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Psicología, Conocimiento y Sociedad
On-line version ISSN 1688-7026
Psicol. Conoc. Soc. vol.5 no.1 Montevideo May 2015
El sentido poltico de nuestras prcticas. Una psicologa de lo comunitario en movimiento
Political sense of our practices. A community psychology in motion
Lis Prez
Autor referente: lis.perez@fic.edu.uy
Universidad de la Repblica
Historia editorial
Recibido: 01/06/2015
Aceptado: 29/07/2015
RESUMEN
Este trabajo de revisin terico- metodolgico surge en el marco del proyecto Doctoral, referido a la incidencia de los medios de comunicacin en el ejercicio de la ciudadana, durante la crisis del 2002 en Uruguay.
Esta crisis socioeconmica constituy una oportunidad, para abordar nuevos campos de visibilidad sobre los procesos colectivos desde las voces bajas de la historia (Guha, 2002) en la regin de mayor inequidad del mundo. Producir conocimiento desde la legalidad que otorga la academia sin priorizar el sentido poltico de nuestras prcticas, nos hace correr el riesgo de caer en un cientificismo funcional a las mltiples formas de dominacin que padece nuestra Indoafroiberoamrica, como la denominara el literato mexicano Carlos Fuentes.
Se propone analizar cmo en lo pblico de los espacios pblicos radica el potencial para la construccin de nos- otros.
La intencin es ahondar en los intersticios institucionales de esta modernidad posindustrial para contribuir con una psicologa de lo comunitario en movimiento.
La Psicologa Social Comunitaria trabaja para la transformacin social, pero la lucha por la inequidad est en la propia lucha epistmica; lo primero es nuestra propia descolonizacin. El objetivo es contribuir con epistemologas de las resistencias para construir una opcin emancipatoria. Construirnos desde el Sur implica generar una nueva perspectiva que valore la heterogeneidad cultural, un Pachakutik donde el norte sea el sur, como pint el uruguayo Torres Garca.
Palabras clave: Crisis 2002 Uruguay; Psicologa Social Comunitaria en Movimiento; Sentido poltico de las prcticas.
ABSTRACT
This work of theoretical and methodological review arises under the Psychology Doctoral project, based on the impact of the media in the exercise of citizenship during the 2002 crisis in Uruguay.
This socio-economic crisis was an opportunity, to understand new areas of visibility of collective processes of the low voices of history (Guha, 2002) in the most unequal region in the world.
To produce knowledge from the legality that gives me the academy is to consider the political meaning of our practices, otherwise, we are in risk of falling into a functional scientism shown in many forms of domination suffered by our Indoafroiberoamrica, as called bay the Mexican writer Carlos Fuentes. It is proposed to analyze as in the public dimension of the public spaces, lies the potential for the construction of us-other.
The intention is to deepen institutional interstices of postindustrial modernity and how it contributes to community psychology in motion.
The Community Social Psychology works for social transformation, but the struggle for inequity is the struggle of epistemic inequality itself, first is our own decolonization. The aim is to contribute to the epistemology of resistance to build an emancipatory option. Build ourselves from the south that involves the generation of a new perspective that values cultural diversity of Pachakutik where north is the south, as painted the Uruguayan Torres Garcia.
Keywords: Crisis 2002 Uruguay; Social Community Psychology in Motion; Sense Political Practices.
La utopa est en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos ms all. ÀEntonces para qu sirve la utopa? Para eso, sirve para caminarÓ.
Poema ÒVentana sobre la utopa, del libro Las Palabras AndantesÓ
Eduardo Galeano (1940-2015)
Mi profundo agradecimiento por la gua y el apoyo a mis tutores Dr. G. Albistur (UdelaR-Uruguay) y Dr. E. R. Parisi (UNSL-Argentina)
Pensar-nos globalizados despus de la crisis del 2002
Este trabajo de revisin terico-metodolgico surge en el marco del proyecto doctoral en Psicologa, vinculado a los efectos de los medios de comunicacin en las manifestaciones colectivas que surgieron durante la crisis del 2002 en Uruguay.
Para esta comunicacin se profundizarn particularmente aquellos aspectos que permitan dar cuenta de cmo nuestra produccin de conocimiento tiene efectos polticos, en un marco institucional que ya no conjura las certezas para aquellos conceptos que orientaban nuestro pensar-hacer ciencia de lo comunitario.
En el actual escenario del capitalismo mundial integrado (Guattari, 1998, p. 25) lo comunitario desborda cualquier definicin que pretenda operar dentro esa matriz.
La comunidad, como espacio de creacin del sujeto colectivo dentro de un marco general de produccin de no-comunidad, de ruptura o envilecimiento de cualquier tipo de vnculo no competitivo, mercantil u objetivado, aparece como el espacio de posibilidad para la elaboracin de una poltica intersubjetiva y emancipadora, capaz de interrumpir Òel hilo de la historiaÓ, como menciona Guha, para producir bifurcaciones (Cecea, 2008, p. 107).
Una Psicologa Social Comunitaria (PSC) desde el Sur no reniega de otras psicologas y no menosprecia los afectos y efectos tanto en sus conceptualizaciones como en sus metodologas; por ello es desde siempre poltica.
Los procesos psicosociales que se intentar abordar desde el Sur, son referidos a entornos urbanos de nuestra regin que no pueden capturarse en generalizaciones y categoras estticas.
El desafo es transitar de lo local a lo global y viceversa para dilucidar y operar en una realidad compleja y altamente dinmica. Paradjicamente la condicin global de la que actualmente participamos es slo pensable a punto de partida de lo local.
As como el Imperio globaliza produccin y concentra capitales, los dispositivos biopolticos actuales de aislamiento y vulneracin tambin son esenciales a su reproduccin. La fbrica de soledades ... asla a cada quien de sus potencias. . . . De all la importancia de indagar no slo los modos de produccin y diversos modos histricos de subjetivacin (Foucault, 1994) imprescindibles a la reproduccin de las lgicas de capital, las lgicas colectivas de multiplicidad desde donde los/as desigualdados configuran sus formas colectivas de inventar otros devenires (Fernndez, 2011, p. 20).
La crisis del 2002 en Uruguay fue un momento de inflexin en un contexto internacional que dibujaba otra correlacin de fuerzas en un mundo en donde se derribaron muchos muros y se levantaron otros, que favorecieron la flexibilizacin y el fluir del capital transnacional.
Haciendo memoria sobre algunos acontecimientos que antecedieron a la crisis socioeconmica destacamos que luego de la restauracin democrtica por la dcada de los Õ90 los gobiernos de turno procuraron liberalizar la economa para que Uruguay se convirtiera en una plaza financiera regional. Esto atrajo muchos capitales extranjeros en momentos en que se abogaba por el retiro del Estado, cuestin que obtuvo resistencias que se concretaron en el plebiscito por el que se derog la ÒLey de Empresas PblicasÓ en diciembre de 1992, aunque no fue posible impedir que se vendieran por ejemplo el 51 % de las acciones de las Primeras Lneas Uruguayas de Navegacin Area (PLUNA) y la totalidad de GASEBA (concesionaria de gas natural en Montevideo) entre otros (Rosenblatt, 2006, p. 107). Nuestro pas en ms de una oportunidad ha recurrido al mecanismo del plebiscito para resolver diferendos con el sistema poltico.
Es importante recordar que en 1999 gan las elecciones nacionales el presidente que asumi polticamente ms dbil en la historia de Uruguay. Durante su mandato debi sortear un foco de aftosa que hundi la exportacin de la carne, el impacto de la devaluacin del real brasileo, el corralito argentino y la profunda crisis socioeconmica del 2002.
En un pas de 3.360.868 de habitantes (Instituto Nacional de Estadsticas Ð INE, en 2002) las cifras en el momento de la Crisis del 2002 fueron contundentes: el Producto Interno Bruto (PBI) se desplom un 11 % durante la crisisÉla tasa de desempleo llego a ÒpicosÓ histricos del 22 % de la Poblacin Econmicamente Activa (250.000 personas), mientras el subempleo y el empleo informal afectaban a unos 450.000 ms, pese a la emigracin de una 35.000 personas; el salario real cay un 10,9 %, la poblacin bajo la lnea de pobreza alcanz el 37 %; los suicidios registraron su rcord histrico situndose en 21,5 por cada 100.000 habitantes; la inflacin (que carcoma los menguados salarios) pas del 3,6 % al 25,9 %; la devaluacin fue del 93,7%; el Òriesgo pasÓ trep a los 3.000 puntos bsicos; nuestros bonos cayeron hasta un 65% de su valor nominal; los activos de reserva del Banco Central cayeron de U$S 3.100 millones a U$S 772 millones; las exportaciones disminuyeron un 38 % y las importaciones un 15%; la deuda pblica lleg al 101 % del PBI. El sistema bancario perdi el 48% de sus depsitos (unos U$S 7.4000 millones); cuatro grandes bancos privados (Galicia, Comercial, Montevideo y Caja Obrera) suspendieron sus actividades; la banca pblica debi reprogramar sus depsitos hasta tres aos, con lo cual decenas de miles de personas perdieron sus ahorros o fueron obligados a esperar para disponer de su dinero. Como consecuencia, el Estado (o sea nosotros) debi asistir a los bancos liquidados, aumentando la deuda pblica. Nuestro pas cay al puesto No. 46 en el êndice de Desarrollo Humano, su peor performance desde que se mide ese indicadorÉel Gobierno fue acosado por el Fondo Monetario Internacional para que declara el defaultÉel ndice de aprobacin del presidente Batlle que era del 58 % en el 2000 cay al 5% en 2004. (Luppi, 2012, p. 18-19)
El 30 de julio de 2002 se declar feriado bancario, porque la liberalizacin del tipo de cambio que se decret el 20 de junio provoc un aceleramiento de la corrida bancaria y no se lograba detener la ÒsangraÓ. En esa fecha viaj una delegacin de representantes polticos que logr el apoyo del BID y del Departamento del Tesoro de EE.UU. Se crea la ley del Fondo de Estabilidad del Sistema Financiero (4 de agosto 2002) y el 5 de agosto de ese mismo ao se levanta el feriado bancario. (Rosenblatt, 2006, p. 110) El sistema poltico uruguayo caracterizado por su partidocracia se uni ante esta crisis como histricamente haba ocurrido. (Bruno, Duffau, & Ferreira, 2012, p. 284)
Pero las movilizaciones no se hicieron esperar y entre 2002 y el 2005 los pequeos y medianos endeudados rurales y de la ciudad se organizaron en todo el pas para enfrentar a las entidades financieras acreedoras. Se nuclearon en torno a la ÒMesa Coordinadora Nacional de Deudores en DlaresÓ en donde participaron delegados de las mencionadas agrupaciones. Agrupaciones que se declararon polticas y a- partidarias por el desencanto con el sistema poltico; integradas por agricultores familiares, pequeos comerciantes, pequeas y medianas empresas, deudores de tarjetas por consumo, por vivienda nica, entre otros. Esta coordinadora se convirti en el interlocutor con el sistema financiero, poltico, el poder Judicial, el Ejecutivo y la prensa. Tambin realiz gestiones con la Universidad de la Repblica (UDELAR), diferentes gremios y sindicatos a nivel nacional y regional. Se destaca especialmente el vnculo que estableci con la Federacin Uruguaya de Cooperativas de Vivienda por Ayuda Mutua (FUCVAM), que ofreci su experiencia y su logstica durante todo ese perodo.
Esta crisis vulner profundamente a la poblacin activa y agrav el sector que vena postergado y sin ninguna respuesta por parte del Estado. Si bien este sector no ser objeto de este trabajo se destaca la participacin de la UDELAR, las iniciativas barriales que sostenan las ollas populares y las ferias vecinales de trueque. Procesos colectivos que ameritan un tratamiento diferente porque en poblaciones que llevaban ms de tres generaciones de extrema pobreza o de situaciones de vida indigna, la supervivencia diaria desdibuj hasta las propias nociones de ciudadana y democracia. Aquel sector emergente y vulnerado se manifest en las calles, recurri a la va legal y/o judicial y recibi apoyo de algunos sectores polticos y cobertura de unos pocos de medios de prensa escrita y televisiva. En este escenario la prensa marc la agenda pblica y estos sectores quedaron muchas veces rehenes de otras lgicas.
La prensa de aquel momento y el propio sistema poltico hicieron alarde de la exitosa salida de la crisis porque era un imperativo el restablecimiento de la confianza en la institucionalidad. Este discurso se vio favorecido por un nuevo ciclo electoral que permiti el ascenso de un gobierno progresista por primera vez en Uruguay as como una coyuntura internacional que dio inicio a una bonanza econmica. A pesar de estos discursos no se pudo soslayar el impacto psicosocial de la crisis en un pas que vulner gran parte de su poblacin y dej casi consolidada una matriz de riesgo estructural divorciada de la matriz de proteccin social. El desamparo experimentado dej huellas en la subjetividad que afect nuestra condicin de ciudadana frente a un Estado que no contribuy a pesar de las polticas sociales implementadas, a revertir la brecha de inequidad que se agudiz en ese periodo.
Hasta ese momento la nocin de ciudadana se vinculaba con un orden de legitimidad y legalidad que otorgaba la Constitucin y las leyes sin embargo durante la crisis se consagr absurdamente la figura del consumidor, que pretendi avasallar al ciudadano del Estado-nacin. Ante la vulneracin de derechos fundamentales consagrados constitucionalmente como la vivienda, el trabajo, la educacin y la salud entre otros que deben garantizar el Estado prevalecieron las leyes del mercado. El Estado garantiz el cumplimiento de los contratos como lo establece la ley, que no es necesariamente justa sino que se debe aplicar. Pero en un escenario de tanta inequidad social el cdigo civil pareca garantizar los derechos a los que podan pagar mientras que el cdigo penal estaba destinado a los vulnerados del sistema. As emergieron Òmuertos civilesÓ que fueron los pequeos y medianos endeudados que al romperse la cadena de crdito y perder capacidad de pago no podan seguir operando ni siquiera con crditos al consumo. Muchos de estos Òmuertos civilesÓ conformaron una clase media vulnerada que se sum a los sectores que ya venan postergados y abandonados por el propio sistema.
Es importante destacar que los endeudados fueron miles mientras que los otros directamente afectados por la corrida bancaria, y minoritarios, fueron los grandes ahorristas. Mientras los primeros comenzaban a sentir amenazada su supervivencia los segundos vean disminuido el capital acumulado.
De esta forma se inaugur un nuevo perodo para el pas, que permiti entrever un entramado geopoltico que trascendi lo coyuntural. Estbamos incluidos en un orden de economa global que reafirm la posicin compleja de Uruguay en un concierto internacional de economas dependientes y voltiles.
Se padeci un endeudamiento interno y externo como consecuencia de la injerencia de organismos internacionales, con emprstitos que adosaban recetas de cmo salir de las sucesivas crisis con el retiro del Estado. Paradjicamente despus de una dcada, en la actualidad es el norte global que colapsa y pide ms Estado.
Pero el pas luego de la crisis no era el mismo, sino que algunos autores como Filgueira, Rodrguez, Lijtenstein, Alegre y Rafaniello plantean que conviven tres pases casi en forma paralela: un Uruguay vulnerado e infantilizado que ha perdido protecciones, oportunidades y garantas; un Uruguay de base estatal y corporativa, ms envejecido, que actuando defensivamente defiende niveles de proteccin crecientemente fragilizados; y finalmente un Uruguay de ingresos medios-altos y altos, que elige cada vez ms comprar sus servicios y protecciones en el mercado, exilindose as de los bienes pblicos. En rigor, el llamado pas integrado presenta una altsima heterogeneidad en materia de ingresos, insercin ocupacional y muy especialmente estructura etaria. (Filgueira, Rodrguez, Lijtenstein, Alegre, & Rafaniello, 2006, p. 10-11)
Esta experiencia interpela profundamente cualquier produccin de conocimiento y asumiendo las contradicciones, se propone pensar desde los vulnerados, los de antes los de nuestro tiempo y los que vendrn. En esta experiencia de crisis cada individuo era un yo frente al Estado. Pero este yo consecuencia del individualismo exacerbado, senta el agobio de la subjetividad del aislamiento. Pensar los procesos colectivos a punto de partida de lo individual, obtura la posibilidad de comprender que all ocurri algo del orden de lo colectivo, que requera mirarse de otro modo. ÒRecordemos que el Estado para yo no es un objeto cualquiera. . . . yo es efecto del Estado y sus instituciones (Lewkowicz, 2006, p. 215).
Es as que yo surge del dualismo y confrontacin con un no-yo, propio de nuestra cultura colonizada y occidentalizada. Este punto de partida otorga un particular sentido poltico a nuestras prcticas, que desarrollaremos a lo largo de este trabajo.
En el 2002 qued al descubierto cmo la lgica del mercado orientaba las acciones del Estado qu como buen gestor, deba distribuir mejor su pobreza y no tanto as sus riquezas. Prim la lgica tcnico-administrativa frente al mundo de la vida.
En la medida que los gobiernos dan paso a la hegemona de las leyes del mercado se va deslegitimando no solo el propio Estado-nacin como ordenador de sentido sino la poltica como accin privilegiada dentro de un rgimen democrtico.
El Estado como meta-institucin coordinaba las instituciones en un todo. El mercado no es una meta-institucin;. . . sino es una separacin que libra a cada uno de los trminos a su propia iniciativa y a su propia capacidad de conexin con los otros. . . . Las instituciones se articulan en una red simblica de sentido,. . . Las empresas se conectan segn las contingencias del valor en los flujos de capital (Lewkowicz, 2006, p. 72-73).
De la mano de la revolucin tecnolgica, las transnacionales dirigen los flujos de capital y de informacin desconociendo fronteras o lo que es peor, generando nuevas fronteras a la interna de los Estados.
Pero el Estado y el mercado no son entelequias, son consecuencia de prcticas cotidianas, orientadas por la maximizacin y la hiperconcentracin de capitales que hacen mquina con buena parte de la produccin cientfica y poltica.
Cualquier sociedad constituye una institucin como un todo, afirma Castoriadis (2010) y da sentido al resto de las instituciones; en particular cuando en nuestro continente los Estados se instituyen como el principal actor poltico y econmico. Las instituciones de la modernidad lquida (Bauman, 2006) entraron en crisis y esta es una oportunidad para contribuir a generar condiciones para acciones colectivas sustentables que rompan la subjetividad del aislamiento.
En el agotamiento del dispositivo institucional de la Modernidad, el mundo parece desordenarse. Ya no tiene el mismo sentido. . . . organizarse pensando en un orden del mundo duradero o estable. Aflora un tipo de pensamiento que deja de ser estructural, sistemtico, sistematizante, para determinarse como estratgico, situacional, coyuntural, oportunista. Un tipo de pensamiento estratgicamente determinado para pensar y operar en el instante. (Lewkowicz, 2006, p. 46)
El andamiaje institucional estall ante mltiples demandas que an no se resuelven: como la inseguridad generalizada de nuestras ciudades, el creciente sentimiento de desarraigo de los sujetos con su entorno inmediato, el hiperindividualismo que reniega de lo comunitario, el consumo exacerbado con un presente perpetuo que no habilita proyectar futuros compartidos y una poltica que parece reducirse casi al exclusivo vaivn electoral y no tanto a promover lo pblico de lo pblico. Esto ltimo, introduce cuestionamientos vigentes sobre la tensin entre democracia representativa y democracia directa que se retomarn a lo largo del trabajo.
Es precisamente a punto de partida de los eventos locales que podemos pensar-nos en la globalizacin, Òparadjicamente, la globalizacin se consuma slo como dispersin de situaciones localesÓ (Lewkowicz, 2006, p. 70).
Indignacin e incomodidad de pensar-hacer desde el Sur
Las universidades de Amrica del Sur hicieron su viraje a partir del movimiento estudiantil y obrero hace unas cuantas dcadas con el objetivo de producir conocimiento por y con la sociedad, proponiendo otro sentido a la academia.
Es as que varias universidades pblicas fueron modelo de cogobierno y promovieron cambios que reorientaron su quehacer hacia una sociedad ms justa y digna. Actualmente deberan reflexionar sobre el sentido pblico que est siendo capturado por la lgica gerencial y competitiva del mercado. Reconquistar lo pblico de lo pblico equivale a reconocer el sentido poltico de la produccin cientfica y asumir la responsabilidad de optar por una ciencia funcional a las desigualdades o turbulenta, capaz de generar nuevos horizontes de posibilidad; es una decisin que tiene consecuencias polticas pero fundamentalmente ticas.
Es un pensar incmodo, que se construye y reconstruye permanentemente; presupone una modalidad de trabajo que entrama una metodologa de problematizacin recursiva con una voluntad tico-poltica de trabajar en los procesos de subjetivacin y produccin de subjetividad de la subalternidad1 y sus formas de resistencia e invencin de otros modos de vivir (Fernndez, 2011).
La ciencia hegemnica desestima toda manifestacin sensible. Como si nuestros sentidos fueran menos engaosos que nuestras palabras. Los afectos desbordan la palabra y afectan nuestra forma pensar-hacer ciencia; pero Òel nico fin de la ciencia consiste en aliviar la miseria de la existencia humanaÓ, escribi Bertolt Brecht en su obra La Vida de Galileo (1938-1939).
Acostumbrados a mirar de una cierta manera o cerrar nuestros ojos ante realidades hirientes o perturbadoras, es necesario re-educar nuestro ser-cuerpo y aprender a sentir con los ojos y mirar con el corazn,. . . en sentido merleaupontino. Puesto que efectivamente segn la mxima de Pascal Òel corazn tiene razones que la razn desconoceÓ (Michel, 2003, p. 20-21).
Asumir este aspecto que ha divido la ciencia de nuestro tiempo entre una pretendida objetividad y la subjetividad es comprender que se trata de una denuncia, de una lucha de concepciones societales; esta es la lucha por la dignidad al decir zapatista. El reclamo es por una vida digna Òla dignidad no se estudia, se vive o se muere, se duele en el pecho y ensea a caminar. La dignidad es esa patria internacional que muchas veces olvidamosÓ (Sub Comandante Marcos 1995, citado por Michel, 2003, p. 90). La neutralidad es imposible dice Galeano (2012), en un mundo que se divide entre indignos e indignados.
La ciencia occidental como afirma Pacheco (2010) est basada en dualismos y toma la objetividad, el afuera, la razn, lo abstracto, la cultura, el pensamiento, la civilizacin y lo universal en detrimento de la subjetividad, el adentro, la emocin, la naturaleza, el sentimiento, lo particular y la barbarie; respectivamente (p. 25). La ciencia ordena y da sentido, nuestro trabajo es dar cuenta crticamente de cul es este sentido dentro de nuestra propia produccin acadmica.
Es ineludible revisar nuestras formas de pensar y de investigar y seguir operando sobre las sutiles tramas de sometimiento que caracterizan la produccin cientfica occidentalizada y colonizada. Martn-Bar deca que la psicologa social Òdebe poner de manifiesto las mediaciones a travs de las cuales las necesidades de una clase social concreta se vuelven imperativos interiorizados por las personasÓ (Martn-Bar, 2005, p. 48). Estamos transitando una crisis civilizatoria que nos interpela. Las epistemologas funcionales al orden instituido construyen el lugar del sujeto que observa y lo Òconvirti en un punto fijo que no es observado; que observa, nombra y clasificaÓ (Pacheco, 2010, p. 58).
El ascenso del orden de la apropiacin/violencia dentro del orden de la regulacin/emancipacin tan solo puede ser abordado si situamos nuestra perspectiva epistemolgica en la experiencia social del otro lado de la lnea, esto es, el Sur global no imperial, concebido como la metfora del sufrimiento humano sistmico e injusto (De Souza Santos, 2010, p. 49).
Se trata entonces de dilucidar los centrismos que dominan el pensar-hacer y es una tarea que requiere una vigilancia epistemolgica permanente. Esto es posible, en la medida que se encuentran otros puntos de referencia que no fueron capturados por el orden de la Modernidad. Esta misma ciencia forma, informa y deforma. Ella adolece de varios centrismos: eurocentrismo, etnocentrismo, antropocentrismo y androcentrismo entre otros. ÒLa violencia epistmica occidental prioriza lo masculino, sobre lo femenino, lo urbano sobre lo rural, lo blanco sobre lo negro, lo escrito sobre lo oral, el conocimiento escolarizado sobre el saberÓ (Pacheco, 2010, p. 157). Si bien nuestra perspectiva cultural se origina desde la cultura grecolatina y sin menospreciar los aportes de la misma, Àcmo sera mirar y hablar desde el Sur descolonizado? Estamos interpelados en la academia por la voces bajas de la historia1 (Guha, 2002). Quin habla asume la lucha por reinventarse desde los que no estn legitimados; desde una tica y esttica que intentan hablar desde la condicin de desigualdad en donde las prcticas micropolticas resisten y se revelan.
Ser autor subalterno2 es ser un trabajador de los discursos cuyo quehacer tiene el propsito de elaborarse a s mismo como sujeto de discurso en el que resuenen voces acalladas. Elaborarse como sujeto de discurso quiere decir construir narrativas del yo que posean valor colectivo, lo cual equivale a construir sujetos metonmicos que procesualmente se van haciendo en y por los discursos que profieren y que convocan a sujetos personas a identificarse en el espejo de la escritura. (Mansilla Torres, 2013) Por ello se propone asumir una Òecologa de saberesÓ al decir de Boaventura De Souza Santos (2010) y esto implica, renunciar a una epistemologa general y participar de la legitimacin de saberes populares que contribuyan con una vida digna.
Los discursos construyen realidades no las reflejan ni meramente las describen, es as que el discurso y las narraciones son constitutivas del mundo social.
Empezar a re-crearnos por nuestra propia cuenta desde el Sur, es construir nuevos discursos y sentidos que legitimen un mundo en el que quepan muchos mundos. Sin certezas e incmodo, es un camino hacia la autonoma del pensar-hacer, pero menos doloroso que la enorme inequidad que se propone revertir.
Al referirnos particularmente a la PSC dentro de nuestras universidades se observa que alcanz desarrollos heterogneos y con distintos nfasis. Recoge la tradicin de producciones terico-metodolgicas desde Mxico hasta el sur, aunque en algunos pases es notoria la influencia de otros nortes.
La produccin de conocimiento en PSC en el continente se gener diseminada, con teorizaciones de alcance medio que responden a situaciones coyunturales. Y esta condicin es parte de su fortaleza, en tanto prioriza responder a necesidades concretas sin aspirar a verdades homogeneizantes.
La Psicologa Social latinoamericana, de manera asincrnica en funcin de las condiciones polticas por las que atravesaron los pases, fue produciendo lecturas de realidades que daban cuenta de la interaccin de factores particulares, con el contexto social ms amplio y con las tendencias globalizadoras de las que no pudo sustraerse. Fue necesario que creara teoras enraizadas en las realidades locales y que aprovechara las teoras que aportaba la psicologa tradicional a la comprensin de los fenmenos. Tambin debi producir abordajes de investigacin e intervencin que sirvieran a las demandas de los sectores ms perjudicados, por la histrica dependencia econmica y poltica de los estados latinoamericanos con los organismos internacionales (Paris, & Marn, 2012, p. 8).
Actualmente la PSC va alcanzando no sin esfuerzo, reconocimiento en el mbito acadmico. El desafo para aquellos que participamos de esta opcin es disciplinarse para desdisciplinarse con el costo de estar entrando y saliendo de las agencias que avalan una forma de hacer ciencia, ms pendiente del academicismo que del compromiso con la transformacin social.
La ciencia en vez de ocuparse de la verdad o la falsedad del conocimiento, debe contribuir al devenir potencia de lo no realizado. Trabajar sobre las condiciones histricas de proyectos de cambio y sus condiciones de credibilidad (Garca Canclini citado en Zemelman, 2007, p. 17).
Asumiendo el individualismo que nos toca reeditar como parte del proyecto moderno, siempre estamos buscando lneas de fuga que puedan contribuir a comprender cmo hemos llegado a tal grado de desigualdad y convivimos con tanta miseria humana. En este escenario la crisis que vulner a miles de personas durante el 2002 tambin interpel el lugar que ocupa la universidad en la sociedad.
Desoccidentalizacin vs. Descolonizacin en lo colectivo y comunitario
El Sur es conceptualizado hegemnicamente desde y por una concepcin de mundo colonizado y occidentalizado. La subjetividad de la dependencia que genera el capitalismo mundial integrado modula el propio deseo de los sujetos, seduciendo.
Esta condicin permite comprender que no es posible obviar la escala planetaria y que en el Sur siguen operando dispositivos de captura de sentido del orden de la clausura que afectan los procesos de integracin colectiva.
Contemporneamente los sujetos entran y salen de diferentes colectivos participando incluso de varios a la vez, sin que por ello aspiren necesariamente a institucionalizarse y/o pretendan participar de un proyecto social de ms largo plazo. Los nuevos colectivos son afectados por lo que definimos como atractores y dispersores societales, que operaran en el espacio pblico como fuerzas centrpetas o centrfugas respectivamente. Surgen de este modo sujetos colectivos adhocrticos que se diluyen una vez obtenido su reclamo y/o reivindicacin.
Parafraseando a Lechner (1999), en la medida que las personas sienten que no son parte de la sociedad y asumen la impotencia de decidir sobre sus vidas, se debilita la construccin de cualquier nosotros (Prez, 2011).
Podemos pensar nosotros bajo figuras conocidas como la clase social o el estamento o la nacin o los diversos conjuntos sociales. Pero lo propio de la fluidez ha sido dispersar esos conjuntos y esas clases. Ms precisamente, dispersar el eje estructural sobre el que se apoyaban esos conjuntos que podan decir nosotros (Lewkowicz, 2006, p. 216).
Como afirma Lechner, el nos-otros se constituye mediante las vivencias concretas de una convivencia colectiva. Pero si los lazos de convivencia se vuelven ms tenues, es probable que la idea de sociedad sea tambin ms difusa y no vivan lo social como algo efectivamente ÒnuestroÓ (Lechner, 2002).
Revertir las relaciones de dominacin y ejercer un poder contrahegemnico sustentable en nuestros espacios urbanos es posible, en la medida que los sujetos logren concebirse como parte de un nos-otros.
La PSC desde sus orgenes plantea la centralidad del estudio de las relaciones de poder y una de las primeras respuestas fueron los aportes de Serrano-Garca y Lpez- Snchez (1994) que afirmaron que Òel poder est en las relaciones y es simtricoÓ. (Montero, 2010, p. 53) Por su parte la propia Maritza Montero afirmara que Òel control y el poder deben estar centrados en la comunidadÓ (Montero, 2003, p. 35). Sin embargo nos distanciamos de estas conceptualizaciones que dieron origen al tema del poder dentro de la PSC y desde nuestro punto de vista el poder no se posee, se ejerce o como expresa Foucault Òcircula a travs del individuo que lo ha constituidoÓ (1979, p. 144). Tampoco sera algo que posee la clase dominante sino que es una estrategia que tambin reproduce y se sustenta desde la subalternidad. Es as que el Estado no es el lugar que concentra el poder, sino que habra dispositivos que producen y perpetan la centralidad de ese Estado estableciendo relaciones de dominacin.
Por ello es necesario generar nuevos dispositivos que promuevan un crculo virtuoso entre ciudadana poltica, sentido de pertenencia, participacin comunitaria y democracia radical en clave regional. La ambigedad del lenguaje en clave de Modernidad hace necesario adjetivar cada uno de los trminos mencionados y esto de por s puede constituir una operacin poltica.
La Psicologa Social de lo comunitario debe operar para contrarrestar la dispersin basada en procesos despolitizadores que inmovilizan a los sujetos, afectando la conformacin de comunidades para la vida. Bajo estas circunstancias el nos-otros surge recientemente como problema. Formamos parte de un proyecto moderno individualizante y dispersor donde es difcil generar algo del orden de lo colectivo y ms an de lo comunitario. Como afirma Lewkowicz (2006) Òen fluidez, uno pertenece a los sitios en los que puede pensarÓ (p. 216) y el resto, la masa expulsada ocupa un no-lugar (Aug, 2008).
En fluidez, el encuentro del que surge un nosotros nos obliga a hacer algo permanentemente para no disolvernos en el flujo, puesto que lo que intuitivamente llamamos flujo comporta una dinmica muy activa de mutacin de las circunstancias. El entorno en que opera nosotros es permanentemente cambiante; y entonces para seguir juntos, van a tener que configurarse permanentemente (Lewkowicz, 2006, p. 229).
Si bien se observa que la desoccidentalizacin es necesaria porque legitima y da confianza a los actores involucrados operando como un atractor social, sera insuficiente para desarrollar estrategias contrahegemnicas sustentables en nuestras comunidades. En este sentido Mignolo hace un agudo anlisis coyuntural de los procesos de descolonizacin y la desoccidentalizacin que se observan en varios de los pases de la regin. Afirma que el punto de origen es Asia y que el mito de que Grecia era la civilizacin del mundo ya no se sostiene. Y con esto no se pretende desconocer los aportes culturales que ha tenido y los efectos, particularmente sobre el campo de la poltica y lo poltico en occidente (Mignolo, 2012).
El Brasil de Lula gir hacia la desoccidentalizacin sin cuestionar el capitalismo, pero s cuestion recibir rdenes de Estados Unidos y de la UE, y profundiz sus relaciones internacionales con China, India, Irn, Turqua. El conflicto del territorio indgena y Parque Nacional Isiboro Scure (TIPNIS) en Bolivia no debe leerse sino como el conflicto entre la desoccidentalizacin con la que coquetea el gobierno y la descolonizacin que guio la rebelin que termin con el gobierno de Snchez de Lozada y llev a Evo Morales a la presidencia. . . . En cambio los gobiernos de Chile, Colombia, Mxico, Per y buena parte de los pases centroamericanos se mantienen orientados hacia una re-occidentalizacin. . . . . La orientacin aprobada en la reunin del Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeos (CELAC) hacia finales del 2011 fue fortalecer la unin de los pases de Amrica Latina para no depender y sufrir las consecuencias de la crisis en la Unin Europea y Estados Unidos. (Mignolo, 2012) No es suficiente describir o explicar, es necesario trabajar con visiones de lo posible afirma Zemelman (2007), por ello es prioritario trabajar el presente donde est el potencial de los futuros posibles as como los sentidos del pasado.
Y en este sentido Òle lleg el turnoÓ dira Mignolo (2012) a la propuesta Òdecolonial que es eminentemente geo y corpo-polticoÓ. Esta puede ser capaz de capturar significados flotantes y otorgarles nuevos sentidos que contrarresten las sutiles formas de dominacin que transversalizan nuestras prcticas cotidianas. Contemporneamente la lucha es por los sentidos y significados.
Mignolo (2012) menciona giro, turno, cambio y expresa que . . . suelo usar tambin la expresin Òdecolonial shiftÓ. ÒShiftÓ sera traducible como ÒcambioÓ. . . . Pero tambin uso en ingls la expresin ÒshiftÓ y ÒshiftingÓ en el sentido de ÒPachakuti.Ó Pachakuti pas a significar, para los hablantes quechua y aymara que vivieron la invasin hispana todo un ÒvuelcoÓ; el mundo al revs. . . . Òvuelco de la raznÓ. . . . ese es el desprendimiento como ÒprospectoÓ en el que opera el pensamiento y la opcin o giro decolonial (Mignolo, 2012, p. 244).
Tratar de mirar desde el margen para hablar desde el Sur, no tiene la pretensin de extrapolar prcticas sino desaprender y reaprender desde otras perspectivas para contribuir con una con-vivencia inclusiva. Tampoco se trata de Òindianizar al mundo, ni de levantar al sur contra el norte (sendos nuevos etnocentrismos), sino de despertar las visiones ancestrales, y ponerlas a conversar entre ellasÓ (Mazorco, 2010, p. 11) y as construir consensos diferentes.
El occidente heredero de la cultura griega y cristiana basado en un pensamiento dualista, reniega del Otro y la propuesta es salir de este antagonismo y comenzar a pensar en una relacin dialgica en donde el yo/Otro se impliquen mutuamente. En otras culturas como la mayense, Otro no equivaldra a un no-yo, para ellas esto constituye una dualidad no un dualismo; Òel lugar del quiasmo es el mundo compartidoÓ, expresa Michel (2003, p. 55). Por ejemplo la categora chhixi: categora propuesta por Rivera, es un aporte que, desde la sabidura originaria andina, pretende desarticular los conceptos de hibridacin y fundamentalismo, ambas categoras eurocntricas que encubren y renuevan prcticas efectivas de colonizacin y subalternacin . . . . La nocin de chhixi,. . . obedece a la idea aymara de que algo es y no es a la vez, es decir, a la lgica del tercero incluido es blanco y no es blanco a la vez, es blanco y tambin es negro, lo chhixi conjuga el mundo indio con su opuesto, sin mezclarse nunca con l Ò(Rivera Cusicanqui 2006: 11)Ó (Mazorco, 2010, p. 7).
En nuestra matriz occidentalizada el consenso es el resultado de una disputa y el proceso se reduce al camino para obtenerlo, pero existen otras formas de construir consensos y esto nuevamente cuestiona nuestras bases epistemolgicas.
La experiencia de Carlos Lenkersdorf en las comunidades tojolabales de Chiapas, pertenecientes al pueblo maya, le permiti conocer cmo el consenso en una asamblea comunitaria se iba haciendo sobre la marcha, y no se tomaba una resolucin hasta que todos haban aportado su parecer y estaban convencidos de que haban llegado a la mejor de las soluciones para todos. Generalmente lo acordado ya no se parece a las propuestas iniciales, porque ests eran sobre la concepcin del nosotros o concepcin nostricas (Cecea, 2008, p. 108).
En la aproximacin a la diversidad cultural, la tica y poltica del reconocimiento juegan un papel clave afirmaban Rebellato y Gimnez (1997).
La PSC debera duelar su objeto disciplinar la comunidad para contribuir con el campo de problemas de lo comunitario, esto es clave para promover procesos emancipatorios. Ello implica polticas de reconocimiento y espacios de encuentro para construir acuerdos sustentables. Asimismo acompaar los procesos colectivos en los espacios pblicos en su lucha por la autonoma y autodeterminacin trabajando desde sus potencialidades y no desde una ortopedia de lo deficitario. Aceptar la diversidad y lo contextual e histrico de sus desarrollos indisciplinados para que hagan sinergia con una poltica para una vida digna. ÒLa reconstruccin de la humanidad comienza por el reconocimiento mutuo, por el descubrimiento del Otro. . . . Somos iguales porque somos diferentes dicen los zapatistaÓ (Cecea, 2008, p. 82).
Generar las condiciones para legitimar nuevos sentidos siempre provisorios, siempre en movimiento.
El territorio fsico y simblico donde se asienta y crece la vida a travs de la historia y la construccin de sentidos, de referentes y de saberes, es la expresin concreta, visible y evidente de esta ltima frontera de expoliacin del neoliberalismo. Desde ah se levantan los colectivos, desde ah viene caminando,. . . la rebelin anticapitalista del siglo XXI (Cecea, 2008, p. 78).
Una psicologa de lo comunitario invita a generar nuevas categoras de anlisis desde una perspectiva que parta del Sur para comprender la dispersin que expulsa al no- lugar en nuestra regin; necesidad impuesta por el capitalismo mundial integrado (Guattari, 1998).
En este punto, no podemos obviar que la revolucin tecnolgica permiti nuevas visibilidades, pero dado que los medios masivos de comunicacin y de informacin estn en manos de los grandes capitales transnacionales, terminan siendo muy funcionales a los discursos que recrean y perpetan las mltiples formas de dominacin.
A esto se suma que gran parte de la fortaleza de las instituciones modernas, se sostiene en los discursos mediticos dado que juegan un papel importante para desdibujar cualquier conflicto. Pero tambin es la expansin de los propios medios de comunicacin e informacin, lo que permite hacer visible realidades que se quieren invisibilizar. En poca de crisis qued en evidencia que los medios otorgaban visibilidad o invisibilidad a los colectivos contestatarios emergentes. Martn-Barbero (2002, p. 10), afirm que el derecho a ser visto en nuestro contexto debe ser considerado un derecho humano ms.
En suma, es tal el peligro que encierran los procesos de vulneracin que no solamente se evidencia por el aumento de la violencia en las urbes y la inseguridad existencial que esto acarrea, sino que la imposibilidad del ejercicio pleno de la ciudadana poltica pone en cuestin la propia convivencia democrtica.
Lo pblico del espacio pblico
La conceptualizacin que hace Habermas (1962) sobre la esfera pblica, nos arroja visibilidad sobre la ntima relacin que guardan en la actualidad los medios de comunicacin y la poltica; as como la necesidad de reconsiderar conceptos como vida pblica, opinin pblica y la tensin entre lo pblico y lo privado. El propio autor juega crticamente con la nocin de pblico, que va asumiendo contemporneamente un sentido ms de espectador pasivo que de actor social. Como afirm, Òla conversacin pblica est administradaÓ (Habermas, 1962) y de esta forma los medios de comunicacin capturan las discusiones de la ciudadana informada, la sustraen del debate pblico y la convierten en un espectculo.
Existe un devenir privado de lo pblico y este movimiento es pensable desde la concepcin de espacio pblico ms que del concepto de esfera habermasiano, concebido como espacios de intensidades, de intercambios y relaciones. De esta forma la lucha por la captura de significados que se tiene con el mercado, es la posibilidad de politizar cualquier asunto en el espacio pblico; con todo lo que tiene de potencia y de resistencia. La propuesta es la construccin y resignificacin permanente de un espacio pblico no estatal que incluya a toda la poblacin.
La calle es el cerebro y el corazn de la sociedad civil. Ello contradice la idea de que las razones, las leyes, los proyectos y las soluciones tengan que hacerse en los cubculos de las universidades, las cmaras de los parlamentos, las camarillas de los polticos y los cerebros privilegiados de algunos individuos, es decir, en espacios privados a la sombra de la luz pblica. (Fernndez Christlieb, 2004, p. 10)
La ciudad como proyecto poltico tiene en el espacio pblico la posibilidad de escenificar las tensiones entre los grupos hegemnicos y los grupos que operan desde la resistencia y el cambio. Sin embargo, el comercio y el consumo continan creando espacios pseudopblicos, donde no se propicia el encuentro (Prez, 2007).
El entorno urbano es un producto social fruto de la interaccin simblica que se da entre los sujetos que comparten un territorio diferencial identitario 3 (Prez, 2007).
Se hace necesario entonces, comprender la funcin del espacio pblico de nuestras urbes en su dimensin no solo espacio-territorial sino fundamentalmente simblica. No se ha prestado suficiente atencin a la necesidad de preservar lo pblico del espacio pblico, dado que aqu radica la potencia para construir lo colectivo.
En este sentido una comunidad se constituye a partir de la vivencia cotidiana de compartir un proyecto que involucra un territorio y su dimensin simblica, haciendo posible construir un lugar en el mundo con otros. Pero el espacio pblico se reduce a lo que circunda el espacio privado y lo que es de todos finalmente resulta de nadie.
La convivencia comunitaria se convierte en un factor potenciador de la politizacin de los sujetos en la medida que son las interacciones a escala territorial, a escala humana, las que contribuyen a contrarrestar los eventuales efectos negativos de la revolucin tecnolgica en manos de grupos de inters que concentran el poder econmico y el conocimiento.
La comunidad no existe por s mismaÉLa comunidad se crea, se inventa cotidianamente, y tambin se destruye. La individualizacin a ultranza que propone el neoliberalismo corresponde a la creacin de la no-comunidad como figura social de la parlisis y la desesperanza. La reconstruccin de la comunidad como espacio de vnculos intersubjetivos constituye en ese contexto un enorme desafo. Implica recrear los sentidos colectivos e histricos de los grupos humanos, alimentar o incluso reinventar las utopas. Pero no solo requiere deshacer la madeja de las relaciones de competencia y dominacin, sino principalmente, comenzar a hacer la madeja social desde otro lado (Cecea, 2008, p. 106).
El espacio pblico contina siendo transformado bajo la hegemona de la lgica neoliberal y estamos perdiendo la plaza, la calle y las instituciones pblicas como escenarios para experienciar interacciones que posibiliten identidades sociales y construir memoria social compartida o sea nuestra propia historicidad (Prez, 2007). No es un espacio neutral, es en lo pblico que los sujetos construyen sus posiciones sociales y devienen o no actores-ciudadanos polticos.
Despolitizacin y el sentido poltico
Como afirma Paris (2008, p. 36) Óel sujeto de la teora psicosocial hegemnicamente es un sujeto de clase mediaÓ. Pero en la actualidad se distanci de la tradicional concepcin que prevaleci durante el Siglo XX, dado que las transformaciones estructurales neoliberales de los Õ90 la acercan ms a los aspectos que caracterizan a los sectores populares. Desde ese lugar, piensa con el miedo a la exclusin en una realidad que con cada crisis socioeconmica donde se concentra ms el capital aumentan los riesgos de ser expulsado del sistema.
Pensar desde las voces bajas de la historia es construir otro sujeto epistmico, que contemple la diversidad de los que habitan un no-lugar. El compromiso es ser capaces de generar condiciones para convivir participando de una comunidad que nos reconozca y legitime sin distinciones para alcanzar una vida digna. De esta forma, la participacin en el mbito comunitario es concebida en un sentido integral donde participar Òes formar parte, tener parte y ser parte de un todoÓ (Rebellato, & Gimnez, 1997, p. 128). Una psicologa social de lo comunitario debera estar abocada a la clnica de la dispersin en la medida que los conflictos se invisibilizan de la vida pblica y no logran una traduccin colectiva. Ms que la fragmentacin del tejido social asistimos a operaciones simblicas que impiden el encuentro y el dilogo. El objetivo es la emergencia de nuevos sentidos colectivos en la polifona de la dispersin; esto tambin es un acto poltico. Lo poltico entendido como discurso construye precisamente los objetos de los que habla. (Foucault, 2004) ÒLa Teora del Discurso se ocupa precisamente de la accin poltica como generacin de sentidos compartidosÓ (Errejn, 2011, p. 125).
Los sentidos subjetivos son producciones simblico-emocionales asociadas de forma simultnea a la multiplicidad de tiempos y contextos del sujeto de la accin; escapa a la reflexin y a su intencin consciente de la persona (Flores, 2014, p. 32).
La poltica tradicionalmente es entendida como el conjunto de prcticas e instituciones a travs de las cuales se crea un determinado orden, organizando la coexistencia humana en el contexto de la conflictividad derivada de lo poltico. Mientras la primera refiere al nivel ntico la segunda a lo ontolgico, es el modo mismo en que se instituye la sociedad (Mouffe, 2011, p. 16). Las teorizaciones contemporneas sobre la poltica recogen sus histricas tensiones y actualmente varios autores desarrollan propuestas vinculadas a lo contingente de cualquier orden, as como el carcter simblico de lo poltico y lo irreductible del conflicto (Retamozo, 2009, p. 76). Propuestas que ponen el nfasis en lo instituyente ms que en lo instituido, en lo dinmico que en lo esttico y contribuyen con un horizonte de lo posible para la transformacin social. A los efectos de este trabajo se abordar ms lo poltico por su carcter instituyente, en la medida que se vincula a la produccin de discursos articuladores, es decir recupera su momento performativo. Se trata de Òvincular lo poltico al plano de la institucin mediante la produccin de imaginarios y del cambio social a partir de la intervencin de imaginarios radicalesÓ (Retamozo, 2009, p. 80).
Lo poltico implica una operacin hegemnica discursiva sobre el terreno de lo social para dar lugar a la existencia de ese objeto fallido que es la sociedad (Retamozo, 2009, p. 80). No obstante, sta siempre conducir al fracaso en tanto lo Social es imposible de representar en la sociedad, (Retamozo, 2009, p. 80) hay un Òexceso de sentidoÓ (Retamozo, 2009, p. 80) que se resiste a ser completamente ordenado. Esto implica la existencia permanente de algo que queda al menos parcialmente por fuera de esa forma instituida y que puede poner en jaque el precario cierre hegemnico de la sociedad (Retamozo, 2009, p. 80).
La figura del ciudadano se encuentra expuesta a procesos de despolitizacin funcionales al mercado. A pesar de ello nuestro continente es fuente de mltiples resistencias, lucha por achicar el miedo y agrandar la esperanza (Michel, 2003, p. 247), donde podemos alcanzar una ciudadana democrtica radical con el goce pleno de los derechos civiles, sociales, econmicos y culturales.
En este punto es importante destacar que el concepto democracia, segn Bovero (2002) Òse construye a partir de la experiencia y no se reduce a una fotografaÓ. Definir la libertad y/o participacin conceptos sobre los que reposa fundamentalmente la democracia, implica un permanente esfuerzo por dilucidar las operaciones de captura de significados del orden dominadores-dominados. Para contribuir en la construccin del proyecto como siempre lo ha sido la democracia, se debe articular con procesos democratizadores y en este sentido Bovero (2002) propone entender: la libertad individual, . . . como la capacidad (subjetiva) y como oportunidad (objetiva) de decisin racional autnoma del ser humano en materia poltica: una libertad como autonoma, que subsiste cuando el individuo no sufre condicionamientos tales que determinen desde el exterior a su voluntad, volvindola heternoma. (p. 26)
El potencial de transformacin en una democracia radical (Rebellato, & Gimnez, 1997, p. 132) en gran medida deviene de la posibilidad que tiene la ciudadana de escenificar los conflictos en el espacio pblico. Pero actualmente son judicializados 4, operacin que despolitiza lo colectivo. ÒNuestro ser en comn era jurdico y no judicial. La judicializacin del derecho seala el agotamiento de su fuerza prescriptivaÓ (Lewkowicz, 2006, p. 194).
De esta manera los sujetos en nuestras urbes, encuentran cada vez mayor dificultad para generar sentido de pertenencia societal y con ello consolidar un tejido social basado en vnculos de confianza y de cooperacin recproca.
Tambin es cierto que la globalizacin tiene intersticios que permiten la construccin de nuevos discursos acompaados de sus propios dispositivos de legitimacin. Como expresa Martn-Barbero (2002), La tecnologas de la informacin y comunicacin introducen una verdadera explosin del discurso pblico al movilizar la ms heterogneas cantidad de comunidades, asociaciones, tribus, que al mismo tiempo liberan las narrativas de lo poltico desde las mltiples lgicas de los mundos de vida, despotencian el centralismo burocrtico de la mayora de las instituciones potenciando la creatividad social en el diseo de la participacin ciudadana. Es porque las tecnologas no son neutras sino que constituyen hoy enclaves de condensacin e interaccin de mediaciones sociales, conflictos simblicos e intereses econmicos y polticos (p. 13).
Cualquier evento o situacin actualmente es factible de ser politizado y para ello las fuerzas del campo social siempre estarn en disputa por la hegemona. Entendida Òcomo prctica de articulacin donde el sentido no est dado sino que sin ser una amenaza depende de equilibrios y pugnasÓ (Errejn, 2011, p. 124) Lo que vuelve poltico en primera instancia cualquier evento es su capacidad de advenir colectivo en el mbito pblico; la poltica es la lucha por el sentido.
El sentido poltico como sostiene Errejn (2011) de cualquier accin depender en gran medida de una alteridad para levantar y reforzar sus propios contornos. Significados flotantes que puedan ser capturados por una demanda social coyuntural y permita el desarrollo de su potencia instituyente. Ellos debern operar sobre el sentido comn de una poca y no en contra, resignificar e interrumpir la cadena de significados que estaban legitimados y producir conjuntamente los dispositivos que los legitimen (p.122).
El primer movimiento es politizar y luego articular las demandas no como una suma de descontentos, sino una ligazn que seguramente puede ser parcialmente redefinida para devenir en una hegemona muy singular como propone Cecea (2008), una hegemona Òque disuelva las condiciones que hacen posible la existencia de hegemones, a travs de la sustitucin de los procesos de convencimiento por los de construccin de consensos. . . . Una nueva hegemona que disuelva las hegemonas.Ó (p. 133)
En esta lnea los discursos mediticos contribuyen a cargar de carcter poltico cualquier acontecimiento, aunque nada lo vincule en primera instancia al campo de lo poltico. Es as que los centros de poder que concentran los medios se disputan el control de la construccin social del sentido. El poder-sometimiento debe naturalizarse para operar con un mnimo de resistencia.
El sentido poltico de nuestras prcticas a punto de partida del Otro como una dualidad y de nuestra opcin en PSC por la transformacin social podran contribuir con discursos que generen nuevas posibilidades de enunciacin y legitimacin de posiciones sociales desde las voces bajas de la historia. Promover el desarrollo del potencial en el devenir colectivo, descentrndolo del individualismo para recentrarlo en lo comunitario como utopa.
Lo poltico tiene que ver con la posibilidad de generar alternativas que escapen a la sumisin del orden econmico. Si el futuro es una construccin y no una prediccin, se trata de un esfuerzo netamente poltico. En la misma medida en que el discurso terico deviene en discurso poltico, la verdad del primero se transforma en la posibilidad de hacer viables las construcciones que propone el segundo (Zemelman, 2007, p. 81).
Lo importante no es el territorio que se conquista sino cmo habitamos un lugar poltico siempre en construccin, siempre con la exigencia de ser reconfigurado, siempre con la necesidad de un pensar-hacer colectivo para una comunidad para la vida.
En este escenario la PSC que va alcanzado cierta legitimidad acadmica en nuestra regin, contribuira con lo instituyente en la medida que priorice las demandas de las voces bajas de la historia potenciando el sentido poltico de sus prcticas, incluyendo las prcticas discursivas.
Rescatar la belleza de la trama y seguir tejiendo. . .
La crisis 2002 fue un momento de inflexin para Uruguay y esto exigi revisar en profundidad la forma de pensar-hacer-sentir psicologa desde el Sur; fue una oportunidad para transitar entre una psicologa social de lo comunitario y una psicologa de lo poltico.
Una PSC desde el Sur necesita mirar al margen y contribuir con el dilogo de los diferentes saberes para revertir sutiles formas de dominacin.
Por otra parte ya no es posible en este escenario ignorar los efectos que tiene la revolucin tecnolgica, que crea paisajes mediticos y afecta lo poltico y por tanto la construccin de lo comunitario; fenmenos que tambin desafan la academia.
El reto es dar el paso hacia la decolonialidad que implica tambin pensar entre lo global y lo local en una recursividad permanente. En este sentido una teora en movimiento exige contextualizar y trabajar desde lo instituyente.
El trabajo tico es atender las expresiones de la micropoltica que desborda los mecanismos burocratizados de la democracia representativa y construir nuevos sentidos colectivos. Un colectivo se fortalece en la praxis ciudadana, participando de lo poltico en la vida cotidiana de nuestras urbes.
El desafo es construir hegemonas que lleven en su propuesta criterios de descentramiento democrtico e integren la diferencia no como inferioridad sino como diversidad en la unidad.
Debemos estar advertidos que la economa neoliberal requiere precisamente de la despolitizacin ciudadana y si la economa logra liberarse totalmente, entonces la poltica perdera toda capacidad de regulacin. Pero los partidos polticos que operan bajo la ilusin tecnocrtica estn corriendo con este riesgo.
El peligro inminente para las democracias de la regin es que se agudicen las desigualdades y los sujetos habiten mundos paralelos que ni siquiera se conozcan entre s (Prez, 2011).
No es posible dar por terminada esta comunicacin sin compartir que existe una maravillosa trama que late en muchos rincones de esta Indoafroiberoamrica. En la crisis tambin, afloraron muchas solidaridades invisibilizadas.
El horizonte es un mundo donde otros mundos sean posibles como promueven los zapatistas. Esto implica tejer una trama de esperanza y utopas a pesar de que la violencia y la velocidad agobien. Porque duelen e indignan la impunidad, la forma en que se abordan muchos de los conflictos estructurales de nuestra regin y cmo los efectos de las crisis siempre exponen su mayor violencia sobre las poblaciones vulneradas. Porque duele e indigna Croman5, duele Atyozinapa6, la persecucin de los mapuches a ambos lados de la cordillera, las miles de madres y familias que siguen buscando a sus hijos desparecidos, los desplazados, los migrantes permanentes, los expulsados. Que la poltica olvide lo poltico, que lo pblico sea mercantilizado, que los medios nos distraigan obscenamente con tragedias para el divertimento instantneo y desconozcan cmo diariamente se conquistan espacios de creacin tica y esttica.
Cada visin del mundo es una construccin colectiva y barroca, es una creacin comunitaria y por lo tanto poltica. La visin de los dominadores, impuesta como discurso de verdad mediante la intermediacin de la ciencia (hegemnica) y el monopolio de los medios masivos de comunicacin, esconde u omite todas las otras historias de sabidura de los pueblos del mundo, o las incorpora desde su inters y percepcin, las ms de las veces como prueba de inferioridad o barbarie. Sin embargo cada narrativa expresa una politicidad distinta,. . . las voces bajas de la historia segn Ranahit Guha, en los subterrneos y resquicios dejados por la historia oficial, pero tambin creando sus propios espacios que terminarn rompiendo la narrativa del poder (Cecea, 2008, p. 31).
Se ignora mucho de nuestra Amrica pero maravilla su heterogeneidad, su insistencia por una vida digna desde diferentes lugares y formas. Es as que antes que la lucha por la inequidad est la propia lucha epistmica, lo primero es nuestra propia descolonizacin. El objetivo es contribuir con epistemologas de las resistencias para construir una opcin emancipatoria. Construirnos desde el Sur, implica generar una nueva perspectiva que valore la heterogeneidad cultural, un Pachakutik donde el norte sea el sur, como pint el uruguayo Torres Garca7.
Para finalizar Mazorco (2010), nos exhorta a qu, para trabajar por el Pachakutik se debe asumir el auto-pachakutik, de otro modo hablar de cambio, cuando lo que se pretende cambiar es al otro, a lo que est a mi alrededor, pero no a m mismo, no representa ms que un autoengao y un engao a los dems, que no tardar en desengaar a muchos (p. 14).
Cualquier opcin que se tome entraa un proyecto de sociedad y la PSC tiene varios desafos, como nos comparte Ftima Quintal de Freitas (2014) (versin original en portugus).
Entre los desafos presentes en este siglo XXI, tal vez podamos contribuir a la profundizacin del anlisis relativo a las dimensiones de las prcticas con la comunidad: la transformacin versus el mantenimiento del status quo. Como Proyecto poltico y social nuestras prcticas estn comprometidas y qu tipo de sociedad futura queremos, es una perspectiva necesariamente colectiva y comunitaria. (p. 66)
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Formato de citacin
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Notas
1 En vez de subalternidad respetando la cita, en el resto del trabajo se har mencin a las voces silenciadas de la historia como menciona Guha (2002) para referirnos a aquellos sujetos singulares o colectivos sobre los que operan dispositivos de deslegitimacin y que no les permite erigirse como sujetos de enunciacin.
2 Idem.
3 Lugar comn que los colectivos construyen desde el punto de vista simblico a partir de sus interacciones cotidianas, que al igual que la nocin de identidad, es una categora inestablemente estable.
4 Judicializacin: dispositivo de control social que invisibiliza los conflictos sociales en la escena pblica, anulando su potencial de integracin colectiva y de transformacin social. Opera reduciendo los conflictos sociales a una lgica dual, bueno-malo; donde los sujetos despolitizados de su condicin de ciudadanos no tienen otra opcin que depositar el poder de decisin en otros. (Prez, 2011, p. 54)
5 El 30-12-04, durante un recital de rock, se incendi el boliche Repblica de Croman (Buenos Aires) y como resultado, murieron 194 jvenes y nios. Croman es considerado un conflicto entre la juventud y el Estado.
6 El 26-09-14, desaparicin forzada de 43 estudiantes de Ayotzinapa por un grupo armado reaviv la discusin sobre las Escuelas Normales Rurales, bastiones de la estrategia educativa en Mxico a principios del siglo XX, que hoy pelean por su supervivencia ante un Estado indiferente.
7 Para los mayenses el Pachakutik es un concepto ordenador del cosmos, renovador del tiempo y el espacio. Un nuevo orden es pensar por cuenta propia y as expres Torres Garca: "He dicho Escuela del Sur; porque en realidad, nuestro norte es el Sur. No debe haber norte, para nosotros, sino por oposicin a nuestro Sur. Por eso ahora ponemos el mapa al revs, y entonces ya tenemos justa idea de nuestra posicin, y no como quieren en el resto del mundo. La punta de Amrica, desde ahora, prolongndose, seala insistentemente el Sur, nuestro norte.Ó Joaqun Torres Garca. Universalismo Constructivo, Bs. As. : Poseidn,1941.