Introducción
En los estudios sobre la Iglesia Latinoamérica del siglo XIX, al momento de estudiar la acción institucional, pastoral y social de las congregaciones religiosa ha existido una tendencia a priorizar el advenimiento de las nuevas formas de vida consagrada que se fueron insertando en los diversos países, olvidando o minusvalorando las reformas y esfuerzos por responder a los nuevos contextos sociopolíticos a los que se enfrentaban aquellas comunidades presentes desde los inicios de la conquista y colonia. Estas instituciones se enfrentaban a un doble esfuerzo, debían adecuarse pastoralmente a una nueva realidad manteniendo estructuras y tradiciones de larga data, este es el caso de la Provincia Franciscana de la Santísima Trinidad en Chile y su reforma y renovación pastoral. Esta institución inició una reforma institucional en 1872, la cual una vez consolidada le permitió renovar sus servicios pastorales y establecer diversas obras sociales, entre las que destacó el Patronato y Habitaciones para Obreros de San Antonio, cuyas instalaciones estaban terminadas en 1935.
En la presente investigación se pretende comprobar cómo las intervenciones pontificias, de la curia general de la Orden de los Hermanos Menores y la cercanía con las opciones de los católicos sociales chilenos permitieron la reforma, renovación y adecuación de la Provincia de la Santísima Trinidad, la cual habilitó a sus religiosos para disputar la opinión pública a liberales y socialistas; el espacio pastoral al interior de la Iglesia, renovando sus asociaciones laicales y opciones evangelizadoras; y el espacio social, estableciendo obras sociales a favor del mundo obrero.
En el presente artículo se relacionará la historia de la vida religiosa, una disciplina de la Historia de la Iglesia, con los procesos decimonónicos de la romanización y ultramontanismo y el catolicismo social. La historia de la vida religiosa tiene como objetivo estudiar a esos grupos humanos creyentes adheridos voluntariamente a uno de los muchos y multiformes carismas en la Iglesia católica, conocidos como órdenes, congregaciones o institutos religiosos, buscando el porqué y para qué de cada una de ellas y sus estructuras.2 La romanización o el ultramontanismo, por su parte, son categorías de la historiografía que buscan explicar el proceso de jerarquización, centralización y homogenización vivido por la Iglesia Católica en el siglo XIX.3 Y, el catolicismo social, es parte de la acción social eclesial en favor de los grupos vulnerables, la cual ha sido inherente a la pastoral de la Iglesia desde sus orígenes, en el siglo XIX, por las consecuencias de la implementación de políticas económicas liberales y su desarrollo posterior en la sociedad industrial capitalista, hubo una reflexión y reacción por parte de laicos y clérigos católicos, inicialmente en Europa. Esta fue refrendada por el Papa León XIII en la Carta Encíclica Rerum Novarum, con la cual se inicia el Magisterio social de la Iglesia y con la creación de una serie de obras sociales lideradas por asociaciones católicas o laicos en forma particular.4
Los franciscanos son clérigos, religiosos, religiosas o laicos de la Iglesia Católica, adscritos a la espiritualidad inspirada en san Francisco de Asís, lo cual los diferencian de otros estados y formas de vida religiosa dentro de la Iglesia. Esta distinción les permite la devoción a sus propios santos, asociaciones laicales y, en ocasiones, a la adaptación de las opciones pastorales eclesiales a su propio carisma. Este santo italiano del siglo XIII fue el fundador de la Orden de los Hermanos Menores, popularmente denominada Orden Franciscana, a la que pertenece la Provincia de la Santísima Trinidad, pues las provincias son una jurisdicción en la que está dividida esta institución en un determinado territorio.5
El siglo XIX significó para los franciscanos latinoamericanos un tiempo convulso producto de las independencias de las antiguas colonias ibéricas y que ameritó las primeras intervenciones de la curia general de la Orden Franciscana para retornar a la disciplina religiosa, en el último tercio del mismo siglo. En Chile, la Provincia de la Santísima Trinidad, a partir de esta intervención, inició un tránsito hacia su reforma y adecuación pastoral que marcó su presencia y misión en gran parte del siglo XX.
Al estudiar este proceso, es posible encontrar las constantes globales, un fortalecimiento de las devociones populares, de las asociaciones laicales y de una prensa católica, con lo cual se enfrentó a las hostilidades de las políticas liberales6 y el establecimiento de obras sociales para mejorar las condiciones sociales y morales de los obreros ante la emergencia del socialismo. Sin embargo, no se puede sostener que simplemente se haya dado una reproducción de estas iniciativas sin una adecuación a las condiciones contextuales de Chile, sino que se dio una síntesis entre las iniciativas romanas, curia general de la Orden y el Papa, por ejemplo, la Unión leonina, la promoción de la Venerable Orden Tercera (VOT) y la Pía Unión de San Antonio; las actividades laicales chilenas para confrontar al liberalismo, educación y prensa católica; y las propias iniciativas de los religiosos de la Provincia, adecuar los planes formativos, enviar a frailes a estudiar en el extranjero y conocer obras franciscanas en el extranjero.
En general, puede afirmarse que no existen mayores publicaciones que estudien este período de los franciscanos a nivel global y nacional, ella es tratada someramente en los textos que tratan su historia. Y, muchas de sus iniciativas son desconocidas y no referenciadas en las investigaciones sobre el catolicismo social chileno y sus obras.
Las principales fuentes de la investigación son la documentación oficial y las revistas de la Provincia de la Santísima Trinidad, a las cuales se puede tener acceso en el Archivo Histórico Franciscano Fray Rigoberto Iturriaga Carrasco, Santiago de Chile (AHFFRIC). Este material permite describir el proceso interno en la reestructuración institucional, formativa y pastoral de la institución, y, particularmente en las revistas, junto a noticias o crónicas sobre las asociaciones laicales y obras sociales franciscanas, es posible encontrar las reflexiones sobre estas de los religiosos de la Provincia. Estas últimas son importantes porque demuestran los esfuerzos por responder al contexto chileno y, a la vez, expresan la circularidad entre pensamiento y acción social.
El material organizado fue dividido en dos partes para una mejor comprensión, pues los procesos institucionales y las nuevas formas de atención pastoral estaban imbricados en sus respectivos desarrollos. En la primera parte, se da cuenta del proceso de cambios territoriales, institucionales, jurídicos y formativos dados en la Provincia de la Santísima Trinidad, poniendo el énfasis en cómo las intervenciones de la Curia general, de los Papas y de los propios religiosos permitieron su implementación y consolidación. Y, en la segunda, se describe las renovadas opciones pastorales asumidas por los franciscanos chilenos, prensa católica, renovación de sus asociaciones laicales y opción por el mundo obrero, educación y obras sociales, y se explica cómo cada una de ellas se relaciona con las opciones eclesiales nacidas de la jerarquía o los laicos en respuesta a liberales y socialistas.
1. La consolidación institucional de la Provincia de la Santísima Trinidad
Los franciscanos llegaron a Chile en 1553, desde la Provincia de los XII Apóstoles de Perú, y en 1572 sus presencias constituyeron la Provincia de la Santísima Trinidad. Durante la colonia mantuvo una atención pastoral en sus diversos conventos, asociaciones de laicos y misiones. El proceso de independencia chilena significó para esta institución una crisis económica, vocacional y apostólica que arrastró en gran parte del siglo XIX. La Provincia de la Santísima Trinidad, a partir de 1872, inició un proceso de reforma institucional, formativa y apostólica. Dicho proceso tuvo como actores, tanto las intervenciones de la Curia romana y del gobierno central de la Orden, como al contexto social y político chileno.
1.1. Las reformas a la Provincia y su proyecto de renovación pastoral
En el período comprendido entre 1810 y 1860, la situación de los franciscanos latinoamericanos era evaluado por la Orden, las autoridades civiles y la Santa Sede, como un período de penosa condición de la vida común, económica y evangelizadora. Por ello, en 1862, nombraron a fray Pedro Gual, como Comisario General para las presencias franciscanas de Chile, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela, con la finalidad de reestablecer la vida y la disciplina conventual. En esa calidad llegaba a la Provincia chilena, la cual no estuvo exenta de polémicas y dificultades. Denunció con fuerza aquellos elementos que alejaban a los religiosos de los ideales que habían profesado e intentó y promovió caminos de renovación, especialmente con los religiosos jóvenes.7 Sin embargo, las dificultades continuaron y el ministro general de la Orden franciscana Bernardino de Portogruaro intervino la Provincia por seis años, entre el 2 de septiembre de 1872 y el 3 de mayo de 1878, nombrando Comisario General a fray Rafael Sans, con quien se inició el proceso de institucionalización de la Provincia.8 La normalización se dio en forma paulatina, en los períodos 1878-1881 y 1881-1884. En el primer periodo, fue nombrado por la Santa Sede todo el gobierno provincial, encabezado por fray Antonio de Jesús Rodríguez (ver Figura 1). Y, en el segundo, se volvió a designar al antedicho religioso, pero los demás oficios fueron elegidos por el Capítulo Provincial respectivo.
En 1897, León XIII publicó la Bula Felicitate quadam, la cual unificó a las familias de Observantes, denominada Orden de los Hermanos Menores.10 La Bula tuvo como destinatarios exclusivos a los Observantes; no afectaba a Conventuales o Capuchinos.11 En sus cánones, estableció un Gobierno General único, con facultades para revisar las estructuras de las Provincias; una Constitución General para toda la Orden; un hábito común; abolió todos los estatutos, privilegios y derechos de las familias; quien no quisiese adherir no podría hacer votos en la Orden, y si alguna Provincia negaba su adhesión no podría recibir novicios, aunque se permitió la posibilidad de establecer casas especiales para religiosos con dificultades para aceptar la nueva realidad; y el nuevo gobierno general fue designado por la Santa Sede, hasta el próximo Capítulo General.12 La unión plena de la Orden, sin embargo, se logró en 1932, cuando los franciscanos españoles aceptaron las nuevas Constituciones Generales.13 Esta posibilitó el propio proceso de romanización de la Orden, al dar protagonismo y centralismo a la acción de la Curia General, en materias como formación, misiones, atención pastoral y disciplina regular de las entidades de la Orden.
A diferencia de lo ocurrido en Europa, en América Latina la implementación de la Unión Leonina no significó la fusión de entidades sino el surgimiento de nuevas estructuras. En Chile, la Provincia de la Santísima Trinidad vio transformada su configuración territorial. En el sur, por la creación de la Provincia de los Siete Gozos, en 1905. El decreto de creación aquella conllevaba un criterio geográfico, las casas al sur del río Maule dependerían de la nueva entidad y las del norte quedarían bajo su dependencia.14 Su límite norte, igualmente, se transformó al entregar a los religiosos belgas15 las casas de La Serena, en 1907, y Copiapó, en 1909 (Ver Figura 2). Y, en lo legislativo, la Provincia, hasta 1897, adhería a las Constituciones Generales de Barcelona,16 debió adecuar su legislación a la bula Felicitate quadam, consolidando su vinculación con la Curia General y la Santa Sede, lo cual, era considerado en la Iglesia chilena como un elemento fundamental para defender la fe frente a un contexto social hostil.17
Ambas intervenciones permitieron la consolidación institucional de la Provincia de la Santísima Trinidad. A partir de 1884, los religiosos de la Provincia de la Santísima Trinidad eligieron normalmente a sus autoridades en el Capítulo Provincial. El listado de los ministros provinciales, desde el segundo gobierno de fray Antonio de Jesús Rodríguez hasta 1936, (Ver Tabla 1) daba cuenta del proceso histórico de la Provincia de la Santísima Trinidad. Dos religiosos italianos fueron electos para dirigir la vida provincial, los hermanos Virginio Tabasso e Isaías Nardocci, ambos eran parte de la ayuda de personal religioso franciscano llegado desde la península itálica.19 A partir de 1907, se notaba una predominancia a elegir Provinciales entre los hermanos con estudios en el extranjero y entre quienes destacaban en la acción social.
Una vez iniciada la estabilidad institucional de la Provincia de la Santísima Trinidad era necesario establecer un plan de acción que diera orientación a la vida franciscana y su misión en Chile. Dos documentos fueron los que inspiraron el rumbo de la vida provincial. El primero de ellos fue de carácter jurídico, los Estatutos Municipales de 1887.21 El objetivo de este era adecuar, a las Constituciones y Estatutos generales, la vida de la Provincia, manteniendo aquellas «santas costumbres» que le eran «propias y peculiares», con el fin de devolver el esplendor del pasado, «tiempos más felices», en donde la Provincia llegó a ser reconocida como el «Relicario de la América».
En este, se normaron las casas de formación y la observancia regular. Uno de los aspectos centrales de este texto legislativo, fue evitar aquellas falencias de la observancia regular que llevaron al relajamiento y decadencia de la vida provincial, de allí el acento en la clausura; la pobreza en el vestir; la figura del procurador en cada convento, cuya función era administrar los dineros de misas y limosnas en forma exclusiva; y reafirmar la autoridad del Provincial y Definitorio frente a gastos mayores en las construcciones y muevas edificaciones. Estableciendo que, de los actos comunes, ningún hermano podía excusarse de no asistir por su autoridad u oficio.
Como todo documento legislativo en la Orden, estaba sujeto a revisión en cada Capítulo Provincial o en los Definitorios, en los cuales se iban reformando y adaptando los mismos Estatutos. En 1918, la Provincia promulgó otro códice,22 en el que se mantuvieron los tópicos referentes a los tiempos de oración, el uso del dinero, la clausura y las aplicaciones de misas, agregando la obligación de los superiores de mantener archivos de las fraternidades.
Y, el segundo documento instructivo, fue la carta pastoral del ministro provincial fray Ángel Custodio Polanco23 de 1897.24 Era habitual que un ministro provincial, luego de su elección en el Capítulo Provincial, dirigiese una carta a todos los hermanos de la Provincia, en la que marcase los énfasis y propuestas en las que se iba a enmarcar su labor. Ello ocurría, pues en el Capítulo sólo participaban el ministro provincial y los demás miembros del Definitorio, los guardianes y aquellos a quienes se les concedía este derecho por privilegio especial. La carta de Polanco, aunque estaba dirigida a los hermanos de la Provincia, fue la primera en ser publicada en una revista franciscana.
El documento pastoral de Polanco contenía un análisis sobre la sociedad, la Iglesia y la Orden, en particular la Provincia chilena, en el cual refería a las posiciones de León XIII. Eran tiempos de muchos y grandes peligros, pues, primero, existía un constante ataque y una incitación de las muchedumbres contra la Iglesia; y se estaba en tránsito hacia una sociedad perversa y corrupta, cuyas víctimas eran principalmente los niños y los jóvenes. Estos conceptos, ciertamente negativos sobre la condición social imperante, debían invitar a los hermanos, en comunión con León XIII y la Curia General de la Orden, a unirse a las propuestas para enfrentarlas. Haciendo una invitación a los frailes a no encerrarse en la indiferencia o el temor, pero sin olvidar la propia identidad cristiana y franciscana. Ella renovaba la confianza en la propia riqueza y tradición espiritual heredada de san Francisco de Asís y la Orden y sus devociones.
La atención pastoral de los fieles, como respuesta al contexto hostil, fue presentada en continuidad histórica con la labor evangelizadora de los frailes, y renovada según las recomendaciones de León XIII y la Curia General de la Orden. La inserción en la pastoral ponía énfasis en la educación, la atención a las asociaciones laicales, las misiones populares y la catequesis en los conventos.
Como cualquier documento eclesial, esta carta pastoral, era un punto de llegada a esfuerzos ya presentes en la acción social y pastoral de los hermanos. En años previos se habían reabierto o inaugurado establecimientos educacionales franciscanos en la Provincia, por ejemplo, el Colegio de Quillota inaugurado en marzo de 1897,25 y los intentos de laicos y religiosos para crear nuevas formas de misión en el mundo obrero y popular, como los esfuerzos por crear patronatos franciscanos en torno al Convento de San Francisco de la Alameda, a partir de 1870. Pero, a la vez, lanzó hacia el futuro una serie de iniciativas, acompañadas, desarrolladas y consolidadas en los siguientes gobiernos provinciales, como el fortalecimiento de las asociaciones laicales franciscanas, las obras de caridad y la priorización de la educación.
1.2. Una formación franciscana para tiempos nuevos
Adecuar los planes formativos de la Orden franciscanas había estado, incluso antes de la Unión leonina, entre las principales preocupaciones de la curia general. Fray Bernardino de Portogruaro, ministro general entre 1869 y 1889,26 fue uno de los precursores de esta tarea. A él se debió la creación de dos centros internacionales de estudios para toda la Orden, San Antonio en Roma y San Buenaventura cerca de Florencia.27
En la Provincia de la Santísima Trinidad la preocupación por adecuar los planes formativos a los nuevos tiempos para los coristas surgió a fines de la década de 1880, y de parte de los mismos coristas y su Prefecto de estudios, y fue publicada en la revista franciscana, El Seráfico (1889-1893). En general, la reflexión entendía una formación que integraba una búsqueda de vida interior con el estudio científico.
Los hermanos plantearon, primero, un análisis de los problemas a enfrentar por un religioso o un clérigo desde su misión. La sociedad se veía amenazada por falsas doctrinas contrarias a la fe y la religión, y al orden social;28 los hombres abandonaban la verdad religiosa por sus negocios o los placeres;29 se rechaza la enseñanza religiosa por la científica, pero esta no es capaz de mejorar la moral popular.30 Por tanto, la formación debía centrar su preocupación en la amplia gama de conocimientos adquiridos y difundidos por y entre los hombres que les eran contemporáneo.31
Es con este hombre instruido con quien el sacerdote franciscano se encontraba en el ejercicio de su ministerio, predicación y confesionario,32 y de allí la necesidad de formar en el fondo y la forma. Sobre lo primero, era complementar una vida de oración y una práctica religiosa comunitaria, retiros y platicas espirituales, con clases de oratoria sagrada, estudios de la Sagrada Escritura y los Padres de la Iglesia,33 sin dejar de lado el «estudio i profundo conocimiento de las ciencias físicas, naturales, etc. etc. de las cuales resultan las verdades físicas, naturales etc.».34 Sobre la forma, los hermanos manifiestan la necesidad de cultivar las bellas letras y la oratoria en la predicación.35
En 1897, el ministro provincial, fray Ángel Custodio Polanco, creó una comisión «para que redacten un proyecto de plan de estudios de todo en todo conforme á las exigencias de la época actual, en el que, por ende, figurarán todos los ramos de Humanidades y ciencias Eclesiásticas que debe poseer hoy en día todo sacerdote».36 El cual fue presentado y aprobado por el Definitorio.37 A estos cambios, motivados desde los mismos religiosos chilenos, se sumó la reforma general de los Estudios de la Orden, impulsado por el ministro general fray Dionisio Schuler y refrendado por la Santa Sede en 1906.38
Con la fundación del Pontificio Ateneo Antoniano (PAA) en Roma, 1890,39 se abrió una nueva etapa en la formación de la Orden. Ese mismo año, esta institución invitó a la Provincia de la Santísima Trinidad para que enviase a cinco jóvenes profesos para perfeccionar sus estudios.40 Pero hubo que esperar hasta fines de esta década para concretar la presencia de frailes chilenos estudiando en Roma. La Provincia optó por enviar a hermanos ya ordenados y algunos con experiencia en las casas de formación (ver Tabla 2).
La influencia de estos hermanos en la vida provincial, y su aporte a la Iglesia chilena, fue decisiva en los caminos de la acción social y pastoral. Y, aunque al menos la primera generación titulada en el extranjero, debieron enfrentar la oposición a las propuestas de modernización,41 sin embargo, recibieron el reconocimiento mayoritario de la Provincia, un 67% de ellos fueron ministros provinciales, un 100% definidores y formadores de las diversas etapas. Destacable fueron sus aportes a la prensa franciscana y sus impulsos a las obras sociales y a la renovación de las asociaciones de fieles franciscanas.
Renovando el proyecto misionero franciscano chileno
El proceso de reformas iniciado en 1872 y la implementación de la Unión Leonina en la Provincia de la Santísima Trinidad permitieron la superación de la crisis posterior a la independencia chilena, favoreciendo su estabilidad territorial, administrativa, legislativa y formativa. Con ello, la Provincia pudo confrontar las políticas liberales en la opinión pública y la educación y la emergencia de las ideas socialistas en las clases populares, por medio del fortalecimiento de sus asociaciones laicales y un compromiso desde la caridad efectiva y la justicia social. En esta tarea, los frailes eran coherentes a su visión crítica frente a la realidad sociopolítica chilena y a la necesidad de una nueva evangelización en ella, asociándose a los postulados y obras de propuestas por el Magisterio pontificio, los obispos chilenos y los católicos sociales, pero adecuándolos a su propia realidad y espiritualidad.
2.1. Disputando la opinión pública: La prensa franciscana
La Provincia de la Santísima Trinidad se insertó en el movimiento por la Buena Prensa, uno de los instrumentos de los laicos católicos para defender a la Iglesia ante la implementación de las políticas liberales en Chile.43 En 1884, estos laicos sostenían la necesidad de promover, financiar y sostener diversas publicaciones católicas.44
A partir de 1889, los frailes establecieron un conjunto de revistas (ver Tabla 3), algunas tuvieron carácter de órgano oficial de la Provincia,45 donde el ministro provincial y su definitorio nombraba a su director y editores; y aun cuando estas cambiaron de nombre y hubo una época sin su edición, al celebrase los veinticinco años de publicación se sostenía que estas tenían una continuidad editorial: defender la verdad religiosa, científica y literaria. Otras revistas fueron editadas por sus coristas, en donde los candidatos a la Orden se iniciaban en la redacción y compartían sus creaciones literarias y reflexiones.
Estas revistas tenían un carácter apologético. La apologética cristiana nació en los albores de la Iglesia, pero en el siglo XIX, ante los ataques y avances de las filosofías racionalistas, liberales y ateas, se estableció como un área de la teología, el estudio científico-teológico que todo católico debía conocer para la defensa de la fe y la religión. Para ello, se reforzó la devoción religiosa, buscando que confluyeran los fieles de las elites y las clases populares, se renovaron las asociaciones laicales, se hizo uso de una predicación vehemente, se aumentaron las publicaciones católicas47 y se incrementó la participación política de los laicos.48 En Chile, entre 1830 y 1931, esta disciplina se enmarcó en la reacción católica y ultramontana.49
Estas revista se financiaba por sus suscriptores, lamentablemente no existen registros de sus nombres o número, pero es posible saber que Verdad y Bien en 1930 tenía alrededor de 600 abonados; subvenciones de la Provincia;50 principalmente amigos y devotos de la Orden franciscana, y a aquellos que quisieran perfeccionar la deficiente cultura adquirida en sus tiempos escolares, o recrear el espíritu en el descanso del agobio cotidiano. De los pocos informes económicos dados al Definitorio, en el de 1930, se informaba que la revista provincial cubría sus gastos y dejaba un superávit.51
En los artículos los frailes diagnosticaban, criticaban y buscaban aportar a la sociedad chilena. Ellos miraban la realidad con preocupación, pues la interpretaban como en un estado de crisis permanente y en aumento, se usaban imágenes de enfrentamiento o guerra, por el abandono de la fe y el desprecio por la Iglesia, que daba por resultado una cultura que, al ignorar a Dios, terminaba despreciando al ser humano. Se defendía, por tanto, el rol social de la Iglesia, especialmente, en la atención de los jóvenes y la familia; y, en particular, a la Orden franciscana, su historia y sus obras en la sociedad chilena.
Para ello, se publicaban los documentos y noticias de la Santa Sede, de la Curia General de la Orden franciscana, de la Provincia de la Santísima Trinidad, del Partido Conservador chileno y, además, pretendía ser un instrumento de propaganda y comunión para las diversas presencias de la familia franciscana en Chile. Habituales eran publicaciones de y sobre los hermanos de la Orden, de las congregaciones franciscanas femeninas y asociaciones laicales franciscanas.
2.2. El trabajo con los laicos: renovando las asociaciones franciscanas
La evangelización en la Iglesia tiene como finalidad despertar o mantener la fe de hombres y mujeres, creyentes o no. Una de sus dimensiones permanentes es la atención pastoral.52 Para realizar esta tarea se han crearon diversas asociaciones de laicos, generalmente, unidas por una devoción particular a un determinado santo o espiritualidad. Con fines propios y diversos, ellas han aportado a las misiones, a la solidaridad entre socios y a diversas tareas pastorales.
Los franciscanos habían desarrollado un trabajo permanente por asociar laicos en diversas asociaciones durante su presencia en Chile, pero desde las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX, esta labor constituyó una prioridad. En la Carta pastoral de fray Ángel Polanco, anteriormente citada, se establecía que la renovación de la espiritualidad franciscana, la Iglesia y la sociedad chilena pasaba por el establecimiento y difusión de las comunidades seglares; y en 1920, fray Pedro Bustos, ministro provincial, insistía en reforzar a la VOT, las Pías Uniones, la Juventud Antoniana, la Sociedad del Sagrado Corazón y los centros de exalumnos de las escuelas franciscanas en los conventos.53 En la época del provincialato de Bustos, además, era posible constatar la presencia de diversas comunidades laicales en todos los conventos de la Provincia (Ver Tabla 4).
Los frailes de la Provincia priorizaron las asociaciones de fieles relacionadas a su propia espiritualidad, particularmente, aquellas de carácter global, promovidas por su curia general o por los Papas y, por tanto, que los relacionaban con las otras presencias franciscanas: la VOT y la Pía Unión de San Antonio.
La fecha de fundación de la VOT en Chile, como en el resto de la América española, constituye una de las incógnitas de la historiografía franciscana. Una de las razones posibles de esta realidad es que en la medida que los hermanos de la Primera Orden iban fundando sus conventos en los territorios conquistados, paralelamente, como algo obvio y sin necesidad de registros. El antecedente más antiguo data de 1620, cuando el Gobernador de Chile, Lope de Ulloa Lemus, solicitó el hábito tercero y poder observar su Regla,55 y podemos conjeturar que ella funcionaba en el Convento de San Francisco de la Alameda, pues era la única comunidad de frailes en Santiago. Y en 1675 se nombró a fray Buenaventura Ortiz de Zárate como rector de la fraternidad laical de dicho convento.56 Puede sostenerse que en el periodo colonial pudo extenderse sin mayores complicaciones, como lo probaban los continuos nombramientos de rectores o predicadores para la VOT. Por parte de la Provincia de la Santísima Trinidad, existieron, durante la colonia, fraternidades terciarias en el Convento de Nuestra Señora del Socorro, «Penco, La Serena, El Monte, Quillota, Chillán, Malloa, Nuestra Señora de la Cabeza, Valdivia, Copiapó y hospicio de Unigue».57
León XIII inauguró lo que podría denominarse un Magisterio sobre la VOT (ver Tabla 5), en el cual ella era destacada como una asociación propicia para vivir los valores cristianos en medio de las hostilidades políticas y culturales, y fortalecer el compromiso social de los laicos. Este respaldo pontificio permitió un crecimiento mundial, en 1900 eran 1.700.000 y en 1935 se contabilizaban 3.906.366 miembros.58 En Chile, por su parte, entre 1889-1932 se fundaron 57 nuevas VOT,59 mayoritariamente en lugares distintos a los conventos.
En cuanto a la Pía Unión de San Antonio, en 1895, llegó a la Provincia franciscana chilena la solicitud del Gobierno General de convertir a San Francisco de Alameda en un centro nacional de dicha institución, desde donde se haga su propagación en lengua castellana, para lo cual se edita La Voz de San Antonio, la cual, también tendría ediciones en italiano y francés.61 Desde Chile se propagará su obra tanto espiritual como social a diversos lugares de América Latina, particularmente, en Bolivia,62 Argentina63 y Venezuela.64
Esta asociación laical tuvo una rápida expansión en el territorio nacional (ver Tabla 6). Los modos de ser socios eran diversos, estaban los que se inscribían directamente en los conventos franciscanos; aquellos inscritos por motivación de la autoridad diocesana;65 o por su párroco;66 o aquellos animados a inscribirse después de una misión.67 Tenía manuales y signos propios (ver Figura 3).
En 1910 se informaba en la Revista Seráfica de Chile, en el marco de la fiesta de San Antonio, que la Pía Unión seguía siendo numerosa en San Francisco de Alameda y que continuaba el interés por formar parte de ella.69 Su importancia quedaba reflejada en la opción de fray Antonio Pavez, ministro provincial en 1910, de ser su director.70 Posteriormente, se nombra a fray Luis Orellana, quien aparecía presidiendo las fiestas del Santo en 1914.71
La Pía Unión de San Antonio permitió unir una devoción presente entre los fieles con una ayuda social eficaz para los grupos sociales vulnerables. Su rápida expansión y crecimiento numérico en territorio nacional dieron la posibilidad de generar nuevas sociedades de ayuda específica, como el Pan de San Antonio (ver Figura 4) y de atender al mundo juvenil, con la fundación de la rama chilena de la Juventud Antoniana.
Para los frailes, como manifestaba fray Pedro Bustos, estas asociaciones laicales eran un lugar privilegiado para promover la doctrina social de la Iglesia.73 Con fines semejantes proponía la creación de sindicatos católicos, dejando claro que no debían confundirse, pues estos debían tener la particularidad de tener una sección dedicada a mejorar la capacitación de los obreros en diferentes oficios hasta hacerlos peritos carpinteros, albañiles u otras actividades.74 Y, desde la formación de estos laicos, estos colaborasen en las diversas iniciativas eclesiales en favor del mundo obrero, entre las que destacaban, los patronatos;75 los sindicatos, con sus cajas de común utilidad, bibliotecas sindicales, clubes deportivos o artísticos;76 y los colegios conventuales de jornada diurna o nocturna, particularmente para los laicos y religiosos franciscano.77 Los católicos formados en las asociaciones de fieles y sindicatos se convertían en una línea de defensa y de contención frente a los ataques contra la Iglesia.78
2.3. La protección a los obreros: Educación y obras sociales
En Chile se inició el estudio de la cuestión obrera a partir de la década de 1880, como un concepto resultante de los cambios sociales y económicos dados entre finales del XIX y la década de 1920.80 En este contexto se comenzó a entender por clases populares o vulnerables a los obreros y su familia, pues éstos no lograban subsistir con su trabajo y se veían influenciados negativamente por el socialismo.81 En la Iglesia chilena, la cuestión obrera fue confrontada en dos procesos: el encuentro con pensadores y obras europeas vinculadas a este movimiento y la recepción de la Rerum Novarum. Sobre el primer aspecto, existe consenso en establecer que el nuevo escenario social y económico, en la segunda mitad del siglo XIX, permitió a parte de la élite chilena y del clero viajar al viejo continente, por motivos de estudios o trabajo, con lo cual se entró en contacto con autores y obras sociales del catolicismo social europeo que permitieron difundir este movimiento en la sociedad e Iglesia y transformar las asociaciones caritativas existentes en Chile.82 En cuanto a la encíclica leonina, se sostiene que su recepción fue un proceso lento y paulatino en la Iglesia y sociedad chilena a finales del siglo XIX e inicios del XX y que se movió entre respuestas inmediatas en algunos círculos, como la creación del barrio León XIII83 en el sector oriente de Santiago o sus primeras citaciones en el mundo académico,84 y las dificultades en su implementación, que estuvieron unidas al contexto político chileno, la revolución de 1891, mismo año de la publicación de Encíclica; a las formas del pensamiento conservador;85 y a las diferencias de opinión sobre los retos y urgencias en el interior de la misma Iglesia.86
Los frailes elaboraron su propia reflexión, fray Pedro Bustos, en sus publicaciones en las revistas franciscanas, profundizaba sobre las características de la realidad obrera y su relación con la acción social católica: La clase obrera residía en casas arrendadas bajo condiciones de insalubridad y hacinamiento.87 Aun los buenos obreros, aquellos que ponen su jornal en manos de su familia, no eran capaces de mantener sus familias y saldar sus deudas, o enfrentar enfermedades familiares, y no poseían ninguna capacidad de mejorar sus condiciones, al contrario, con la edad, empeoraban.88 Frente a ello, Bustos, formulaba una propuesta de solución basada en la acción social y en la asociatividad católica de los obreros. Ante una familia obrera imposibilitada de subsistir y de ahorrar, proponía la solidaridad de la caridad cristiana y sus obras en un rol subsidiario a las necesidades materiales, educativas, entre otras, de los obreros y su prole, pues al recibir una ayuda para paliar lo necesario, permitía un verdadero ahorro sin complicaciones.89
A las condiciones sociales, se unía la crisis religiosa fruto del liberalismo y el socialismo. Los primeros, señalaba Bustos: «Arrancada al pobre la creencia en otra vida mejor que la presente y duradera cuanto el mismo Dios, ¿qué le resta sino revolverse contra los ricos y rebelarse contra toda autoridad, á trueque de vivir á salvo de los sinsabores de la vida?».90 Lo cual era aprovechado por los segundos, quienes pregonaban una sociedad con los bienes en común, incluso las mujeres, y un sistema educativo que no discriminase en las clases sociales de origen de los alumnos.91 Con doctrinas semejantes se aprovechaban de la buena fe de los obreros, quienes ignorantes de sus propios intereses eran engañados para hacer suyas consignas falaces contra el orden social, la legitima autoridad, las leyes, la familia y la patria92 y, además, intentaban convencer a las clases obreras que la Iglesia falsificaba la imagen y el mensaje de Jesús y de san Francisco, poniéndolos del lado de quienes explotaban a los pobres.93 La Iglesia, para enfrentar esta realidad hostil, debía propiciar los espacios para acoger a los obreros católicos, los cuales debían estudiar, asociarse, difundir, influir en la legislación por medio de su propia prensa94 y del lobby con las autoridades, a ejemplo de los obreros católicos alemanes y belgas y sus luchas sociales.95 Los obreros chilenos debían leer artículos de autores católicos sobre la situación proletaria;96 en sus sindicatos católicos tener biblioteca;97 y asociarse en torno a organizaciones católicas que combinaban el conocimiento y defensa de la fe con la profundización sobre la realidad social nacional.98
2.3.1. Las escuelas de la Provincia de la Santísima Trinidad
La educación no era una de las características determinantes de las opciones de la Provincia de la Santísima Trinidad, se observa que «recorriendo la historia nos vamos a enfrentar con el hecho de que ha sido casi normal, tanto en nuestro país como en el resto de América y aún de Europa, el que sus religiosos hayan entregado esfuerzo a la creación y mantención de establecimientos (educativos)».99 La creación de centros educativos en la Provincia pareció estar unida a las disposiciones y preocupaciones de la autoridad civil. Fue habitual, en los albores de la Conquista, crear escuelas en donde se impartieran las primeras letras del conquistador en paralelo al conocimiento de las lenguas aborígenes.100 A mediados del siglo XVIII, se legisló la obligación de tener religiosos maestros de gramática para los jóvenes seglares de los conventos ubicados en poblaciones mayores, cuya tarea debía ser exclusiva. A fines del mismo siglo, en cumplimiento a leyes republicanas, surgieron las primeras escuelas conventuales101 fundadas por los provinciales Tadeo Cosme y José Guzmán y Lecaros en diversos conventos,102 las cuales tuvieron breve duración.
En las últimas décadas del siglo XIX, las escuelas franciscanas resurgieron iluminadas por la reflexión de los católicos sociales y por decisión de los propios hermanos, para enfrentar la corriente liberal que influyó en una serie de iniciativas y reformas al sistema educativo chileno, que afectaron el rol social de la Iglesia. En 1879, fue trasladada la dependencia de los colegios fiscales de la Facultad de Teología a la de Filosofía, se creó el Instituto Pedagógico, de corte laicista y positivista, las clases de religión dejaron de ser obligatorias y la presencia del sacerdote dependería del criterio del profesor.103 Ante esta realidad, la comunidad eclesial, obispos, clérigos, religiosos y laicos reaccionaron.
En 1884 la Unión Católica realizó su primera asamblea, con unos dos mil asistentes, entre los que se contaban representantes de las comunidades religiosas, a quienes se les solicitó establecer colegios gratuitos en sus conventos, lo que se hizo efectivo según sus posibilidades.104
En el caso de los franciscanos, en 1885, reabrieron el Colegio San Buenaventura en el Convento de San Francisco de Alameda,105 el cual dependía directamente del ministro provincial, era gratuito, con preceptores pagados según la disponibilidad de donaciones y con la presencia de uno o dos hermanos designados por él.106 En 1889, la administración del Colegio quedó en manos del guardián del Convento san Francisco.107
En el Capítulo Provincial de 1893, se restablecieron las escuelas conventuales.108 Hacia 1910 se encontraban en diversas presencias de la Orden en Chile (ver Tabla 7). Sus directrices fueron las mismas del Colegio san Buenaventura: obras gratuitas y bajo la responsabilidad de los guardianes de los conventos correspondientes, se financiaban con la caridad de los fieles.109 Excepcionalmente, el guardián de Quillota adquirió unas casas para que sus rentas pasaran a la escuela de dicha localidad.110
Las políticas educacionales liberales estaban abandonando la formación y disciplina que tantos logros había dado a la generación de sus padres, haciéndoles sentir impotentes: «baldíos son todos nuestros esfuerzos por impedir que se apodere de ellos el espíritu de insubordinación, el ansía de prematura libertad, de goce y de placeres cuyo solo nombre debieran ignorar»,112 escuchaban los frailes decir a los progenitores de la juventud contemporánea.
La opción de los frailes por educar nació de una mirada crítica al contexto social donde estaban insertos, realidad que era mirada con preocupación, pues se interpretaba como un estado de crisis permanente y en aumento. Se temía que una cultura al ignorar a Dios terminaría despreciando al ser humano, con lo que se generarían dos grupos de alto riesgo: los jóvenes y las clases populares.113
Reconociendo la amplitud del riesgo moral que vivían los jóvenes, los religiosos diferenciaron por clases sociales el daño o impacto de estas políticas. La Voz de San Antonio, refleja un optimismo sobre la protección entre los jóvenes de clase acomodada debido a sus redes sociales, incluso entre aquellos que hubiesen perdido la fe.114 Algunas décadas después comenzó a relativizarse esa seguridad, en temas religiosos se dudaba de que la catequesis o la educación religiosa escolar fueran suficientes para mantener la fe en las clases acomodadas. En la Revista Seráfica se presentó un plan de estudios complementario a la formación profesional como modo de unirse a las enseñanzas de Pío X, «pedimos que se enseñe a la juventud católica seglar la misma teología dogmática que cursan los candidatos para el sacerdocio».
Por su parte, las clases populares vivían en un doble riesgo, según los frailes, a la crisis social se unían sus características propias: «donde la insurrección es el pan de cada día, donde la seguridad individual no descansa sobre sólida base, donde cada cual vive y obra como si existiese solo en el mundo, mostrándose impasible ante las miserias ajenas ó acaso gozándose en ellas»,115 que los hacían manipulables por los grupos de poder liberales y socialistas. Para enfrentar este desafío, los frailes instalaron colegios para hijos de obreros,116 recurriendo a la educación y a la cooperación de los laicos católicos.
En 1910, la opción por la educación de la juventud obrera o vulnerabilidad era una realidad común de la Primera Orden, menores y capuchinos, y de diversas congregaciones franciscanas femeninas, contando con colegios desde La Serena a San Juan de la Costa.117 Este fue el modo de acoger la doctrina leonina frente a un estado liberal que proponía una educación «laica, independiente, libre; es decir, que excluya toda idea religiosa»,118 cuyo resultado, denunciaba el Papa, sería una formación que no preparaba a los obreros y su prole para conseguir las herramientas necesarias para honestamente sobrevivir.119 Los frailes chilenos constataban este temor pontificio al describir el aumento de jóvenes populares en las cárceles en la inauguración del Colegio franciscano de Valparaíso.120
En las primeras décadas del siglo XX, la preocupación se centró en la defensa de la escuela católica, en su derecho a ser alternativa a la educación estatal, a un proyecto educativo propio y a dar los grados correspondientes.121 Los frailes denunciaban las consecuencias del abandono de la integralidad de la educación, en donde no se separaba la enseñanza de la religión y la ciencia, pues derivaría en un mal para la comunidad a corto y mediano plazo, no se formarían «madres é hijas de familia que perfumen el santuario del hogar con las virtudes domésticas y hagan el orgullo patrio, y patricios honrados, inteligentes y laboriosos, que honren sus manos con el trabajo y labren la dicha de la sociedad».122 Ellos afirmaban, apoyados en la opinión de gobernantes y filósofos,123 y confirmados por la experiencia internacional, incluso en ambientes protestante,124 que la escuela católica era la única que podía mantener esa integral formación requerida para niños y jóvenes;125 esta conciencia fue unida a la preocupación por renovar y perfeccionar los métodos y programas educativos.126
2.3.2. Las obras sociales franciscanas
En el acercamiento a las clases populares, los religiosos de la Provincia de la Santísima Trinidad privilegiaron las misiones populares, en las cuales se dedicaban a la educación de los hijos de obreros, la visita a las casas obreras y la ayuda económica.127 Un ejemplo de éstas se encuentra descrita como una novedad una misión sacramental dada por fray Carlos Ríos, en La Voz de San Antonio: durante 8 días se preparó para la primera comunión a 120 empobrecidos mayoritariamente varones. Al término de esta, se celebró una solemne eucaristía y un compartir organizado por un grupo de connotadas damas de la sociedad, feligresas del Convento San Francisco de la Alameda.128 En esta misión, se encontraban algunas constantes que permanecerán en el tiempo, primero, la profunda comunión entre evangelización y preocupación social: los destinatarios de la misión son los vecinos vulnerables al Convento, se les quería ayudar a descubrir a Dios y las causas de su miseria, entre ellas el alcoholismo. Un segundo aspecto, son los laicos y su labor solidaria o caritativa, en este caso mujeres distinguidas.
Otro camino fue la creación de instituciones a favor de los obreros y sus familias. La primera de ellas fue fundada por fray Antonio de Jesús Rodríguez entre 1870 y 1872, un patronato, en el cual colaboraban jóvenes de la clase alta santiaguina.129 En octubre de 1893, se informaba de la instalación de un nuevo patronato en las dependencias del colegio del convento, bajo la dirección espiritual de fray Carlos Ríos.130 El objetivo de este era complementar la educación escolar y proteger a los niños y adolescentes de un ambiente social y moral contrario a la doctrina cristiana.131 Entre sus colaboradores destacaban Francisco Domínguez Cerda, Rafael y Jorge Díaz Lira, José Antonio, Rafael y Alejo Lira Infante,132 probablemente miembros de la VOT del Convento San Francisco de la Alameda.133 En La Granja se creó el patronato de San Luis Rey de Francia y la asociación Santa Rosa de Viterbo, en 1910, para complementar la educación religiosa de sus colegios, fomentar la piedad y la unión entre los alumnos134 y en el Convento San Francisco de Mostazal, la Sociedad de Socorros Mutuos Federación del Trabajo.135
La más importante de estas obras sociales de la Provincia de la Santísima Trinidad fue el Patronato y Habitaciones para obreros de San Antonio, la cual fue creada desde el convento de San Francisco de Alameda. El 20 de diciembre de 1909, en reunión ordinaria del Consejo de varones de la VOT con su rector, se acordó la fundación de una librería, de una biblioteca propias de la Orden Tercera y una escuela en algún barrio santiaguino.136 El último acuerdo, probablemente, hacía referencia a la necesidad de trasladar la antigua escuela de varones existente en el Convento de San Francisco de la Alameda desde 1885. En 1910, se informaba que estaba cerrada, pero hasta el año anterior había estado funcionando con una matrícula de 140 y una asistencia promedio de 80 alumnos.137 Sin embargo, la donación de Pedro Fernández Concha, una chacra denominada El Carmen138 permitió el establecimiento de un conjunto de obras que superaron la propuesta inicial. Desde las coordenadas de la época, el Patronato de San Antonio era entendida como una obra integral, asumía y reconocía la situación deplorable de la clase obrera y buscaba darle una satisfactoria respuesta desde una dimensión evangelizadora y social. Hacia 1935, esta obra contemplaba un templo, 54 viviendas sociales, un policlínico, un centro social y dos escuelas.139
Pastoralmente, una de las obras significativas fue construir un templo definitivo en medio de las obras del Patronato de San Antonio. La bendición de la primera piedra de este templo fue el 8 de diciembre de 1917140 y las obras fueron terminadas en 1922.141 En torno a este se estableció la Parroquia del Patronato de San Antonio el 6 de enero de 1922, por el arzobispo de Santiago, Crescente Errazuriz.142 La importancia de esta institución es doble, por un lado, fue la primera parroquia asumida por la Provincia de la Santísima Trinidad y, por otro, organizó a los vecinos desde diversas asociaciones de fieles con finalidades de asistencia social y piedad: VOT;143 Sociedad Hijas de María de Lourdes;144 Sociedad del Sagrado Corazón;145 Conferencia de San Vicente sede Patronato de San Antonio;146 Juventud Católica Femenina;147 Hermandad de Dolores;148 Acción Católica de varones y juvenil149; Tienda “La Abeja”150; Banda de músicos de los feligreses de la Parroquia del Patronato;151 Centro Artístico Chile-España; y, las sociedades responsables del catecismo.152
En las reflexiones sobre esta obra, difundidas en las revistas de la Provincia, era posible comprender los porqué de la acción social franciscana. En primer lugar, ella acallaba las voces sobre la inutilidad de la vida religiosa, y particularmente la franciscana, ella era considerada una empresa de la Provincia de la Santísima Trinidad, «una obra ilustre y cosa meritoria de nuestra Provincia»,153 y «que da lustre a la Provincia, según, se declaró en un Capítulo General de la Orden».154 Seguidamente, ella subsidiaba los esfuerzos del Estado por superar los problemas de vivienda, salud o educación del mundo obrero.155 Y, finalmente, ella lograba superar los males materiales y morales a los que se enfrentaba la familia obrera y sus barrios, la presencia, por ejemplo, del Patronato de San Antonio mejoraba las condiciones de vida de un sector de la ciudad de Santiago.156
Conclusiones
La consolidación de la Provincia de la Santísima Trinidad desde el último tercio del siglo XIX tuvo diferentes actores internacionales y nacionales: el gobierno general de la Orden; los pontífices, desde León XIII; la reflexión y acción de los laicos chilenos: y los propios religiosos de esta institución, quienes aportaron desde lo intelectual, las obras y los recursos económicos. Sus intervenciones e iniciativas permitieron el afianzamiento institucional, la inspiración de acciones en favor de las clases obreras y la renovación pastoral de la provincia. Por tanto, la reforma y la renovación de la Provincia fue multidireccional, con influencias de arriba abajo, de Roma a la Provincia, aunque esta no era el único centro contemplado; desde abajo hacia arriba, los frailes y sus laicos asociados ponían sus inquietudes, obras y reflexiones al servicio de las propuestas papales, hasta diluir la propia iniciativa para presentarla como el resultado de la enseñanza pontificia; y, horizontalmente, al asumir los desafíos de aquellos laicos chilenos comprometidos con la defensa de la Iglesia y la causa obrera.
Este proceso reprodujo en la provincia los caminos emprendidos por las iniciativas magisteriales y de la propia Orden a nivel global para unificarse, jerarquizarse y renovar su presencia social y evangelizadora, lo cual permite dimensionar localmente esas transformaciones y sus adecuaciones. Los frailes se renovaron desde las iniciativas romanas, pero también miraron a otras experiencias católicas en Alemania, Bélgica o Estados Unidos, y se fueron uniendo a las iniciativas de los laicos sociales chilenos, prensa católica, vivienda, salud y educación para obreros, defensa de los intereses de la Iglesia local y del Papa, pero lo hicieron respetando las devociones y particularidades de su propia espiritualidad y el contexto chileno. Esto quedaba de manifiesto en sus revistas, en las cuales publicaban la síntesis entre su mirada de la realidad chilena, enfrentada a una crisis moral y material y el aporte de las iniciativas franciscanas.
Las opciones pastorales asumidas por los religiosos establecían tanto los objetivos que perseguían, influir en el opinión pública, en el mundo obrero y en la propia Iglesia, como a los grupos a los que querían disputar, liberales, socialistas y los críticos a la vida religiosa al interior de la comunidad eclesial, a quienes manifestaba desde las palabras y las obras el bien para la sociedad civil y religiosa que constituía la presencia de estos religiosos. Por tanto, la prensa, las asociaciones laicales y las obras sociales eran una manifestación apologética nacida desde la vigorización institucional. La renovación de sus asociaciones laicales, su presencia en los conventos no constituía una novedad, sino su organización desde las devociones franciscanas con el objetivo de potenciar la acción social y acercarse a las clases populares, y con semejantes fines se establecían revistas y escuelas. Pero, éstas dos últimas fueron desapareciendo del proyecto pastoral de la Provincia de la Santísima Trinidad, las escuelas y la prensa. Las primeras, aunque fueron una prioridad desde fines del siglo XIX, en el transcurso de las décadas su presencia fue decayendo hasta prácticamente desaparecer producto de otro camino misional, las parroquias. Y, sobre la prensa, ella constituyó una opción inédita y, aparentemente exitosa, en la historia franciscana chilena como vehículo para difundir el magisterio y la propia espiritualidad pero que una vez descontinuada no fue sustituida. Lo cual da cuenta de lo dinámico del proceso.
Finalmente, la consolidación institucional de la Provincia de la Santísima Trinidad mantuvo similitudes con la romanización de la Iglesia del siglo XIX, pero con las adecuaciones necesarias para responder al contexto chileno. Este proceso fue multidireccional, miró al extranjero, especialmente a Roma, a la acción social de los laicos chilenos y a la propia iniciativa e inquietudes de los propios religiosos. Las asociaciones laicales, prensa y obras sociales fueron impulsadas para responder ataques y hostilidades de liberales y socialistas y acercarse a las clases vulnerables, pero, a la vez, buscaban situar y validar a los franciscanos en el espacio público. Y este fortalecimiento institucional y pastoral determinó el caminar franciscano chileno hasta finales del siglo XX.