Los estudios inter y transdisciplinarios en el ámbito universitario vienen en franco desarrollo1. Su avance, por otra parte, ha producido cuestionamientos sobre los límites epistemológicos que produce la sinergia entre diferentes áreas científicas, humanísticas y artísticas.
Podemos avizorar en la actualidad un horizonte desafiante para el encuentro transdisciplinario entre saberes científicos y artísticos. Ciertamente, la transdisciplina se ha servido del conocimiento y predisposición de diferentes actores de la academia, la sociedad organizada y los colectivos artísticos para atender problemas concretos. Pero, por detrás se está tejiendo una reorganización del saber en sus diferentes formas. ¿De qué modo? La laxitud disciplinar nos ha llevado a preguntarnos: ¿qué tan disciplinados debemos o queremos ser a la hora de atender nuestras prácticas cotidianas, artísticas y científicas?
Como recordamos, la disciplina y el disciplinamiento de cuerpos y territorios poseen una historia de violencia y coerción específica en América Latina que interrelaciona la violencia sobre los cuerpos humanos y nohumanos. La indisciplina, entonces, constituye una frontera en el trasvase de información que no atiende a una cosmogonía o paradigma específico, que elude las genealogías y las autoridades autorales. Su valor radica en la organización cuasi etnográfica que el saber y el conocimiento práctico (praxeología) han abierto al mundo. Para ello, estas prácticas indisciplinadas se encaminan a desorganizar el conocimiento y alterar los circuitos del saber para generar un discurso paradójicamente duradero que establezca un nuevo pensamiento latinoamericano.
Las prácticas que aquí llamamos indisciplinadas no procuran mancomunar solamente herramientas teóricas, sino que fundamentalmente abrazan prácticas menos ortodoxas que conforman una compleja red del saber, el conocimiento y el discurso, traspasando el conocimiento producido en la academia o en ámbitos del conocimiento institucionalizados.
En La potencia feminista o el deseo de cambiarlo todo, Verónica Gago describe un conjunto de escenas indisciplinadas que los movimientos feministas latinoamericanos han venido conformando, una escena de “desacato teórico” (178) que pone en cuestionamiento las maneras de hablar, traducir, e interpretar, que llama a pensar otras formas transversales del hacer cotidiano. En este dossier especial de la revista Humanidades queremos poner de relieve que la escena de la indisciplina está también presente en las diversas prácticas de las humanidades ambientales en el contexto latinoamericano. Prácticas que no todas se definen bajo el nombre de humanidades ambientales, aunque comparten perspectivas y una praxeología común2.
De este modo, las humanidades ambientales han tenido en su horizonte de constitución la transdisciplinariedad como método que busca no solo producir acercamientos entre ciencias naturales y humanidades, sino también con las comunidades. Tal es el caso de las investigaciones y proyectos llevados a cabo por el Instituto Sudamericano para Estudios sobre Resiliencia y Sostenibilidad (SARAS) en Uruguay3. Estos esfuerzos han producido un conjunto de visiones y percepciones nuevas, pero, como argumenta Lisa Blackmore, los desafíos socio-ambientales en el contexto Latinoamericano tienen que ver con cómo pensar el habitar ante la continuidad de la violencia que destruye los ecosistemas. En este contexto, Blackmore propone que la investigación como práctica (“practice research”, 171) puede generar proyectos colaborativos con territorios específicos que den cuenta de lo múltiple.
Así, en este dossier especial reunimos un conjunto de estudios que, desde el pensar situado y multiespecie, nos convocan a repensar y redefinir las humanidades ambientales desde y para América Latina. En conjunto, el dossier invita a pensar la colaboración entre arte y ciencia ya no tanto desde la transdisciplina -en tanto método y perspectiva- sino desde la indisciplina, es decir, desde aquellos saberes, quehaceres y prácticas que cuestionan produciendo un “desacato teórico” que desafía lo posible/imposible.
En el “Dossier: Climate Change as a Cultural Problem: transdisciplinary environmental humanities and latin american studies”, Beilín (2022) indica que muchos de los trabajos en las humanidades ambientales transdiciplinarias intentan reparar injusticias epistémicas como la marginación de los saberes indígenas (10) y la búsqueda de alternativas a los caminos del desarrollo (12). En este mismo dossier, Jorge Marcone (2022) señala que mientras las publicaciones en humanidades ambientales en sentido amplio en el contexto latinoamericano abundan, faltan aproximaciones que se acerquen a los públicos, a los colectivos. En ese sentido, en este dossier especial partimos de los estudios en humanidades ambientales transdisciplinarias (Beilín, Blackmore, Marcone) para extender estos estudios hacia prácticas que cruzan los límites de saberes establecidos para poner de relieve saberes y praxis ancladas en territorios y comunidades particulares, metodologías que se nutren de prácticas museísticas colectivas, pedagogías que acercan la tecnología entendida desde las comunidades de prácticas a diversas formas de vida.
Hemos específicamente seleccionado incluir un conjunto de estudios que más que abordar una obra de artista particular, se enfocan en prácticas que involucran públicos, ya sea programas de educación, museos, plataformas inespecíficas, colectivos de arte, comunidades que están produciendo pensamiento y teorías sobre las formas de habitar el medioambiente desde prácticas transversales que desobedecen los cruces inter y transdisciplinarios establecidos. Con esto, el volumen contribuye a llenar un hueco en el conocimiento de las humanidades ambientales en América Latina.
Al respecto, como corolario de este volumen, podremos encontrar en la entrevista realizada a Gisela Heffes algunas de las reflexiones que aquí consideramos centrales: primero, el reconocimiento de que las prácticas cocreativas e investigación colaborativa ganan cada vez más terreno en la investigación de las humanidades ambientales latinoamericanas; segundo, que estas prácticas de investigación innovadoras proponen un salto a las tradicionales jerarquías que observamos en los estudios transdisciplinarios; y tercero, que este salto se debe, en gran medida, a la co-construcción de conocimiento con comunidades de la sociedad organizada.
Los presentes trabajos o los trabajos del presente
El número abre con dos estudios que ponen su interés en prácticas pedagógicas y estéticas que desbordan los cruces inter y transdisciplinarios para poner en el centro de la reflexión los modos de co-producir y co-crear en un planeta herido. En este sentido, los estudios escritos por Alejandro Ponce de León y Andrea Casals encienden el debate al comunicar diferentes experiencias que al poner en riesgo los límites epistemológicos permiten ejemplificar los casos interdisciplinarios e indisciplinados en el quehacer científico y humanístico latinoamericano.
De este modo, en el estudio “Teoría para la caída libre con ejercicios acompañantes”, Alejandro Ponce de León aborda la novedosa metodologías ecopedagógicas de la Diplomatura Superior en Humanidades Ambientales y el cruce del Arte y la Tecnología en la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF) como programa pionero en América Latina. El autor examina cómo los cruces curriculares entre artes y diseño, tecnología y comunidad, cuerpo y territorio permiten formas de coproducción del conocimiento que enfatizan la horizontalidad y la “lateralidad”. El estudio propone que este “quehacer colectivo e indisciplinado” permite cultivar nuevas sensibilidades para enfrentar de manera situada los desafíos socioambientales de la región y del planeta.
Por su parte, Andrea Casals aborda en el estudio “Proyecto ‘Arte en riesgo’: una experiencia interdisciplinar” el proceso exploratorio, creativo y colaborativo “Arte en riesgo” llevado adelante por la Red de Investigación en Humanidades Ambientales (RIHA) de la Pontificia Universidad Católica de Chile (UC). El proyecto interdisciplinar de investigación en arte se propuso pensar y sentir con la basura y sus riesgos; para esto trabajó con residuos del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) que retornó al museo como una instalación. El estudio de Casals nos invita a reflexionar sobre las complejas “marañas”, ensamblajes y materialidades que participan tanto en la cocreación interdisciplinar, como en la basura. Con esto, el ensayo también cuestiona las nociones de arte y lo que puede ser valorado como objeto que se exhibe en el espacio cultural.
Por otra parte, le siguen a los estudios otros tres que iluminan, en parte, las diferentes formas de indisciplinamiento epistemológico entre las ciencias y las artes con especial énfasis en la antropología social (etnografía) por un lado, y el activismo social y artístico por el otro. Pero en los tres casos visualizamos una teoría y práctica que se enraiza en el territorio: el Delta del Paraná argentino; el río Meta, afluente del Orinoco, que atraviesa los territorios colombianos; y, finalmente, las regiones semi urbanas en torno a San Gerardo de Oreamuno, provincia de Cartago, Costa Rica. No en vano consideramos que la contribución de las humanidades ambientales en América Latina radica precisamente en el giro local que ofrecen los ensayos que aquí presentamos.
En efecto, el tercer estudio, “Relaciones humanos-coyotes en la provincia de Cartago, Costa Rica: una reflexión introductoria sobre las ecologías de proximidad” de Luis Barboza presenta un caso de práctica indisciplinada dentro de los estudios centroamericanos. En efecto, el texto presenta un caso particular de relacionamiento multiespecie como resultado de las estrategias sanitarias a partir de la pandemia del COVID-19. En gran medida, este trabajo parte de la observación a partir de un cambio paradigmático en el comportamiento social que habilita una nueva modalidad de encuentro entre los humanos y los coyotes. Así, el contexto de crisis presenta la posibilidad de un relacionamiento multiespecie a partir de aquello que el autor define como “ecología de proximidad” en torno a atmósferas afectivas que inscribe un encuentro indisciplinado.
Por su parte, el siguiente estudio “Diálogos interdisciplinarios sobre las relaciones de poder que hay entre los tecnócratas del Proyecto de navegabilidad del río Meta y los achaguas” de Diana Carolina Ardila Lupa y Manuel Leonardo Prada Rodríguez analiza el Proyecto de navegabilidad del río Meta y los impactos que produce la técnica neoliberal en la relación biocultural que hay entre el pueblo achagua y el río Meta. Esta relación, argumentan, debe ser tomada en cuenta no solo a través de Consultas Previas, sino a través de la codirección con el pueblo achagua, que corrija la dirección intencional que el estado colombiano da al Proyecto hacia el regir del río y los achaguas.
En el último estudio, “Demandas socioambientales y visualidad en América Latina: el caso de Agitazo por los humedales (Argentina)”, Verónica Capasso estudia las acciones visuales de una campaña colaborativa de visibilización del ecocidio y demanda por la protección de los humedales de la zona del Delta del Paraná argentino: Agitazo por los humedales. A partir del análisis iconográfico de las imágenes producidas, recolectadas y colectivizadas por la Agrupación Artistas de Rosario (AAR), la autora propone entender estas intervenciones en el espacio público urbano como “prácticas artivistas” de protesta que amplían los repertorios de la acción colectiva y crean espacios de aparición para estar en comunidad con otras formas de vida.
En forma conclusiva, los ejemplos que reúne este dossier involucran cruces entre arte y ciencia que traspasan la tradicional relación del científico que explora el arte, y el artista que incorpora saberes de las ciencias -biológicas, geológicas, etnográficas, etc-. Más bien, hay en este dossier un trazo irreverente de un hacer que rompe con lo que se entiende por arte o ciencia, pero también con la habilitación de quién puede hacer arte-ciencia, qué materiales constituyen arte o saberes científicos y qué clase de genealogías.
En este sentido, las obras de Alejandra González Soca proponen un cruce de caminos de diferentes artes y ciencias aplicado al territorio y a su transformación a partir de prácticas indisciplinadas en el campo de las artes visuales. Las imágenes que acompañan este número ilustran a cabalidad las estrategias innovadoras dentro del campo artístico; por su parte, las transformaciones, la recolección etnográfica, los diversos registros, materialidades y plasticidades que su obra incorpora, produce y reproduce permiten preguntarnos por los sentidos que emergen cuando se alteran las topografías, se infiltran los territorios, o brotan semillas de un antiguo vestido.
La obra de Alejandra es siempre una invitación: a infiltrarnos en la trama de nuestras relaciones socialmente aprendidas, a hurgar en la memoria afectiva de los objetos y territorios, a intervenir en la construcción de significados ambientales. Seguir el hilo rojo que entreteje su obra no nos ofrece una salida al laberinto, más bien activa una necesidad vibrante de enredarnos, de implicarnos con los sentidos latentes que brotan de la fisura de nuestras contradicciones culturales.
Extendemos la invitación de su obra para cerrar este proemio efectuado a seis manos esparcidas entre Estocolmo, California, Santiago de Chile, Quaraí y Montevideo.