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Humanidades (Montevideo. En línea)

versión impresa ISSN 1510-5024versión On-line ISSN 2301-1629

Humanidades (Montevideo. En línea)  no.12 Montevideo dic. 2022  Epub 01-Dic-2022

https://doi.org/10.25185/12.11 

Entrevista

Una vida entre libros: entrevista a Roger Chartier

Roger Chartier1 

Juan Pablo Aparicio Bologna2 
http://orcid.org/0000-0002-7096-6156

1Collège de France, Francia. roger.chartier@ehess.fr

2Universidad de Montevideo, Uruguay. japaricio@correo.um.edu.uy


Roger Chartier nació en Lyon en diciembre de 1945. Comenzó sus estudios en historia en 1964 en École normale supérieure de Saint-Cloud y la Sorbonne Université. Historiador de la cultura, especializado en los campos de la historia del libro, la lectura y la edición. Profesor emérito del Collège de France, titular de la cátedra Écrit et cultures dans l’Europe moderne entre 2007 y 2016, y director de la École des Haute Études en Sciences Sociales de París. Actualmente se desempeña como profesor visitante en The University of Pennsylvania. Reconocido miembro de la escuela historiográfica de los Annales, con una basta labor intelectual que le ha supuesto el reconocimiento con los premios Annual Award de la American Printing History Association en 1990, el Gobert Prix en historia de la Académie francçaise en 1992 y el premio Fellow British Academy. También es Doctor honoris causa por la Universidad Carlos III de Madrid y la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, entre otras. Entre sus obras más destacadas se encuentra: El mundo como representación. Estudios sobre historia cultural (1992), L'Ordre des livres. Lecteurs, auteurs, bibliothèques en Europe entre S.XIV et S.XVIII (1992), Histoire de la lecture dans le monde occidental(1997) y Cardenio entre Cervantes et Shakespeare: Histoire d'une pièce perdue(2011). Recientemente ha publicado Cartes et fictions (XVIe-XVIIIe siècle) (2022). Profesor emérito del Collège de France.

Juan Pablo Aparicio (J.P.A.): Profesor Chartier, usted es conocido por haber estudiado las relaciones entre escritura y cultura en la Época moderna. Por más de cincuenta años se ha dedicado a la docencia y a la investigación en el campo de la historia ¿por qué decidió dedicarse a la historia?

Roger Chartier (R.C.): Esta pregunta puede ser una trampa porque implica el riesgo desconocido de “la ilusión autobiográfica”. La gente responde a este tipo de preguntas mencionando una vocación: “para ser historiador”; todo lo que el sociólogo Pierre Bourdieu había definido y criticado como “la ilusión autobiográfica” donde hay hechos azarosos y trayectorias colectivas. Y yo nunca me he reconocido en esta ilusión de la vocación. Si soy historiador es por el resultado de varios encuentros y circunstancias. Por ejemplo: el encuentro con un profesor de historia en mi adolescencia o el concurso que permite entrar a la École Normale Supérieure (ENS) en Saint-Cloud París, y se debe elegir entre una materia dominante u otra; siempre vacilé entre las letras modernas, la historia de la literatura, la literatura o la historia propiamente. No sé por qué finalmente elegí la historia. Sin duda siempre existen determinaciones inconscientes que por definición no puedo conocerlas.

J.P.A.: Para alguien en su posición Dr. Chartier, que tiene un notorio reconocimiento en su campo, y que pertenece a una de las corrientes historiográficas más importantes del siglo XX, me imagino que ha tenido la oportunidad de conocer y trabajar con grandes académicos ¿podría indicarme cuáles fueron los que más influyeron en su carrera?

R.C.: En mi formación como alumno en la ENS y como estudiante de la Sorbonne, quisiera destacar dos nombres que no son tan conocidos, pero que fueron historiadores que influyeron mucho sobre mi propio trabajo. Por un lado, Daniel Roche, que es un historiador del siglo XVIII con muy pocos libros traducidos, pero sí un Diccionario de la Ilustración que editó junto a Vincenzo Ferrone, quien también fue mi profesor en la ENS. Por otro lado, Denis Richet, un profesor de la Sorbonne que escribió un libro llamado La Francia Moderna. El espíritu de las Instituciones retomando su nombre de El espíritu de las leyes de Montesquieu. Ambos tenían un gran rigor para la construcción de cursos, seminarios o lecciones y también eran muy inspiradores para pensar una trayectoria como historiador.

Quisiera destacar dos nombres de sociólogos que me influenciaron mucho: Pierre Bourdieu y Norbert Elias. Bourdieu nos ha enseñado a articular la física social, es decir, las determinaciones sociales que definen las posibilidades de los individuos según su clase social, y la fenomenología social, que es la incorporación de estas determinaciones sociales en los individuos con el concepto esencial de habitus. Es una referencia fundamental. Tuve la oportunidad de trabajar en su revista Actes de la recherche en sciences sociales y conocerlo en persona. El sociólogo alemán Norbert Elias, reconocido por sus obras maestras La sociedad cortesana y El proceso de la civilización, era una inspiración enorme, porque en su obra hay una articulación entre las modalidades del ejercicio del poder y las formaciones sociales que el poder produce. Por ejemplo, la corte en relación con el poder absolutista y la definición de una estructura psíquica que corresponde a los constreñimientos impuestos tanto por la configuración social o las formas de ejercicio del poder. No podemos utilizar este modelo para estudios de larga duración, pero sí se puede utilizar este modelo que articula lo político, lo social y lo psicológico para estudios de casos más precisos.

J.P.A.: En el último tiempo un tema que ha dado lugar a discusión es la existencia de una cuarta generación de los Annales o si seguimos en presencia de la tercera generación ¿cuál sería la razón principal para hablar de una cuarta generación? ¿Existe una cuarta?

R.C.: Sobre la cuarta generación podríamos discutir cada una de esas palabras. “Cuarta” es una evidencia generacional porque si se piensa que la primera son los fundadores de la revista (Annales d'histoire économique et sociale) en 1929, Febvre y Bloch, dominada por una forma de historia social y también mental; la segunda generación se remite a la posguerra con la obra de Fernand Braudel en los años cincuenta y sesenta, con un gran interés por la historia económica. La tercera sería a fines de la década de los sesenta y principios de los setenta cuando Jacques Le Goff y Emmanuel Le Roy Ladurie estuvieron identificados con la historia de las mentalidades. Finalmente, la cuarta generación que nace a finales de los setenta y que sería mi generación, caracterizada por tener una relación crítica con la tercera generación, pero también buscándose identificar dentro de su herencia. Desarrollamos una visión nueva de la noción de mentalidad, de las determinaciones sociales reducidas a la condición socioeconómico y también del uso sistemático de la historia estadística.

En los Annales no podemos ver una identidad estable entre cada una de las generaciones. Lo fundamental para las tres primeras generaciones era la identificación parcial que tenían con la revista y la institución en la cual Bloch, Febvre, Le Goff, y otros miembros de los Annales eran profesores en la École des hautes études en scienes sociales (EHESS); había una unidad en cuanto a la metodológica y la temática de sus obras. Pero a partir de la cuarta generación esta unidad desapareció y comenzó a haber una diversidad en las propuestas historiográficas, una diversidad que se da propiamente dentro de la institución el EHESS y los directores de la revista. Una diversidad, porque hay varios caminos, uno es el de la historia social, tal vez encontrando la microhistoria italiana, otra dirección sería el de la historia cultural y una tercera, ilustrada por François Furet, la filosofía política. Esta gran diversidad es muchas veces conflictiva dentro del mismo mundo de los Annales y al mismo tiempo lo que caracteriza a la historiografía a partir de los años noventa. Es decir, la reconfiguración del campo de trabajo fuera de las tradiciones heredadas, por ejemplo, Past and Present en Inglaterra o la historia de las ideas en Italia e inclusive los mismos Annales en Francia. Esta reconfiguración favorece mucho los encuentros, las relaciones, la colaboración entre historiadores que pertenecen a varias tradiciones. Me resulta difícil mantener la idea de una escuela de los Annales homogénea y perpetua a partir de las últimas décadas del siglo XX.

Con respecto a la postura crítica de la cuarta generación, se puede aplicar a la herencia braudeliana de las tres temporalidades: el evento, la coyuntura y la larga duración. Son varias las razones para revisar la teoría. Una de ellas es darle un nuevo estatuto al evento, no solamente como espuma de la historia sino también como ruptura, inauguración, por nacimiento fundamental de una época. El tiempo no es solamente una categoría donde se distribuyen los eventos o las coyunturas, está incorporado a través de la relación desigual que tienen los individuos con sus estamentos y con el tiempo.

J.P.A.: Me resulta llamativo que el foco de su investigación sea el libro y de todos los objetos que llevan a la comunicación de lo escrito. Nadie puede dudar de su importancia, pero ¿cuál es su interés personal o las motivaciones que tiene para hacer historia del libro?, y ¿en qué disciplinas se apoya para su estudio?

R.C.: En mi medio familiar y social no había muchos libros, tal vez eso hizo que el objeto adquiriera una fuerza de atracción hacía mí por su escasez. En los medios populares no hay tantos libros, y de ahí la importancia que yo le veo a la relación libro-escuela. Es en ese espacio en que estos se descubren, cuando no pertenecen a una herencia social. Me he dado cuenta de que las lecturas fundamentales del colegio se han quedado en mí, incluso en mi trabajo como historiador, he escrito sobre Molière, Cervantes, Shakespeare. Son lecturas que empezaron en este momento de la primaria.

De ahí este interés que tal vez pueda ilustrar este entrecruzamiento que mencionaba a partir de los años ochenta y noventa del siglo XX de varias tradiciones nacionales y metodológicas, porque se ha construido la historia de la cultura escrita con varias modalidades: historia de la edición, del libro, de la lectura a partir de la herencia sociocultural de los Annales. La bibliografía de la historia del libro y la escritura propia de las tradiciones inglesa, americana, italiana y de toda la cultura en su totalidad se transformó en una sociología de los textos y la paleografía en términos globales. También ocurrió lo mismo con la cultura gráfica. El encuentro con las corrientes de la crítica literaria, que se interesan por la recepción, construcción del sentido y diálogo entre la obra y sus lectores, tanto desde la perspectiva alemana de la poética de la recepción como en la propuesta del new historicism norteamericano. Entonces, es la confluencia de estas tres matrices: la historia socio cultural, historia de los objetos escritos mismos y las obras literarias que han definido un proyecto que hasta ahora intento de seguir.

J.P.A.: Relacionando con la pregunta anterior, me gustaría que explicará su metodología de trabajo. Es decir, la transición que hace de la fuente al texto.

R.C.: Es una cuestión difícil la de la escritura de la historia. Pienso que hay cosas que compartimos los historiadores, trabajamos con fuentes que transformamos y organizamos en un relato que debe responder a una interrogante. La única cosa que puedo decir es que la historia es a la vez escritura y conocimiento. Debemos pensar la relación con el conocimiento y la escritura de la historia, respetando la verdad de la referencia (la fuente). Entonces se utilizan todos los métodos de control y validación de lo que se escribe.

La historia no es una fábula, una ficción. Se deben respetar los elementos de la operación historiográfica para transmitir conocimiento del pasado a los lectores, que pueden ser un sector muy reducido como el mundo académico o puede ser un sector más numeroso. Sin embargo, siempre debe existir la percepción de cómo transmitir este conocimiento. En este punto cada historiador tiene sus propios principios. Para mí lo importante es mantener una argumentación lógica, jerarquizada y articulada del discurso con una escritura muy clásica en cierto sentido. Usted sabe muy bien que hay muchos historiadores que proyectan su “yo” en el texto creando una relación íntima entre el objeto histórico y la existencia de su trabajo. Otros historiadores usan modelos de la ficción moderna o del cine para construir la demostración. Yo no sé hacerlo ni quiero hacerlo. De esta manera hay una diversidad en cuanto a la yuxtaposición del conocimiento que debe producir el trabajo de historia y la forma de escritura, porque implica la capacidad de transmisión del saber.

J.P.A.: Usted no parte de la misma premisa que Paul Veyne, diciendo que en la historia hay una verdad que el historiador debe “construir”. ¿Es así?

R.C.: No, porque pienso que Veyne se ha abierto a una perspectiva que conduce a una forma de relativismo o escepticismo. En Veyne no se habla de la cientificidad de la historia, es decir, la condición de producción de un saber verdadero, controlado y demostrado que remite no sólo a la escritura de la historia, sino que también remite a las operaciones técnicas que hace el historiador.

Me inclino por el pensamiento de Carlo Ginzburg, de la asociación entre la retórica y la prueba o por el libro de Michel de Certeau La Escritura de la Historia, donde indica que la historia produce enunciados científicos cuando respeta los controles de las pruebas que se utilizan para la construcción del objeto. No se debe confundir el objeto con el pasado en sí mismo. Cada historiador debe definir un objeto en base a una pregunta o interrogante del pasado, debe movilizar las fuentes y las técnicas de interpretación que le parezcan necesarias para producir el argumento y el saber del objeto que ha delimitado, y luego someterlo al control de la disciplina que son el resto de los historiadores.

Para mí la dimensión epistemológica es crucial en la historia, sino se pierde la capacidad de producir conocimiento verdadero del pasado, y ya son conocidas las consecuencias de este escepticismo tan peligroso. Porque abre la posibilidad de interpretaciones absurdas y engañosas. Hayden White y Paul Veyne han abierto un camino interesante en cuanto a la escritura de la historia en un momento crucial y dieron respuestas que ignoran la dimensión técnica y científica de la historia, que conducen al relativismo que defendió White: no hay criterios en el discurso historiográfico que seguir y no hay una verdad a la cual apuntar. Esto me parece un peligro.

J.P.A.: Sí, lamentablemente, Hayden White volvió literatura a la historia.

R.C.: Sí, el historiador utiliza las mismas figuras retóricas o formas narrativas que la literatura. Pero con la diferencia fundamental que hay en la definición de la verdad. Claro que hay una verdad literaria que se dirige a la sensibilidad y hay una verdad histórica que, como decía de Certeau, es científica.

J.P.A.: Dentro de la historia del libro usted trabaja mucho con la cultura popular. En cierto modo, uno realiza historia de las clases anónimas, uno no sabe a quién está estudiando. ¿Qué problema presenta este abordaje?

R.C.: El primer problema es la definición de lo popular. Hay una tensión entre si lo popular son las producciones y las prácticas de las clases populares, o son las prácticas, las lecturas, las representaciones compartidas por individuos que pertenecen a varias clases sociales en la misma sociedad. Este último es el sentido moderno de lo popular. Por ejemplo, una canción popular es aquella que tiene un éxito y una presencia más allá de lo que sociológicamente denominamos clase popular. Sin pensar en las definiciones tradicionales, desde la perspectiva de la Iglesia, lo popular es lo local que se opone a lo universal, la Iglesia. Debemos jugar con las definiciones antiguas y las definiciones sociales de lo popular. Si pensamos en la definición social usted tiene razón, no sabemos quiénes son la inmensa mayoría de los miembros de las clases populares, ni han dejado una huella de nada. Pero como han demostrado algunos historiadores, hay posibilidad para ir más allá del anonimato e identificar individuos singulares que pertenecían al mundo popular y han dejado testimonios, sea porque escribieron en primera persona o porque fueron obligados a responder ante los jueces a preguntas en cuanto a sus prácticas religiosas o culturales.

J.P.A.: Como sería el caso de Menocchio en la obra de Ginzburg.

R.C.: Exactamente, el ejemplo emblemático sería el molinero de Carlo Ginzburg. Hay una posibilidad de encontrar en los documentos de interrogatorios elementos importantes de las creencias de la clase popular. Menocchio es un individuo frente al tribunal de la inquisición, hay muchos procesos de inquisición en España e Italia y la posibilidad de reconstruir comunidades no anónimas con individuos singulares que responden sobre sus creencias o lo que han leído. Y otra serie de fuentes serían los archivos judiciales o de la policía en los siglos XVII y XVIII. Mi amiga y colega Arlette Farge se dedica a recoger y relatar estas voces populares en primera persona con este tipo de archivos. Hay una posibilidad dialéctica con casos singulares que se conecten con lo que pensaban y creían la mayoría de los anónimos.

Si pensamos en las lecturas populares lo que he discutido y trabajado, hay pocas posibilidades de encontrar un lector popular escribiendo sobre sus lecturas y aún menos posible encontrar un lector que haya dejado algo escrito en los libros, la cual es una fuente importante para las elites. Entonces la única posibilidad de constituir una interpretación plausible o hipotética del sentido de los lectores populares en relación con sus propias experiencias involucra las lecturas de los impresos dirigidos a ellos. El caso de los pliegos sueltos en España o la Biblioteca azul en Francia, esta es casi la única posibilidad que se puede manejar con prudencia.

J.P.A.: Un trabajo muy complejo…

R.C.: Sí, pero el trabajo histórico es complejo en general. No hay nada evidente en la historia, siempre es difícil delimitar el objeto y encontrar las fuentes. Algunas veces es directa y su interpretación se hace más fácil, otras no y requiere de mucho trabajo.

J.P.A.: A lo largo de la historia el libro ha sufrido una cantidad de cambios importantes, pero siempre estos cambios han sido bajo el mismo formato o estructura, la del codex. Hoy en día esto ya no es así. ¿El surgimiento de los libros digitales va a “matar” al libro físico?

R.C.: Umberto Eco había respondido varias veces a esta pregunta y estaba un poco cansado de ella, pero como él finalmente iba a morir, estaba convencido que esta interrogante tenía importancia. Es verdad que hay una ruptura con el mundo digital, una ruptura técnica. La transmisión o reproducción de los textos e imágenes no supone más la imprenta. Esta ruptura es morfológica, porque la materialidad de un libro, diario, o revista genera una relación con el lector muy estrecha. Si bien la materialidad es la de la pantalla, uno recibe todo lo que quiere leer; y podemos ver aquí una ruptura en la práctica cultural, la transformación de las prácticas de lectura, lo cual implica una nueva relación con el lector.

Usted tiene razón de que hay una estabilidad con el codex, pero con dos matices. Antes de la aparición del codex, en los primeros siglos de la era cristiana, había libros con otra forma, por ejemplo, los rollos de la antigüedad clásica y un poco antes los libros sobre las tabletas en Sumer. Lo segundo a destacar es que durante la larga duración del codex hay un cambio con la invención de Gutenberg en el siglo XV, cuando antes de esto, la reproducción era la copia manuscrita.

Hoy en día el diagnóstico sobre esta “muerte” del libro es un poco difícil. Estamos ante una ambivalencia porque en el mercado el libro impreso representa, salvo en Estados Unidos, el 90% o más de las venta y compra. El libro electrónico es un sector totalmente marginal, los lectores tienen la costumbre de leer en formato impreso y en este sentido no está desapareciendo, pero se nota una disminución en el porcentaje de lectores de libros. Varios países han hecho encuestas con la pregunta de si han leído un libro al menos en el año anterior, el porcentaje en Francia respecto a los años setenta y ochenta y hoy en día, cayó más de un 10%. Es curioso que en un mundo más alfabetizado se lea cada vez menos. ¿Cuál es la razón de esto? Es que las generaciones más jóvenes se han alejado de la lectura de libros, pero no de la lectura en sí, nunca se ha leído tanto como hoy en día, inclusive se lee en los juegos electrónicos y para la comunicación entre individuos por las redes sociales. Sin duda que este es un mundo de la lectura y la escritura, lo cual no significa que esta práctica cotidiana de la lectura implique la lectura de libros.

Su pregunta se ha transformado no en la desaparición del libro como un objeto material, sino que es la desaparición del libro como modalidad del discurso. El libro no es un artículo, ni una carta, ni un SMS, ni un tweet, es una arquitectura textual con sus propias reglas. Cada parte del libro, el capítulo, el párrafo, son elementos de la totalidad del discurso que tienen su lugar y función. Por ende, la disminución de este tipo de discurso que llamamos libro indica que se tomó una distancia y que se prefieren otro tipo de discursos a leer, el discurso de las redes sociales o de los fragmentos discontinuos y breves.

La respuesta a su pregunta se complica. Para los lectores de libros, permanece la preferencia por el libro físico, pero para los lectores de hoy, no predomina la lectura impresa, de ahí la incertidumbre del porvenir de esta modalidad y estructura textual que es el libro.

J.P.A.: ¿Podría decirse que más que la lectura, lo que disminuyó es la calidad de lo que se lee?

R.C.: Más que lo estético es la dimensión intelectual de lo que se lee lo que disminuye cada día. La arquitectura de un libro presenta una forma de argumentación, demostración y narración, la cual desempeña un papel importante, y si desaparece esta arquitectura textual que define al libro, nos alejamos de esta forma de intelectualidad. Estamos frente a una transformación de la práctica de lectura que se entrelaza con el mundo digital y pone en juego su dimensión textual, que no depende de su dimensión material pensado en el libro digital. Pero esto no importa, lo importante es la transformación de las prácticas de lectura y la naturaleza de estos textos, ya sea para leerlos o reproducirlos. Ahí se encuentra la importancia de la transformación digital que permiten las redes sociales.

J.P.A.: Siguiendo un poco con el tema anterior, usted ha afirmado que la comprensión del texto es diferente en formato físico y digital. Esto tiene una gran incidencia en la labor del historiador. ¿En qué otras cosas le han cambiado la investigación tanto teórica como metodológicamente?, ¿cuáles son estos cambios?

R.C.: Una de las corrientes que utilizaba como punto de partida para la construcción de la historia de la cultura escrita era la sociología de los textos, cuyo tema esencial es la idea de que las formas materiales, es decir, todos los elementos no verbales del libro (puntaciones, caracteres, estructura de la página, etc.) desempeñan un papel en la comprensión del texto por parte del lector. Entonces esta idea de que las formas repercuten en el sentido, siguiendo esta perspectiva, debemos confrontar las formas del mundo de lo impreso con las formas del mundo digital.

Inmediatamente notamos tres diferencias. La primera es que con el soporte digital se ha separado el texto particular y el aparato que lo difunde no es el caso del codex, un libro impreso es para siempre. Esa es una diferencia fundamental, la idea de que el soporte es una pantalla que no se vincula con ningún texto en particular. La segunda diferencia es la cuestión de la fragmentación, en el mundo de los impresos la forma material impone la percepción de la totalidad. Nadie está obligado a leer el libro entero, pero tenerlo en tus manos muestra que el pasaje leído se ubica en un cierto momento y tiene un rol en la totalidad del texto. El mundo digital es un mundo de fragmentos autonomizados que no incita a buscar la relación del fragmento leído con la totalidad de donde se extrajo. Y la tercera es el concepto forjado en Inglaterra de write to read. En el mundo de las redes sociales hay una relación estrecha entre leer y escribir y escribir para que los otros lean. En el mundo de lo impreso hay una separación entre los objetos destinados a la lectura y los destinados a la escritura. Uno puede escribir en un libro, pero el libro no es para esto y el soporte de la escritura (cuadernos, cartas, notas, fichas, etc.) sí nos convoca a hacer esto. De ahí que me parece interesante esta categoría de write to read como algo inseparable, esto es lo que transforma el discurso y plantea los problemas que mencionaba.

Si queremos aplicar esto a la perspectiva de la investigación histórica llegamos a una paradoja. Por un lado, el mundo digital permite la universalización gratuita de los archivos y documentos de bibliotecas, lo que abre la posibilidad de encontrar fuentes en la pantalla. Esto fue un refuerzo fundamental en la pandemia, porque los archivos y bibliotecas están cerrados y estamos felices de poder encontrar documentos en su forma digital. Paradoja porque al mismo tiempo la digitalización nos aleja de la materialidad de los documentos de archivos o de cualquier objeto escrito impreso que han sido los soportes de la lectura de hombres y mujeres del pasado. Aquí nos afrontamos a esta contradicción, un acceso más fácil, pero la mutilación de la capacidad de comprensión de hombres y mujeres del pasado. Esta es la razón por la cual los historiadores, cuando abran de nuevo los archivos, debemos ir a ver y leer los textos que han leído los lectores del pasado, lo que no impide una primera inteligibilidad frente a la pantalla. Al final es una cuestión de vinculación de las dos prácticas, una que respeta la materialidad de los textos que adquirieron vida en el pasado y al mismo tiempo aprovechar muchos documentos en formato digital.

En resumen, no hay equivalencia, no podemos esperar lo mismo de la forma digital y la impresa, y esto en el trabajo del historiador significa pasar tiempo frente a la pantalla y seguir yendo a las instituciones donde están las lecturas del pasado en su propia forma.

J.P.A.: ¿Cómo ve el campo de la historia del libro en América Latina?

R.C.: Hay muchos trabajos de jóvenes historiadores e historiadoras en todo el mundo latinoamericano muy interesantes. Pienso en los casos de México, Colombia, Chile, Brasil, Perú, Argentina, donde se está formando una nueva generación que se ha interesado mucho en la cultura escrita, ya sea la alfabetización, el comercio de los libros, la edición o las prácticas de lectura dentro de las escuelas. Hay una inmensa bibliografía que es bastante reciente. Obviamente hay obras clásicas sobre la historia del libro en América, pero hoy en día se han multiplicado al punto de que hay muchas asociaciones a través de internet entre todo los que trabajan la cultura escrita.

Lo interesante es que esta forma no es una duplicación de lo que hemos hecho en otros países de Europa. En América Latina hay algunas especificidades del campo, por ejemplo, la tensión entre lectura y edición, porque la mayoría de las lecturas, hasta el siglo XX, llegan desde Europa, también hay editoriales en México y Lima, de ahí la tensión entre los libros exportados y la invención después de las editoriales locales.

Otro tema particular es la importancia de los diarios y revistas hasta el siglo XIX, no solamente la literatura sino también la historia y la filosofía que se publicaban en periódicos y revistas. Mucho tiempo después los artículos se recopilan para hacer libros.

También es importante en el mundo colonial la traducción de libros a lenguas indígenas para la evangelización y la imposición de la lengua del imperio, español o portugués, para la administración. Surge un problema interesante en la cultura escrita sobre la aculturación y el papel de la escuela en este proceso.

J.P.A.: ¿Qué reflexión hace usted sobre los tiempos históricos que estamos viviendo?

R.C.: Hemos visto en el último tiempo peligros de todo tipo: ecológicos, epidémicos, sociales con la agravación de las distancias sociales dentro de un mismo país y a escala mundial. Cada período histórico tiene sus peligros, pero aquí se ha dado una convergencia de estos tres factores. La destrucción de la naturaleza, la vuelta de epidemias a escala mundial y el incremento de la brecha social. Lo que destaco es que estos peligros nacen con el mundo digital. Vemos cómo los nuevos medios de comunicación se han transformado en la máquina más poderosa para difundir las teorías más absurdas y en el contexto que vivimos tiene un efecto desastroso. La difusión de la reescritura engañosa del pasado para borrar las dictaduras en América Latina, como es el caso de Brasil donde su presidente niega la dictadura o las manipulaciones de opinión en las elecciones tanto en Estados Unidos como en Brasil.

Se puede ver en las redes sociales la exaltación del odio, racismo, miedo, xenofobia en todo el mundo, y ningún país está protegido de esto. Tenemos un desafío enorme en los tiempos que vivimos y la ciencia podría brindar soluciones efectivas, cívicas y universales lo que implica que las políticas de los gobiernos cambien. Requiere de un mayor control por parte de las empresas respecto al contenido que transmiten en sus plataformas y también nosotros tenemos la responsabilidad de todos los actos y conductas, aunque sean mínimas, que puedan mantener en nuestras comunidades el ejercicio de un juicio crítico. Lamentablemente las nuevas prácticas de lectura no favorecen esto.

Anteriormente decía que esta lectura fragmentada e impaciente se acompaña de una pérdida de juicio crítico por parte del lector. Antes se hacía una crítica de los enunciados e informaciones a partir de su comparación con otras fuentes de conocimiento que sometían lo leído a un ejercicio espontáneo de crítica que buscaba autentificar el contenido. Ahora hay una confianza total en el vehículo mismo, por ejemplo, usted encuentra una información en un grupo de discusión de una red social y se acepta como verdadera, sin tener que salir a averiguar la veracidad del contenido. Este es un peligro que supone la defensa de todas las instituciones que promueven el aprendizaje del juicio crítico y tal vez como lo hemos visto el mundo de la escuela, de las bibliotecas, librerías y de la producción editorial, es un mundo en el cual se mantiene viva la enseñanza de la relación critica. Por medio de políticas públicas y por acciones cotidianas, debemos mantener a salvo este mundo y aprovechar los beneficios del mundo digital.

Me parecería un riesgo “pasar” todas nuestras prácticas culturales a formas digitales, porque están dominada por comunicaciones que no son las mismas que hacemos frente a un libro de historia. Entonces aquí está mi preocupación con el mundo de hoy, no sólo con la pandemia que legítimamente aumentó el uso del mundo digital.

J.P.A.: Para finalizar, ¿qué consejos les daría a los futuros historiadores?

R.C.: Mi consejo sería el de ejercer una reflexividad crítica de todo lo que se hace, una distancia para evitar las ilusiones de la comunicación inmediata. Es importante como historiadores nunca aceptar lo que recibimos inmediatamente en las fuentes y no pensar que porque esta allí debe ser verdadero. Todo el trabajo historiográfico es un trabajo de control, de averiguación y de autenticación, debemos aplicar una reflexividad crítica frente a los documentos del pasado. Siempre debemos mantener distancia de estas evidencias. Es finalmente la lección que dejaron Bourdieu y Foucault a la tradición francesa, de nunca aceptar algo como si fuera natural y siempre pensar en la construcción que hay detrás de lo que aparenta ser natural. Esta actitud crítica que debemos tener como historiadores frente al documento es la misma que debemos tener como ciudadanos ante los viejos y nuevos medios de comunicación.

J.P.A.: Dr. Roger Chartier muchas gracias por su tiempo y sus valiosos aportes.

Nota: Para citar este artículo / To reference this article / Para citar este artigo Chartier, Roger. “Entrevista al profesor Roger Chartier: una vida entre libros”. Entrevista por Juan Pablo Aparicio. Humanidades: revista de la Universidad de Montevideo, nº 12, (2022): 255-267. https://doi.org/10.25185/12.11

Recibido: 15 de Mayo de 2022; Aprobado: 01 de Septiembre de 2022

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