Tomada por Carlos Surraco, el arquitecto proyectista del Hospital de Clínicas, la fotografía (figura 1) muestra al edificio de la Facultad de Odontología en construcción, en una soleada mañana de finales de 1937 o comienzos de 1938. La fachada este, con sus aberturas casi cuadradas y repetidas rítmicamente, ocupa prácticamente toda la imagen. El punto de fuga se sitúa en el edificio del Instituto de Higiene Experimental, creación del propio fotógrafo-arquitecto que seguramente ese día se encontraba visitando la obra de su colega y amigo Juan Antonio Rius. En el momento de disparar su cámara se hallaba en la azotea del volumen norte de la Facultad.
Abajo y a la izquierda, podemos ver algunos materiales acopiados y el estado inconcluso de los pavimentos, pero la vista se detiene inevitablemente en la radiante y prístina fachada. Con su revoque blanco bañado por la luz solar, el grácil despiezo de la herrería y el ritmo marcado por la estructura portante, la imagen es un completo manifiesto de la racionalidad arquitectónica. Más precisamente, es un manifiesto de la imagen estética que en las primeras décadas del siglo XX asumió esta supuesta racionalidad.
Ahora bien, la fotografía no traiciona los ideales del edificio sino que, por el contrario, los hace evidentes. A la desnudez de su lógica funcional y estructural, el uso de elementos industrializados, la abstracción del color del acabado y la ausencia de elementos decorativos se le suma el abandono casi absoluto de los recursos clásicos de composición: volúmenes sobre podios, simetría, escalinatas, accesos monumentales. De todo ello quedan mínimos gestos, como la entrada principal bajo una galería de pilares, énfasis que se relativiza por el escaso desarrollo en altura y su colocación asimétrica en la fachada. La Facultad de Odontología es quizá el edificio institucional más cercano a los ideales de la Neue Sachlichkeit (nueva objetividad) en toda la historia del Uruguay.(a)
Observemos los edificios de Surraco que entonces acompañaban la obra de Odontología en el gran predio que otrora fuera la quinta de Cibils. En todos ellos notamos que, sin utilizar decoración añadida, el diseñador utiliza profusamente elementos de la arquitectura como balcones, cornisas, antepechos y dinteles, escaleras y huecos de ascensores, paños vidriados, con fines expresivos. Prácticamente nada de esto vemos en Odontología, cuya ascética presencia parece remitir a la arquitectura industrial y a la mirada calculadora del ingeniero.
Si las diferencias con obras de Surraco son notorias, las que posee con un edificio universitario casi contemporáneo como la Facultad de Arquitectura son extraordinarias. Mientras este último utiliza un tipo histórico como la organización en patio y recursos del clasicismo como los que se ven en la resolución del acceso y la implantación sobre un podio, la Facultad de Odontología organiza el programa en una articulación libre que no parece tener en cuenta más que la orientación de sus habitaciones y la denotación de sus partes funcionales. Arquitectura era un templo, una guiñada al pasado y la tradición, un gran gesto autorreferencial que se completaba con la columna al costado de la escalinata. Odontología remitía al presente de un mundo industrial con su impronta de objetividad y eficiencia.
La industria y la atención a la salud se entendían como resultado de las mismas circunstancias: un mundo dominado por la máquina, la precisión, el cálculo y el avance de la ciencia. No había lugar entonces para la nostalgia o la cita erudita: el reflejo de la función y el de la institución -cuyo fin era impartir y desarrollar una ciencia como la odontología- se convertían en la misma cosa. Ante esta realidad, no solo la tradición, sino la propia subjetividad del autor debía desaparecer para dar lugar a la expresión del Zeitgeist (espíritu de la época).
Sin embargo, pese a todo lo dicho, sería un error ver a Rius como un arquitecto con este tipo de pretensiones. Al menos no de un modo permanente. Su trayectoria desmiente cualquier intento de encasillar a la figura dentro de una corriente de pensamiento demasiado precisa. Diez años después de realizado el proyecto para Odontología, Rius hablaba de la necesidad de monumentalidad en su propuesta para la Caja Nacional de Ahorros y Descuentos de 1946,(b) un concurso donde obtuvo una segunda mención.(c) Pero es en un proyecto realizado a finales de la década de 1920 donde vale la pena detenerse; precisamente, el concurso para la Escuela de Odontología, donde alcanzó el primer premio en sociedad con el arquitecto Rodolfo Amargós.
En efecto, hubo una propuesta anterior. Entre 1928 y 1929 se realizó el concurso en dos grados en un predio diferente al actual. Se trataba del padrón de planta trapezoidal situado en la esquina de las calles Arenal Grande y Dante (hoy Eduardo V. Haedo), donde actualmente se ubica el Instituto de Enseñanza de la Construcción. Había sido seleccionado por la Comisión Honoraria para la Construcción del Hospital de Clínicas, cuyas tareas incluían también todo lo referente al concurso, tal como lo había establecido la Ley n.o8001, de octubre de 1926.(d)
Conocemos únicamente la propuesta de los concursantes clasificados al segundo grado del concurso: el estudio de los arquitectos Vera Salvo, Butler y Bonacerrère y la dupla ganadora de Amargós y Rius. El edificio que estos presentaron era totalmente diferente al que Rius proyectaría un lustro después en el predio del Clínicas, sin la presencia de su eventual socio, entonces ya radicado en Brasil.
Este proyecto (figura 2) ha sido señalado por la historiografía arquitectónica como de inspiración holandesa; más precisamente, utilizó como referencia fundamental la obra de Willem Marinus Dudok, un arquitecto entonces sumamente prestigioso cuya obra se difundía internacionalmente a través de revistas como Wendingen.(e) No parece caber duda alguna cuando se comparan las imágenes de la Escuela de Odontología y el Ayuntamiento de Hilversum, la obra más reconocida de Dudok. La articulación asimétrica de volúmenes -que a comienzos del siglo XX había sido ampliamente desarrollada por la arquitectura residencial de Frank Lloyd Wright-, la presencia de la torre esbelta con un remate distintivo, las franjas de ventanas separadas por parteluces, los colores cálidos y el uso exterior de materiales tradicionales como el ladrillo eran algunas de sus marcas distintivas.
Además de las diferencias en el acabado o en la modulación de las aberturas, en el proyecto construido, en lugar de la torre y el reloj, hay una ausencia de acentos verticales y una deliberada intención de suprimir cualquier símbolo tradicional. El edificio se transforma en un mecanismo puramente sintáctico, donde lo que cuenta son las relaciones proporcionales y espaciales entre los volúmenes que lo conforman. Esta característica era un desarrollo de las transformaciones en el mundo de las artes visuales, en particular de la aparición de la teoría de la pura visibilidad y del llamado arte abstracto, así como de los estudios de la psicología de la Gestalt (psicología de la forma).
Arquitectura (revista de la Sociedad de Arquitectos). 1929 (144): 217. La maqueta, realizada en yeso o arcilla, evidencia el carácter escultórico del proyecto
Desde el punto de vista expresivo, por tanto, la diferencia con el edificio finalmente construido era clara. Esto muestra las transformaciones en el gusto y el dinamismo de los cambios disciplinares que afectaban no solamente a Rius sino a toda la comunidad de arquitectos. El entusiasmo por los cambios que se sucedían en Europa en el ámbito de la arquitectura y las artes plásticas y las enormes transformaciones productivas que se llevaban a cabo en los Estados Unidos conformaban un caldo de cultivo que se mezclaba en Uruguay con la seguridad del método beaux-arts y el prestigio del clasicismo. El resultado fue una arquitectura de altísima calidad y sin duda con un carácter marcadamente ecléctico.
Existen sin embargo elementos de continuidad entre el proyecto para el concurso y el edificio construido. El resultado logrado por Amargós y Rius era ya parcialmente contestatario de la tradición académica. Mantenía, en realidad, una premisa principal: todo edificio debía ser fruto de una composición de partes. Lo diferente residía en el cómo se componían esas partes. La enseñanza académica insistía en la simetría cuando se trataba de edificios institucionales e intentaba lograrla aun cuando -como en este caso- los terrenos fueran de geometría irregular. El proyecto merecedor del segundo premio era fiel en este sentido; en cambio, Amargós y Rius tomaban la libertad de la asimetría para lograr una composición “dinámica”, con variedad de configuraciones creadas, cuya armonía se desprendía de la tensión entre contrarios, como la dupla horizontal-vertical o la de lleno-vacío.
Esta composición solía también utilizarse con un fundamento funcionalista. Los detractores del uso riguroso de la simetría argumentaban que esta limitaba las posibilidades arquitectónicas en detrimento de los factores funcionales, como el desarrollo eficaz del programa o la ventilación e iluminación naturales. En definitiva, muchos arquitectos entendieron que la forma típica de operar del método académico partía de premisas que anteponían los aspectos estético-formales a los funcional-programáticos.
Por otra parte, operando como lo hacen Amargós y Rius -y luego este último en el edificio construido- se obtenía una serie de volúmenes que podían denotar con mayor eficacia su función. En efecto, entre las valoraciones que hizo el jurado del concurso se encontraba la “diferenciación y agrupación de funciones”,1 un argumento que no solamente remitía a los aspectos utilitarios sino también a los efectos estéticos. Otras apreciaciones respecto a su superioridad referían a su “comodidad, facilidad de funcionamiento y adaptación al terreno”,1 todos valores que generalmente se asociaban a esta manera libre de organizar las partes del edificio.
Cuando el Consejo de la novel Facultad de Odontología, asesorado por el Dr. Charles Burlingame,(f) resolvió en 1930 el cambio de ubicación, las condiciones de partida cambiaron abruptamente. En todo caso, las tensiones impuestas por el lugar eran muy diferentes a las del predio de Dante y Arenal Grande. En lugar de una manzana consolidada de la ciudad se trataba de un predio arbolado de unas doce hectáreas cuyo destino parecía ser el de una “ciudad hospitalaria”.
El proyecto original para el Hospital de Clínicas (1929) preveía, junto al block en altura y el edificio para el Instituto de Higiene, una serie de pabellones distribuidos en todo el terreno: Servicios Generales, Instituto de Neurología y Cáncer, Maternidad, pabellón de nurses, Anatomía Patológica y edificios para conferencias, congresos, diversiones de enfermos, talleres y otros. También se había previsto un espacio para la futura Facultad de Medicina, que se pretendía trasladar del lugar que ocupaba desde principios del siglo XX. El proyecto de la Facultad de Odontología se ubicó y ocupó un sitio que muestra a las claras que el proyecto original de Surraco se abandonó poco después para construir únicamente el block del Clínicas y el Instituto de Higiene Experimental.
Leopoldo Carlos Artucio, arquitecto e historiador, sitúa el nuevo proyecto para Odontología en los años 1932-1933 y lo atribuye a Rius. Paradójicamente, en un artículo publicado en la revista El Progreso Arquitectónico en el Uruguay de 1936, sobre la construcción del edificio de la Facultad, la imagen que acompaña al texto no es la del proyecto final ni la del concurso, sino la de un diseño, aparentemente intermedio, que se atribuye a ambos arquitectos (figura 3). Este poseía una impronta muy cercana a la arquitectura de Peter Behrens, lo que da cuenta de la probable participación de Amargós, quien había estudiado con el notable arquitecto alemán en 1925.
No obstante, los planos del edificio finalmente construido están datados en octubre de 1936 y firmados únicamente por Rius.(g) El plano de la figura 4 evidencia que el edificio de Odontología ya estaba definido antes de encargarse la obra para el Instituto de Traumatología, hecho que ocurrió también en 1936. Pero es evidente que, en todo caso, las obras para el Clínicas e Higiene ya estaban definidas y avanzadas. En qué medida influyeron en la elección del sitio exacto y la propuesta volumétrica para la Facultad es difícil saberlo: los guiños a las preexistencias, sean los edificios en construcción o las calles aledañas, son sutiles, aunque existen.
La disposición en el terreno parece continuar la articulación formal del Instituto de Higiene y de las plantas inferiores del Hospital de Clínicas, como se advierte en el siguiente plano realizado por Surraco (figura 4). Allí también se ve la ubicación que entonces se pensaba para la Facultad de Medicina, sobre la Av. Garibaldi (hoy Av. Dr. Américo Ricaldoni). Ambas facultades se situaban a los flancos de la mole hospitalaria, mientras el volumen sur de Odontología se colocaba sutilmente en forma casi paralela al edificio de Higiene. Finalmente, ciertos quiebres en el volumen norte y el del salón de actos parecen responder a la alineación con la calle Gral. Las Heras (fig. 4).
Las preexistencias no parecen haber intervenido en la decisión de organizar la obra mediante tres volúmenes articulados entre sí o la de generar un eje principal en el sentido norte-sur. La orientación del edificio lleva a pensar más bien en una decisión deliberada de ubicar el acceso principal al norte y las principales estancias para enseñanza e investigación al este y al oeste. De este modo, la fachada que recibe al visitante estaba siempre iluminada, mientras los salones de clase evitaban la orientación más desfavorable. De modo similar al antecedente de 1929, la articulación entre volúmenes de distintas alturas y orientación parecía responder a las funciones que cada uno albergaba. Funciones diversas daban como resultado volúmenes diferenciados en tamaño, ubicación y orientación, articulados a los efectos de lograr un “organismo” único.
El acceso principal se realizaba por un volumen bajo, de dos niveles, situado al norte de la composición, que contenía las funciones “públicas” (atención a pacientes y registro). El bloque principal, de cinco niveles, se organizaba mediante un pasillo central de eje norte-sur por el cual se accedía a los salones de clase, laboratorios, salas docentes y de reuniones, entre otras. Al sur, un volumen bajo de un único nivel culminaba en un gran salón para clases y conferencias de doble altura que contaba con un acceso propio. La estructura de hormigón armado, si bien utilizaba un módulo de tres metros, se adaptaba a las situaciones cambiantes que planteaba el edificio (figura 5).
Esto no obsta a que el resultado final sea también deliberadamente estético. Artucio lo entendió así cuando lo describió en su Montevideo y la arquitectura moderna:
A diferencia de otras obras de Rius de la misma época, ésta es firme y sólida; recia y austera. Tiene sin embargo el atractivo que le comunica la forma general de su planta quebrada y con algunas curvaturas que suavizan toda excesiva rigidez. Ventanas discretas, formas generales severas y un dominio del arte de la organización total contribuyen a hacer de este edificio algo muy simple y armónico.2
Pero detrás de la austeridad y la severidad no solamente había simplicidad y armonía, sino también una auténtica declaración de los ideales de comienzos del siglo XX, eso que Surraco supo captar tan bien con su cámara fotográfica.