SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.6 número1EDUCACIÓN EN VIRTUDES CÍVICAS, GÉNERO Y FAMILIA índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Links relacionados

Compartir


Páginas de Educación

versión On-line ISSN 1688-7468

Pág. Educ. vol.6 no.1 Montevideo jun. 2013

 

CLEDIA DE MELLO (1929-2012)

 

Cledia de Mello fue, ante todo, maestra. Su relación con los niños era sincera, poderosa y respetuosa: su innovadora metodología pedagógica está basada en su profundo respeto por los niños en tanto personas pensantes y creadoras. Lo primero que Cledia enseñaba a sus docentes era la no descalificación, un concepto poco habitual en la educación tradicional. Afirmaba que el niño traía, desde sus primeros años, un bagaje de conocimientos que no debía ser ignorado: había aprehendido el mundo que lo rodeaba, había hecho asociaciones y establecido comparaciones. Era a partir de esa riqueza, y con ella como fundamento, que se le ayudaba a seguir elaborando el conocimiento.

A mediados de los ochenta entré en contacto con el Centro de Educación Natural e Integral (CENI), fundado por Cledia de Mello junto a Cristina Etorena, en el doble papel de madre y docente. Llevé allí a mis hijos de nueve y cinco años al ser contratada como profesora de inglés. Cledia consideraba a la adquisición de la segunda lengua una herramienta importante para el desarrollo integral de los alumnos, otra puerta para la construcción del pensamiento. La atmósfera académica de la escuela era impresionante: en el marco de la metodología natural e integral, se alentaba la investigación y la búsqueda permanente. Los maestros exploraban caminos y los compartían y discutían en intensas jornadas de formación docente. El concepto rector, impartido por de Mello, era que el conocimiento es uno y que todo tiene que ver con todo: la identificación de asociaciones lógicas estaba en la base del método y se estimulaba constantemente en los alumnos, aun (y muy especialmente) en los preescolares. Se organizaban cursillos en los que participaban los maestros y profesores de la escuela y otros muchos procedentes del interior del país y también de países vecinos como Argentina y Chile. Profesores egresados del IPA dictaban clases de historia y de biología a los niños desde los primeros grados logrando que integraran los conceptos académicos enlazándolos con las vivencias propias de su corta edad.

Ver a Cledia (Chela para todos nosotros) trabajar con niños de Jardín y de primer año era asombroso: a partir de una idea inicial los inducía a desarrollar el pensamiento lógico y los pequeños iban razonando y llegando a conclusiones por sí mismos, con plena confianza para expresarse y muchas veces llevando la clase hacia lugares totalmente inesperados. Se referían a los reinos animal, vegetal y mineral o a los astros de materia encendida y apagada, entre muchos otros temas, sabiendo perfectamente de qué hablaban porque se les mostraban estos conceptos en su vida cotidiana tomando la idea de Jean Piaget, de que el conocimiento resulta de un proceso constructivo a través de la interacción con el objeto a conocer. En un paseo por el patio de la escuela, por ejemplo, se estimulaba a los niños a llegar a la conclusión de que podemos caminar por la tierra porque no está caliente, está “apagada”, es un planeta. En cambio no podemos mirar mucho al sol porque irradia luz y calor, está “encendido”, es una estrella. Mucho más coherente y fácil de entender y de integrar para un niño de cinco o seis años que algunos enunciados sin sentido y muchas veces bizarros que se incluyen en los libros de texto infantiles buscando ejemplificar el uso de vocales o consonantes.

Luego de la exposición oral los niños plasmaban lo trabajado en pensamientos complejos en el pizarrón, dibujando las letras con la base orgánica. Para enseñar a escribir, Cledia partía una vez más de la experiencia: los alentaba a reconocer qué parte del aparato fonador utilizaban para producir el sonido de cada letra y entonces, simplemente, les pedía que lo dibujaran: redondeando la boca (la “o”, la “a”), estirando los labios (la “e”, la “i”), tocando el paladar con la punta de la lengua (la “t”), etc. Era lo que llamaba la palabra “dibujada” en contraposición a la palabra “hablada”. Yo tuve el privilegio de vivir lo extraordinario del método en mis hijos, especialmente en mi niña, que entró al grupo de 5 años y, en menos de un mes, no sólo leía sino que era capaz de poner por escrito sus propias ideas y sentimientos. La secuencia de acciones en el título del libro de Cledia de Mello para uso escolar, “Pienso, hablo, leo, escribo”, describe exactamente el proceso que recorren los niños que asisten al CENI.

La homogeneidad nunca fue una meta para de Mello. Su escuela rompió con las clasificaciones y las normas apuntando siempre a crear identidad en los alumnos, fueran cuales fuesen sus características personales. Una vez me dijo que si lograba que los niños egresaran del CENI entendiendo que estaban “sentados sobre sí mismos”, que todo lo que los rodeaba era circunstancial y lo único permanente era lo que ellos mismos eran y creían, su tarea estaría cumplida. Ahora es una práctica extendida en muchos centros educativos, pero en los ochenta era muy inusual que los niños no fueran calificados con notas. Cledia sostenía que no se podía evaluar con una nota u otra a todos los niños porque todos partían de puntos diferentes, según sus capacidades y su entorno afectivo y socioeconómico. Precisamente, para llevar adelante ese pensamiento en toda su extensión, el CENI integró e integra a niños con diversas capacidades intelectuales, motoras, auditivas, visuales y emocionales. Todos encuentran allí su lugar, se encuentran a sí mismos, aprenden a respetarse porque son respetados, crecen, florecen. Y los adultos aprendemos a descubrirlos, admirarlos, amarlos en y con sus diferencias.

Por todas las características mencionadas, el CENI nunca ha solicitado la habilitación del Consejo de Educación Inicial y Primaria. Mantiene fieramente su independencia pedagógica y el derecho a definir su plan de estudios aun cuando eso significa que cada generación de Sexto año debe rendir prueba de egreso para acceder al liceo, que es aprobada año a año por la totalidad de los estudiantes. Cledia de Mello creía en una escuela dinámica, acompasada a los cambios que se procesan continuamente en su medio y en el mundo: “Acompañe la escuela al niño para que el niño pueda acompañar a la sociedad”, afirmaba, y ese enfoque de constante cuestionamiento y transformación fue y es la esencia misma del CENI.

Por supuesto, conocer a Cledia de Mello y trabajar a su lado cambió totalmente mi forma de enseñar e hizo escuela en mí como docente y como ser humano. Tenía un efecto único en niños y adultos: nos enseñaba a creer. En nosotros como individuos y en nosotros como sociedad, dependientes del todo al que pertenecemos y a la vez autónomos para volar y crear. Ese vuelo era su objetivo y lo logró a lo largo de muchas generaciones de egresados: científicos, artistas, educadores, investigadores, escritores y cineastas que hoy están forjando su lugar en nuestro país y en el mundo pasaron por sus aulas y llevan su impronta: pensamiento crítico, confianza en la propia capacidad, audacia para romper preconceptos y buscar caminos, decisión para superar obstáculos —aun los de las propias dificultades— y alcanzar metas. La inquietud intelectual en su máximo exponente.

La imagen de Chela sonriente, intensa, recorriendo incansable las aulas de su escuela escuchando, enseñando y aprendiendo de cada uno de nosotros permanecerá en los que tuvimos el privilegio de participar de su propuesta educativa. La profunda diferencia que hizo en tantas vidas es su mayor legado.

 

Rosario Lazaroff

Instituto de educación Santa Eelena

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons