El artículo analiza dos entramados comunitarios que irrumpen en la esfera pública del Uruguay en las últimas décadas, procurando soluciones colectivas a sus necesidades comunes. La Red de Grupos de Mujeres Rurales (en adelante REDMU) y de la Red de Agroecología del Uruguay (en adelante RAU), en tanto componen un complejo tejido de interacciones que de cierto modo tensionan y disputan al modelo hegemónico, particularmente en relación a temáticas medioambientales y de género.
Estos entramados territoriales y comunitarios son a la vez sociales, productivos, políticos y afectivos; están atravesados por saberes comunitarios, universitarios, técnicos, políticos, empresariales, de las políticas públicas, de organizaciones sociales y no gubernamentales, entre otros; generan apropiaciones heterogéneas de la información y los conocimientos, así como también presentan diferencias en el grado de participación en las respuestas colectivas a las problemáticas comunes.
La pertinencia del estudio sobre las prácticas y los movimientos afectivos de estos entramados toma aún mayor relevancia en el contexto de pandemia producida por el COVID-19, donde se pone de manifiesto la crisis civilizatoria del capital y se agudizan las contradicciones en las tareas involucradas para la reproducción de la vida (Federici, 2020). Mientras que se radicalizan las desigualdades, se sostiene que también se atraviesan tiempos en los que se reconoce y visibiliza la importancia de procesos colectivos y prácticas de solidaridad -las ya existentes y otras nuevas- como entramados claves que hacen frente a la pandemia a través de la organización colectiva y solidaria (Rivera-Aguilera, Reyes Espejo, Pavez Mena, Gómez Núñez & de la Cuadra, 2020).
Se retoman entonces algunos nudos del debate acerca de la Economía Social y Solidaria (ESS) (Guerra, 2012; Coraggio, 2017) al que se incorporan dimensiones de análisis poco frecuentes en la literatura sobre la temática, como lo es la mirada sobre la composición de las tramas comunitarias y la afectividad.
Ambas redes pueden ser concebidas como espacios alternativos de producción y de reproducción de la vida que priorizan valores autogestionarios, ecológicos y solidarios; así como también en ambas observan acciones y composiciones que tensionan el modelo hegemónico económico, simbólico y cultural. Dichas disputas no se plantean necesariamente en términos antagónicos, sino como la búsqueda explícita por construir nuevas semánticas y prácticas que permitan otros modos de sostener la vida. En este sentido, dialogan con otras redes contemporáneas que ponen el foco en las prácticas de carácter económico, político y cultural.
Un estudio reciente de los procesos colectivos realizado por el Área Sector Cooperativo y Economía Social y Solidaria (Sarachu et al., 2020) de la Universidad de la República, constata en Uruguay se trata de una trama heterogénea, viva, con desafíos y potencialidades en distintos planos: político, económico, social y de intercooperación. En este contexto se observó particularmente el fortalecimiento de los circuitos cortos de comercialización locales, vecinales y familiares para el consumo, que favoreció los procesos de sostenibilidad de la vida en el marco de la pandemia. Se destaca también la preocupación de dichas experiencias por la coincidencia entre la crisis global, el cambio de gobierno nacional en Uruguay y la inexistencia de una agenda política a fin de amortiguar las regresiones en materia de trabajo, cuidados e ingreso de las personas trabajadoras.
En este sentido, resulta particularmente pertinente profundizar en las composiciones afectivas que se producen al participar en este tipo de entramados territoriales que permiten desplegar la reproducción de la vida más allá y en contra del capital y del estado (Gutiérrez, 2017), analizando las tensiones emergentes entre lo instituido- entendido como aquello que tiende la reproducción orden establecido- y lo instituyente - como aquello que ofrece ruptura, novedad y creación- (Castoriadis, 1989). La pregunta que transversaliza este trabajo apunta a comprender de qué forma estas tramas comunitarias y solidarias politizan la vida de sus integrantes y transforman los vínculos enlazados a las luchas por la defensa de sus derechos, sus saberes y la preservación de sus territorios. Entendemos que otras epistemologías (Rieiro, Weisz & Tommasino, 2019) son urgentes para lograr apreciar las heterogéneas tramas comunitarias que de forma intersticial defienden la vida, produciendo formas que las sostienen en momentos de múltiples despojos.
Contextualización y presentación de las redes
La Economía Social y Solidaria tomada como un campo de estudio devela una fuerte dinámica desde la cual emergen redes con características particularmente interesantes de abordar. Específicamente en nuestro país la ESS reúne un conjunto de experiencias fundadas en valores solidarios, que en los últimos años ha dado lugar al surgimiento de nuevos actores, que sumados a actores de mayor tradición como las cooperativas, las mutuales y las asociaciones, caracterizan un sector particular de la economía, que pone en el centro a la vida y no persigue fines de lucro. Dadas las características de la historia social del Uruguay participan dentro del marco de las políticas públicas pero mantienen cierta autonomía respecto del Estado.
En nuestro país se conocen poco las formas comunitarias autónomas indígenas antes de la colonización. La mayor trayectoria de la ESS ha sido a través del desarrollo del modelo cooperativo donde las primeras leyes se ubican en las primeras décadas del siglo XX; mientras que las primeras empresas recuperadas y autogestionadas por sus trabajadores como cooperativas de producción, se registran a mediados del siglo pasado. Durante la dictadura cívico-militar de la década del 70 y del 80, el movimiento cooperativo fue duramente reprimido, destacándose el compromiso asumido en la resistencia; dicho movimiento en general y la Federación Uruguaya de Cooperativa por Ayuda Mutua en particular, se constituyó en un actor fundamental en la lucha por la reconstrucción democrática. Las alianzas latentes que se tejían en silencio llevaron a la conformación en 1998 de la Confederación Uruguaya de Entidades Cooperativas (CUDECOOP) organización de tercer grado que nuclea en la actualidad el sector en cooperativo de ahorro y crédito, de trabajo, agrarias, de vivienda, consumo y de seguros.
El neoliberalismo de la década de los 90’ tuvo gran impacto material y simbólico sobre toda la sociedad y condujo a la gran crisis de 2002. Es justamente durante este período que se abre una ventana de oportunidad para el surgimiento de iniciativas vinculadas a la Economía Solidaria. Con la expansión de este sector se originan diversas iniciativas que adquieren diferentes formatos: huertas comunitarias, merenderos, fábricas recuperadas y clubes de trueque, entre otros. Al primer mapeo de la Economía Social y Solidaria (Torrelli, De Giacomi, Doccetti & Laguna, 2015), le siguieron otros estudios acerca de experiencias que definen necesidades prioritarias para las personas y grupos que las conforman y buscan garantizar respuestas a partir de la autoorganización. Más allá de las especificidades y diferencias, prevalece el legado amortiguador por lo que las disputas no llegan a la radicalización, los entrelazamientos tienden a la construcción de organizaciones de segundo y tercer grado y se promueve el relacionamiento con el Estado.
Dichas experiencias se fueron diluyendo en la medida que los ciclos del capitalismo fueron soslayando la crisis, pero resurgen recientemente ante la crisis sanitaria económica y social producida por el COVID-19 y el retorno de perspectivas neoliberales de recorte del Estado. El rápido surgimiento de ollas populares (700 en 2020), la proliferación de huertas comunitarias y otras formas de solidaridad, da cuenta de la memoria colectiva y de ciertas grietas posibles ante los valores de éxito, eficacia, eficiencia y consumo ilimitado e irresponsable que se quiere imponer desde el discurso hegemónico (Rieiro, 2021). Si bien no es posible predecir la potencia ni la continuidad de las experiencias solidarias que están desarrollándose en la actualidad, la historización de ambas redes nos muestra cómo en momentos de despojo del estado y del capital la lucha por la preservación de la vida insiste y da lugar a procesos de politicidad de más largo aliento estableciendo para ello entramados afectados ante la necesidad de resoluciones comunes.
En el caso de la REDMU, su surgimiento se da en el marco del neoliberalismo de los 90s, en parte a impulso de Organizaciones No Gubernamentales. En estos treinta años la red ha logrado consolidarse como una referencia nacional frente a temáticas relacionadas con las ruralidades y la mujer en estos ámbitos. Se trata de una organización de segundo grado a nivel nacional, en la que participan grupos de mujeres de distintos departamentos, relacionados a actividades productivas y sociales. A través de los años han canalizado muchas demandas de las mujeres y sus comunidades, por lo que han pasado a ser una organización ineludible a la hora de generar vínculos entre políticas y sus comunidades de referencia Se agrupan por territorios, conformando 23 grupos de aproximadamente 10 integrantes cada uno, que suelen tener reuniones generales una vez por mes.
Se definen oficialmente como “una Red de Grupos de Mujeres Rurales: artesanas, agricultoras, apicultoras, lecheras, avicultoras, defensoras del agua, de la soberanía alimentaria, de la tierra y la agroecología” (Material de difusión, REDMU, 2019). A su vez, entre sus objetivos se proponen “contribuir al desarrollo integral de la mujer rural uruguaya, promoviendo la organización y su participación en la vida de la comunidad local, nacional e internacional” (Material de difusión, REDMU, 2019).
El formato de organización interna y la dinámica de funcionamiento se mantuvo similar y estable a lo largo de las tres décadas de trayectoria. Todos los grupos trabajan en sus respectivos territorios y a su vez están conectados a una comisión directiva que opera como espacio de coordinación central. La misma está compuesta por una presidenta, vicepresidenta, secretaria y tesorera. Cada dos meses se llama a asamblea de delegadas, donde participan dos o tres personas de cada grupo. Las elecciones son todos los años, alternando el recambio de la directiva asegurando de ese modo la transmisión de saberes sobre dichos roles y funciones.
Las mujeres deciden y designan colectivamente a compañeras que concurren a las múltiples instancias nacionales y eventos internacionales a las que han sido convocadas e invitadas, donde ellas acuerdan en cada intercambio quienes serán las participantes en base a intereses y posibilidades. Por otro lado, se ha diversificado la participación en diversos ámbitos del espacio público a nivel nacional y en relación con la experiencia significativa de asistir a múltiples encuentros en el exterior. De lo antedicho se desprende que las relaciones de poder y la construcción de los saberes circulan de forma equitativa, aunque muchas mujeres asumen no tener las competencias para asumir estas responsabilidades, mientras otras insisten que es la posibilidad de construir saberes de gestión colectiva no depende de las capacidad individuales sino que es un aprendizaje permanente que se construye en el proceso de afectación relacional de los espacios grupales cotidianos de la red (Weisz, Tommasino & González, 2021).
En cuanto a la RAU, las primeras experiencias en el campo de la agroecología se identifican tras la reapertura democrática en 1985, impulsado por algunas Organizaciones No Gubernamentales ambientalistas y la Universidad de la República. En este período se forman algunos grupos o asociaciones de productores que más adelante harán parte de su gestación y se conformarán como referentes históricos.
A partir de 1995, se encuentran los dos antecedentes organizacionales más directos: la conformación de la Asociación de Productores Orgánicos del Uruguay y la Asociación Certificadora de la Agricultura Ecológica-Uruguay (sello URUCERT). En el año 2004, se identifican dos momentos importantes que explican un nuevo relacionamiento entre ambas asociaciones que dio lugar a la fundación de la RAU. Por un lado, ambas organizaciones coincidieron en la dificultad de acceso a la certificación tercerizada, o de tercera parte, para los pequeños productores en Latinoamérica, ante lo cual deciden constituir una alternativa conjunta, a través de un Sistema de Garantía Participativa. Paralelamente, el gobierno propone varios decretos sobre la certificación que son interpretados por ambas organizaciones como restrictivos, dando así comienzo a una etapa de acciones conjuntas y diálogos con la política pública. Dichas negociaciones terminan con la aprobación del marco normativo en 2008, cuando se reconoce a través de un decreto el Sistema Participativo de Garantía (SPG). Cabe aclarar que actualmente la organización atraviesa una fuerte disputa, dado que se ha aprobado un proyecto de ley para la certificación orgánica que no menciona ni reconoce dicha forma de certificación.
En mayo de 2005 se constituye formalmente la RAU a partir de la confluencia de varias configuraciones que venían constituyéndose en el campo agroecológico y ya en el mismo año se trabaja durante varios meses para constituir las primeras regionales. El comienzo de la RAU estuvo caracterizado por su carácter artesanal, de cercanía entre los y las integrantes, visitándose casa a casa, emprendimiento a emprendimiento; así como desarrollando acciones de promoción, visibilización. Hoy en día, la RAU es una referencia ineludible frente a la temática agroecológica y la “construcción de sistemas productivos económicamente viables, ambientalmente sustentables y socialmente justos” (Material de difusión, RAU, 2018).
La vida actual de la organización se estructura en base a interacciones multi-escalares, que van desde los predios de los y las productoras (con la certificación participativa y el intercambio de saberes locales), lo regional (siete regionales del territorio sur del país con plenarios bimensuales), y lo nacional (encuentros nacionales bianuales, coordinación nacional integrada por coordinadores regionales y secretaría técnica, grupo asesor y secretaría técnica, cursos de formación, charlas, comisiones especiales, entre otros). Así, los más de 200 núcleos conformados por personas que participan directamente representando a sus grupos familiares, y a colectivos de producción y/o de consumo (Rieiro & Karageuzián, 2020) van configurando distintos espacios de encuentro, donde el intercambio y la información conforma un flujo complejo y dinámico.
Metodología
En este último tiempo se han fortalecido redes de solidaridad y de intercooperación que impactan de lleno en la relación entre el campo y la ciudad, poniendo en el centro el consumo responsable, lo agroecológico, la elección por circuitos locales y la concientización sobre el cuidado de la naturaleza. En este sentido, trabajamos junto a la RAU y la REDMU en clave de estudio de casos (Stake, 1994) en tanto desarrollan desde sus discursos y sus prácticas perspectivas críticas que proponen transformar lo existente. Nos referimos a los posicionamientos que mantienen acerca de la agroecología, de la soberanía alimentaria, del consumo responsable y de las relaciones de género. Cada red marca la forma específica en que despliega sus prácticas para las estrategias de resistencia, en relación con el tipo de actividad que realizan, su territorialidad y sus relaciones con las políticas públicas.
Desde una epistemología de la complejidad cuyo abordaje interdisciplinario incluye a un tipo de psicología y de sociología que dialoga con la filosofía vitalista de Spinoza, retomada por Deleuze (2003), se propone una ontología relacional y afectiva de la cual depende nuestra capacidad de accionar y pensar.
El abordaje metodológico retoma el paradigma de la investigación-acción (Fals Borda, 1997) y las metodologías horizontales, utilizando dispositivos participativos a lo largo de todas las etapas del proyecto, generando zonas de contacto que nos permitieran entablar acuerdos, diálogos y procesos comunicativos profundos, en la medida que las organizaciones pudieron y/o quisieron acompañar. El primer paso consistió en promover la co-construcción de la demanda y establecer los acuerdos entre representantes de las organizaciones y de las redes, con el equipo universitario interdisciplinario que llevó adelante la investigación “La Economía Social y Solidaria como estrategia de inclusión”, aprobado en el llamado al Programa Proyectos de Investigación e Innovación Orientados a la Inclusión Social 2018-Modalidad 2, de la Comisión Sectorial de Investigación Científica de la Universidad de la República. De este modo, asistimos a asambleas y reuniones de las comisiones directivas y otros espacios colectivos, hasta llegar a acuerdos teórico-metodológicos. Asimismo, compartimos sistematizaciones de información y socializamos antes de enviar para su publicación la escritura de las producciones que surgieron del proceso de co-producción de conocimiento con personas referentes de cada red.
En cuanto a las técnicas desplegadas, el trabajo de campo con la RAU implicó retomar ocho entrevistas colectivas realizadas en 2018 a la coordinación nacional y a los siete regionales, siete observaciones de los plenarios regionales y participación del Encuentro Nacional realizado en 2018. A lo que se le suma en 2019 dos encuentros con integrantes de su dirección nacional y seis entrevistas individuales a miembros de la red con distintos perfiles seleccionados según su grado de participación, actividad principal, sexo y edad.
Por su parte, con la REDMU se retomó una entrevista grupal realizada a en el marco del mapeo de espacios y comisiones de género en la Economía Social y Solidaria en el Uruguay contemporáneo realizado en el 2018, así como también se realizaron en 2019 dos entrevistas grupales, una entrevista individual y dos talleres que contaron cada uno con la participación de más de veinte integrantes.
En ambos casos se recurrió a relevar y analizar material secundario. En cuanto al relevamiento de la RAU se trató de manuales, protocolos, objetivos institucionales, declaraciones públicas del proyecto aprobado por el Ministerio de Ganadería Agricultura y Pesca, el Plan Estratégico del Proyecto de Fortalecimiento Organizacional, el reglamento de Certificación Agroecológica Participativa, y materiales de la página oficial. En el caso de la REDMU se contó con los registros de reuniones y planificaciones realizadas a lo largo de tres décadas, de documentos publicados para presentar ante sucesivos candidatos presidenciales, folletos de difusión, el proyecto de Plan Estratégico del Proyecto de Fortalecimiento Organizacional, entre otros.
Uno de los principales productos de dicha investigación fue la historización del surgimiento y de la trayectoria de cada red, utilizando técnicas específicas para la reconstrucción de la historia colectiva -trayectoria social-, tomada de la Sociología Clínica (Araújo, 2019). Dicha reconstrucción permitió a su vez analizar el debate acerca de los sentidos que dieron origen y motivaron el surgimiento de las mismas: 1991 la REDMU y 2005 la RAU. También permitió aproximarnos a los sentidos y afectos construidos en el devenir de la experiencia, así como comprender las expectativas y perspectivas en relación con los desafíos socio-históricos actuales y que se avecinan.
Seleccionamos para el presente artículo el análisis que surge del trabajo de campo en relación con los debates y las tensiones entre la reproducción de instituidos y la generación de instituyentes en diversos planos; así como también el análisis del giro epistémico en relación con el lugar de la afectividad en la construcción de tramas comunitarias.
Debates y tensiones: entre la reproducción de instituidos y la emergencia de instituyentes
En ambas redes podemos ver cómo las luchas contemporáneas por la preservación del ambiente, tienen un papel preponderante a la hora de proponer nuevas prácticas y políticas. La construcción de sentidos abarca un horizonte que en su versión mínima se ubica en la noción de promover lo saludable para el bienestar humano, hasta la conformación de una mirada más amplia y abarcativa que alcanza la preocupación por lo ecosistémico y los bienes comunes. También en ambas, lo sociopolítico se combina con lo económico-productivo, en tanto este último, es también un modo o filosofía de vida. Comer más sano, evitar el uso de agrotóxicos, el cuidado de la naturaleza y del ambiente en general, la conservación de lo autóctono, como las semillas, se relaciona con la búsqueda de la transformación social desde los vínculos cotidianos, así como un constante énfasis en el disfrute, junto a la defensa de los derechos humanos.
Si bien lo sociopolítico y lo económico-productivo se encuentran entrelazados, se plantean ciertas tensiones en cuanto a las escalas o niveles en las que estas dimensiones se presentan. Mientras algunos integrantes lo encarnan en su práctica cotidiana y en su predio de producción; otros amplían sus discursos y sus prácticas hacia el nivel comunitario formando parte de acciones zonales; y otros apuestan a generar declaraciones y acciones que logren incidir en la esfera pública. En este sentido, el despliegue de lo político en diferentes planos simultáneos, nos permite hablar de un nivel micropolítico, junto a la defensa de los territorios frente al avance del agronegocio, la preocupación por el cuidado del espacio público común y natural, el acceso a servicios y a la información, unido a la concientización sobre el derecho a la educación, a la salud, a la soberanía alimentaria, entre otros.
Ambas redes incorporan en su cotidianidad prácticas para el cuidado de la salud humana, sin embargo en los discursos y en las prácticas no se cuestiona el orden instituido en relación con la organización del trabajo. En los predios de producción rural muchos hicieron la transición de producción convencional a agroecológica, fundamentalmente, también con el objetivo de sostener la tradición familiar rural, pero son escasas las experiencias de propiedad colectiva o cooperativa de producción.
Por otro lado, se identifica en el orden de lo instituyente la relación de cuidado comunitario (Vega, Martínez & Paredes, 2018) como un cuidado extendido entre las personas, con la naturaleza y la conciencia del territorio. En el caso de la REDMU emerge la práctica de contención entre mujeres como cuidado comunitario que habilita a las participantes a la exploración de nuevos horizontes políticos posibles. Estas prácticas les permiten politizar la propia experiencia, rompiendo con la dicotomía público-privado, otorgándole un valor político a la vivencia individual, familiar y comunitaria-territorial. Los múltiples testimonios de las mujeres que integran la red, muestran cómo el crear nuevas tramas en el aquí y ahora les permite generar un nosotras que parte de las experiencias personales y locales, habilitando un pensar colectivo acerca de cómo las mujeres han sido construidas histórica y socialmente desde configuraciones opresivas. Estos encuentros e interacciones habilitan espacios reflexivos en relación a los roles establecidos según el mandato sexo-género, y por ende permiten trabajar en su fortalecimiento singular-colectivo para producir otro modo de ser y estar.
Por su parte en la RAU, se encuentra un fuerte cambio a nivel de los hábitos cotidianos de producción, distribución, consumo y vínculo con la comercialización respecto al alimento. El intercambio directo entre las personas productoras, la organización colectiva de personas consumidoras, y la humanización de las relaciones de distribución, son pilares de las experiencias que atraviesan el día a día de las personas que integran la red, constituyendo prácticas políticas de transformación en clave de cuidado comunitario.
Decimos entonces que estas expresiones colectivas tienen como orientación la producción de lo común en espacios de reproducción de la vida humana no directamente ceñidos a la valorización del capital y están sostenidas en relaciones de afecto, de amistad, de cuidado de lo humano con la naturaleza.
Tiene que ver con lo grupal, tiene que ver con, con una concepción de consumo (...) Por qué en determinado momento hay tomate y en otro momento no. Bueno porque vivimos en un país donde el tomate se puede producir en épocas de calor o no sé qué, no sé cuánto ¿no? Entonces no comas tomate cuando no hay. Aceptá las reglas de la naturaleza digamos, y no las del mercado. Entonces eso también te hace cambiar vos tu forma de concebir y ser parte del medio ¿entendes? (Entrevista RAU, 2020)
La tensión entre lo instituido y lo instituyente también se despliega en estas redes en relación con la incorporación de postulados feministas en las prácticas organizacionales y en la vida cotidiana. La Economía Feminista ha posibilitado visibilidad de la división sexual del trabajo, el trabajo reproductivo y las dimensiones de género en las dinámicas económicas ampliando la mirada sobre la economía (Rodríguez, 2015; Moreno, 2013), lo que ha permitido salir de la dicotomía productivo -reproductivo para pasar a mirar todas las prácticas de sostenibilidad de la vida (Pérez Orozco, 2014). Resulta un desafío para ambas redes profundizar el trabajo sobre las dicotomías que construyen significaciones sociales y sentidos instituidos respecto a las dicotomías sociedad/naturaleza, individuo/sociedad y producción/reproducción, aunque mucho han logrado ya al interior de sus redes.
Por último, el sentido político instituyente de soberanía alimentaria en tanto actividad importante y común en ambas redes, se presenta con insistencia, en los discursos y en las prácticas. La producción de alimentos genera una vinculación extremadamente particular en lo que refiere a la tarea productiva en conexión con el ámbito reproductivo, donde muchas veces lo que se produce en los predios también se comercializa directamente y se procesan alimentos mayormente de manera artesanal y vinculada al autoconsumo. Esta potencialidad, vinculada a la soberanía alimentaria y a la producción para autoconsumo, así como a la reproducción de la vida por fuera de los canales institucionales o mercantiles, aparece asociada a afectos placenteros y valorados.
Dejas de ir al supermercado, o vas menos, y vas más a comprar a lugares en los cuales te conocen, y dicen “buen día” (...) Como que uno vuelve a ser humano (...) es una manera de vivir que para mí es mucho más… real… creo que es la palabra. (...) Comprás algo que sabes de dónde viene, quién lo hizo y sobre todo cómo lo hizo, entonces lo que adquirís es más que el alimento en sí (RAU, Entrevista Individual, 2019).
Cada tanto carneamos también, tenemos algunos animales, y te sentás a comer y el 90% de lo que vas a comer en el plato es producido acá, y ahí decís bueno ta, qué nos falta el arroz? bueno vamos a empezar a plantar, probar, ya estamos en eso porque aparte acá los suelos son buenos para eso. Eso está bueno (RAU, entrevista individual, 2019).
La construcción de experiencias cotidianas agroecológicas como proyectos individuales y colectivos con capacidad de autonomía construye en paralelo sentidos críticos al modelo hegemónico. Al preguntarle a distintos participantes de la RAU por el modelo imperante lo definen como un sistema de envenenamiento del ambiente y de la alimentación, de fortalecimiento de la dependencia de la industria química y farmacéutica, auto-destrucción de la población, avance del monocultivo en base a la extranjerización de la tierra, concentrador y enfocado en la producción de bienes mercantiles. También se señala en varias entrevistas que es un modelo excluyente, que produce rupturas del tejido social y que opera muchas veces con subvenciones del Estado.
empiezan a surgir ahí unas series de sustancias, que sin medir los efectos a largo plazo ni mucho menos, empezaron a utilizarlas. En productos para el hogar, en productos para la agricultura, en un millón de cosas, que hoy están viendo que todo el problema de sanidad mundial, (...) Todo tipo de enfermedades. Y eso para mí es empezar a ser consciente de que estás viviendo una época de auto-destrucción (RAU, Entrevista individual, 2018).
La producción de alimentos para el autoconsumo así como los intercambios entre los integrantes de las redes es sentido como un movimiento instituyente que aporta a la soberanía alimentaria mientras construye sentidos contrahegemónicos contra un modelo que prioriza el mercado, el individualismo y la maximización del capital. Esta perspectiva está siendo justamente interpelada en este momento de crisis ambiental y sanitaria por la pandemia a nivel global, perspectiva crítica sobre la que ambas redes ya tienen un trayecto acumulado con prácticas concretas planteadas como alternativas aquí y ahora.
Giros epistémicos en debate: la afectividad en la construcción de tramas comunitarias
Hasta no hace mucho tiempo atrás los afectos y las emociones se visualizaban como factores secundarios en la explicación de los fenómenos sociales. Nuevas conceptualizaciones en torno a lo cultural y algunas tensiones con el giro lingüístico o giro textual permiten hacer la torsión hacia los afectos como un nuevo lector de lo social.
Los movimientos feministas y queer colaboraron a profundizar sobre el lugar de los afectos y las emociones en los movimientos sociales, la protesta y la acción colectiva. Retomamos su contribución para analizar la experiencia de estas redes, tomando la afectividad como performática, es decir, la economía afectiva es un proceso por el cual los afectos producen y circulan (Ahmed, 2014).
Desde una perspectiva Spinozista la ontología afectiva no establece una jerarquía entre mente-cuerpo, razón-afectos y sociedad-naturaleza. O sea, la constitución de un sujeto emerge siempre desde las tramas relacionales que lo constituyen como tal, desde un ejercicio ético y político en red se produce subjetivación.
Nos preguntamos entonces, ¿cómo circulan los afectos en estas redes, qué hacen, qué producen, a qué experiencias dan lugar, cómo funcionan y de modo que producen determinados cuerpos, lugares y posiciones? De los testimonios de la RAU y de la REDMU es posible observar que la vida en red “se pliega en tramas relacionales móviles y permanentes” (Teles, 2009, p. 31) a través de un juego de afectos que permite aumentar y/o disminuir la potencia de pensamiento y acción de las personas que las integran.
lo lindo de los grupos y formar parte de varios grupos, es que te conoces con personas de zonas cercanas, que si no fuese por eso no te conoces. Y con el tiempo llegas a conocer a la familia, a su marido, a su hijo, a su nieto, porque alguno va y te cuenta, y empezás a conocer la familia, entonces no va la persona sola, la persona con esa familia, es como que la lleva, y entonces empezás… Y en la cooperativa nos terminamos conociendo todos, nos acompañamos en otras cosas, en otras situaciones que no tienen nada que ver (RAU, Entrevista Individual, 2019).
Tenemos algunas cosas en común que no tenemos con mucha más gente. Entonces aunque no seamos amigos sabemos que nos entendemos en algunos aspectos. Que somos más solidarios, que somos más responsables, que somos más conscientes, que nos importa también cómo nos alimentamos (RAU, Entrevista Individual, 2018).
En la cita anterior, se ejemplifican prácticas compositivas de las personas entre sí, que no niega que la vida organizacional no está exenta de conflictos y muchas veces pueden darse instancias de desgaste y ruptura. Pero la capacidad de acción estará dada por el juego relacional en el que nos encontremos (entre los humanos, con la naturaleza, con la tecnología, entre otras), siendo en ese enjambre de encuentros que se genera la capacidad más o menos autónoma para desobedecer a las opresiones y las significaciones sociales instituidas. Por ejemplo, si pensamos en la relación con el estado y los gobiernos departamentales como una de las racionalidades más significativas de estas redes, por un lado, podemos ver cierta contribución de esta relación hacia un aumento de la potencia de las redes en algunos aspectos como puede ser financiamientos, capacitaciones. Por otro lado, esta relación genera en la perspectiva de algunos integrantes cierta dependencia estatal al absorber sus demandas sociales y productivas, que de no ser así las estrategias autónomas de intercooperación para la resolución de necesidades podrían incrementarse dando lugar a una lucha más radicalizada. En definitiva la amortiguación institucional en nuestro país es un ejemplo claro de relacionalidades socioafectivas que entablan las redes y que tiene efectos concretos en la vida colectiva.
Somos muy pocas y tampoco no tenemos ese hábito de hacer. Nosotras podemos llegar mucho más fácil a las autoridades, acá si pedís una audiencia con el Ministro la tenes, pero en Argentina para llegar al Ministro… no es fácil. Entonces como que nosotros muchas veces como tenemos ese otro poder al ser tan chiquitos (REDMU, Taller, 2019).
Nos faltaba la visión para hacer las cosas, porque después que empezamos a ir a los encuentro de la Vía Campesina nos dimos cuenta de que luchar por nuestros derechos era marchar, hacer… (REDMU, Taller, 2019).
Al mismo tiempo, otras relacionalidades van estableciéndose entre las redes a nivel local y con la región construyendo otros y nuevos horizontes abiertos y dinámicos que se ponen en juego en la vida afectiva cotidiana de cada red.
Yo veo que la educación es donde se puede encontrar el camino, claro faltan muchos años para eso, pero no se me hace que pueda yo… porque yo no me veo en una manifestación si en mi casa no aplicó cosas cotidianas en dirección al cambio que queremos. Entonces por ahí me parece que hacen mucha cosa y después en casa no se aplica (REDMU, Entrevista individual, 2018).
De modo que, observar la configuración de los ensamblajes afectivos de las redes (atravesado por la ideología, necesidad, empatía, etc.) constituye una dimensión ineludible para comprender las potencialidades de cada red, en su capacidad de afectar y ser afectadas. En resumen, el juego afectivo que se genera en el encuentro con los diferentes espacios, procesos y relaciones de las redes, configuran nuevos posibles que trascienden lo real dominante (Deleuze & Guattari, 2005). Es decir, en lo cotidiano a la vez que se reproducen ciertas lógicas institucionalizadas también se habilitan nuevas creaciones y modos de existencia que insisten para crear una vida más justa.
A modo de cierre
Ambas redes procuran generar pliegues y despliegues en-contra-y-más-allá (Holloway, 2011) del modelo hegemónico socio-económico y simbólico cultural; en la medida que se proponen sostener prácticas que se contraponen al modelo productivo depredador extractivista, y se plantean llevar delante modos de relacionamiento, que cuestionan las desigualdades sociales y de género. Dichos pliegues dan cuenta de la permanente articulación entre estructura social y subjetividad, donde la subjetivación individual y colectiva se produce en la praxis colectiva.
Dichos modos de entrelazarse en red, son manifestación socio-afectiva, que conforman nuevas formas de vivirse y de vivir los vínculos individuales y colectivos manifestándose en distintas escalas. A nivel macro, dan respuesta a la globalización y a la forma que asume territorialmente la acumulación capitalista hoy, a nivel meso procuran vínculos equitativos y a nivel micro, producen interacciones intersubjetivas que dejan huella en las trayectorias biográficas.
Dichas redes, en tanto tramas afectivas, operan como espacios de resistencia ante las actuales sociedades regidas por un exacerbado individualismo que incentiva el productivismo en todos los aspectos de la vida, que presiona hacia la sobreadaptación consumista y promueve los lazos a modo de enjambre digital (Han, 2014).
La RAU y la REDMU pueden analizarse como entramados comunitarios, solidarios y afectivos que muestran un movimiento de politicidad vivo y continuo. A partir de un proceso paulatino se va constatando entre sus integrantes que son personas interdependientes y que por tanto las necesidades singulares van comprendiendo a la vez como necesidades comunes. Dichas dinámicas constituyen la columna vertebral de los procesos de participación, problematización y transformación de las personas que habitan en las redes de solidaridad económica y que tienen como resultado la creación de prácticas que disputan la construcción de subjetividades alternativas.
En este sentido podemos afirmar que la política encarnada y afectada es una clave que permite comprender cómo se sostiene la lucha enlazando lo que les pasa concretamente con las causas más estructurales que ameritan procesos de lucha amplificados. El espiral de encuentros y relaciones afectivas, producen un ida y vuelta a partir de las temáticas abordadas desde la cotidianeidad que afecta a sus integrantes desde distintos planos (singular, grupal-familiar y lo colectivo-organizacional) en interrelación con el contexto socio-histórico. En definitiva, se despliega una trama relacional que teje y da sentido a otras formas de subjetivación política no hegemónicas, de producción de lo común.
De este modo, la experiencia en ambas redes nos da pistas fértiles para afirmar una transformación social desde acciones cotidianas que amplían las posibilidades de reproducción de la vida hacia la construcción de un futuro mejor y donde otros mundos sean posibles. Estos hallazgos nos desafían a visibilizar, promover y multiplicar este tipo de experiencias afectivas, solidarias e instituyentes en red en el escenario actual de crisis socioeconómica y ambiental que ha puesto de manifiesto la injusticia e insustentabilidad en la que se basa el modelo hegemónico actual.