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Psicología, Conocimiento y Sociedad

On-line version ISSN 1688-7026

Psicol. Conoc. Soc. vol.5 no.1 Montevideo May 2015

 

El sentido pol’tico de nuestras pr‡cticas. Una psicolog’a de lo comunitario en movimiento

 

Political sense of our practices. A community psychology in motion

 

Lis PŽrez

Autor referente: lis.perez@fic.edu.uy

Universidad de la Repœblica

 

Historia editorial

Recibido: 01/06/2015

Aceptado: 29/07/2015

 

RESUMEN

Este trabajo de revisi—n te—rico- metodol—gico surge en el marco del proyecto Doctoral, referido a la incidencia de los medios de comunicaci—n en el ejercicio de la ciudadan’a, durante la crisis del 2002  en Uruguay.

Esta crisis socioecon—mica constituy— una oportunidad, para abordar nuevos campos                 de visibilidad      sobre   los procesos colectivos desde las voces bajas de la historia (Guha, 2002) en la regi—n de mayor inequidad del mundo. Producir                        conocimiento     desde la legalidad que otorga la academia sin priorizar el sentido pol’tico de nuestras pr‡cticas, nos hace correr el riesgo de caer en un cientificismo funcional a las mœltiples formas de dominaci—n que padece nuestra IndoafroiberoamŽrica, como  la denominara el literato mexicano Carlos Fuentes.

Se propone analizar c—mo en lo pœblico de los espacios pœblicos radica el potencial para la construcci—n de nos- otros.

La intenci—n es ahondar en los intersticios institucionales de esta modernidad posindustrial para  contribuir con una psicolog’a de lo comunitario en movimiento.

La Psicolog’a Social Comunitaria trabaja para la transformaci—n social, pero la lucha por la inequidad est‡ en  la propia lucha epistŽmica; lo primero  es nuestra propia descolonizaci—n. El objetivo es contribuir con epistemolog’as de las resistencias para construir una opci—n emancipatoria. Construirnos desde el Sur implica generar una nueva perspectiva que valore la heterogeneidad cultural, un Pachakutik donde el norte sea el sur, como pint— el uruguayo Torres Garc’a.

 

Palabras clave: Crisis 2002 Uruguay; Psicolog’a Social Comunitaria en Movimiento; Sentido pol’tico de las pr‡cticas.

ABSTRACT

This work of theoretical and methodological review arises under the Psychology Doctoral project, based on the impact of the media in the exercise of citizenship during the 2002 crisis in Uruguay.

This socio-economic crisis was an opportunity, to understand new areas of visibility of collective processes of the low voices of history (Guha, 2002) in  the most unequal region in the world.

To produce knowledge from the legality that gives me the academy is to consider the political meaning of our practices, otherwise, we are in risk of falling into a functional scientism shown in many forms of domination suffered  by our IndoafroiberoamŽrica, as called bay the Mexican writer Carlos Fuentes. It is proposed to analyze as in the public dimension of the public spaces, lies the potential for the construction of us-other.

The intention is to deepen institutional interstices of postindustrial modernity and how it contributes to community psychology in motion.

The Community Social Psychology works for social transformation, but the struggle for inequity is the struggle of epistemic inequality itself, first is our own decolonization. The aim is to contribute to the epistemology of resistance to build an emancipatory option. Build ourselves from the south that involves the generation of a new perspective that values cultural diversity of Pachakutik where north is the south, as painted the Uruguayan Torres Garcia.

 

Keywords: Crisis 2002 Uruguay; Social Community Psychology in Motion; Sense Political Practices.

 

La utop’a est‡ en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos m‡s all‡. ÀEntonces para quŽ sirve la utop’a? Para eso, sirve para caminarÓ.

Poema ÒVentana sobre la utop’a, del libro Las Palabras AndantesÓ

Eduardo Galeano (1940-2015)

 

 

 

Mi profundo agradecimiento por la gu’a y el apoyo a mis tutores Dr. G. Albistur (UdelaR-Uruguay) y Dr. E. R. Parisi (UNSL-Argentina)

 

 

 

Pensar-nos globalizados despuŽs de la crisis del 2002

 

Este trabajo de revisi—n te—rico-metodol—gico surge en el marco del proyecto doctoral en Psicolog’a, vinculado a los efectos de los medios de comunicaci—n en las manifestaciones colectivas que surgieron durante la crisis del 2002 en Uruguay.

Para esta comunicaci—n se profundizar‡n particularmente aquellos aspectos que permitan dar cuenta de c—mo nuestra producci—n de conocimiento tiene efectos pol’ticos, en un marco institucional que ya no conjura las certezas para aquellos conceptos que orientaban nuestro pensar-hacer ciencia de lo comunitario.

En el actual escenario del capitalismo mundial integrado (Guattari, 1998, p. 25) lo comunitario desborda cualquier definici—n que pretenda operar dentro esa matriz.

La comunidad, como espacio de creaci—n del sujeto colectivo dentro de un marco general de producci—n de no-comunidad, de ruptura o envilecimiento de cualquier tipo de v’nculo no competitivo, mercantil u objetivado, aparece como el espacio de posibilidad para la elaboraci—n de una pol’tica intersubjetiva y emancipadora, capaz de interrumpir Òel hilo de la historiaÓ, como menciona Guha, para producir bifurcaciones (Cece–a, 2008, p. 107).

Una Psicolog’a Social Comunitaria (PSC) desde el Sur no reniega de otras psicolog’as y no menosprecia los afectos y efectos tanto en sus conceptualizaciones como en sus metodolog’as; por ello es desde siempre pol’tica.

Los procesos psicosociales que se intentar‡ abordar desde el Sur, son referidos a entornos urbanos de nuestra regi—n que no pueden capturarse en generalizaciones y categor’as est‡ticas.

El desaf’o es transitar de lo local a lo global y viceversa para dilucidar y operar en una realidad compleja y altamente din‡mica. Parad—jicamente la condici—n global de la que actualmente participamos es s—lo pensable a punto de partida de lo local.

As’ como el Imperio globaliza producci—n y concentra capitales, los dispositivos biopol’ticos  actuales  de  aislamiento  y  vulneraci—n  tambiŽn  son esenciales a su reproducci—n. La f‡brica de soledades ... a’sla a cada quien de sus potencias. . . . De all’ la importancia de indagar no s—lo los modos de producci—n y diversos modos hist—ricos de subjetivaci—n (Foucault, 1994) imprescindibles a la reproducci—n de las l—gicas de capital, las l—gicas colectivas de multiplicidad desde donde los/as desigualdados configuran sus formas colectivas de inventar otros devenires (Fern‡ndez, 2011, p. 20).

La crisis del 2002 en Uruguay fue un momento de inflexi—n en un contexto internacional que dibujaba otra correlaci—n de fuerzas en un mundo en donde se derribaron muchos muros y se levantaron otros, que favorecieron la flexibilizaci—n y el fluir del capital transnacional.

Haciendo memoria sobre algunos acontecimientos que antecedieron a la crisis socioecon—mica destacamos que luego de la restauraci—n democr‡tica por la dŽcada de los Õ90 los gobiernos de turno procuraron liberalizar la econom’a para que Uruguay se convirtiera en una plaza financiera regional. Esto atrajo muchos capitales extranjeros en momentos en que se abogaba por el retiro del Estado, cuesti—n que obtuvo resistencias que se concretaron en el plebiscito por el que se derog— la ÒLey de Empresas PœblicasÓ en diciembre de 1992, aunque no fue posible impedir que se vendieran por ejemplo el 51 % de las acciones de las Primeras L’neas Uruguayas de Navegaci—n AŽrea (PLUNA) y la totalidad de GASEBA (concesionaria de gas natural en Montevideo) entre otros (Rosenblatt, 2006, p. 107). Nuestro pa’s en m‡s de una oportunidad ha recurrido al mecanismo del plebiscito para resolver diferendos con el sistema pol’tico.

Es importante recordar que en 1999 gan— las elecciones nacionales el presidente que asumi— pol’ticamente m‡s dŽbil en la historia de Uruguay. Durante su mandato debi— sortear un foco de aftosa que hundi— la exportaci—n de la carne, el impacto de la devaluaci—n del real brasile–o, el corralito argentino y la profunda crisis socioecon—mica del 2002.

En un pa’s de 3.360.868 de habitantes (Instituto Nacional de Estad’sticas Ð INE, en 2002) las cifras en el momento de la Crisis del 2002 fueron contundentes: el Producto Interno Bruto (PBI) se desplom— un 11 % durante la crisisÉla tasa de desempleo llego a ÒpicosÓ hist—ricos del 22 % de la Poblaci—n Econ—micamente Activa (250.000  personas),  mientras  el  subempleo  y el  empleo  informal afectaban  a unos 450.000 m‡s, pese a la emigraci—n de una 35.000 personas; el salario real cay— un 10,9 %, la poblaci—n bajo la l’nea de pobreza alcanz— el 37 %; los suicidios registraron su rŽcord hist—rico situ‡ndose en 21,5 por cada 100.000 habitantes; la inflaci—n (que carcom’a los menguados salarios) pas— del 3,6 % al 25,9 %; la devaluaci—n fue del 93,7%; el Òriesgo pa’sÓ trep— a los 3.000 puntos b‡sicos; nuestros bonos cayeron hasta un 65% de su valor nominal; los activos de reserva del Banco Central cayeron de  U$S 3.100 millones a U$S 772 millones; las exportaciones disminuyeron un 38 % y las importaciones un 15%; la deuda pœblica lleg— al 101 % del PBI. El sistema bancario perdi— el 48% de sus dep—sitos (unos U$S 7.4000 millones); cuatro grandes bancos privados (Galicia, Comercial, Montevideo y Caja Obrera) suspendieron sus  actividades; la banca pœblica debi— reprogramar sus dep—sitos hasta tres a–os, con lo cual decenas de miles de personas perdieron sus ahorros o fueron obligados  a  esperar para disponer de su dinero. Como consecuencia, el Estado (o sea nosotros) debi— asistir a los bancos liquidados, aumentando la deuda pœblica. Nuestro pa’s cay— al puesto No. 46 en el êndice de Desarrollo Humano, su peor performance desde que se mide ese indicadorÉel Gobierno fue acosado por el Fondo Monetario Internacional para que declara el defaultÉel ’ndice de aprobaci—n del presidente Batlle que era del 58 % en el 2000 cay— al 5% en 2004. (Luppi, 2012, p. 18-19)

El 30 de julio de 2002 se declar— feriado bancario, porque la liberalizaci—n del tipo de cambio que se decret— el 20 de junio provoc— un aceleramiento de la corrida bancaria  y no se lograba detener la Òsangr’aÓ. En esa fecha viaj— una delegaci—n de representantes pol’ticos que logr— el apoyo del BID y del Departamento del Tesoro   de EE.UU. Se crea la ley del Fondo de Estabilidad del Sistema Financiero (4 de agosto 2002) y el 5 de agosto de ese mismo a–o se levanta el feriado bancario. (Rosenblatt, 2006, p. 110) El sistema pol’tico uruguayo caracterizado por su partidocracia se uni— ante esta crisis como hist—ricamente hab’a ocurrido. (Bruno, Duffau, & Ferreira, 2012, p. 284)

Pero las movilizaciones no se hicieron esperar y entre 2002 y el 2005 los peque–os y medianos endeudados rurales y de la ciudad se organizaron en todo el pa’s para enfrentar a las entidades financieras acreedoras. Se nuclearon en torno a la ÒMesa Coordinadora Nacional de Deudores en D—laresÓ en donde participaron delegados de las mencionadas agrupaciones. Agrupaciones que se declararon pol’ticas y a- partidarias por el desencanto con el sistema pol’tico; integradas por agricultores familiares, peque–os comerciantes, peque–as y medianas empresas, deudores de tarjetas por consumo, por vivienda œnica, entre otros. Esta coordinadora se convirti—  en el interlocutor con el sistema financiero, pol’tico, el poder Judicial, el Ejecutivo y la prensa. TambiŽn realiz— gestiones con la Universidad de la Repœblica (UDELAR), diferentes gremios y sindicatos a nivel nacional y regional. Se destaca especialmente el v’nculo que estableci— con la Federaci—n Uruguaya de Cooperativas de Vivienda por Ayuda Mutua (FUCVAM), que ofreci— su experiencia y su log’stica durante todo ese per’odo.

Esta crisis vulner— profundamente a la poblaci—n activa y agrav— el sector que ven’a postergado y sin ninguna respuesta por parte del Estado. Si bien este sector no ser‡ objeto de este trabajo se destaca la participaci—n de la UDELAR, las iniciativas barriales que sosten’an las ollas populares y las ferias vecinales de trueque. Procesos colectivos que ameritan un tratamiento diferente porque en poblaciones que llevaban m‡s de tres generaciones de extrema pobreza o de situaciones de vida indigna, la supervivencia diaria desdibuj— hasta las propias nociones de ciudadan’a y democracia. Aquel sector emergente y vulnerado se manifest— en las calles, recurri— a la v’a legal y/o judicial y recibi— apoyo de algunos sectores pol’ticos y cobertura de unos pocos de medios de prensa escrita y televisiva. En este escenario la prensa marc— la agenda pœblica y estos sectores quedaron muchas veces rehenes de otras l—gicas.

La prensa de aquel momento y el propio sistema pol’tico hicieron alarde de la exitosa salida de la crisis porque era un imperativo el restablecimiento de la confianza en la institucionalidad. Este discurso se vio favorecido por un nuevo ciclo electoral que permiti— el ascenso de un gobierno progresista por primera vez en Uruguay as’ como una coyuntura internacional que dio inicio a una bonanza econ—mica. A pesar de estos discursos no se pudo soslayar el impacto psicosocial de la crisis en un pa’s que vulner— gran parte de su poblaci—n y dej— casi consolidada una matriz de riesgo estructural divorciada de la matriz de protecci—n social. El desamparo experimentado dej— huellas en la subjetividad que afect— nuestra condici—n de ciudadan’a frente a un Estado que no contribuy— a pesar de las pol’ticas sociales implementadas, a revertir la brecha de inequidad que se agudiz— en ese periodo.

Hasta ese momento la noci—n de ciudadan’a se vinculaba con un orden de legitimidad y legalidad que otorgaba la Constituci—n y las leyes sin embargo durante la crisis se consagr— absurdamente la figura del consumidor, que pretendi— avasallar al ciudadano del Estado-naci—n. Ante la vulneraci—n de derechos fundamentales consagrados constitucionalmente como la vivienda, el trabajo, la educaci—n y la salud entre otros que deben garantizar el Estado prevalecieron las leyes del mercado. El Estado garantiz— el cumplimiento de los contratos como lo establece la ley, que no es necesariamente justa sino que se debe aplicar. Pero en un escenario de tanta inequidad social el c—digo civil parec’a garantizar los derechos a los que pod’an pagar mientras que el c—digo penal estaba destinado a los vulnerados del sistema. As’ emergieron Òmuertos civilesÓ que fueron los peque–os y medianos endeudados que al romperse la cadena de crŽdito y perder capacidad de pago no pod’an seguir operando ni siquiera con crŽditos al consumo. Muchos de estos Òmuertos civilesÓ conformaron una clase media vulnerada que se sum— a los sectores que ya ven’an postergados y abandonados por el propio sistema.

Es importante destacar que los endeudados fueron miles mientras que los otros directamente afectados por la corrida bancaria, y minoritarios, fueron los grandes ahorristas. Mientras los primeros comenzaban a sentir amenazada su supervivencia los segundos ve’an disminuido el capital acumulado.

De esta forma se inaugur— un nuevo per’odo para el pa’s, que permiti— entrever un entramado geopol’tico que trascendi— lo coyuntural. Est‡bamos incluidos en un orden de econom’a global que reafirm— la posici—n compleja de Uruguay en un concierto internacional de econom’as dependientes y vol‡tiles.

Se padeci— un endeudamiento interno y externo como consecuencia de la injerencia  de organismos internacionales, con emprŽstitos que adosaban recetas de c—mo salir de las sucesivas crisis con el retiro del Estado. Parad—jicamente despuŽs de una dŽcada, en la actualidad es el norte global que colapsa y pide m‡s Estado.

Pero el pa’s luego de la crisis no era el mismo, sino que algunos autores como Filgueira, Rodr’guez, Lijtenstein, Alegre y Rafaniello plantean que conviven tres pa’ses casi en forma paralela: un Uruguay vulnerado e infantilizado que ha perdido protecciones, oportunidades y garant’as; un Uruguay de base estatal y corporativa, m‡s envejecido, que actuando defensivamente defiende niveles de protecci—n crecientemente fragilizados; y finalmente un Uruguay de ingresos medios-altos y altos, que elige cada vez m‡s comprar sus servicios y protecciones en el mercado, exili‡ndose as’ de los bienes pœblicos. En rigor, el llamado pa’s integrado presenta una alt’sima heterogeneidad en materia de ingresos, inserci—n ocupacional y muy especialmente estructura etaria. (Filgueira, Rodr’guez, Lijtenstein, Alegre, & Rafaniello, 2006, p. 10-11)

Esta experiencia interpela profundamente cualquier producci—n de conocimiento y asumiendo las contradicciones, se propone pensar desde los vulnerados, los de antes los de nuestro tiempo y los que vendr‡n. En esta experiencia de crisis cada individuo era un yo frente al Estado. Pero este yo consecuencia del individualismo exacerbado, sent’a el agobio de la subjetividad del aislamiento. Pensar los procesos colectivos a punto de partida de lo individual, obtura la posibilidad de comprender que all’ ocurri— algo del orden de lo colectivo, que requer’a mirarse de otro modo. ÒRecordemos que el Estado para yo no es un objeto cualquiera. . . . yo es efecto del Estado y sus instituciones (Lewkowicz, 2006, p. 215).

Es as’ que yo surge del dualismo y confrontaci—n con un no-yo, propio de nuestra cultura colonizada y occidentalizada. Este punto de partida otorga un particular sentido pol’tico a nuestras pr‡cticas, que desarrollaremos a lo largo de este trabajo.

En el 2002 qued— al descubierto c—mo la l—gica del mercado orientaba las acciones del Estado quŽ como buen gestor, deb’a distribuir mejor su pobreza y no tanto as’ sus riquezas. Prim— la l—gica tŽcnico-administrativa frente al mundo de la vida.

En la medida que los gobiernos dan paso a la hegemon’a de las leyes del mercado se va deslegitimando no solo el propio Estado-naci—n como ordenador de sentido sino la pol’tica como acci—n privilegiada dentro de un rŽgimen democr‡tico.

El Estado como meta-instituci—n coordinaba las instituciones en un todo. El mercado  no es una meta-instituci—n;. . . sino es una separaci—n que libra a cada uno de los tŽrminos a su propia iniciativa y a su propia capacidad de conexi—n con los otros. . . . Las instituciones se articulan en una red simb—lica de sentido,. . . Las empresas se conectan segœn las contingencias del valor en los flujos de capital (Lewkowicz, 2006,  p. 72-73).

De la mano de la revoluci—n tecnol—gica, las transnacionales dirigen los flujos de capital y de informaci—n desconociendo fronteras o lo que es peor, generando nuevas fronteras a la interna de los Estados.

Pero el Estado y el mercado no son entelequias, son consecuencia de pr‡cticas cotidianas,  orientadas por  la maximizaci—n  y la  hiperconcentraci—n de capitales  que hacen m‡quina con buena parte de la producci—n cient’fica y pol’tica.

Cualquier sociedad constituye una instituci—n como un todo, afirma Castoriadis (2010) y da sentido al resto de las instituciones; en particular cuando en nuestro continente  los Estados se instituyen como el principal actor pol’tico y econ—mico. Las instituciones de la modernidad l’quida (Bauman, 2006) entraron en crisis y esta es una oportunidad para contribuir a generar condiciones para acciones colectivas sustentables que rompan la subjetividad del aislamiento.

En el agotamiento del dispositivo institucional de la Modernidad, el mundo parece desordenarse. Ya no tiene el mismo sentido. . . . organizarse pensando en un orden  del mundo duradero o estable. Aflora un tipo de pensamiento que deja de ser estructural, sistem‡tico, sistematizante, para determinarse como estratŽgico, situacional, coyuntural, oportunista. Un tipo de pensamiento estratŽgicamente determinado para pensar y operar en el instante. (Lewkowicz, 2006, p. 46)

El andamiaje institucional estall— ante mœltiples demandas que aœn no se resuelven: como la inseguridad generalizada de nuestras ciudades, el creciente sentimiento de desarraigo de los sujetos con su entorno inmediato, el hiperindividualismo que reniega de lo comunitario, el consumo exacerbado con un presente perpetuo que no habilita proyectar futuros compartidos y una pol’tica que parece reducirse casi al exclusivo vaivŽn electoral y no tanto a promover lo pœblico de lo pœblico. Esto œltimo, introduce cuestionamientos vigentes sobre la tensi—n entre democracia representativa y democracia directa que se retomar‡n a lo largo del trabajo.

Es precisamente a punto de partida de los eventos locales que podemos pensar-nos en la globalizaci—n, Òparad—jicamente, la globalizaci—n se consuma s—lo como dispersi—n de situaciones localesÓ (Lewkowicz, 2006, p. 70).

 

Indignaci—n e incomodidad de pensar-hacer desde el Sur

 

Las universidades de AmŽrica del Sur hicieron su viraje a partir del movimiento estudiantil y obrero hace unas cuantas dŽcadas con el objetivo de producir conocimiento por y con la sociedad, proponiendo otro sentido a la academia.

Es as’ que varias universidades pœblicas fueron modelo de cogobierno y promovieron cambios que reorientaron su quehacer hacia una sociedad m‡s justa y digna. Actualmente deber’an reflexionar sobre el sentido pœblico que est‡ siendo capturado por la l—gica gerencial y competitiva del mercado. Reconquistar lo pœblico de lo pœblico equivale a reconocer el sentido pol’tico de la producci—n cient’fica y asumir la responsabilidad de optar por una ciencia funcional a las desigualdades o turbulenta, capaz de generar nuevos horizontes de posibilidad; es una decisi—n que tiene consecuencias pol’ticas pero fundamentalmente Žticas.

Es un pensar inc—modo, que se construye y reconstruye permanentemente; presupone una modalidad de trabajo que entrama una metodolog’a de problematizaci—n recursiva con una voluntad Žtico-pol’tica de trabajar en los procesos de subjetivaci—n y producci—n de subjetividad de la subalternidad1 y sus formas de resistencia e invenci—n de otros modos de vivir (Fern‡ndez, 2011).

La ciencia hegem—nica desestima toda manifestaci—n sensible. Como si nuestros sentidos fueran menos enga–osos que nuestras palabras. Los afectos desbordan la palabra y afectan nuestra forma pensar-hacer ciencia; pero Òel œnico fin de la ciencia consiste en aliviar la miseria de la existencia humanaÓ, escribi— Bertolt Brecht en su obra La Vida de Galileo (1938-1939).

Acostumbrados a mirar de una cierta manera o cerrar nuestros ojos ante realidades hirientes o perturbadoras, es necesario re-educar nuestro ser-cuerpo y aprender a sentir con los ojos y mirar con el coraz—n,. . . en sentido merleaupontino. Puesto que efectivamente segœn la m‡xima de Pascal Òel coraz—n tiene razones que la raz—n desconoceÓ (Michel, 2003, p. 20-21).

Asumir este aspecto que ha divido la ciencia de nuestro tiempo entre una pretendida objetividad y la subjetividad es comprender que se trata de una denuncia, de una lucha de concepciones societales; esta es la lucha por la dignidad al decir zapatista. El reclamo es por una vida digna Òla dignidad no se estudia, se vive o se muere, se duele en el pecho y ense–a a caminar. La dignidad es esa patria internacional que muchas veces olvidamosÓ (Sub Comandante Marcos 1995, citado por Michel, 2003, p. 90). La neutralidad es imposible dice Galeano (2012), en un mundo que se divide entre indignos e indignados.

La ciencia occidental como afirma Pacheco (2010) est‡ basada en dualismos y toma la objetividad, el afuera, la raz—n, lo abstracto, la cultura, el pensamiento, la civilizaci—n y lo universal en detrimento de la subjetividad, el adentro, la emoci—n, la naturaleza, el sentimiento, lo particular y la barbarie; respectivamente (p. 25). La ciencia ordena y da sentido, nuestro trabajo es dar cuenta cr’ticamente de cu‡l es este sentido dentro de nuestra propia producci—n acadŽmica.

Es ineludible revisar nuestras formas de pensar y de investigar y seguir operando sobre las sutiles tramas de sometimiento que caracterizan la producci—n cient’fica occidentalizada y colonizada. Mart’n-Bar— dec’a que la psicolog’a social Òdebe poner de manifiesto las mediaciones a travŽs de las cuales las necesidades de una clase social concreta se vuelven imperativos interiorizados por las personasÓ (Mart’n-Bar—, 2005, p. 48). Estamos transitando una crisis civilizatoria que nos interpela. Las epistemolog’as funcionales al orden instituido construyen el lugar del sujeto que observa y lo Òconvirti— en un punto fijo que no es observado; que observa, nombra y clasificaÓ (Pacheco, 2010, p. 58).

El ascenso del orden de la apropiaci—n/violencia dentro del orden de la regulaci—n/emancipaci—n tan solo puede ser abordado si situamos nuestra perspectiva epistemol—gica en la experiencia social del otro lado de la l’nea, esto es, el Sur global no  imperial,  concebido como la met‡fora del sufrimiento humano sistŽmico  e   injusto (De Souza Santos, 2010, p. 49).

Se trata entonces de dilucidar los centrismos que dominan el pensar-hacer y es una tarea que requiere una vigilancia epistemol—gica permanente. Esto es posible, en la medida que se encuentran otros puntos de referencia que no fueron capturados por el orden de la Modernidad. Esta misma ciencia forma, informa y deforma. Ella adolece de varios centrismos: eurocentrismo, etnocentrismo, antropocentrismo y androcentrismo entre otros. ÒLa violencia epistŽmica occidental prioriza lo masculino, sobre lo femenino, lo urbano sobre lo rural, lo blanco sobre lo negro, lo escrito sobre lo oral, el conocimiento escolarizado sobre el saberÓ (Pacheco, 2010, p. 157). Si bien nuestra perspectiva cultural se origina desde la cultura grecolatina y sin menospreciar los aportes de la misma, Àc—mo ser’a mirar y hablar desde el Sur descolonizado?  Estamos interpelados en la academia por la voces bajas de la historia1 (Guha, 2002). QuiŽn habla asume la lucha por reinventarse desde los que no est‡n legitimados; desde una Žtica y estŽtica que intentan hablar desde la condici—n de desigualdad en donde las pr‡cticas micropol’ticas resisten y se revelan.

Ser autor subalterno2 es ser un trabajador de los discursos cuyo quehacer tiene el prop—sito de elaborarse a s’ mismo como sujeto de discurso en el que resuenen voces acalladas. Elaborarse como sujeto de discurso quiere decir construir narrativas del yo que posean valor colectivo, lo cual equivale a construir sujetos meton’micos que procesualmente se van haciendo en y por los discursos que profieren y que convocan a sujetos personas a identificarse en el espejo de la escritura. (Mansilla Torres, 2013) Por ello se propone asumir una Òecolog’a de saberesÓ al decir de Boaventura De  Souza Santos (2010) y esto implica, renunciar a una epistemolog’a general y participar de la legitimaci—n de saberes populares que contribuyan con una vida digna.

Los discursos construyen realidades no las reflejan ni meramente las describen, es as’ que el discurso y las narraciones son constitutivas del mundo social.

Empezar  a re-crearnos por  nuestra  propia cuenta  desde el Sur,  es construir  nuevos discursos y sentidos que legitimen un mundo en el que quepan muchos mundos. Sin certezas e inc—modo, es un camino hacia la autonom’a del pensar-hacer, pero menos doloroso que la enorme inequidad que se propone revertir.

Al referirnos particularmente a la PSC dentro de nuestras universidades se observa que alcanz— desarrollos heterogŽneos y con distintos Žnfasis. Recoge la tradici—n de producciones te—rico-metodol—gicas desde MŽxico hasta el sur, aunque en algunos pa’ses es notoria la influencia de otros nortes.

La producci—n de conocimiento en PSC en el continente se gener— diseminada, con teorizaciones de alcance medio que responden a situaciones coyunturales. Y esta condici—n es parte de su fortaleza, en tanto prioriza responder a necesidades  concretas sin aspirar a verdades homogeneizantes.

La Psicolog’a Social latinoamericana, de manera asincr—nica en funci—n de las condiciones pol’ticas por las que atravesaron los pa’ses, fue produciendo lecturas de realidades que daban cuenta de la interacci—n de factores particulares, con el contexto social m‡s amplio y con las tendencias globalizadoras de las que no pudo sustraerse. Fue necesario que creara teor’as enraizadas en las realidades locales y que aprovechara las teor’as que aportaba la psicolog’a tradicional a la comprensi—n de los fen—menos. TambiŽn debi— producir abordajes de investigaci—n e intervenci—n que sirvieran a las demandas de los sectores m‡s perjudicados, por la hist—rica dependencia econ—mica y pol’tica de los estados latinoamericanos con los organismos internacionales (Paris’, & Mar’n, 2012, p. 8).

Actualmente la PSC va alcanzando no sin esfuerzo, reconocimiento en el ‡mbito acadŽmico. El desaf’o para aquellos que participamos de esta opci—n es disciplinarse para desdisciplinarse con el costo de estar entrando y saliendo de las agencias que avalan una forma de hacer ciencia, m‡s pendiente del academicismo que del compromiso con la transformaci—n social.

La ciencia en vez de ocuparse de la verdad o la falsedad del conocimiento, debe contribuir al devenir potencia de lo no realizado. Trabajar sobre las condiciones hist—ricas de proyectos de cambio y sus condiciones de credibilidad (Garc’a Canclini citado en Zemelman, 2007, p. 17).

Asumiendo el individualismo que nos toca reeditar como parte del proyecto moderno, siempre estamos buscando l’neas de fuga que puedan contribuir a comprender c—mo hemos llegado a tal grado de desigualdad y convivimos con tanta miseria humana. En este escenario la crisis que vulner— a miles de personas durante el 2002 tambiŽn interpel— el lugar que ocupa la universidad en la sociedad.

 

Desoccidentalizaci—n vs. Descolonizaci—n en lo colectivo y comunitario

El Sur es conceptualizado hegem—nicamente desde y por una concepci—n de mundo colonizado y occidentalizado. La subjetividad de la dependencia que genera el capitalismo mundial integrado modula el propio deseo de los sujetos, seduciendo.

Esta condici—n permite comprender que no es posible obviar la escala planetaria y que en el Sur siguen operando dispositivos de captura de sentido del orden de la clausura que afectan los procesos de integraci—n colectiva.

Contempor‡neamente los sujetos entran y salen de diferentes colectivos participando incluso de varios a la vez, sin que por ello aspiren necesariamente a institucionalizarse y/o pretendan participar de un proyecto social de m‡s largo plazo. Los nuevos colectivos son afectados por lo que definimos como atractores y dispersores  societales, que operar’an en el espacio pœblico como fuerzas centr’petas o centr’fugas respectivamente. Surgen de este modo sujetos colectivos adhocr‡ticos que se diluyen una vez obtenido su reclamo y/o reivindicaci—n.

Parafraseando a Lechner (1999), en la medida que las personas sienten que no son parte de la sociedad y asumen la impotencia de decidir sobre sus vidas, se debilita la construcci—n de cualquier nosotros (PŽrez, 2011).

Podemos pensar nosotros bajo figuras conocidas como la clase social o el   estamento o la naci—n o los diversos conjuntos sociales. Pero lo propio de la fluidez ha sido dispersar esos conjuntos y esas clases. M‡s precisamente, dispersar el eje estructural sobre el que se apoyaban esos conjuntos que pod’an decir nosotros (Lewkowicz,  2006, p. 216).

Como afirma Lechner, el nos-otros se constituye mediante las vivencias concretas de una convivencia colectiva. Pero si los lazos de convivencia se vuelven m‡s tenues, es probable que la idea de sociedad sea tambiŽn m‡s difusa y no vivan lo social como algo efectivamente ÒnuestroÓ (Lechner, 2002).

Revertir las relaciones de dominaci—n y ejercer un poder contrahegem—nico sustentable en nuestros espacios urbanos es posible, en la medida que los sujetos logren concebirse como parte de un nos-otros.

La PSC desde sus or’genes plantea la centralidad del estudio de las relaciones de poder y una de las primeras respuestas fueron los aportes de Serrano-Garc’a y L—pez- S‡nchez (1994) que afirmaron que Òel poder est‡ en las relaciones y es simŽtricoÓ. (Montero, 2010, p. 53) Por su parte la propia Maritza Montero afirmar’a que Òel control  y el poder deben estar centrados en la comunidadÓ (Montero, 2003, p. 35). Sin embargo nos distanciamos de estas conceptualizaciones que dieron origen al tema del poder dentro de la PSC y desde nuestro punto de vista el poder no se posee, se ejerce o como expresa Foucault Òcircula a travŽs del individuo que lo ha constituidoÓ (1979, p. 144). Tampoco ser’a algo que posee la clase dominante sino que es una  estrategia que tambiŽn reproduce y se sustenta desde la subalternidad. Es as’ que el Estado no es el lugar que concentra el poder, sino que habr’a dispositivos que producen y perpetœan la centralidad de ese Estado estableciendo relaciones de dominaci—n.

Por ello es necesario generar nuevos dispositivos que promuevan un c’rculo virtuoso entre ciudadan’a pol’tica, sentido de pertenencia, participaci—n comunitaria y democracia radical en clave regional. La ambigŸedad del lenguaje en clave de Modernidad hace necesario adjetivar cada uno de los tŽrminos mencionados y esto de por s’ puede constituir una operaci—n pol’tica.

La Psicolog’a Social de lo comunitario debe operar para contrarrestar la dispersi—n basada en procesos despolitizadores que inmovilizan a los sujetos, afectando la conformaci—n de comunidades para la vida. Bajo estas circunstancias el nos-otros surge recientemente como problema. Formamos parte de un proyecto moderno individualizante y dispersor donde es dif’cil generar algo del orden de lo colectivo y  m‡s aœn de lo comunitario. Como afirma Lewkowicz (2006) Òen fluidez, uno pertenece a los sitios en los que puede pensarÓ (p. 216) y el resto, la masa expulsada ocupa un no-lugar (Aug, 2008).

En fluidez, el encuentro del que surge un nosotros nos obliga a hacer algo permanentemente para no disolvernos en el flujo, puesto que lo que intuitivamente llamamos flujo comporta una din‡mica muy activa de mutaci—n de las circunstancias.  El entorno en que opera nosotros es permanentemente cambiante; y entonces para seguir juntos, van a tener que configurarse permanentemente (Lewkowicz, 2006, p. 229).

Si bien se observa que la desoccidentalizaci—n es necesaria porque legitima y da confianza a los actores involucrados operando como un atractor social, ser’a insuficiente para desarrollar estrategias contrahegem—nicas sustentables en nuestras comunidades. En este sentido Mignolo hace un agudo an‡lisis coyuntural de los procesos de descolonizaci—n y la desoccidentalizaci—n que se observan en varios de los pa’ses de la regi—n. Afirma que el punto de origen es Asia y que el mito de que Grecia era la civilizaci—n del mundo ya no se sostiene. Y con esto no se pretende desconocer los aportes culturales que ha tenido y los efectos, particularmente sobre el campo de la pol’tica y lo pol’tico en occidente (Mignolo, 2012).

El Brasil de Lula gir— hacia la desoccidentalizaci—n sin cuestionar el capitalismo, pero  s’ cuestion— recibir —rdenes de Estados Unidos y de la UE, y profundiz— sus relaciones internacionales con China, India, Ir‡n, Turqu’a. El conflicto del territorio ind’gena y Parque Nacional Isiboro SŽcure (TIPNIS) en Bolivia no debe leerse sino como el conflicto entre la desoccidentalizaci—n con la que coquetea el gobierno y la descolonizaci—n que guio la rebeli—n que termin— con el gobierno de S‡nchez de Lozada y llev— a Evo Morales a la presidencia. . . . En cambio los gobiernos de Chile, Colombia, MŽxico, Perœ y buena parte de los pa’ses centroamericanos se mantienen orientados hacia una re-occidentalizaci—n. . . . . La orientaci—n aprobada en la reuni—n del Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribe–os (CELAC) hacia finales del 2011 fue fortalecer la uni—n de los pa’ses de AmŽrica Latina para no depender y sufrir las consecuencias de la crisis en la Uni—n Europea y Estados Unidos. (Mignolo, 2012) No es suficiente describir o explicar, es necesario trabajar con visiones de lo posible afirma Zemelman (2007), por ello es prioritario trabajar el presente donde est‡ el potencial de los futuros posibles as’ como los sentidos del pasado.

Y en este sentido Òle lleg— el turnoÓ dir’a Mignolo (2012) a la propuesta Òdecolonial que es eminentemente geo y corpo-pol’ticoÓ. Esta puede ser capaz de capturar significados flotantes y otorgarles nuevos sentidos que contrarresten las sutiles formas de dominaci—n que transversalizan nuestras pr‡cticas cotidianas. Contempor‡neamente  la lucha es por los sentidos y significados.

Mignolo (2012) menciona giro, turno, cambio y expresa que . . . suelo usar tambiŽn la expresi—n Òdecolonial shiftÓ. ÒShiftÓ ser’a traducible como ÒcambioÓ. . . . Pero tambiŽn uso en inglŽs la expresi—n ÒshiftÓ y ÒshiftingÓ en el sentido de ÒPachakuti.Ó Pachakuti pas— a significar, para los hablantes quechua y aymara que vivieron la invasi—n hispana todo un ÒvuelcoÓ; el mundo al revŽs. . . . Òvuelco de la raz—nÓ. . . . ese es el desprendimiento como ÒprospectoÓ en el que opera el pensamiento y la opci—n o giro decolonial (Mignolo, 2012, p. 244).

Tratar de mirar desde el margen para hablar desde el Sur, no tiene la pretensi—n de extrapolar pr‡cticas sino desaprender y reaprender desde otras perspectivas para contribuir con una con-vivencia inclusiva. Tampoco se trata de Òindianizar al mundo, ni de levantar al sur contra el norte (sendos nuevos etnocentrismos), sino de despertar las visiones ancestrales, y ponerlas a conversar entre ellasÓ (Mazorco, 2010, p. 11) y as’ construir consensos diferentes.

El occidente heredero de la cultura griega y cristiana basado en un pensamiento dualista, reniega del Otro y la propuesta es salir de este antagonismo y comenzar a pensar en una relaci—n dial—gica en donde el yo/Otro se impliquen mutuamente. En otras culturas como la mayense, Otro no equivaldr’a a un no-yo, para ellas esto constituye una dualidad no un dualismo; Òel lugar del quiasmo es el mundo compartidoÓ, expresa Michel (2003, p. 55). Por ejemplo la categor’a chhixi: categor’a propuesta por Rivera, es un aporte que, desde la sabidur’a originaria andina, pretende desarticular los conceptos de hibridaci—n y fundamentalismo, ambas categor’as eurocŽntricas que encubren y renuevan pr‡cticas efectivas de colonizaci—n y subalternaci—n . . . . La noci—n de chhixi,. . . obedece a la idea aymara de que algo es y no es a la vez, es decir, a la l—gica del tercero incluido es blanco y no es blanco a la vez, es blanco y tambiŽn es negro, lo chhixi conjuga el mundo indio con su opuesto, sin mezclarse nunca con Žl Ò(Rivera Cusicanqui 2006: 11)Ó (Mazorco, 2010, p. 7).

En nuestra matriz occidentalizada el consenso es el resultado de una disputa y el proceso se reduce al camino para obtenerlo, pero existen otras formas de construir consensos y esto nuevamente cuestiona nuestras bases epistemol—gicas.

La experiencia de Carlos Lenkersdorf en las comunidades tojolabales de Chiapas, pertenecientes al pueblo maya, le permiti— conocer c—mo el consenso en una asamblea comunitaria se iba haciendo sobre la marcha, y no se tomaba una  resoluci—n hasta que todos hab’an aportado su parecer y estaban convencidos de que hab’an llegado a la mejor de las soluciones para todos. Generalmente lo acordado ya no se parece a las propuestas iniciales, porque est‡s eran sobre la concepci—n del nosotros o concepci—n nos—tricas (Cece–a, 2008, p. 108).

En la aproximaci—n a la diversidad cultural, la Žtica y pol’tica del reconocimiento juegan un papel clave afirmaban Rebellato y GimŽnez (1997).

La PSC deber’a duelar su objeto disciplinar la comunidad para contribuir con el campo de problemas de lo comunitario, esto es clave para promover procesos emancipatorios. Ello implica pol’ticas de reconocimiento y espacios de encuentro para construir acuerdos sustentables. Asimismo acompa–ar los procesos colectivos en los espacios pœblicos en su lucha por la autonom’a y autodeterminaci—n trabajando desde sus potencialidades y no desde una ortopedia de lo deficitario. Aceptar la diversidad y lo contextual e hist—rico de sus desarrollos indisciplinados para que hagan sinergia con una pol’tica para una vida digna. ÒLa reconstrucci—n de la humanidad comienza por el reconocimiento mutuo, por el descubrimiento del Otro. . . . Somos iguales porque somos diferentes dicen los zapatistaÓ (Cece–a, 2008, p. 82).

Generar las condiciones para legitimar nuevos sentidos siempre provisorios, siempre en movimiento.

El territorio f’sico y simb—lico donde se asienta y crece la vida a travŽs de la historia y la construcci—n de sentidos, de referentes y de saberes, es la expresi—n concreta, visible y evidente de esta œltima frontera de expoliaci—n del neoliberalismo. Desde ah’ se levantan los colectivos, desde ah’ viene caminando,. . . la rebeli—n anticapitalista del siglo XXI (Cece–a, 2008, p. 78).

Una psicolog’a de lo comunitario invita a generar nuevas categor’as de an‡lisis desde una perspectiva que parta del Sur para comprender la dispersi—n que expulsa al no- lugar en nuestra regi—n; necesidad impuesta por el capitalismo mundial integrado (Guattari, 1998).

En este punto, no podemos obviar que la revoluci—n tecnol—gica permiti— nuevas visibilidades, pero dado que los medios masivos de comunicaci—n y de informaci—n est‡n en manos de los grandes capitales transnacionales, terminan siendo muy funcionales a los discursos que recrean y perpetœan las mœltiples formas de dominaci—n.

A esto se suma que gran parte de la fortaleza de las instituciones modernas, se sostiene en los discursos medi‡ticos dado que juegan un papel importante para desdibujar cualquier conflicto. Pero tambiŽn es la expansi—n de los propios medios de comunicaci—n e informaci—n, lo que permite hacer visible realidades que se quieren invisibilizar. En Žpoca de crisis qued— en evidencia que los medios otorgaban visibilidad o invisibilidad a los colectivos contestatarios emergentes. Mart’n-Barbero (2002, p. 10), afirm— que el derecho a ser visto en nuestro contexto debe ser considerado un derecho humano m‡s.

En suma, es tal el peligro que encierran los procesos de vulneraci—n que no solamente se evidencia por el aumento de la violencia en las urbes y la inseguridad existencial que esto acarrea, sino que la imposibilidad del ejercicio pleno de la ciudadan’a pol’tica pone en cuesti—n la propia convivencia democr‡tica.

 

 

Lo pœblico del espacio pœblico

 

La conceptualizaci—n que hace Habermas (1962) sobre la esfera pœblica, nos arroja visibilidad sobre la ’ntima relaci—n que guardan en la actualidad los medios de comunicaci—n y la pol’tica; as’ como la necesidad de reconsiderar conceptos como  vida pœblica, opini—n pœblica y la tensi—n entre lo pœblico y lo privado. El propio autor juega cr’ticamente con la noci—n de pœblico, que va asumiendo contempor‡neamente un sentido m‡s de espectador pasivo que de actor social. Como afirm—, Òla conversaci—n pœblica est‡ administradaÓ (Habermas, 1962) y de esta forma los medios de comunicaci—n capturan las discusiones de la ciudadan’a informada, la sustraen del debate pœblico y la convierten en un espect‡culo.

Existe un devenir privado de lo pœblico y este movimiento es pensable desde la concepci—n de espacio pœblico m‡s que del concepto de esfera habermasiano, concebido como espacios de intensidades, de intercambios y relaciones. De esta  forma  la  lucha  por  la  captura  de  significados que  se  tiene  con  el  mercado,  es la posibilidad de politizar cualquier asunto en el espacio pœblico; con todo lo que tiene de potencia y de resistencia. La propuesta es la construcci—n  y  resignificaci—n permanente de un espacio pœblico no estatal que incluya a toda la poblaci—n.

La calle es el cerebro y el coraz—n de la sociedad civil. Ello contradice la idea de que las razones, las leyes, los proyectos y las soluciones tengan que hacerse en los cub’culos de las universidades, las c‡maras de los parlamentos, las camarillas de los pol’ticos y los cerebros privilegiados de algunos individuos, es decir, en espacios privados a la sombra de la luz pœblica. (Fern‡ndez Christlieb, 2004, p. 10)

La ciudad como proyecto pol’tico tiene en el espacio pœblico la posibilidad de escenificar las tensiones entre los grupos hegem—nicos y los grupos que operan desde la resistencia y el cambio. Sin embargo, el comercio y el consumo continœan creando espacios pseudopœblicos, donde no se propicia el encuentro (PŽrez, 2007).

El entorno urbano es un producto social fruto de la interacci—n simb—lica que se da entre los sujetos que comparten un territorio diferencial identitario 3 (PŽrez, 2007).

Se hace necesario entonces, comprender la funci—n del espacio pœblico de nuestras urbes en su dimensi—n no solo espacio-territorial sino fundamentalmente simb—lica. No se ha prestado suficiente atenci—n a la necesidad de preservar lo pœblico del espacio pœblico, dado que aqu’ radica la potencia para construir lo colectivo.

En este sentido una comunidad se constituye a partir de la vivencia cotidiana de compartir un proyecto que involucra un territorio y su dimensi—n simb—lica, haciendo posible construir un lugar en el mundo con otros. Pero el espacio pœblico se reduce a  lo que circunda el espacio privado y lo que es de todos finalmente resulta de nadie.

La convivencia comunitaria se convierte en un factor potenciador de la politizaci—n de los sujetos en la medida que son las interacciones a escala territorial, a escala  humana, las que contribuyen a contrarrestar los eventuales efectos negativos de la revoluci—n tecnol—gica en manos de grupos de interŽs que concentran el poder econ—mico y el conocimiento.

La comunidad no existe por s’ mismaÉLa comunidad se crea, se inventa cotidianamente, y tambiŽn se destruye. La individualizaci—n a ultranza que propone el neoliberalismo corresponde a la creaci—n de la no-comunidad como figura social de la par‡lisis y la desesperanza. La reconstrucci—n de la comunidad como espacio de v’nculos intersubjetivos constituye en ese contexto un enorme desaf’o. Implica recrear los sentidos colectivos e hist—ricos de los grupos humanos, alimentar o incluso reinventar las utop’as. Pero no solo requiere deshacer la madeja de las relaciones de competencia y dominaci—n, sino principalmente, comenzar a hacer la madeja social desde otro lado (Cece–a, 2008, p. 106).

El espacio pœblico continœa siendo transformado bajo la hegemon’a de la l—gica neoliberal y estamos perdiendo la plaza, la calle y las instituciones pœblicas como escenarios para experienciar interacciones que posibiliten identidades sociales y construir memoria social compartida o sea nuestra propia historicidad (PŽrez, 2007). No es un espacio neutral, es en lo pœblico que los sujetos construyen sus posiciones sociales y devienen o no actores-ciudadanos pol’ticos.

 

 

Despolitizaci—n y el sentido pol’tico

 

Como afirma Paris’ (2008, p. 36) Óel sujeto de la teor’a psicosocial hegem—nicamente es un sujeto de clase mediaÓ. Pero en la actualidad se distanci— de la tradicional concepci—n que prevaleci— durante el Siglo XX, dado que las transformaciones estructurales neoliberales de los Õ90 la acercan m‡s a los aspectos que caracterizan a los sectores populares. Desde ese lugar, piensa con el miedo a la exclusi—n en una realidad que con cada crisis socioecon—mica donde se concentra m‡s el capital aumentan los riesgos de ser expulsado del sistema.

Pensar desde las voces bajas de la historia es construir otro sujeto epistŽmico, que contemple la diversidad de los que habitan un no-lugar. El compromiso es ser capaces de  generar   condiciones   para   convivir   participando  de   una  comunidad  que  nos reconozca y legitime sin distinciones para alcanzar una vida digna. De esta forma, la participaci—n en el ‡mbito comunitario es concebida en un sentido integral donde participar Òes formar parte, tener parte y ser parte de un todoÓ (Rebellato, & GimŽnez, 1997, p. 128). Una psicolog’a social de lo comunitario deber’a estar abocada a la cl’nica de la dispersi—n en la medida que los conflictos se invisibilizan de la vida pœblica y no logran una traducci—n colectiva. M‡s que la fragmentaci—n del tejido social asistimos a operaciones simb—licas que impiden el encuentro y el di‡logo. El objetivo es la emergencia de nuevos sentidos colectivos en la polifon’a de la dispersi—n; esto tambiŽn es un acto pol’tico. Lo pol’tico entendido como discurso construye precisamente los objetos de los que habla. (Foucault, 2004) ÒLa Teor’a del Discurso se ocupa precisamente de la acci—n pol’tica como generaci—n de sentidos compartidosÓ (Errej—n, 2011, p. 125).

Los sentidos subjetivos son producciones simb—lico-emocionales asociadas de forma simult‡nea a la multiplicidad de tiempos y contextos del sujeto de la acci—n; escapa a la reflexi—n y a su intenci—n consciente de la persona (Flores, 2014, p. 32).

La pol’tica tradicionalmente es entendida como el conjunto de pr‡cticas e instituciones a travŽs de las cuales se crea un determinado orden, organizando la coexistencia humana en el contexto de la conflictividad derivada de lo pol’tico. Mientras la primera refiere al nivel —ntico la segunda a lo ontol—gico, es el modo mismo en que se instituye la sociedad (Mouffe, 2011, p. 16). Las teorizaciones contempor‡neas sobre la pol’tica recogen sus hist—ricas tensiones y actualmente varios autores desarrollan propuestas vinculadas a lo contingente de cualquier orden, as’ como el car‡cter simb—lico de lo pol’tico y lo irreductible del conflicto (Retamozo, 2009, p. 76). Propuestas que ponen el Žnfasis en lo instituyente m‡s que en lo instituido, en lo din‡mico que en lo est‡tico y contribuyen con un horizonte de lo posible para la transformaci—n social. A los efectos de este trabajo se abordar‡ m‡s lo pol’tico por su car‡cter instituyente, en la medida que  se  vincula  a  la  producci—n  de  discursos  articuladores,  es  decir  recupera   su momento performativo. Se trata de Òvincular lo pol’tico al plano de la instituci—n mediante la producci—n de imaginarios y del cambio social a partir de la intervenci—n  de imaginarios radicalesÓ (Retamozo, 2009, p. 80).

Lo pol’tico implica una operaci—n hegem—nica discursiva sobre el terreno de lo social para dar lugar a la existencia de ese objeto fallido que es la sociedad (Retamozo,  2009, p. 80). No obstante, Žsta siempre conducir‡ al fracaso en tanto lo Social es imposible de representar en la sociedad, (Retamozo, 2009, p. 80) hay un Òexceso de sentidoÓ (Retamozo, 2009, p. 80) que se resiste a ser completamente ordenado. Esto implica la existencia permanente de algo que queda al menos parcialmente por fuera de esa forma instituida y que puede poner en jaque el precario cierre hegem—nico de  la sociedad (Retamozo, 2009, p. 80).

La figura del ciudadano se encuentra expuesta a procesos de despolitizaci—n funcionales al mercado. A pesar de ello nuestro continente es fuente de mœltiples resistencias, lucha por achicar el miedo y agrandar la esperanza (Michel, 2003, p.  247), donde podemos alcanzar una ciudadan’a democr‡tica radical con el goce pleno de los derechos civiles, sociales, econ—micos y culturales.

En este punto es importante destacar que el concepto democracia, segœn Bovero (2002) Òse construye a partir de la experiencia y no se reduce a una fotograf’aÓ. Definir la libertad y/o participaci—n conceptos sobre los que reposa fundamentalmente la democracia, implica un permanente esfuerzo por dilucidar las operaciones de captura de significados del orden dominadores-dominados. Para contribuir en la construcci—n del proyecto como siempre lo ha sido la democracia, se debe articular con procesos democratizadores y en este sentido Bovero (2002) propone entender: la libertad individual, . . . como la capacidad (subjetiva) y como oportunidad (objetiva) de decisi—n racional aut—noma del ser humano en materia pol’tica: una libertad como autonom’a, que subsiste cuando el individuo no sufre condicionamientos tales que determinen desde el exterior a su voluntad, volviŽndola heter—noma. (p. 26)

El potencial de transformaci—n en una democracia radical (Rebellato, & GimŽnez,  1997, p. 132) en gran medida deviene de la posibilidad que tiene la ciudadan’a de escenificar los conflictos en el espacio pœblico. Pero actualmente son judicializados 4, operaci—n que despolitiza lo colectivo. ÒNuestro ser en comœn era jur’dico y no judicial. La judicializaci—n del derecho se–ala el agotamiento de su fuerza prescriptivaÓ (Lewkowicz, 2006, p. 194).

De esta manera los sujetos en nuestras urbes, encuentran cada vez mayor dificultad para generar sentido de pertenencia societal y con ello consolidar un tejido social basado en v’nculos de confianza y de cooperaci—n rec’proca.

TambiŽn es cierto que la globalizaci—n tiene intersticios que permiten la construcci—n  de nuevos discursos acompa–ados de sus propios dispositivos de legitimaci—n. Como expresa Mart’n-Barbero (2002), La tecnolog’as de la informaci—n y comunicaci—n introducen una verdadera explosi—n del discurso pœblico al movilizar la m‡s heterogŽneas cantidad de comunidades, asociaciones, tribus, que al mismo tiempo liberan las narrativas de lo pol’tico desde las mœltiples l—gicas de los mundos de vida, despotencian el centralismo burocr‡tico de la mayor’a de las instituciones potenciando la creatividad social en el dise–o de la participaci—n ciudadana. Es porque las tecnolog’as no son neutras sino que constituyen hoy enclaves de condensaci—n e interacci—n de mediaciones sociales, conflictos simb—licos e intereses econ—micos y pol’ticos (p. 13).

Cualquier evento o situaci—n actualmente es factible de ser politizado y para ello las fuerzas del campo social siempre estar‡n en disputa por la hegemon’a. Entendida Òcomo pr‡ctica de articulaci—n donde el sentido no est‡ dado sino que sin ser una amenaza depende de equilibrios y pugnasÓ (Errej—n, 2011, p. 124) Lo que vuelve pol’tico en primera instancia cualquier evento es su capacidad de advenir colectivo en el ‡mbito pœblico; la pol’tica es la lucha por el sentido.

El  sentido  pol’tico  como  sostiene Errej—n (2011)  de cualquier  acci—n  depender‡ en gran medida de una alteridad para levantar y reforzar sus propios contornos. Significados flotantes que puedan ser capturados por una demanda social coyuntural y permita el desarrollo de su potencia instituyente. Ellos deber‡n operar sobre el sentido comœn de una Žpoca y no en contra, resignificar e interrumpir la cadena de  significados que estaban legitimados y producir conjuntamente los dispositivos que los legitimen (p.122).

El primer movimiento es politizar y luego articular las demandas no como una suma de descontentos, sino una ligaz—n que seguramente puede ser parcialmente redefinida para devenir en una hegemon’a muy singular como propone Cece–a (2008), una hegemon’a Òque disuelva las condiciones que hacen posible la existencia de hegemones, a travŽs de la sustituci—n de los procesos de convencimiento por los de construcci—n de consensos. . . . Una nueva hegemon’a que disuelva las hegemon’as.Ó (p. 133)

En esta l’nea los discursos medi‡ticos contribuyen a cargar de car‡cter pol’tico cualquier acontecimiento, aunque nada lo vincule en primera instancia al campo de lo pol’tico. Es as’ que los centros de poder que concentran los medios se disputan el control de la construcci—n social del sentido. El poder-sometimiento debe naturalizarse para operar con un m’nimo de resistencia.

El sentido pol’tico de nuestras pr‡cticas a punto de partida del Otro como una dualidad y de nuestra opci—n en PSC por la transformaci—n social podr’an contribuir con discursos que generen nuevas posibilidades de enunciaci—n y legitimaci—n de posiciones sociales desde las voces bajas de la historia. Promover el desarrollo del potencial en el devenir colectivo, descentr‡ndolo del individualismo para recentrarlo en lo comunitario como utop’a.

Lo pol’tico tiene que ver con la posibilidad de generar alternativas que escapen a la sumisi—n del orden econ—mico. Si el futuro es una construcci—n y no una predicci—n, se trata de un esfuerzo netamente pol’tico. En la misma medida en que el discurso te—rico deviene en discurso pol’tico, la verdad del primero se transforma en la posibilidad de hacer viables las construcciones que propone el segundo (Zemelman, 2007, p. 81).

Lo importante no es el territorio que se conquista sino c—mo habitamos un lugar  pol’tico siempre en construcci—n, siempre con la exigencia de ser reconfigurado, siempre con la necesidad de un pensar-hacer colectivo para una comunidad para la vida.

En este escenario la PSC que va alcanzado cierta legitimidad acadŽmica en nuestra regi—n, contribuir’a con lo instituyente en la medida que priorice las demandas de las voces bajas de la historia potenciando el sentido pol’tico de sus pr‡cticas, incluyendo las pr‡cticas discursivas.

 

 

Rescatar la belleza de la trama y seguir tejiendo. . .

 

La crisis 2002 fue un momento de inflexi—n para Uruguay y esto exigi— revisar en profundidad la forma de pensar-hacer-sentir psicolog’a desde el Sur; fue una oportunidad para transitar entre una psicolog’a social de lo comunitario y una  psicolog’a de lo pol’tico.

Una PSC desde el Sur necesita mirar al margen y contribuir con el di‡logo de los diferentes saberes para revertir sutiles formas de dominaci—n.

Por otra parte ya no es posible en este escenario ignorar los efectos que tiene la revoluci—n tecnol—gica, que crea paisajes medi‡ticos y afecta lo pol’tico y por tanto la construcci—n de lo comunitario; fen—menos que tambiŽn desaf’an la academia.

El reto es dar el paso hacia la decolonialidad que implica tambiŽn pensar entre lo global y lo local en una recursividad permanente. En este sentido una teor’a en movimiento exige contextualizar y trabajar desde lo instituyente.

El trabajo Žtico es atender las expresiones de la micropol’tica que desborda los mecanismos burocratizados de la democracia representativa y construir nuevos sentidos colectivos. Un colectivo se fortalece en la praxis ciudadana, participando de lo pol’tico en la vida cotidiana de nuestras urbes.

El desaf’o es construir hegemon’as que lleven en su propuesta criterios de descentramiento democr‡tico e integren la diferencia no como inferioridad sino como diversidad en la unidad.

Debemos estar advertidos que la econom’a neoliberal requiere precisamente de la despolitizaci—n ciudadana y si la econom’a logra liberarse totalmente, entonces la pol’tica perder’a toda capacidad de regulaci—n. Pero los partidos pol’ticos que operan bajo la ilusi—n tecnocr‡tica est‡n corriendo con este riesgo.

El peligro inminente para las democracias de la regi—n es que se agudicen las desigualdades y los sujetos habiten mundos paralelos que ni siquiera se conozcan entre s’ (PŽrez, 2011).

No es posible dar por terminada esta comunicaci—n sin compartir que existe una maravillosa trama que late en muchos rincones de esta IndoafroiberoamŽrica. En la crisis tambiŽn, afloraron muchas solidaridades invisibilizadas.

El horizonte es un mundo donde otros mundos sean posibles como promueven los zapatistas. Esto implica tejer una trama de esperanza y utop’as a pesar de que la violencia y la velocidad agobien. Porque duelen e indignan la impunidad, la forma en que se abordan muchos de los conflictos estructurales de nuestra regi—n y c—mo los efectos de las crisis siempre exponen su mayor violencia sobre las poblaciones vulneradas. Porque duele e indigna Croma–—n5, duele Atyozinapa6, la persecuci—n de los mapuches a ambos lados de la cordillera, las miles de madres y familias que siguen buscando a sus hijos desparecidos, los desplazados, los migrantes permanentes, los expulsados. Que la pol’tica olvide lo pol’tico, que lo pœblico sea mercantilizado, que los medios nos distraigan obscenamente con tragedias para el divertimento instant‡neo y desconozcan c—mo diariamente se conquistan espacios de creaci—n Žtica y estŽtica.

Cada  visi—n  del  mundo  es  una  construcci—n  colectiva  y  barroca,  es  una creaci—n comunitaria y por lo tanto pol’tica. La visi—n de los dominadores, impuesta como discurso de verdad mediante la intermediaci—n de la ciencia (hegem—nica) y el monopolio de los medios masivos de comunicaci—n, esconde u omite todas las otras historias de sabidur’a de los pueblos del mundo, o las incorpora desde su interŽs y percepci—n, las m‡s de las veces como prueba de inferioridad o barbarie. Sin embargo cada narrativa expresa una politicidad distinta,. . . las voces bajas de la historia segœn Ranahit Guha, en los subterr‡neos y resquicios dejados por la historia oficial, pero tambiŽn creando sus propios espacios que terminar‡n rompiendo la  narrativa  del poder (Cece–a, 2008, p. 31).

Se ignora mucho de nuestra AmŽrica pero maravilla su heterogeneidad, su insistencia por una vida digna desde diferentes lugares y formas. Es as’ que antes que la lucha por la inequidad est‡ la propia lucha epistŽmica, lo primero es nuestra propia descolonizaci—n. El objetivo es contribuir con epistemolog’as de las resistencias para construir una opci—n emancipatoria. Construirnos desde el Sur, implica generar una nueva perspectiva que valore la heterogeneidad cultural, un Pachakutik donde el norte sea el sur, como pint— el uruguayo Torres Garc’a7.

Para finalizar Mazorco (2010), nos exhorta a quŽ, para trabajar por el Pachakutik se debe asumir el auto-pachakutik, de otro modo hablar de cambio, cuando lo que se pretende cambiar es al otro, a lo que est‡ a mi alrededor, pero no a m’ mismo, no representa m‡s que un autoenga–o y un enga–o a los dem‡s, que no tardar‡ en desenga–ar a muchos (p. 14).

Cualquier opci—n que se tome entra–a un proyecto de sociedad y la PSC tiene varios desaf’os, como nos comparte F‡tima Quintal de Freitas (2014) (versi—n original en portuguŽs).

Entre los desaf’os presentes en este siglo XXI, tal vez podamos contribuir a la profundizaci—n del an‡lisis relativo a las dimensiones de las pr‡cticas con la comunidad: la transformaci—n versus el mantenimiento del status quo. Como   Proyecto pol’tico y social nuestras pr‡cticas est‡n comprometidas y quŽ tipo de sociedad futura queremos, es una perspectiva necesariamente colectiva y comunitaria. (p. 66)


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Formato de citaci—n

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Notas

1  En vez de subalternidad respetando la cita, en el resto del trabajo se har‡ menci—n a las voces silenciadas de la historia como menciona Guha (2002) para referirnos a aquellos sujetos singulares o colectivos sobre los que operan dispositivos de deslegitimaci—n y que no les permite erigirse como sujetos de enunciaci—n.

2   Idem.

3  Lugar comœn que los colectivos construyen desde el punto de vista simb—lico a partir de sus interacciones cotidianas, que al igual que la noci—n de identidad, es una categor’a inestablemente estable.

4  Judicializaci—n: dispositivo de control social que invisibiliza los conflictos sociales en la escena pœblica, anulando su potencial de integraci—n colectiva y de transformaci—n social. Opera reduciendo los conflictos sociales a una l—gica dual, bueno-malo; donde los sujetos despolitizados de su condici—n de ciudadanos no tienen otra opci—n que depositar el poder de decisi—n en otros. (PŽrez, 2011, p. 54)

5    El 30-12-04, durante un recital de rock, se incendi— el boliche Repœblica de Croma–—n (Buenos Aires) y como resultado, murieron 194 j—venes y ni–os. Croma–—n es considerado un conflicto entre la juventud y el Estado.

6   El 26-09-14, desaparici—n forzada de 43 estudiantes de Ayotzinapa por un grupo armado reaviv— la discusi—n sobre las Escuelas Normales Rurales, bastiones de la estrategia educativa en MŽxico a principios del siglo XX, que hoy pelean por su supervivencia ante un Estado indiferente.

7  Para los mayenses el Pachakutik es un concepto ordenador del cosmos, renovador del tiempo y el espacio. Un nuevo orden es pensar por cuenta propia y as’ expres— Torres Garc’a: "He dicho Escuela del Sur; porque en realidad, nuestro norte es el Sur. No debe haber norte, para nosotros, sino por oposici—n a nuestro Sur. Por eso ahora ponemos el mapa al revŽs, y entonces ya tenemos justa idea de nuestra posici—n, y no como quieren en el resto del mundo. La punta de AmŽrica, desde ahora, prolong‡ndose, se–ala insistentemente el Sur, nuestro norte.Ó Joaqu’n Torres Garc’a. Universalismo Constructivo, Bs. As. : Poseid—n,1941.

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