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Lingüística

versión On-line ISSN 2079-312X

Lingüística vol.28 no.1 Montevideo dic. 2012

 

Lingüística

Vol. 28, diciembre 2012: 277-284

ISSN 2079-312X en línea

ISSN 1132-0214 impresa

 

 

 

José Luís Rivarola

(1943-2012)

 

 

Un día después de su cumpleaños falleció mi amigo y maestro José Luís Rivarola. El final de una terca y silenciosa enfermedad lo sorprendió en su casa de Padua, el último 10 de abril. Con José Luís, la filología y la lingüística hispanoamericanas pierden a uno de sus más destacados estudiosos, un investigador que supo penetrar los rincones más sensibles del español, sin abandonar la descripción rigurosa y fundamentada ni renunciar a una preocupación teorizante de los hechos lingüísticos que ganaron su atención e interés. Para la comunidad académica peruana es, por cierto, la pérdida de un profesor universitario que alimentó y enriqueció la curiosidad por la lengua, por su historia y, en particular, por aquello que suele silenciar la voz y la letra pero que constituye el sentido más pleno del fenómeno humano y cultural que conocemos con el nombre de lengua y que nos hace seres irrepetibles no obstante los vínculos y pesos de un pasado que se renueva en la originalidad de cada acto de habla. Fue José Luís hombre lúcido, generoso, capaz de asombrar en su discreción y en el callado retiro de una vida consagrada al estudio y la investigación.

José Luis Rivarola estudió en la Pontificia Universidad Católica del Perú y en la Universidad de San Marcos; discípulo de Luís Jaime Cisneros, que sembró en él la actitud filológica y el valor de la amplitud de miras. Más tarde pasó varios años en Alemania, en la Universidad de Heidelberg, bajo la tutela de K. Baldinger y K. Heger, años en los que tomó contacto con las hipótesis y reflexiones semánticas que impulsaban ambos profesores y años en los que, a las bases filológicas adquiridas en Lima, sumó la tradición romanista, creando para sí una suerte de pisos teóricos y metodológicos, a la vez diferenciados e integrados, flexibles y dinámicos, que devino en la originalidad de sus análisis lingüísticos, historiográficos y de algunas obras literarias. De regreso a Lima, Rivarola se integró al cuerpo docente de la Pontificia Universidad Católica del Perú y empezó el duro trajinar del joven doctor que, de vuelta a casa, abre las puertas en búsqueda de nuevos caminos. Por entonces, José Luis funda Lexis. Revista de lingüística y literatura, hecho singular en un país entonces distante del debate académico que José Luis había atestiguado y en el que intervino, durante su estancia alemana, con el artículo que publicó con K. Baldinger (1971) sobre los vasos comunicantes, epistemológicos y de método, entre la teoría fonológica, la diacronía y la lingüística tradicional y cuando tomó posición ante las pretensiones generativistas de explicar el cambio f > h (1972). Del aprecio de Baldinger y Heger por el discípulo peruano quedan dos testimonios más. Las traducciones confiadas a José Luís, por Baldinger, de su Teoría semántica (1970) y, por Heger, de su Teoría semántica II (1974). Creo que su estupendo estudio sobre las conjunciones concesivas (1976), pionero en el campo de la sintaxis histórica, trasluce una concepción integral de los fenómenos verbales y muestra la fuerza y el alcance del análisis y de la creatividad esperables en el discurso científico, pero, adicionalmente, evidencia un singular maridaje de la tradición romanista con un hispanismo que ya afirmaba la primacía de los textos, los discursos y la pragmática como dimensiones fundamentales en la historia de las lenguas y como ventanas que permiten observar los cambios gramaticales en el uso o, si se quiere, que demuestran la necesidad de describir y explicar los cambios en la lengua a partir de lo registrado en el uso y no sobre la base de hipótesis antojadizas o de argumentaciones tautológicas e inflexibles.

Pues bien, la permanencia de Rivarola en el Perú se prolongó hasta mediados de los años noventa del siglo pasado, cuando se instala nuevamente en Europa, esta vez en Italia, como catedrático de Filología románica de la Universidad de Padua. Sin temor a equivocarme, pienso que fue en Padua donde logró la profundidad y amplitud que hizo de su obra referencia obligada en el hispanismo contemporáneo. La diversidad de sus intereses y las principales líneas de su trabajo quedaron registrados en la bibliografía que abre el volumen con el que Lexis (2003) celebró sus sesenta años, listado más tarde actualizado y alojado en el sitio web de su currículum personal en la Universidad de Padua.  El lector verá en ambas bibliografías cómo José Luís supo transitar del campo lingüístico al filológico y viceversa, de la sincronía a la diacrónica, sin que esas idas y venidas, siempre asumidas con pulcritud y agudeza, le impidieran algunas excursiones en el campo literario, sea de obras en prosa o en lírica, ni cumplir con sus compromisos con las distintas asociaciones internacionales que integró, como ALFAL, por cierto.

De toda esa extensa obra, ciertamente que sus trabajos sobre el español de América merecen consideración especial. Desde mediados de los años 80 del siglo XX hasta su muerte, el español de América fue el tema que lenta pero consistentemente ganó el centro de sus investigaciones y de sus preguntas historiográficas. Creo que fue, por cierto, en ese campo, donde José Luís dejó sus mejores estudios y donde sus ideas y reflexiones avivaron el interés por una variedad del español que, desde su imposición en el continente, ha marcado el compás de historias diversas y complejas, de asimetrías y contactos, en una veintena de naciones independientes que, de buenas a primeras, entraron en relación con un pasado ajeno y, a la vez, propio. En 1990 publica una colección de 10 estudios agrupados bajo el título La formación lingüística de Hispanoamérica que rápidamente ganó la atención de los especialistas porque, en conjunto, esos ensayos ofrecieron una nueva manera de conceptualizar la historia del español americano, del contacto de lenguas y de otros fenómenos afines que requerían ser contextualizados en el marco de la historia de sociedades en formación y ruptura. Esos 10 ensayos muestran la amplitud de miras que exige la vida social de una lengua. Desde ese libro, hasta el 2000, que aparece el segundo, El español de América en su historia, José Luis publicó decenas de artículos en revistas, homenajes y actas de congresos vinculados con el español americano o con su otra pasión: El Inca Garcilaso. El nuevo libro también reúne 10 ensayos, todos encadenados por una prosa pulcra y cuidada, razonada en su disposición y amoldada a la vocación de José Luís por integrar conceptos, hechos y razonamientos que permitan ofrecer descripciones y explicaciones signadas por la reflexión y la prudencia. Es la actitud del filólogo. En este libro, el lector encuentra con frecuencia afirmaciones del autor que trascienden el español de América y que, más bien, corresponden a la teoría del cambio lingüístico y del contacto de lenguas. Como en el primer libro citado, insiste Rivarola otra vez en que falta más trabajo de archivo y mayor cuidado filológico en la edición de los documentos coloniales. A subsanar ambos vacíos contribuyeron precisamente dos colecciones de textos peruanos, elaborados por indios bilingües durante los siglos XVI y XVII, que da a conocer Rivarola, el primero, el año 2000, y, después, el segundo, el 2009. Ambas publicaciones ofrecen una base documental imprescindible para conocer la formación del español peruano y la diversidad de contextos y dimensiones inherentes a la difusión e imposición del español en los territorios del antiguo imperio inca. Cosa curiosa: la publicación del 2009, el último libro de José Luis, está dedicado al maestro de sus años doctorales: K. Baldinger.

La amplitud temática y la vocación de captar en lo posible la amplitud vital de una lengua corren de la mano de algunos peligros latentes: la contradicción, la incoherencia y el salto al vacío. Si bien no son necesariamente defectos cuando se los reconoce o cuando responden a la evolución del pensamiento, al avance del trabajo y a los acertijos que trae consigo todo proyecto de investigación, José Luís mantuvo desde el inicio una concepción integral de la lengua que no resbaló ante los peligros referidos sino que, más bien, incrementó su riqueza y alcance conforme avanzó el tiempo y creció su acervo teórico junto a la intuición y los datos. Me parece que fue en su ensayo ''La formación de un objeto histórico: a propósito del español de América'', publicado el año 2007, por Daniel Jacob y Thomas Krefeld en Sprachgeschichte und Geschichte del Sprachwissenschaft (169- 178), donde – a pesar de lo que decía José Luis sobre su texto – mejor formula su idea de lengua. Ahí escribe:

 

En tanto conjunto de tradiciones de habla que una comunidad posee en un equilibrio inestable, un idioma es una memoria colectiva pluriforme, heterogénea, de estratos múltiples, que sustancia y actualiza su uni(ci)dad en puntos móviles de convergencia: es decir, en las coincidencias fugaces del diálogo, en la escritura, que nos liga a un congénere ausente que habla atónitamente a nuestros ojos. Ese conjunto de tradiciones no se circunscribe al puro inventario de formas lingüísticas, las cuales, sin duda, son las que hacen posible, en un nivel primero y primario, la confluencia de las intenciones comunicativas: esas formas, en efecto, han sido en el pasado y son en el presente de su innumerable reiteración – agitándose siempre en el caleidoscopio de la variación estable y el cambio – ropaje y expresión de contenidos y valores, de experiencias y actitudes, de visiones del mundo, también de evaluaciones y de reflexiones sobre ellas mismas, así como sobre el sistema que integran y sobre la institución cultural que conforman (168)

 

Una lengua concebida de esta manera es un fenómeno dinámico, cambiante, social, pero, al mismo tiempo, esa concepción sitúa al objeto de estudio en las antípodas de cualquier marco conceptual monolítico, cerrado y positivista. No es difícil reconocer, por cierto, en la cita, las deudas de José Luís al hispanismo impulsado desde la escuela pidaliana, compensadas aquí con nociones labradas en la filología románica, en la lingüística alemana y en la sociolingüística contemporáneas. Sólo la idea de tradiciones de habla es, en sí misma, un botón de un universo conceptual que parte de reconocer la continuidad en lo variable, como expresión natural de la historia de una lengua, y, sobre todo, como idea que enraíza todo uso lingüístico, oral o escrito, en una constelación de elementos que se entrecruzan, sobreponen y entran en equilibrios muchas veces inesperados pero que, no obstante su aparente desorden, en conjunto, definen el sentido de las unidades verbales y la actuación de los hablantes. En ese fondo se apoyan las siguientes notas sobre el español de América que tomo de El español de América en su historia (2001: 45 y 54), adelantadas por cierto en el primer capítulo de la Formación lingüística de Hispanoamérica (1990):

 

[…] puede decirse que ''el español de América'' es reconocible – en un determinado nivel de generalización – como una de las variedades de la lengua española, sobre la base de la especificidad de sus tradiciones de habla. Pero, además, hay que decir que esa especificidad debe ser entendida como característica de una parte de un conjunto, cuya otra parte (…) se intersecta con la que corresponde al conjunto complementario constituido por el español europeo […] Creo que lo específico del español de América frente al español peninsular fue y es la conformación del perfil de la variación, más que determinados fenómenos particulares, si bien es cierto que estos también se dieron, y no sólo en el ámbito propio de los fenómenos del sistema de la lengua sino en el ámbito pragmático-comunicativo.

 

Perspectivas así desafían la rigidez y ''previsibilidad'' de marcos teóricos hechos al ritmo del momento, de alguna ideología o azuzados por la urgencia de originalidad, premuras todas que llevan a ignorar la historia de la ciencia y las preguntas que plantea el análisis sustentado en el acopio de textos y en la hechura de un corpus amplio y diverso. Pienso que ese tipo de perspectivas desemboca inevitablemente en admitir que, al final de cuentas, la suerte de una lengua la trazan sus hablantes. Y no es una perogrullada. Todo lo contrario. El olvido de los hablantes es lo que dio pie a entelequias e hipótesis, muchas de ellas ciertamente ingeniosas, que situaron el centro de interés lejos de la esfera de las personas y de los contextos en que usan su lengua. En ese olvido, no tiene mayor relevancia un hecho evidente: El español llega a América porque lo traen individuos hablantes de español y ahí entra en contacto con otras lenguas porque esos hablantes de español se encuentran con hablantes de otras lenguas. Quiero decir con esto: la historia de una lengua es la historia de sus hablantes y de sus respectivas comunidades lingüística. José Luís lo expuso de la siguiente manera en su libro de 1990 (157):

 

[…] una historia de una lengua, en un sentido amplio y comprensivo, no es sólo un registro de los fenómenos de cambio o una comparación de estados de lengua sucesivos […] Es también una historia de los hablantes y de su hablar, de los textos y de los estilos en los que se ha manifestado éste, de los fenómenos sociales, políticos y culturales que ha motivado la difusión o la inhibición de los cambios; una historia, asimismo, de la conciencia metalingüística que manifiestan los hablantes, ya sea en evaluaciones totales de su idioma, ya sea en la percepción de fenómenos particulares.

 

Y, claro, no se trata de individuos carentes de reflexión ni impedidos de juzgar los empleos que perciben en su entorno y que dan pie a actitudes y sentimientos de identidad, distanciamiento o, como sucede en muchos casos con las lenguas y hablantes indígenas, de desprecio y postergación. Ciertamente que las lenguas no son responsables de esas actitudes, en cambio, sí sus hablantes. Ellos actualizan valoraciones y creencias sobre la lengua materna o la ajena que suelen transmitirse en los espacios de convivencia, desde la casa, el barrio hasta la escuela y la política. No es una cuestión superflua. Al respecto razonó José Luís en su libro del 2009 (41 y 43):

 

[la conciencia metalingüística] se trata del saber secundario y reflexivo que todo ser humano tiene sobre el lenguaje (entendido éste como facultad general y como saber primario y práctico particularizado en una lengua); este saber secundario, concomitante a la adquisición del lenguaje, es un saber actualizado o actualizable, y se presenta de distintas formas y con distintos grados […] La relación histórica entre el objeto y la conciencia que se tiene de él no es de condicionamiento unilateral sino, en todo caso, más bien de interacción en la medida en que la especificidad de los fenómenos que marcan un perfil lingüístico puede motivar o acelerar el reconocimiento del objeto […] y en la medida en que el surgimiento o el robustecimiento de la conciencia metalingüística puede orientar en ciertos casos el rumbo de la evolución.

 

Claro que estas ideas exceden el interés por el español de América. Se sitúan en un ámbito disciplinar más amplio y en absoluto referido a un espacio comunicativo en particular. Sin embargo, resultan fundamentales cuando pensamos en la historia del contacto de lenguas en América y en los concomitantes procesos de formación de nuevas identidades sociales, procesos durante los que hablantes de lenguas distintas se vieron y oyeron por primera vez, con sus diversas historias a cuestas y con sus particulares modos de concebir al otro, al mundo y a Dios. No es, pues, extraño que, en la Formación (125), el filólogo Rivarola conciba la historia del contacto de lenguas en América en los términos siguientes:

 

Entiendo el problema no sólo como una cuestión referida a la relación entre sistemas lingüísticos, centrado en las formas en que se han producido los fenómenos de interferencia o en la naturaleza de los préstamos, sea entre las lenguas indígenas, sea entre ellas y el español; lo planteo también desde el punto de la difusión de unas lenguas, del anquilosamiento o la extinción de otras, de sus desplazamientos territoriales (…) Asimismo planteo el problema como el establecimiento de un nuevo orden de relaciones comunicativas, en el cual la lengua misma determina la naturaleza de éstas y su valoración social; y lo concibo, finalmente, también como el de la vivencia que han tenido los individuos y los grupos acerca de esos mismos conflictos, que han formado y forman parte ominosa del entramado social del Perú histórico.

 

De esta manera llego al principio de esta nota: El filólogo peruano que no olvida al Perú, su país, sino que a la distancia lo convierte en objeto de estudio, que penetra en su historia en busca de respuestas, aunque las preguntas sean silenciadas en la quietud del retiro y aunque sean preguntas planteadas en el interior de una persona reflexiva, culta y atenta. Una nota sobre un hombre así hubiera pecado de ingratitud y miopía si diera cuenta sólo de títulos, obras y presencias. Siendo José Luís un amigo con una obra tan extensa e importante, me pareció que esta nota debía expresar sus ideas y algunas de las rutas que nos señaló y que deberían servir de aliento y norte a nuevas exploraciones. Esa – a mi juicio – es la mejor manera de reconocer su contribución científica y de celebrar la vida y la amistad de José Luís Rivarola. Todo lo demás pasa y se olvida. Las ideas quedan, también los buenos amigos.

 

 

Carlos Garatea

 

 

Lima, 1 de noviembre de 2012

 

 

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