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Páginas de Educación

versión On-line ISSN 1688-7468

Pág. Educ. vol.7 no.1 Montevideo mayo 2014

 

  • El sistema educativo de Don Bosco. Una pedagogía para el siglo XXI, del Instituto Superior Salesiano. Montevideo: Monocromo, 2013. 288 págs.

     

    Se trata de una publicación que recoge trece monografías de especialistas en la temática, presentadas en una introducción de Marcelo Fontona SDB. Los trece trabajos participan de un plan de presentación del Sistema Preventivo de Don Bosco y la Pedagogía Salesiana y están bien trabados, delimitados y se evitan reiteraciones. Cada autor profundiza e investiga con personalidad y contribuye al objetivo general del libro.

    El detonante que inspira el trabajo es la actual situación de los jóvenes en el Uruguay y el deseo de la familia salesiana de contribuir a superarla. Se ha creado una difusa conciencia entre los uruguayos —y en general en este siglo XXI postmoderno— de que los jóvenes son una amenaza para una sociedad constituida y ordenada. Se los ve con una “cultura” y un estilo de vida que difiere en mucho y a veces radicalmente de aquellos de los adultos, a tal punto que se piensa en segregarlos y excluirlos, en un extremo hasta erradicarlos y, los más benignos, “rementalizarlos”, convertirlos al modo de ser y pensar que les convendrá para triunfar e integrarse a la sociedad que les toca vivir.

    Vivimos una época muy sensible a la pulsión del poder. Es posible y conveniente aquello que dominamos, y todo lo demás es sospechoso y posible de ser atacado y destruido. La contracara del poder es el miedo, que puede llegar a tener la misma capacidad de violencia que el deseo de poder. Hay determinados grupos de jóvenes, determinados lugares donde viven y muchos de sus estilos de vestir y comportarse que generan miedo en los adultos. Estos recelos van hasta la necesidad de encapsularse en sus acciones de protección con medidas de seguridad, represión, vigilancia y exclusión que convierte a los jóvenes en “otros” aunque sean de su propia familia. El diálogo se quiebra, no interesa conocerlos sino defenderse de ellos. Son “incomprensibles”: mañeros, perezosos, retraídos, en fin, no se puede lograr nada con ellos: ¡qué futuro nos espera! Llegados a este punto se los ha ubicado en un nuevo estatus social: los “ni ni” (ni estudia ni trabaja), una doble negación que termina excluyéndolos sin diálogo y sin proyecto creador de futuro.

    Por suerte, o gracias a Dios, hay muchos que no se dejan llevar por la ola del rechazo y el miedo. Quiero creer que la mayoría de la gente puesta a pensar y planificar el futuro encuentra mejores salidas. Los tan “sospechosos” docentes son una población de contacto que sufre con estas situaciones, ve, conversa y quiere a los jóvenes pero en gran medida no saben qué hacer ni con quién aconsejarse, según el artículo de Juan Pablo Gil y Agustín Reyes. El carisma de la educación existe y no es detentado exclusivamente por unos pocos. Ni siquiera los cristianos, que hacemos enormes esfuerzos en este terreno, podemos decir que somos los únicos.

    Esta situación no es nueva en Uruguay, que lleva un retraso de abordaje político de más de cuarenta años. Desde los recopilados trabajos anteriores (desde 1930 a 1960) que organizó la CIDE (década de los sesenta) pasando por diversos intentos fallidos hasta abandonos culpables, la situación educativa y atención a los jóvenes se viene estirando y esperando tiempos mejores más adelante, siempre pensado que “otros” tendrán que “meter mano”. Históricamente, estas situaciones críticas junto con las nuevas generaciones desafiantes no son nuevas en Occidente. En la antigua Grecia, los filósofos y políticos ya se quejaban de la tragedia irreversible en la que se encontraban frente a la incapacidad de compromiso de los jóvenes. En la decadencia romana se hablaba del apocalipsis frente a la sensualidad y materialismo de aquellos jóvenes que optaban por el camino rápido al poder sin hacer “la carrera de los honores.” A fines de la Edad Media, la concepción se dividió entre el pecado y la salvación. Mejor retirarse que ver la disolución que se les venía encima. El romanticismo, expresión de la era moderna, no dio indicios de fortaleza frente a la enorme tarea a realizar.

    En el siglo XIX, en plena decadencia de Occidente, surgen fuerzas del interior profundo de la Iglesia que buscan apostar a la esperanza poniendo paciencia y trabajo desinteresado. Uno de esos hombres, sacerdote italiano, hoy conocido como San Juan Bosco, fue impulsor de una obra monumental y fundamentalmente con un impulso creador y educador que trasciende Italia y Europa y se reparte por el mundo. Gracias a él recibió, a fines del siglo XIX y todo el siglo XX, excelentes hijos de la familia salesiana. Como muestra de fecundidad, generó una numerosa proliferación de descendientes en muy distintos planos humanos y eclesiales. Actualmente, la familia salesiana es pionera en Uruguay en el trabajo con jóvenes y puede enviar misioneros a tierras muy necesitadas de esta presencia.

    La presentación histórica de la Congregación en el Uruguay la hace Mons. Daniel Sturla con precisión, sencillez y concreción en lo que quiere transmitir. Este texto es valioso no sólo para entender la presencia salesiana desde 1876 sino también la situación de la educación en esa época positivista y vareliana. En los siguientes capítulos se describe en profundidad en una muy entendible presentación el Sistema Preventivo, creación de Don Bosco universalizada por la congregación. Este nombre lo incorporó él mismo en aquella conversación (1854) con el Ministro Urbano Ratazzi donde le expone que “existen dos sistemas de educación: el represivo y el preventivo” (27, Hna. Dinorah Gonzalez, fma): “Aquel se propone educar al hombre con la fuerza , reprimiéndolo y castigándolo, cuando ha violado la ley, cuando ha cometido un delito; este trata de educarlo con la dulzura y, por eso, lo invita suavemente a la observancia misma de la ley, y le suministra los medios aptos y eficaces para tal fin; éste es precisamente el sistema vigente entre nosotros” (27).

    Don Bosco no era ingenuo ni despegado, tenía los pies sobre la tierra. Conocía donde entraba y qué proponía. Eso sí, era absolutamente consciente de que su sistema no consiste en hablar sin hacer, en predicar sin operar. Su sistema supone esfuerzo, mucho trabajo, dedicación, paciencia y mucho amor. Esto brota de la vocación y la convicción, que no sólo es esperable entre la gente de fe cristiana. El Espíritu Santo no descansa. Es cierto lo que ha dicho el Presidente José Mujica: hay muchas tareas sociales como la salud y la educación que no se satisfacen sólo con el trabajo reglamentado, que piden amor, pero el Estado no se lo puede exigir a ninguno de sus funcionarios. ¿Entonces? Respondo: los que se sientan llamados por esta vocación que respondan con su testimonio de trabajo y convenzan por sus resultados. “Por sus frutos los conocerán”. Eso sí, que no se callen, que hablen, que investiguen, que expliquen. En esta línea, con sencillez, va este libro, provechoso para salesianos, cristianos, educadores e interesados en encontrar caminos humanos, creadores y respetuosos para nuestras jóvenes generaciones.

    Se encontrarán con tres capítulos centrales donde se analiza la tríada salesiana de la pedagogía salesiana: racionalidad, religión y amorevolezza en los capítulos de Leonardo Torres, Verónica Trías y Andrés Peregalli. Es muy interesante observar cómo estos tres tópicos, siendo profundamente expresión de la mentalidad del siglo XIX, van encontrando su modo de canalizarse y fortalecerse en otras condicionantes en el siglo XXI. La racionalidad reivindicada por la pedagogía salesiana necesita ser comprendida de un modo operativo con nuestros jóvenes, que se resisten a “pensar” y “planificar” haciendo proyectos para un futuro que desconocen y que les exige lo que no quieren dar: riesgo con seguridad, esfuerzo con resultados y, si esto no es posible, entregarse a la aventura, “divertirse”. El carpe diem de corto alcance, no en el sentido enriquecedor de Horacio sino en el consumista de hoy.

    El tema de la religión está imbricado en la peculiar situación histórica y política de Italia y la Santa Sede en aquellos tan convulsionados tiempos de la pérdida de los territorios pontificios y el avance del “materialismo”, como se le decía al positivismo y el darwinismo. (El Vaticano pierde los estados pontificios entre 1860 y 1870 frente a Víctor Manuel y los ejércitos franco-prusianos, en pleno desarrollo del Concilio Vaticano I). La teología y la pastoral de esas épocas identifican, en Italia fundamentalmente, la religión, la Iglesia y el cristianismo.

    A partir del Vaticano II, una nueva teología se desarrolla y la Iglesia adopta posiciones de apertura como la “justa laicización”, propuesta por Pío XII anteriormente. El renovado pensamiento católico post conciliar se nutre en el diálogo con los otros cristianos y surgen las especificidades de la fe cristiana frente a las “religiones” modernas. También a partir de 1960 la teología latinoamericana se nutre con importantes aportes surgidos desde los ámbitos pastorales, que fueron severamente cernidos por la teología romana, pero que hoy renacen con fuerza propia y extensión más allá del continente que la generó. Me parece interesante generar un diálogo al interior de la visión “religiosa” que aquí se presenta como la continuación de aquel origen del siglo XIX (Jorge Pérez sdb). Asimismo, en su capítulo “Buenos cristianos y honrados ciudadanos en el siglo XXI”, Javier Pereira presenta un interesante conjunto de textos del Rector Mayor, Padre Pascual Chávez, con actualidad y fuerza para esta temática.

    Un punto que destaco, pues me parece un aporte fundamental para la educación de hoy, es el “ámbito escolar” en que se desarrolla esta educación (María Inés Fornos, Sarah Ardaix Peirano): el colegio como casa propia de los alumnos, los maestros, los religiosos, los padres y la comunidad escolar como educadora. No resisto recordar mi ingreso al Colegio San Miguel de Villa Muñoz cuando tenía cinco años y el privilegio que mis padres eligieran esa escuela y no otra. Me recibió en primero inferior (pre-escolar de la época) el Padre Juan. Luego me encontré con el Padre Manuel Oriental Pías, catequista, y que tanto transmitía con aquellas especiales “palabras al oído”. También recuerdo un estricto padre consejero, riguroso para la disciplina y sobre todo del cumplimiento del horario. Dos maestros laicos, Francisco Deana e Ignacio Graña, cumplían con la presencia seglar tan equilibrante en aquel colegio con poco más de ciento diez alumnos que tenía una comunidad religiosa de entre diez y doce religiosos (con neta mayoría de uruguayos), sacerdotes y maestrillos, con los operarios parroquiales y una pequeña presencia de ancianos, como el padre Arispuro y el padre Giovannini, cargado de años, discípulo directo de Don Bosco a quien éste, con una suave palmada, le dijo: “Vai a morire con questa faccia”. Los antiguos compañeros de hace más de sesenta años que aún nos seguimos encontrando, nos preguntamos: ¿qué habrá querido decir Don Bosco con ese gesto? Seguramente no lo descubriremos nunca, pero ¡qué lindo recordar aquel gesto de Don Bosco con el viejito Giovannini! Finalmente, “las palabras de despedida”, todas las tardes al salir del Colegio, del Director, Padre Charles.

    Aquella vida plena y familiar de mis años escolares con los salesianos me inspiraron después el “Efecto establecimiento” como aplicación concreta de estilo de comunidad educativa: los docentes que transmiten la instrucción y la enseñanza junto con los directores, el portero, las limpiadoras y el sacerdote que generan la educación como proceso colectivo donde los alumnos aprenden con sus compañeros y se educan con el esfuerzo compartido de todos incluyendo a sus padres, que los acompañan en sus fiestas y tienen sus reuniones. La integración al barrio conociendo sus calles, su gente y entablando ocasionales diálogos con algún vecino y junto con los alumnos mayores y realizando alguna tarea social, limpiando una plaza, invitando a otros niños a jugar al futbol (Francisco Varela, Cecilia Capozzoli y Claudia Cúneo).

    La nueva educación que anhelamos no está tan lejos de lo que sabemos hacer. Recomiendo la lectura de este libro y le deseo la mayor difusión. Felicito la idea original y el esfuerzo de quienes lo llevaron a cabo.

     

    Jorge Scuro

    Licenciado en Historia, Filosofía y Teología

     

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