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Revista Uruguaya de Antropología y Etnografía

Print version ISSN 2393-7068On-line version ISSN 2393-6886

Rev. urug. Antropología y Etnografía vol.4 no.2 Montevideo Dec. 2019  Epub Dec 01, 2019

https://doi.org/10.29112/ruae.v4.n2.3 

Estudios y Ensayos

REFLEXIONES EN TORNO AL ENFOQUE ETNOGRÁFICO Y LA COLABORACIÓN A PARTIR DE LA EXPERIENCIA CON ORGANIZACIONES INDÍGENAS

REFLECTIONS ON THE ETHNOGRAPHIC APPROACH AND COLLABORATION BASED ON EXPERIENCE WITH INDIGENOUS ORGANIZATIONS

REFLEXÕES SOBRE A ABORDAGEM ETNOGRÁFICA E COLABORAÇÃO BASEADAS NA EXPERIÊNCIA COM ORGANIZAÇÕES INDÍGENAS

María Victoria Taruselli1 
http://orcid.org/0000-0001-5738-3362

1 Doctora en Ciencias Antropológicas de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Docente investigadora de la Facultad de Trabajo Social, Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER). mariavictoriataruselli@gmail.com


Resumen:

En el presente artículo propongo reflexionar en torno a las relaciones que se construían entre los estudiantes y profesionales universitarios y las familias que sostenían el Centro Cultural y Comunitario Mapik de la ciudad de Rosario (Argentina), a fin de, por un lado, analizar una de las tramas relacionales más importantes en la construcción de la organización y, por otro, reflexionar sobre las especificidades y potencialidades del modo de producir conocimiento a partir del enfoque etnográfico y la investigación colaborativa. Para ello, y retomando la propuesta de Losonczy (2008), analizo los “silencios” que aparecían en dichas relaciones, pensándolos como “distancia” y “enigma” en los primeros encuentros y como “acuerdo” y “construcción colectiva”, es decir, como resultado de la continuidad de trabajo en la organización y el compromiso con la misma, después.

Palabras claves: organización indígena; silencios; etnografía; colaboración

Summary:

In this article I propose to reflect around the relationships built between students, university professionals and families who supported the cultural and community center Mapik of the city of Rosario (Argentina), in order to analyze one of the most important relational plots in the construction of the organization on the one hand and, to reflect on the specificities and potentialities of how to build knowledge approach and joint research, on the other. For this, and retaking the proposal of Losonczy (2008), I analyze the “silence” that appeared in these relationships, thinking of it as “distance” and “enigma” in the first meetings and as “agreement” and “collective construction”, that is to say, as a result of the continuity of work in the Organization and the commitment with it, after.

Keywords: indigenous organization; silences; ethnography; collaboration

Resumo:

Neste artigo proponho refletir sobre as relações que foram construídas entre os estudantes e profissionais universitários e as famílias que apoiaram o Centro Cultural e Comunitário Mapik na cidade de Rosário (Argentina), a fim de analisar um dos quadros relacionais mais importantes na construção da organização, por um lado, e refletem sobre as especificidades e potencialidades do modo de produzir conhecimento a partir da abordagem etnográfica e da pesquisa colaborativa, por outro. Para isso, e retomando a proposta de Losonczy (2008), analiso os "silêncios" que aparecem nessas relações, pensando-as como "distância" e "enigma" nos primeiros encontros e como "concordância" e "construção coletiva", ou seja, como resultado da continuidade do trabalho na organização e do compromisso com ela, depois de.

Palavras-chave: organização indígena; silêncios; etnografía; colaboração

Introducción

El Centro Cultural y Comunitario Mapik es una organización indígena que surgió en el año 2004 en el barrio “Los Pumitas” de la zona norte de la ciudad de Rosario (Argentina) a partir de la inscripción de la comunidad en el Registro Nacional de Comunidades Indígenas (RENACI) del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI)1. Desde entonces, se sostienen allí una diversidad de actividades, tales como, talleres de apoyo escolar y recreativo para niñas y niños, de alfabetización, de formación y de oficios para jóvenes y adultas y adultos, se organizan los festejos por el Día de la Diversidad y el Día del niño. Además, desde el año 2006, se prepara la merienda para alrededor de 350 niñas y niños durante tres veces por semana en el marco de una política de asistencia alimentaria conocida como “copa de leche”. En esas actividades es central el trabajo que desarrollan Osvaldo -su presidente y quién motorizó junto con un equipo de antropólogas y antropólogos el proceso de inscripción en el RENACI- junto con su familia y un grupo de compañeras y compañeros del barrio que, en palabras del propio Osvaldo, “acompañan el “proyecto”. Además, participaban allí diversos grupos de estudiantes y profesionales universitarios que llegaban con intereses de los más diversos y “ganas de hacerlo” 2 para contribuir al proceso organizativo.

Trabajé en Mapik durante diez años en el marco de una investigación colaborativa realizada para mi tesis doctoral en Ciencias Antropológicas3. Durante ese tiempo presencié y vivencié múltiples (des)encuentros entre estudiantes y profesionales universitarios que trabajaban allí y las familias del barrio que sostenían cotidianamente la organización. Si la participación de aquellos posibilitaba muchas de las actividades que se ponían en marcha (a excepción de la copa de leche, el resto de los cursos, talleres, etc. eran coordinados por universitarios) también se daba, en algunas instancias, cierta imposibilidad de diálogo. En dichos (des)encuentros solían abundar los silencios que, en principio, sólo me incomodaban pero que, a lo largo del trabajo, fueron convirtiéndose en una clave, una especie de pista para indagar, en primer lugar, los términos en que se planteaba y construía una de las tramas relacionales más importantes de Mapik. En segundo lugar, reflexionar en torno a las implicancias del enfoque etnográfico y de la investigación colaborativa, en general.

En el presente trabajo, propongo entonces, recuperar esos silencios como una fuente de producción de conocimiento pues considero que asumir el riesgo de pensarlos, romperlos y ponerlos en texto permite capturar toda la potencia de los mismos para reconstruir la experiencia y no el relato oficial de las relaciones que construían, que daban vida a la organización. Es decir, captar lo que Losonczy (2008) ha llamado, la “exégesis interna”, esto es, aquellos enunciados que no se producen en respuesta a interlocutores externos sino que constituyen la suma de las notas y conductas espontáneamente producidas durante acontecimientos en situaciones de intimidad cultural entre los interlocutores.

Sobre el potencial de los silencios para construir conocimiento Losonczy (2008) ha señalado:

“A pesar de que nunca empleé un cuestionario tradicional, tenía la obsesión por concluir, terminar, empaquetar conceptualmente una experiencia cuya fluidez me desconcertaba. Fue gracias a la escucha silenciosa -impuesta primero por las circunstancias- de las conversaciones, cantos, gritos e interjecciones entrecortadas de silencios que se reveló progresivamente la importancia de la distinción entre la exégesis externa, a saber, los enunciados producidos por los interlocutores a pedido del extranjero y la exégesis interna, la suma de las notas y conductas espontáneamente producidas durante acontecimientos en situaciones de intimidad cultural entre los interlocutores” (2008: p. 78)

Esta propuesta se piensa en diálogo con una serie de trabajos que, en el campo de la antropología, han desarrollado una vasta reflexión en torno a su propia práctica, involucrando una serie de discusiones en torno a las implicancias del trabajo etnográfico y el compromiso con los interlocutores y con los procesos analizados (Fernández Álvarez, 2010, Jimeno, 2005, Trentini y Wolanski, 2018), así como a los modos de construcción de conocimiento y de validación del mismo (Hale, 2006, Rappaport, 2007). En este marco, surgieron una serie de propuestas para referir a los procesos de investigación, tales como, “investigación activista” (Hale, 2006), “en colaboración o colabor” (Briones, 2013, 14, Rappaport, 2007, Leyva y Speed, 2008) o “etnografía doblemente reflexiva” (Dietz, 2011). Más allá de sus particularidades, estos trabajos han reflexionado sobre la puesta de andar de investigaciones que articulan los problemas de investigación y las demandas derivadas de las prácticas cotidianas de los colectivos organizados, es decir, objetivos “académicos” y objetivos “políticos” (Fernández Álvarez y Carenzo, 2012). En este sentido la colaboración no sólo es moral o éticamente necesaria sino que presenta un gran potencial para nutrir el pensamiento antropológico, al posibilitar la co-teorización, “proporcionando tanto a nuestros interlocutores como a nosotros mismos nuevas herramientas conceptuales” (Rappaport, 2007: 201).

Dado que en la investigación privilegio un enfoque etnográfico -al tiempo que propongo reflexionar sobre el mismo-, recupero aquí registros de campo elaborados en distintos espacios de interacción de la vida cotidiana (reuniones, talleres, actividades diversas pero también encuentros y conversaciones esporádicas y espontáneas) así como fragmentos de entrevistas abiertas realizadas a las familias participantes de la organización. El texto se organiza en dos apartados que indagan en las relaciones entre profesionales y estudiantes universitarias/os en el espacio organizativo, el primero, problematiza los silencios que solían primar en los primeros encuentros, pensándolos como “distancia” y “enigma” y en el segundo, se trabaja en torno a los silencios como “acuerdo” postulándolos como el resultado de la continuidad de trabajo en la organización y el compromiso con la misma. Ambos apartados están atravesados por la pregunta sobre las implicancias y potencialidades del trabajo etnográfico y la investigación colaborativa.

Los silencios del primer (des)encuentro

Durante el tiempo que trabajé en Mapik, llegaban semanalmente profesionales y estudiantes universitarios con ganas de “hacer algo” y, según relataba Osvaldo, la participación de estudiantes y profesionales había marcado la historia y las dinámicas de la organización desde sus comienzos. De hecho, la inscripción de la comunidad había sido motorizada por un equipo de antropólogas y antropólogos que lo habían acompañado en ese proceso y facilitado los papeles que debía presentar ante el INAI para concretarla. Osvaldo recordaba y reconocía siempre el apoyo recibido en el proceso de inscripción. Apenas comencé a trabajar en la organización advertí que la participación de universitarios iba delineando el espacio pues todas sus actividades -a excepción de la copa de leche- habían surgido a partir de sus propuestas y habían sido coordinadas por estos. Incluso los tiempos de la organización estaban asociados al trabajo con profesionales: debido a que la mayoría de las actividades eran coordinadas por universitarios seguían los ritmos del calendario académico, así pues, mientras que durante el año los talleres y cursos se multiplicaban, en tiempos de exámenes o de vacaciones los mismos se suspendían, aquietándose visiblemente el movimiento en la organización.

Cada recién llegado proponía, con un innegable entusiasmo, nuevos proyectos, talleres, cursos y/o intentaba realizar entrevistas para proyectos de investigación. Una imagen repetida era el encuentro entre quienes pretendían construir desde cero y la escucha paciente y silenciosa de los miembros de la comisión de Mapik que solía culminar con la explicación “acá ya vinieron otros a hacer lo mismo” o simplemente, “eso ya se hizo”. A modo ilustrativo reproduzco aquí una de las tantas imágenes de sábado por la mañana que era el día de la semana en el que generalmente llegaban los “nuevos”:

Se está realizando una reunión con una docente y un grupo de estudiantes de Comunicación Social, le proponen a Osvaldo gestionar una radio en el marco de la nueva “Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual”, para ello le explican en qué consiste dicha legislación y le muestran los formularios que debían presentarse a tal efecto. Él escucha sin aclararle que la organización ya hizo una multiplicidad de gestiones en esa dirección. Después de un largo rato, y recién cuando finalizan la explicación, Osvaldo trae una carpeta y muestra la resolución en la que se asigna a Mapik un número de frecuencia radial. Explica que en la planta alta del local -en ese momento en construcción- funcionaría la radio de la comunidad, invitándolos a participar de la misma.

Desde la organización ya se habían completado todos los trámites para gestionar una frecuencia radial en el marco de la mencionada ley y habían conseguido el financiamiento de los equipos que aún no se habían comprado pues no estaba concluido el espacio físico para su instalación. Sin embargo, Osvaldo escuchó en silencio y durante largos minutos las explicaciones de la docente que, claramente, desconocía estas gestiones previas y estaba decidida a transmitir los beneficios de la nueva ley. Frente a la presentación sobre un tema que se había trabajado en el pasado, Osvaldo en lugar de interrumpir rápidamente y comentarles las gestiones realizadas para obtener la frecuencia, la respuesta fue un prolongando silencio, escuchando todo aquello que el grupo de comunicadores venían a proponerle.

Más recientemente un grupo de docentes investigadores coordinaron una reunión con Osvaldo para presentar un proyecto de investigación radicado en la Facultad de Medicina y al cual, convocaban a participar a la comunidad. De la misma, participaron además de Osvaldo, Ariel -el secretario que es artesano y maestro en una de las dos escuelas primarias bilingües que funcionaban en la ciudad- y Horacio -el tesorero- de la organización. Allí se dio un intercambio que me interesa recuperar no tanto por lo anecdótico sino porque condensa muchas de las situaciones que aparecían en el primer encuentro con los universitarios:

Médico: Nosotros somos docentes en la Facultad y ahí tenemos un proyecto de investigación que se propone analizar la política de salud entre pueblos indígenas. Queremos analizar cómo afecta la cultura en la política de salud porque faltan trabajos sobre salud entre los pueblos indígenas y formamos médicos que no conocen la cultura de los pueblos indígenas y creemos que el desconocimiento da lugar a la discriminación. Pero nosotros queremos construir conocimiento con la voz de la comunidad, pensamos primero hacer una revisión documental de acciones estatales en materia de salud y después trabajar con ustedes, hacer entrevistas individuales y colectivas. Nosotros pretendemos ofrecer un espacio donde se genere conocimiento, recuperando la voz de la comunidad. Ariel: Pero ¿qué pasa con la información de la entrevista? M: Trabajamos en conjunto, hay un intercambio, la propuesta es que la entrevista sea un intercambio de conocimiento. El producto queda en la comunidad y otro en la universidad. Nosotros nos comprometemos a que el producto de nuestra investigación quede en la comunidad. A: Los de reuma también trajeron un proyecto y le pedimos que traigan el levantamiento de datos para herramienta. Nosotros acompañamos pero participamos del proyecto de ellos. Nuestra posición es que no traigan el proyecto hecho, queremos participar del proyecto. Porque viene gente para tesis, seminarios, ponencias pero estamos muy abandonados. Está buena la idea pero la podernos manejar con pinza para que no haya errores. Detrás del conocimiento está el chamán, ¿por qué no lo llaman al chamán para que forme parte del proyecto?.

En primer lugar, me interesa llamar la atención que tanto Osvaldo como Horacio permanecieron en silencio durante prácticamente toda la reunión, escucharon la propuesta, compartieron el mate y algunas veces, asintieron con la cabeza frente a las afirmaciones de los médicos. Estaban presentes, atentos pero no hablaban, escuchaban con atención pero sin pronunciarse sobre la invitación a trabajar juntos en el proyecto.

Encuentro en la respuesta de Ariel, que propone “manejar la idea con pinza” la propuesta, una clave para pensar esos silencios. Es que, probablemente, se trataba de escuchar y entender que la construcción colectiva (en este caso de conocimiento pero mucho más allá de eso) era un proceso y no algo que, naturalmente, surgiría a partir de buenas intenciones, deseos y proyectos. Además, Ariel recordó el proyecto de reuma, ello en primer lugar, daba cuenta que, en contraposición a lo que suponían los médicos, “algo” vinculado a la salud se había hecho en el pasado. Sin dudas, los profesionales lo desconocían, pero el año anterior un equipo de profesionales de la salud había recorrido el barrio acompañados por Horacio (representando a la organización) para “estudiar la incidencia del reuma en la población”. Si bien, los objetivos de ese estudio habían sido diferentes a los que actualmente se estaban proponiendo, algunas sensaciones de aquel proyecto entraban a jugar aquí.

Sumado a ello, desde la organización venían sosteniendo una lucha de larga data frente al gobierno provincial por la instalación de un Centro de Salud en el barrio. En ese marco, el “tema salud” lejos de ser novedoso se venía trabajando en articulación con antropólogas y antropólogos involucrados en la temática y con los médicos y trabajadoras sociales del centro de salud más cercano. Por eso, la inexistencia de trabajos sobre salud en poblaciones indígenas era discutible desde la experiencia concreta, tanto de investigaciones previas como del proceso de demanda por la construcción de un efector público de salud al interior del barrio, en el cual se había articulado con diversos profesionales.

Por otro lado, Ariel señalaba que la posición de la organización es que no traigan el proyecto hecho, mostrando cierto malestar ante un proyecto ya elaborado, radicado y aprobado en la facultad. En algún punto, proponía tomarse en serio lo de “construir juntos” conocimiento, lo cual involucraba “invertir el movimiento”, quiero decir con ello, primero conocerse, dialogar, repasar (y repensar) los intereses, expectativas y deseos (individuales y colectivos) para luego sí diseñar un proyecto. Ello, sin dudas era el principal desafío del trabajo con profesionales, construir juntos la agenda, acordar (y acercar) expectativas e intereses y que la construcción de conocimiento aportase a las demandas que se venían sosteniendo desde la organización.

He encontrado en reuniones de ese tipo, reflejo de mi primera visita al barrio. También llegué un día sábado, entusiasmada y dispuesta a poner en marcha un proyecto que había sido pensado para responder a una línea de financiamiento de un Premio Nacional4. Apenas nos conocimos con Osvaldo, le conté mi intención de realizar una serie de talleres de reflexión en torno al “desarrollo” y después de escucharme durante largos minutos, me hizo una contrapropuesta pues consideraba que eso “no iba a andar”: hacía tiempo que estaba intentando poner en marcha espacios de formación en oficios para los jóvenes que permitiesen transmitir la importancia de “aprender un oficio, aunque vivamos en la villa”. En sintonía con ello, me sugirió realizar un taller de herrería o carpintería que vendría a darle continuidad a dos talleres de albañilería que ya se habían desarrollado anteriormente. De algún modo, esto podía vincularse con las discusiones que, inicialmente, habían dado forma al proyecto así que acepté la propuesta. Aquel día, el deseo, el entusiasmo y las expectativas me avasallaron, llegué con un proyecto ya armado, a plantear una actividad profundamente alejada de los intereses de quienes formaban parte de la organización y hablé sin parar sobre el premio, la investigación, los talleres. Es decir, llegué -como luego vería que solían hacerlo otros profesionales- un sábado por la mañana, con un proyecto “bajo el brazo” y llenando aquel primer encuentro de muchas palabras para presentarme y presentarlo, había sido recibida con un extenso silencio. Esos silencios condensaban una especie de “enigma recíproco” que obligaba a mirarse, conocerse sin demasiadas palabras, dejar fluir el encuentro (Losonczy, 2008). Sin embargo, me había ocupado de llenar el encuentro de decires.

Luego de aquel primer encuentro con Osvaldo, acordamos que comenzaría a trabajar en la organización. En principio, fue un alivio que resultase tan sencillo aquel comienzo. Sin embargo, el resto de la comisión y de las familias que participaban de la organización empezaron a verme allí sin saber quién era, de dónde venía y qué me proponía hacer. De algún modo, aquel enigma se extendió durante bastante tiempo. No resultó casual que, a medida que mi trabajo se volvía regular, tuviese que responder cada vez con mayor frecuencia y ante un público mayor, qué estaba haciendo allí, qué buscaba, qué me conducía a pasar tardes enteras en el local. Es decir, a medida que aumentaba la confianza, se achicaban las distancias y aparecía la palabra, la pregunta. La pregunta y mis ensayos de respuesta, permitían romper aquel silencio inicial con el que ingresé a la organización y que convertía mi presencia en un enigma.

Presencié durante mi trabajo numerosos primeros encuentros entre universitarios y quienes integraban la comisión de Mapik, en los cuales algunas situaciones solían, llamativamente, repetirse. En ellos, los universitarios se presentaban, hablaban extensamente de sus intenciones y propuestas y de lo importante que resultaría para el barrio llevarlas adelante. Quienes participaban de la organización, en cambio, escuchaban pacientemente, instalando un silencio, muchas veces, incómodo que conducía a ensayar más palabras. Por un lado, Osvaldo, Ariel y Horacio podían darse largos minutos para escuchar lo que se venía a proponer, incluso cuando aquello ya se hubiese realizado o no estuviese en sintonía con los objetivos de la organización y por otro, los universitarios, con cierta verborragia, enfatizaban la importancia de lo que venían a proponer/hacer. De hecho, Osvaldo que se encargaba de contar la historia de la organización, solía hacerlo luego de haber escuchado extensas presentaciones.

De algún modo, esos silencios solían condensar una distancia que, considero, suele acompañar al primer encuentro entre personas desconocidas, pero los profesionales intentábamos acortarla rápidamente. Había una necesidad de desentendernos del enigma y de escaparle a la incomodidad y, para ello, las palabras solían ser grandes aliadas. De un lado, muchas palabras que intentaban “vender” las diversas propuestas, proyectos o ganas de “hacer algo” con la que llegábamos al barrio. Del otro, escucha y silencio, tiempo de enigma que comenzaría a desenmarañarse lentamente.

De algún modo, esos silencios y el decir de los universitarios constituían una especie de “intromisión” o “invasión”. La presencia de éstos y su verborragia invadían el tiempo y los ritmos de la organización, al tiempo que imposibilitaban la construcción de un diálogo. Toda conversación supone tiempos de silencio y escucha, implica compartir la palabra pero también los silencios sobre las cuales aquellas se asientan. En estos encuentros, los silencios solo los sostenían quienes venían construyendo la organización desde hacía años y entonces, el tiempo para compartir esa construcción y hablar desde la experiencia territorial se veía sensiblemente reducido. No hay diálogo posible cuando sólo algunos escuchan silenciosamente.

Paradójicamente, cuando lo que se presentaba era un proyecto de investigación radicado en alguna facultad -tal el caso de los médicos cuyo encuentro se repuso anteriormente- solía repetirse el deseo de “construir juntos conocimiento”. Se proponía a los miembros de la organización escucharlos, ya sea mediante entrevistas, charlas informales o participación en jornadas de intercambio para conocer “a través de las voces de los involucrados” las problemáticas que se intentaban indagar. El silencio con el que dicha propuesta era recibida invitaba a pensar que el “tejido de voces” en la construcción colectiva de conocimientos sería más una cuestión a construir, o más bien, un punto de llegada (Fernández Álvarez y Carenzo, 2012) antes que una respuesta inmediata y mecánica frente a la propuesta. En este sentido, las fibras sueltas no lograrían tejerse sin construir previamente vínculos que, necesariamente, comenzarían conociéndonos en aquel primer encuentro pero que, fundamentalmente, requerían tiempo, más encuentros, construir confianza, trabajar juntos.

Me resultan en este sentido sugerente los aportes de Rappaport y Pacho Ramos (2005)) quienes proponen avanzar hacia la co-teorización (construcción de nuevas construcciones teóricas y herramientas conceptuales), originada a partir del diálogo de un cuerpo de teorías antropológicas y los conceptos desarrollados por nuestros interlocutores (Rappaport, 2007). Es decir, un proceso netamente intercultural que incorpora dispositivos teóricos surgidos de las culturas indígenas, así como discursos externos que, frecuentemente, provienen de la academia. Así pues, las ideas indígenas lejos de ser solo datos etnográficos deben tomarse como potenciales dispositivos conceptuales. Por su parte, Briones (2013) sostiene, a partir de diferentes experiencias concretas de producción de conocimiento con organizaciones indígenas, que co-laborar y co-autorar conduce a problematizar una serie de cuestiones o preguntas acerca de los límites de la colaboración: primero, es preciso dejar de considerar per se la colaboración como mutuamente enriquecedora. Segundo, es necesario debatir la privacidad de los conocimientos, esto es, qué temas no pueden ser tratados por todos, o no pueden serlo en cualquier momento, sitio o frente a cualquier audiencia. Y, finalmente, la colaboración debe comprenderse como una invitación siempre abierta que puede ser aceptado y en un punto o momento rechazada o suspendida pues los intereses ya no resultan ecualizables.

Reflexionando sobre las posibilidades de estos diálogos, De la Cadena y Starn (2009) advierten sobre las profundas asimetrías que suelen regir los proyectos en colaboración nos invitan a problematizar los límites y desafíos de la co-teorización. Los autores sostienen:

“Las imágenes de una participación igual y homogénea en alianzas de colaboración en investigación, por tranquilizadoras que sean, son difíciles de lograr y en la mayoría de los casos no pasan de ser una ilusión académica bien intencionada. Una colaboración que quiera deshacer instituciones y jerarquías epistémicas preexistentes, incluyendo las que tienen que ver con esferas de conocimiento y sus lenguajes occidentales y no occidentales históricamente separados requiere más que la buena disposición individual de colaborar; requiere una conciencia de la hegemonía de la epistemología, y la necesidad de cuestionarla cuando menos, para crear aperturas para el surgimiento de nuevos vocabularios colaborados. También demanda una negociación multidireccional continua, así como el reconocimiento y la inspección de los conflictos que dan lugar a tal negociación. Para terminar, si bien esto debería ser también el punto de partida, la colaboración también exige aceptar que los complejos enredos del poder siempre estructurarán la relación” (De la Cadena y Starn 2009, 217).

Los autores lejos de impugnar la colaboración nos invitan a asumir los desafíos que la misma nos presenta y, en esa tarea, nos sugieren comenzar reconociendo las asimetrías de poder que se juegan en las relaciones entre universitarias/os y colectivos organizados. En este sentido, ese reconocimiento permite que acontezca una colaboración realmente dialogada, negociada y hasta tensionada pero más honesta. Sin dudas, los silencios que emergían en aquellos primeros encuentros evidenciaban esas relaciones de asimetría, al tiempo, que permitían ponerla en tensión.

Desarmar y acordar silencios trabajando

Cuando los primeros encuentros devenían un estar ahí, es decir, cuando los profesionales permanecíamos trabajando en la organización, los vínculos se iban transformando, se iba abriendo la posibilidad del “movimiento inverso” para pensar, diseñar y llevar adelante los proyectos. Es más, resultaba notorio que a medida que el trabajo en la organización por parte de los universitarios se extendía, los tiempos de escucha también lo hacían. Se iba dando en el trabajo cotidiano lugar al silencio que habilita el diálogo.

Que esos encuentros esporádicos se transformen en articulación y trabajo regular en la organización era una demanda frecuente de Ariel y Osvaldo que pretendían que “los profesionales se queden acá trabajando”. Al respecto, cito un fragmento de una charla que sostuvieron con Esteban -un docente de nivel secundario- que se acercó al barrio para conocer el trabajo que allí se realizaba:

Esteban: Acá veo muchos estudiantes, y pibes que no son del barrio, ¿cómo es la relación con la Universidad? Osvaldo: nosotros queremos generar otro tipo de profesionales, con otras mentalidades. Antes venían al barrio, con el grabador, hacían entrevistas y no aparecían más o te traían el libro y nada que ver. E: claro, por ahí es complicado que en un libro aparezca algo diferente a lo que ustedes quieren mostrar y repreguntar ¿ustedes que esperan de los profesionales? O: Nosotros queremos generar otra consciencia hacia acá adentro y hacia afuera. Antes decían hay una comunidad indígena y venían (…) venían a buscar información, los trabajadores sociales, los médicos, los antropólogos. Nosotros queremos que trabajen acá, nosotros creemos en los profesionales pero tenemos que trabajar todos juntos, no va más eso que vienen y se van.

Me resulta interesante el intercambio pues Esteban tenía, en ese momento, un grabador en la mano, estaba haciendo una entrevista e intuyo que no estaba pensando en volver a la organización. Intuición que luego confirmaría con el paso del tiempo. La entrevista era el modo en que Osvaldo había conocido a muchos universitarios que participábamos del espacio, sin embargo, con el tiempo comenzó a ser una práctica cuestionada no solo por él sino también por el resto de la comisión que sentían que “los de la universidad se llevan algo y no vuelven”, “después no ves lo que escriben o te traen el libro y nada que ver con lo que nosotros decimos”. De esto les hablaba Ariel a los médicos en aquella primera reunión, cuando preguntaba ¿qué pasa con la información de la entrevista? Una inquietud que se inscribía en una historia de entrevistas seriales y de la dificultad de transmutarla en vínculo regular y trabajo cotidiano en la organización.

En este sentido, recuerdo también a Horacio comentar visiblemente molesto que se había encontrado en una jornada académica a la cual había sido invitado, a un grupo de estudiantes hablando de ellos y de su barrio. Al respecto, reflexionaba que en la Facultad se juntan y dicen “nosotros trabajamos en esto, nosotros hicimos esto en Los Pumitas, expuso Fabián ese día sobre lo que hizo acá. Y ¿cuánto hace que él no trabaja acá? Vienen para después juntarse a decir ‘hice esto’, ‘trabajamos acá”, para ellos es importante, parece que más importante que para nosotros”. Él recordaba haber permanecido en silencio durante la actividad y, no haber expresado su malestar que ahora emergía en una conversación informal en la organización.

Cuando el encuentro se daba por fuera del espacio barrial, por ejemplo, en jornadas y/o congresos científicos, las distancias parecían acrecentarse. Además de la experiencia relatada por Horacio, recuerdo a Osvaldo considerar “mala” una experiencia en la Facultad pues había compartido la disertación con un historiador que “hablaba de la zanja de no sé qué”. Frente a ello, asumía haber permanecido callado escuchándolo alrededor de una hora y ahora, en el macro de nuestra conversación en la organización, reflexionaba: “no es que la historia no sirva, yo no digo que no pero hay que ir a los barrios, hay que conocer lo que pasa hoy también” Y por si hiciera falta aclarar su posicionamiento me explicaba “ves éstas son nuestras zanjas hoy”, señalando las zanjas tapadas de basura que formaban parte del paisaje del barrio.

La participación de Osvaldo (y en menor medida, de Horacio) en los espacios universitarios involucraba una práctica de narración. Mostrarse, mostrar el trabajo, hablar de sí mismos parecía formar parte de un armado más amplio en el que era importante disputar y construir un relato en torno a los grupos qom en la ciudad. Para Osvaldo el análisis en torno a la “zanja” tenía en la actualidad otro significado, para él era vital reconocer las zanjas actuales, la traducción de aquellos modos de sometimiento en formas actuales de exclusión. En esas oportunidades el diálogo entre profesionales y los miembros de la organización se volvía imposible no solo porque se hablaba de distintos temas sino porque al hablar de zanjas no se entendía lo mismo.

En este sentido, el malestar respondía tanto a que se hablara en nombre de Mapik como a desconocer qué se decía sobre la misma. Relatar o ser relatado, narrarse o ser narrado, qué se dice y qué se calla, quién lo dice y cuáles son los efectos de ello, era una preocupación cada vez más frecuente entre quienes participaban de la organización. Por ello, “permanecer”, “que se queden trabajando” era una demanda concreta por parte de la comisión, que (nos) reclamaba a los profesionales un mayor compromiso con el trabajo que allí se desplegaba pero también con la construcción de un relato más cercano a la experiencia, más próximo al que se construía cotidianamente entre quienes participaban de la organización.

Es la construcción de ese relato que emerge de la experiencia (para contarla y construirla), donde me resulta interesante volver a pensar “los silencios” pero ya no condensando una distancia, o como expresión de un enigma sino, por el contrario, como “acuerdo”, “entendimiento” y “construcción colectiva”. Se trataba no sólo de hablar de la experiencia conociéndola sino, además, de acordar qué se decía y qué se callaba sobre la misma. Es decir, acordar qué cuestiones de la experiencia permanecían en silencio también formaría parte de una construcción colectiva en la cual los universitarios estaríamos implicados. Por ello, nuestro trabajo no podía reducirse a un visita aislada a la organización, orientada a “conocerlos” o a “buscar información” sino que debía proyectarse como un estar ahí.

El malestar de Horacio y Osvaldo y las preguntas de Ariel permiten pensar en la importancia de construir colectivamente los “silencios” y, en este sentido, “trabajar juntos” involucraba la construcción de un decir asentado en lo no dicho. Negociar y acordar aquello que se decía y se callaba era una demanda eminentemente política y, así como acontecía en los primeros encuentros, cobraba un especial sentido la asimetría entre quién tiene la palabra y quién no. Qué decir por fuera del espacio barrial, sobre la experiencia de Mapik no sólo tenía implicancias para el proceso organizativo sino que, además, cuestionaba quién estaba autorizado para hablar de la experiencia. Aún más, lo que en aquellos enojos se hacía visible era la necesidad de acordar con los universitarios que quienes mejor narrarían la experiencia organizativa serían quienes la venían construyendo, de modo silencioso pero vívido, desde hacía años, aquellos que habitaban el barrio, que experimentaban sus problemáticas y que habían comenzado a pensar soluciones colectivas mucho antes que cada uno de los universitarios llegásemos allí.

Me interesa aquí retomar a Ranciére (2010) quien sostuvo que reside en el logos el carácter distintivo de la política pues, según el autor, hay política cuando aquellos que no tienen derecho a ser contados como seres parlantes se hacen contar entre éstos e instituyen una comunidad por el hecho de poner en común la distorsión, que no es otra cosa que el enfrentamiento mismo, la contradicción de dos mundos alojados en uno solo: el mundo en que son y aquel en que no son, el mundo donde hay algo “entre” ellos y quienes no los conocen como seres parlantes y contabilizables y el mundo donde no hay nada (2010: 41-42). Para comprender la importancia del logos en el planteo teórico de Ranciére (2010) es preciso aclarar la distinción entre lo que llama, en primer lugar, policía como el conjunto de los procesos mediante los cuales se efectúan la agregación y el consentimiento de las colectividades, la organización de los poderes, la distribución de los lugares y funciones y los sistemas de legitimación de esta distribución. La policía es, en este sentido, un orden de los cuerpos que define las divisiones entre los modos del hacer, los modos del ser y los modos del decir, que hace que tales cuerpos sean asignados por su nombre a tal lugar y a tal tarea; es un orden de lo visible y lo decible que hace que tal actividad sea visible y que tal otra no lo sea, que tal palabra se entendida como perteneciente al discurso y tal otra, al ruido. En segundo lugar, la política que consiste en una actividad que rompe la configuración sensible donde se definen las partes y sus partes o su ausencia por un supuesto que por definición no tiene lugar en ella: la de una parte de los que no tienen parte. La actividad política desplaza a un cuerpo del lugar que le estaba asignado o cambia el destino de un lugar; hace ver lo que no tenía razón para ser visto, hace escuchar un discurso allí donde sólo el ruido tenía lugar, hace escuchar como discurso lo que no era escuchado más que como ruido.

Que las familias de la organización pudiesen contar su experiencia en espacios institucionales permitía resquebrajar -aunque muchas veces de modo sutil- el orden policial en términos de Ranciére, volviendo visible y poniendo palabras a aquello que ese orden mantenía oculto. El orden y lo esperable, entonces, se rompía políticamente mediante sus palabras. Para ello, las universitarias y los universitarios debíamos “dejar de hablar de”, “debíamos callar” para que sobre esos silencios se construya (y pueda emerger) el relato sobre las problemáticas pero también los proyectos y deseos de una población indígena radicada en la ciudad, narrada por quienes las atravesaban y enfrentaban colectivamente.

En torno a esos enojos y demandas, subyacía la cuestión del compromiso (interpelando mi propia práctica en la organización) que ha dado lugar a interesantes reflexiones en el campo de la antropología entre las “investigaciones activistas o militantes” y las “etnografías colaborativas”, que postularon una estrecha relación en Latinoamérica entre la producción teórica del antropólogo y el compromiso con las sociedades estudiadas (Jimeno, 2005). Sobre esta ello, Trentini y Wolanski (2018) retomaron a Edelman (2009) quien propuso entender el compromiso como un continuo: en uno de sus extremos está la investigación tradicional, esto es, la observación participante canónica, en la cual la producción de conocimiento se realiza a partir de las relaciones sociales establecidas en el trabajo de campo, aunque los objetivos y modalidades del trabajo son definidos por el investigador de manera independiente. En el otro extremo, el posicionamiento político es un punto de partida y la investigación se define y construye de manera colectiva. Sostengo que, aunque en la práctica concreta no solía ser habitual -todos los universitarios llegábamos con un proyecto prearmado según los tiempos, lógicas, enfoques y exigencias vinculados a las instituciones en las que trabajábamos-, la demanda de los miembros de la organización pretendían avanzar hacia una práctica en este último sentido, es decir, hacia la posibilidad de definir y construir colectivamente la investigación.

Los silencios adquirían así un nuevo sentido, esto es, venían a formar parte del compromiso con la construcción política de la organización. Qué decir y qué callar acerca de la experiencia Mapik debía negociarse y acordarse de modo situacional y situado, los silencios y las palabras debían tejerse como resultado de la práctica comprometida de los profesionales. Sólo así se abriría la posibilidad de elaborar un relato desde la experiencia, no alejado de las expectativas y deseos de los miembros de la organización. En este punto, me resultan elocuentes las palabras de Fernández Álvarez (2010: 86) para quien “el compromiso tiene que ver con cómo y qué se escribe, desde qué lugar producimos conocimiento, qué datos ponderamos cuando escribimos, qué aspectos analizamos y fundamentalmente, como desde esta producción aportamos a los procesos que seguimos. En consecuencia esto también implica pensar qué datos dejamos en silencio y por qué”.

En esa vinculación entre compromiso y construcción de un relato, la entrevista se convertía en una práctica profundamente cuestionada que incomodaba a quienes participaban de la comisión, quienes impugnaban el hacer del profesional que grababa o apuntaba datos y no regresaba a trabajar en el barrio. En este sentido, Fernández Álvarez (2010) al analizar su experiencia de trabajo etnográfico en una “recuperada”, se distanciaba de quienes simplemente “pasaban” por allí a hacer una entrevista recogiendo la “historia oficial” y su propia práctica que implicaba estar, permanecer, convertir su presencia en algo cotidiano que posibilitaba “un diálogo orientado más a la reconstrucción de la experiencia que al relato “oficial” (Fernández Álvarez, 2010, p. 83-84).

A partir de ello, entiendo que la entrevista no era solo cuestionable en los términos planteados por quienes participaban de Mapik, esto es, como una técnica para “recolectar datos” para luego presentar ponencias o elaborar artículos que poco tenían que ver con -y muchas menos aportaba a- la experiencia concreta de la organización sino que, además, era una práctica muy limitada para captar dicha experiencia, asir su potencia política y construir conocimiento desde la misma. En contraposición a ello, y tal como han advertido algunos autores, la producción en colabor no solo constituye un aporte a las comunidades y organizaciones con las que trabajamos sino que resulta una “mejor etnografía” (Hale 2006, Rappaport 2007).

A modo de conclusión:

Osvaldo señalaba, con frecuencia, que muchas de “las estrategias” de la organización habían sido, elaboradas por la “gente de la universidad que quería colaborar” y, sin dudas, la participación de éstos había sido central desde el comienzo e iba delineando el espacio, pues todas las actividades que se contaban en la historia de Mapik -a excepción de la copa de leche- habían surgido a partir de sus propuestas. Incluso los tiempos de la organización estaban asociados al trabajo con profesionales que coordinaban la mayoría de las actividades: mientras que durante el año lectivo los talleres y cursos se multiplicaban, en tiempos de exámenes o de vacaciones los mismos se suspendían, aquietándose visiblemente el movimiento y ritmo de la organización.

Desde el principio, la postura de los miembros de la comisión frente a las propuestas de los universitarios había sido recibir a todos, aceptar y luego, intentar que dicho trabajo aportase a la construcción política de la organización. Sin embargo, con el tiempo empezó a demandarse más compromiso con “el proyecto”, lo cual se traducía en pedidos por mayor claridad sobre cuáles eran los objetivos que los habían llevado hasta la organización y luego, más tiempo de trabajo en la misma. La construcción de esas relaciones no era sencilla ni estaba exenta de ambigüedades.

En los primeros encuentros, los profesionales solíamos llenar de palabras, propuestas y supuestos andando el momento, mientras que quienes construían la organización elegían el silencio y las escuchas prolongadas. Aquí, los silencios, lejos de ser una respuesta pasiva por parte de quienes integraban la comisión, constituían una invitación al diálogo. Lejos de ser expresión de apatía o desinterés, hablaban del modo en que desde la organización se estaba dispuesto a trabajar con los profesionales. Y con ello nos obligaban a repensar cómo, con quiénes, para qué y para quiénes producimos conocimiento.

Cuando nuestro trabajo adquiría cierta regularidad, los silencios formaban parte del compromiso con la práctica política de la organización, nos interpelaba a construirlos colectivamente a la par de las palabras y del hacer. La pregunta sobre “qué datos dejamos en silencio y por qué” (Fernández Álvarez, 2010) se actualizaba cotidianamente en los enojos de Horacio y de Osvaldo y en las demandas de Ariel que percibían cierta imposibilidad de controlar qué se decía sobre la organización (y también que se callaba), quién hablaba sobre ella y en qué lugares circulaban esos decires. Con el trabajo cotidiano en la organización, los silencios adquirirían nuevos sentidos, ahora como parte de “acuerdos” y “construcción colectiva”. Así pues, construir los silencios suponía reconocer que el tejido de voces no podía siquiera hilvanarse sin trabajo cotidiano (o mejor, práctica política) en la organización y que el mismo estaría sustentado tanto en palabras como en silencios, ambos nutriéndose e intercambiándose mutuamente significación. Estando ahí, trabajando en la organización no solo aportaríamos a su construcción política sino que, además, construiríamos mejores investigaciones. Y, aun cuando no existan recetas, quizás la clave resida en reivindicar el respeto hacia las personas con las que se dialoga, que es también reivindicar la construcción política y de conocimiento con otros.

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1 “Los Pumitas” es uno de los cuatro barrios habitados por población indígena en la ciudad de Rosario, conformado tras las migraciones internas de familias qom provenientes de diferentes zonas de las provincias de Chaco y Formosa, se calcula que viven allí entre 350 y 400 familias con una composición promedio de 6 miembros. Las migraciones de población qom a la ciudad se iniciaron hacia fines de los años sesenta y se intensificaron en las décadas siguientes. Esta población arribó a la ciudad, en principio, expulsada por el quiebre de sus economías de subsistencia, la pérdida de sus fuentes de trabajo vinculadas en gran medida a la recolección manual del algodón y el despojo de sus tierras. En la década de 1980, se sumó a ello las sucesivas inundaciones que afectaron a la provincia de Chaco y la expansión de la frontera agraria. Tal como sugieren los trabajos antropológicos al respecto, esta población vivió en sus lugares de origen una situación de altísima exclusión, trabajo casi esclavo, inaccesibilidad al sistema educativo y de salud y condiciones habitacionales de extrema precariedad (Garbulsky, 1994, Bigot, 2007, Rodríguez, 2001, Vázquez, 2000).

2En el presente artículo se utilizan comillas para referir a palabras nativas y cursivas para resaltar frases o palabras.

3La tesis doctoral titulada “Derivas del Estado: prácticas, relaciones y (des)encuentros en la gestión cotidiana de la política en un “barrio toba” de la ciudad de Rosario”, versó sobre las relaciones entre las políticas estatales implementadas en el barrio Los Pumitas (Rosario) y las prácticas de organización cotidiana desplegadas por los grupos qom que allí residen. Fue evaluada como sobresaliente, en la Universidad de Buenos Aires (UBA) en el año 2017.

4Me refiero al Premio Nacional Arturo Jauretche que premiaba trabajos que, a través de una metodología de investigación-acción participativa, abordasen temáticas en torno al “Desarrollo Local” y las “Problemáticas de la Familia en la actualidad”.

Nota: El texto corresponde 100% a María Victoria Taruselli

Recibido: 10 de Mayo de 2019; Aprobado: 12 de Septiembre de 2019

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