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Psicología, Conocimiento y Sociedad

On-line version ISSN 1688-7026

Psicol. Conoc. Soc. vol.5 no.1 Montevideo May 2015

 

Lo acadŽmico, lo comunitario y lo personal en la praxis de la Psicolog’a Comunitaria:

ÀUn monstruo de tres cabezas o la sant’sima

trinidad?

 

The academic, the communitarian, and the personal in Community Psychology praxis: A three-headed monster or the holy trinity?

 

Blanca Ortiz

Autor referente: b.ortiz@upr.edu

Universidad de Puerto Rico, Recinto de R’o Piedras

 

Historia editorial

Recibido: 14/05/2015

Aceptado: 04/08/2015

 

RESUMEN

La praxis de los/as Psic—logo/as Comunitario/as se caracteriza por integrar nuestros ‡mbitos de acci—n de manera que reflejen las metas y los valores de la disciplina. Mi trabajo como Psic—loga Comunitaria ha incluido escenarios como: docencia en programas de pregrado y postgrado en la Universidad del estado, centros de investigaci—n, organizaciones de base comunitaria que realizan trabajo de prevenci—n, investigaciones colaborativas con comunidades geogr‡ficas, consultor’a a sindicatos, colaboraciones internacionales y trabajo     voluntario     con    iniciativas multisectoriales. De esta praxis han emergido tres identidades: profesora e investigadora universitaria en un Programa Graduado de Psicolog’a Social Comunitaria, Psic—loga Comunitaria trabajando en escenarios del Òmundo realÓ y activista social. Este art’culo constituye una reflexi—n sobre la complejidad de asumir simult‡neamente dichas identidades, los dilemas que la caracterizan, as’ como formas de armonizar las mismas. Esta reflexi—n es necesaria de cara a la formaci—n de futuros psic—logos/as y de la renovaci—n y/o transformaci—n de los valores   y   metas   de   la    disciplina.

 

Palabras clave: Praxis; Psicolog’a Comunitaria; Valores; AcademiaABSTRACT

Community PsychologistsÕ praxis is characterized by the integration of our action domains to reflect the goals and values of the discipline. My work as a Community Psychologist has included scenarios such as: undergraduate and graduate programs at the state university, research centers, community-basedorganizations working with prevention, collaborative research with geographical communities, consultancies with workers unions, international collaborations, and volunteer work with multisectoral initiatives. From this praxis three identities have emerged: university professor and researcher in a graduate Community Psychology program, community psychologist working in Òreal worldÓ scenarios, and social activist. This article is a reflection about the complexity of simultaneously assuming these identities and the dilemmas that emerge from them, as well of potential ways of harmonizing them. This reflection is necessary as we consider the training of future psychologists as well as the renovation and/or transformation of Community PsychologyÕs     values     and     goals.

 

Keywords: Community Psychology; Praxis; Values; Academia

 

Recientemente se ha venido sosteniendo una discusi—n al seno de la Psicolog’a Comunitaria sobre cu‡n cerca o distantes est‡n nuestras pr‡cticas de las declaraciones de valores y aspiraciones que han caracterizado nuestro quehacer (Ortiz-Torres, PŽrez-Viera, & Gonzalez, 2011; Prilleltensky, 2001). De dicha discusi—n han surgido propuestas diversas, entre Žstas: el desarrollo de un plano extendido que permita cartografiar las pr‡cticas de la disciplina (Berroeta, 2014); la formaci—n acadŽmica y el desarrollo de una praxis basada en principios como la promoci—n del cambio y la justicia social, la equidad y la diversidad cultural (Prilleltensky, 2001); un mayor Žnfasis en la dimensi—n cr’tica de nuestro quehacer (Davidson et al., 2006; Kagan, Burton, & Duckett, 2011; Ortiz-Torres, 1999); y el involucramiento en debates intradisciplinarios  que  permitan  dilucidar  Òlas  inconsistencias  entre  expectativas y logrosÓ (Wiesenfeld, 2014, p. 15).

Nelson y Prilleltensky (2005) propusieron el tŽrmino de Ôvalidez psicopol’ticaÕ para referirse a la evaluaci—n del quehacer de los/as psic—logos/as comunitarios a la luz dedos criterios fundamentales: compromiso (con los valores de la disciplina) y rendici—n de cuentas (a uno mismo, a los dem‡s, a la comunidad y a la profesi—n1. Este trabajo constituye una reflexi—n guiada por la noci—n de validez psicopol’tica para aquilatar, desde el compromiso y la rendici—n de cuentas, los retos y dilemas que se generan desde las diversas identidades que emergen a partir de nuestro quehacer, as’ como del intento de armonizar las mismas. Se trata de un ejercicio reflexivo a la luz de los debates contempor‡neos en la disciplina, que de alguna manera aspira a aportar a la renovaci—n y/o transformaci—n de sus valores y metas (Berroeta, 2014; Ortiz-Torres et al., 2011; Wiesenfield, 2014).

Mi trabajo como Psic—loga Comunitaria ha incluido escenarios tan diversos como: docencia en programas de pregrado y postgrado en la Universidad del Estado, centros de investigaci—n, organizaciones de base comunitaria que realizan trabajo de prevenci—n, investigaciones colaborativas con comunidades geogr‡ficas, consultor’a a sindicatos, colaboraciones internacionales y trabajo voluntario con organizaciones e iniciativas multisectoriales. De esta praxis han emergido al menos tres identidades: la de AcadŽmica, la de Psic—loga Comunitaria trabajando en escenarios del Òmundo realÓ y la de Activista Social. Veamos algunos de los retos y dilemas que acompa–an la primera identidad.

 

La AcadŽmica

Soy docente hace dos dŽcadas del primer programa de post-grado (ofrece Maestr’as y Doctorados) fundado en AmŽrica Latina en una disciplina h’brida: Psicolog’a Social- Comunitaria (Rivera-Medina, 1992). Peri—dicamente colegas y egresados/as de nuestro programa, han intentado dar cuenta de los dilemas que peri—dicamente hemos enfrentado, incluyendo las preocupaciones con el futuro de la disciplina (Miranda, 2005;  Ortiz-Torres  et  al.,  2011;  Torres,  Resto-Olivo,  Serrano-Garc’a,  & Rodriguez 2011). Hace ya una dŽcada Miranda (2005) ofrec’a una mirada a la disciplina partiendo de la tesis de que se ha dado en la Psicolog’a Social Comunitaria de nuestro pa’s una apariencia de ruptura, separaci—n o divorcio entre Òlo socialÓ y Òlo comunitarioÓ que no es necesariamente correcta. Se–alaba que conceptuar lo social como te—rico y no acci—n y lo comunitario como acci—n y compromiso no necesariamente representa a la disciplina. Aseguraba entonces que, si bien es cierto que durante la llamada Ôcrisis de confianzaÕ de la psicolog’a afloraron dos tensiones: la epistemol—gica y la social, hoy d’a toda la disciplina est‡ atravesada por estas tensiones, aunque Òhubo una tendencia a quedarnos en la discusi—n epistemol—gicaÓ (p. 87).

Quiz‡ la tendencia que identificaba Miranda sigue viva hoy d’a y con frecuencia me preguntan. ÒÀC—mo afirmar lo comunitario en ese binomio de Ôsocial-comunitariaÕ? He llegado a comprender que no es necesario afirmar lo uno o lo otro como si fuera un imperativo identitario. Desde mi perspectiva, afirmar Òlo comunitarioÓ implica reconocer que nuestro objeto de estudio se transforma casi con la misma velocidad con la que intentamos definirlo (Montero, 2006). No puede ser de otra manera porque, al decir de Wiesenfeld (2011), se trata de una disciplina Òcompleja, diversa, din‡mica y desafianteÓ (p. 100). Afirmar lo comunitario ha significado reconocer nuevas formas de organizaci—n e interacci—n que, claro est‡, requieren nuevas formas de conceptualizaci—n, intervenci—n y formaci—n (Jenkins, 2010; Kagan et al., 2011; Torres et al., 2011). Afirmar lo comunitario implica tambiŽn acoger la transdisciplinariedad porque aquello que sabemos ÒcomunitarioÓ no es materia exclusiva de nuestra disciplina (Lara, 2007; Ortiz-Torres et al., 2011). Reconocer la importancia de la transdisciplinariedad en nuestra praxis implica la posibilidad de acoger nuevos valores y metas que para nada contradicen los valores y metas ÒoriginalesÓ de la Psicolog’a Comunitaria, as’ como reconocer que nuestros valores y metas inciden en otras disciplinas. En este sentido, Stark (2011) considera que la Psicolog’a Comunitaria es una Òciencia enlaceÓ que no solo vincula las fortalezas de varias disciplinas, sino  que a–ade nuevas preguntas e ideas en relaci—n a los fen—menos de interŽs de Žstas.

En la academia y desde la academia surgen otras preguntas: ÀC—mo contribuir a formar a nuestros estudiantes para ejercer su pr‡ctica con pasi—n y compromiso y a la vez con el mayor rigor cient’fico? ÀSer‡ que al estar guiados por los valores de la disciplina hacemos una Òdeclaraci—n de feÓ que nos distancia de la ciencia y la investigaci—n? Posiblemente las respuestas a estas preguntas est‡n precisamente all’ donde en apariencia surge el dilema: en los valores que gu’an la disciplina. Es decir, la Psicolog’a Comunitaria reconoce que hacer ciencia implica rigor, sistematicidad, conocimientos sobre metodolog’a, e integridad Žtica, entre otros. Montero (2006) sustenta estas consideraciones con lo que ella llama Òlas razones del mŽtodoÓ en la Psicolog’a Comunitaria: Ònecesitamos modos y v’as sistem‡ticos, y por lo tanto compartibles y verificables, para producir conocimientos. TambiŽn lo hacemos porque necesitamos seguridad respecto de lo que producimos en el proceso de investigar. Y porque necesitamos validez (p. 37).Ó Es cierto tambiŽn que hacer investigaci—n desde nuestra disciplina implica adem‡s, un compromiso con la participaci—n de aquello/as con los que, para los que y sobre los que investigamos, e implica un compromiso con la acci—n a partir de los resultados obtenidos (Nelson, & Prilleltensky, 2005; Quintal de Freitas, 2009).

De ah’ que como investigadora trato siempre de incorporar las dimensiones sociales, comunitarias y culturales en el estudio de cada fen—meno de interŽs. Ya forma parte de nuestro quehacer que estudiantes y las personas, grupos y/o organizaciones con las que trabajamos participen desde el inicio en la formulaci—n de las preguntas de investigaci—n, para luego explicitar los valores que nos gu’an y determinar el curso que seguir‡ el trabajo de investigaci—n. Colectivamente evaluamos constantemente quŽ preguntas se han quedado fuera y especialmente si los mŽtodos, procedimientos y tŽcnicas de investigaci—n responden verdaderamente a niveles extraindividuales de an‡lisis y conceptualizaci—n. Cada grupo de investigaci—n sabe que esas    preguntas son tentativas y podr’an variar cuando las presentamos a los grupos, organizaciones o comunidades con los que trabajamos y, de hecho, la mayor parte de las veces pasan por modificaciones. Este proceso de mentor’a entre todos/as los que componemos el equipo de investigaci—n siempre resulta enriquecedor, sobre todo porque la mayor’a de las veces incluye a estudiantes no solo de Psicolog’a Social Comunitaria, sino de otras especialidades y disciplinas.

Un abordaje similar gu’a la selecci—n de centros de pr‡ctica y la forma en que organizamos las experiencias para los/as estudiantes. La mayor’a de mis estudiantes ha realizado sus pr‡cticas en comunidades funcionales y no geogr‡ficas (aunque tambiŽn lo han hecho en comunidades geogr‡ficas) y en organizaciones diversas que trabajan con desarrollo econ—mico-comunitario, educaci—n, vivienda, desarrollo de mujeres como micro-empresarias, participaci—n ciudadana y pol’tica pœblica y, las menos de las veces, en agencias gubernamentales.

Estas experiencias los/as exponen a formas diversas de entender, atender e intervenir. Los/as estudiantes participan en investigaci—n, evaluaci—n de programas o proyectos, dise–o e implantaci—n de intervenciones, desarrollo de memoriales sobre proyectos de ley para la legislatura, organizaci—n de comunidades y grupos, y desarrollo de documentales o trabajo gr‡fico sobre algunos de los proyectos, entre otras tareas y acciones. Todas estas experiencias est‡n guiadas por un modelo l—gico de planificaci—n estratŽgica (W. K. Kellogg Foundation, 2004) de cada experiencia pr‡ctica que desarrollan en coordinaci—n con el equipo de trabajo de su centro de pr‡ctica y con nuestro equipo. Pero, como veremos a continuaci—n, el trabajo con la comunidad puede realizarse desde otras identidades.

 

La Psic—loga Comunitaria en el ÒMundo RealÓ

Mis m‡s recientes colaboraciones con organizaciones no-gubernamentales incluyen al proyecto Agenda Ciudadana (Ortiz-Torres, & Lara, 2010). Mi participaci—n en Agenda me ha permitido contribuir en la incidencia en diversos espacios de poder como los medios de comunicaci—n y el gobierno, a travŽs de la generaci—n de foros ciudadanos, mesas de trabajo transectoriales y generaci—n de propuestas espec’ficas de pol’tica pœblica o de otros tipos de acci—n ciudadana. Con otra organizaci—n, Cumbre Social (http://www.cumbresocialpr.org/), hemos trabajado en la evaluaci—n y sistematizaci—n del trabajo de 12 a–os con sectores tan diversos como sindicatos, cooperativas y gobierno por la generaci—n y transformaci—n de pol’ticas pœblicas. Con la Corporaci—n para el Desarrollo Integral de la Pen’nsula de Cantera (un interesante proyecto de veinte a–os para el desarrollo de una comunidad geogr‡fica marginada) hemos conceptualizado y desarrollado una investigaci—n para aquilatar las rutas para el desarrollo del capital comunitario (Ortiz-Torres et al., 2014). Todas estas colaboraciones incorporan a estudiantes que, al terminar su pr‡ctica o la investigaci—n en la que participan, en muchos casos obtienen empleo en las organizaciones para la realizaci—n de proyectos particulares. Estas colaboraciones no est‡n exentas de cuestionamientos y dilemas.

Hace un tiempo dec’a que la Psicolog’a Comunitaria es quiz‡ una de las pocas disciplinas que, al explicitar sus valores, nos mantiene a quienes la practicamos en constante estado de rendici—n de cuentas, con la consiguiente tensi—n que dicho estado genera (Ortiz-Torres, 2005). Davidson y sus colaboradores (2006) llamaron a ese estado el ÒmŽtodo de escrutinio perpetuoÓ que la Psicolog’a Comunitaria recoge de la teor’a cr’tica y que permite evitar la cooptaci—n. Este escrutinio es mayor cuando nos insertamos en escenarios comunitarios y enfrentamos dilemas como: ÀQuŽ tipo de v’nculos mantener con el Òmundo realÓ?, Ànuestra colaboraci—n debe darse desde la consultor’a, el trabajo directo, o la capacitaci—n? En casos particulares, Àla relaci—n con cada grupo debe darse desde la Universidad o en mi car‡cter personal? ÀQuŽ hacer cuando la organizaci—n con la que trabajo pretende influir los resultados de la investigaci—n antes de que se ejecute la misma? ÀCu‡ndo es buen momento para terminar una relaci—n colaborativa que no parece ser productiva para ninguna de las partes? Las respuestas (siempre tentativas) a estas preguntas no surgen exclusivamente desde lo personal o lo acadŽmico, sino tambiŽn desde mi identidad de Psic—loga Comunitaria. Estas preguntas y respuestas aluden tambiŽn a principios Žticos de los que, por diversas razones, no se habla mucho. Como ha se–alado Heller (2004), no hablamos frecuentemente de asuntos Žticos en la disciplina, porque ciertamente pensamos que somos personas honestas y morales, preocupadas por el bienestar de los dem‡s e interesadas en la justicia social. Su sugerencia es que, adem‡s de hablar m‡s del tema, reconozcamos la posibilidad de consecuencias negativas no anticipadas de nuestras intervenciones y estar alerta a c—mo podr’amos reaccionar si ocurren.

Desde nuestra disciplina cada inserci—n en el Òmundo realÓ debiera suponer la posibilidad de promover el cambio social. Claro que este supuesto lleva a nuevas preguntas: ÀDesde quŽ nichos se puede contribuir m‡s a la promoci—n del cambio social?; Àdesde las organizaciones no-gubernamentales, los sindicatos o asociaciones, o desde una agencia gubernamental que anuncia que est‡ verdaderamente interesada en la transformaci—n social? Una vez tomada la decisi—n:

ÀQuŽ niveles de intervenci—n estamos privilegiando en cada caso?; ÀSon estos los que tienen mayor potencial de promover el cambio social? Consciente de que mi praxis desde las dos identidades descritas nunca ser‡ suficiente como para alcanzar todas nuestras aspiraciones disciplinarias, se hace necesario trabajar como activista en diversos movimientos y esfuerzos colectivos.

 

La Activista Comunitaria

Como activista  involucrada en luchas  pol’ticas  y comunitarias  por muchos a–os  he lidiado con dilemas como: Àd—nde comienzan y terminan mis identidades anteriores?; Àcu‡l es la mejor contribuci—n que puedo hacer a mi pa’s como ciudadana-psic—loga comunitaria-acadŽmica? ÀDesde el ejercicio de la ciudadan’a, c—mo cambia mi relaci—n con un Estado del cual soy cr’tica en ocasiones, colaboradora en otras y administradora otras tantas? Veamos algunos ejemplos.

Desde mi identidad de activista participŽ en el Grupo de Apoyo TŽcnico para el Desarrollo Sustentable de Vieques, que desarroll— y present— gu’as al gobierno para el desarrollo de esa Isla Municipio luego de la salida de la Marina de Estados Unidos de su territorio (Grupo de Apoyo TŽcnico y Profesional para el Desarrollo Sustentable de Vieques, 2002)2. Con los sindicatos hemos desarrollado talleres para promover la participaci—n ciudadana, respondiendo a la preocupaci—n de estos sobre la escasa participaci—n de los/as unionados en sus acciones colectivas (Ortiz-Torres, & Santana Mari–o, 2009). Con el movimiento ÔTodo Puerto Rico por Puerto RicoÕ trabajamos en la forja de una alianza para combatir las pol’ticas de exclusi—n del Estado3 y con los estudiantes participŽ en una huelga para impedir la aprobaci—n de una cuota que encarec’a los costos de la educaci—n universitaria (Ortiz-Torres, Figueroa, Maldonado, Toledo, & Mart’nez, 2012).

Estas y otras acciones personales tambiŽn son guiadas por valores de la Psicolog’a Comunitaria como son el compromiso con el cambio y la justicia social. Coincido con el planteamiento de Kagan et al. (2011) que subrayan la importancia de ofrecer y recibir apoyo no solo de otros psic—logos/as comunitarios, sino que Òuna psicolog’a comunitaria liberadora debe ser parte de luchas y desarrollos m‡s amplios para el logro de alternativas socialesÓ (p. 33). Estos autores advierten sobre la posibilidad de que cuando nos insertemos en estas relaciones y procesos es posible que tengamos que re-negociar nuestro rol y actuar menos como psic—logos y m‡s como ciudadanos, trabajadores y activistas.

 

Conclusi—n

La teor’a cr’tica nos invita a revisar los supuestos profesionales y te—ricos inherentes a las pr‡cticas acadŽmicas, abordando preguntas existenciales como las que planteo en este trabajo (Davidson et al., 2006). Como han se–alado Nelson y Prilleltensky (2005) siguiendo planteamientos de diversos movimientos feministas, es importante que nos hagamos cargo de nuestro lugar y posici—n en la disciplina y en la sociedad. Esto solo es posible lograrlo reconociendo nuestra subjetividad y conectando lo profesional, lo personal y lo pol’tico.

La trilog’a de identidades descritas me retan constantemente a aquilatar si de alguna manera he contribuido a promover cambios y si mi trabajo aporta al desarrollo de la Psicolog’a Comunitaria y al movimiento hacia una sociedad m‡s justa y equitativa. Como investigadora he privilegiado las intervenciones estructurales que trasciendan el nivel individual, sin embargo, el alcance de las mismas se ve limitado por la dificultad de que el sector gubernamental las asuma como parte de sus pol’ticas pœblicas (Rodriguez-Ferreyra, 2009). El trabajo con organizaciones no-gubernamentales me ha permitido aprender que las alianzas con sectores tan aparentemente dis’miles como los sindicatos y los medios de comunicaci—n son posibles y constituyen v’as a travŽs de las cuales puede adelantarse la participaci—n ciudadana y propuestas de pol’tica pœblica que el Estado s’ est‡ dispuesto a considerar y que tienen el potencial para contribuir a la equidad social. Como activista social se hace cada d’a m‡s evidente que las metas y valores de la Psicolog’a Comunitaria tambiŽn pueden guiar mi quehacer personal, de manera que, lejos de aspirar a resolver las contradicciones que generan mis interacciones con diversos sectores, acepto la paradoja como inherente a todo mi quehacer.

No puedo negar, sin embargo, que los intentos por armonizar estas tres identidades y resolver las encrucijadas descritas, con frecuencia me deja pensando si las aparentes soluciones son virtuosas como nos han dicho que es la sant’sima Trinidad o, si se trata, en su lugar, de un monstruo de tres cabezas.

 

Referencias

 

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Formato de citaci—n

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Notas

 

1              ÒEl tŽrmino Ôpsicopol’ticoÕ alude a las influencias psicol—gicas y pol’ticas que interactœan para promover el bienestar, perpetuar la opresi—n, o generar resistencia y liberaci—nÓ (Nelson, & Prilleltensky, 2005, p. 120).

2             Esa salida fue precedida por un fuerte prolongado movimiento social e intensas luchas de la sociedad civil (Paralitici, 2006)

3             La organizaci—n ya no existe aunque hay otros movimientos trabajando en esta direcci—n.

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