1. INTRODUCCIÓN
“Una preocupación fundamental por los demás en nuestras vidas individuales y comunitarias contribuiría en gran medida a hacer del mundo el mejor lugar con el que tan apasionadamente soñamos”. Nelson Mandela, Discurso de Soweto, 2008.
Volver la mirada sobre el sentido de la comunicación, sobre lo que en ella está en juego, tal vez puede asombrarnos y acaso nos deja un tanto perplejos porque el tema parece casi evidente al estar inmersos en ella y, a la vez, sin embargo, sentimos la desazón de la incomunicación, tal vez ahora más acentuado por la misma profusión de modos de interactuar que nos parece que se hacen cada vez más insostenibles por la falta de cuidado, la sobre-información y el control impositivo.
Propongo, entonces, acudir al fondo que es desde donde siempre aflora el sentido. Se trata de algunas pocas reflexiones que durante años de trajinar por las aulas y de dialogar con estudiantes, algunos jóvenes y otros no tanto, han cortejado mis lecturas, nutrido mis clases, inspirado mis escritos y recorrido mi vida diaria a pesar de nunca alcanzar a vivir a cabalidad lo que he creído comprender y pregonar.
Estas muy breves reflexiones están acompañadas por grandes pensadores quienes, cada uno a su manera, nos dan qué pensar sobre la comunicación: el alemán Martin Heidegger que la eleva como constitutiva de nuestro ser siempre en apertura; Jean-Luc Nancy, mi maestro en Suiza, tal vez el pensador francés vivo más lúcido de nuestro tiempo que con su toque de ingeniosa sabiduría revuelve y renueva el sentido de comunidad; Charles S. Peirce, estadounidense, científico, y filósofo por vocación, que desde su lógica tríadica configura una teoría de la representación que trastoca el pensamiento binario y nos sitúa en una dimensión otra de lo razonable; Michel Serres, francés, recientemente fallecido, que con su frescura poética de navegante desmonta el mito de lo estable, fijo y determinado al enfatizar con Hermes -el dios mensajero - el tránsito, lo fluido y el intercambio como inherentes a la vida; y Emmanuel Levinas, francés de origen lituano, que nos expone al Otro, al Rostro en el que nos vemos mirando desde donde surge nuestro ser-con y para el otro. Ellos son como consuetas que me soplan al oído imágenes que por mi cuenta y riesgo, acojo y anudo sin responsabilizar a ninguno de ellos por lo que aquí expongo1.
Estas son interpretaciones muy sentidas que ojalá sean como rendijas por donde se cuelen múltiples opciones de sentido que contribuyan a aclarar, inspirar y alentar nuestras prácticas cotidianas de unos-con-otros y, en especial, ojalá, a posibilitar que surjan algunos criterios para guiar la toma de decisiones de quienes les compete, desde las organizaciones ya sea privadas o públicas, comerciales o no, gestar procesos de comunicación con otros. No me atañe aquí dar fórmulas de cómo hacer las cosas, más bien sí me comprometo a volver la atención sobre la comunicación como configuradora de nuestro ser-unos-con-otros en este mundo que entre todos vamos creando y recreando sin cesar, con la esperanza de que esta relectura abra caminos para la deferencia, el con-tacto y la sensatez.
2. CO-PERMITIR-VER
Establecer el significado de la comunicación como ‘poner en común’ ha sido una práctica generalizada y un tanto simplificadora al tomar la base de la palabra ‘común’ y su sufijo ción- (referido al ‘resultado de una acción’) sin mayor cuestionamiento de lo que podría estar implicado en tal vocablo. Con frecuencia se asume lo común como similitud y fusión, supuestos que fundamentan el consenso y de donde surge una utopía de la comunicación que pretende unificar pensares, sentires y quehaceres, tal vez sin reparar en lo que en ello está en juego. Así, al comunicar queremos que todos piensen igual -generalmente como yo: que en una reunión unifiquemos criterios, que todos compren lo que ofrezco, que usen los servicios que proporciono, que voten por mí, todo ello sin cuestionar ni disentir. Este es el ideal de cualquier totalitarismo. ¡Como si eso fuese posible sin destruirnos como humanos!
¿Cómo conjugar, entonces, nuestra diversidad de formas de sentir, de pensar, de actuar, de existir y a la vez sabernos comunidad? Nancy (2008 (1986)) en el prefacio de unos de sus textos más provocativos e inspiradores, The Inoperative Community, nos da algunas pistas. Nancy parte de preguntarse: “¿Cómo podemos ser receptivos al significado de nuestras existencias múltiples, dispersas, mortalmente fragmentadas que, no obstante, solo hacen sentido al existir en común?” (2008, p. xi). Y a continuación agrega: “¿cómo nos comunicamos?”. Al responder Nancy da una enérgica lección que abre, ahondando en el sentido y en la fuerza de la comunicación cuando afirma que “esta pregunta solo puede ser hecha con seriedad si descartamos todas ‘las teorías de la comunicación’ que empiezan por postular la necesidad o el deseo del consenso, una continuidad y transferencia de mensajes. No se trata de establecer reglas para la comunicación, se trata de entender antes que todo que en la comunicación lo que ocurre es una exposición: la existencia finita expuesta a la existencia finita, co-apareciendo ante ella y con ella” (p. xi). Podríamos deducir que en la comunicación se constituye lo común precisamente como esa exposición mutua de existencias finitas.
Prosigamos, entonces, por el camino de analizar la palabra, esta vez acudiendo al soporte etimológico que intenta reconocer lo que en los vocablos va quedando inscrito en su constante trasegar por el mundo, para comprender mejor lo que está enraizado en lo que denominamos ‘comunicación’ y ‘común’. Descubrimos que ‘comunicación’ o bien ‘comunicar’ están compuestos por el prefijo ‘co-‘ del latín que quiere decir ‘ser junto con’ (be with) y la partícula latina ‘muni-’ proveniente de la raíz mei- derivada del Sanscrito méthati que se refería a ‘cambio y movimiento2. No en vano los buses que hacen parte del sistema de transporte liviano de San Francisco (Estados Unidos) se llaman Muni3, y no es extraño que los modos de transporte también se denominan como comunicación con diversos calificativos, tales como terrestre, marítima, férrea, aérea, etc.
Desde esa visión atávica, podemos asumir la comunicación como el resultado de ‘mover con’, de ‘cambiar con’; es decir, lo que pasa y nos pasa al movernos juntos, unos con otros. Concebida así, la comunicación; es decir, el resultado de la acción de comunicar , está más cercana a lo que sucede en un baile o en un concierto en donde uno(s)-y-otro(s) se mueve(n), cada quien a su manera ya sea bailando, cantando o interpretando un instrumento y cuyos movimientos se van anudando, sin que se disuelvan unos en otros, posibilitando la ‘armonía’ que no brota de un sonido único sino que, precisamente -como lo señala el Diccionario de la Real Academia Española- aparece al ‘combinar sonidos simultáneos y diferentes, pero acordes” o -como lo expone el Merriam-Webster Dictionary- la armonía se logra al “juntar una cosa con otra en un orden placentero y admirable”.
Vista así, la comunicación es el resultado de acciones -movimientos- gestados y construidos entre unos-y-otros que van dando forma a sentidos posibles. Si bien así se puede llegar a acuerdos -como sonidos acordes4-, nunca serán consensos, porque precisamente no se pretende, ni se exige que todos piensen, sientan y actúen al unísono. Nancy (2008b (1986)) en Myth Interrupted afirma que “contactarse unos con otros no es hacer un común, una comuna -lo que sería acceder a un otro cuerpo total donde todos se diluyen juntos. Tocarse unos con otros, establecer un contacto, es tocar el límite donde el ser en sí mismo, donde el ser-en-común nos oculta unos de otros y, al ocultarnos, al retirarnos del otro, nos expone ante él o ella” (p. 66).
El mito del modelo lineal y autoritario de la comunicación en el que un emisor transmite algo a otro, quien lo recibe en vacío y lo acepta así no más, aquí se desvanece por completo. Son unos y otros, mediados por una diversidad de formas y medios de expresión, quienes se hallan, se encuentran en comunicación porque al moverse unos-con-otros se des-cubren en común, no porque todos se asemejan, más bien, sí, porque en el ir-y-venir de unos y otros se van develando posibles sentidos que resuenan entre todos realzando lo que nos constituye humanos.
Esta comprensión de la comunicación en la que unos y otros están intrínsecamente involucrados hace eco en la manera como Heidegger (2001 (1927)), en el parágrafo 33 de Ser y Tiempo, la describe mediante una metáfora visual. Dice Heidegger: “(la comunicación es) dejar a alguien ver con nosotros lo que he señalado (mi énfasis) al darle al enunciado un carácter definido” (§33, H:155). Y agrega allí mismo: “Dejar a alguien ver con nosotros comparte con (teilt…mit) el Otro (mi énfasis), ese ente que ha sido expuesto en su carácter definido. Eso que se ‘comparte’ es nuestro Ser hacia lo que se ha señalado -un Ser que lo vemos en común”. Dicho de otro modo, la comunicación es un co-permitir ver que nos hace ‘ser unos-con-otros’. Y así lo subraya Heidegger unas páginas más adelante: “(la comunicación) se constituye comprensivamente en la articulación del Ser de unos con otros (mi énfasis). A través de ella, un co-estado-de-mente (Mitbefindlichkeit) se comparte (mi énfasis), y así también la comprensión del Ser-con” (§34, H:162). Y Heidegger continúa: “La comunicación nunca es algo como la transmisión de experiencias, como lo es una opinión o un deseo, del interior de un sujeto al interior de otro”. Estas contundentes afirmaciones nos señalan que la comunicación es un compartir y, a la vez, que en ella se constituye nuestra condición de ser-con-otros: Heidegger eleva la comunicación a su dimensión ontológica como constitutiva del ser-con-otro y así da densidad al sentido de lo común implícito en ella: “la articulación del Ser de unos con otros”.
Cuando compartimos hay una escisión, una partición, una grieta, una fisura (gap), como lo sugiere su etimología: del latín partiri que quiere decir ‘dividir’, derivado de pars, partis, ‘parte’; entonces, ‘separar partes’ y con el prefijo con- que significa ‘juntos’, compartir es ‘separar partes juntos’. Dicho de otro modo, compartir es la puesta de uno y otro en-común porque algo se ha dividido entre ambos. Así lo escribe Nancy (2008b (1986)) en su bellísimo ensayo Myth Interrupted: “la comunicación en cuanto tal es “el tránsito de uno a otro, el compartirse el uno por el otro” (p. 65). (Mi énfasis) Y en The Inoperative Community, Nancy (2008a (1986)) enfatiza: “La comunicación consiste ante todo en este compartir y en esta comparecencia (com-parution) de la finitud, esto es, en la dislocación y en la interpelación que se revelan a sí mismas como constitutivas del ser-en-común -precisamente en tanto que ser-en-común (being-in-common) no es un ser común (a common being)” (p. 29).
La comunicación en este sentido es moverse-con, co-permitiendo ver y eso es lo que constituye el ser-en-común; es decir, ser-con, en donde uno y otro comparten su ser. Esa acción de compartir, Nancy la llama comparecencia5, que “no es un enlace (bond)”; consiste en la aparición del entre (between) en cuanto tal: usted y yo (entre nosotros) -una fórmula en la que el ‘y’ no implica yuxtaposición sino exposición. Lo que se expone en la comparecencia es lo siguiente, y debemos aprender a leerlo en todas sus posibles combinaciones: “tú/usted (es/y/son) (enteramente otro que) yo”, más simplemente: tú me compartes (toi partage mois) (p. 29).
Esta aproximación a la comprensión de la existencia del ser-en-común partiendo del lenguaje, en particular del uso de los pronombres, ya la había abordado Serres en 1970 en un esclarecedor ensayo titulado El mensajero: “La existencia del sujeto situado, la operación del sujeto pensante, sólo son posibles por la comunicación” (s.p.). Y agrega: “Una simple variación lingüística sobre los pronombres personales nos convencerá inmediatamente de la evidencia de esos resultados ya sea que estemos en situación vivida o pensante. El ‘yo’ me pertenece, luego es tuyo, y luego de él, del otro, de cada uno. Es una tarjeta de asistencia indefinidamente permutada. No podría ser fijo, es un objeto transferido. El ‘tú¸ es mío, luego tú lo tomas; si el otro lo toma, me dirijo a él, cada uno a su vez, medida de distancia y señal. ‘Tú’ y ‘ustedes’, nuevos objetos de intercambio, jamás fijos, siempre móviles en la red comunicativa. ‘El’, ‘ella’, he aquí el exterior de nuestra esfera de pertenencia, exterior indefinidamente absorbido o excluido, cuando gira la esfera, aquí, allá, en todas partes. Singular o plural, la tercera “persona”, así como la “segunda”, es un objeto de intercambio” (s.p.).
Acoger la comunicación como compartir -o intercambiar, en términos de Serres (1970)- nos hace caer en la cuenta de que al comunicar comparto -‘parto-con’- mi mirada con otro según las formas como cada quien expresa -“al darle al enunciado un carácter definido”, afirma Heidegger (2001 (1927)). Es en este compartir, en esta comparecencia que es siempre movimiento, un ir y venir entre unos y otros, donde va tomando sentido algo de lo que el uno y otro han visto y querido exponer. Así es como aprendemos porque logramos ver algo que un otro me ha permitido ver; solo así crece el conocimiento y la comprensión del mundo y de nosotros.
3. REPRESENTACIÓN INTERPRETANTE
Este vaivén entre unos y otros propio de la comunicación se concreta en el juego continuo entre representaciones e interpretaciones. La comunicación resulta de expresar algo representándolo y de que otro lo acoja y lo interprete reconociendo posibles sentidos que, a su vez, engendren nuevas representaciones.
Por representar aquí no entendemos una operación binaria, tampoco una metáfora del espejo. Una representación no es una mera copia, ni una réplica, ni un doble, ni un sustituto como frecuentemente se la ha simplificado. Nancy (2005 (2003)) en su ensayo Forbidden Representation subraya que la representación “no es un simulacro, no es un reemplazo de la cosa original -de hecho, no tiene nada que ver con una cosa. Es una presentación de lo que no es una presencia, dada y completa, (o dada completa), o es la traída a la presencia de una realidad intangible (forma) por la mediación de una realidad sensorial” (p. 33). (Mi énfasis)
Al descomponer la palabra representar en el prefijo re- que denota “insistencia, hacer de nuevo” y ‘presentar’ del latín prae-esse, compuesta por el prefijo pre-: ante, y ‘sentar’: ser/estar, reconocemos, justamente, que al representar estamos poniendo algo con intensidad, de nuevo ante el ser. Y el diccionario latino de Forcellini de 1805 define ‘representar’ como “exponer; poner ante los ojos”. Nancy lo explica brillantemente en el texto antes citado: “La representación es una presencia que es presentada, expuesta, exhibida. No es, por lo tanto, presencia pura y simple. Precisamente no es lo inmediato del ser-expuesto-ahí; sino que más bien es aquello que saca la presencia de su inmediatez en tanto que ella pone el valor en la presencia como una presencia u otra. Representación, en otras palabras, no presenta algo sin exponer su valor o sentido -al menos, el mínimo valor o sentido de ser ahí ante un sujeto” (p. 36). (Mis énfasis)
Esta novedosa exposición de Nancy de lo que ocurre al representar nos parece que es como un eco intensificado de la Teoría de la Representación del pensador estadounidense Charles S. Peirce, cuya obra se extiende del final del siglo XIX hasta los primeros años del siglo XX6. Sabemos que Nancy no parte de Peirce, no obstante consideramos que tales correlaciones son dignas de resaltar. Tanta coincidencia entre dos pensadores, distantes en el tiempo, que provienen de contextos tan distintos y cuyas reflexiones van por caminos diferentes, nos hace pensar que no es fortuita esta manera de entender la representación y que, al anudar ambas propuestas, dicha noción se enriquece con la mirada de uno y otro.
Peirce transforma la visión simple de representación hasta entonces entendida prevalentemente como algo que toma el lugar de otro al incluir una tercera instancia intrínseca al acto de representar. En 1897 escribe: “Un signo, o representamen, es algo que ante alguien toma el lugar de algo en algún aspecto o capacidad. Se dirige a alguien, esto es, crea en la mente de esa persona un signo equivalente o tal vez, uno más desarrollado. El signo que crea, lo llamo interpretante del primer signo. El signo toma el lugar de algo, su objeto y toma el lugar de su objeto, no en todos sus aspectos, sino en referencia algún tipo de idea, lo que a veces he llamado el fundamento del representamen” (C.P. 2.228) (Mis énfasis)
Según Peirce, al representar, algo expresa algo a una mente, se dirige a alguien -en términos de Nancy, diríamos “ante un sujeto”. La representación es una co-tri-relación que simultáneamente y siempre involucra tres partes: algo que representa, lo representado -el objeto en algún aspect o- y un nuevo signo que puede ser una sensación, una acción o un pensamiento generado en la representación; es decir, un interpretante. Según Peirce, la representación es la operación de un signo, no solamente de signos lingüísticos, también de cualquier modo de expresión, tanto del mundo empírico como del imaginario que media entre el objeto y el pensamiento, sensación o acción interpretante -“la mediación de una realidad sensorial”, dice Nancy. Todo signo requiere un interpretante para que lo sea; es decir, para significar, para cumplir con su función de signo. Al representar, un signo se relaciona con un objeto externo al signo como tal, toma su lugar en un aspecto, no en todos los posibles -afirma Nancy: “exponiendo su valor o su sentido” - y produce una sensación, una acción o un concepto que es un interpretante, un nuevo signo que corresponde al mismo objeto en la misma manera en que fue representado, pero más desarrollado, -lo que Nancy explica diciendo: “trae a la presencia una realidad intangible”. (Mis énfasis)
Cada signo conlleva posibles interpretaciones que se convierten en nuevos signos que amplían, desarrollan y lo expanden para completar el signo que lo generó. Interpretar es un término compuesto por inter, que significa ‘mediación’, ‘intermedio’, ‘traducción’ y pret que, aunque de origen incierto, se cree que proviene de la raíz per- que se refiere a vender, negociar, intercambiar. Interpretar, es doblemente mediación, una redundancia que reafirma el carácter de medio entre dos, como también lo expresa la palabra ‘intermediación’. La interpretación, entonces, es un término medio, un inter entre dos elementos; es mediación entre lo que toma el lugar de otro y lo otro y que, por ser mediación, relaciona uno y otro haciéndolos relevantes.
Interpretar, por consiguiente, es connatural a la representación; es su condición de posibilidad, es lo que le da su rasgo distintivo. Representar requiere interpretar y al interpretar surge una nueva representación que lleva a nuevas interpretaciones en una cadena infinita de interpretaciones-representantes. La significación siempre está diferida, siempre pospuesta porque hacer sentido siempre es una expansión. Toda representación hablada, escrita, actuada, pintada, proyectada… es una mediación constituyente, no constituida, no dada ni determinada, más bien, es la condición de posibilidad -como lo indica la terminación ent- del participio activo- de interpretaciones que se configuran y refiguran una y otra vez. Peirce lo dice tal cual: “(Cada) representación ha de tener una representación interpretante y así ad infinitum, de modo que el proceso total de representación nunca llega a su completud” (W 3:63-64 o MS 212, 1873).
Este carácter enlazado de la representación-interpretante siempre continuo, jamás fijo ni determinado, siempre abierto a otras posibilidades de sentido, también lo encontramos en Heidegger (2001 (1927)):
“Como algo comunicado, aquello que se ha expuesto en la afirmación es algo que los Otros pueden ‘compartir’ con la persona que hace la afirmación, aunque el ente que ha señalado y al cual le ha dado un carácter definido no esté para ellos lo suficientemente cercano para asirlo y verlo. Eso que se expone en la afirmación es algo que puede trasmitirse en un ‘nuevo recuento’. Hay una ampliación del rango del mutuo compartir que ve. Pero, al mismo tiempo, lo que se ha expuesto puede velarse de nuevo en ese nuevo recuento” (§33, H:155).
Desde esta postura, podemos reafirmar nuevamente que la comunicación no es una transmisión lineal de una mente a otra; somos interpretes que completamos lo expresado por otros y también por nosotros; lo reapropiamos, lo transformamos y lo circulamos en nuevas representaciones abiertas a nuevas interpretaciones, a nuevos sentidos7. No es posible equiparar la comunicación con aquel modelo de causa-efecto o estímulo-respuesta en el que un emisor transmite mensajes a un receptor y su éxito se mide por la correspondencia exacta entre lo dicho y lo recibido. Esto sería tomar al ser humano como una máquina para que responda siempre igual ante el mismo estímulo8.
Al representar e interpretar sin cesar, el papel de emisores-enunciadores y receptores-destinatarios se intercambia continuamente. Al recibir lo expuesto por alguien, lo aceptamos, lo asumimos, lo recreamos, creando una novedad, nos inventamos nuevas historias que pueden ser recontadas, pasadas a otros, recreadas una y otra vez… es la ampliación del compartir mutuo que a su vez vela lo que se había mostrado, señalado, expuesto porque se va cubriendo con capas de posibles significaciones, de nuevos y otros sentidos.
Es pertinente aquí retomar las palabras con las la que Serres (1970) termina su artículo El mensajero y que acojo sin interrupciones: “¿Qué soy, entonces? Un nudo de emisión y de recepción, un cambiador abierto, provisto de la posibilidad pura de cortocircuito, que absorbe y redistribuye, por destellos y ocultaciones, la tonalidad continua, cargada de sentido, cargada de ruido, del nosotros universal que piensa, una estructura de intercambio, provista de la pura posibilidad de filtrar el sentido y el ruido. Pensamos, pues, por interceptación, yo pienso por interceptación y por la decisión aleatoria de la intersubjetividad. ¿Qué soy, pues? Una virtualidad discontinua de elección, de selección en el pensamiento intersubjetivo, cierto Demonio que separa las modulaciones del ruido mundial, un cambiador para mensajeros. Soy el interceptor del nosotros. La conciencia es el saber que tiene por sujeto la comunidad del nosotros. La comunicación crea al ser humano; este puede reducirla, pero no suprimirla sin suprimirse a sí mismo” (s.p).
4. EN EL LÍMITE ENTRE UNOS CON OTROS
Al comunicar no solo exponemos algo, sino que además nos exponemos unos con otros; abrimos nuestro ser al movernos con el otro para co-permitir ver. Nos exponemos porque salimos de nosotros asumiendo el riesgo de que algo pase en ese encuentro con otros. Como emisores, nos ponemos por fuera intentando llegar a otro; nos exteriorizamos al expresar lo que sentimos y pensamos a través múltiples maneras ya sea hablando, escribiendo, dibujando, cantando, bailando, actuando… y a través de muy diversos medios como son escenarios, altoparlantes, impresos, pantallas… Y como receptores nos exponemos cuando ponemos en atención nuestros oídos, nuestros ojos, nuestro cuerpo entero abierto para captar lo expresado por otros, lo que otro expone desde su interior y que de una u otra forma nos afecta porque afirma nuestra existencia en el mundo. Heidegger (2001 (1927)) lo explica así: “El oír decir es un estar-en-el mundo y un estar vuelto hacia la cosa de la cual se oye hablar” (§33, H:155).
“Estar expuesto -escribe Nancy (2008 (1986)) en el prefacio de The Inoperative Community- quiere decir estar puesto en exterioridad, según una exterioridad, teniendo que ver con un afuera en la misma intimidad del adentro” (p. xxxvi). Y Levinas (1987 (1974)) en De otro modo que ser, o más allá de la esencia lo recalca lúcidamente: “Decir es comunicar, seguro, pero como una condición de toda comunicación como exposición. (…) Desbloquear la comunicación, irreducible a la circulación de información que la presupone, se logra en el decir. No es por los contenidos inscritos en lo dicho y transmitidos a la interpretación y decodificación hecha por el otro. Es en el descubrimiento riesgoso de sí mismo en sinceridad, la ruptura de la interioridad y el abandono de toda protección, exposición a traumas, vulnerabilidad” (p. 48).
Como emisores-receptores, porque siempre somos ambos en continuo intercambio, nos tornamos vulnerables al exponer nuestros pareceres y también al acoger lo que otros expresan porque en ambos casos quedamos a merced del otro al depender de su responsabilidad; es decir, de su habilidad para responder que se hace visible en el encuentro. Exponerse es un ponerse fuera de sí desde adentro y como tal desprovisto de amparo y protección; es un des-cubrirse uno y otro con el riesgo de transformar y transformarnos a través de lo que ocurre entre representaciones e interpretaciones.
La comunicación en el fondo, en su sentido profundo, ese fondo que sale a la superficie, es un acto de benevolencia y de buena voluntad y también de receptividad. Implica un trato considerado entre unos y otros que muestre una disposición amable, una actitud de cuidado, un sentimiento de estima. Si, de una parte, no reconozco y valoro a mis destinatarios, si los desprecio y los rebajo, ¿cómo podré llegar a ellos?, ¿cómo podré captar su atención franca y sincera? Tal vez logre atemorizarlos sujetándolos sumisamente sin que por ello sus respuestas tengan la validez y el sentido que esperábamos. Y, de otra parte, ¿cómo comprender y poder responder si no estoy abierto a escuchar y a atender al otro, si no acojo con apertura lo que el otro me propone, lo que pone frente a mí para movernos uno con otro, para ver juntos, no de la misma manera, pero sí para intentar comprender y dar sentido a como uno y otro está mirando?
Levinas (2011 (1961)) afirma en Totality and Infinity que “reconocer al Otro es reconocer una apetencia. Reconocer al Otro es dar” (p. 75)9. Por eso la comunicación no es un mero envío, ni una respuesta a una demanda social, tampoco es un acto por cumplir; es más bien como una ofrenda, un toque de buena voluntad en el que el emisor se expone al otro que está siendo tenido en cuenta y mirado con consideración; está siendo respetado -del latín respectus, re- de nuevo, con intensidad, y specere, “mirar a”, luego, respetar es el acto de mirar a otro de nuevo, con intensidad, con atención, diríamos con deferencia10.
Co-permitir ver implica que unos y otros se mueven hacia lo que se expone, a lo que se señala. Es ver a otro-conmigo lo que demuestra la deferencia hacia él, nuestro ser-con y para otro. Por eso, dirigirse a otro esperando un encuentro necesariamente es un acto de cortesía y reverencia, de aprecio y cuidado hacia el otro. Implica ceder cortésmente y consentir con el otro; es un acto de deferencia, literalmente un acto de dejarse llevar por el otro -del latín deferre, compuesto por de-, “por fuera” y ferre, “llevar-. Este acto de deferencia va más allá de lo que se inscribe en palabras, imágenes y otros modos de decir y de hacer porque en sí mismo está siempre abierto a gestar nuevos sentidos a través de múltiples interpretaciones, indefinidamente diferidas.
La comunicación lejos de ser fusión o simetría es la confirmación de un límite insuperable, una imposibilidad que se hace posible precisamente en el encuentro de una y otra existencia en ese venir a la presencia de uno y otro. La comunicación implica afectación mutua, una co-relación en la que entre uno y otro surgen sentidos posibles. Los interlocutores se exponen uno a otro, se desplazan, salen de sí en ese encuentro, siempre mediado por signos y medios y a través de ellos puestos en contacto -tacto-con; es decir, tocándose unos con otros en su mismo ser, compartiendo su exposición al entrar en contacto. Y es precisamente en el contacto como se pone en evidencia que somos diferentes, que hay un intersticio, una abertura por minúscula que sea que es la que posibilita el encuentro, es decir, la relación entre unos y otros. En The ‘There Is’ of Sexual Relation, Nancy (2013 (2001)) nos muestra como “la relación no es un ser, es lo que toma lugar entre seres (…) es siempre del orden de lo incorpóreo que es también la condición del sentido. Podemos retomarlo aquí como la distinción entre los cuerpos, un espacio vacío entre los cuerpos, la posibilidad de la emisión y recepción del decir, de lo entre-dicho… Las dos partes se confrontan solo para permitir que algo llegue a ser en el espacio vacío entre ellos” (pp. 6 y 7).
Querer establecer comunicación con otro implica que estamos pensando en ese otro que no soy yo, que nuestro destinatario está virtualmente presente en nuestra mente, que nos interesamos en él y que deseamos un encuentro haciéndonos presentes en su sentir, pensar y actuar para que el otro reconozca y ojalá aprecie y admire lo que soy, siento y hago. Al salir de sí -diciendo, escribiendo, pintando, bailando, actuando de múltiples maneras - es un extenderse hacia el otro, como una caricia, un gesto de cuidado, un toque. Y todo toque, todo contacto hace evidente el límite, el borde en donde uno se encuentra con el otro, allí donde las diferencias topan manifestándose, haciéndose explícito que cada uno es diferente del otro. En cualquier toque hay una línea fina, un filo que separa, un entre (in-between), una interrupción. Este es el lugar de la comunicación. La apertura está enraizada en la comunicación.
“La comunicación ocurre en el borde”, afirma Nancy (2008b (1986)) en Myth Interrupted, y continúa: “O más bien, constituye el borde donde los seres se tocan uno con otro, se exponen a sí mismos unos con otros y se separan unos de otros” (p.61). Este límite, frontera, filo, borde, es un pasaje, un umbral, brecha, vacío -un espacio donde el toque es posible. En palabras de Nancy: “en el límite sobre el cual la comunicación tiene lugar” (p. 67).
Desde esta relectura del fondo de la comunicación, siempre abierta, surgen, entonces, algunos interrogantes que ojalá den qué pensar a quienes trajinamos con ella en y desde diferente tipo de organizaciones: ¿Qué noción de comunicación está implícita en las prácticas de la organización? ¿Se busca una mera transmisión de información o se reconoce el múltiple juego de las interpretaciones? ¿Cómo se entiende el disenso, la pluralidad de puntos de vista, la heterogeneidad de la organización? ¿Qué es representar-interpretar para la organización? ¿Es exponerse al otro (sociedad, proveedores, clientes, fundadores, vecinos, etc.) en un proceso de transformación mutuo? Y, siguiendo la metáfora heideggeriana de entender la comunicación como ‘co-permitir-ver’, ¿qué es aquello que la organización y sus miembros co-permiten-ver; es decir, qué sentidos abren a sí mismos y otros?