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Psicología, Conocimiento y Sociedad

On-line version ISSN 1688-7026

Psicol. Conoc. Soc. vol.6 no.2 Montevideo Nov. 2016

 

Tiempos acelerados y espacios nómades de la hipermodernidad. Reflexiones abiertas

 

Accelerated times and nomad spaces in the Hypermodernity. Open reflexions

 

Ana María Araújo, Analaura Cardozo

Facultad de Psicología, Universidad de la República (Uruguay)

 

Historia Editorial

Recibido: 28/03/2016

Aceptado: 08/09/2016

 

Resumen

Estamos viviendo una verdadera mutación civilizatoria que nos habla de la vertiginosidad del pasaje del tiempo, de la aceleración de las transformaciones tecnológicas, de la aparición de un universo virtual donde el cybermundo construye y deconstruye subjetividades. De nuevas alternativas comunicacionales, de nuevas formas de vivir los vínculos y de vivirse como sujeto social complejo (Rhéaume) en estas sociedades contemporáneas, verdaderas sociedades de riesgo que generan valores y ritos, nuevos signos y símbolos, nuevas éticas y estéticas. En estas sociedades de winners y loosers, donde, retomando a Lipovetsky, el mundo de lo efímero se articula con el crepúsculo de la ética, nos enfrentamos a una verdadera mutación. Con el desafío que ella comporta, con posibles alternativas a un cambio.

Palabras clave: tiempo, espacio, hipermodernidad, cambio

 

Abstract

We are living a real civilizing mutation which speaks of the vertiginous passage of time, the acceleration of technological change, the emergence of a virtual universe where the cyberworld builds and deconstructs subjectivities. New communication alternatives, new ways of living the relations and lived as complex social subject (Rhéaume) in these contemporary societies, real risk society, that generate values and rituals, new signs and symbols, new ethical and aesthetic. In these societies from winners and loosers, retaking Lipovetsky, where the world of the ephemeral articulates with the twilight of ethics, we face a real mutation. Beside the challenge of possible options of change.

Keywords: Time, Space, Hypermodernity, Change

 

 

Estamos viviendo una verdadera mutación civilizatoria que nos habla de la vertiginosidad del pasaje del tiempo, de la aceleración de las transformaciones tecnológicas, de la aparición de un universo virtual donde el cybermundo construye y deconstruye subjetividades, genera nuevos controles, seduce al poder y se torna cómplice absoluto de la vigilancia extrema, sutil pero extrema. Mutación civilizatoria que produce nuevas alternativas comunicacionales, nuevas formas de vivir los vínculos y de vivirse como sujeto social complejo (Rhéaume, 2003). En estas sociedades contemporáneas, verdaderas sociedades de riesgo (Beck, 1994), surgen nuevos valores y ritos, nuevos signos y símbolos, nuevas éticas y estéticas. Sociedades de winners y loosers, donde, retomando a Lipovetsky (2006) el mundo de lo efímero se articula con el crepúsculo de la ética, y nos enfrentamos así, a una verdadera apología de lo incierto. El Capital y el Mercado –ese dios supremo de esta época– se volatilizan y se traspasan de una cuenta a otra, a partir de un enter.

 

De imágenes, luces y transparencias

Parecería que nuestra civilización, además, es idólatra de la imagen, y más aun de la imagen en movimiento. Todo es transparencia (Han, 2013). Transparencia que está más allá del tiempo real, en un tiempo virtual y en un espacio que fluye, que aparece y desaparece. Imposible de abarcar la imagen, porque a través de la velocidad de su pasaje en facebook o de la inmediatez del whatsapp, la imagen viaja apresurada, velozmente. Lo simbólico está puesto al servicio de la mirada, y no hay tiempo para desarrollar un pensamiento crítico, un pensamiento complejo. Todo fluye, líquidamente. Y la mirada abarca al mundo... Al mundo virtual de Google Earth o de Google Map, y los espacios se concentran en un GPS –el Gran Pensador Supremo, nos dirá Gerard Wajcman en un rapto de humor negro– ese GPS que nos dirige en el espacio, en un tiempo récord. Hasta el arte se visualiza en Google Earth Museum.

Entramos en “la era de las águilas” (Wajcman, 2010), esa ave que se caracteriza por tener los ojos más grandes que el cerebro... lo cual no significa ser incapaces de desarrollar pensamiento sino simplemente que se piensa a través de la mirada. Mirada vigilancia, mirada-transparencia. Imagen-movimiento. Nadie puede sustraerse a la Gran Mirada, con lo que ello comporta de cibercontrol constante, sujeto a la vigilancia suprema.

En estas sociedades de la transparencia donde en el juego de luces y sombras todo parecería que se vuelve visible a la mirada del espectador, no hay casi ya sombras, no hay casi ya intimidades, ni secretos, ni misterios. La mirada se vuelve todopoderosa y el Ojo absoluto (Wajcman, 2010) invade el universo interno y externo. Estamos expuestos y lo que es más importante aún, queremos exponernos porque es a partir de nuestra propia imagen que existimos en las redes sociales, en los medios, en el mundo. “Nuestra propia imagen” está atravesada por la intensión que queremos atribuirle, por cómo queremos mostrarnos y cómo queremos que esta imagen nos sea devuelta. Juego especular donde el narcisismo se potencia y se desvanece al mismo tiempo. Imagen e imago. Seducción y laberintos de espejos. Todo simultáneo, sin posibilidad de distanciamientos. La pantalla se vuelve el mundo y el mundo todo está en la pantalla luminosa de la computadora, del smartphone, de la tablet último modelo.

Espacios nómades, tiempos acelerados, y esa sensación de “patinar sobre hielo fino”, que puede resquebrajarse en cualquier momento.

 

De la vertiginosidad del tiempo a la atomización simultánea del espacio-tiempo

Vivimos en sociedades donde la vertiginosa aceleración del tiempo se articula con espacios virtuales y nómades, en un mundo líquido donde el sujeto se encuentra inmerso en la incertidumbre del devenir y la desterritorialización del espacio. El sujeto se vuelve más imagen que cuerpo, la palabra se volatiliza a través de nuevas redes sociales que pretenden establecer vínculos a través de contactos efímeros, puntuales, frágiles. La palabra se transforma en siglas, en abreviaciones, construyendo lenguajes nuevos. Lenguajes que dan cuenta de una nueva forma de nombrar al mundo, de nombrar los valores, los actos, los sentimientos. Lenguajes vertiginosos, a veces expresados por emoticones, monitos simpáticos, flores de colores, dedos arriba, dedos abajo, me gusta, no me gusta… Y así vamos atravesando universos simbólicos en espacios nómades.

El instante se impone, entonces, en el espacio-tiempo y la intensidad de la vivencia del instante, se expresa en un tiempo inmediato y en un espacio virtual, que no implican necesariamente profundidad ni permanencia.

La inmanencia sustituye la trascendencia.

La experiencia mayor de la hipermodernidad es la aceleración, nos dice Rosa (2013). Aceleración social, aceleración tecnológica, aceleración del ritmo de vida, del tiempo del trabajo y del amor, que se manifiesta por la vivencia de una cierta vulnerabilidad existencial del otro y de mí mismo. El encuentro profundo con el otro se desdibuja y aparece mediatizado por dispositivos de alta gama tecnológica generando un simulacro cuasiperverso de vínculos difusos.

La aceleración se va transformando con el ritmo de la vida cotidiana y de la evolución de las nuevas tecnologías en una dispersión y disociación temporal.

Para Han (2015) en su obra El aroma del tiempo, la crisis temporal actual no pasa por la aceleración: aquello que experimentamos como aceleración, es solo uno de los síntomas de la dispersión temporal. El autor sostiene:

El tiempo carece de un ritmo ordenador de ahí que pierda el compás. La disincronía hace que el tiempo por así decirlo dé tumbos. El sentimiento de que la vida se acelera en realidad, viene de la percepción de que el tiempo da tumbos sin rumbo alguno… La responsable principal de la disincronía es la atomización del tiempo y también a esta se debe la sensación de que el tiempo pasa más rápido que antes… La dispersión temporal no permite experimentar ningún tipo de duración. No hay nada que rija el tiempo. La vida ya no se enmarca en una estructura ordenada ni se guía por unas coordenadas que generen una duración. Uno también se identifica con la fugacidad y lo efímero. De este modo uno mismo se convierte en algo radicalmente pasajero. La atomización de la vida supone una atomización de la identidad (Han, 2013, p. 9).

De la identidad en el trabajo, en el amor, en el erotismo, en la amistad, en la vida misma.

Esta disincronía temporal hace entonces, que el tiempo transcurra no solo vertiginosamente sino que se descomponga en una mera sucesión de presentes temporales, atomizados, simultáneos. Pantallas de computadoras, imágenes de smartphones, tablets, notebooks invaden el tiempo y el espacio. El sujeto trata desesperadamente de aprehender esta nueva realidad cibernética y se encuentra fascinado por la facilidad de estar aquí y allá, en todos los espacios, en ningún espacio... Fascinación que al mismo tiempo que lo satura, lo agobia, lo estresa, potencia su narcisismo simulando un empoderamiento virtual.

Sin embargo no pretendemos satanizar las tecnologías en sí mismas, ya que es un sobreentendido que estas herramientas significan un aporte fundamental para el desarrollo de las sociedades, y que no es posible pensar una continuidad de la existencia sin ellas, puesto que representaría un caos planetario. Se trata, sí, de generar una mirada crítica sobre el impacto en las subjetividades contemporáneas que ellas producen.

Dice Buber que “la problemática del hombre se replantea cada vez que parece rescindirse el pacto primero entre el mundo y el ser humano” (Araújo, 2013). Son tiempos estos en que se ha borrado una cierta imagen del universo, desapareciendo con ella la sensación de seguridad y solidez. La inseguridad y el miedo a la pérdida y al fracaso van generando vulnerabilidades y desasosiegos que, a su vez, son productores de ansiedad y angustia: todo puede licuarse y desaparecer con tan solo un click. Desaparecen amigos de facebook en un instante, controlamos la presencia virtual del otro y el tiempo en el cual está conectado a internet a través de whatsapp. Nos contactamos con posibles encuentros touch and go en Badoo, Twoo, Tiner, etcétera. Y el miedo al vacío se torna líquido (Bauman, 2007), inaprensible, invadiendo las esferas del trabajo y de los vínculos. El miedo a la pérdida y a la desinserción social, el miedo a la soledad afectiva y corporal va pautando así nuestras vidas cotidianas.

En las sociedades líquidas de las cuales habla Bauman (1999) se pierden las referencias espaciotemporales de la modernidad. Surgen otras, que seducen, fascinan y crean en el sujeto la ilusión de ser todopoderoso, de atravesar mapas, países y continentes y de jugar con los días, las horas y el tiempo.

Surge aquí la suprema paradoja perversa de la hipermodernidad, somos víctimas y cómplices al mismo tiempo: gozamos de estar inmersos en este tiempo líquido y en este espacio inaccesible, convencidos de que los dominamos, pero al mismo tiempo nos enfrentamos a una fragilidad existencial que genera nuevas patologías del cuerpo y del alma. Algunas quizás no tan nuevas pero expresadas a través de síntomas distintos que se alternan entre sí: ataques de pánico, trastornos por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), síndrome del desgaste ocupacional (SDO), trastorno límite de la personalidad (TLP), exacerbación de contracturas, bruxismos, nuevos tipos de psoriasis, alergias, problemas cardíacos, el síndrome del agotamiento crónico, alteraciones del sueño, estrés negativo. Sólo para nombrar algunos ejemplos.

Parecería que los sujetos de este contexto histórico somos víctimas y cómplices del goce narcisista, del hiperconsumo, de la cronocompetencia, del zapping del placer, de la autoexigencia laboral, internalizando así el mandato productivista del poder y del capital.

La psicopolítica, nos dice Han, es justamente el sistema de dominación por el cual en lugar de emplear el poder externo, opresor, utiliza un poder seductor, inteligente (smart), logrando sutilmente, profundamente, que los propios sujetos se sometan por sí mismos, voluntariamente al entramado de poder y dominación. La eficacia del psicopoder radica en que el sujeto se cree libre, dominando un ciber-panóptico que en realidad ha interiorizado en su vida misma.

Paralelamente se experimenta un sufrimiento psíquico que se expresa a través de la vivencia de una tensión libidinal en pro de perseguir el ritmo de la aceleración y la disincronía del tiempo. Ritmo que altera los ciclos vitales, desafiando el pasaje del tiempo, creyéndonos demiurgos de cuerpos eternamente jóvenes y de capacidades intelectuales, científicas y laborales superiores. Las nuevas tecnologías parecen querer desafiar la vida y la muerte.

 

De ficciones y posibles realidades

Lo que hace muy pocos años era ciencia-ficción (Gattaca y Blade Runner, Her, Matrix o El tiempo del mañana, son sólo algunos ejemplos cinematográficos) hoy se nos aparece como posible: el ser humano se metamorfosea.

Ese hombre simbiótico del cual habla Joël de Rosnay (2000) ¿será el hombre del futuro, ese hombre hipermoderno todopoderoso?

Ni súperhombre ni robot, responde De Rosnay, sino un hombre simbiótico. Un ser de carne y de sentimientos asociados en una estrecha simbiosis con un chip, con una máquina, una súper computadora inteligente interna al cuerpo que redimensiona la inteligencia humana y amplifica las capacidades del sujeto, elevándolo a una potencia desconocida.

Joël de Rosnay propone bautizar a este nuevo hombre como el cybionte, nombre que está formado por lo cibernético y la biología. Este ser representa un modelo hipotético, una metáfora útil para adelantarse a las posibles etapas de la evolución, de la materia, de la vida y de las sociedades en nuestro planeta. Este cybionte se sitúa en otro espacio y rompe las barreras del tiempo. Es imprevisible y ello genera la incertidumbre no solo de nuestro presente sino de un posible devenir inconmensurable.

¿Cómo se construye en el tiempo una subjetividad cybióntica? ¿Cuáles serán sus angustias, sus placeres, sus experiencias del goce? ¿Cuáles serán sus modelos identificatorios, sus formas de vivir los vínculos? ¿Cómo serán sus interrelaciones laborales, su nuevo concepto de trabajo? ¿Sobrevivirá la relación trabajo-capital?

Mutaciones. Incógnitas. Devenires. Y esa responsabilidad de pensar y repensarnos desde nuevos paradigmas que tocan la vulnerabilidad del ser humano y su capacidad de creación y crítica. De pensamiento crítico.

 

De las características y consecuencias de la “urgencia”

Todo tiene un comienzo, un medio y un fin, afirmaba Aristóteles. Sin urgencias….

Y Homero, ese maravilloso representante de la narrativa griega, nos decía: “Cual la generación de las hojas, así la de los hombres; una generación nace y otra perece”.

La historia tenía pasado, presente y avecinaba un futuro. Era un continuum. Había partida, viaje en el camino y llegada.

Pero en nuestro contexto contemporáneo, atravesado por la hipermodernidad, asistimos a la simultaneidad: el pasado y el futuro son prescindibles, y vivimos el presente, el instante, perenne, eterno, nos dice Paul Virilio (1997). El instante ocupa todo, ya no interesa ni el comienzo ni el fin, porque se ha disuelto el tiempo y el espacio del viaje. En esa disincronía perdemos el sentido, no solo el rumbo. Porque vivimos en la urgencia. Y necesitamos tiempo, externo, interno para construir sentido, para encontrar el silencio.

“Es necesario siempre, retener en cada palabra su punto de silencio, que abre su camino en nosotros mismos y en el otro. Y para ello es necesario escuchar al tiempo” nos dice Eugène Enriquez, en su Conferencia del Paraninfo de la Universidad, en el año 2011, aquí en Montevideo.

Todo es instantaneidad, inmediatez, intensidades y se va construyendo una estética de la desaparición, una política de la velocidad, una ética descartable. Somos nosotros mismos sujetos descartables (Enriquez, 2011), como las cosas mismas, como el celular o el plasma, como la notebook o las aplicaciones, cada vez más rápidamente sustituibles.

Como en el trabajo, donde la capacidad se mide a partir de lo cuantificable y el productivismo está rigurosamente pautado por el Mercado y los ránkings de la Economía global incuestionable. Donde la flexibilidad laboral se está volviendo una realidad constante, y el agotamiento de la hiperexigencia quema los cuerpos y la psiquis. El burnout impera en las empresas y hasta en las universidades, y el estrés negativo es productor de una sintomatología cada vez más frecuente y asumida. Porque quizás es en el trabajo y en los vínculos amorosos-afectivos donde más se vivencia las transformaciones que implica la hipermodernidad.

Somos seres superfluos, en la medida que no nos convirtamos en consumidores eficaces, fieles al sistema, compradores “felices” de satisfacciones instantáneas cumplidas, que fortalezcan nuestro hedonismo. Vivimos inmersos en “una cultura totalmente hedonista”, nos dice Lipovetsky (2006).

La cultura de la urgencia Aubert (2003) exacerba los nuevos ritmos de vida donde no solo presenciamos la aceleración del tiempo sino que constatamos que el tiempo se contrae y se comprime, todo simultáneamente en el instante. La urgencia de este tiempo acelerado y de estos espacios nómades y la irreversibilidad que ella comporta no sólo es un dato externo sino que implica una dimensión interior del sujeto. Los sujetos galvanizados por la urgencia, adictos a esta nueva “droga”, se expresan de distintas maneras: algunos tienen necesidad de este ritmo para sentirse existir intensamente “tal los héroes de una época contemporánea, ellos se sienten embriagados al cumplir las pautas de este tiempo venciendo así a la muerte, triunfando sobre el tiempo”. Otros experimentan la pérdida del vínculo social a través de un trabajo desprovisto de sentido o de vínculos amorosos instantáneos, discontinuos y vacíos, y caen entonces en la depresión y en la angustia. Todos, sin embargo están sometidos a presiones muy fuertes, “enfermos de la urgencia”.

El hombre-instante, la mujer-instante se regodean con la vivencia de la intensidad buscando sensaciones fuertes que potencian su hedonismo y su narcisismo. Sin embargo frente a la caída de esta intensidad que es mayormente efímera, aparece el vacío y el sinsentido, la huida de sí, la huida del otro, la soledad.

Vivimos en una sociedad que se torna cada vez más narcisista.

La libido se invierte sobre todo en la propia subjetividad, el narcisismo no es ningún amor propio. El sujeto del amor propio emprende una delimitación negativa frente al otro, a favor de sí mismo. En cambio no puede fijar claramente sus límites. De esta forma se diluye el límite entre él y el otro. El mundo se le presenta solo como proyecciones de sí mismo. No es capaz de conocer al otro en su alteridad y de reconocerlo en esta alteridad. Solo hay significaciones allí donde él se reconoce a sí mismo de algún modo. Deambula por todas partes como una sombra de sí mismo, hasta que se ahoga en sí mismo (Han, 2014, p. 11).

A partir de esta reflexión entendemos la depresión como una expresión de sufrimiento narcisista, que implica una relación exagerada y patológicamente recargada consigo mismo. El sujeto narcisista depresivo se encuentra agotado y fatigado de sí mismo. En estas sociedades de la urgencia, la tensión, el esfuerzo para mantener el ritmo vertiginoso del tiempo es tal, que el sujeto puede caer en depresión. La carga que deposita en el rendimiento al cual está abocado y sobre todo al éxito, llevan al derrumbe de sí, al burnout.

La exacerbación de la competencia en el trabajo, el touch and go fugaz, el consumismo sin límites son expresiones también de estas sociedades de la urgencia. Características ellas que ya existían en la modernidad pero que este contexto histórico acentúa.

Paralelamente reconozcamos que gran parte de los sujetos contemporáneos elije y disfruta la competencia, que los estimula hacia el éxito y potencia su autoimagen social; el touch and go, que los hace sentir más libres, sin compromiso; el consumismo, que les permite acceder a bienes anhelados y los posiciona como seres deseados.

Es que en estas sociedades hipermodernas, todos necesitamos en alguna dimensión conquistar un lugar visible e importante en este mundo efímero.

 

De transformaciones posibles, nuevas…

La noción de hipermodernidad, lo vimos, implica la idea de aumento, de exceso, de intensidad, de exacerbación. Ella implica también una complejidad y una multiplicidad de facetas de la existencia humana, por lo cual no es pertinente generalizar vivencias y actitudes.

No obstante, nos parece necesario desarrollar una lectura crítica de este contexto actual, apostando a la capacidad que tenemos todos de repensar el rumbo que le estamos dando a nuestra historia y a nuestras vidas.

Ya desde el pensamiento crítico de la Escuela de Frankfurt: Adorno introduciéndonos a la Importancia de la Dialéctica Negativa; Marcuse, denunciando a las características del Hombre Unidimensional y apostando a una Revolución Sexual liberadora; Fromm, a través de sus textos El Arte de Amar y del Ser o Tener; Habermas, en su análisis crítico de la acción instrumental frente a la acción comunicativa y Honett profundizando la relevancia del Reconocimiento, se intentó llevar adelante una crítica radical a la modernidad.

Hoy, junto a Byung-Chul Han y muchos otros sociólogos, psicoanalistas, filósofos del mundo, intentamos cuestionar y emprender una nueva crítica a esta hipermodernidad. Hipermodernidad que nos atraviesa inexorablemente y nos exige realizar una lectura psicopolítica, necesaria para darle un nuevo sentido a la existencia de nuestra civilización. Y tratar de significar y resignificar el sentido de nuestro ser en sociedad.

 

Entonces…

Ante la atomización y disincronía del tiempo, apostar a la búsqueda de un nuevo espacio-tiempo, humano, sereno.

Ante los contactos virtuales y cibernéticos de las nuevas tecnologías, desafiar los encuentros cuerpo a cuerpo, cara a cara, piel a piel.

Ante las sociedades de la transparencia donde todo es luminosidad externa e imagen, reconocer la importancia de las sombras, de lo no visible, de las intimidades, del respeto al misterio.

Ante la vertiginosidad, la pausa, la espera.

Ante el narcisismo exacerbado, la búsqueda del amor y de Eros.

Ante la urgencia, encontrar la calma, la reflexión, el sosiego.

Ante la competencia, la solidaridad.

Ante el psicopoder digital, el advenimiento del inconsciente.

Ante el individualismo, lo colectivo.

Ante el aislamiento, el encuentro con el otro, el semejante.

Ante el instante, la trascendencia.

Y ante el vacío, la búsqueda de utopías, que construyan, que vayan construyendo espacios sociales nuevos.

Creer en el mundo es lo que más falta nos hace, hemos perdido al mundo, nos lo han desposeído. Creer en el mundo es, además, suscitar acontecimientos, aunque sean pequeños, que escapen al control o hacer nacer nuevos espacios-tiempos de resistencias. Es a nivel de cada instante que nos jugamos a la capacidad de resistencia o a la sumisión al control (Deleuze, 1990, p. 180).

 

Referencias bibliográficas

Araújo, A. M. (2013). Todos los tiempos, el tiempo. Montevideo: Psicolibros Universitario.

 

Aubert, N. (2003). Le culture de l’urgence. Paris: Flammarion.

 

Bauman, Z. (1999). Modernidad líquida. México: Fondo de Cultura Económica.

 

Bauman, Z. (2007). Miedo líquido. Barcelona: Paidós.

 

Beck, U. (1994). La sociedad del riesgo: Hacia una nueva modernidad. Barcelona: Paidós.

 

De Rosnay, J. (2000). L’homme symbiotique. Paris: Du Seuil.

 

Deleuze, G. (1990). Pourparleurs. Paris: Gallimard.

 

Enriquez, E. (2011, Abril). Conferencia: Acto de apertura. En Transformaciones sociales y desafíos del sujeto. Ponencia presentada en 8o. Congreso Internacional de Psicosociología y Sociología Clínica de Facultad de Psicología, Universidad de la República y Grupo de Sociología Clínica Uruguay, Paraninfo, Universidad de la República, Montevideo, Uruguay.

 

Han, B.-C. (2013). La sociedad de la transparencia. Barcelona: Herder.

 

Han, B.-C. (2014). La agonía del Eros. Barcelona: Herder.

 

Han, B.-C. (2015). El aroma del tiempo. Barcelona: Herder.

 

Lipovetsky, G. (2006). Los tiempos hipermodernos. Barcelona: Anagrama.

 

Rhéaume, J. (2003). Dimensiones epistemológicas de las relaciones entre teoría y práctica. En J. Barceló (Comp.), Ficha Sociología Clínica (pp. 45-53). Montevideo: Argos.

 

Rosa, H. (2013). Accélération: Une critique sociale du temps. Paris: La Découverte-Poche.

 

Virilio, P. (1997). La velocidad de la liberación. Buenos Aires: Manantial.

 

Wajcman, G. (2010). El ojo absoluto. Buenos Aires: Manantial.

 

 

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