INTRODUCCIÓN
Si bien las mujeres conforman más de la mitad de la población de la Argentina y tanto la constitución nacional como la legislación específica garantizan la protección de sus derechos, en la práctica sufren de manera desproporcionada la pobreza, la discriminación y la violencia (Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género, 2020; INDEC, 2022a). Una historia larga, rica y diversa da cuenta de los modos en que se han movilizado para reivindicar su “derecho a ejercer sus derechos” (Gherardi, 2021a; Flores, 1999) y reclamar soluciones a los problemas que enfrentan (Barrancos, 2014; Basu, 2018; Revilla Blanco, 2019). En 2015, esa historia dio un nuevo giro a partir de la reacción masiva ante el incremento alarmante de la violencia de género: a partir del 3 de junio de ese año, cuando la consigna #NiUnaMenos tomó estado público, una cantidad creciente de mujeres se movilizó en fechas clave para expresar sus reclamos tanto en espacios públicos de todo el país como a través de las redes sociales (López, 2020). Entre 2015 y 2018 la potencia colectiva de esas movilizaciones fue inédita1.
En marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) caracterizó a la enfermedad infecciosa provocada por el COVID-19 como pandemia. Siguiendo sus recomendaciones iniciales, el gobierno argentino estableció una cuarentena obligatoria en todo el país. Durante el período de Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO)2, la situación de las mujeres en Argentina, que ya era precaria, se degradó un poco más: se incrementó el peso de las tareas domésticas y de cuidado no remuneradas realizadas por las mujeres, se vieron especialmente afectadas por la pérdida de empleo remunerado y de trabajo informal, y la violencia de género aumentó y se agravó (FUNDEPS, 2020; Maceira et al., 2020; Pérez-Vincent & Carreras, 2020; Lustig & Tommassi, 2021; Amnesty International, 2021). En ese mismo periodo la organización de movilizaciones en espacios públicos se tornó sumamente difícil y las expresiones públicas en redes sociales de mujeres que por su condición de periodistas, políticas o activistas feministas tienen alguna influencia social estuvieron sujetas a agresiones machistas (Amnesty International, 2018, 2020; ELA - Equipo Latinoamericano de Justicia y Género, 2020; Cuellar & Chaer, 2020).
En ese contexto, el artículo presenta algunos resultados del proyecto de investigación “Mujeres y micro-tecnopolíticas de la participación: prácticas comunicacionales cotidianas, ciudadanía digital y democracia en Argentina”, iniciado en diciembre de 2020 y todavía en curso3. El mismo investiga las prácticas comunicacionales cotidianas de las mujeres movilizadas por la justicia de género4 en tiempos de ciudadanía digital(izada) y COVID-19. ¿Qué piensan las mujeres sobre los problemas que las afectan? ¿Cómo interactúan y se comunican en relación a esa realidad cotidiana? ¿Qué obstáculos enfrentan? ¿De qué formas contribuyen sus prácticas comunicacionales a la resolución democrática de los reclamos que expresan?
A partir de una encuesta cualitativa en línea realizada entre junio y agosto de 2021, aquí se comparto una primera aproximación a las prácticas comunicacionales de las mujeres durante la covidianidad -la vida cotidiana en pandemia tal como la ha dado en llamar la investigadora mexicana Rossana Reguillo (2020)5-. La encuesta constituyó el primer paso en la implementación de un diseño de investigación de mayor alcance orientado a capturar la diversidad de la experiencia de las mujeres en Argentina en el contexto de la complejidad macrosocial propia del país (Maxwell, Connolly & Ní Laoire, 2019; D’Ignazio & Klein, 2020). Mi análisis indica que las participantes en la encuesta perciben a las tecnologías de comunicación digitales como herramientas ambivalentes en relación con sus esfuerzos cotidianos por sostener la calidad de sus vidas y por promover la justicia de género durante la pandemia.
2. BREVES CONSIDERACIONES CONCEPTUALES
La investigación de las prácticas comunicacionales cotidianas de ciudadanas y ciudadanos comunes -es decir, quienes se suman a protestas colectivas, pero no las organizan ni las lideran- y su importancia para la construcción de democracias más justas y libres de violencias, no han recibido aún suficiente atención (Mattoni, 2017; Ferron & Guevara, 2018). Las investigaciones existentes se han centrado mayormente en las prácticas activistas de carácter colectivo y en cómo utilizan las redes sociales quienes lideran colectivos y se vinculan con los medios informativos a la hora de organizar acciones de protesta masiva (Waisbord, 2018; Treré, 2020). El estudio de las dimensiones comunicacionales de la situación de las mujeres tiende a limitarse a elementos analíticamente aislados, como por ejemplo su representación en las noticias y en diversos productos de las industrias culturales, las trayectorias de medios alternativos creados por mujeres o dirigidos a ellas, las estrategias del activismo feminista en línea y las formas de violencia padecidas en redes sociales (Acosta, 2018; Gallagher, 2014; Macharia, 2020; Sued et al., 2021)6.
En el marco del proyecto referido, “Mujeres y micro-tecnopolíticas de la participación: prácticas comunicacionales cotidianas, ciudadanía digital y democracia en Argentina”, analizo si -y de qué formas- las prácticas comunicacionales cotidianas de las mujeres en Argentina se vinculan con la búsqueda de justicia de género y el modo en que dichas prácticas apuntan a generar la resolución democrática de sus necesidades y reclamos. Se sabe poco acerca de cómo se hace política en la cotidianidad de los vínculos comunicativos durante un tiempo como el vivido, donde no tuvieron lugar movilizaciones colectivas y la vida quedó circunscripta a espacios limitados o personales (la casa, el trabajo, la escuela, entre otros). En tal sentido, la investigación está centrada en un contexto marcado por la digitalización de la gobernanza, rasgo que vio acelerada y agudizada durante la pandemia, además de presentar los obstáculos propios a la participación en ámbitos de ciudadanía digital(izada) (Mansell, 2019; Isin & Ruppert, 2020; Califano & Becerra, 2021).
El recorte elegido para este trabajo está dado por el análisis de las respuestas obtenidas a dos preguntas de la encuesta cualitativa y de carácter exploratorio antes mencionada. Ambas preguntas se centran en la pandemia, una a nivel personal/micro y otra a nivel social/macro: “¿Cómo cambiaron tus maneras cotidianas de comunicarte durante la pandemia?” y “¿Cómo influyó la pandemia en aquellos problemas que afectan a las mujeres y que te llevan a movilizarte?”. Para el desarrollo del análisis, como se verá, recurro a los aportes de las teorías de las prácticas sociales y específicamente a las nociones de vidas infotecnológicas y precarización.
Al respecto, vale subrayar que las prácticas se encuentran en el centro de la relación entre la agencia ejercida por los sujetos humanos y las condiciones marcadas por las estructuras sociales, y pueden ser observadas independientemente de los desacuerdos acerca de qué las motiva. Son “configuraciones de actividad humana” (Schatzki, 2000, p. 11) reconocibles que tienen lugar en el contexto de configuraciones materiales. Se manifiestan tanto como patrones -que perduran entre y a lo largo de momentos específicos de puesta en acto, y por ende pueden servir como conjunto de recursos al cual recurrir en prácticas futuras- y como performances -que tienen lugar como sucesivos actos situados del orden del “hacer”- (Shove, Pantzar & Watson, 2012). Enfocarnos en las prácticas hace posible distinguir niveles micro y macro y establecer conexiones entre ellos.
El llamado “giro” hacia el estudio de las prácticas que tienen lugar desde hace más de veinte años en la teoría social (Schatzki, Knorr Cetina & von Savigny, 2001) ha recibido atención creciente en el campo de estudio de la comunicación y los medios. En ese marco, entiendo a la comunicación como una práctica que implica “no solo realizar ciertas actividades, sino también pensar y hablar de esas actividades de modos particulares” (Craig, 2006, pp. 38 y 39), y considero la manera en que ciertas prácticas comunicacionales contribuyen a organizar otras prácticas sociales, como por ejemplo la participación ciudadana (Hesmondhalgh & Toynbee, 2008; Couldry, 2010; Enghel & Noske-Turner, 2018).
Por su parte, la noción de vidas infotecnológicas, es decir, interdependientes con respecto a las tecnologías de la información y la comunicación (Costa en Dunand, 2022), me permite interrogar la entidad de esa interdependencia durante la excepcionalidad del aislamiento para el caso particular de las mujeres en Argentina: ¿Cómo se manifiesta en sus prácticas comunicacionales cotidianas y con qué consecuencias? Mientras que la noción de precarización, no entendida como una situación que debe ser resuelta mediante la oferta de protección social para los grupos afectados, sino como la regla por la cual se normalizan la incertidumbre y la exposición al peligro, y los poderes del Estado procuran gobernar los niveles de tolerancia de la ciudadanía a esa normalización (Lorey, 2016), me permite abrir interrogantes sobre el futuro de las políticas públicas de comunicación posteriores a la pandemia: ¿Es factible que dichas políticas públicas den cabida a las necesidades de las mujeres? (Califano, 2020; Madianou, 2020).
3. ESTRATEGIA METODOLÓGICA
La encuesta cualitativa, realizada en línea en dos rondas durante junio y agosto de 2021, estuvo dirigida a toda persona que se identifique como mujer, sea mayor de 18 años y resida en Argentina7. Las participantes dieron su consentimiento informado tanto al principio como al final del cuestionario. Los datos se recolectaron utilizando la herramienta digital Sogo Survey, que permite anonimizar las respuestas. La encuesta fue respondida en forma completa8 por 158 mujeres de 20 a 80 años residentes en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) y en dieciséis de las veintitrés provincias argentinas. En tanto las participantes aceptaron una invitación abierta a completar la encuesta, la muestra se autoseleccionó y por ende no es estadísticamente representativa. El cuestionario, de carácter exploratorio, incluyó un total de 33 preguntas abiertas y 11 preguntas de opción múltiple. A los efectos de este artículo analicé los datos generados por medio de la lectura y relectura sistemática de las respuestas a las dos preguntas seleccionadas, y a partir de ello desarrollé categorizaciones analíticas de modo inductivo-deductivo.
3.1 Acerca de las participantes en la encuesta: preocupación por la justicia de género, acceso a Internet y uso de herramientas digitales
Casi la totalidad de la muestra comparte la preocupación por diversos problemas que afectan a las mujeres. A la pregunta “¿Te considerás activista o militante por los derechos de las mujeres?”, un 53% de las participantes en la encuesta responde que se considera plenamente activistas o militantes, un 32% se considera como tales en parte, y un 15% no se considera así9. Es interesante que, en este último caso, ante la pregunta de “¿por qué?” varias de las participantes explican que no se autodefinen como activistas o militantes porque no le dedican tiempo suficiente, dejando de lado que no les interese o no les parezca relevante. Solo una participante en la encuesta argumentó que en Argentina las mujeres no padecen problemas, sugiriendo así que el activismo y la militancia en ese sentido no tienen razón de ser.
La totalidad de las participantes en la encuesta tiene acceso a Internet, ya sea en sus casas (100%) y/o vía sus teléfonos celulares (87%). La muestra contrasta, en lo que respecta a acceso en el hogar, con la información relevada por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) en el cuarto trimestre de 2021, según la cual el 87% de las personas en conglomerados urbanos usa Internet y el 88% usa teléfono celular con una diferencia estrecha entre varones y mujeres (INDEC, 2022b). Cotejando con los datos del INDEC, el doble acceso a Internet de las encuestadas en sus casas y teléfonos celulares sugiere que poseen estudios superiores y universitarios.
El 97% de las participantes en la encuesta declaró utilizar redes sociales. Las aplicaciones señaladas como más usadas son Whatsapp (96%), Instagram (84%) y Facebook (79%). Nótese que las tres redes sociales son propiedad del conglomerado multinacional norteamericano Meta Platforms, Inc., con lo que ello implica en términos de concentración en manos privadas del acceso a macrodatos acerca de la situación de las mujeres en la Argentina. Según información relevada por DataReportal (2021), las aplicaciones más usadas en Argentina en general fueron YouTube, WhatsApp, Facebook e Instagram -en ese orden-, con un 53,3% de usuarias mujeres en el caso de Facebook y un 55% en el caso de Instagram10.
4. ¿QUÉ DICEN LAS PARTICIPANTES EN LA ENCUESTA?
4.1 ¿Cómo cambiaron tus maneras cotidianas de comunicarse durante la pandemia de COVID-19?
Esta pregunta, centrada en las prácticas comunicacionales a nivel personal/micro, fue respondida por 154 mujeres. Las respuestas pueden categorizarse de cuatro maneras distintivas: en términos de formas de comunicación que aumentaron (67) o disminuyeron (32), y en términos de cambios positivos (9) y negativos (34)11.
El hecho de que a la pregunta por el “cómo” las encuestadas hayan respondido “cuánto” -esto aumentó, aquello disminuyó-, revela una manera evaluativa de analizar la propia realidad. Cabe preguntarnos aquí si existe relación entre ese modo evaluativo y las formas en que tanto el gobierno argentino como los medios informativos comunicaron los avatares de la pandemia haciendo eje en el uso de cifras (cantidad de contagios, personas internadas en terapia intensiva y personas fallecidas) y debatiendo las medidas sanitarias en términos de avances y retrocesos (Zunino, Kessler & Vommaro, 2022).
4.1.1 Cambios expresados como aumentos
Sesenta y siete (67) de las 154 mujeres que respondieron la pregunta encuadraron los cambios experimentados en sus maneras cotidianas de comunicarse durante la pandemia en términos de un aumento. Veintinueve (29) de esas 67 respuestas recurren a una caracterización bien conocida, casi trillada, al señalar que aumentó la comunicación en modo virtual (11), en línea u online (8), mediada por redes/tecnología (4), digital (3) y no presencial (2).
Cinco (5) de las 67 respuestas en esta categoría se refieren explícitamente a una relación entre el tipo de comunicación que aumentó y el que disminuyó, señalando oposiciones: “Tengo más interacción en las redes que en la vida real”, “Aumentó la comunicación por redes y en línea versus la personalizada”, “Se intensificó el uso de redes cuando antes era el encuentro presencial”. Registran así la diferencia con una cotidianidad pre-pandemia en la que había condiciones de posibilidad para interactuar en persona. Estas respuestas contradicen empíricamente a las conceptualizaciones que en los últimos veinte años han amalgamado la comunicación digitalmente mediada y la comunicación presencial como parte de un continuo indistinto o integrado (Licoppe, 2004; Wajcman, 2015). En el contexto del ASPO, ciertas encuestadas las experimentaron como modalidades no solo diferentes sino también contrapuestas12.
En lo que respecta al aumento del uso de aplicaciones digitales, las respuestas son variadas. Once (11) de las 67 respuestas destacan un aumento en el uso de Whatsapp (mensajería instantánea para teléfonos inteligentes y computadoras). Siete (7) respuestas se refieren a un aumento en el uso de Zoom y otras cinco (5) a un aumento en el uso de las videollamadas sin especificar la plataforma o el servicio utilizado. Cuatro (4) respuestas destacan un aumento en el uso del correo electrónico. Una (1) encuestada se refiere a un aumento en el uso de Twitter (microblogueo)13. Dos (2) respuestas se refieren a un aumento de los mensajes sin especificar si se trata de mensajes que las participantes reciben o emiten -o de qué tipo-. Esa indefinición nos invita a preguntarnos qué constituye un mensaje hoy en la sociedad argentina, a más de dos años de la declaración de una pandemia -que al momento de escribir este artículo no se ha dado por terminada.
En lo que respecta al uso de dispositivos, tres (3) respuestas se refieren a un aumento en el uso de la computadora. Siete (7) respuestas destacan un aumento en el uso del teléfono celular14, y una de ellas establece además una relación entre dispositivo y atención: “Estoy mucho más pendiente del celular que antes”.
La mayoría de las respuestas en esta categoría cuantifica de un modo u otro el aumento al que se refiere. Veintinueve (29) de las 67 respuestas utilizan el modificador “más”. En cuatro (4) de esos 29 casos, el “más” se refiere a cuestiones que van más allá de lo tecnológico. Por ejemplo: “Traté de hablar más con mis seres queridos acerca de temas cotidianos” (preocupación por priorizar lo afectivo) y “Paso mucho más tiempo frente a la compu” (la comunicación implica tiempo con un dispositivo en particular y en una posición específica).
Trece (13) de las 67 respuestas se refieren a los cambios como totales: “todo virtual” (3), “todo online/en línea” (3), o todo mediante tal o cual modalidad o mecanismo (las participantes mencionan videoconferencias, videollamadas, audios, email, Zoom, Whatsapp, la web). Cuatro (4) de las 67 respuestas se refieren a cambios casi totales, y tres de ellas coinciden en decir “casi todo online”. Tres (3) respuestas utilizan el adverbio “principalmente” para referirse a “principalmente virtual/online”. Prevalencia, concentración, exhaustividad, intensificación, cien por ciento y “mil por ciento” (exageración numéricamente ilógica que apunta a enfatizar la magnitud) son otros modos de cuantificar los aumentos mencionados.
4.1.2 Cambios expresados como disminuciones
Treinta y dos (32) de las 154 mujeres que respondieron la pregunta analizada aquí encuadraron los cambios experimentados en sus maneras cotidianas de comunicarse durante la pandemia de COVID-19 en términos de una disminución.
Ocho (8) respuestas coinciden en señalar diferentes dimensiones de sus vidas marcadas por la disminución de la presencialidad. Por ejemplo: “no hay espacios de conversación presencial”, “me veo mucho menos con mis amigas, a veces casi ni las veo presencialmente”, “No me vinculo de manera presencial con nadie a excepción de mi familia”, “Prácticamente no estoy viendo presencialmente a mis colegas”. Siete (7) respuestas destacan la disminución de visitas y encuentros: “pasé muchos meses sin ver a mi familia y amigues”. Tres (3) de las 32 respuestas se refieren específicamente a la disminución del contacto humano. Una respuesta señala que “apenas hay comunicaciones directas, cara a cara, como solía ser”.
Las referencias a la disminución en el uso de la comunicación mediada digitalmente son cuatro (4), y dos de ellas explican el motivo de dicha disminución desde lo emocional:
“Cada vez tengo menos ganas de hablar mediante un dispositivo”.
“Dejé de seguir algunas discusiones porque me agotaban emocionalmente. Dejé de seguir también personas o cuentas que me generaban ansiedad”.
En las respuestas que caracterizan los cambios en las maneras cotidianas de comunicarse durante la pandemia en términos de disminución aparece la dimensión espacial. En cinco (5) casos las referencias son al espacio público. Por ejemplo: “Salí poco y con mucho cuidado”, “Estoy menos en la calle”. Tres (3) de esas respuestas se refieren directamente al hecho de que el distanciamiento social obligatorio implementado por el gobierno argentino a fin de prevenir el contagio implicó una disminución de la ocupación colectiva del espacio como forma de relación social:
“Dejé de ir a marchas”.
“Ya no voy a movilizaciones”.
“Creo que lo único que hice (casi) fuera de casa fue ir al congreso para la sanción de la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE)”.
Cabe preguntarnos por las potenciales consecuencias de esa cuasi imposibilidad de movilizarse en el espacio público en términos de una cierta despolitización colectiva de las mujeres. La referencia a la movilización pública para acompañar y asegurar la sanción del derecho al aborto aparece como una excepción -lo único que hice”-, mientras que “dejé de ir” y “ya no voy” parecieran remitir a un tipo de participación que las participantes dan por terminado15.
Tal como sucede con las respuestas que se refieren a cambios comunicacionales en la forma de aumentos, la mayoría de las respuestas referidas a disminuciones cuantifica de un modo u otro la disminución a la que se refiere. Once (11) respuestas se refiere simplemente a lo que hay de “menos”. Once (11) respuestas utilizan el no, diferenciando entre “ya no” (formas de comunicación que se dejaron de practicar) y “aún no” (formas de la comunicación que todavía no era posible volver a poner en práctica al momento de responder la encuesta). “Apenas”, “poco”, “sin”, “dejé de” y referencias a la eliminación son otros modos de cuantificar disminuciones utilizados por las participantes en la encuesta.
4.1.3 Cambios positivos
Solo nueve (9) de las 154 mujeres que respondieron esta pregunta hacen referencia a haber experimentado cambios positivos en sus maneras cotidianas de comunicarse durante el período de aislamiento obligatorio. Si bien las percepciones acerca de esos cambios se vinculan con cuestiones variadas, la escala de los cambios se concentra en todos los casos a nivel individual. O, dicho de otro modo: al evaluar sus formas de comunicación covidianas desde la perspectiva de las propias circunstancias personales, nueve encuestadas encuentran que algo mejoró para ellas.
En un caso, el imperativo de comunicarse a distancia se alineó con las preferencias de la encuestada: “Me cambió sobre todo porque hay más predisposición de les otres a comunicarse de manera online y no tanta exigencia del cara a cara”. Para una participante, la comunicación a distancia implicó una pequeña liberación expresiva: “Al trabajar desde casa, no ven mi cara de descontento cuando algo que alguien dice no me gusta :)”. En otro caso, los tiempos de traslado ahorrados ante la imposibilidad de salir pudieron invertirse en formación: “Me permitió estudiar desde casa ya que antes debía movilizarme y no me daban los tiempos”. La posibilidad de aprovechar la crisis sanitaria para generar ganancia educativa, directamente ligada a la disponibilidad de tecnologías de comunicación digitales, nos habla del rol de estas en la potencial amplificación de diferencias preexistentes entre las mujeres que no necesitar dedicar tiempo extra a las tareas de cuidado y las que debieron abocarse a ellas (Lorey, 2016; Tabbush, 2021).
Otros cambios percibidos como positivos a nivel individual tienen que ver con la incorporación de nuevas capacidades: el haber aprendido a reunirse “virtualmente” y el haber experimentado la posibilidad de comunicarse “en simultáneo” con regiones y países distantes. Una encuestada destaca que la oportunidad para practicar el ciberactivismo durante la pandemia, enfocándose quizás en el “vaso medio lleno” frente al “vaso medio vacío” que corresponde a la imposibilidad de movilizarse colectivamente en el espacio público16.
4.1.4 Cambios negativos
Treinta y dos (32) de las 154 mujeres que respondieron la pregunta hacen claras referencias a cambios negativos vinculados con sus maneras cotidianas de comunicarse durante la pandemia. Ocho (8) de ellas se refieren a esos cambios como pérdidas. ¿Qué es lo que perdieron? Afectividad, la comunicación cara a cara en tanto modalidad preferida, la posibilidad de encontrarse con amigas/os en forma presencial, la espontaneidad y la potencia propias de los encuentros presenciales, y la posibilidad de realizar tareas en barrios populares.
Cinco (5) encuestadas se refieren a esos cambios negativos como imposibilidades de diverso orden. Dos de ellas destacan la imposibilidad de encontrarse con “la propia gente” o “red primaria de referencia”, por ejemplo, el grupo de mujeres del barrio. Una encuestada se refiere a la imposibilidad de movilizarse conjuntamente con sus pares, y otra a la imposibilidad de conocer las caras de las personas a quienes les da clase vía Internet que no tienen cámara de video o suficientes datos para conectarla. Estas respuestas dan cuenta de modos en que el pasaje obligado de la comunicación presencial a la digitalmente mediada dificulta ciertas formas de accionar propias de una ética feminista del cuidado (Tronto, 2005; Gary & Berlinger, 2020). En una reflexión solidaria, otra de las encuestadas llama la atención sobre el hecho de que las mujeres que no tienen acceso a conexión a Internet en sus hogares y/o a datos móviles y a dispositivos digitales no se pudieron comunicar a la par de las que sí.
Hay, además, tres (3) referencias a restricciones: por un lado, en las maneras cotidianas de comunicarse en general, y por otro más específicamente en lo que respecta a lo educativo y lo laboral. Las encuestadas destacan que la interacción con los establecimientos educativos quedó restringida a las situaciones de examen y relatan experiencias de clases virtuales que dificultaron el diálogo, los intercambios y la co-construcción de conocimiento.
Dos (2) respuestas se refieren al hecho de que las maneras de comunicarse cotidianamente se tornaron más limitadas en tanto se redujo la vida social. Algunas encuestadas afirman extrañar los encuentros en persona cuyas dinámicas no pueden reemplazar vía videoconferencia, así como la mera presencia corporal de otras personas. Una encuestada observa que en su experiencia el uso de medios digitales llevó a conversaciones rígidas y conflictivas y dificultó la construcción en común. Dos (2) encuestadas destacan obligaciones: de usar solo los medios en vez de la presencia, y de “reinventarse comunicacionalmente” y aprender a usar nuevas tecnologías17. Una encuestada se refiere al aprender a manejarse solo por medios tecnológicos como inevitable.
Las referencias a imposibilidades, restricciones, límites, obligaciones y lo inevitable indican que la experiencia cotidiana de practicar la comunicación durante el aislamiento obligatorio fue vivida por las encuestadas como menos libre a pesar de tratarse de personas con acceso a Internet y dispositivos digitales. Es la capacidad de agencia humana -la posibilidad de elegir entre modos de comunicación presenciales no mediados por tecnologías y modos a distancia tecnológicamente mediados- lo que pareciera estar en juego. Trayendo a colación las ideas de Reguillo (2020) y de Costa -citado por Dunand (2022)-, podemos preguntarnos si esta pérdida de libertad es uno de los accidentes18 que caracterizaron las formas de vida infotecnológicas de las mujeres con suficientes recursos comunicacionales durante la covidianidad en Argentina. Y por comparación, ¿cuáles accidentes caracterizaron las formas de vida tecnológicas de las mujeres con escasos recursos comunicacionales? Retomo esta pregunta hacia el final del artículo.
Ocho (8) encuestadas vinculan los cambios negativos con estados emocionales y psíquico-físicos, y en ciertos casos dejan constancia expresa de cuerpos enfermos. Sus respuestas hacen referencias al cansancio o agotamiento derivado de la frecuencia, intensidad o magnitud excesiva de la actividad en línea: la gran cantidad de reuniones y charlas virtuales, el uso permanente de las pantallas, la híper-conectividad. Una de las encuestadas explica que el sostener comunicaciones virtuales le costó más y la terminó agobiando, y por ende las espació en el tiempo, disminuyendo así su frecuencia. Otras encuestadas mencionan que la falta de contacto físico y encuentros presenciales derivó para ellas en dificultades emocionales. Aparecen referencias al tecnoestrés y la adicción a las redes. Vinculando el uso frecuente y excesivo de las pantallas con la capacidad de visión, una encuestada dice: “Tengo los ojos quemados hasta para terminar de contestar la encuesta”19.
Las referencias a los cuerpos y las emociones ponen en primer plano la dimensión humana de la comunicación como distinta de la técnica, y la importancia de la posibilidad de ir al encuentro como forma de orientación temporal-espacial y como dimensión del bienestar psíquico-físico. En términos comunicacionales, estas respuestas sugieren que podemos volvernos compatibles con las tecnologías digitales solo hasta cierto punto, en tanto la reorganización de las relaciones sociales mediante la sustitución del encuentro en persona por el encuentro mediado digitalmente (Fuchs, 2020) previene el contagio acelerado del COVID-19 para aquellos sectores sociales que tienen ciertas comodidades materiales para aislarse, a la par que les genera malestares significativos de otro tipo.
4.2 ¿Cómo influyó la pandemia en aquellos problemas de las mujeres que las llevan a movilizarse?
Esta pregunta, centrada en la situación de las mujeres a nivel social/macro, fue respondida por 153 de las encuestadas. Sesenta y cuatro (64) respuestas indican de manera explícita que la pandemia tuvo un impacto negativo sobre los problemas que afectan a las mujeres, mientras que solo seis (6) de las 153 respuestas identifican explícitamente un efecto positivo. Entre los principales problemas mencionados, la amplia mayoría se corresponde con los diagnósticos realizados por organismos regionales e internacionales, equipos de investigación, organizaciones sociales y agencias gubernamentales: el agravamiento de la violencia doméstica, la sobrecarga de tareas de cuidado, la pérdida de trabajo tanto formal como informal, el empeoramiento de las condiciones de trabajo y el aumento de la pobreza (Romero Rivera, 2020; Gherardi, 2021b; Tabbush, 2021).
La dimensión comunicacional aparece más específicamente cuando las participantes se refieren a la pérdida de visibilidad de los problemas que afectan a las mujeres (9 respuestas) y, una vez más, a la imposibilidad de movilizarse colectivamente en el espacio público (7 respuestas). En tanto la visibilidad constituye un proceso social, cabe preguntarnos a qué se refieren precisamente las encuestadas al mencionar su pérdida (Brighenti, 2007). ¿En qué espacios dejaron de ser visibles los problemas que afectan a las mujeres, para quienes dejaron de ser visibles, y con qué consecuencias?20.
El dato más significativo que surge al preguntar por el impacto de la pandemia en los problemas que afectan a las mujeres es quizás la referencia a la soledad en catorce (14) respuestas. Esa soledad tiene para las encuestadas diferentes dimensiones: la imposibilidad de compartir las propias circunstancias de vida con otras mujeres, la imposibilidad de acceder a espacios o redes de contención y al acompañamiento de las organizaciones sociales, las dificultades para comunicar la violencia doméstica al afuera, el tener que hacerse cargo de hijas/os sin ninguna ayuda, y la falta de espacios de intimidad para conversar los problemas con personas con las que no se comparte el hogar.
Estas referencias a la soledad producto del aislamiento obligatorio evidencian que la medida sanitaria tuvo consecuencias políticas negativas para las mujeres: al imposibilitar los encuentros, los intercambios, la ayuda mutua y las conexiones afectivas con otras, las obligó a gestionar los problemas por su cuenta. Es la imposibilidad de practicar la comunicación como forma de la intersubjetividad lo que destacan las participantes en la encuesta.
5. REFLEXIONES PROVISORIAS
Ante la súbita obligatoriedad del aislamiento social establecido por el gobierno argentino en marzo de 2020, las tecnologías de la información y la comunicación se tornaron súbitamente esenciales. Dada esa centralidad inevitable, las mujeres más afectadas por la pandemia de COVID-19 fueron en primera instancia aquellas sin acceso o con acceso limitado a dichas tecnologías. Para ellas es urgente, aunque improbable dados el contexto macroeconómico local y la estructura mayormente privada del sector de telecomunicaciones a nivel global, una política pública que garantice el acceso a servicios de conectividad y a dispositivos digitales en condiciones equitativas, asequibles y de calidad (Califano, 2020; Califano & Becerra, 2021).
El análisis que compartí aquí indica que aquellas mujeres que sí tuvieron acceso a las tecnologías de comunicación digitales las usaron y vivieron con ambivalencia. Si bien estas les permitieron seguir en actividad y practicar ciertas formas de la comunicación, las experimentaron en parte como pérdida de la intersubjetividad que muchas de las participantes en la encuesta les asignan a los encuentros presenciales de diversa escala: el uno a uno con amigas, las situaciones terapéuticas, los grupos, las marchas o movilizaciones colectivas en el espacio público21.
Ausentes las condiciones de posibilidad para interactuar en persona, las encuestadas transitaron sus cotidianidades trastocadas y siguieron atentas a la situación de otras mujeres recurriendo a lo digital, pero dejan constancia de que lo digital no alcanza para sostener efectivamente una ética del cuidado. En este sentido, las tecnologías de comunicación digitales operaron como límite de lo posible en términos de activismo cotidiano.
¿Qué recursos, dispositivos y estrategias necesitan las mujeres para desarmar las situaciones de soledad que enfrentaron durante el aislamiento obligatorio, reconstruir instancias efectivas de encuentro y recuperar potencia política como ciudadanas que defienden su pleno derecho a tener derechos? El interrogante interpela a la vez a los poderes del Estado, a los gigantes digitales que -con Meta a la cabeza- canalizan y concentran las comunicaciones digitales cotidianas de las mujeres, y a las organizaciones feministas con vocación de justicia de género.