Introducción
El 9 de diciembre de 1824 en las alturas serranas de la pampa de la Quinua (3600) se obtuvo la capitulación española y se selló la independencia peruana y suramericana con la batalla de Ayacucho. Los siguientes años (1824-1974) estuvieron caracterizados por la centralización de poderes en Lima, una compleja situación política nacional, la corrupción estatal1 y la indiferencia capitalina frente a la realidad social de la sierra peruana. Precisamente, al localizarse Ayacucho en la sierra sur, con una población mayormente indígena y analfabeta, sin recursos naturales de interés, y sin haber desarrollado un polo económico, los capitales nacionales y extranjeros no le prestaron atención desde fines del XIX hasta mediados del XX, cuando se reabrió la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga, dinamizando su vida económica y cultural2. Durante ese tiempo, Ayacucho estuvo marcado por un estancamiento económico y el empobrecimiento social3, cuya realidad solo fue mirada con desconfianza por las élites limeñas ante algún posible levantamiento indígena para exterminar a la “raza blanca”4.
En Lima, la batalla de 1824 fue desplazada, desde los albores de la república, por la celebración de la proclama de la independencia que San Martín hizo en 1821 en la plaza mayor capitalina. El objetivo fue darle mayor centralismo (a pesar de que la emancipación no estaba asegurada con dicha proclama) y minimizar el éxito de la batalla obtenida en la sierra peruana, en la cual las tropas comandadas por Antonio José de Sucre vencieron a un ejército realista numéricamente superior5. Esto también se refleja en las promesas estatales incumplidas, desde 1824, para conmemorar escultóricamente en Ayacucho la epónima batalla. Recién en 1974, el Estado inauguró un monumento en la pampa de la Quinua con motivo del sesquicentenario de la conmemoración bélica. En ese interín, gracias a algunas propuestas locales, promovidas por dos prefectos ayacuchanos, se logró erigir un monumento en la plaza principal de Ayacucho, en 1852, y en la pampa de la Quinua, en 1897; pero ambos colapsaron al poco tiempo de haber sido develados.
La bibliografía que nos antecede, escrita desde Lima, no se ha abocado a investigar sincrónica o diacrónicamente estas propuestas escultóricas ayacuchanas6. En términos generales el estudio de los monumentos públicos ayacuchanos, que conmemoran a próceres y batallas de la independencia peruana, está casi excluido de la historia de la escultura nacional, centrada con exclusividad en Lima7. De esta manera, los monumentos ayacuchanos que conmemoraran a la batalla de 1824 han sido estudiados a grandes rasgos, mencionándose sin profundidad investigativa a los que promovieron y/o ejecutaron los monumentos y que características formales tuvieron. Por otro lado, estos trabajos académicos se basan en investigaciones contemporáneas y, salvo excepciones, en documentos decimonónicos y de la primera mitad del XX (decretos, leyes, diarios, revistas, entre otros)8.
Esto ha creado un falso y parcial conocimiento de los proyectos escultóricos ayacuchanos propuestos para honrar a la batalla de 1824. Además, no se ha insertado estas propuestas escultóricas con el devenir histórico en el cual se gestaron, fracasaron, encaminaron, inauguraron o deterioraron hasta colapsar. En el caso específico de las celebraciones del centenario de la batalla de 1824, las investigaciones se han enfocado en las actividades ejecutadas en Lima y en el estudio de la escultura ecuestre de Antonio José de Sucre, levantada en la ciudad capital en 19249. Para el caso del sesquicentenario, resaltan los estudios sobre el monumento a la batalla de Ayacucho erigido por el presidente Juan Velasco Alvarado en 1974, pero estos están desvinculados de los proyectos y monumentos que le antecedieron (1852-1897) y del contexto del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, a excepción de algunos trabajos10.
Sobre la base de lo comentado, en este artículo analizaremos, insertos en los contextos socio políticos peruanos, de los primeros 150 años de vida republicana, los homenajes escultóricos a la batalla de 1824, propuestos e inaugurados en Ayacucho. Basados en documentos de primera fuente y en archivos fotográficos del XIX y XX, pertenecientes a colecciones peruanas y de Estados Unidos de Norteamérica (Biblioteca Latinoamericana de la Universidad de Tulane), nos centraremos en responder tres interrogantes: ¿Entre 1824 y 1974 en qué contexto se propuso erigir en Ayacucho un monumento para conmemorar la batalla que selló la independencia peruana y suramericana?, ¿por qué no se ejecutaron los proyectos escultóricos ayacuchanos promovidos por el estado para conmemorar a esta batalla durante los primeros 150 años de República? y ¿por qué los monumentos decimonónicos develados por los prefectos ayacuchanos para inmortalizar la batalla de 1824 colapsaron con el paso de los años?
Los inicios de la República y la conmemoración escultórica de la batalla de Ayacucho (1824-1825)
En 1824 la independencia peruana y suramericana fue sellada por Simón Bolívar, con la capitulación del ejército español, luego de las batallas de Junín, 6 de agosto, y de Ayacucho, 9 de diciembre. El 27 de diciembre, para conmemorar la gloria obtenida, el libertador decretó erigir una columna en el campo de batalla de la pampa de la Quinua. El monumento tendría grabados los nombres de los generales, jefes, oficiales y cuerpo del ejército patrio y en su cima el busto del general Antonio José de Sucre11, jefe de las tropas.
Una carta escrita por Sucre, al ministro de Guerra del Perú, el 23 de enero de 1825, sirve para conocer la relevancia de la inauguración de monumentos en el contexto posbélico decimonónico y para saber que Bolívar había propuesto otros proyectos escultóricos, sobre los cuales no tenemos referencias:
“… el Libertador ha mandado levantar monumentos que recuerden a las futuras generaciones los servicios de los vencedores de Ayacucho; pero en el corazón de estos vencedores está consagrado el monumento que ellos han formado al hijo de la gloria, al guerrero generoso que nos dio una patria y que de la condición de esclavos nos convirtió en soldados de la libertad y de la victoria. Sobre todos estos corazones y en cada uno existe la estatua de Bolívar y de allí la dejaremos a los hijos de nuestros hijos, para que su memoria tenga la duración del Sol.”12.
Con el paso de las semanas los homenajes continuaron. En febrero de 1825, Bolívar nombró a la ciudad de Huamanga como Ayacucho13. Por su parte, el Congreso encargó al libertador el mando de la República14, decretó erigirle un monumento en la plaza limeña de la Constitución (hoy del Congreso)15 y, en marzo, nombró al departamento de Trujillo como La Libertad y a su capital como Ciudad de Bolívar16. Además, estableció el 28 de octubre de cada año como el Día de Bolívar17.
En dos documentos del Archivo General de la Nación, de julio18 y setiembre de 1825, se señalan los presupuestos de un monumento a erigirse en la pampa ayacuchana. En el de julio, al cual tuvimos acceso, se indica que se trataba de una pirámide en honor a la batalla de Ayacucho y que el encargado de ejecutarla sería el arquitecto José Negri19. En el de setiembre, citado por la investigadora Natalia Majluf, se especifica que sería un monumento dedicado a la Libertad, compuesto por una base de sillería adornada con medallones sobre la cual iría una columna en la que descansaría una estatua alegórica20.
En 1825 no se erigió ningún monumento porque Bolívar propuso que el presupuesto debía usarse para luchar contra el remanente español apertrechado en la fortaleza del Real Felipe del Callao; luego de ser derrotados empezaría su construcción21. A inicios de 1826 los españoles entregaron la fortaleza22, pero la ejecución de la obra no comenzó. Hubo que esperar varias décadas, hasta mediados del XIX, para que resurgiera la intención de levantar en Ayacucho monumentos para conmemorar la batalla de 1824. Igual suerte corrió el monumento a Bolívar propuesto por el Congreso, cuya primera piedra se colocó en 1825 pero fue inaugurado en 1859, por los 35 años de esta batalla23. De esta manera estos proyectos se sumaron a una larga lista de propuestas escultóricas decimonónicas que por décadas no pasaron de ser monumentos de tinta y papel24.
Entre otros motivos esto se debió a: (1) desde 1827, por problemas limítrofes con la Gran Colombia, la prensa peruana inició una “agria” campaña contra Bolívar25 y Sucre26; (2) en 1828 Bolívar le declaró la guerra al Perú, conflicto que terminó en 182927; (3) luego de la guerra independentista la economía peruana estaba devastada28; (4) los líderes y caudillos que apoyaron la causa emancipadora estuvieron más preocupados en recibir una compensación y recompensa por sus hazañas patrióticas, entre ellos Bernardo O’Higgins, Sucre y Bolívar, a este último el Congreso le dio, en 1826, más de un millón de pesos29; (5) entre 1823 y 1844 hubo 16 presidentes peruanos, quienes afrontaron crisis económicas y desórdenes internos30 y cambiaron, entre 1823 y 1839, cinco veces la Constitución nacional31; (6) la vida política y las altas esferas sociales del Perú estuvieron plagadas de corrupción32 y; (7) desde que fue instalado el Congreso peruano, en 1822, sufrió constantes sobresaltos políticos durante sus tres primeras décadas de existencia33.
La pileta con la estatua de la Libertad de la plaza mayor de Ayacucho (1852)
Durante el primer gobierno de Ramón Castilla (1845-1851) se inició cierto periodo de paz, institucionalidad y prosperidad, en medio de la corrupción generada por el boom guanero34. Al término de su mandato tomó las riendas del país Rufino Echenique (1851-1855). Luego de derrocarlo, Castilla gobernó siete años más, durante dos gobiernos consecutivos (1855-1857/1857-1862). Después de un corto mandato Juan Antonio Pezet (1863-1865) fue depuesto por Mariano Ignacio Prado (1865-1868) y el Perú se enfrentó de nuevo a España, en los combates de Abtao y Dos de Mayo de 1866; con este último conflicto se reafirmó la independencia peruana y suramericana.
La década de 1850 y la primera mitad de la de 1860 fueron los mejores años económicos desde los inicios de la República y constituyó la época de oro de la importación estatal de esculturas europeas, de bronce o mármol y de diversas temáticas, que se colocaron en distintos espacios públicos limeños35. Por ello, fue el periodo ideal para financiar en Europa concursos públicos o encargar las ejecuciones directas de los monumentos estatales a los próceres, postergados desde la década de 1820. A pesar de que se retomaron algunos proyectos escultóricos, como el de Simón Bolívar, la mayoría no fue concretada36. En el caso ayacuchano, en 1852, el empuje regional logró erigir una pileta con una escultura de la Libertad en la plaza mayor de Huamanga y, en 1863, Pezet continuó sin éxito la propuesta escultórica de Bolívar de 1824.
En agosto de 1852, a iniciativa del prefecto ayacuchano Manuel Tello, empezó la construcción de la pileta con la efigie de la Libertad. Se pretendió inaugurarla el 9 de diciembre de ese año, pero para inicios de 1853 estaba inconclusa37, a pesar que el escultor de la obra, Juan Suárez38, se comprometió a entregarla, bajo pena de multa económica, terminada y funcionando para el aniversario de la batalla39. Así: (1) el primer monumento republicano a la batalla de 1824 tardó casi tres décadas en levantarse en Ayacucho; (2) la iniciativa regional le ganó a del gobierno central; (3) aunque fue erigido en Ayacucho, no se hizo en la pampa de la Quinua, como Bolívar propuso, sino en la plaza Mayor de la ciudad, porque pesó su uso público como surtidor de agua y; (4) la obra fue realizada por un escultor ayacuchano, heredero de una amplia y rica tradición en la talla de la piedra de huamanga40, contraponiéndose a la gran cantidad de escultura pública europea importada a Lima, desde mediados del XIX; lo cual, además, abarató su costo y facilitó su construcción e implementación41.
Según el italiano Antonio Raimondi, Juan Suárez (Ca. 1800-¿?) fue un destacado escultor huamangino. Su pileta y escultura de la Libertad asombró, en 1853, al inglés Clemens Markham, a pesar que las vio inconclusas42. Según el contrato firmado por el escultor: (1) se usarían piedras de Cangallo; (2) sobre la base se alzaría una columna trunca de cuatro varas (casi 3.5 m) con una estatua a la libertad de tres varas de alto (cerca de 2.5 m) en la parte superior y; (3) los lados de la pila tendrían escenas en alto relieve del campo de batalla de Ayacucho y de los ejércitos participantes43; características que fueron esbozas por Suárez a lápiz y con acuarelas44 (imagen 1a). A continuación transcribimos una descripción de la obra realizada por la investigadora Nanda Leonardini45:
Ella la Libertad, de pie sobre el fuste trunco de una columna estriada, vestida con túnica, luce sobre su cabeza de larga caballera el gorro frigio; mientras con la mano derecha levanta la antorcha para dar vivas a la República, con la izquierda carga el cuerno de la abundancia ya existente como ícono peruano en el escudo nacional. La estatua… dentro de una fuente rectilínea nutrida de agua, gracias a chorros que salen de las bocas de ágiles peces. Como se observa la efigie de la Libertad… estaba encarnada por una hermosa e inexpresiva mujer envuelta en una túnica clásica...
Este monumento, antecesor de la escultura decimonónica conmemorativa bélica y ornamental pública limeña46, poco a poco fue destruido, en medio de la desidia estatal y el convulsionado anarquismo de la guerra civil que azotó a Ayacucho desde mediados de la década de 1850, primero entre el mariscal Ramón Castilla y el presidente José Rufino Echenique, quien, acusado de despilfarrar el erario nacional, fue destituido por el mariscal en 1855 y, luego, entre Castilla y el ex presidente Manuel Ignacio de Vivanco, quienes se enfrentaron entre 1856 y 185847. A razón de la primera revuelta, fue removido de su cargo, en 1854, el prefecto Manuel Tello48. En la década siguiente, en una foto tomada por el diplomático e investigador norteamericano Ephrain Squier, alrededor de 1863, se ve a la escultura de la Libertad en muy mal estado de conservación. En el reverso de la foto escribió: “Statue of Liberty in the Plaza of Ayacucho, Peru. Emblematic of the country - without a head to direct or an arm to enforce or defend”49 (imágenes 1b y 2). Tres años después se retiró el monumento de la plaza y se colocó una pila de fierro que fue conocida como la fuente inglesa50, desconocemos cual fue el paradero del alicaído monumento a la Libertad.
Intenciones estatales fallidas para erigir un monumento a la batalla de Ayacucho (1863-1870)
En 1862 una escuadra española zarpó con dirección al Pacífico Sur, y causó preocupación en el Perú porque la corona hispana desarrollaba un plan expansionista, que incluía intervenir el norte africano, anexar Santo Domingo a España y, junto con Francia e Inglaterra, entrometerse en México51. En 1864 los españoles se apoderaron de las islas Chincha, emporio guanero peruano. En 1865 Chile le declaró la guerra a España y Perú y Chile firmaron una alianza apoyada por Ecuador y Bolivia52. Al poco tiempo el Perú le declaró la guerra a España, en febrero de 1866 se produjo el combate de Abtao, la escuadra hispana bombardeó Valparaíso y enrumbó al puerto peruano del Callao, donde se libró el combate del Dos de Mayo53.
El presidente Pezet (1863-1865), excombatiente en la batalla de Ayacucho, a inicio de su gobierno retomó sin éxito la ejecución del monumento a este suceso; para lo cual encargó al director de Obras Públicas consultar con especialistas para elegir las mejores cualidades del proyecto y convocar a concurso público internacional. Además, ese año dispuso hacer colectas públicas en todo el país para financiar la obra54. También, pidió que en la base del monumento se insertaran piedras de todos los departamentos peruanos y de las naciones suramericanas para que en la columna “se viera el símbolo imperecedero de la independencia americana y el triunfo definitivo de la razón, la justicia y el derecho”55; propuestas insertas en el contexto expansivo de la corona española hacia este continente.
Al concurso público se presentaron varios modelos y planos56. Solo sabemos que ganó el proyecto del arquitecto francés Maximiliano Mimey57, realizador de importantes obras estatales58. Una nota en El Mercurio, escrita por Manuel Atanasio Fuentes, propuso que el monumento se colocara en la plaza principal de Ayacucho y no en la pampa de la Quinua, porque ahí estaría desprotegido59. Petición sin sustento porque el monumento a la Libertad, erigido en 1852 en esta plaza, colapsó con rapidez. Las intenciones escultóricas de Pezet quedaron truncas, entre otros motivos por el caos político que azotó al país en la década de 1860, que desembocó en el golpe de estado de Mariano Ignacio Prado.
Años más tarde el presidente José Balta (1868-1872) retomó la iniciativa de erigir un monumento a la batalla de Ayacucho en la pampa de la Quinua y presentó, en 1868, un proyecto al poder legislativo, el cual aprobó recién en 1870. Ese año, el Congreso decretó erigir el monumento solventado con colectas públicas, fondos fiscales y con las colectas voluntarias hechas durante el mandato de Pezet, que hasta el momento no habían sido usadas. En términos generales la ubicación del monumento y las características que tendría son las mismas que Bolívar propuso en 1824 y, como había sucedido en años anteriores, se hizo alusión al monumento como columna o como pirámide60.
Pero las promesas estatales del gobierno de Balta quedaron una vez más en el papel61, ya que el presidente fue asesinado en 1872, en medio del caos político y económico generado por la caída de la venta del guano, los gastos del combate del Dos de Mayo62 y por las exorbitantes inversiones estatales en grandes proyectos públicos como las vías férreas nacionales y el Parque y Palacio de la Exposición de Lima, que no estuvieron libres de sospechas de corrupción63. Así, en 1874, cuando se cumplieron 50 años de la batalla, Ayacucho no contó con un monumento para conmemorarla. Años más tarde, entre 1879 y 1883, el Perú libró una guerra con Chile, de consecuencias terribles, que acarrearon la paralización de toda obra pública peruana.
El primer monumento a la batalla de Ayacucho levantado en la pampa de la Quinua (1897)
Luego de la guerra con Chile, en la última década del XIX se inició la reconstrucción nacional en medio de una compleja situación social y una tensa relación diplomática con el gobierno chileno, debido al reclamo peruano por la ejecución del plebiscito popular para decidir el destino de Tacna y Arica, territorios nacionales en posesión chilena desde fines del conflicto. En esta época, a fines del XIX e inicios del XX, surgieron diversas propuestas escultóricas peruanas para rendir homenaje a los héroes de la guerra de 1879 y al prócer argentino José de San Martín. Propuestas impulsadas por personas particulares, financiadas con colectas públicas y concretadas al poco tiempo en Lima y El Callao con el apoyo tardío del Estado64. Durante este periodo, en 1897, por iniciativa del coronel Pedro Portillo Silva, veterano de la guerra y prefecto de Ayacucho65, inauguró en la pampa de la Quinua un monumento a la batalla de Ayacucho.
Luego de revisar los diarios limeños El Comercio, El Nacional, El País66 y La Integridad, solo el último contiene dos extensas notas sobre las características del monumento ayacuchano, su financiamiento y las actividades realizadas durante su inauguración, el 29 de julio de 189767; acontecimiento que con el tiempo ha quedado en el olvido68. La ausencia de información periodística sobre este evento ayacuchano en diarios limeños69, contrasta con las recurrentes y extensas notas de prensa sobre el monumento a Miguel Grau, develado meses después en El Callao, en noviembre de 1897.
Según La Integridad el monumento a la batalla de 1824 fue realizado por el escultor ayacuchano Buenaventura Rojas, a quien denomina como “…el modesto artista escultor…”70, considerado en la actualidad como uno de los más importantes artistas huamanguinos del XIX71. Su obra, de nueve metros de alto y rodeada por una verja de hierro, estaba conformada por una pilastra, de un metro y medio de lado por seis de alto, construida con piedras cortadas cubiertas con yeso. En el frente y la parte posterior tenía relieves en yeso de las batallas de Junín y Ayacucho. En el lado derecho estaban en alto relieve los nombres de los oficiales patriotas que pelearon en la batalla; mientras que en el izquierdo otro relieve señalaba que fue inaugurado por Pedro Portillo durante la gestión del presidente Nicolás de Piérola (1895-1899). Sobre esta pilastra había un pedestal, de corte trapezoidal, de dos metros de altura y decorado en sus cuatro vértices con grecas unidas por hojas de laureles. Sobre este pedestal descansaba la escultura en yeso de la alegoría a la Libertad, de un metro de alto72.
La ceremonia de su inauguración, a la que no acudió el presidente Piérola, empezó la mañana del 29 de julio (fiestas por la proclama de la independencia). Desconocemos por qué no se realizó para el aniversario de la batalla (9 diciembre). Las actividades protocolares fueron encabezadas por el prefecto Portillo y contó con la asistencia de gran cantidad de personas, procedentes de la ciudad de Ayacucho y distintas localidades, quienes acudieron a la pampa con instrumentos musicales y emblemas nacionales. Luego de oficiarse una misa al pie del monumento y de tomar la palabra las autoridades locales, el prefecto hizo la entrega oficial de la obra. Como parte del programa, que se extendió hasta caer la noche, se realizó un almuerzo, danzas, corridas de toros y reparto de medallas conmemorativas73.
La suerte que corrió este monumento fue similar al de la Libertad colocado en la plaza Mayor de Ayacucho, ya que sufrió el abandono estatal y atentados vandálicos. Pero a diferencia del monumento de la plaza huamangina, que solo duró poco más de una década, el de la pampa sobrevivió, parcialmente, varías décadas, a pesar de la lejanía y de la inclemencia climática del intemperismo de la pampa alto-andina (fuerte viento, sol, lluvias, bajas temperaturas nocturnas, etc.), que afectaron su infraestructura, debido al escaso presupuesto reunido por el prefecto que no permitió costear su construcción con materiales más resistentes74. Decimos que el monumento perduró con parcialidad porque en las escazas fotografías que tenemos apreciamos que las ornamentaciones de la pilastra, del pedestal y la alegoría a la Libertad se cambiaron con el paso de los años. Es importante resaltar esto porque en los textos contemporáneos no se indican dichas alteraciones75. Por el momento no podemos señalar, sobre la base de documentos confiables, los autores de estos cambios escultóricos ni las fechas exactas en las cuales fueron realizadas76.
Respecto a la pilastra, luego de que sus altos relieves e inscripciones originales se perdieran, se instaló en su frontis una corona de laureles y una placa de bronce. Luego de que estas fueran sustraídas, se colocó una palma de bronce y una placa más grande. En épocas tardías la pilastra perdió su recubrimiento de yeso y quedaron expuestos los bloques de piedra con los que fue construida.
La primera alegoría a la Libertad, inaugurada en 1897, fue de pequeñas dimensiones (imágenes 3a y 4a). Se representó con corona de laureles, capa y túnica. Su postura era vertical y sosegada. Con su mano izquierda sostenía un escudo apoyado sobre el pedestal; mientras que con la diestra empuñaba una espada cuya punta descansaba sobre el pedestal. Cuando se colocó la segunda versión alegórica, antes de 1924, se modificó el pedestal, al cual se añadió en su frontis un escudo nacional, en alto relieve, y dos cañones, en bulto, a su derecha e izquierda. La segunda alegoría, de dimensiones considerables, también se representó con corona de laureles, capa y túnica. A diferencia de la anterior, su postura anatómica era más dinámica, ya que tenía la cabeza girada hacia su izquierda y semi levantada al cielo, con su mano izquierda sujetaba un escudo posado sobre su pierna izquierda semi levantada en actitud de avanzar, mientras que con la mano derecha empuñaba una espada (imágenes 3b y 4b).
Posteriormente, debido a su deterioro, en la década de 1960, las grecas del pedestal colapsaron y solo se conservó el escudo y los dos cañones, a la par que la segunda alegoría también se deterioró. Su restauración afectó sus características, lo cual dio origen a su tercera y última versión. Las modificaciones más notorias están referidas a ambos brazos, que con el paso del tiempo fueron destruidos. El izquierdo se sustituyó por uno alzado hacia el cielo y sin portar un escudo, mientras que el derecho fue repuesto sujetando una espada de hoja más gruesa y tosca que la anterior (imágenes 6a).
El centenario de la batalla de Ayacucho y las promesas estatales incumplidas (1924)
Durante el gobierno de Augusto B. Leguía (1919-1930), conocido como el Oncenio, las celebraciones patrias que mayor atención estatal recibieron fueron los centenarios de la proclama de la independencia, en 1921, y de la batalla de Ayacucho, en 1924. En esos años se desplegó un amplio programa conmemorativo limeño de varios días, donde se inauguraron diversas obras estatales, monumentos públicos77 y se recibió la visita de mandatarios de diversos países. Específicamente, en diciembre de 1924 se inauguró en Lima un monumento a Sucre y el Museo Bolivariano78 y se trasladaron los restos de Simón Rodríguez al Panteón de los Próceres, inaugurado ese mismo mes y año en la iglesia del antiguo Convictorio de San Carlos79. Además, en la década de 1920, se gestaron varios proyectos, estatales y particulares, para conmemorar los 100 años de la batalla de Ayacucho con monumentos a la Libertad a erigirse en Lima, El Callao y Trujillo. De ellos, dos fueron develados en Lima y uno en Trujillo, pero pasadas las fiestas de 192480.
En cambio, el programa celebratorio estatal propuesto para Ayacucho fue opuesto al desarrollado en la capital peruana, ya que el gobierno de Leguía prometió mucho pero cumplió poco, a pesar que el militar ayacuchano Andrés Avelino Cáceres, héroe de la guerra con Chile, respaldaba el régimen del Oncenio y que el Comité Pro Centenario de la Batalla de Ayacucho, conformado por distinguidos huamanginos81, había sido establecido con varios años de anticipación, en julio de 191882. En noviembre de ese año, el quincenal ayacuchano El Progreso de Huanta denunció que el programa del centenario había sido rechazado por el Poder Legislativo en una sesión secreta83. De esta manera el aíre de esperanza inicial del Comité poco a poco se fue perdiendo y pasó a ser reemplazado por un discurso de reivindicación de la ciudad ayacuchana frente a la desidia y olvido de los poderes gubernamentales84, que desde Lima dirigían las riendas del país.
Desde un inicio, el Comité Pro Centenario de 1924 propuso una serie de obras públicas ambiciosas que, según el investigador peruano Iván Caro85, se pueden agrupan en: (1) mejorar la vida y la infraestructura urbana ayacuchana, por ejemplo culminar el ferrocarril Huancayo-Ayacucho para facilitar la comunicación terrestre con Lima y dotar de agua potable y canalizar la ciudad y (2) investigar y homenajear el pasado histórico de la gloriosa batalla de 1824. Al respecto se propuso crear un museo86, retomar las romerías a la pampa de la Quinua cada 9 de diciembre, y levantar tres monumentos: a la batalla de 182487, a Antonio José de Sucre88 y erigir un monumento a la prócer ayacuchana María Parado de Bellido, fusilada por los españoles en 1822.
Sin embargo, el ferrocarril Huancayo-Ayacucho no se concretó, a pesar que su presupuesto estaba aprobado. El tren fue desviado a Huancavelica, donde fue inaugurado en 1926. Asimismo, muchas de las obras públicas propuestas para Ayacucho no fueron concluidas para 192489. En lo que respecta a los monumentos públicos propuestos, las celebraciones patrióticas continuaron centrándose alrededor del monumento a la batalla de Ayacucho levantado, en 1897, en la pampa de la Quinua que, para 1924, contaba con una nueva alegoría a la Libertad (segunda versión), una capilla aledaña y pequeños hitos de mármol colocados por el Estado para señalar la ubicación de los batallones patriotas y realistas; obras que al poco tiempo fueron destruidas90.
En relación al proyecto escultórico en homenaje a María Parado de Bellido, en abril de 1921, en el diario ayacuchano La Hormiga, se señaló que una columna levantada en la plazuela del Arco permanecía abandonada, destruida y sin busto de la prócer. Por ello, pedían que se concluyera el monumento para el centenario de su muerte (1922), pero este fue develado en 192491. Por su parte, la réplica del monumento a Antonio José de Sucre, estrenado en 1924 en Lima, se levantó en la plaza principal de Ayacucho, no para el centenario bélico sino en 1928. A partir de entonces la plaza fue nombrada Sucre92. Recordemos que en este espacio público se había colocado, en 1852, la pileta con la estatua de la Libertad.
Ese año el presidente Leguía mandó, mediante Resolución Suprema, declarar la fecha de la batalla de Ayacucho como Día del Ejército del Perú. Sin otro monumento estatal que lo sustituyera, el de 1897 continuó deteriorándose en la pampa de la Quinua con el paso de las décadas, mientras que las ceremonias celebradas cada 9 de diciembre, encabezadas por los mandatarios peruanos y altos mandos de las fuerzas armadas, se centraron casi siempre en Lima y no en el escenario de la contienda bélica93.
El colapso del monumento a la batalla de Ayacucho de 1897 (primera mitad del siglo XX)
En diversos diarios ayacuchanos, de la década de 1910 y 1920, se señaló la necesidad de erigir un nuevo monumento “acorde” con la batalla de 1824 y resaltaron, al mismo tiempo que criticaron, el mal estado de la obra escultórica levantada en 1897 en la pampa de la Quinua. Por ejemplo, en diciembre de 1917, se publicó en La Era: “… ahí donde el alabastro y pórfido tipo de roca deben perpetuar la memoria de la épica jornada del 9 de diciembre… se levanta un monumento de piedra vulgar… por falta de cultura política… desastre del que aún no podemos resurgir…”94.
En julio de 1918, en El Progreso de Huanta, se pidió al Comité Pro Centenario de la batalla de Ayacucho darle mayor atención a la descuidada pampa de la Quinua95. En 1920 La Hormiga publicó notas señalando la importancia de las obras públicas propuestas al Congreso por el Comité Pro centenario y denunció que, luego de 96 años, el proyecto escultórico propuesto por Bolívar no había sido concretado por el Estado a pesar de haberse presentado proyectos al Congreso en diversas ocasiones96. En todo caso, a pesar de la terrible situación del monumento, de su lejanía y de la inclemencia ambiental de la desaliñada pampa de la Quinua, la población huamangina siempre acudía a celebrar los aniversarios de la batalla de Ayacucho97 (imágenes 4b, 5a y 6a).
Entre las décadas de 1930 y 1960 hubo propuestas impulsadas por miembros del Congreso (en 1935, 1941, 1943, 1963)98 para erigir en Ayacucho un monumento “adecuado” a la batalla de 1824. A excepción de la primera, las demás fueron aceptadas luego de un dilatado periodo por el Poder Ejecutivo (en 1942, 1946, 1963). Las iniciativas y las leyes surgieron en fechas próximas a la conmemoración de la batalla de Ayacucho99, en ellas se denunció el abandono de la obra de 1897 y del pueblo de la Quinua, el olvido de la fecha 9 de diciembre en el calendario celebratorio peruano y propusieron que en la construcción del nuevo monumento debían participar los países bolivarianos.
La propuesta de 1935 que dio el Congreso100, durante la presidencia de Oscar R. Benavides (1933-1939), quien mandó inaugurar el monumento en 1936, no se cumplió, y la ley de 1942, firmada por el mandatario Manuel Prado Ugarteche (1939-1945), tampoco se ejecutó a pesar que la escultura formó parte del proyecto celebratorio de los 400 años de la fundación española de Ayacucho, el cual fue retrasado por años e incumplió lo proyectado101. Igual suerte corrió la ley de 1946, firmada por el presidente José Luis Bustamante y Rivero (1945-1948), a pesar que, como las anteriores, contaba con un presupuesto102. Ese año, la escritora peruana Magda Portal escribió en el diario ayacuchano Fraternidad: “… en la famosa pampa de la Quinua se alza un triste monumento que las lluvias y el tiempo van carcomiendo y convirtiendo en un montón de ruinas viles…”103. Al poco tiempo, en 1957, en una nota del Anuario del Museo Histórico Regional de Ayacucho se señaló, aludiendo a la ley de 1946: “… Han transcurrido pues once años desde la dación de aquella ley… y 133 años desde tan famosa epopeya… sin que haya nada en efectivo para perpetuar la memoria del triunfo…”104.
Estas propuestas escultóricas estuvieron insertas en un amplio programa social que incluyó la construcción de grandes obras públicas en Ayacucho (colegios, locales municipales y de correos, servicios de agua y desagüe, entre otros). Casi todas solo fueron promesas incumplidas o a medio hacer. Por ello, en los diarios ayacuchanos de la primera mitad del XX se resaltó con recurrencia la falta de servicios básicos y se criticó el penoso estado de muchas de estas obras105. Habría que esperar hasta la década de 1960 para que, en medio de la convulsionada inestabilidad política y el deterioro acentuado del monumento de 1897, resurgieran las intenciones estatales para, primero, restaurarlo y, luego, para cambiarlo por uno “más apoteósico”, a razón del sesquicentenario de la batalla de Ayacucho.
El gobierno revolucionario de las fuerzas armadas y el sesquicentenario de la batalla de Ayacucho (1974)
Las décadas de 1960 y 1970 se caracterizaron por el ascenso al poder de las Fuerzas Armadas, a través de golpes militares. Así, en 1962 ad portas de culminar su segundo mandato fue derrocado Manuel Prado Ugarteche. En julio de ese año se instaló una Junta Militar de Gobierno presidida, primero, por Ricardo Pérez Godoy y, luego, por Nicolás Lindley López. Entre 1963 y 1968 asumió las riendas del país, por las vía democrática, Fernando Belaunde Terry, pero no terminó su gobierno porque el general Juan Velasco Alvarado lo derrocó, instalando el Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas. Gobernó entre 1968 y 1975. Luego de liderar un golpe de estado lo sucedió el general Francisco Morales Bermúdez, quien fue mandatario hasta 1980, cuando Belaunde Terry volvió a asumir la presidencia por voto popular.
En la década de 1960 el estado volteó la mirada hacia la sierra sur, no solo por la proximidad del sesquicentenario de la batalla de Ayacucho y el reclamo de sus pobladores por la erección de un nuevo monumento; sino porque la reapertura de la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga, en 1959, dinamizó la vida económica y cultural de Ayacucho106. Así, la Junta Militar de Gobierno de 1962 destinó 50 mil soles para “… la restauración del maltrecho Monumento de la Pampa de la Quinua…”107, pero debido a su corto mandato no pudo cumplir con sus objetivos. Por ello, en 1963, el investigador Moisés Cavero108 señaló que el monumento fue reparado por “manos piadosas, dentro de lo posible, para amilanar su aspecto triste y deplorable”. Precisamente, sería en 1963 cuando se restauró la alicaída segunda alegoría dando origen a su tercera y última versión, la cual duró poco tiempo.
Ese año Belaunde Terry no continuó con las propuestas estatales de restauración y mandó, con la ley Nro. 14733, erigir un nuevo monumento en la pampa de la Quinua por ser de necesidad nacional109. Al año siguiente, en 1964, se escribió en Huamanga, revista trimestral del Órgano del Centro Cultural Ayacucho que la alicaída obra era “… una deleznable estatua de yeso, necesita su total restauración y perennización en el bronce…”110 (imágenes 5a y 5b). A fines de 1965 se publicó en El Comercio una foto, donde se aprecia a la alegoría a la Libertad desfigurada (imagen 6b). La nota que acompaña a la foto indicaba:
“El triunfo de Ayacucho aseguró la Independencia de las colonias del nuevo continente y terminó con la tutela española. Una estatua de yeso que se desmorona y una pilastra con letras que borra la lluvia conmemoran la gran hazaña patriótica”111.
Recién en 1966, el Congreso, con la ley Nro. 16263, aprobó la iniciativa de Belaunde y entregó al Ministerio de Guerra el presupuesto para la realización del monumento, encargándole la realización de un concurso para seleccionar un proyecto. Pero pasó el tiempo y el Poder Ejecutivo no promulgó esta ley, por ello lo hizo el Congreso112. En 1967 dicho ministerio conformó una comisión para seleccionar al mejor proyecto y aprobar los costos; mientras que ese año la tercera alegoría del monumento de 1897 había colapsado por completo113 (imagen 7). Luego de dos concursos declarados desiertos, en el tercero, realizado el 22 de agosto de 1968114, casi seis semanas antes del golpe de estado de Velasco, el ministerio seleccionó el plan escultórico del español Aurelio Bernardino Arias.
Ya en el poder, Velasco conformó a través de decretos ley la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia, en 1969115, y la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Batalla de Ayacucho, en 1971116. El gobierno de Velasco se caracterizó por una política nacionalista y antioligárquica, que emprendió una “segunda independencia” a favor del pueblo peruano117. Por ello, no llama la atención que: (1) continuara, a pesar de las desavenencias políticas, con el proyecto escultórico iniciado en el gobierno de Belaunde, con el objetivo de agilizar su construcción; (2) inaugurara el monumento a la batalla de Ayacucho con rapidez, seis años después de elegido el proyecto de Bernardino Arias, y con exactitud, para los 150 años de conmemoración; (3) este monumento, a diferencia del de 1897, es de considerables dimensiones (44 metros de altura), de material sólido (para evitar su deterioro: cemento, fierro y bronce) y composición escultórica compleja; (4) la inauguración del monumento fue de la mano con el estreno de diversas obras públicas ayacuchanas incumplidas, o a medio hacer, desde las celebraciones del centenario de 1924118 y; (5) Ayacucho, a diferencia de los festejos estatales de centenario de la batalla, centrados en Lima, tuvo protagonismo durante las festividades de 1974.
El proyecto propuesto por Bernardino Arias está conformado119 por una pirámide de base cuadrangular, cuyos lados presentan planos sobrepuestos de varios relieves, que representan la geografía de las diferentes regiones peruanas. En la parte inferior de la cara frontal lleva la inscripción “Homenaje de la Nación a los vencedores de Ayacucho”. Sobre ella está el conjunto escultórico de bronce conformado por los próceres que encabezaron la batalla: Antonio José de Sucre, Agustín Gamarra, José María Córdoba, José de La Mar, Jacinto Lara y William Miller. Arriba de ellos se colocó el rostro de Bolívar en un medallón ovalado. En la parte inferior del lado posterior del monumento un bajo relieve de bronce representa la batalla de 1824. A sus costados dos ángeles de la Fama tocan sus cornetas anunciando la gloria bélica.
Para 1972 el proyecto de Bernardino Arias se estaba ejecutando120. Un año después, retomando las propuestas del expresidente Pezet de 1873, se mandó colocar en la base del monumento piedras originarias de los países sudamericanos. Asimismo, Velasco ordenó conformar una comisión mixta, entre Perú y Venezuela, para coordinar las celebraciones a realizarse en 1974121. Para los 150 años de la batalla llegaron al país representantes de Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay, Ecuador, Colombia y el presidente de Venezuela122. Los actos centrales de las celebraciones se realizaron el 9 de diciembre y se efectuaron tanto en Lima como en Ayacucho123. En la pampa, ante una concurrida asistencia, se inauguró el monumento luego de ser bendecido y de escenificarse el enfrentamiento bélico124 (imagen 8).
Epílogo
Pasaron 150 años para que el gobierno central inaugurara un monumento a la batalla de Ayacucho propuesto por primera vez por Bolívar en el contexto posbélico de la batalla. Con el paso de los años el Estado retomó esporádicamente este proyecto luego del combate de 1866, que reafirmó la independencia peruana y sudamericana, y en diversas oportunidades en la primera mitad del XX. Recién en la década de 1960 el gobierno central logró encaminar el monumento, a pesar de la delicada situación socio-política del país, con el objetivo de inaugurarlo para las celebraciones del sesquicentenario de la batalla. Al respecto, el ascenso de Velasco a la presidencia, con un plan de gobierno nacionalista, influenció en la materialización del monumento y en la ejecución de diversas obras públicas ayacuchanas incumplidas durante varias décadas por presidentes ajenos a la realidad de la sierra peruana.
Durante este tiempo el reclamo por la construcción de un monumento en la pampa de la Quinua fue ayacuchano y fue canalizado a través de los representantes de esta ciudad en el Poder Legislativo, quienes le propusieron en diversas ocasiones al Poder Ejecutivo erigirlo. Pero sus intenciones no pasaron de ser monumentos de tinta y papel. A lo largo de 150 años sucedieron diversas situaciones que impidieron su construcción, entre ellas la centralización de poderes en Lima, la desidia estatal hacia Ayacucho, el privilegio limeño por la proclama de la independencia de 1821 sobre la batalla de 1824, la inestabilidad política, la corrupción estatal y la falta de continuidad de proyectos entre gobiernos.
Lo comentado también influenció en el derrotero que siguieron los dos monumentos dedicados a la batalla de 1824, levantados en Ayacucho en el XIX, a iniciativa de sus prefectos: en 1852 y en 1897. Aunque los prefectos eran designados por el Poder Ejecutivo, tanto Tello como Portillo sacaron adelante sus proyectos escultóricos con los escasos presupuestos estatales que manejaban a nivel local y sin apoyo económico del gobierno central. Respecto al primero, la convulsionada guerra civil de mitad del XIX determinó su destrucción al poco tiempo de haber sido erigido. Sobre el monumento de 1897 este sobrevivió a duras penas 70 años y contó con tres alegorías a la Libertad, debido a su deterioro, influenciado por su material (yeso) y por la inclemencia del entorno ambiental de la pampa. A lo que se suma los actos delictivos que ocasionaron la pérdida de sus ornamentos en su pilastra y la falta de preocupación, del gobierno regional y central, por protegerlo o por restaurarlo.
Hasta la fecha permanece in situ y en buen estado de conservación el monumento estatal develado en la pampa de la Quinua en 1974 (imagen 9). El cual perenniza la victoria suramericana sobre las huestes de la corona española. En la actualidad los investigadores coinciden en que la batalla de diciembre de 1824 fue más importante que la proclama de San Martín en la plaza Mayor de Lima en julio de 1821. En breve se conmemoraran los bicentenarios de ambos acontecimientos. Lamentablemente en Lima la celebración patria del 9 de diciembre pasa casi desapercibida y es rememorada por el gobierno en menor proporción si se le compara con el programa protocolar de julio, donde el 28 y 29 son feriados nacional.
Ad portas de conmemorarse 200 años de la batalla en la pampa de la Quinua continúa en pie el monumento que le tomó al Estado 150 años inaugurar y que ha sobrevivido a los luctuosos y terribles eventos terroristas que golpearon a Ayacucho y al país entre 1980 y el 2000. Lamentablemente, Ayacucho y la sierra peruana siguen sufriendo por la ausencia de obras públicas de primera necesidad, ante la desidia estatal por mejorar nuestro país, corroído por la corrupción125. Ojalá este artículo sirva para hacerle recordar al gobierno peruano, parafraseando, o corrigiendo, al escritor iqueño Abrahán Valdelomar, que “… el Perú no es Lima…” y para que nuestros pobladores y su patrimonio no sigan sufriendo, como escribió en su poema Pablo Neruda, muchas muertes, muertes diarias como las que padecieron los homenajes escultóricos a la batalla que definió la independencia americana.