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Revista de la Facultad de Derecho

Print version ISSN 0797-8316On-line version ISSN 2301-0665

Rev. Fac. Der.  no.42 Montevideo June 2017

https://doi.org/10.22187/rfd201712 

Artículo original

El populismo latinoamericano

Latin American populism

Populismo latino-americano

María Luisa Aguerre1 

1Universidad de la República. Facultad de Derecho. Mag. en Ciencia Política. maluisaguerre@hotmail.com


Resumen:

En este trabajo se intenta construir una tipología para identificar el fenómeno populista en América Latina. La tipología consta de cinco categorías que estarían siempre presentes y nos permitirían discernir analíticamente los casos de populismo tal como lo hemos definido, de una variedad de líderes con arrastre popular, que hallamos en todos los partidos gobernantes. Históricamente habría dos períodos populistas, el primero del año 30 del siglo XX hasta la mitad del mismo, y una segunda etapa de la década del 90 en adelante. Las cinco categorías desarrolladas son las siguientes; autoritarismo; confianza exagerada en el liderazgo carismático; apelación al pueblo opuesto al anti-pueblo; antiliberalismo y nacionalismo.

Palabras clave: populismo latinoamericano; autoritarismo; liderazgo carismático; antiliberalismo; pueblo; anti-pueblo; nacionalismo

Abstract:

This paper aims to construct a typology to identify the populist phenomenon in Latin America. This typology consists of five categories which would always be present and would allow us to analytically discern cases of populism as we have defined, from a variety of leaders with popular appeal which we find in all the ruling parties. Historically there would be two populist periods: the first, from the year 30 of the twentieth century to the middle of it, and a second stage from the 90´s decade onwards. The five categories developed are: authoritarianism; overconfidence in the charismatic leadership; appeal to people opposed to the anti-people; anti-liberalism and nationalism.

Keywords: Latin America populism; authoritarianism; charismatic leadership; anti-liberalism; people opposed to the anti-people; nationalism

Resumo:

Este trabalho tenta construir uma tipologia para identificar o fenômeno populista na América Latina. A tipologia consiste em cinco categorias que sempre presente e nos permite discernir analiticamente casos de populismo como nós definimos uma variedade de líderes com apelo popular, que encontramos em todos os partidos no poder. Historicamente haveria dois períodos populistas, o primeiro do ano 30 do século XX para o meio dela, e uma segunda fase dos anos 90 em diante. Os cinco categorias desenvolvidas são como se segue; autoritarismo; excesso de confiança na liderança carismática; apelar para as pessoas que se opõem aos anti-povo; anti-liberalismo e do nacionalismo.

Palavras-chave: populismo latino-americano; autoritarismo; liderança carismática; anti-liberalismo; pessoas; anti-povo; nacionalismo

Presentación

La multiplicación de opiniones acerca del fenómeno “populista” en los últimos 20 años por parte de prestigiosos autores latinoamericanos, - la mayoría de esos juicios son descriptivos respecto al fenómeno, - nos ha impulsado a participar en la polémica teórica acerca de qué es el populismo. ¿Tiene acaso validez seguir empleando este concepto cuando con él se denotan hechos ocurridos en circunstancias históricas diferentes y en países muy lejanos entre sí, siendo muy compleja la comparación de unos y otros? Sabemos sin embargo casi intuitivamente, que todos los casos tienen como referente la aparición del pueblo, del hombre común y corriente como protagonista relevante de los acontecimientos políticos.

Parte de las dificultades para lograr claridad en el concepto sobre populismo son los estudios provenientes de la academia, donde una élite intelectual involucrada ideológicamente con movimientos populistas en el pasado o en el presente, convencidos de que en América Latina la única manera de lograr ciertos parámetros de igualdad social, es a partir de estos movimientos, han limitado sus estudios a los aspectos sociales del problema sin una visión politológica. Como lo expresan Mackinnon, M. M, y Petrone, M. A. (1999) en “Los complejos de la cenicienta”: “Las interpretaciones académicas de este fenómeno han sido polémicas al punto de que muchas veces resultan irreconciliables los mismos movimientos en las distintas descripciones” (Mackinnon y Petrone, 1999).

Nosotros consideramos el concepto de populismo como válido para la Ciencia Política, porque debidamente acotado al fenómeno latinoamericano y realizando algunas precisiones, es un instrumento útil por su capacidad analítica. Existe sin embargo, a nuestro entender, mucha confusión respecto a este concepto, que no permite discriminar correctamente los casos que deben incluirse en esta categoría y cuáles deben ser descartados. En primer lugar entonces limitaremos la idea de populismo al ámbito latinoamericano, sin relación alguna con las situaciones históricas que dieron origen al nombre (los movimientos sociales agrarios en EEUU. y Rusia en la segunda mitad del siglo XIX), ni con otras sociedades en transición en países africanos y asiáticos.

El segundo problema que se presenta es que la apelación a “lo popular” está presente en los más diversos contextos políticos. La participación del “pueblo” es un hecho recurrente aplicable a multitud de acontecimientos históricos que por supuesto no se denominaron populismo. Está presente en los discursos fascistas y comunistas, en los de Juan Domingo Perón o los de Hugo Chávez y en los discursos democráticos de cualquier lugar del mundo. Todo movimiento político contemporáneo se hace en nombre del pueblo. ¿Porqué el populismo merecería una consideración especial? Porque el fenómeno con las características que vamos a distinguir luego, se repite en América Latina durante el siglo XX hasta hoy, (con exclusión del Uruguay) - casi podríamos decir que se mantuvo siempre latente y sus condicionantes nunca desaparecieron del todo. Se sustenta en algunas categorías básicas, cuyos elementos intentaremos explicar a continuación.

Como método de trabajo, partimos del análisis de casos previamente estudiados en profundidad por historiadores, periodistas, cientistas sociales y políticos; se construye una tipología con las características más salientes y notorias del fenómeno, permitiendo así distinguir los simples liderazgos partidarios, más o menos carismáticos que existen por doquier, de esta forma peculiar de ejercer la política en América Latina.

Describiremos al sistema de ideas del populismo como un “imaginario colectivo” construido por el relato de un líder carismático cuya meta es convencer a sus seguidores, - habitualmente un sector mayoritariamente empobrecido de la población -, de las reales o supuestas verdades de su interpretación de los hechos y de las soluciones a los problemas con que se enfrenta ese grupo humano. Como el “imaginario” es menos estructurado que una ideología, le permite cierta elasticidad respecto a la interpretación de la situación concreta. El relato del líder es un “esquema” del universo de los hechos que conforman un momento social, aquellos elementos visualizados como negativos en una situación crítica, pero que al mismo tiempo excluye otros elementos de esa realidad, siempre muchísimo más compleja -, cuya solución requeriría una coordinación más armónica de propuestas para incluir la perspectiva de todos sus miembros. Un relato populista incluye también reelaboraciones distorsionadas de sucesos históricos, para acomodarlos a los intereses políticos del momento. Algunos de esos sucesos permanecieron guardados en la memoria colectiva de manera difusa y fueron reinterpretados intencionalmente por el líder o por intelectuales del movimiento, para servir como verificación de su propio discurso. Por esa razón, sucesos similares ocurridos en distintos momentos fueron compatibles con relatos de inclinación fascista o de origen marxista (Marx y Engels, 1985), según sea el momento histórico o las afinidades del líder.

A pesar de que las circunstancias inmediatas desencadenantes de los gobiernos populistas puedan variar, están precedidas por un vacío político producto del derrumbe del sistema de partidos o de un golpe militar. Pero en América Latina subsisten también problemas de larga duración, que no han sido superados integralmente: la baja institucionalidad favorable al desarrollo de una política democrática; una cultura política en las bases que no ha abandonado los viejos patrones caudillistas; élites políticas que han quedado encerradas en controversias internas, sin lograr trascender como para convertirse en referentes de una democracia moderna.

Un sistema político débil, sin partidos bien estructurados, no pudo realizar ni en el pasado ni en el presente, las políticas de distribución de la riqueza adecuadas para incluir a todos los grupos sociales en los beneficios del progreso productivo, derivándose una diferenciación social que no está directamente relacionada con la mejora de la economía, sino con las políticas de distribución y la actuación del sistema político.

Quienes ponderan el populismo como una forma democrática válida para el progreso social, se apoyan en general en la economía, donde efectivamente esos gobiernos han promocionado las políticas sociales y el sindicalismo, y se intentaron políticas de redistribución del ingreso y elevación de los salarios. Pero esos bienes, justos sin duda, se han obtenido también en sociedades donde se respeta la libertad de expresión, los derechos individuales y la institucionalización del compromiso democrático. Lo que a nuestro entender estaría indicando que el populismo no es un camino para ampliar la democracia, sino una patología política de sociedades en proceso de modernización.

Como el libro de Ernesto Laclau “La Razón populista” (Laclau, 2005) ha generado cierto revuelo intelectual en torno a una propuesta teórica plausible para la aceptación del populismo como una opción válida y casi diría necesaria para alcanzar la democracia en América Latina, no podemos soslayar las razones por las que creemos que se trata de una posición equivocada, y que nos permita al mismo tiempo introducir una justificación de los elementos de una tipología, cuya construcción es el principal objetivo de este trabajo.

Consideramos que el concepto de democracia en Laclau, aunque no esté explicitado de este modo en el libro de referencia, está basado en la idea que las sociedades modernas después de la Revolución Francesa, son sociedades potencialmente democráticas, porque tienden a la igualdad y por lo tanto a la homogeneidad de todos los ciudadanos. Un ideal rousseauniano que se expresaría en una tendencia a eliminar lo heterogéneo, el pensamiento contrario al de la mayoría, y a su necesaria extirpación para mantener la armonía del grupo igualitariamente constituido. Esa es la idea de democracia de Karl Schmitt, por el cual muestra gran admiración Chantal Mouffe. (Mouffe, 1999). Y que además coincide con la interpretación que tradicionalmente han tenido quienes han gobernado a nombre del marxismo-leninismo, de que allí donde se ha producido el triunfo del proletariado en la lucha de clases, el desarrollo de la nueva clase triunfante sólo puede darse cuando se elimina definitiva y existencialmente a la derrotada burguesía, porque de lo contrario ésta corroe el pensamiento y la capacidad de acción del proletariado.

Si bien Laclau ha abandonado el punto de vista teórico de la lucha de clases y la dictadura del proletariado, se considera un continuador del pensamiento gramschiano, que introduce el concepto de “hegemonía”. En este caso el grupo mayoritario, el pueblo, se ha impuesto al resto, y es por definición democrático porque quiere el bien común, y debe por lo tanto permanecer en el poder por tiempo ilimitado, o hasta que se haya producido el milagro de la homogenización. Lo expresa claramente cuando dice: “En el caso del populismo hay una parte que se identifica con el todo. De este modo, como ya sabemos, va a tener lugar una exclusión radical 'dentro' del espacio comunitario”, O cuando afirma:

…existe la posibilidad de que una diferencia, sin dejar de ser particular, asuma la representación de una totalidad inconmensurable. Esta operación por la que una particularidad asume una significación universal inconmensurable consigo misma es lo que denominamos hegemonía.

Si bien podemos acompañar a Laclau en algunas de sus explicaciones de cómo las demandas de los grupos sociales se unen en una sola opción mayoritaria, no podemos aceptar que esa voz representada finalmente en el líder carismático deba ser aceptada universalmente y no se respete a las minorías. Los hombres son ante todo individualidades con opciones propias y no están disueltos en entelequias, ya se les llame corporaciones o asambleas. Laclau quiere hacernos creer que como la política tiene un aspecto controversial, diferenciador, dicotómico, la política moderna es necesariamente populista. La política tiene un componente controversial sin duda, como lo han demostrado Max Weber y Karl Schmitt, por eso las democracias modernas permiten la formación de partidos para construir las vías de participación adecuadas. La democracia liberal tiende justamente a crear espacios institucionalizados de diálogo entre los opositores para llegar a consensos, donde lo que se elimina es la controversia implacable que lleva a la posición de amigo/enemigo y finalmente a la eliminación del contrario; y también niega el concepto de hegemonía, porque no incluye al opositor y lo relega a una posición subordinada. La política democrática no es formación de hegemonías y por lo tanto los populismos no son democráticos por definición.

La construcción de una tipología del populismo

Vamos a construir e intentar justificar una tipología al estilo weberiano, después de observar los acontecimientos a través de textos de diversos autores, de cada uno de los populismos en América Latina, seleccionando únicamente los movimientos o partidos que llegaron al poder y se convirtieron en regímenes de gobierno, porque no podemos guiarnos por discursos políticos que no se concretaron. La idea de populismo como otros muchos conceptos de la ciencia política, es analítico, proviene de un esfuerzo de la razón por entender mejor determinados fenómenos; y por tratarse de una tipología tiene un alto nivel de abstracción. Es una herramienta útil para discernir muchos casos complejos y al mismo tiempo nos permite excluir fenómenos que parecían muy difíciles de ubicar dentro del populismo. Creemos que se gana en claridad y coherencia del punto de vista epistemológico.

Los elementos constitutivos del populismo, serían los siguientes: a) autoritarismo, b) confianza exagerada en el liderazgo carismático, c) apelación al pueblo como objetivo principal de la actividad política, d) antiliberalismo y e) nacionalismo.

a-Autoritarismo

Nos parece acertado ubicar el populismo en el “genus” autoritario al igual que el politólogo italiano Leonardo Morlino a nuestro entender un elemento fundamental, para permitir una diferenciación clara con otros discursos de apelación popular. De lo contrario diluimos el concepto “populismo” en un liderazgo carismático político partidario, como podemos apreciar en algunos autores contemporáneos (Freidenberg, 2007) (Ianni, 1977) y otros. Un concepto tan amplio así diseñado, permitiría ubicar dentro del populismo a algunos fracasados líderes reformistas neoliberales (como Alán García de Perú en su primera presidencia (1985-1989); a Abdalá Bucaram en Ecuador (1996-1997), destituido a los seis meses de comenzar su gobierno por la desconfianza en sus propuestas libremercadistas y a causa de su excéntrico comportamiento; o a Collor de Mello en Brasil (1989-1992), destituido por la cláusula constitucional del “impechment”, por incurrir en corrupción sobre las cuentas públicas). No podemos olvidar el sentido despectivo que tiene la idea misma de “populismo” en referencia a un estado degradado de la intervención popular, y puede resultar conveniente englobar a esos gobiernos corruptos o ineficaces bajo la misma etiqueta de populismo. La mayoría de estos líderes denominados “populistas neoliberales” provenientes de contextos políticos partidarios tradicionalmente inclinados al estatismo y al intervencionismo, fueron en su mayoría a nuestro entender, “oportunistas”, que sobrevaloraron las políticas económicas neoliberales de la década del 90, especialmente las privatizaciones, ante la situación económica difícil que enfrentaban, y deben ser descartados de la categoría.

Los autores que han tratado el tema autoritarismo, están generalmente de acuerdo en la existencia de diversos grados de ejercicio autoritario del poder; desde la violencia extrema y el terror de los calificados como “totalitarismos”, a los gobiernos no respetuosos de la norma constitucional y legal, ya sean militares o civiles. En el caso del populismo la desviación autoritaria se evidencia fácilmente y se darían en todos los casos incluidos en nuestra tipología con diversos matices. Hablar de “desviación autoritaria” significa separarse de los supuestos admitidos en una institucionalidad republicana y democrática de una manera clara y contundente, aunque la gravedad de los casos desde el punto de vista comparativo pueda resultar diferente. Podemos clasificar en este listado, los gobernantes que propiciaron reformas constitucionales continuas para “refundar” el Estado, o para forzar su reelección y su permanencia ilimitada en el poder. Recordemos como ya en el primer populismo, Getulio Vargas en Brasil impuso la Constitución de corte fascista de 1937 con la formación del “estado Novo”, nunca puesta a aprobación del pueblo brasileño; en la Argentina, la constitución de 1952 promovida por Perón, primera puesta en marcha de una reelección presidencial; también a Arnulfo Arias en Panamá que eliminó arbitrariamente la Constitución de 1951 para sustituirla por la anterior de 1946 de su autoría. También incluimos casos más graves como la persecución implacable de los opositores políticos, la destitución de funcionarios públicos y docentes no adictos al régimen; la utilización de la mentira y toda suerte de maniobras éticamente injustificables como arma política contra los opositores. La nefasta influencia sobre un Poder Judicial sólo formalmente independiente para imponer la voluntad del Ejecutivo; el apartamiento permanente deliberado o equívoco de las normas vigentes por parte del líder o los secuaces miembros del movimiento o del partido que lo acompañan. Todos los líderes populistas estarían comprometidos en este tipo de desviaciones anti-republicanas y anti-democráticas. En algunos casos fue cuestión principal de su propaganda electoral, la de convocar a una Asamblea Constituyente para modificar la Constitución apenas lograran el poder, acompañando la idea de “refundación“ de la nación, con la que justificaban su propio acceso a la presidencia.

La violencia es mucho más visible para todos cuando se recurre a situaciones extremas como el encarcelamiento de los opositores o el asesinato político. Basta recordar las desapariciones y muertes durante el primer peronismo en la Argentina, y los ataques armados por bandas acreditadas al régimen contra la población indefensa en la Venezuela actual de Chávez/Maduro, donde muchos opositores desconocidos para el gran público pudieron desaparecer en este país dentro de las altísimas cifras anónimas de homicidios sin aclaración por parte de las autoridades policiales.

El mantenimiento indefinido de los líderes-presidentes en el poder, mediante el artilugio de las reformas constitucionales sucesivas todas las veces que sea necesario, es una forma de desviación institucional característica de la nueva etapa del “socialismo del siglo XXI”. Carlos Malamud (Malamud, 2010) afirma que como ninguno de estos líderes ha obtenido el poder por una revolución, donde el triunfo por las armas mantiene el prestigio del gobernante por mucho tiempo, tienen que fundamentar su legitimidad por las urnas, de ahí la necesidad de elecciones permanentes para mantenerse en el poder. En el origen, esas constituciones no están consensuadas por todos los actores políticos representativos, y si bien luego son plebiscitadas y generalmente aceptadas por el pueblo, éste se encuentra en una situación de subordinación por el clientelismo político flagrante y con muy pocas posibilidades de tomar conciencia de los peligros que se ciernen en el futuro contra ellos, porque los gobiernos o bien han acaparado la propiedad de todos o de la mayoría de los medios de comunicación, o no permiten a sus opositores expresarse en público y tratan de forzar su reelección mediante plebiscitos de dudoso procedimiento. El voto no es suficiente para mantener vigente una democracia, cuando las condiciones relacionadas a las libertades individuales no son respetadas. Los ciudadanos pierden sus derechos individuales convertidos por los dirigentes populistas en “derechos colectivos”; donde prevalece la “voz de la mayoría” que es en definitiva la de la voluntad del líder. Por eso la apelación permanente a la democracia que hacen los populistas modernos es una falacia, y debe ser destacado el carácter autoritario de sus gobiernos.

El autoritarismo fue una característica común de las ideologías europeas que influyeron en la creación de los populismos en América Latina en la década del 30 del siglo XX, porque entre las dos guerras mundiales se dio una lucha feroz entre las ideologías fascista y comunista por incluir a los pueblos entre los beneficiarios de una política de masas. Ambas querían derrotar al capitalismo y a la imperfecta democracia liberal de entonces, para crear un estado poderoso y omnisciente. Dentro de cada una de estas concepciones figuraba el uso de la violencia sistemática como arma política, presentada como necesaria para obtener la transformación de la sociedad a una etapa superior. Pero en Latinoamérica tanto los movimientos inspirados en el fascismo o en el comunismo se enfrentaron a una realidad muy diferente a aquella de donde surgieron. Muchos de los elementos que fueron centrales en la formación y expansión de aquellas ideologías en Europa no estaban presentes del otro lado del Atlántico y las ideas se diluyeron en movimientos heterogéneos.

Transcribimos las excelentes expresiones de Peter Worsley:

Se sugiere aquí, que las ideas, durante el proceso de ser absorbidas en sucesivos contextos culturales, diferentes de aquellos en los cuales se engendraron o han prosperado hasta ahora, no sólo asumen un significado sociológico diferente, en tanto van a utilizarse de distinta manera al ser incorporadas en nuevos marcos de acción, sino que también van a ser modificadas en tanto que ideas, que necesariamente deben articularse con otro mobiliario psíquico: “intereses” preexistentes, elementos y estructuras cognitivas, disposiciones afectivas, etc. que son parte del “milieu” receptor Las ideas originales deben ser entonces intrínsecamente modificadas en el proceso convirtiéndose en ideas diferentes. (Worsley, 1969).

En los neopopulismos o populismos tardíos se trata de revivir el enfrentamiento de clases llevándolo al terreno internacional, como una lucha entre el “imperialismo” (siempre se alude al supuesto imperialismo norteamericano) que pretendería tener ingerencia en la vida de los pueblos latinoamericanos. Ya no se habla de dictadura del proletariado, sino de “democracia revolucionaria“; lo cual justificaría la limitación de los derechos individuales en pos de “derechos de la comunidad”.

Los populismos no son dictaduras tradicionales, surgidas de un golpe de estado, porque todos los líderes populistas viejos y nuevos, fueron elegidos por el voto del pueblo, aprovechando las ventajas que les otorgan las democracias liberales, uno de cuyos supuestos fundamentales es el del recambio frecuente de los partidos en el gobierno. Se trata de una nueva forma de llegar al poder para luego transgredir los límites legales de una democracia republicana y sustituirla por un régimen del tipo de “comunidad organizada”, con un jefe único a la cabeza como el predicado por Juan Domingo Perón (Luna, 1987).

b-Confianza exagerada en el liderazgo carismático

La ausencia de un sistema de partidos fuertes y de liderazgos tradicionales, capaces de conducir los difíciles procesos de crisis sociales y económicas, permitió que individuos carismáticos, personalistas, actuando como outsiders de los partidos aparecieran en competencia en la arena política y se ganaran en breve tiempo la adhesión de las masas pauperizadas.

Entre los seguidores y su líder, se crea un fuerte vínculo emocional, una relación de lealtad, dejando fuera de esa relación a los representantes electos para el Parlamento. El líder convoca al pueblo en actos multitudinarios en plazas públicas, o utilizando los medios de comunicación como la televisión, para explicar a sus seguidores mediante emotivos discursos, los objetivos de su gobierno. Esas convocatorias permiten lo que Linz denomina “participación controlada” de las masas, porque luego de la convocatoria toda participación individual queda nuevamente restringida. (Morlino, 1992). Getulio Vargas que era el Jefe de la Nación y el centro del Estado, gobernaba en Brasil sólo en relación directa con el pueblo, mediante el recurso del voto-aclamación en concentraciones públicas donde se ovacionaba a su persona y se aceptaban sus propuestas. Es un ejemplo de lo que los líderes llaman participación popular directa, en contraposición con las democracias “burguesas” donde el pueblo nombra representantes, pero no intervendría directamente.

Esta idea tan recurrente en nuestro tiempo de la “participación directa de las masas” merece una aclaración. En las constituciones modernas, incluida la constitución uruguaya está prevista la institución del plebiscito bajo algunas condicionantes. No es un instrumento de uso permanente porque en el pasado reciente en muchos casos, los plebiscitos recayeron sobre problemas complejos sobre los que la ciudadanía no estaba debidamente informada y los ciudadanos votaron de acuerdo a la voluntad de los partidos, lo cual desvirtúa la convocatoria. No todos los problemas están al alcance del ciudadano común y en segundo lugar el tema de la convocatoria debe ser claro, comprensible y ampliamente discutido previamente por los votantes. Hoy nos encontramos con ejemplos muy interesantes a tener en cuenta, como el de Suiza donde existe un doble sistema: para la aceptación de leyes complejas y la mayoría de los asuntos de estado, deciden los representantes partidarios, pero para temas vinculados a intereses directos de la sociedad, claramente formulados, se consulta por sí o por no, mediante plebiscito. Así un pueblo educado, bien informado, con plenas libertades democráticas ejerce su libertad de decidir.

El poder carismático da lugar a una organización, - primero un movimiento para resaltar su origen social fuera del ámbito político, luego transformado en partido -, y ésta se funda en lazos de lealtad y delega su autoridad según criterios personales y arbitrarios. No hay funcionarios públicos con capacidades y derechos propios, sino servidores del jefe. Algunos de estos líderes apoyan sin reticencias el culto a su personalidad: Getulio Vargas festejaba como fecha cívica nacional el día de su cumpleaños. El Gral. Perón en el momento de crear en 1946 el partido de su movimiento político, aceptó de inmediato llamarlo con su nombre: “Partido Peronista”. Actualmente los líderes Bolivarianos no vacilan en uniformar a los militantes con los colores de su movimiento en cualquier tipo de concentración y en Venezuela aún obligan a los empleados de la empresa petrolera estatal a concurrir vestidos de color rojo escarlata.

En un régimen populista sus seguidores consideran al líder como el único capaz de resolver los problemas, de homogeneizar las diferencias, en el marco de una situación de tránsito de un marco institucional a otro, ya sea originado en el proceso de modernización, o por el acceso a un paradigma diferente, como en el proceso de formación del “socialismo del siglo XXI”, (el gobierno chavista después de 2002) en los llamados neo populismos donde se producen fuertes oposiciones.

Según Flavia Freidenberg:

esto es lo que diferencia cualquier relación clientelar de una que acompaña a un líder populista, la percepción del carácter directo del vínculo. Las redes y enlaces verticales forman parte del modo en que se relacionan líderes, candidatos, movimientos o partidos con algunos sectores populares (Freidenberg, 2007)

La relación particular del líder o conductor con el pueblo se encuentra reforzada por la capacidad del jefe y los jerarcas del movimiento o partido que lo acompaña, - éstos son de su elección directa, - para distribuir bienes materiales o simbólicos en un intercambio clientelar y patrimonialista. Los gobernantes populistas hacen un uso discrecional de los recursos públicos, con el resultado previsible de un aumento importante del déficit fiscal y la inflación. Así ocurrió en el pasado por la gran afluencia de divisas derivadas de la exportación de productos primarios a una Europa necesitada de alimentos después de la 2ª. Guerra Mundial; así se repartió en Perú las enormes sumas ingresadas por las privatizaciones de empresas públicas; y así lo vimos durante el gobierno chavista con la redistribución de la renta petrolera entre el pueblo venezolano y la extensión de beneficios hacia los países de la región para reforzar su liderazgo latinoamericano. Mientras perduraron las condiciones favorables la sensación de “fiesta” se mantuvo, pero como ocurrió en el caso venezolano, cuando el precio del petróleo descendió drásticamente, como no se había logrado diversificar el sistema productivo, la economía se desplomó. (Los países árabes, miembros de la OPEP, no tienen interés en subir el precio del petróleo porque obtienen sus rentas de otras fuentes).

En el populismo existe siempre una “manipulación de las masas” por el líder. El Gral. Perón que había desarrollado ampliamente una teoría sobre la conducción política e instaurado dentro del Movimiento una “Escuela Superior Peronista” destinada a difundir su doctrina, decía al respecto: …el dirigente, además de conocimiento y capacitación, debe tener valores espirituales mediante los cuales se hace posible una conducción y un predicamento…En este terreno se van construyendo los factores indispensables para que la conducción sea no solamente acertada, sino también compartida por los conducidos. La conducción es un fenómeno de mutuo entendimiento y persuasión entre el que dirige y el que es conducido (Perón, 1974).

Esto no puede llevarnos a creer que los seguidores son seres incapacitados para comprender sus propios intereses. Todo lo contrario, los seguidores buscan beneficiarse personalmente y piensan que el líder es el único capaz de darles una respuesta rápida a sus necesidades económicas. Por eso una característica de los populismos es su desinterés por la educación, un proyecto de lento desarrollo, que para un régimen democrático liberal es la principal herramienta para el progreso social. Recordemos la divulgada consigna peronista: ”Alpargatas, sí; libros, no”.

c-Apelación permanente al pueblo

El discurso como instrumento de comunicación permanente del líder con el pueblo es un elemento fundamental para la continuidad del régimen. Característicamente demagógico, exalta las cualidades reales o supuestas de sus interlocutores, la bondad, humildad, pureza de intenciones, laboriosidad y solidaridad, frente a un enemigo que las niega y sobre los que el líder descarga toda su ira. El pueblo y no el ciudadano es el protagonista.

El líder construye un relato dicotómico con dos polos enfrentados; en uno de ellos están los sectores populares y los sectores de clases medias o de burguesía industrial favorables al régimen, con una contraparte en conflicto donde se agrupan los opositores en general. Es la construcción perfecta de la oposición amigo-enemigo, el pueblo y el anti-pueblo. Se hace notar que en el populismo no se habla de proletariado como clase elegida, sino de pueblo, un término cuya denotación es difusa, pero que admite el policlasismo.

Entre el primer populismo y el actual, el enemigo identificado en el discurso ha tenido algunas variantes. En el populismo de los años 30 y 40, se trataba de las élites sociales nacionales: la oligarquía exportadora y el imperialismo extranjero vinculado a éstas. Después de la 2da. Guerra Mundial las relaciones con las potencias económicas se suavizaron en parte, por el cambio operado en los regímenes latinoamericanos hacia una política económica de desarrollo nacional y de proteccionismo industrial. El antagonismo sin embargo siempre estuvo presente.

Al enemigo interno, se le acusa de estar en connivencia con el extranjero contra los intereses del país y recibirán los epítetos de “vendepatrias”, “cipayos”, e “imperialistas”, y se hacen extensivas esas diatribas a todos los que reclaman un estado de derecho y libertades republicanas por ser opositores al populismo. Una situación relacionada estrechamente con el nacionalismo, porque al rechazar la vinculación con los países democráticos occidentales aduciendo razones de dependencia económica, los regímenes políticos democráticos de éstos últimos también se hacían sospechosos de atentar contra el pueblo y así las democracias liberales resultaban desacreditadas y podían ser negadas a favor de una conducción carismática.

En los nuevos populismos el enemigo foráneo, es alguien con quien se sigue comerciando (Karl Schmitt, ”El concepto político”) porque no hay otra solución en un mercado abierto y globalizado. Con intermitencia se rompen las relaciones diplomáticas. En Venezuela el discurso Chávez/Maduro es particularmente agresivo con el imperialismo yanqui, su principal comprador de petróleo, con quien mantiene importantes acuerdos comerciales y de donde extrae el 96% de sus ganancias. En verdad, EEUU es un enemigo simbólico, por ser el país capitalista más importante del mundo, que el líder percibe como su principal escollo para alcanzar el socialismo anhelado tanto en su país como en la región. Sus diatribas antiimperialistas también pueden tener otra explicación: encontrar un enemigo contra quien luchar es un incentivo psicológico para lograr el apoyo de sus seguidores y una bandera significativa para el propio líder al enfrentar un contrincante tan poderoso, con quien pelea únicamente en el terreno de las palabras.

Los enemigos internos son en este caso los partidos políticos y los políticos en general, porque varios recibieron graves acusaciones de corrupción en un pasado reciente y son culpables de haber impuesto medidas económicas liberales ortodoxas, como privatización de las empresas públicas u otras empresas nacionalizadas en el pasado, achicamiento del Estado y aplicación de políticas de ajuste fiscal muy constrictivas, que produjeron graves daños a la población. Lamentablemente a fines de los 80, los partidos políticos en Ecuador, Argentina, Venezuela, Bolivia y Perú, ante la crisis económica por causa de la inflación y la gran deuda externa, decidieron buscar una salida adoptando políticas liberales de “shock” que no eran aplicables a los países latinoamericanos, con una historia y una idiosincrasia muy distinta a la de EEUU y la Gran Bretaña de Margaret Thatcher, donde algunas de estas políticas fueron exitosas en la década del 80 y lograron revertir un proceso económico en franca declinación.

Cuando se trata de nombrar a los enemigos internos del régimen no se ahorran adjetivos para denostarlos; basta leer las alocuciones por televisión del Presidente Rafael Correa en Ecuador. Ese lenguaje demonizador es usado por todos los bolivarianos.

La polarización política resultante de ese lenguaje divisionista es muy negativa para restaurar la confianza en el sistema político en el futuro y construir una sociedad realmente democrática, aunque confiamos que esos clivajes tan profundos sean menos dramáticos que en el pasado.

d-Fuerte impronta anti-liberal

El relato populista fue siempre corporativista de corte fascista o socializante, poniendo especial énfasis en la integración de los gremios de trabajadores al aparato estatal y en el intervencionismo del estado. El populismo latinoamericano tanto en la primer época como en la segunda, aparece en un momento de desencanto de los bienes aportados por la democracia liberal, el parlamentarismo, el sistema de partidos y los líderes surgidos de su seno. Manifiesta un fuerte rechazo hacia la actuación parlamentaria por considerarla propicia a la discusión permanente sin resultados concretos, ineficaz para dar soluciones en un momento de crisis. Rechazan a los partidos políticos por considerarlos más preocupados por sus intereses particulares que por los del país; y a los políticos por corruptos. A decir verdad la corrupción ha sido una constante en muchos de los gobiernos de América Latina en el largo plazo, aunque ese vicio de la política ha ganado también a la mayoría de los líderes populistas con inusitada fuerza.

Getulio Vargas abominaba abiertamente de los partidos, y los prohibió en Brasil en 1937 en la nueva constitución; creía superior la formación de movimientos integrados por todas las clases sociales como lo había logrado el fascismo en su momento. En la Argentina con el Gral. Perón, el partido Peronista (1946) - luego Partido Justicialista, - que se había formado a partir de un movimiento de apoyo al jefe militar y Director de la Secretaría de Trabajo y Seguridad durante el gobierno militar de facto, actuaba sin oposición real, puesto que la propaganda de los opositores por los medios de comunicación de la época estaba prohibida. Lo mismo puede decirse de México durante los largos años de hegemonía del PRI (Partido Revolucionario Institucionalizado). Los partidos no estaban prohibidos, pero había un solo partido ganador en todas las elecciones, recurriendo sin ambages al fraude si era necesario. Tampoco Velasco Ibarra en Ecuador permitió la constitución de los partidos, prefiriendo mantener un movimiento policlasista bajo su dirección. La visión antipartidista de Alberto Fujimori se mide en sus palabras “En el Perú no existen partidos políticos…El poder soy yo, es verdad. Pero es un poder que me fue dado por el pueblo. Yo lo represento” (Diario El Comercio de Lima, 21/6/1993) (Fridenberg, 2007). Fujimori por carecer de mayoría en el poder Legislativo no buscó construir consensos, sino que atacó a los partidos tradicionales, culpándolos de todos los males del país y gobernó por encima de las instituciones políticas.

A pesar de su fuerte discurso político anti liberal, los populismos tempranos no fueron radicalmente anti-capitalistas en lo económico. Los viejos y los nuevos populismos son partidarios del intervencionismo estatal, las estatizaciones de empresas extranjeras, la creación de empresas estatales de servicios públicos, la reforma agraria, la reglamentación de actividades en diversos ámbitos sociales, la inclusión dentro del estado de las organizaciones de trabajadores, pero no eliminaron el capitalismo, limitaron su libre competencia bajo el ojo controlador del estado. Aún en el caso de Venezuela con sus amenazas constantes a los empresarios que deja pocas oportunidades a la iniciativa individual y un proceso avanzado de socialización, late un debilitado capitalismo que siguió contribuyendo a las arcas del estado.

Ni Getulio Vargas, ni el Gral. Perón, ni ninguno de los otros líderes populistas de la primera época, estuvieron interesados en hacer desaparecer el capitalismo, sino en dominarlo mediante la permanente intervención del estado. Lo que más les preocupaba a estos líderes era evitar el desorden, la división entre capital y trabajo como fuente de conflictos; el capitalismo podía existir mientras estuviera la sociedad entera fuertemente controlada por el partido y su líder máximo. Es el concepto de “comunidad organizada” de Perón. Lo que no creían era en la posibilidad de la democracia. Tanto en la versión fascista como en la comunista de estos regímenes, el objetivo se cumplía mediante esta voluntad organizativa de una nueva sociedad políticamente dominada. La prueba es que las huelgas descendieron radicalmente, los dirigentes sindicales y sus organizaciones se integraron al estado. Getulio Vargas construyó un status corporativo para los trabajadores copiado de “La Carta del Laboro” de Mussolini, que en Brasil se llamó de “ciudadanía regulada” donde todos los beneficios sociales de los trabajadores dependían de su inclusión dentro del sindicato dirigido y controlado por el estado. Lázaro Cárdenas en México mediante decreto presidencial recreó el viejo partido de la revolución, que se llamará en adelante Partido de la Revolución Mexicana y lo articuló para organizar corporativamente a la población trabajadora en cuatro grandes sectores sociales: la Confederación de Trabajadores de México (CTM); la Confederación Nacional Campesina (CNC), el ejército; y los populares (funcionarios públicos y clase media en general). En adelante serán esos sectores corporativos la vía de acceso al partido. El modelo que inspira estas reformas es o el socialismo soviético o el fascismo, por lo tanto se encuadra la participación política a partir de órganos de la economía (las corporaciones), y no por la participación directa individual como en las democracias representativas.

El movimiento hacia el “socialismo del siglo XXI” parece un hecho extraño en un continente latinoamericano que después de los quiebres constitucionales de la década del 70, decía acercarse definitivamente a fortalecer las instituciones democráticas. Una conjunción de hechos desvían nuevamente la línea de progreso anunciada.

Veamos algunas de las circunstancias que llevaron a ese quiebre. La disolución de la URSS dejó a los Partidos comunistas locales en una situación de perplejidad, abatimiento y muy debilitados es su estructura al faltarles el apoyo económico de la institución madre. (Garcé, 2006). Sin embargo algunos intelectuales socialistas pronto se repusieron del impacto y confesaron que el modelo de la Unión Soviética había sido un error: se habían apoyado en un capitalismo de estado, con un gobierno totalitario, etc. y que el socialismo debía encausarse en otro modelo para llegar a su meta y se pusieron a buscar una nueva formulación del socialismo. Es así que surge el concepto de “socialismo del siglo XXI” en la escena mundial en 1996, formulado en un libro de ese nombre por el activista alemán Hanz Dieterich Steffan, al que se le unen luego otras voces en la búsqueda de una “democracia de calidad total”. Después de una etapa de “pesimismo cultural” en la izquierda latinoamericana por haber perdido su principal referente y conductor, el Partido Comunista de la URSS, es natural que la Cuba de Fidel Castro se posicionara nuevamente en su rol de dirección de esa izquierda, que había perdido desde la década del 70. Al iniciarse el nuevo siglo con la presidencia de Hugo Chávez, Cuba es nuevamente la meca donde se reaviva el sentimiento de unidad en torno a un proyecto de cambio al socialismo.

El término “socialismo del siglo XXI” alcanzó difusión mundial cuando fue mencionado por Hugo Chávez en el V Foro Social Mundial de Porto Alegre el 30 de enero de 2005. Este nuevo socialismo no tiene una definición única, aunque se ha mostrado proclive a actualizarse al mundo de hoy y guardar consideración a algunos aspectos normativos propios de las sociedades liberales. En un discurso de la campaña electoral del 2006, Chávez decía: “debemos transformar el modo de capital y avanzar hacia un nuevo socialismo que se debe construir cada día”. Sin embargo cuando alcanzó la victoria electoral comenzó a verter contenidos concretos a su propuesta socialista y propuso ideas, estrategias e instrumentos para provocar la transformación revolucionaria de la sociedad. En estos textos se da un giro más estatista a las orientaciones económicas del gobierno y se expresan claramente tendencias a socavar las instituciones liberales que se habían aprobado en la primera Constitución promovida por el mismo Chávez en 1999.

La reelección de Chávez en el 2006:

fue interpretado por el Presidente y sus colaboradores como un apoyo a tendencias que se estaban fortaleciendo desde el 2003, es decir, el debilitamiento de instituciones liberales como las de representación y de autonomía de los poderes públicos a favor de modalidades de democracia directa y de concentración de poderes en el gobierno central, especialmente en el presidente y en el personalismo. Las victorias electorales parecían avalar una radicalización de la intervención del Estado en la economía y una mayor distribución hacia abajo de la renta petrolera (López Maya, 2008).

Para que la figura del caudillo carismático pesara en el diálogo directo con el “pueblo”, había que eliminar a los intermediarios, es decir, los partidos políticos. Eso explica el discurso antipartido de los seguidores de Chávez. “Una concepción muy personalista del poder, un poder que no se comparte con los adversarios, ni menos aún con la oposición y que no admite controles ni instancias intermedias que hagan sombra” (Malamud, 2010).

El proceso político venezolano presentó desde el 2006 tendencias contradictorias entre las acciones y el proyecto chavista; por un lado, un aspecto central y clave de la legitimidad de dicho proyecto era brindar una democracia más profunda que requería una creciente participación del pueblo venezolano en las decisiones y gestión públicas; sin embargo, tanto la reforma constitucional presentada por el presidente en la Asamblea en el 2006, - luego rechazada por el pueblo en el 2007 -, como las acciones posteriores desde el Ejecutivo marcaron una tendencia a constituir el “Poder Popular” fomentado por Chávez (a través de las Comunas y las Misiones bolivarianas), como estructuras del Estado y se asentaron dispositivos que revertirían el proceso de descentralización político-administrativo, propiciando la concentración de facultades y toma de decisiones en el Presidente.

Más que una visión global o estratégica el gobierno bolivariano buscaba fórmulas concretas y rápidas que le permitieran reactivar el aparato productivo, de ahí que aparecieran en el terreno económico las Nudes (“Núcleos de desarrollo endógeno”), y las “Misiones”, mecanismos de emergencia para solucionar las carencias generadas por el paro petrolero de 2002. Estas estructuras “…están dentro de la misma búsqueda conceptual del bolivarianismo por encontrar fórmulas que fortalezcan la economía social y estimulen la participación. La idoneidad o viabilidad económica de las mismas juegan un rol secundario” (López Maya, 2008).

La bonanza petrolera facilitó también la radicalización de la política internacional, que pasa de ser partidaria de la “tercera vía” en la primera presidencia, a ser fuertemente “antiimperialista”, reflotando aspiraciones de protagonismo de Venezuela en el escenario interamericano y mundial. Venezuela como “potencia regional” había sido un incentivo poderoso para los militares bolivarianos ya desde la década del 50, cuando rodeaban al dictador Pérez Giménez (1952-1958).

El populismo se justifica a sí mismo por su afiliación al orden democrático, que siempre busca la participación del pueblo y el bien de la mayoría. Sin embargo contradictoriamente, los regímenes conocidos hasta hoy están asociados al rechazo de las instituciones democráticas: de los partidos políticos, de los parlamentos y de los políticos; el cercenamiento de las libertades individuales y el amordazamiento de los medios de comunicación y la no aceptación de un Poder Judicial independiente, y lleva implícito además el desinterés por la gente ilustrada, por la burocracia y por la educación.

e-Nacionalismo

Para explicar la euforia nacionalista del primer populismo debemos exponer la situación de irreparable agotamiento del tipo de producción para la exportación, la que se denominó desarrollo “hacia fuera” y que hoy llamamos libre mercado. Con esa declinación de la economía de exportación de materias primas por la cual se logró la inclusión de estos países nuevos en el mercado internacional a mediados del siglo XIX, vino también el decaecimiento de las oligarquías productoras de esas materias exportables. El desastre de la primer Guerra Mundial (1914-1918) que hundió a Europa en la miseria y luego la catástrofe internacional que significó la caída del mercado de capitales en Wall Street en el año 29, impulsó a los países americanos a iniciar como respuesta la aceleración del proceso de industrialización y posteriormente de sustitución de importaciones.

La modernización provocada por el desarrollo industrial desencadenó a su vez la llegada masiva de campesinos a las ciudades, - desalojados de la campaña por la inexorable conversión capitalista de las estancias -, para obtener empleos en el nuevo mercado de trabajo industrial y encontrar condiciones para mejorar sus niveles de vida. Este fenómeno de la llegada de masas con escasa o nula educación desde el campo, pero también de una emigración europea con conocimientos de oficios huyendo de la miseria, presentó a los gobernantes el desafío de inclusión de esas masas movilizadas, hacia la política activa y la economía industrial para concretar su sueño de ascenso social, la “revolución de las aspiraciones” de que hablaba Gino Germani. (Germani, 1977) La necesidad de aplicar una política de masas, como respuesta al proceso de modernización, no pudo concretarse por parte de un sistema de partidos en formación. Sin un sistema de partidos estables, con alternancia o posible alternancia en el poder por medio de votaciones libres y amplia participación ciudadana, no lograron incorporar a sus programas partidarios, una solución a los problemas de las clases populares que así lo demandaban. Esa debilidad propia de las instituciones de la democracia fue la que creó el vacío de poder que permitió durante las crisis económicas, o bien los golpes de estado militares, o bien, la aparición de líderes sin experiencia política anterior, que mediante el discurso demagógico formaron movimientos nuevos y se convirtieron en la voz de esas masas desorganizadas pero anhelantes de mejorar su condición social. Los nuevos líderes convirtieron a las élites tradicionales en su principal enemigo, junto a los partidos políticos que los habían precedido, incluyendo los partidos socialistas y comunistas y por supuesto a las potencias económicas.

A la política económica liberal aplicada hasta entonces, se oponen las políticas relacionadas a proteger el contrato de trabajo, la seguridad social, la participación de los trabajadores en los beneficios de las empresas, el subsidio para los artículos de consumo popular, el proteccionismo a las industrias nacionales, la intervención permanente del estado, (nada de esto es diferente a las políticas implementadas por los países democráticos en situación semejante). La retracción de la libre competencia y el proteccionismo de estado van de la mano con el nacionalismo. Fue necesario verter hacia esas masas una fuerte dosis de patriotismo, para que estas comprendieran donde estaba el verdadero enemigo de su ascenso personal (el imperialismo europeo y sus cómplices), en un momento en que el país se cerraba para el exterior.

En los populismos modernos fueron los partidos políticos locales y el imperialismo yanqui como representante del detestado capitalismo, los que se convierten en los nuevos enemigos. La demonización de los partidos políticos, se debió como ya lo hemos expresado, a la inconveniente aplicación de todo un recetario de apertura de la economía, acompañado de un empeño por el equilibrio fiscal por parte de los líderes tradicionales. En Bolivia se sumó en el 2003, la radicalización de las movilizaciones populares contra la voluntad del gobierno apoyado por EEUU, de erradicar las plantaciones de coca y su sustitución por otra actividad agrícola.

El hundimiento de los sectores populares como consecuencia de las políticas de ajuste preparó el terreno para la llegada de nuevos populismos. Los líderes retoman el discurso demagógico de atribuir la culpa de los errores propios, - los políticos locales corruptos e incapaces y los que aprovecharon la situación en provecho propio -, al enemigo externo: el imperialismo, integrado por EEUU y por los organismos internacionales de crédito como el Banco Mundial y el FMI, que habrían presionado para que se realizaran reformas de ajuste fiscal.

El argentino Carlos Malamud expresa:

el nacionalismo latinoamericano tiene un fuerte componente antiimperialista que le da un sentido victimista al discurso de reivindicación de lo vernáculo. Se insiste una y otra vez que la totalidad de las calamidades y desastres que se abaten sobre América Latina se originaron fuera de la región. Ni más ni menos que la teoría de la dependencia en estado puro, aunque con el agregado insuperable de la teoría conspirativa. (Malamud, 2010).

El fervor nacionalista tradicional renace en Venezuela, Ecuador y Bolivia en la forma del “bolivarianismo”, un sentimiento de unidad popular en torno al héroe de la patria amenazada.

El bolivarianismo es una corriente de pensamiento político teóricamente basado en las ideas de Simón Bolívar (Pérez Vila, 1979) que ha cobrado una dimensión de culto para las fuerzas armadas venezolanas desde fines de la década del 70. Se fue dando en los cuarteles tempranamente con la formación de grupos de discusión y crítica, y se constituyó luego en una organización clandestina denominada EB 200 (Ejército bolivariano 200) en 1983, transformado luego en Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR 200) del que formaba parte Hugo Chávez, con el propósito de rescatar los valores patrios y exaltar la significación de las Fuerzas Armadas. El bolivarianismo remite a una idea de nacionalismo latinoamericano, de republicanismo y humanismo, pero difícilmente se avenga con el socialismo, dado el pensamiento extremadamente liberal del prócer. Los escritos de Simón Bolívar fueron interpretados por Hugo Chávez de acuerdo a sus propios intereses políticos y seguido por los líderes de los países americanos inspirados por su discurso y que forman parte del triángulo bolivariano.

En la ideología chavista se unen algunas propuestas de Bolívar, tomando en cuenta los famosos documentos del libertador (la Carta de Jamaica (1815), el Discurso de Angostura (1819) y el Manifiesto de Cartagena (1812)), con ideas revolucionarias marxistas (Marx y Engels, 1985) y rousseaunianas. La Alianza Bolivariana reivindica la postura del anti-imperialismo y el anticolonialismo para América Latina.

Así, contra la explotación colonial e imperialista, contra el capitalismo (definido como esencialmente depredador) y globalizante, se yerguen los líderes populistas y antiimperialistas latinoamericanos. El protectorado ideológico de Fidel Castro sobre Chávez ha permitido incorporar al discurso populista el elemento “socialista” que no figuraba en los discursos clásicos.

Los sentimientos patrióticos de los latinoamericanos se convirtieron mediante la palabra exaltada de estos líderes en un exacerbado nacionalismo.

¿Cuáles son gobiernos populistas?

Se impone tratar de ubicar en la tipología creada, cuáles son o han sido regímenes populistas en América Latina. No es tarea fácil. Se expone un listado que no es exhaustivo, sino una forma de aproximarnos a una realidad que nos es conocida como casos individuales pero al mismo tiempo difícil de percibir en sus semejanzas y diferencias. Se pueden distinguir tres períodos, que si bien califican todos dentro del populismo, se diferencian en primer lugar por el clima ideológico en que surgieron como consecuencia, o bien, de los conflictos internacionales, o los conflictos locales relacionados con la orientación económica de las élites políticas; y en segundo lugar, porque mientras la primera etapa corresponde a un momento inicial de la formación de la institucionalidad democrática, la segunda, responde más bien a un proceso de desintitucionalización, de involución de los adelantos en la cultura política democrática de los países involucrados. En el período aproximado de 1930 a 1955 aparecen los populismos “clásicos” que dieron el nombre a estos regímenes: el largo período de Getulio Vargas en Brasil quien gobernara bajo tres constituciones diferentes (1930- 1945); los dos primeros gobiernos del Gral. Juan Domingo Perón en la Argentina (1946 a 1955); las cinco instancias en que Velasco Ibarra fuera elegido presidente en Ecuador, aunque sólo lograra culminar uno de sus períodos constitucionales (1934, 1944, 1952-56, 1960, 1968); el frustrado Arnulfo Arias en Panamá (1941, 1948 y 1968) quien ganó la presidencia en esas tres oportunidades y fue depuesto de su cargo otras tantas veces; y el PRI mejicano (Partido Revolucionario Institucionalizado) con 70 años en el gobierno y que tuvo un momento de máxima inclusividad social con la llegada de Lázaro Cárdenas al poder (1934-1940). Cárdenas no pretendió mantenerse en la presidencia, porque el partido había adquirido un dominio total de las organizaciones sociales de México, y le bastaba al presidente saliente elegir a su sucesor para permanecer el partido-estado en el poder. El populismo mejicano recibió una gran influencia de la URSS, por tener origen en la revolución campesina de 1910.

El segundo período de los nuevos populismos incluiría dos casos, que podrían considerarse como populismos de derecha: Alberto Fujimori en Perú (1990-2000) y Carlos Menem (1989-1999) en Argentina. Fujimori comienza con promesas electorales de izquierda y luego de alcanzar el poder toma el programa estabilizador de su rival Mario Vargas Llosa y lo radicaliza, encaminándose hacia soluciones económicas ultra liberales. El peronista Carlos Menem, cambia la constitución para promover su reelección, utiliza la estructura del Estado para su propio beneficio y ante la tremenda crisis inflacionaria de la Argentina, toma todas las posturas neoliberales y las aplica en profundidad, entre ellas la “ley de convertibilidad”, que transforma a la política cambiaria en el eje de su macroeconomía (un peso/un dólar) y en la de todo el Mercosur en consecuencia, medida con la que logra detener la inflación, pero cuya mala administración posterior condujo poco después a la gran crisis del 2001 en Argentina y del 2002 en el Uruguay.

En un tercer momento, los populismos más conspicuos realizan votos a favor del “socialismo del siglo XXI” y pretenden permanecer indefinidamente en el poder: Hugo Chávez (1998-2013) y su sucesor Nicolás Maduro en Venezuela (2008- ); Evo Morales en Bolivia (2005- ); y Rafael Correa en Ecuador (2006- ). Se incluye los gobiernos del matrimonio Kirchner en la República Argentina.

Hugo Chávez después de su intento golpista del 4 de febrero de 1992, ganó las elecciones de 1998 con un movimiento “bolivariano” de tipo nacionalista, apoyado por militares de izquierda politizados desde la década del 60 por integrantes del movimiento guerrillero derrotado. Ya en esa etapa se puso en evidencia los signos de debilidad del sistema de partidos, y curiosamente también la crisis del modelo de desarrollo centrado en la renta petrolera. Poco después del intento de golpe de Estado contra Chávez en el 2002, éste llega a un acuerdo con Fidel Castro, quien le brindará apoyo y asesoramiento por medio de ciudadanos cubanos, a cambio de petróleo con precio subsidiado para abastecer las necesidades de Cuba con autorización de vender el sobrante al exterior a precios internacionales. La política chavista estará desde entonces basada en tres principios: bolivarianismo, militarismo y socialismo.

Evo Morales fue el líder de varios movimientos campesinos, entre ellos los “cocaleros”, o plantadores de coca, y otros movimientos de legitimación indígena con relativa autonomía. Desde esta posición el movimiento indígena vio en su liderazgo la posibilidad de saltar a la política nacional. Evo Morales crea el “Movimiento al Socialismo” (MAS) y junto a un grupo de dirigentes de base enfrenta a los diferentes gobiernos a través de una fuerte acción anti-sistema. En las elecciones de 2005 el éxito electoral se debió a su capacidad de construir una coalición “etno-populista” de indios, gente de los barrios pobres habitados por inmigrantes rurales, activistas de izquierda y fundamentalmente por votantes nacionalistas. Debido a esa fuerte participación indígena su discurso incluye la demonización de España y de la conquista americana, con una interpretación histórica muy sesgada.

Rafael Correa fue un outsider de la política que llegó al liderazgo a partir de la crisis de los partidos tradicionales, la apatía, la corrupción y la dispersión del sistema político ecuatoriano. Ecuador padeció tres rupturas constitucionales de presidentes electos a través de elecciones competitivas desde el año 1997, que llevaron a una profunda inestabilidad política. Correa emerge como un populista “antipolítico” retomando elementos del populismo clásico, “donde el pueblo aparece con virtudes morales puras y el líder identifica enemigos según su particular visión de la realidad” (Freidenberg, 2007).

El régimen político en la Argentina fue definido por Guillermo O´Donnell en la década del 80, como una “democracia delegativa”; serían aquellas democracias en las cuales una vez electo el presidente asume la totalidad del poder y no se siente obligado a rendir cuenta de sus actos a la opinión pública; se trataría de una democracia débilmente institucionalizada, imperfecta, con reglas de juego políticas basadas en una profunda división social, de tal modo que quien gana las elecciones asume todo el poder y lo ejerce sin restricciones. El matrimonio Kirchner en sus tres gobiernos (2000-2016) no sólo mantuvieron una estrecha relación con el chavismo bolivariano, sino que profundizaron la baja institucionalidad republicana. Asumieron una posición de crispación para dividir a la sociedad, generar polarización; casi diariamente un nuevo enemigo aparecía en el horizonte, ya fuera la prensa, la Iglesia, los empresarios, los militares, los Estados Unidos, el Uruguay, la izquierda o la derecha, etc. Los opositores fueron duramente perseguidos, sin posibilidad de respuesta, puesto que dominaban el aparato estatal, incluido el Judicial.

Es más dudoso que podamos incluir en esta lista a Daniel Ortega de Nicaragua. Luego de perder tres elecciones consecutivas Ortega llegó al poder y no quiso abandonar más la presidencia hasta hoy, mediante sucesivas reformas constitucionales que avalan la reelección. Pese a las apariencias y a su discurso fuertemente izquierdista, es tan enorme el dominio que posee Ortega sobre la población de Nicaragua, el grado de corrupción a favor de las arcas del presidente, la presencia permanente en el poder de su esposa y otros familiares, la poca atención del gobernante sobre los problemas económicos de los nicaragüenses y los escándalos sobre su comportamiento personal, que se asemeja más a la figura de Anastasio Somoza, a quien presuntamente vino a combatir desde las filas del Movimiento Sandinista de Liberación Nacional. El caudillo dictador vitalicio Anastasio Somoza fue dueño de casi toda la riqueza del país, sólo compartida con algunos de sus colaboradores más cercanos y familiares. Pertenece a la misma saga de caudillos militares como Stroessner en Paraguay y Trujillo en República Dominicana.

Chile se ha mantenido dentro de los parámetros de una social democracia al estilo europeo con los presidentes Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, ambos candidatos del Partido socialista chileno. Brasil y Uruguay, a pesar de que muestran simpatías por la revolución bolivariana y forman parte del círculo amistoso de las izquierdas creado alrededor de los presidentes de Venezuela y Cuba, son gobiernos que se han mantenido dentro de los parámetros de una forma republicana y democrática de gobierno y podemos ubicarlos también dentro de las social-democracias (Lanzaro, 2010). En Uruguay las claudicaciones a la Constitución y la ley fueron neutralizadas por el Poder Judicial.

En cuanto a Cuba, se ha intentado por algunos intelectuales como el mejicano Octavio Ianni, justificar su ubicación dentro de los populismos latinoamericanos (Ianni, 1977); pero si bien pudo haber integrado esa denominación en los dos primeros años de la revolución (1959-1962), cuando todavía se nos mostraba un Fidel Castro con gran apoyo popular, buscando aliados en América Latina, tempranamente se volcó al marxismo-leninismo, bajo la protección de la URSS, e instaló una dictadura totalitaria de tipo estalinista, que perduró intacta hasta por lo menos la llegada de su hermano Raúl Castro a la presidencia.

Algunas consideraciones finales

Los gobiernos populistas debieron contar siempre con el apoyo de los militares para mantenerse en el poder. Juan Domingo Perón había salido de sus filas, y siempre tuvo un importante respaldo del cuerpo militar, en gran parte debido a que sus antiguos compañeros compartían su ideología fascista, desde los tiempos que respaldaban el triunfo del Eje Berlín-Roma durante la segunda Guerra Mundial. Getulio Vargas, era un civil, pero los militares lo apoyaron porque ellos también competían por el predominio político con los partidos y estaban enfrentados a las élites económicas, hasta que cuando terminó la Guerra en 1945, le quitaron su confianza y tuvo que dimitir. Velasco Ibarra y Arnulfo Arias por el contrario se vieron imposibilitados de lograr culminar sus mandatos, porque los militares eran opuestos a su ideario populista. En el caso mejicano, Lázaro Cárdenas había encontrado la manera de mantener el apoyo de las Fuerzas Armadas, incluyéndolos hábilmente dentro del partido único (PRI), como una corporación más del partido-estado. En Perú, Alberto Fujimori contó con el respaldo del ejército cuando en el “auto-golpe” de abril de 1993, disolvió el Congreso y quitó a sus opositores la magistratura y la administración pública. La alianza sellada con las Fuerzas Armadas, se manifestó en su negativa a investigar las violaciones de los derechos humanos durante su lucha contra Sendero Luminoso y en la obtención de una gran autonomía para el ejército. En la etapa de los neo-populismos, un importante número de militares venezolanos entraron tempranamente en contacto con miembros de los movimientos de la izquierda revolucionaria de la década del 60 derrotados en la lucha armada, así como también pequeñas organizaciones de izquierda radical, algunas de las cuales siguieron justificando la necesidad de la violencia para alcanzar el poder y hacer la revolución. Los militares conservaron simpatías hacia las ideas socialistas y por esa razón han sido receptivos al mensaje de Chávez y su sucesor. En la campaña electoral de 1998 que puso en el gobierno por primera vez a Chávez, el MBR 200 creó una estructura electoral, el Movimiento Venezolano Revolucionario (MVR) que le permitiría, sin contaminar la vida interna del ejército, establecer alianzas con grupos y organizaciones de signo diverso que deseaban acompañar la candidatura de Chávez. Tal el caso de agrupaciones que rechazaron la vía violenta y reconocieron la democracia procedimental como necesaria para alcanzar el cambio socialista, como el Movimiento al Socialismo (MAS) y La Causa R (LCR), los desmembramientos más importantes del Partido Comunista de Venezuela y otros grupos más pequeños. La politóloga Margarita López Maya expresa: “Estos partidos nutrieron al movimiento bolivariano de ideas y propuestas de descentralización y democracia directa en la gestión pública”. Los éxitos electorales del MVR terminaron por relevar al MBR 200 como partido del movimiento.

El golpe de Estado del 2002 y sobretodo el paro petrolero de 2002-2003, reforzaron la importancia de los militares, activos y retirados, en la supervivencia tanto del movimiento como del gobierno. Esto ha redundado desde entonces en una acentuación del protagonismo militar y en lógicas militaristas en el funcionamiento de la administración pública. (López Maya, 2008).

A los aspirantes a populistas los vemos siempre asociados a la búsqueda del apoyo militar.

¿Porqué fracasó el proyecto económico populista en América Latina cuando en las tres primeras décadas del siglo pasado la sociedad de masas irrumpió en la política nacional?.

En la Argentina, - un caso muy bien estudiado por peronistas y antiperonistas -, la compatibilidad entre crecimiento económico y adhesión masiva provocada por la satisfacción de las demandas de los sectores populares se interrumpió abruptamente por el debilitamiento económico. El régimen se volvió más radical y aumentó el intervencionismo estatal, con lo cual las tensiones políticas se volvieron insoportables y la mayor parte de la clase media y empresarial ahora en serios problemas de supervivencia, - habían apoyado a Perón en un momento de auge económico -, ahora se apuraron a abandonarlo y correrse hacia la democracia.

Solari, A. y Franco, R. en el diagnóstico sobre el populismo temprano, explican que la combinación de medios domésticos inflacionarios y deuda externa, sumado a la falta de inversión externa condujo a una situación sin salida, que obligó a ellos mismos a adoptar estériles programas de austeridad financiera que pusieron fin a sus pretensiones desarrollistas: “..manejaron mal la mayoría de las corporaciones públicas y su dependencia de la política de clientela, los tornaron incapaces de crear los excedentes necesarios para el desarrollo” (Solari y Franco, 1976). Los líderes populistas dependieron siempre de un alto nivel de movilidad de las masas, para hacerlas avanzar hacia niveles más altos de participación política y económica de acuerdo a sus fines. Sin embargo, responder a las expectativas crecientes de las masas requería de un crecimiento considerable de la economía. La imposibilidad de compatibilizar ambas exigencias, sumado a una economía en declive, terminó expulsando a estos regímenes del poder. Lo mismo está sucediendo actualmente con la baja de los precios del petróleo para el caso de Venezuela y Ecuador, en medio de la inestabilidad del comercio internacional, por esa razón está seriamente comprometida la continuidad del proyecto de cambio hacia el “socialismo del siglo XXI”.

El populismo manifiesta una actitud ambivalente entre la izquierda y la derecha, porque los temas de su discurso se transforman en el de su contrario, dependiendo del contexto. Los ataques contra el capitalismo, los ricos y las oligarquías propios del mensaje socialista, aparecían también en los discursos de Hitler como “los explotadores capitalistas” y “los ricos judíos”. Ese equívoco le permitió a los populismos tempranos captar a individuos de las más disímiles formaciones: fascistas, anarquistas, católicos, socialistas, comunistas y a disidentes de los antiguos partidos. La dirección del movimiento “peronista” ilustra esa extraña asociación de ideologías, pero en la actualidad las huestes bolivarianas también muestran una alianza heterogénea. Evo Morales en Bolivia, logró unificar tempranamente a los plantadores de coca del Trópico Cochabambino, con integrantes del Movimiento al Socialismo (MAS), a líderes de pequeñas tribus indígenas, con intelectuales de izquierda. Rafael Correa para la elección del 2006, formó con otros políticos ecuatorianos el Movimiento “Alianza PAÍS”, integrado por diversos movimientos y grupos sociales; luego Alianza PAÍS firmó una alianza con el Partido Socialista Frente Amplio y un acuerdo programático con el Partido Comunista de Ecuador. Para la segunda vuelta electoral se le unieron pequeños partidos moderados o de origen indígena. En ambos casos la unidad está asegurada por la existencia de un enemigo común.

El populismo no es un fenómeno que pueda extinguirse completamente en América Latina mientras subsistan la corrupción como una causa de desestabilización política; la baja estructuración de los partidos políticos, que muchas veces no son más que un título para un liderazgo personal y una cultura política débil en los ciudadanos. Cada cierto tiempo, ante los quiebres de la economía en la vida de los pueblos latinoamericanos, el discurso de la igualdad se impone a la razón normativa y resurgen movimientos igualitaristas en clave populista

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Recibido: 09 de Octubre de 2016; Aprobado: 11 de Noviembre de 2016

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