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Revista Uruguaya de Ciencia Política

versión impresa ISSN 0797-9789versión On-line ISSN 1688-499X

Rev. Urug. Cienc. Polít. vol.32 no.2 Montevideo dic. 2023  Epub 01-Dic-2023

https://doi.org/10.26851/rucp.32.2.5 

Artículo original

Escuelas y corrientes de la ciencia política italiana en América Latina

Schools and trends of Italian political science in Latin America

Escolas e tendências da ciência política italiana na América Latina

Fernando Barrientos del Monte1 
http://orcid.org/0000-0002-0760-3993

1Universidad de Guanajuato (México). Email: f.barrientos@ugto.mx


Resumen

Desde sus orígenes, la tradición del pensamiento político italiano se ha proyectado en el desarrollo de la ciencia política en el mundo occidental y más allá, pero particularmente en América Latina. Desde una perspectiva contextual del desarrollo de las disciplinas y orientada por las herencias intelectual-bibliográficas, en este artículo se describen y analizan las principales contribuciones de las corrientes y autores del pensamiento político y de la ciencia política italiana. Se identifican históricamente cinco «escuelas» o corrientes: la realista, el elitismo clásico, el marxismo y, en el período de la ciencia política contemporánea, la escuela de Turín, orientada a la filosofía política, y la escuela florentina, orientada a la política comparada. A partir de esta identificación, se trata de articular su influencia en la ciencia política latinoamericana.

Palabras clave: ciencia política; filosofía política; historia intelectual; América Latina; Italia

Abstract

The tradition of the Italian political thinking has been projected on the development of political science in the Western world and beyond, particularly in Latin America. This article describes and analyzes the main contributions of the theoretical currents and authors of the Italian political thinking and political science, from a contextual perspective of the disciplines development and guided by the intellectual-bibliographical legacies. Five «schools of thought» are historically identified: the realistic one; the classical elitism; the Marxists; and in the period of contemporary political science, the Turin school, oriented to political philosophy; and the Florentine school, oriented to comparative politics. Based on this identification, it involves articulating its influence in Latin American political science.

Keywords: Political science; political philosophy; intellectual history; Latin America; Italy

Resumo

A tradição do pensamento político italiano tem-se projetado no desenvolvimento da ciência política no mundo ocidental e não só, em particular na América Latina. Este artigo descreve e analisa as principais contribuições das correntes teóricas e autores do pensamento político italiano e da ciência política, a partir de uma perspetiva contextual do desenvolvimento das disciplinas e orientado pelos legados intelectuais-bibliográficos. São identificadas historicamente cinco «escolas de pensamento»: a realista; o elitismo clássico; os marxistas; e no período da ciência política contemporânea, a escola de Turim, orientada para a filosofia política; e a escola florentina, orientada para a política comparada. Com base nessa identificação, trata-se de articular sua influência na ciência política latino-americana.

Palavras-chave: ciência política; filosofia política; história intelectual; América Latina, Itália

Introducción

¿Cómo puede analizarse la influencia de una comunidad científica en la formación y el desarrollo de determinado conocimiento? La ciencia es una actividad humana, y como tal, es desarrollada por comunidades que participan de una serie de postulados científicos en contraste con otras formas de conocimiento y comparten intereses científicos en torno a un grupo de temas que giran alrededor de núcleos que orientan la reflexión y la investigación científicas.1 Se identifican con una «galería de grandes figuras» que valoran y reconocen porque han aportado ideas y conocimiento al desarrollo de una ciencia o campo de estudio. Tales comunidades producen conocimiento en la medida en que los resultados de sus investigaciones y reflexiones son conocidos, discutidos, aceptados, replicados y criticados por sus miembros. Ninguna comunidad científica es «cerrada», sino todo lo contrario: es permeable.2 Pero ¿cómo viajan las ideas? Durante muchos siglos, las ideas se transmitían, además de por la palabra hablada, esencialmente a través de los libros, que eran transportados por los viajeros cultos, los mercaderes de libros propiamente o gracias a la deliberada creación de grandes bibliotecas, para que pudieran ser consultadas en un mismo lugar (Vallejo, 2021). En los albores de la modernidad, con los viajes transatlánticos, las ideas viajaban con las personas y sus libros, que llegaban a de un continente a otro; en la academia esto se cristalizaba -y aún lo hace- con los profesores visitantes y alumnos de intercambio. Fue el crecimiento constante de la industria editorial lo que favoreció la difusión de las ideas hasta nuestros días. Los exilios, individuales y colectivos, los voluntarios y los forzados, también, inevitablemente, favorecieron la transmisión de ideas y conocimientos. En la actualidad, estas dinámicas se complementan con el poder de los medios de comunicación masiva, y la llegada de internet aceleró exponencialmente la difusión del conocimiento. Pero una cosa es que las ideas viajen y se transmitan, y otra, que tengan fuerza e influyan. La divulgación de las ideas es una condición sine qua non del desarrollo del conocimiento científico, que, por lo general, ha tenido como canales naturales los libros, obras científicas individuales o colectivas, las conferencias y congresos, y últimamente, a caballo entre el siglo xx y xxi, el uso intensivo de los artículos en revistas académicas.

En la ciencia política, al identificar estos procesos, se presentan al menos dos problemas. Primero, la no exclusividad sobre la política y lo político como sus objetos de análisis, pues también lo son de casi todas las áreas del pensamiento político y social, por lo que resulta difícil identificar estudios propiamente politológicos, pues estos empiezan a aparecer apenas a mediados del siglo xix, en Europa (Gablentz, 1974, p. 31). Segundo, se impone la necesidad de ubicar tradiciones, corrientes, escuelas y perspectivas, así como sus continuidades, rupturas o transformaciones, y en un contexto geográfico, delimitar las diferencias y concordancias. Esta es una tarea compleja, y si bien las ciencias deben pensar globalmente, en las ciencias sociales persiste una especie de nacionalismo metodológico (Beck y Grande, 2010) por lo que identificar tradiciones de pensamiento científico implica sortear los obstáculos de una evaluación que no presuponga un determinismo cultural; este problema puede ser superado si se opera desde una perspectiva cosmopolita.

A partir de lo anterior, en este artículo se trata de responder a la pregunta «¿cómo rastrear las ideas científico-político italianas que han contribuido en el desarrollo de la ciencia política en América Latina?». La proyección de la politología de origen italiana en América Latina ha estado signada por varios factores: lingüísticos, intelectual-culturales, coyunturas político-sociales; pero, sobre todo, por la preocupación de las comunidades científico-sociales por incidir en los procesos y en la construcción de las instituciones políticas. Ello explica por qué en ciertas épocas históricas se leyeron profusamente autores marxistas, como Antonio Gramsci, o revisionistas del marxismo, como Umberto Cerroni, en los años sesenta y setenta del siglo xx; y muy tardíamente, a quieres son considerados precursores directos de la ciencia política contemporánea, como Michels, traducido hasta 1969, y Mosca, hasta 1984. Destaca que sobre Maquiavelo, ampliamente conocido en el mundo occidental, en América Latina se ha escrito más las últimas cuatro décadas -entre los siglos xx y xxi- que en todas las anteriores. La migración de intelectuales italianos de finales del siglo xix y la primera mitad del siglo xx en América Latina, y en particular en Argentina, Brasil y Uruguay, tuvo poca incidencia en el desarrollo de las ciencias sociales en la región; sus energías se concentraron en otras áreas (sobre todo, en los ámbitos comercial, literario, periodístico y cultural; Sanfilippo, 2006). Argentina y Brasil fueron los países que recibieron grandes oleadas de migrantes italianos entre finales del siglo xix y principios del xx; ya entrados los años treinta, durante la expansión de las ideas de los regímenes antidemocráticos en Europa, la intelectualidad italiana exiliada se concentró en los debates fascistas y antifascistas de ultramar (De Aldama, 2017; Fotia, 2019). La intelectualidad exiliada italiana, en su mayoría, enfocó sus energías en promover estrategias antifascistas en todos los ámbitos políticos, por lo que los debates fueron respecto a las ideas y la acción políticas (Bertonha, 1999) más que en las ciencias sociales. En Italia apenas existía la ciencia política, y fue rápidamente engullida por el fascismo a través de una reforma universitaria, y no había mucho que promover en países latinoamericanos, como Argentina, que probablemente en ese tiempo desarrollaba una ciencia política, embrionaria, pero más profesional, comparativamente hablando (Bianchi, 2017; Leiras, Medina y D’Alessandro, 2005). Por el contrario, los intelectuales españoles que llegaron a México a partir de 1936 fueron partícipes directos de la introducción de corrientes del pensamiento europeo moderno y contemporáneo en la economía, la historia, la sociología, la ciencia política y muchas otras disciplinas, incluyendo, por supuesto, su propia lectura de clásicos del pensamiento italiano (Garcíadiego, 2016, p. 34). La difusión de las ideas necesariamente pasa por el mercado editorial y por el trabajo de traducción; en este sentido, el Fondo de Cultura Económica de México (fce), fundado en 1934; Siglo xxi, en 1965; Alianza Editorial de España, en 1966, y Amorrortu de Argentina, en 1967, han sido los principales vehículos de gran parte de las obras que en este trabajo se citan, que, sumadas a otras casas editoriales, confirman que sin el trabajo de traducción y la difusión editorial, las ideas no viajarían ni se arraigan de igual manera en las sociedades.

El difícil nacimiento de la ciencia política italiana

Italia, antes que una entidad política, siempre constituyó una entidad geográfica, desde la república romana hasta el Imperio, pero fue con Gregorio Magno en el siglo vi que se creó una cultura, no homogénea, pero sí con fuertes rasgos comunes, y se gestó una lengua literaria que existe desde Dante Alighieri hasta nuestros días. Italia es un país que se presta para analizar ampliamente la política occidental por su particular historia, pues en su territorio se inaugura la civilización moderna y el capitalismo mucho antes que en otras naciones, la burguesía no se estableció por medios revolucionarios, la Iglesia católica siempre desempeñó un papel dominante paralelo al Estado y las élites políticas se construyeron antes que la nación (Hobsbawn, 2002). Italia es un laboratorio de experiencias políticas, por lo que no es casual que tenga una tradición tan larga y fuerte del pensamiento político. Hasta 1861, año de la unificación, no existía una identidad política italiana; la idea de nación, entendida como una comunidad abstracta general superior, suponía un deux ex machina ajeno a los intereses de las ciudades y proponía un Estado imaginario que desconocía a sus ciudadanos. Al respecto, Luigi Blanch (1850) señalaba que el patriotismo de los italianos era similar al de los antiguos griegos: «Tenían amor por una ciudad, no por un país; existía un sentimiento tribal, no nacional» (cit. en Smith, 2000, p. 8). Existía una idea de patria con residuos medievales, pero sin Estado ni nación. Fue durante Il Risorgimiento que las élites, bajo la sombra de las dinastías, crearon instituciones políticas inoperantes y un precario equilibrio que se sometía al arbitrio de los hombres fuertes (Maranini, 1985, p. 114). Incluso en la era republicana, que va desde 1948 hasta nuestros días, Italia se ha caracterizado por una constante «inestabilidad» política: primero, con la reconstrucción y la adaptación del modelo parlamentario; luego, el período de «gli anni di piombo»;3 posteriormente, «Mani pulite» y la transformación del sistema electoral italiano de 1993 y 2005, que signaron una nueva era política. En los años veinte del siglo xx se cristalizaron amplios debates entre el liberalismo y el comunismo que se influenciaron recíprocamente al grado de mantener vivo un espíritu cívico y el deseo de autoorganización, que incidió en los actores democráticos de la posguerra (Rego, 2002). El pensamiento político conservador y liberal, la intelectualidad católica y moderna, las corrientes democráticas y proautoritarias, todas desempeñaron un rol esencial en la definición de los sucesos políticos, desde los primeros años de la unificación, el ascenso del fascismo y la creación de la república (Bobbio, 1989). Su modelo parlamentario se convirtió en el referente de los sistemas políticos democráticos, con una elevada cuota proporcional, la que se mantuvo con pocos cambios desde 1948 y hasta 1992, y que generó un sistema de partidos de pluralismo polarizado y gobiernos que duraban en promedio entre uno o dos años, y a veces, menos (Cotta y Verzichelli, 2008). En su seminal estudio sobre el capital social, Robert Putnam encontró en Italia un laboratorio para analizar las contradicciones políticas que se presentan en un territorio fragmentado culturalmente, en el que conviven diversas tradiciones políticas, producto de procesos históricos de larga data y definidos por la convergencia de factores socioeconómicos y socioculturales, lo que generó diferencias en el capital social y divergencias en el desempeño de sus instituciones políticas (Putnam, 1993). ¿Por qué en un país con tal «inestabilidad» política existe al mismo tiempo una amplia tradición de pensamiento político que traspasa sus fronteras? Los politólogos italianos son profusamente leídos en América Latina, pero cincuenta años atrás, la ciencia política italiana era casi inexistente. Bobbio señalaba que la tradición sobre el estudio de la política en Italia podía enorgullecerse de contar con una obra notabilísima, conocida dentro y fuera de ese país, como los Elementi di scienza politica, de Mosca; no obstante, en las primeras fases del siglo xx, era notorio que el desarrollo de la disciplina había sido obstaculizado por dos «ejércitos» poderosos: los juristas y los historiadores.4 Si bien la ciencia política se diferencia del derecho y la historia por las orientaciones teórico-metodológicas, ambas disciplinas trataban de someterla, al considerar que siempre había sido y debía continuar como apéndice del derecho público; de allí que los pocos politólogos que existían se topaban con la indiferencia. El fascismo penetró todas las esferas de la sociedad, y las universidades no fueron la excepción. Ello truncó el desarrollo de la disciplina; incluso el mismo Mosca redujo su producción académica con el arribo de Mussolini (Losito y Segre, 1988, p. 494). Desde la mirada pesimista de Bobbio, la temprana ciencia política en Italia ya estaba en decadencia, y el fascismo solo habría «matado a un hombre muerto» (Bobbio, 2001, p. 5). Existían facultades de ciencias políticas que enseñaban de todo, menos ciencia política (Leoni, 1960, p. 34.). Paradójicamente, durante el fascismo se crearon más facultades de ciencias políticas, dentro de las universidades de Pavía, Padua, Perugia y Roma, pero con el objetivo de formar cuadros para el régimen, por lo que se suprimió la embrionaria enseñanza de la ciencia política incluso en la «Cesare Alfieri» de Florencia, que había sobrevivido a los embates autoritarios. Al finalizar la segunda guerra mundial, la ciencia política en Italia tuvo que empezar de cero. Su tarea más importante fue establecer su estatus científico como ciencia social frente a las disciplinas de la historia, la filosofía y el derecho, y allí, el papel de Bobbio fue fundamental (Graziano, 1991, pp. 127-128). Será hasta 1973 que la ciencia política en Italia se afirmará como una ciencia autónoma, empírica y comparada, al crearse la Sección Italiana de Ciencia Política dentro de la Asociación Italiana de Ciencias Políticas y Sociales, aisps (Regalía y Valbruzzi, 2013, pp. 9-33). Apenas dos años antes, en 1971, un grupo de profesores encabezados por Giovanni Sartori fundaban la Rivista Italiana di Scienza Politica. En la presentación, Sartori retaba a quienes dudaban del estatus científico de la ciencia política en Italia y en el mundo: «Aún será un conocimiento científico imperfecto, embrionaria. Pero ninguna ciencia hubiera nacido dando razón a quienes esperando una ciencia perfecta desean estrangular en la cuna a los niños que no nacen adultos» (Sartori, 1971, pp. 3-6). El momento de consolidación llega en 1981, cuando se funda la Società Italiana di Scienza Politica (sisp), mucho más profesional y científica que la aisps. A cuarenta años de la fundación de la sisp, la comunidad politológica aún es reducida: el 0,42 % del total de la comunidad científica y apenas el 1,99 % de la comunidad académica italiana dedicada a las ciencias sociales (Capano y Verzichelli, 2016, pp. 211-232). La paradoja italiana es que la ciencia política en ese país padece, probablemente, muchos de los problemas que tiene la disciplina en América Latina, y no obstante, su desarrollo es intenso. En las últimas dos décadas han logrado notoriedad algunos departamentos de ciencia política italianos que se identifican por estudiar temáticas focalizadas y cuyos trabajos se proyectan como contribuciones relevantes a la ciencia política. Resulta sorprendente que una ciencia cultivada por pocas personas, en contextos políticos adversos, incluso contra la animadversión de otras disciplinas académicas, tenga una amplia proyección en el mundo politológico, incluso más allá del occidente.

Uno de los indicadores de una disciplina consolidada es que la comunidad que la cultiva y practica tenga entre sus referentes un grupo de «grandes figuras» de ciencia; que sus investigaciones hayan aportado elementos para su avance y fortalecimiento. Ello sucede en la física, que, por ejemplo, tiene a Stephen Hawking en la época contemporánea; en el siglo xx, a Albert Einstein, y antes, a Isaac Newton, como modelos del científico ideal-típico. La ciencia política tiene su propia galería de «grandes figuras», desde los antiguos, los modernos y los contemporáneos, y al tratar de hacer una lista se corre el riesgo de dejar fuera a muchos pensadores y científicos relevantes. A principios del siglo xxi podríamos identificar a los más importantes entre quienes han recibido desde 1995 el Johan Skytte Prize (veintinueve hasta 2022). A partir de la aparición de la corriente conductista, y con la publicación de The Political System, de David Easton, en 1953, la ciencia política contemporánea está dominada, en gran medida, por las obras, perspectivas y contribuciones de los científicos que se formaron o se desenvuelven en universidades de habla anglosajona (muchas, estadounidenses). En contraste, los cultores de la ciencia política italiana son profusamente traducidos y leídos en América Latina, y algunos, como Bobbio y Pasquino, muy escuchados (figura 1). ¿Cómo observar la influencia de un conjunto de científicos sociales sobre el desarrollo de una disciplina? Para lograrlo, ninguna estrategia, como revisar el número de citas que tales autores tienen en los index disponibles hasta el uso de plataformas en línea (Ngram, de Google, o Semantic Scholar, por ejemplo), puede ser exhaustiva. Se requiere contextualizar y explicar más allá de los números e indicar, señalar o enlistar a las figuras politológicas que son «referentes obligados», sus obras y su impacto; una revisión de esta manera ya nos dice mucho del argumento.

Figura 1:  Temas y autores 

De las utopías a la tradición realista

Dante Alighieri, precursor del renacimiento, publicará en 1312 De Monarchia; pero fue señalado de fomentar la herejía, y en 1559 entrará al índice de libros prohibidos, por lo que será hasta el siglo xix que será leído ampliamente. Dante trata de conciliar la coexistencia del poder temporal de los papas y del emperador. Para él, la existencia del poder terrenal del emperador no se contrapone a los designios divinos ni a la autoridad papal; muy al contrario, recibe su autoridad directamente de Dios y, por lo tanto, es autónomo e independiente de aquel. Tomasso Campanella, por su parte, escribirá La cittá del sole, en 1602, mientras estaba en la cárcel. Redactada en fiorentino, al igual que la obra de Dante, está inspirada en la República, de Platón, e igualmente se propone discutir el diseño de formas de gobierno ideales. Campanella imagina una república fervorosamente religiosa, pero con un diseño racional, inspirado por la astrología, la astronomía y el conocimiento científico; una sociedad sin propiedad privada y en la que, de facto, existe un comunismo radical, un sistema de gobierno que rige toda la vida, desde las relaciones laborales hasta las sexuales. Junto a Tomás Moro (Utopía, 1516) y Francis Bacon (Nueva Atlántida, 1626), Campanella será uno de los referentes del pensamiento político que construye «sociedades perfectas», al grado de que es considerado un precursor del comunismo, aunque el suyo no es un comunismo económico, sino ético.

Maquiavelo es considerado uno de los principales representantes del realismo político; es el fundador de la ciencia política moderna, al poner en primer plano la lógica de la experiencia histórica en la lucha por el poder como elemento que define la política. Cuando escribió sus obras más conocidas, El príncipe y Los discursos sobre la primera década de Tito Livio, no existía la disciplina como tal, pero es el primero que identifica la autonomía de la política al señalar que tiene sus propias reglas, que la hacen diferente, independiente y causa primera (Sartori, 1984), convirtiéndola en el objeto de estudio propio de la ciencia política contemporánea. Sus obras políticas no serían difundidas sino hasta varios años después de su muerte, y en América, bajo la dominación española, fue casi un desconocido, aunque fue criticado tanto por el jesuita Pedro de Ribadeneyra como por Francisco de Quevedo y Villegas,5 entre otros. El príncipe se incluyó entre los libros prohibidos de la Santa Inquisición desde 1559, si bien existen algunas referencias que demuestran que fue tratado en México por algunos pensadores, como Juan Blázquez Mayoralgo, alrededor de 1646 (Beuchot, 2004). Las preocupaciones políticas de Maquiavelo, respecto a la creación de un Estado fuerte, una ciudadanía comprometida con la nación y la necesidad de que los príncipes fueran atentos a los cambios geopolíticos, eran compartidas por otros observadores de la política en la Nueva España; así lo notó José Luis Orozco (1992), al disertar sobre las ideas políticas de Francisco de Seijas y Lobera, quien escribiera Gobierno militar y político del reino imperial de la Nueva España (1702) y evocar el pensamiento maquiaveliano.

Fue hasta el siglo xix que, ante la ruptura del orden colonial de los virreinatos, la obra de Maquiavelo se convierte en referencia de los primeros constitucionalistas en la región. Igualmente lo fue La razón de Estado, de Ludovico Settala, publicado en 1627, quien estudia al Estado y su lógica de estabilidad, uno de los pocos textos publicados en español de la corriente realista dominante en la Europa de los siglos xvi y xvii y traducido nuevamente en México hasta 1988 (Settala, 1627). Las luchas de los grupos que trataban de fundar un nuevo orden eran también ideológicas y requerían fundamentos teóricos que dieran sentido a la acción política; recurrir a autores como Maquiavelo y Settala era común entre la élite ilustrada, como se nota en el discurso de la sesión inaugural del Congreso de 1811 en Chile por Juan Martínez de Rosas (Collier, 2012, p. 180). Eran los liberales, sobre todo, quienes, favorables a la implantación de los principios republicanos y democráticos, fundaban sus argumentos a partir de las ideas de autores que ya eran referencias obligadas (Cotler, 2005, pp. 94-95). Se ha señalado que Maquiavelo tuvo entre sus seguidores a grandes políticos de la América española como Simón Bolívar y José María Morelos, aunque no existe evidencia directa de ello, pero sí claramente en Manuel Lorenzo de Vidaurre, precursor de la independencia peruana (Velázquez, 2014; Rojas, 2009). El conocimiento sobre su pensamiento se pudo extender a partir de las lecturas críticas, como el Antimaquiavelo (1739), de Federico II de Prusia, y celebrada por Voltaire; la elogiosa e inteligente lectura de Napoleón I en 1815, o la satírica y crítica de Maurice Joly en Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu, de 1932, que aumentó el interés sus textos. Pero su obra se difunde ampliamente en la región hasta la segunda mitad del siglo xx, y ello dependió en gran parte de la industria editorial. En Cuba, por ejemplo, es muy conocida la primera edición Obras políticas, con 5.000 ejemplares, que conjuga unas traducciones publicadas en Argentina en los años cincuenta. Maquiavelo fue estudiado por varios pensadores políticos de principios del siglo xx. Se sabe que Alfonso Reyes, alrededor de 1915-1918, intentó elaborar un estudio sobre sus dos principales obras; pero a pesar de contar en su biblioteca personal con varias ediciones sobresalientes, cartas y amplios estudios de referencia, solo dejó algunas notas (Reyes, 2016). Es hasta la segunda mitad del siglo xx que Maquiavelo será analizado a mayor profundidad. Así, José Gaos, el filósofo español ya radicado en México, dedicó una de sus lecciones universitarias a disertar sobre la teoría del Estado de Maquiavelo y de Thomas Hobbes; allí destacó que en la obra del florentino subyacen dos ideas cardinales: un pesimismo sobre el ser humano y la autonomía del poder político respecto a todos los demás valores, y que, si la primera idea no es ninguna novedad, la segunda sí lo es (Gaos, 1973). En 1955 se publica una edición bilingüe de El Príncipe con un profuso y erudito estudio preliminar, notas y apéndices de Luis A. Arocena, bajo el sello de la Universidad de Puerto Rico y la Revista de Occidente. Años más tarde, en 1969, aparecerá el docto estudio introductorio de Antonio Gómez Robledo para la edición de Porrúa en 1970, a propósito del quinto centenario del nacimiento del florentino. Gómez Robledo profundiza en las ideas de Maquiavelo, su reciente difusión, el impacto, las críticas, el legado y la actualidad. Dicha introducción es una muestra de que Maquiavelo era aún poco estudiado en América Latina; no aparece ninguna referencia de algún escritor iberoamericano, y apenas hacía una década de la aparición en español de la biografía escrita por Rodolfo Ridolfi (1961). El interés sobre su obra se amplió cuando el fce publica su Epistolario (1990), los Escritos sobre Maquiavelo, de Federico Chabod (1984), y el erudito estudio sobre los Discursos de H. C. Mansfield en Maquiavelo y los principios de la política moderna (1983). En Argentina sobresale el análisis de Romero, Maquiavelo historiador (1986), y en México destaca el estudio preliminar de Cardiel Reyes (1991) a los Escritos políticos y vida de Castruccio Castracani, publicado por la unam, así como el ejercicio de Arteaga Nava (1987) en La Constitución mexicana comentada por Maquiavelo. Requeriría todo un espacio aparte citar el amplio número de textos que han aparecido sobre Maquiavelo a partir de los años noventa del siglo xx en Latinoamérica y hasta la fecha que analizan sus ideas y desarrollan profundas lecturas en clave propiamente politológica a partir de las preguntas que planteó y que siguen vigentes. Más leído por historiadores y filósofos que por los politólogos, el pensamiento de Maquiavelo se incorporó definitivamente en la teoría política latinoamericana hasta finales del siglo xx y en las dos primeras décadas del xxi. Producto de los cambios políticos en la región y de la necesidad de acercarse a un clásico que identifica la autonomía del poder político en una era de convulsiones sociales, Maquiavelo se convirtió en un referente para tratar de orientar respuestas a las problemáticas sobre la organización del poder que desató la democratización de la región, como se nota en La herencia de Maquiavelo: modernidad y voluntad de poder (1999) y Maquiavelo en España y Latinoamérica (2014). Y la lectura de sus textos fue determinante para la enseñanza de la ciencia política en la región (Busquets, Sarlo y Delbono, 2015, pp. 44-91).

Gramsci y otras lecturas sociológicas de la realidad latinoamericana

En los años sesenta y setenta del siglo xx, Antonio Gramsci fue uno de los pensadores italianos más leídos en la región -más que Maquiavelo-, y su influencia aumentó cuando se publicaron las Cartas desde la cárcel, por las editoriales Juan Pablos y Siglo XXI, y la fundación de la revista Pasado y Presente, que se publicó de 1963 a 1973, y en la cual la mayoría de los textos eran justamente de marxistas italianos. Era natural que Gramsci se convirtiera en un referente de las ciencias políticas de la época, en un momento en que los paradigmas del marxismo dominaban las ciencias sociales en Latinoamérica. La mayor contribución de Gramsci fue haber iniciado una teoría marxista de la política (Hobsbawn, 2002); sus conceptos teóricos, tales como hegemonía e intelectual orgánico, se convirtieron en referencias obligadas para analizar los regímenes políticos en la región, al grado que se trasladaron al lenguaje político cotidiano (Ortiz, 2006), como demuestra el estudio de Peralta Pizarro El cesarismo en América Latina (1966). Gramsci contribuyó a que Maquiavelo fuera reinterpretado en clave contemporánea: «Es el partido y no una persona el nuevo príncipe»; esta idea permeó significativamente en las organizaciones políticas de la época. También permitió ampliar el conocimiento de la obra de Benedetto Croce, uno de los filósofos europeos más influyentes de la primera mitad del siglo xx, quien no era desconocido por los intelectuales latinoamericanos. Años antes, sus ideas fueron fuente de inspiración para analizar la realidad política y social en la región, como se aprecia en Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, de Mariátegui (1928), pero su incorporación a la cultura intelectual latinoamericana aumentó cuando en 1942 el fce publicó la traducción de La historia como hazaña de la libertad (or. en it., 1938) y, subsecuentemente, otras de sus obras.

A finales de los años sesenta se publican, del politólogo Umberto Cerroni, La libertad de los modernos (1968); años más tarde, Política: método, teorías, procesos, sujetos, instituciones y categorías (1992). Ambos libros se convertirían en una referencia para los estudiantes de ciencias políticas en América Latina, donde lo que escaseaban eran manuales introductorios a la disciplina. Contemporáneamente, Giorgio Alberti (n. 1936), profesor de la Universidad de Bolonia, estudiará a fondo el campesinado en el Perú; varios de sus trabajos fueron publicados por el Instituto de Estudios Peruanos (iep) y orientarían amplios estudios individuales y colectivos sobre la sociedad peruana. Una de las ideas más relevantes de Alberti es el concepto de movimentismo, una forma de comportamiento político que caracteriza la política latinoamericana y se determina por la presencia de un líder carismático que articula intereses colectivos, pero con una fuerte interdependencia vertical que genera una fuerte lealtad, también horizontal, que crea solidaridad, y un permanente antagonismo entre el movimiento y los enemigos externos, es decir, una lógica amigo/enemigo y juegos de suma cero. Para Alberti (1991), a finales del siglo xx en América Latina se diluyó la opción de la revolución desde abajo y llegó la democracia «por default»; de allí que las coaliciones dominantes autoritarias fueran sustituidas por el movimentismo. La democratización es un proceso netamente político, pero al superponerse a los procesos económicos, se invisibilizaron los problemas preexistentes de las clases sociales. A la fallida coalición de obreros y campesinos de mediados del siglo xx y la imposibilidad de reconocer sus legítimas aspiraciones se impuso la lógica del movimentismo, tanto a nivel macro como micro; ello generó la fragmentación de la sociedad civil y la desarticulación y desorganización de las instituciones estatales. Ante la falta de una fuerte coalición dominante y de la identificación de intereses de clase, se abrieron paso las soluciones personalistas que aún hoy dominan la política latinoamericana.

El elitismo clásico

La teoría de las élites fue la primera teoría propiamente politológica del siglo xx que signó el nacimiento de la ciencia política contemporánea. Sus creadores fueron Gaetano Mosca y Vilfredo Pareto; por ello se les considera los fundadores de la ciencia política italiana (figura 2). Inicialmente, no tuvieron mucho éxito; su redescubrimiento será posterior a la segunda guerra mundial, por estudiosos estadounidenses, y su influencia llegaría más tarde a América Latina, una vez pasada la euforia intelectual sobre el marxismo y el estancamiento de la antropología y la sociología como disciplinas predominantes en la comprensión de la política (Graziano, 1991). Fue hasta los años ochenta que se traduce al español La clase política (1984), de Mosca; la obra no era ignota, pero sus aportaciones se conocían de segunda mano. Pareto, destacado economista y sociólogo, contribuyó significativamente a la teoría de las élites, pero fue igualmente tardíamente rescatado, ya en el contexto de la democratización latinoamericana, quizá en parte también por la necesidad de comprender la circulación de las élites que supuso primero los procesos de transición y luego los procesos electorales democráticos (Zamitiz, 2008). Michels, alemán de origen pero italiano por convicción y adopción, completa la triada de los elitistas clásicos. En 1911 publicó -en alemán- su obra sobre los partidos políticos, Zur Soziologie des Parteiwesens in der Modern Demokratie: Untersuchungen überdie oligarchischen, que en 1912 aparecerá en italiano, y en 1915, en inglés. Fue hasta 1969, casi sesenta años después, que será publicada en español, en Argentina, bajo el título Los partidos políticos, aunque es hasta mediados de la década de los ochenta que se convierte en una referencia obligada. Su obra será conocida apenas de segunda mano por las ocasionales citas que hizo Gramsci sobre sus posturas políticas, y es hasta que en América Latina se reconfiguran los sistemas de partidos, producto de la democratización, que su teoría generó interés entre los estudiosos de los partidos políticos (Codato y Sousa, 2012). La traducción al español de Michels y su contribución a la sociología política, de Juan Linz (1998), publicada originalmente en italiano en 1966, impulsó su lectura en los contextos de la democratización en la región, y si bien es clara su contribución a la teoría de las élites y la vida interna de los partidos en Latinoamérica, aún es escasa la bibliografía relativa a su teoría de las organizaciones. En suma, las ideas de Mosca, Pareto y Michels se difundieron en América Latina hasta las dos últimas décadas del siglo xx, a la par de las modernas teorías elitistas de la democracia, ya que se les consideraba sociólogos políticos y no tanto politólogos, y si bien sus aportaciones no se circunscriben a una sola disciplina, en sus estudios las variables independientes eran más políticas que sociales (Losito y Sagre, 1988).

Figura 2:  Principales temáticas desarrolladas desde la ciencia política italiana 

Bobbio y la escuela de Turín

Norberto Bobbio, jurista, historiador de las ideas y filósofo de la política, es conocido y ampliamente leído en América Latina desde los años sesenta del siglo xx, aunque pueden encontrarse referencias en años anteriores. Bobbio mantenía un intenso diálogo con filósofos, juristas e historiadores latinoamericanos, principalmente en Chile y Argentina, adonde habían migrado miles de italianos desde la llegada del fascismo en Italia. Fueron principalmente sus escritos sobre la «teoría general del derecho» (1993) que lo convirtieron en una autoridad en la materia, y en los cuales ya se notaban sus profundas reflexiones sobre la igualdad y la libertad, que marcarían su herencia intelectual. En los años ochenta, recurrir al pensamiento de Bobbio se volvió necesario debido a los procesos de transición y construcción de la democracia en América Latina. De esta manera, El futuro de la democracia (1986), Izquierda y derecha (1994), así como La teoría de las formas de gobierno en la historia del pensamiento político (1987) y Ni con Marx ni contra Marx (1999), se convirtieron en referencias obligadas de los académicos, los promotores de la democracia y los líderes políticos de renombre. Sus ideas fundamentaron la creación del Consejo para la Consolidación de la Democracia, bajo el gobierno de Raúl Alfonsín en Argentina, en 1983. El 25 de abril de 1986 dictó la conferencia «El futuro de la democracia», con la que se inauguró formalmente la recién creada carrera de Ciencias Políticas en la Universidad de Buenos Aires. Días después visitó la Universidad de Valparaíso, en Chile, para disertar igualmente sobre la democracia, y tuvo gran impacto entre la clase política e intelectual de ese país, apenas dos años antes del plebiscito que llevaría a Pinochet a dejar el poder, evento del que Pasquino -uno de sus alumnos en Italia- fue observador. Las ideas de Bobbio continuarían difundiéndose en América Latina en el ámbito del pensamiento jurídico de la mano de discípulos suyos como Luigi Ferrajoli y Michelangelo Bovero; este último sistematizó su obra póstuma, Teoría general de la política (1999, en it.). Numerosos textos se han escrito sobre su influencia en la región; sobresalen los ensayos de Alberto Filipi y Celso Lafer, El pensamiento de Bobbio en la cultura iberoamericana (2006), así como la antología de Fernández Santillán, Norberto Bobbio: el filósofo y la política (1996) y Pensar la democracia: Norberto Bobbio (2001), de Corina Yturbe. Bobbio se convirtió así en el fundador de lo que hoy se identifica como la escuela de Turín, que recupera e integra el pensamiento clásico en la filosofía política y del derecho de manera sistemática para poner luz sobre los grandes problemas contemporáneos.

Giovanni Sartori y la escuela florentina de ciencia política

La influencia de la ciencia política italiana en América Latina en las últimas décadas tiene entre sus principales representantes a Giovanni Sartori. Su principal obra, Democratic theory (1962), es deudora de sus primeras reflexiones, plasmadas en Democrazia e definizioni (1957), publicado cuando contaba con apenas 33 años y habían pasado ya ocho años del fin de la derrota del fascismo. En América Latina, Sartori será conocido a partir de 1979, cuando se publicó La política: lógica y método en las ciencias sociales, originalmente apuntes para sus primeras lecciones de ciencia política en la Universidad de Florencia, a finales de los años cincuenta; más que un manual, es una verdadera introducción a la ciencia política que trascendió la época en la que fue escrito, pues desarrolla adecuadamente las respuestas a las preguntas esenciales en la disciplina: ¿qué es ciencia?, ¿qué es política?, ¿cómo se analiza la política?, ¿qué debemos entender por ciencia política?, entre otras. Democratic theory se tradujo al español en 1965, por la editorial Limusa, con el título Aspectos de la democracia; sin embargo, el contexto no era el más adecuado para su difusión, en un momento en el que la opción de la construcción del socialismo aún era una posibilidad y el marxismo dominaba las explicaciones en las ciencias sociales (Cerroni, 1979). Fue publicada nuevamente por Alianza Editorial en 1997, en dos volúmenes, pero su difusión fue modesta. Sus ideas no alcanzarían notoriedad hasta que se democratiza la región. La democracia fue el régimen que rivalizó durante varias décadas con los proyectos socialistas, como en la actualidad lo hace con las autocracias. Sartori analiza las diversas acepciones que durante siglos ha adquirido, profundiza en su dimensión ontológica y distingue, al igual que Bobbio, entre la democracia de los antiguos y la moderna, enfocándose en su diseño empírico como forma de gobierno. Para Sartori, la democracia no puede funcionar sin partidos políticos, porque en ellos está el centro del poder político; las instituciones gubernamentales y el parlamento son las arenas de interacción, mientras que los sistemas electorales son las reglas de la competencia. En 1982 aparecerá Modelos de partido, de Angelo Panebianco, un trabajo que ofrece un marco para el análisis de la vida interna de los partidos vistos como organizaciones. Cinco años después, en 1987, será publicada en español la seminal obra de Sartori, Partidos y sistemas de partidos, referencia obligada en los estudios sobre los partidos políticos que los clasifica a partir de criterios como la competencia y la polarización, para crear una tipología de los sistemas de partidos, así como una categorización consistente más allá de su número. Ambas obras son el ejemplo de la tradición politológica italiana en el estudio de los partidos, que se diferencian de las perspectivas sociológicas e históricas para ofrecer una explicación desde la ciencia política sobre el funcionamiento de la vida interna y los sistemas de partidos. Ingeniería constitucional comparada (1994) llegaría a América Latina mientras estaban en marcha los procesos de transición a la democracia; sus élites no pusieron en duda el presidencialismo como forma de gobierno, a diferencia de lo que sucedió en Europa del Este, donde se promovieron formas de gobierno más orientados al parlamentarismo y al semipresidencialismo. Sartori cuestionó, como hicieran Linz y Valenzuela (1997), la eficiencia del sistema presidencial, porque si bien puede asegurar una mayor gobernabilidad, cuando un gobierno presidencial entra en crisis, pone en crisis todo el sistema político. En la edición de 2000, Sartori introdujo un posfacio sobre el presidencialismo mexicano en el que propone una serie de recomendaciones orientadas al fortalecimiento democrático de la figura presidencial, mecanismos para impedir la proliferación de partidos y el fortalecimiento del equilibrio de poderes. En Cómo hacer ciencia política (2011) se publican por primera vez al español algunos de sus artículos más citados en lengua inglesa -«Malformación de los conceptos en política comparada» (1970), «La Torre de Babel» (1975) y «Reglas para el análisis de los conceptos» (1984)- sobre el análisis de los conceptos. La lectura poco atenta de algunas ideas de Sartori (2004) ha generado discusiones estériles pero llamativas, como la supuesta «muerte» de la ciencia política. Sartori simplemente criticó el exceso del cuantitativismo en la ciencia política estadounidense porque fomenta la trivialidad y la irrelevancia.

El Diccionario de política, coordinado por Bobbio, Nicola Mateucci y Pasquino, mostró por primera vez, de manera muy amplia, la fortaleza y las capacidades de la ciencia política italiana, que a la larga ha construido una tradición metodológico-conceptual. Publicado por primera vez en italiano en 1976, y en 1981 al español, en menos de cinco años aparecieron varias reimpresiones, teniendo casi veinte hasta 2021. A finales de los ochenta se publica en español el Manual de ciencia política(1988 (1986 en it.), compilado por Pasquino, con textos de Stefano Bartolini, Maurizio Cotta, Morlino y Panebianco, que igualmente se convirtió en un texto de consulta para los estudiantes de ciencia política en todo el mundo de habla hispana. En 1994 aparecería uno de los primeros textos sistemáticos que introducirían la ciencia política comparada propiamente en el mundo de habla hispana, La comparación en las ciencias sociales (1994), coordinado por Sartori y Morlino. Allí, Sartori, Morlino, Panebianco, David Collier, Stefano Bartolini y Maurizio Ferrara problematizan sobre la comparación como el método de las ciencias sociales; lo ubican como el core de la ciencia política y puntualizan los errores comunes de la comparación: parroquialismo, la clasificación incorrecta, el gradualismo y el alargamiento de los conceptos. Siguiendo esta tradición, en 2010 apareció el opúsculo de Morlino, Introducción a la investigación comparada, el que inmediatamente se incorporó a los programas de estudio de ciencia política en las universidades de América Latina.

Gianfranco Pasquino, politólogo ampliamente conocido en la región, se ocupó de la política latinoamericana desde sus primeros libros. Modernización y desarrollo político (1970 en it., 1974 en esp.) se publicó cuando estaban en ascenso las dictaduras militares en la región; en la obra desarrolla un balance sobre los estudios en torno al desarrollo político, la movilización y la modernización, y analiza cada uno de los aspectos vinculados al desarrollo económico y su relación con el régimen político. En Militari e potere in America Latina (1974) analiza cuatro sistemas políticos latinoamericanos: Argentina y la crisis de la participación, el movimiento peronista y la lógica modernizadora; Perú, el desarrollo nacionalista, tomando en cuenta la centralidad del apra; Chile, la clase media y la politización de los militares, y, finalmente, el populismo, el clientelismo y el arribo de la dictadura militar en Brasil. En el apéndice, Pasquino elabora un análisis comparado de los militares en América Latina, describiendo las diversas modalidades de relacionarse con los sistemas políticos y los liderazgos internos y externos sobre los cuales apoyaban su poder. El interés por los militares lo llevará a coordinar el libro Il potere militare nelle società contemporanee (1985), junto con Franco Zannino. En La democracia exigente (1999) se centra en las cuestiones que plantea la relación entre ética y política, poniendo en primer plano que en la democracia importan de igual manera los medios y los fines. Pasquino es, junto con Bobbio, uno de los politólogos más traducidos al español: La oposición (1998), La oposición en las democracias contemporáneas (1997), con Oreste Massari, así como los muy didácticos textos Sistemas políticos comparados (2004) y Los poderes de los jefes de gobierno (2007). En el Nuevo curso de ciencia política (2011), editado por primera vez en italiano en 1997, además de hacer una concisa introducción a la disciplina, explica por qué es la ciencia social que tiene la mayor capacidad heurística para formular y sistematizar el conocimiento sobre el poder y la dominación política. Para Pasquino, la ciencia política es una ciencia aplicada, pues quien la cultiva como profesión logra adquirir el conocimiento de técnicas analíticas específicas que le permiten «aplicar» -o, al menos, «señalar»- las consecuencias de determinados mecanismos y de la existencia de ciertas condiciones que pueden mantener o cambiar la lógica de la política, sobre todo a nivel institucional. Un buen politólogo puede aconsejar la pertinencia o no de un cambio institucional, y si está en una posición de decisión, implementarla.

Leonardo Morlino se formó con Sartori, pero su trabajo inicial estuvo más cercano a la obra de Juan Linz, de quien también fue discípulo. Su libro Cómo cambian los regímenes políticos (1985) tuvo la fortuna de ser acogido rápidamente, pues apareció cuando gran parte de los países de Latinoamérica estaban en proceso de transición a la democracia y porque ofrecía un marco de análisis sobre los cambios de régimen y una síntesis sobre las diversas perspectivas respecto de los procesos de democratización; además, proporcionaba respuestas con relación a la legitimidad y la eficiencia decisoria, creando una teoría del «anclaje democrático». En Democracias y democratizaciones (2005) introduce el tema de la calidad de la democracia en América Latina; si bien ya se conocía, sus referencias eran escasas y no se contaba con una guía para su estudio. Su principal contribución fue establecer una serie de criterios mínimos indispensables a partir de los cuales se puede «medir» la calidad de una democracia. Para ello propone seis dimensiones empíricas, tres procedimentales y tres de contenido: rule of law, accountability electoral, accountability interinstitucional, responsiveness, la libertad y la igualdad (Morlino, 2007). Esta propuesta, criticada pero finalmente aceptada, se configuró como un marco teórico que permite comprender en la actualidad los diversos índices de la democracia que ofrecen, año con año, un panorama del estado de la democracia a nivel mundial.

En esta revisión no pueden faltar las contribuciones de Donatella Della Porta y de Stéfano Bartolini, apenas conocidas superficialmente en la ciencia política latinoamericana. Della Porta es un referente en el estudio sobre los movimientos sociales, la corrupción gubernamental y el desarrollo de la metodología de la comparación. Apenas en 2011 se publicó su libro Los movimientos sociales, orientado a reformular las teorías de la acción colectiva, y en 2013, un libro colectivo, Enfoques y metodologías en las ciencias sociales: una perspectiva pluralista, el que coordinó con Michael Keating. Stéfano Bartolini es aún poco conocido en el ámbito de la ciencia política latinoamericana; solo se han traducido su ensayo sobre el tiempo en el libro de Morlino y Sartori (1994), en el que discurre sobre el tratamiento del tiempo, las unidades y las propiedades, sistematizando las bases de la comparación sincrónica y diacrónica, y su aportación al Manual de ciencia política (1988). Aún es desconocida en español su profunda introducción a la obra clásica de Stein Rokkan, Citizens, elections, parties (1982), y su extenso análisis sobre la izquierda en Europa, The political mobilization of the European Left, 1860-1980 (2000). En las próximas décadas es muy probable que la proyección del pensamiento y de los cultores de la ciencia política italiana se amplíe. Todavía falta por difundirse la erudita obra de Nadia Urbinati, de quien en 2020 se tradujo al español Yo,el pueblo: cómo el populismo transforma la democracia, precisamente en un momento en el que están en ascenso los populismos tanto de izquierda como de derecha en América Latina. Igualmente, aún no se profundiza en las contribuciones de Sergio Fabbrini y Danielle Caramani en el estudio de la política comparada: del primero apenas se ha traducido su trabajo El ascenso del príncipe democrático (2009); Caramani es compilador de uno de los mejores textos de política comparada, que lleva ya cinco ediciones en inglés. Del mismo modo, las lecturas sobre el republicanismo de Maquiavelo de Maurizio Viroli, de quien se han traducido La sonrisa de Maquiavelo (2000) y La redención de «El príncipe»: el significado de la obra maestra de Maquiavelo (2016), publicado por la Universidad de los Andes en Colombia. Urbinati, Caramani y Viroli, entre muchos otros, se formaron en Italia, pero tuvieron que emigrar para desarrollar su trabajo, debido al esclerótico sistema universitario de ese país que padecen igualmente casi todas las universidades latinoamericanas.

Conclusiones

La ciencia o las ciencias no tienen nacionalidad, pero sí lugares de origen, cultores y desarrolladores; ello permite identificar una comunidad académica y científica que crea ideas, conceptos, teorías y metodologías, y que define temas y problemas que impactan a una disciplina. La ciencia política ostenta una tradición de pensamiento político de larga data y puede contar entre sus padres fundadores a figuras tan notables como Nicolás Maquiavelo, cuyas aportaciones nacen en un contexto de incertidumbre y de cambio político. Sus reflexiones estaban orientadas a la construcción de un orden político -la unidad nacional- que aparecerá hasta tres siglos después. Sus ideas en torno al Estado y el poder político se proyectarán como los antecedentes inmediatos de la ciencia política moderna; esta es la primera influencia directa de la ciencia política italiana en la disciplina. En América Latina aparecerán Estados nación antes de la unificación italiana, y a pesar de que se convirtió en una de las principales regiones receptoras de las grandes olas migratorias italianas de finales del siglo xix y principios del siglo xx, el pensamiento político italiano no tendrá gran influencia, a diferencia del francés y el inglés. Pero en la segunda mitad del siglo xx, y en específico durante los procesos de transición a la democracia y hasta la fecha, hay una marcada presencia del pensamiento y la ciencia política italianas. La ciencia política en Italia, como en todo el mundo, es una ciencia nueva; allí surgieron sus primeros cultores, que inmediatamente sucumbieron primero ante el embate de otras disciplinas como el derecho y la historia, y, finalmente, ante el fascismo. La ciencia política que hoy conocemos nacerá en Estados Unidos, pero fueron el realismo y el elitismo italianos los que sentaron sus bases, y la ciencia política en América Latina se ha nutrido de estas y nuevas escuelas de pensamiento. Así, con el objetivo de rastrear su influencia en la región, se han identificado cinco corrientes que han impactado el desarrollo de la disciplina. Primero, el realismo político, precedido del pensamiento utópico, que se caracteriza por identificar en la modernidad la lucha por el poder político como la propiedad que define a la política; ello le otorga autonomía y permite sentar las bases de la ciencia política moderna. Segundo, el elitismo, que igualmente identifica una regularidad política, esto es, que son las élites -de tipos diferentes- las que se disputan el poder político, independientemente del régimen, y que históricamente se observa como una constante. Tercero, el marxismo gramsciano, que crea una teoría política del Estado y ofrece un marco teórico para la interpretación de la relación entre la sociedad civil y la sociedad política, así como el rol de los liderazgos carismáticos en los contextos de crisis hegemónica. Finalmente, la tradición del liberalismo democrático, que madura en la segunda mitad del siglo xx y se bifurca entre los filósofos políticos de la escuela de Turín, y los cientistas político-empíricos, orientados a la política comparada de la escuela de Florencia. De estas últimas escuelas, la ciencia política latinoamericana se ha nutrido profusamente: por un lado, porque las preocupaciones sobre la democracia, la libertad, la igualdad y sus bases normativas han aparecido en momentos de crisis y cambios en la región, y toda transformación requiere bases teóricas para comprenderla y orientarla, y en ello, el pensamiento político italiano contemporáneo ha tenido relevancia; por otro lado, porque el estudio de los sistemas políticos, sus instituciones, procesos, desempeño y resultados en los contextos de democratización, consolidación -y ahora, desconsolidación- ha requerido de marcos teóricos que orienten la investigación empírica en la ciencia política, y en estos temas, la politología de origen italiana ha ofrecido coordenadas teórico-metodológicas que se han difundido entre la comunidad politológica latinoamericana. Todas las sociedades tienen preocupaciones políticas que varían en el tiempo; dependiendo de las preguntas que traten de responderse se acudirá a determinadas respuestas que, bajo condiciones similares, se han formulado. La ciencia política, como otras ciencias sociales, ofrece respuestas sofisticadas a los problemas políticos de nuestro tiempo. Siguiendo el proverbio toscano, «il sapere ha un piede in terra e l’altro in mare», y el pensamiento y la ciencia política italianas son un buen ejemplo de ello; al «viajar» a América Latina, la politología italiana ha sido una aliada para formular preguntas y respuestas a los problemas políticos de la región, y la experiencia político italiana debería ser también mejor vista desde la ciencia política latinoamericana, pues sigue siendo un laboratorio de procesos e ideas políticas que continúan definiendo la disciplina.

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Contribución de autoría El autor es el único responsable del artículo.

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1 Imre Lákatos (2007) lo llama «heurística negativa», pero se puede entender igualmente como «paradigma», en términos de Khun: «Un paradigma es lo que los miembros de una comunidad científica, y solo ellos, comparten. A la inversa, es la posesión de un paradigma común lo que constituye una comunidad científica» (Kuhn, 1982, p. 318).

2El que sea una comunidad abierta (open system) no significa que la membresía (membership), en términos sistémicos, lo sea igualmente para cualquier actor. Los grados académicos suponen, en la actividad científica, una condición necesaria pero no suficiente. Para pertenecer a la comunidad es necesario hacer ciencia: estudiar, analizar, refutar, aumentar el conocimiento. El grado académico en una disciplina cualquiera no habilita necesariamente para asumirse como científico, y esto vale para todas las ciencias.

3«Los años de plomo» refiere a la década de los años setenta y gran parte de los ochenta del siglo xx, época en la que las posiciones extremistas de la política —principalmente de izquierda, pero también de la derecha— protagonizaron actos de terrorismo y manifestaciones en contra de la política parlamentaria. Extremistas de derecha intentaron un golpe de Estado («Golpe Borghese»), mientras que los extremistas de izquierda se centraron en los secuestros políticos y ataques terroristas; sobresalen las acciones de las Brigadas Rojas, que buscaban la lucha armada para imponer el comunismo (vid.Cerella, 2007).

4La primera edición fue de 1896. En México apareció hasta 1984, editada por el fce con el título de La clase política (vid. Bobbio, 2001, p. 159).

5Sobre los diversos juicios a la obra de Maquiavelo, vid. «Apéndice IV. Juicios sobre Maquiavelo y el maquiavelismo en los siglos xvi y xvii», en Maquiavelo, edición de L. A. Arocena, 1955, pp. 493-554.

Nota: Este artículo fue aprobado por los editores de la revista Dra. Verónica Pérez y Dr. Diego Luján.

Recibido: 21 de Octubre de 2022; Aprobado: 27 de Junio de 2023

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