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Revista Uruguaya de Antropología y Etnografía

Print version ISSN 2393-7068On-line version ISSN 2393-6886

Rev. urug. Antropología y Etnografía vol.1 no.1 Montevideo June 2016

 

Breve esbozo sobre los encuentros cuerpo-angelito-velorio. Provincia de Corrientes (Argentina) y Sur del Paraguay

Brief outline of the encounters body-little angel-vigils. Province of Corrientes (Argentina) and southern Paraguay

Breve esboço sobre os encontros corpo-pequeño anjo-velório. Província de Correntes (Argentina) e Sul do Paraguai

César Iván Bondar

Doctor en Antropología Social. Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales. Universidad Nacional de Misiones (Argentina). Becario Posdoctoral del CONICET. cesarivanbondar@gmail.com

Recibido: 8/04/16 – Aceptado: 30/05/16

Resumen

El siguiente texto contiene algunas consideraciones sobre los encuentros y diálogos entre las nociones de cuerpo-angelito y velorios, atendiendo principalmente a las observaciones y registros en velorios domiciliarios entre población de credo católico entre los años 2011-2015. Se abordan aspectos vinculados al contexto envolvente bajo la figura de la capilla ardiente y la configuración del cuerpo del angelito en el rito fúnebre. Asimismo atenderemos a algunas de las transformaciones y continuidades en lo que refiere a la particularidad del ritual mortuorio denominado “velorio del angelito”. En el trabajo de campo se ha priorizado el método etnográfico, entrevistas a interlocutores clave y registros en diversos dispositivos.

Palabras clave: velorio, cuerpo, angelito, muerte.

Resumo

O seguinte esboço contém algumas considerações sobre os encontros e diálogos entre as noções de corpo-anjinho e velórios, atendendo principalmente às observações e aos registros em velórios domiciliários entre a população de credo católico, durante os anos 2011-2015. Abordam-se aspectos ligados ao contexto abrangente sob a figura da câmara ardente e a configuração do corpo do anjinho durante o rito fúnebre. Outrossim, abordaremos algumas das transformações e continuidades no que tange à particularidade do ritual mortuório denominado “velório do anjinho”. No trabalho de campo foi priorizado o método etnográfico, entrevistas a interlocutores chave e registros em diversos dispositivos.

Palavras chave: velório, corpo, anjinho, morte.

Summary

The following outline contains some considerations about the meetings and dialogues between the notions of body- little angel and vigils, based mainly on observations and records in home vigils between Catholic creed population between 2011-2015. Aspects related to the housing context in the shape of the chapel and the configuration of the little angel body in the funeral rites are addressed. Also we attend to some of the changes and continuities in what refers to the particularity of mortuary ritual called “wake the little angel”. In the field work has prioritized the ethnographic method, interviews with key partners and records in various devices.

Keywords: wake, body, little angel, deat

Inspirados en lo expuesto por Le Breton (1999), sobre cómo los hombres reaccionan de forma diversa ante el dolor dependiendo de su condición social, su historia personal o cultura, iniciamos esta presentación afirmando expresiones similares para tratar los procesos de muerte, morir y el conjunto de thanatoprácticas desencadenadas. No pretendemos asociar de forma lineal la muerte al dolor; simplemente habilitamos el ingreso a una de las aristas que nos permitirá abordar la complejidad de estas dimensiones de lo humano: lo relativo de las prácticas contextuadas y situadas.

Como señala Barley (1995) no resulta fácil ser un adepto interesando en la muerte; en muchas situaciones puede ser vista como una apetencia morbosa, enfermiza, telúrica o carente de rigurosidad debido a la particularidad de la problemática que muchas veces suele ser reducida a la experiencia individual. Por el contrario, como veremos en este breve esbozo, las dimensiones singulares y sociales se cruzan y entretejen en la muerte; su relevancia social es tal al punto que la postura malinowskiana la considera el hito de partida y origen de la religión. Por otra parte, como reseña Barley (1995), autores como Baumann (1993) ven en el miedo y el rechazo a la muerte el origen de toda cultura1.

El trabajo de campo para la elaboración de esta presentación se ha realizado entre interlocutores de la Provincia de Corrientes, Argentina y el Sur de la Región Oriental de la República del Paraguay. En su totalidad adherentes al credo católico, de diversas edades y ocupaciones. El periodo de trabajo de campo se comprende entre 2011 y 2015, se han recorrido principalmente velorios domiciliarios, asimismo algunos en casas funerarias. Las entrevistas se han realizado antes, durante y después del rito fúnebre; en algunos casos el acompañamiento a los dolientes ha permitido un seguimiento más personalizado de situaciones particulares.

Para esta instancia se han seleccionado algunas de las experiencias de campo que permiten aproximarnos a dos dimensiones íntimamente relacionadas en lo que refiere al velorio del angelito: la imagen de la capilla ardiente y la presentación del cuerpo en el rito fúnebre.

El recorte de las experiencias responde a un criterio de aproximación creciente a la problemática; de esta forma se priorizan en primera instancia algunas particularidades del contexto envolvente-contenedor del cuerpo del angelito. Este contexto, en forma de capilla ardiente, implica múltiples relaciones entre situaciones y sujetos. En el caso que nos convoca no abordaremos estas particularidades de forma densa y profunda, sino más bien proponemos una primera aproximación para dar cuenta de las distinciones entre el rito fúnebre en angelitos en relación a los de la muerte adulta. En lo que respecta a la presentación del cuerpo nos detendremos en explicitar la construcción de algunas categorías descriptivas que nos han permitido comprender con más creatividad la complejidad del lugar adjudicado a los angelitos dentro de los ritos mortuorios en el contexto y población bajo estudio.

1-Aproximaciones al contexto envolvente: la capilla ardiente

En Argentina (…) También aquí se viste al niño de blanco y se lo ubica en un féretro de ese color. También aquí se lo adorna con flores y se ornamenta la sala con imágenes religiosas. Igual que en la antigüedad valenciana, también se extiende una tela o sábana blanca que representa al cielo. También aquí el clima es festivo.

Zalba (2010: s/d)

Cuando referimos a la Capilla ardiente aludimos al túmulo que se monta para el servicio de las exequias, en el caso que nos convoca destinado a las exequias de angelitos. La categoría de ardiente deviene de estar alumbrada por multiplicidad de velas. Como pudimos percibir en el caso de los angelitos la presencia de velas en casi nula, pero más allá de esta particularidad es de usanza común referir al lugar del velorio del angelito también bajo esta categoría.

Esta capilla o lugar donde se vela el cuerpo del angelito adquiere cualidades diferenciales en lo que respecta a la muerte adulta. En primera instancia los elementos cromáticos varían entre el blanco, celeste, amarillo, azul o rosado; ausentándose el negro propio del luto adulto. Estos colores, entre los casos registrados en la zona bajo estudio, toman forma en telas, manteles, corazones o flores (los dos últimos suelen pender del ataúd, de las paredes o son depositados sobre el cuerpo del niño). En el caso de que la familia disponga de cobertura social o colaboración pecuniaria para la organización del velorio se suele adquirir un ataúd de color blanco en caso de que alguna casa funeraria disponga de este artículo, cabe mencionar que hemos encontrado pocas casas funerarias que brindan ente servicio. Ante la ausencia de un ataúd con estas cualidades los dolientes cubren el pequeño cajón con telas claras, tules o papeles.

En situaciones de pobreza e imposibilidad de acceso a cobertura social y ante la defunción del niño es frecuente, si se trata de un angelito recién nacido, que la familia confeccione un pequeño cajoncito de madera y lo pinte de colores claros. Por su relevancia significante exhibimos el ejemplo de un precario cajoncito de madera observado en la tumba de este angelito.

 

Otro de los ejemplos que podemos exponer, relacionado a la continuidad del uso de los ataúdes de color blanco, tiene que ver con un episodio acontecido en Fernando de la Mora, Paraguay. Bajo el título “¡Socorro! Encontraron un ataúd en plena calle. ¡Y era de un angelito!”, se presentaba el caso de un ataúd abandonado en proximidades del Cementerio de esta localidad. Acontecido en Octubre de 2013 el féretro había sido extraído del Cementerio, profanado el cuerpo se abandonó el cajoncito encontrándose en muy buen estado de conservación, “prácticamente nuevo” expuso un informante. Más allá de lo episódico el hecho da cuenta de la vigencia del uso de este signo en lo que respecta a la muerte pequeña.

Reporteros del Diario Crónica nos proporcionaron las imágenes que permiten ilustrar esta particularidad. Podemos observar el diminuto ataúd de color blanco, con la blonda interna.

 

Retornemos entonces a las vinculaciones con la capilla ardiente. El centro de la ensena del velorio estará ocupado por el cuerpo del angelito en un ataúd adquirido en una casa funeraria o en uno de confección doméstica. La imagen del ataúd confeccionado a mano nos ha permitido emprender una búsqueda osada pero extremadamente relevante a la hora de corroborar la vigencia o no de los velorios angelicales, si bien se trata de un caso singular consideramos muy relevante la información obtenida.

Los datos biográficos expuestos en la cruz y las entrevistas realizadas al encargado del Cementerio Municipal permitieron identificar a la familia de este angelito. Esta tumba data del año 2001, los padres del angelito residen en la localidad y habiendo accedido a una entrevista logramos rescatar aspectos que corroboran la contemporaneidad de los velorios angelicales y las cualidades particulares de la capilla ardiente:

“el murió chiquito, a los pocos días de nacer (…) ese es, el que le dicen un angelito (…) le hicimos ese cajoncito que viste, le pintamos de blanco y le pusimos en su lugar en el cementerio lejos de la tierra para que no le perturben las almas de los grandes (…) siempre le vamos a ver y le cambiamos para sus flores (…) el velorio le hicimos acá en la casa, cuando le velamos, corto, él estaba arriba de la mesa (…) sí, todo en blanco y se trajo algunas flores, las que se podía comprar, no había ni florería, se trae de plástico y le hicimo de papel crepe (…) amarilla y celeste (…) tiene sus alitas, su coronita, su palomita, todo estaba en el velorio cerca de la mesa (…) la abuela le hacía como si cantaba para que duerma (…) vela no se le prende, solo una o dos que son la luz del angelito” (Hombre, 45 años, Corrientes)

Esta cita nos inscribe en algunas cualidades de la capilla ardiente, si bien es un velorio que data del año 2001 deja entrever la vigencia de algunas de las matrices de sentido que hemos descripto con anterioridad. Sobre experiencias más recientes retomamos algunas entrevistas al abordar la problemática del cuerpo del angelito en el contexto ritual del velorio.

Partiendo de una narrativa más arcaica, o bien reciente, variadas son las circunstancias en las que hemos podido acceder a información similar. Sobre la base de lo afirmado podemos arriesgar una primera aproximación a los elementos que comúnmente se encuentran en la capilla ardiente de un velorio angelical en la zona bajo estudio. Se incluyen en el esquema aspectos que desarrollaremos con posterioridad:

 

2. Cuerpo angelical en el rito del velorio

Iniciamos el recorrido en torno a una problemática que ha sido abordada por un abanico significativo de disciplinas que, desde sus particulares construcciones epistémicas, han interrogado, resuelto o promovido la germinación de hipótesis, teorizaciones y/o dilemas2. La problemática del cuerpo arriba a la “plataforma” sociológica y antropológica habiendo pasado por el tamiz de variadas formas de percibir-concebir y construir esta complejidad. Más allá de las particularidades socio-culturales de las diversas sociedades una de las perspectivas más generalizada sobre la problemática de la existencia humana consiste en concebir al Hombre como parte de una complejidad ontológica dual, una ontología fundada en la presencia de un elemento inmortal y un cuerpo perecedero. Señala Citro (2010) que esta percepción sobre la corporeidad y lo eterno, marcadamente presente en el pensamiento griego, es ancestral. Refiere a que ya en las órficas presentes en el siglo VII a. C. se concebía una distinción entre lo sensible y lo inteligible; el cuerpo se manifiesta como una cárcel, una tumba. Esta es una de las posturas que influirán significativamente en el pensamiento filosófico subsiguiente; adhiriendo a estas percepciones sobre lo humano y lo eterno Parménides, en el siglo VI a. C., reafirmará las distinciones entre el devenir y el ser negando la relevancia de las opiniones ilusorias, opiniones que poseen al cuerpo como habitáculo. Estas diferenciaciones podremos verlas continuadas en el episteme platónico y la construcción de los mundos opuestos, teoría que posee como base la (re)presentación fundada en la mímesis entre el mundo del Demiurgo y el de la Doxa: se reafirma aquí al cuerpo/cápsula, el cuerpo como perecedero, un cronotopo efímero que habitará el alma.

Estas ideas de Platón se refractarán en la cosmovisión de la Edad Media donde la devaluación de lo sexual y lo sensual -iniciado en el periodo Greco-Romano- se consolida y refuerza (un cuerpo cargado de pecados: se condena la desnudez citando el caso de Salomé quien, exhibiendo su cuerpo, logra la muerte de San Juan Bautista). Para la construcción de la idea de cuerpo se retoman los aportes Neo-Platónicos y el cuerpo se reafirma como la cárcel del alma, la cápsula (im)pura. Señalamos que Platón anuncia, en Fedón o del alma, que mientras el alma esté mezclada con un mal como el cuerpo jamás alcanzará la eudaimonía -paradójicamente la muerte aparece como una de las situaciones límites que garantiza el acceso al ethos eudaimoníano: liberando al alma del cuerpo carnal- un cuerpo sexuado depositario del pecado original.

Como expone Eco (2010) en la Edad Media la configuración artística de los cuerpos no implica una matemática de las proporciones y una valoración del cuerpo. El cuerpo físico pierde fuerza representativa ante la belleza espiritual que debe ser alimentada y consagrada: el cuerpo humano como un prodigio de la creación, perspectiva sostenida por Tomás de Aquino. Empero esta política de la negación de lo carnal/corpóreo convive con representaciones de los “cuerpos populares”, los cuerpos fronterizos, aquellos que desbordan los márgenes del pecado, cuerpos descriptos por Bajtín (1994) en sus ensayos sobre la Edad media y el Renacimiento. Este (otro) cuerpo sobrevive y no admite la negación del erotismo, de lo carnal; expresándose en las prácticas, en los cancioneros, la narrativa, de los fabliaux de significativa carga erótica, etc.

Empero cabe señalar que entre algunas de las antiguas prácticas culturales del cristianismo la persona no podía concebirse sin el cuerpo, sin la corporeidad; la resurrección se dará en cuerpo y alma, Cristo asciende al Cielo en cuerpo y alma, y como expone Le Breton (1995) es la Iglesia la que prohíbe la disección de los cadáveres. Asimismo no podemos olvidar que dentro del ritual de La Misa Cristiana el Ordinario preside el proceso de transustanciación por el que atraviesa el pan y el vino en la consagración; siendo trasmutados a cuerpo y sangre de Cristo o que “(…) las prácticas corpóreas ascéticas y de flagelación de las y los místicos medievales fueran uno de los caminos privilegiados para trascender la experiencia mundana y alcanzar la santidad (Bynum, 1990 y Wenzel, en el mismo libro) (…)” (Citro, 2010: 23)

Más allá de estas particularidades del cristianismo se reconoce que La desacralización del cuerpo halla su clímax en Vasalio; quien en Corpis Humani Fabrica de 1547 marca la consagración de este proceso: la disección del cadáver iniciara la senda hacia la escisión entre el Ser-Hombre y Su-Cuerpo, una taxonomía que se hará carne en el pensamiento occidentalizado y moderno. Del mismo modo el episteme de Descartes nos recuerda la (re)presentación del esquema dual de Vasalio, el pensamiento será independiente del cuerpo, no habrá certeza en el plano de lo sensible; un cuerpo devenido en máquina, la imaginación en torno a la maquinación de lo corpóreo retomado por la teorización de Foucault (1989) bajo la idea de la tecnología política del cuerpo, el cuerpo-máquina. El cuerpo es en consecuencia terreno fértil para las apreciaciones de la Anatomía, Biología, Filosofía, Teología, asimismo los campos que nos convocan con especial atención la Antropología y la Sociología.

Empero en esta ocasión deseamos referir a las particularidades que adquiere el cuerpo del angelito no solo en el rito del velorio, sino además en las etapas de su preparativo antes de ser presentado a la comunidad de dolientes.

Como hemos señalado pudimos registrar variadas recurrencias entre las imágenes folklóricas sobre el velorio del angelito y el presente etnográfico, para dar cuenta de ellas proponemos una lectura que intercale ambos entramados referenciales.

Entre los aspectos más significantes que incumben a la presencia del cuerpo en los velorios hallamos aquellos que describiremos bajo las nociones de cuerpo viviente, alado, coronado-florado y orante, guía y mensajero; que remiten directamente a las facultades propias del angelito: continuidad de la vida, niño alado, habitante del Paraíso florido y aromático, protector y orante por la familia.

Cada aspecto significa en relación a los demás, destacándose uno sobre otros o bien, en algunos casos, ausentándose. Cabe señalar que el cuerpo del angelito en el velorio sintetiza y aglutina cada una de estas facetas, aquí las presentamos disgregadas con fines analíticos y descriptivos.

a-Cuerpo viviente

“…La fotografía de Joana, tomada cuando ella yacía con los ojos abiertos en su diminuto ataúd de cartón, estaba colgada en la pared…”

Scheper-Hughes (1997: 263)

Consideramos al cuerpo del angelito como cuerpo viviente debido a los esfuerzos que suelen hacerse para que éste se distancie lo menos posible de la imagen de la vitalidad, de lo rozagante y dinámico. Creemos que estos preparativos del cuerpo implican una compleja intervención thanatológica, los preparativos van más allá del simple embellecimiento o enmascaramiento, los arreglos que se instrumentan no pretenden simplemente “hacerlo ver como si estuviera vivo” sino re-presentarlo en su nueva vida, presentar cómo se verá en su vida angélica, una vida sacralizada que da inicio en la tierra junto a los dolientes y específicamente en el rito del velorio. Hablamos aquí de una thanatología popular que re-significa el cadáver construyendo sobre la carne inerte la imagen de un ser angelical que debe estar preparado para su encuentro con Dios.

Las mejillas rozagantes, la carne vestida con el túnico en el caso de los niños y con la túnica en el caso de las niñas (Cerruti y Martínez, 2010: 11) re-presenta una nueva forma vital y negentrópica. Lo que llamamos el cuerpo viviente halla referencias en las ideas expuestas por Cerruti y Pita (1999) “…en una pieza de regulares dimensiones, se veía en uno de sus ángulos una mesa rústica sobre la que habían colocado, cual si estuviera lleno de vida, el niño muerto sentado con la cara diabólicamente pintarrajeada…” (p. 50)

Así, los angelitos eran velados en diferentes posiciones que daban cuenta de la continuidad de su vitalidad, de su ascenso progresivo al cielo. Hasta en aquellas situaciones donde el niño era velado recostado en una mesa o ataúd se deja constancia de que se los percibe como en estado de sueño; adjudicándole una cualidad viviente al cadáver.

Señala Scheper-Hughes (1997) que en los velorios de ángeles en América Latina rural suelen sacar al muertito del ataúd y lo hacen pasear como si fuera una muñeca o un bebe vivo, con los ojos abiertos esperando la Visión Beatífica. Agrega que

otras veces lo sentaban en una pequeña silla o lo elevaban sobre una pequeña plataforma o lo ponían dentro de una caja abierta o lo ataban a una escalera de mano colocada encima del ataúd (para sugerir la ascensión del ángel a los cielos), o incluso lo ataban a un columpio suspendido en cuerdas que colgaban de las vigas del techo de la casa. Se decía que el vuelo en el columpio simbolizaba la transformación del bebé ángel (p. 400)

Sobre estas imágenes una de las informantes que hemos entrevistado ha señalado lo siguiente:

“recuerdo que al vecinito, al hijo de una vecina cuando le velaron le ataron al tronco de un árbol, todo vestido de blanco, en el patio de la casa” (Mujer, 60 años, Corrientes)

- “A diferencia de los grandes [adultos] a los angelitos nos se les pone monedas en los ojos, se les deja los ojos abiertos para que cuando lleguen al cielo puedan ver a Dios

- ¿Y los ojos abiertos son sólo para ver a Dios?

- No, creo que impresiona menos que en los grandes, pero en los angelitos es como que ellos no están muertos, por eso se les alza un poco la cabecita con un almohadita o poniendo algo debajo de la cabecera del cajoncito.” (Mujer, 32 años, Paraguay)

Esta práctica thanatológica alimenta la imaginación religiosa en torno a la imagen del angelito y su preparativo para presentarse ante Dios. Los velorios que hemos podido observar, y aquellos reconstruidos en la narrativa de los informantes, nos sugieren que los dolientes realizan un gran esfuerzo en el montaje no solo del contexto significante, sino además para el resalte de los signos vitales en el niño muerto.

En la actualidad, en la zona bajo estudio y en los casos de los velorios realizados en casas funerarias, se suele consultar a los dolientes sobre la modalidad de la presentación del cuerpo. A diferencia de la muerte adulta, el niño no es delegado al thanatólogo para su preparación; sino que intervienen allí la madrina, la madre, las abuelas o las vestidoras especializadas en esta práctica popular (trátese de velorios en casas funerarias o en domicilios particulares)3

b. Cuerpo alado

Lo que hemos denominado el cuerpo alado resulta uno de los recurrentes más significativos entre las narrativas folklóricas y el presente etnográfico ya sea en Corrientes como en el Paraguay. Un recurrente que mantiene su vigencia significante. El cuerpo alado nos introduce en la complejidad de las alitas que se anexan al cuerpo del niño afirmándose que éstas posibilitarán su ascenso al reino celestial. Las referencias relacionadas a esta imagen son numerosas y las más registradas.

En la actualidad, tal como se describe en las narrativas históricas, las alitas se prenden a los hombros del angelito, en otras ocasiones reposan a un lado del cajoncito o sobre la mesa blanca. Exponemos en primera instancia algunas citas de fuentes diversas.

Señalan Cerruti y Pita (1999) que el cuerpo es colocado en un cajoncito de madera sobre una mesa, se procese a adornarlo con flores, vestirlo de blanco y colocarle pequeñas alas de papel, como hemos visto es la madrina la encargada de preparar el cuerpo ante la ausencia de una vestidora profesional. La imagen del cuerpo alado es claramente visible en “Largo Viaje” donde el angelito reposa en un altar en posición orante, coronado y alado; así como en los registros de Ramírez (2005) quien expone sobre la relevancia del compadrazgo, el rol de la madrina y los pasos de preparación del cuerpo: “…se le colocan alitas de papel al niño…”.

Del mismo modo rescata Santillán Güemes (2007) que el velorio del angelito se realiza siempre con la presencia del cuerpo, sentado sujeto a una silla o sobre una mesa, “…con sus alitas de cartulina y su ropita blanca…” (p. 197)

Las alitas posibilitan que el angelito vuele al Cielo, como hemos señalado si la concurrencia o la madre lloran se corre el riesgo de mojar las alitas retardando el vuelo del niño; atendiendo a esta problemática suele acompañar al cuerpo una improvisada escalerita de madera o papel; el angelito la utilizará si sus alas están muy pesadas por las lágrimas (Terrera, 1969, Scheper-Hughez, 1997, Asturias,1983).

Al consultar sobre la vigencia de lo que hemos denominado el cuerpo alado hemos encontrado amplias afirmaciones de continuidad, asimismo damos cuenta de registros personales que nos han permitido corroborar la presencia de esta práctica.

“cuando falleció mi sobrinito, el hijo de mi hermana, le velamos en lo de B. en un cajoncito chico, no era blanco porque él no tenía, pero nosotros le forramos con tela. Le vestimos con ropa linda y vino la señora del puerto a hacerle las alitas, la corona y las palomitas que se le colocan en el cajoncito” (Hombre, 38 años, Corrientes)

“Acá en Paraguay hay muchas cosas que ya no se ven en otros lugares, más acá entre los del campo (…) las alitas son porque es un angelito, para que pueda volar. Eso se le hace con papel, un armazón de alambre o takuapi y se le forra, se le ata por la espalda o se le deja cerca y se le pone cuando se le lleva a enterrar” (Mujer, 35 años, Paraguay)

El diseño de las alitas se acompaña con la confección de dos palomitas de cartulina o en pequeñas plaquetas de metal de aluminio. Una de estas palomitas es depositada en el interior del cajoncito y acompañará al angelito en su vuelo celestial. La otra es guardada por los dolientes por el periodo de un año, cumplido este aniversario se realiza una pequeña celebración con música y comida recordando al angelito, se consagra a la segunda palomita y se la lleva a la sepultura depositándola en la cruz. Esta celebración puede realizarse en el aniversario de la muerte o bien aprovechando la fecha del cumpleaños del angelito. De esta forma, como veremos en el apartado dedicado a las inhumaciones, las cruces suelen estar acompañadas de imágenes aladas como ser palomitas, angelitos, cruces o corazones con alas.

c. Cuerpo coronado- florado

La aureola propia de los ángeles es representada en el cuerpo del niño con una pequeña corona de flores que pueden ser naturales o bien de papel. Esta coronita será confeccionada por la vestidora o por la madrina; sobre un armazón de alambre se pegan o atan cuidadosamente las pequeñas flores; se han registrado casos en los que se reciclaron las florecillas del ramo de novias de la madre o de la madrina.

Ejemplos del uso de las coronitas las veremos en la fotografía mortuoria, en lo que hemos denominado la Cruz Coronada y en las citas que utilizaremos para introducirnos en la temática. Asimismo el cuerpo del niño es florado: cubierto de flores naturales, claveles, calas, rosas o bien flores silvestres. Claro es el ejemplo fotográfico que expone Scheper-Hughes (1997: 367), asimismo señala que

los cuerpos de los angelitos se lavaban, se les arreglaban los rizos con preciosismo y se los vestía con camisas blancas y azul cielo con el cordón de la Virgen alrededor de la cintura (…) los ángeles-bebés eran cubiertos con flores silvestres y coronados con una corona de flores (p. 399)

Por otra parte estas referencias se encuentran en Cerruti y Martínez (2010), Cerruti y Pita (1999) y Falcón (2012), esta última describe

Una sola vela arde en una mesa cubierta de flores blancas. Es la mesa de los santos y en ella reposa el difuntito. Se lo viste con una túnica blanca (que se llama túnica si es para una nena y túnico si es para un varón) y se le colocan unas alitas de cartón forradas en papel plateado o dorado, igual al de la coronita de su frente. El angelito puede estar acostado o sentado, con las manos juntas, entre las que sostiene un ramito de flores blancas (p. 224)

En los casos de velorios de angelitos en el Paraguay Alvarez Benítez (2002), reseñando los aportes de González Torres (1980), señala que el niño muerto es vestido con ropas claras -blanco, celeste o rosado- en la cabeza una corona blanca, se lo coloca en un cajoncito blanco adornado con flores, el pequeño ataúd es colocado sobre una mesa cubierta con una sábana blanca, permanece descubierto con una vela en la cabecera. Estas descripciones se ajustan se forma certera a lo expuesto por una de las informantes

“mi sobrinita murió al año de vida, le hicieron un cajoncito blanco y se llenaron de flores, se le tejió la coronita y el pindo karai (…) también las alitas al lado del cajoncito” (Mujer 35 años, Paraguay)

Este testimonio recabado en el Paraguay que versa sobre un velorio angelical en el año 2006 y el caso que hemos citado, sobre el paseo de la madre junto a su niño muerto (Bondar, 2014), han sido los ejemplos más emblemáticos sobre la vigencia de algunas prácticas que creíamos desdibujadas de la vida cotidiana de estas comunidades.

En uno de los casos registrados en la provincia de Corrientes, Argentina, hemos podido observar que el cuerpo yacente del niño, como en reposo con los ojos abiertos, fue adornado con gran cantidad de flores quitadas de los altares de los Santos y con flores extraídas del jardín tales como rosas, pequeñas margaritas silvestres de color amarillo, flores del laurel de jardín, algunas que se adquirieron en una florería del pueblo y ramillas de helechos verdes. El angelito reposaba sobre una tela clara y lo cubría una manta de flores. No se lo veía sentado o colgado como las imágenes de la narrativa folklórica pero sí ampliamente florado y coronado con una pequeña aureola que la vestidora había confeccionado con florecillas de papel y helecho fantasía.

La densidad etnográfica del momento se consolidaba como muy alejada de lo doloroso, podríamos afirmar que esa estampa fue significativamente sublime, como aquella rescatada por Alvarez (s/d) sobre las prácticas en Valencia, Alicante y Murcia; a saber: “…el angelito reposaba en un ataúd lleno de flores blancas colocado sobre la mesa del comedor que habla [había] sido previamente cubierta con una sábana y un cubrecama…” (s/p)

d. Cuerpo orante, guía (salvador de la madrina) y mensajero.

La categoría de orante responde a la posición que toman las manos de los niños en los velorios de angelitos. Sobre las experiencias paraguayas González Torres (2010) remarca que entre las manos del angelito, unidas como si estuviera orando, se coloca un pequeño crucifijo u hojas de palma -llamadas pindo karai en el testimonio precedente-. “…Este pindo será guardado por la madre para quemarlo cuando arrecie el mal tiempo -truenos, rayos, tormenta, lluvia- y recibir protección contra la naturaleza airada…” (Alvarez Benítez, 2002:107). La misma función que se le asigna a las palmas secas que han sido bendecidas en el Domingo de Ramos Católico.

Del mismo modo, entre los entrevistados en el Paraguay, pudimos apreciar una diferenciación importante dependiendo de si el angelito es niño o niña.

El niño muerto es vestido con túnica blanca, con mangas largas o bien de color rosado o celeste. Si es niña lleva una corona blanca en la cabeza un pequeño crucifijo y pindo karai entre las manos, si es niño en las manos lleva dos velitas una blanca y otra azul, la blanca es símbolo de pureza y el azul de la virgen María con las manos entrelazadas con una cinta tricolor. Según la creencia popular la cinta tricolor simboliza la patria ya que el angelito si viviera formaría parte de la defenza de la Nación Paraguaya. Se lo coloca en un cajón blanco cuyos bordes están adornados con flores blancas; el angelito permanece descubierto durante el velorio. El ataúd o cajoncito es colocado sobre la mesa cubierta con una sábana blanca ; se prenden velas en la cabecera. (Mujer, 40 años, Paraguay, 2011. Transcripción en sic de entrevista escrita)

Como hemos mencionado Scheper-Hughes (1997) expone una estampa sumamente clara de esta condición rezadora cuando presenta que el niño era bañado, vestido y arreglado con sus mejores prendas, “…con sus manitas dobladas en reposo orante…” (p. 399). Estas imágenes son vistas con claridad en la fotografía mortuoria destinada a angelitos.

Este cuerpo orante es al mismo tiempo un angelito guía, salvador de la madrina y mensajero ante Dios de los pedidos de sus dolientes en la Tierra. Como hemos visto el rol de la madrina es importante en lo que respecta al preparativo del cuerpo para el velorio, del mismo modo esta relación es mantenida más allá de la vida bio-física. Cuando a la madrina del angelito fallezca éste tendrá la sagrada misión de rescatarla del Purgatorio guiándola hacia el Cielo. Para ello servirá el cordón mencionado por Ramírez (2005), en muchos casos además del cordón se le coloca un “…cencerrito o campana de cartón, para que guíe a la madrina hacia el cielo…”; tal como lo describe Terrera (1969: 40).

Estas facetas del velorio las hemos encontrado con más fuerza y vigencia en el Paraguay que en Corrientes. La utilización del cordón muchos informantes lo asocian a la vestimenta de los Santos o Vírgenes; cabe señalar que este cordón cumple una función diferente al cordón de la mortaja adulta. En esta última los nudos del cordón representarán la cantidad de hijos del difunto o las heridas de Jesús (López Breard, 2004: 367-segunda columna). Rescatamos que la práctica de vestir a los angelitos como Santos ha sido mencionada por Falcón (2012). La autora señala que

esta costumbre popular de vestir a los niños muertos como santos, puede verse en el retrato de Leona Julia de Jesús López del siglo XIX y en el más reciente hecho por Frida Kahlo: donde el angelito está vestido como un San José con una estampa del Señor de la Columna (p. 227)

Breves consideraciones de cierre

Como hemos visto la problemática del cuerpo ha sido abordada desde múltiples disciplinas y campos; atribuyéndole menos capítulos y análisis a la especificidad del “cuerpo muerto”. Más allá de lo expuesto, las dimensiones vinculares al cadáver, fueron trabajadas en Thomas (1993-1989) quien señala que el cadáver inspira un horror muy aparentado a las experiencias que vivenciamos ante las deyecciones de los cuerpos vivos; asimismo Malinowski (1994) nos narra que el cadáver que se encuentra en el contexto de los rituales mortuorios recuerda a los vivos la conciencia de su propia muerte. Agrega que esta relación entre vivos y muertos, en el ritual funerario, es paradójica: el cadáver horroriza pero inspira respeto y veneración. Podemos apreciar una atmósfera que aún conserva rasgos de vitalidad, en el cadáver habita (parte de) la persona, el familiar, el amigo, el hijo; se combinan estados pasionales de amor y horror. Pensar en la putrefacción del cuerpo contradice su presentación casi viva en el ritual del velorio. Estos aspectos nos han abierto significativas posibilidades de interpretación y comprensión de las complejidades que implican las relaciones sociedad-muerte-cultura4. Empero no podemos dejar de mencionar que los escasos estudios sobre el cadáver, o el cuerpo en el ritual fúnebre, refieren frecuentemente a la muerte adulta. Los casos presentados en este artículo desbordan estos niveles de referencia e inauguran nuevos requerimientos de investigación y análisis de los referentes empíricos. Asimismo una revisión de las fuentes que han obviado a los rituales mortuorios en el caso de la muerte de niños.

Aun reconociendo estas limitaciones pudimos apreciar cómo para alejarse del estado de “putrefacción cercana”, referido por Thomas (1989), las estrategias de la thanatología popular son diversas y abundantes. Podríamos afirmar que todos los ejemplos de intervención sobre el cuerpo del niño aglutinan esta doble dimensión: el alejamiento del horror de la putrefacción y la necesidad de presentarlo ante Dios con sus mejores atuendos, color y aroma. El cuerpo del niño, en el ritual del velorio, oficia como una totalidad que sintetiza y condensa las cualidades de continuidad/eternidad, el neo-nacimiento, la sacralidad que retoma signos de la imagen angélica, la veneración y la figura de médium ante Dios. De esta forma el cuerpo angelizado del niño, no solo lo ubica en los umbrales de un nuevo estado, además habilita a los dolientes a disponer de un contacto más cercano y directo; ya sea con el mundo de los muertos o con el Tercer Cielo. Este cuerpo angelizado, y su contexto, ofician como una suerte de imagen holística que entrelaza la naturaleza finita de lo humano y su complejidad socio-cultural centralizada en los vínculos de ultratumba. Como también reordena las relaciones entre los vivos, re-actualiza los parentescos rituales bajo las figuras del padrinazgo (padrinos de bautizo) y el compadrazgo, proyectando las thanato-obligaciones a los vínculos por afinidad o consanguineidad relacionados al angelito y sus dolientes.

Atendiendo a lo expuesto podemos dar cuenta de que las prácticas funerarias vinculadas a los niños denotan un conjunto de particularidades que las distinguen de la funebria adulta; particularidades que han sido trabajadas bajo las denominaciones de muerte pequeña, muerte niña, muerte blanca o muerte sin llanto (retomando los aportes de Scheper-Hughes, 1997).

En lo que respecta a los angelitos, las prácticas funerarias configuran, no sólo una particular forma de concebir la muerte y el morir, sino además un conjunto de relaciones materiales, simbólicas y socio-culturales relativas y específicas entre el niño, los dolientes y la comunidad. Estas coordenadas culturales significantes –en el recorte tempo-espacial propuesto- se matizan con elementos socio-culturales disímiles constituyéndose como esquemas interpretativos, comparables a nivel regional, pero circunscriptos a esferas de significación marcadamente locales. Podemos apreciar en los ejemplos desarrollados, siguiendo a Finol (2009), que las cualidades del cuerpo como capital simbólico mínimo traído desde el nacimiento bio-fìsico se amplían en el proceso extra-somático de interacción socio-cultural: tendremos un nombre, nos vestirán de determinada manera, usando colores específicos, nos presentarán a la sociedad. Agrega el autor que de aquí que el cuerpo resulte nuestra carta de presentación pero además es nuestra identificación como Ser en el mundo5.

Del mismo modo consideramos que este ahondamiento en parte de los ritos fúnebres vinculados a la muerte y el morir del angelito, siguiendo los aportes de Atencia Escalante (2005), pretende acercarnos a parte de las discriminaciones cualitativas que los agentes realizan en torno a la problemática, abriendo los sentidos hacia lo considerado como relevante para el grupo; sin obviar las articulaciones inscriptas en marcos morales, éticos y referenciales más amplios, buscando no diluir los estados emocionales y sus vinculaciones con el YO en/y el mundo.

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1. El mismo grado de importancia adjudica la arqueología a la preocupación ritual por la funebria, por los restos mortales de los miembros del grupo: “… la preocupación ritual por los restos mortales está entre los primeros hitos que indican que el Hombre ha llegado a ser algo más que un mero homínido, aquello que lo convierte en un ser superior…” (Barley, 1995: 16)

2. Reyes & Solana (2007) exponen un interesante recorrido de cómo la problemática del cuerpo ha sido trabajada en una amplia diversidad de campos, atienden especialmente a las Ciencias Sociales sin descuidar los cruces transdisciplinares inherentes a estos enfoques.

3. Más detalles sobre estos aspectos pueden verse en Bondar (2014).

4. Sobre estos aspectos podrían ser trabajados los aportes de Panizo (2010).

5. Csordas expone, en “Modos somáticos de atención” (2010) que el embodiment como paradigma u orientación metodológica requiere que el cuerpo sea entendido como sustrato existencial de la cultura, no visto como un objeto, sino como un sujeto. Señala el autor que el cuerpo es una entidad biológica, material, mientras que el embodiment puede verse como un campo metodológico indeterminado definido por experiencias perceptuales y por el modo de presencia y compromiso con el mundo. (p. 83). La noción de embodiment es re-utilizada por Panizo (2010) al referir a la distinción entre cadáver y embodiment en el rito del velatorio; el embodiment como el cuerpo del muerto: condensador del amor y el aprecio por la persona que yace, liminal, entre lo vivo y lo muerto y el horror al cadáver y a la descomposición, a la conciencia de la propia (posible) muerte. Del mismo modo otros exponentes han trabajado la problemática cuerpo/muerte/sociedad/cultura, algunos ejemplos serían: Morin (1951), Aries (1999), Thomas (1999-2015) donde trabajan las dimensiones de cuerpo/cadáver/descomposición/horror; asimismo las dimensiones thanatológicas, rituales y representaciones en relación al cuerpo.

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