencé a relacionar primeramente con aspectos metodológicos a los cuales no estaban acostumbrados, aspectos que me permitieron ir construyendo un vínculo muy próximo al compartir la rutina y los problemas cotidianos de la cocina, mientras que evité utilizar los espacios de los jefes o las nutricionistas. Al mismo tiempo, esta lectura puede relacionarse con la proximidad social que existe entre los trabajadores de la cocina y yo, si bien soy estudiante universitaria comparto la misma clase social que los trabajadores de la cocina. Esta proximidad fue una ventaja y a la vez un doble ejercicio, ya que al objetivarlos me objetivé doblemente de forma continua durante mi trabajo de campo (Bourdieu, 2007, p. 531). Esta pertenencia a una misma clase social hizo que me fuera muy difícil el proceso de extrañamiento, el cual me resultó más fácil en lo que respecta a los códigos presentes en la cocina, que a sus sentires, discursos y prácticas en otras áreas de su vida, como lo estético, las formas de entretenimiento -telenovelas, música-los chistes, y la “jerga” diaria que en definitiva convergieron en mi conocimiento con ellos y me permitió llevar adelante una emocionalidad reflexiva (Spencer, 2010, citado en Alcázar, 2014, p. 65) desde diversos mundos, primeramente como parte de una misma clase social, y en segundo lugar como investigadora.

3. “El jugueteo”

En los diferentes momentos de mi estadía en la cocina, marcados por mi llegada, por mi trayectoria de vida y por un vínculo central con uno de los trabajadores, implicaron para mí una reflexividad constante respecto a cómo era leída mi presencia y mi corporalidad. La misma fue variando pues fue interpretada, socializada, compartida y reinterpretada de continuo por los trabajadores (Noel, 2016, p. 107), lectura que al mismo tiempo estaba atravesada, por las dinámicas fluctuantes de los vínculos que mantienen entre ellos. Mientras trataba de manejar estas interrogantes y de definir mi rol ambiguo en la cocina, comencé a hablar y acompañar en sus actividades de forma indistinta a hombres y mujeres, y en los momentos que no hablaba con ellos me limitaba a observar.

Esta observación participante en mi trabajo de campo siempre estuvo ligada a la objetivación que hacían de mi presencia como mujer joven y sola, antes que investigadora. Por lo tanto fui potencialmente leída como una amenaza o algo a conquistar -las mujeres generalmente realizaban un escaneo visual ante mi presencia de forma disimulada haciendo comentarios sobre mi pelo o “mi cuerpito”, mientras que los hombres me miraban de una forma que interpreté como lasciva-. Relacionado a esta lectura que hacían sobre mi presencia y mi rol allí, durante mi observación participante en la cocina y en los pisos, comencé a percibir que los hombres sentían que los miraba por algo en particular, así que comúnmente me devolvían una sonrisa, y yo inmediatamente miraba hacia otra dirección. Al mismo tiempo, los mismos comenzaron a aproximarse a mí de diferentes formas, la más característica fue que me ofrecían y me traían comida o agua, también se mostraban interesados en mis actividades fuera de la cocina, así como en mi vida sentimental preguntándome si tenía novio, si había convivido con alguna pareja, y si al llegar a mi casa cocinaba para mi sola.

Estoy con Javier2, uno de los tisaneros, al lado de su carro, mientras cuenta los postres y controla si tiene todo lo que está pautado en la lista. De forma repentina me pregunta si tengo novio, y la pregunta me incomoda. Le contesto que no con la cabeza y agrega ´yo tengo una chiquita así` mientras me indica con la mano la estatura muy similar a la mía. Me alejo impulsivamente y me apoyo de espaldas en la pared. Me voy sin darle explicaciones. Me acerco a una tisanera que está en su carro y le pregunto si la puedo acompañar a su piso en la cena. Me dice que sí, y me ofrece un té para “la media”, ella también se aparta uno. Sebastián y Damián, dos tisaneros, conversan y me miran de lejos. Mientras estoy hablando con la mujer y sostengo mi té, se acerca Damián desde el otro extremo de la cocina, y se para a mi lado preguntándome ´ ¿Querés torta?`, sin entender mucho le contesto que sí, nunca hablé con él, por lo tanto, me sorprende el ofrecimiento. Se retira y vuelve inmediatamente con dos pedazos envueltos en papel marrón, me los da y le doy las gracias. Se queda un buen rato caminando cerca de mí, con los brazos cruzados en la espalda, mirándome fijamente, luego se retira con Sebastián quien lo espera en el otro extremo. Como me siento incómoda le pido a la tisanera que le diga que no me gusta, por las dudas. La mujer me mira y mientras se ríe me dice ´no le des bola él es medio picaflor, es así`. Intenta tranquilizarme diciéndome que no tenga miedo, que jamás me va a faltar el respeto (Extracto diario de campo, 2019).

Los hombres de la cocina me brindaban este trato y de forma continua me preguntaban si todo “marchaba bien” y se ponían “a las órdenes”, mientras quede la mayoría de las mujeres recibí varias veces un trato hostil. Estas comúnmente no me hablaban o no me saludaban, incluso una de ellas me decía que yo “no sirvo para nada” y otra quiso arrojar agua con un balde a los pies al grito de “¡a ver licenciada!”, y un tisanero me defendió. Mientras que, una de estas mujeres, Lourdes, la cocinera, que se autodefine feminista y militante, se preocupó por mi bienestar durante mi estadía en la cocina, y generamos un gran vínculo. Ambas mantuvimos largas charlas, y en una de las primeras me mencionó ´con las mujeres de acá no se puede hablar de nada, muchas dicen que no andan con hombres casados y después te enterás que sí que anduvieron`. Este punto me sorprendió, pues dentro de todas las problemáticas que pueden surgir entre mujeres, ella traía el tema de lo que yo denomino como tabú, el de ser la amante; luego comprendí que se relacionan con los ideales y valores de la institución familiary los roles de género tradicionales.

Este trato diferencial que de forma inmediata comenzaron a desarrollar ante mi presencia los hombres y las mujeres de la cocina, se reconfiguraron con mayor fuerza debido a la proximidad que comencé a tener con uno de los tisaneros. En este vínculo comienzan a tejerse dimensiones metodológicas y éticas que reconfiguran mi campo, mis vínculos, y la lectura de mi presencia en la cocina. Primeramente me interesaba hablar con él porque hace muchos años que trabajaba en la cocina y por lo tanto podía aportarme mucho a mi trabajo, por lo que mis expectativas iniciales estaban muy lejos de las suyas (Noel, 2016, p. 108) al menos de cómo yo era leída, pues desde la primera charla comúnmente lo encontraba recorriéndome con la mirada.

Las conversaciones comenzaron a desarrollarse dentro y fuera de la cocina en donde se mezclaban problemas cotidianos de la jornada, su historia en la cocina, gustos musicales compartidos, nuestra infancia. Durante las mismas comenzamos a tocarnos, a hacer ciertas bromas, chistes o mirarnos en complicidad, y comenzaron a emerger diferentes sentimientos. Los mismos son relaciones que implican “interpretación, expresión, significación, relación, regulación de un intercambio; se modifica de acuerdo con el público, el contexto, se diferencia en su intensidad, e incluso en sus manifestaciones, de acuerdo a la singularidad de cada persona” (Le Breton, 2013, p. 77). Por lo que en el vínculo compartíamos algunos significados condicionados por nuestro habitus enclasante, y nos alejábamos en otros. En una de estas charlas me advierte que ´no vamos a llegar lejos porque estoy casado`, si bien esta aclaración me tomó por sorpresa, el vínculo continuó, y yo comencé a sentirme atraída por el tisanero, pues en una de las ocasiones en las que me acompañó a la puerta del hospital me hizo una caricia, que me movilizó.

Mi posicionamiento en relación a llevar adelante una etnografía encarnada, que refiere a una observación y participación de y desde los cuerpos centrada en mi dimensión corporal (la cual está atravesada por valores y sentidos sociales, culturales, y políticos, que dependen de mi historia particular (Aschieri, 2013, p. 2) y por lo tanto, de un habitus de clase, que Bourdieu (1998, p. 75) refiere como mundo natal, similar al del trabajador), configuró mis decisiones respecto a esta atracción y decidí llevarla adelante. Esta decisión me permitió vivenciar un vínculo erótico intenso y fugaz, el cual fue leído y socializado de diferentes formas en la cocina. Llevar adelante una etnografía encarnada invita a reflexionar respecto a los modos de ser y de estar en el campo desde el cuerpo presente, como sostiene Aschieri, el cual posibilita situar la corporización en un estado intermedio

(…)que en el transcurso de la experiencia de trabajo de campo, debe dirigir intermitentemente su atención hacia diferentes dimensiones, entre las que debe ser incluida la experiencia corporal, para situarla de modo analítico por un momento, en el primer plano de la conciencia. (Aschieri, 2013, p. 5).

Al mismo tiempo la autora sostiene que hacer el ejercicio de llegar a un estado intermedio de la corporización como investigadora, no siempre puede llevarse a cabo. Esta idea la comparto totalmente, pues considero que lo que viví y sentí no tiene porqué contribuir al análisis de la realidad desde la reflexividad constante y obligada, sino que sentir, tocar, oler, temer, besar, fundirse, ya están ahí, conforman el todo, y configuraran mis notas de campo, mis impresiones y mis análisis, aunque como sostiene Aschieri (2013, p. 13) no siempre pueden ser totalmente traducibles al lenguaje escrito o hablado.

Conversamos sobre la jornada y me pregunta si me puede dar un beso, quedamos en silencio brevemente, mirándonos a los ojos.Me siento atraída por él. Nos besamos. Nos dimos unos besos muy largos, me alza en brazos y nos abrazamos. Su olor es el de la comida que servimos más temprano, sus manos son ásperas, y me gusta. Me indica que me tome un ómnibus, que no me vaya sola. Esto me molesta, pero no se lo digo. Antes de darnos el último beso, me dice ´si no hablamos tanto el jueves es para cuidarte`. Se aleja y me tira un beso mientras baja la escalera (Extracto diario de campo, 2019).

Siendo consciente del tabú de ser la amante, prohibición que manejaban las mujeres en la cocina, sostuve el vínculo con el tisanero de todas formas, el cual comenzó a influir aún más, en mi relación con los demás trabajadores de la cocina. Algunas mujeres dejaron de saludarme y hablarme, llamándome “atrevida”, “zorra”, “puta” porque “hablo mucho” con un hombre que está casado. Incluso una de ellas, me amenazó en una oportunidad, pidiéndome que no hable con él, porque ellos tienen un “jugueteo” en la cocina y por lo tanto este hombre es suyo, advirtiéndome “te voy a ahogar en la marmita”. Estas situaciones a raíz de mi vínculo con el tisanero, que intuían porque “conversábamos mucho”, pero nunca lo corroboraron realmente - dado lo extraño de la metodología de observación participante- me permitieron primeramente, no sin cierto esfuerzo e incomodidad, construir conocimiento encarnado desde diferentes ángulos y acceder a otros universos dentro del mundo de relaciones en la cocina.

Desde mi condición de mujer se me señaló al romper con los códigos morales en la cocina, culpabilizándome por hablar mucho con un hombre casado, y por involucrarme con un hombre que ya le “pertenecía” a otra persona dentro de la cocina, al mismo tiempo mi condición de mujer también me posicionó en calidad de objeto y le otorgué estatus a uno de estos hombres, que se disputaban mi atención desde mi llegada. Lo extraño que resultaba la observación participante y lo incomprensible que se volvía por momentos mi rol en la cocina, me permitió al mismo tiempo, ocultar en cierta medida mi vínculo con el tisanero, no para obtener alguna ventaja al respecto sino para resguardarme de la violencia del resto de los trabajadores. Por lo que considero que la extrañeza metodológica mediante la cual tomé determinadas decisiones, configuran mis implicancias éticas en el campo, pues me resguardé en la confusión para ocultar lo que estaba sintiendo. Por lo tanto decidí no dar explicaciones frente a los rumores que me involucraban en la cocina, solo me defendía diciendo “estoy aquí para conversar con todos los trabajadores”, lo cual tranquilizaba a los curiosos y escandalizados, pero perjudicaba mi vínculo con el trabajador quien de forma continua me preguntaba si yo hablaba más con él que con el resto.

Esta tensión cobró más fuerza porque muchos de los trabajadores evitaban de una forma u otra que nos acercáramos durante la jornada laboral, así que era habitual que comenzaran a gritar indicándole a él que se vaya de mi lado, por lo que comúnmente sentía mi rostro caliente y él quedaba completamente ruborizado. Por lo tanto, el cuerpo presente (Aschieri, 2013, p. 4) no solo me sirvió para dimensionar los aspectos placenteros, sino que me permitió reflexionar desde el dolor, la incomodidad y la represión, pues gran parte de mi estadía en la cocina mi corporalidad -también la de él en cierta medida-estuvo controlada y regulada por el resto.

Cuando volvemos con el carro a la cocina nos vamos con una tisanera a cargar las viandas para las guardias médicas. Allí se acerca Sebastián quien está hoy en el lavadero. Si bien ya nos habíamos saludado al pasar, me pregunta si ando bien en voz alta, pero sin acercarse, sino que permanece recostado a una mesa, pues sabemos que eso no sería conveniente. La tisanera que se encuentra conmigo, escucha esto y se da vuelta inmediatamente y le arroja una mirada que no había visto antes en ella, casi cercana al desprecio, al mismo tiempo que le hace un escaneo visual de abajo hacia arriba. Le dice que se vaya que no sirve para nada, con firmeza, y él se ríe. Javier pasa y le pregunta en voz elevada, como es habitual en la cocina, si está bien porque parece que le pasó un “camión por arriba”, él le dice que es verdad que no se encuentra bien. Al mismo tiempo José me mira y me dice que me “nota triste” “con la mirada perdida”. No poder acercarme a él me genera impotencia y un dolor en el pecho (Extracto diario de campo, 2019).

Al reflexionar tiempo después sobre el breve vínculo que sostuve con el tisanero, que estuvo forjado desde la complicidad de guiñadas, sonrisas y caricias, así como también del control continuo al que fuimos sometidos, entiendo que me permitió acceder a un doble conocimiento inter-somático presente en la cocina. Este conocimiento vinculado a mi postura metodológica me permite aproximarme a una “comprensión de carácter inter-somático que aunque parcialmente, debería poder ser sistematizada a partir de llevar a la conciencia y de focalizar la atención en las distintas dinámicas que intervienen en los modos de corporización de la experiencia” (Aschieri, 2013, p. 1). Primeramente el control y la represión a la que fuimos sometidos, me permitió comprender el control de las emociones y por lo tanto del cuerpo/rostro que se demandan en el espacio de la cocina. Le Breton sostiene al respecto “La expresión del sentimiento es entonces una puesta en escena que varía en función de las audiencias y de los temas” (Hochschild, 1979; Le Breton, 2008, citado en Le Breton, 2013, p. 75). Al mismo tiempo me permitió acceder a la dimensión erótica, el aspecto más importante de la relaciones dentro de la cocina: “el jugueteo”. A menudo en diversas conversaciones las mujeres mencionaban que ellas u otros trabajadores tenían “un jugueteo” con determinadas personas dentro de la cocina, de igual o mayor jerarquía. Además de los chistes con alta carga sexual, siempre primaba entre ellos un aire de complicidad entre unos y otros, miradas sostenidas, caricias en la espalda, disputas y competencias por la posesión de determinadas personas y largas charlas sobre quienes son gustados y gustan en la cocina. Este erotismo sostenido no implicaba necesariamente mantener relaciones sexuales, pero se relacionaba con la realización de determinados favores como guardar “buena comida” o “cambiar los libres” y desde mi conocimiento inter-somático, considero que este erotismo en cierta medida, permitía amortiguar o trascender los aspectos laborales desagradables en la cocina.

4. “La apuesta”

Desde mi acceso al “jugueteo”, comencé a comprender desde mi reflexividad como investigadora, las dinámicas machistas y violentas que estaban en juego, ya que de forma dolorosa comencé a descubrir cómo y de qué modo somos clasificadas las mujeres, por los hombres de la cocina. La relación cobró otros matices, similares a los que sostiene Alcázar (2014, p. 66) donde su vínculo pasó de momentos de goce a la domesticidad.

Estamos a solas con Sebastián, hablando cerca del carro de su piso. Es la media hora de descanso por lo que el resto de los trabajadores comienzan a dejar la cocina rápidamente. Me comenta que estuvo pensando en mí y me dice seriamente ´usted no es una mujer para pasar el rato`, como yo no se lo afirmo ni lo niego me interroga firmemente “¡¿o no?!”. Sostiene además ´usted no es como otras mujeres con las que yo ando, porque puedo pasar y no saludarlas, pero con usted no es así`. Mientras mira en otra dirección evitando mi mirada, agrega, que en la cocina están esperando que haga lo mismo que hizo siempre (Extracto diario de campo, 2019).

Esta confesión me permitió acceder a las dinámicas de los hombres de la cocina, los cuales nos seleccionan entre aquellas mujeres con las que se puede “pasar el rato” y las que no. Dentro de este corte yo dejé de ser vista como una potencial mujer para pasar el rato y el trabajador comenzó a “cuidarme” de otros hombres llamándome “mi mujer” y del resto de los trabajadores al decirme ´quiero cuidarte porque muchas personas dentro de la cocina decían cosas de usted que no son ciertas y yo sé bien que usted no es eso que dicen y no me gusta, sino no va a poder estudiar acá`. Según sostenía el tisanero especulaban que yo mantenía relaciones sexuales con él, lo cual no era cierto. Él no lo desmentía, si bien se me culpabilizaba de algo que él estaba acostumbrado a hacer y que todos sabían, tal como me comentó una de las cocineras ´Sebastián es un zorro, cuando le preguntan por vos se queda callado, todos sabemos cómo es`. Aunque nos fuimos distanciando él se empeñaba en sostener el “jugueteo”, regalándome chocolates, trayéndome tés y mirándome con complicidad en las escenas de besos, mientras mirábamos las telenovelas en el comedor. Luego comprendí que lo que viví con el tisanero, no es más que una experiencia habitual de las mujeres de la cocina, en donde son y somos, objeto de apuestas por parte de los hombres.

Mientras Jésica reparte las viandas a los usuarios, hablamos de nuestra vida sentimental y emerge el tema de los hombres de la cocina. La tisanera sostiene que son tremendos, que los casados y los solteros son lo mismo, y no se les escapa ninguna mujer. Agrega que ellos no tienen vida, trabajan muchas horas y no salen, además de que las cosas con sus parejas se ve que no funcionan. Sostiene que cuando ingresó a la cocina hace unos años junto con otra tisanera, los hombres de la cocina hicieron apuestas para ver quién de ellas “caía primero”. Uno de estos hombres quien apostó por ella, aún hoy continúa insistiendo, ´a veces se aleja otras insiste, me regala chocolates, a veces se cansa y no me molesta por días, y yo lo llevo así` sostiene la mujer, mientras agrega ´por algo te estoy diciendo esto, vos acordate de mí`. No puedo dejar de sentirme triste, pienso en el tisanero y me da rabia, me duele el estómago. Me quedo en silencio durante el resto del recorrido (Extracto diario de campo, 2019).

Volviendo a las implicancias éticas, la observación participante me permitió entrar y salir del vínculo que me había causado alegrías y decepciones. En un intento de distanciarme de las vivencias que me atravesaban, comencé a ir de forma más espaciada, hasta que falté por varios días seguidos a la cocina, por la hostilidad del campo, y porque me sentía enojada. Cuando volví muchos me besaron y abrazaron y se mostraron preocupados por mi ausencia, “se olvidaron, porque no viniste” me aclaró luego una de las cocineras. Seguí con mi trabajo, y en mi grupo de referencia dentro de la cocina comenzaron a decirme que soy “muy inocente”.

5. Discusiones encarnadas

Citro (2004, p. 8) sostiene que ocurre un movimiento cuando el cuerpo se inserta experiencialmente en un campo social, y cuando el cuerpo regresa, y es la escritura la que intenta representar y explicar ese campo. Acceder a diversos universos en la cocina desde el vínculo erótico, muchas veces me resultó doloroso, pues no podía contarlo y me refugié en lo extraño que resultaba para los trabajadores mi estadía en la cocina. Estas vivencias convergieron en mi corporalidad atravesándola y afectándola y fueron plasmados en mis notas de campo como “nervios”, “dolor de panza”, “me duele el pecho”, “siento mi cara arder”, “me siento mirada con desprecio”, “siento celos”, “me vi en el espejo y estoy pálida”. Mis estados de ánimo comenzaron a fluctuar por diversos motivos: por mi vínculo con el tisanero, por el grado en que el resto de los trabajadores intervenían en nuestro vínculo y por mis preocupaciones sobre lo difícil que me resultaba seguir adelante con mi trabajo. Por lo cual, mis sentimientos dieron forma y tiñeron mis notas de campo, mis impresiones diarias, mis reflexiones, y mis análisis. Desde ahí construí un conocimiento encarnado.

Este conocimiento me permite romper con una pretendida cientificidad que está lejos de los pormenores de la carne, por lo que considero fundamental pensar, hablar y sentir desde el hacer una etnografía encarnada que posibilite expresar de alguna forma las emociones y las sensaciones del cuerpo, el placer, el erotismo, el amor, la amistad, el dolor, en diálogo con las implicancias metodológicas y al mismo tiempo éticas, de nuestros roles como personas que investigan. En lo que respecta a mi trabajo etnográfico donde lo metodológico se entrecruza con lo ético en las diferentes situaciones relatadas, me interesa señalar algunos puntos que involucran mi condición de investigadora y mi condición de mujer, ya que ambos aspectos se retroalimentan. Me detengo en este punto para discutir las posibles dinámicas de poder que pudieron estar presentes durante el trabajo de campo con el fin de cuestionar la relación poder-investigadora. Siguiendo las consideraciones éticas a nivel metodológico, que expone Restrepo (2016, p. 171), en lo que respecta a mi rol en el trabajo de campo, considero que fui transparente al explicitar lo que yo estaba haciendo en la cocina, todas las veces que fue necesario, pero entiendo que no fue suficiente. Esta insuficiencia estuvo atravesada y condicionada por mi llegada, y al mismo tiempo por cómo los trabajadores de la cocina entendían la observación participante, ya que una vez integrada a sus dinámicas comúnmente no me consideraban como una persona ajena que iba a estar allí temporalmente, esto implicaba que se permitieran insultarme, no saludarme, amenazarme, o referirse a “nuestro grupo” es decir uno de los “bandos” en los que yo estaba incluida. Este conocimiento a medias que los trabajadores tenían sobre la metodología etnográfica, me permitió ocultar en cierta medida mis sentimientos y resguardarme de la violencia que ejercían los trabajadores de forma reiterada. Ubicarme en las sombras configuró mis sentimientos, procesos reflexivos y vivencias encarnadas, siempre atravesadas por la sensación de que el colectivo e incluso el tisanero no podían dimensionar mi trabajo allí.

Gregorio Gil (2018, p. 249) sostiene que manejar los aspectos éticos respecto a la sexualidad de los investigadores en campo, muchas veces contribuye a un distanciamiento entre un yo y el otro, y por lo tanto plantea la interrogante de cuáles serían los principios éticos en relación a las experiencias sexuales en campo. Al respecto, desde mi posicionamiento metodológico y mis experiencias enunciadas a lo largo del artículo estoy completamente en desacuerdo de enunciar principios éticos que coloquen al Otro como subalterno en tanto diferente - principios comúnmente pensados desde investigadores varones, blancos, clase media/alta- práctica y reflexión común en la antropología. En cambio considero conveniente situar siempre nuestra metodología etnográfica en las dinámicas concretas desde donde tomamos ciertas decisiones que pueden o no tener implicancias éticas. Por lo tanto entiendo necesario pensar, sentir y actuar desde la intersubjetividad que tanto defendemos pero que empeñamos en romper cada vez que nos sentimos movilizados en nuestra corporalidad, y nos distanciamos en un intento desesperado de construir a las personas como objetos que deben ser cuidadas, pero en realidad es para protegernos de nosotros mismos.

Por lo tanto si hablamos de ética en el trabajo de investigación, la misma no puede contribuir a colocarnos de forma obligada en un lugar de poder, desde donde algunos autores se posicionan, como es el caso de Alcázar (2014, p. 66), quien al momento de hablar de su implicancia emocional durante su trabajo de campo lo relaciona con dinámicas de poder desde la racialización y la estratificación social. Sostengo que esto no siempre ocurre en la medida que, tal como planteo a lo largo del texto, este poder no siempre aparece en esa dirección, ya que mientras me involucraba en el vínculo erótico, fundiéndome tanto en momentos placenteros como dolorosos, no estuve en una posición de poder sino que me vi y viví muchas veces en condición de igualdad e incluso me sentí vulnerable en relación al tisanero y al resto de los trabajadores. Esto sucedió porque primeramente fui leída como una mujer joven, antes que estudiante o investigadora universitaria y por mi situación de “observadora vulnerable” (Behar, 1996, citado en Alcázar, 2014, p. 66) que si bien la autora relaciona la vulnerabilidad con su implicancia emocional durante su trabajo de campo “siendo una más” lo hace ubicándose en un lugar de poder que le permite siempre observar. Considero cuestionable esta postura, ya que desde mi trabajo de campo entiendo que mi implicancia emocional me aleja de ese lugar, viéndome inmersa muchas veces en situaciones de vulnerabilidad, no solamente por “sentir”, sino por la hostilidad que este sentir produjo. Sentires que me permitieron comprender otras dinámicas del campo en donde no siempre pude ser observadora.

Involucrarme emocional y eróticamente con uno de los trabajadores y posicionarme desde una metodología con/desde el cuerpo, me llevó a reflexionar sobre la necesidad de romper con las discusiones, las posturas éticas que siempre están en juego a la hora de hablar de las implicancias emocionales y sexuales de los investigadores, lo cual siempre nos coloca en un lugar de superioridad, ya que no es suficiente cuando la construcción de conocimiento escapa a lo “puramente reflexivo”. Si hay un poder, solo lo encuentro en mi privilegio de documentar y narrar ―el cual no es inmediato, ni está, ni debe estar siempre presente― porque me viví vulnerable al sentir. Por lo tanto ¿es posible hablar de investigaciones de seres sintientes? Pensarnos con una ética especial para conducirnos en el campo y de forma específica en lo que refiere a los vínculos eróticos y sexo-afectivos, no hace más que contribuir a ese proceso de objetivación propio de la ciencia en donde las personas que conforman el campo se convierten en algo lejano. Gregorio Gil (2018, p. 249) sostiene que lleva adelante la misma ética que comparte en sus relaciones de compañerismo y amistad, haciendo alusión a las relaciones sexo-afectivas, pero no profundiza más allá de las lecturas que hacen sus interlocutores sobre su sexualidad durante su trabajo de campo. Pero en estas reflexiones, al igual que lo hace Alcázar, la autora las relaciona con su condición de mujer blanca y española y aparecen nuevamente las cuestiones del poder desde donde las investigadoras se ubican. Mi posición al respecto es que no hay diferencia en cuanto a mi rol como investigadora, sino que durante el proceso de investigación tomamos decisiones que están determinadas por el espacio social y las personas con las cuales construimos conocimiento, y manejarnos éticamente en las tramas sociales particulares implica situarnos desde una perspectiva determinada en el mundo y cuestionarla. Esto va a atravesar nuestro accionar dentro y fuera del trabajo de campo y por lo tanto nuestra forma de conocer (nos) y comprender (nos) con el Otro.

Por lo tanto considero que la discusión ética no debe detenerse en la supuesta relación de poder, en mi caso como investigadora, en el marco de una relación sexo-afectiva, porque los sentimientos y lo erótico rompen y desdibujan quiénes son los que tienen poder, al igual que ocurre fuera del campo. Al mismo tiempo, se desdibuja aún más cuando quien se adentra a lo erótico es una mujer. Mi rol como mujer en el espacio de la cocina condicionó mis decisiones sobre resguardarme tras la metodología etnográfica en un intento de cuidarme de la atracción, de la violencia, de la desilusión y la rabia. Mi condición de mujer me llevó a tomar decisiones para ocultarme, decisiones que tomé desde mi rol como investigadora/estudiante, el cual siempre fue secundario para los trabajadores de la cocina.

Es necesario reflexionar sobre la praxis antropológica en donde las decisiones se enmarquen en una ética intersubjetiva que se construye desde las relaciones con los actores sociales tal como sostienen Orobitg y Larrea (2002, p. 15), pero al contrario de lo que sostienen las autoras, considero que la misma no debe estar marcada por la asimetría relacional. Entiendo que es necesario reflexionar sobre una ética de seres corporizados, que permita romper con la percepción de otros cuerpos como objetos que deben de cuidarse y por lo tanto deben permanecer a una distancia prudente de nosotros mismos. Desde mi rol como investigadora considero que la metodología encarnada implica romper con el Otro como un extraño, lejano y desprotegido. Desde una perspectiva fenomenológica, es posible reflexionar cuándo la percepción corporizada de otros deja de ser percibida -para la ciencia en este caso- como otro yo mismo y adquiere solo la categoría de objeto, cuándo se produce el quiebre entre el reconocimiento fenomenológico intersubjetivo y la construcción socialmente aprendida de la reflexión capaz de construir al otro como un objeto extraño (Csordas, 1993, p. 99) y de ser abordado como tal, con todas las consecuencias que eso conlleva.

A modo de cierre entiendo que esta perspectiva es necesaria porque durante mi trabajo de campo me vi envuelta en encrucijadas que no pude resolver mientras las vivía porque entendía que era absurdo reprimirme para preservar mi “imagen” de investigadora y el dejarme fluir me permitió al mismo tiempo encontrarme con diversas limitantes dentro de la disciplina a la hora de querer poner en palabras mi experiencia en la cocina. Con el paso del tiempo puedo decir que actué respondiendo a las dinámicas concretas del campo. Me interesa detenerme en el fluir, ya que es un concepto que manejan Blázquez y Liarte (2018 p. 211) al hablar de la dimensión erótica de los investigadores donde propone un Anthropological Groove, ya que identifico similitudes entre sus experiencias y las mías. A propósito los autores sostienen

En el trabajo de campo, ingresamos en el fluir o Groove de las relaciones (…) Como parte de ese proceso sentimosvergüenza, danzamos frenéticamente, nos extasiamos y excitamos, e incluso experimentamoscómo se disolvía, momentáneamente, el binomio sujeto investigador/sujetos investigados. Al incorporar el objeto de estudio y seguir sus ritmos (…) fuimos absorbidos por él. Muchas veces, las mismas moléculas,sonoridades, formas lumínicas, imágenes, prácticas eróticas que excitaban a los sujetos(re)corrían nuestros cuerpos y los estremecían. (Blázquez y Liarte, 2018, p. 211)

Construir conocimiento desde/con el cuerpo implica dejar atrás el tildar de falta metodológica y de poco ético involucrarse sexo-afectivamente con las personas que conforman nuestro campo de estudio, y en cambio permite abrir la reflexión ética para pensarnos primeramente como personas que investigan. Al mismo tiempo, las personas con las que compartimos el campo deben entenderse como sujetos corporizados capaces de percibir y sentir desde su corporalidad e intervenir en una ética intersubjetiva como participes de la realidad que se configura durante la investigación. Cuando hablo de una ética intersubjetiva me refiero a la capacidad de agencia de nuestros interlocutores a la hora de decidir de forma explícita o implícita transgredir, negociar, transformar junto a nosotros, las distintas dinámicas sociales que se dan en espacios concretos. Estas rupturas éticas solo son posibles desde una metodología etnográfica con/desde el cuerpo, tal como sostienen Blázquez y Liarte (2018, pp. 212-213) donde el oficio etnográfico consiste en construir un cuerpo atento a los excesos, capaz de entregarse a ellos y de cruzar las fronteras que lo separan de los sujetos de la investigación, y tomar esas experiencias para la construcción critica del análisis social. Por lo tanto las decisiones metodológicas y éticas que podemos tomar respecto a nuestros vínculos son las mismas dentro y fuera del campo, lo que cambia es el espacio social en dónde debemos tomarlas. No considero conveniente hablar de una ética antropológica que nos sitúa cerca de los códigos deontológicos, sino que nuestra praxis debe responder a una ética situada al ras de las situaciones cotidianas.

Referencias bibliográficas

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1 La investigación de grado se titula “Corporalidad y trabajo en la cocina de un centro hospitalario” y fue realizada en el marco de Licenciatura de Ciencias Antropológicas, opción antropología biológica, en el año 2019. El objetivo de la misma fue analizar la relación entre el espacio laboral y la corporalidad de un grupo de trabajadores de una cocina hospitalaria en Montevideo, Uruguay. La metodología empleada fue la etnografía a la cual se integraron datos antropométricos con fines ergonómicos.

2Los nombres que figuran en el presente artículo son ficticios para preservar el anonimato de los trabajadores.

Nota: El texto corresponde 100% a Yoseline González Cabrera

Nota: La editora Sonnia Romero Gorski aprobó éste artículo

Recibido: 12 de Marzo de 2021; Aprobado: 22 de Abril de 2021

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