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Revista Uruguaya de Ciencia Política

versão impressa ISSN 0797-9789versão On-line ISSN 1688-499X

Rev. Urug. Cienc. Polít. vol.28 no.1 Montevideo jun. 2019  Epub 01-Jun-2019

https://doi.org/10.26851/rucp.28.1.2 

Artículo original

Prácticas internacionales 1

International practices

Emanuel Adler1 

Vicente Pouliot2 

Traducción:

Nicolás Pose
http://orcid.org/0000-0002-4462-1189

1Universidad de Toronto emanuel.adler@utoronto.ca

2McGill University vincent.pouliot@mcgill.ca


Resumen:

En este artículo se aborda la política mundial a través de los lentes de sus diversas prácticas, que son definidas como actuaciones competentes. Estudiar Relaciones Internacionales (RI) desde la perspectiva de las prácticas internacionales promete tres avances clave. El primero implica que se puede entender la teoría de las RI y la política internacional mejor o de forma diferente. La política mundial puede ser concebida como estructurada por prácticas, las que dan significados a las acciones internacionales, hacen posible la interacción estratégica, y son reproducidas, cambiadas y reforzadas por las acciones e interacciones internacionales. Este enfoque ayuda a expandir la ontología de la política mundial, sirve como punto focal sobre el cual estructurar los debates de la teoría de RI, y puede ser usado como unidad de análisis que transciende el entendimiento tradicional de los niveles de análisis. Se ilustra qué es una práctica internacional revisando el trabajo seminal de Thomas Schelling sobre negociaciones. El segundo avance, con la ayuda de ilustraciones sobre prácticas de disuasión y control de armas durante la Guerra Fría y la pos-Guerra Fría, tales como seguridad cooperativa, muestra como las prácticas constituyen interacción estratégica y negociación de modo más general. Finalmente, desde la perspectiva de las prácticas se abre el camino a una innovadora y apasionante agenda de investigación que sugiere nuevas preguntas y puzzles, y lleva a revisar conceptos centrales de la disciplina, como el poder, la historia y la estrategia.

Palabras clave: teoría de las prácticas; ontología; teoría social; interacción estratégica; prácticas de seguridad

Abstract:

In this article, we approach world politics through the lens of its manifold practices, which we define as competent performances. Studying International Relations (ir) from the perspective of international practices promises three key advances. First, by focusing on practices in IR, we can understand both IR theory and international politics better or differently. World politics can be conceived as structured by practices, which give meaning to international action, make possible strategic interaction, and are reproduced, changed, and reinforced by international action and interaction. This focus helps broaden the ontology of world politics, serves as a focal point around which debates in ir theory can be structured, and can be used as a unit of analysis that transcends traditional understandings of ‘levels of analysis’. We illustrate what an international practice is by revisiting Thomas Schelling’s seminal works on bargaining. Second, with the help of illustrations of deterrence and arms control during the Cold War and of post-Cold War practices such as cooperative security, we show how practices constitute strategic interaction and bargaining more generally. Finally, a practice perspective opens an exciting and innovative research agenda, which suggests new research questions and puzzles, and revisits central concepts of our discipline, including power, history, and strategy.

Keywords: practice theory; ontology; social theory; strategic interaction; security practices

Introducción

En este artículo se invita a los estudiosos de las Relaciones Internacionales (RI) a abordar la política mundial a través de los lentes de sus diversas prácticas. Desde el foco sobre lo que los practicantes hacen se realiza un acercamiento al despliegue cotidiano de la vida internacional y se analizan las actuaciones que, puestas en conjunto, constituyen la gran imagen de la política mundial. Por supuesto, las prácticas han sido un objeto central de análisis en RI durante mucho tiempo. A partir del giro práctico que ha tomado recientemente la teoría social (Schatzki, Knorr Cetina, Von Savigny, 2001), en este artículo se desarrolla y sistematiza un programa de investigación que toma a las actuaciones competentes como su principal punto de entrada al estudio de la política mundial. El argumento no se basa en que las prácticas internacionales ofrecen la gran teoría universal o la totalidad ontológica de lo social, sino en que dan mejor cuenta de las múltiples caras de la política mundial en acción -incluye el poder y la seguridad, el comercio y las finanzas, la estrategia, las instituciones y las organizaciones, los recursos, el conocimiento y los discursos, etc.- como parte del hacer en y del mundo.

Recientemente, el estudio de las prácticas internacionales ha ganado impulso significativo. En las RI entre los primeros académicos que prestaron atención a las prácticas se encuentran los posestructuralistas que, a partir del trabajo seminal de Michel Foucault, entre otros, revisaron la política mundial como un conjunto de prácticas textuales (Der Derian y Shapiro, 1989). Una de las percepciones clave traídas por el posestructuralismo a las RI es que las complejas imágenes de la política mundial están compuestas de numerosas prácticas cotidianas que muy frecuentemente son ignoradas por la investigación académica (Der Derian, 1987; Doty, 1996). Al mismo tiempo, varios académicos de RI, inspirados por el trabajo de prominentes teóricos sociales como Pierre Bourdieu, empezaron a colocar el tema de las prácticas en el centro de sus análisis (Ashley, 1987; Bigo, 1996; Guzzini, 2000; Hopf, 2010; Huysmans, 2002, Keck y Sikkink, 1998). La emergente perspectiva constructivista -un creciente interés en las acciones (Onuf, 1989) y en el razonamiento práctico (Kratochwil, 1989; Reus-Smit, 1999)- también contribuyó a establecer a las prácticas internacionales como objetos válidos de análisis en la disciplina. Dicho esto, el reciente giro a las prácticas en RI se produjo en el cambio de milenio, cuando a partir de un movimiento intelectual similar en la teoría social Neumann (2002) abogó por «devolver la práctica al giro lingüístico». Desde entonces, un número cada vez mayor de académicos se ha unido a la puja (Adler, 2005; 2008; Gheciu, 2005; Mitzen, 2006; Büger y Gadinger, 2007; Krebs y Jackson, 2007; Krotz, 2007; Williams, 2007; Adler-Nissen, 2008; Mérand, 2008; Pouliot, 2007; 2008; 2010a; 2010b; Wiener, 2008; Leander, 2009; Seabrooke y Tsingou, 2009; Brunnée y Toope, 2010; Katzenstein, 2010; Koivisto y Dunne, 2010; Villumsen, en edición; Haas y Haas, 2002; Kratochwil, 2007; Friedrichs y Kratochwil, 2009; Hellmann, 2009).

Aun cuando el proyecto de las prácticas está en deuda con el posestructuralismo, se considera que varias de sus características contemporáneas divergen con ese movimiento. En primer lugar, aunque se acuerda con que las prácticas tienen una dimensión epistémica o discursiva, se amplía su ontología y, por tanto, no se limita el alcance del estudio a los textos y los significados. Más bien, las prácticas obligan a dialogar con la relación entre la agencia y los entornos sociales y naturales, con factores materiales y discursivos, y con los procesos simultáneos de estabilidad y cambio. De hecho, el concepto de prácticas es valioso precisamente porque también lleva fuera del texto. Roxanne Doty (1996: 72), una prominente académica posestructuralista que contribuyó a colocar las prácticas en la agenda de RI, observa que «es la repetición y la diseminación lo que da representación a su poder, no una estabilidad inherente y su cerramiento. En segundo lugar, y relacionado con lo anterior, el estudio de las prácticas no puede limitarse a deconstruir «la naturaleza política, construida y arbitraria» de las «oposiciones binarias abstractas» que estructuran las prácticas discursivas (Doty, 1996, p. 3; ver también Der Derian, 1987; Walker, 1993, entre otros). La emancipación puede ser un objetivo legítimo de la investigación, pero parece haber más en juego en el estudio de las prácticas -en primer lugar, para explicar y comprender cómo funciona realmente la política mundial, es decir, en la práctica. A diferencia de los posestructuralistas -quienes típicamente buscan exponer la contingencia, apertura e inestabilidad de los discursos-, en este artículo se busca explicar cómo, en el terreno, la mayoría de las dinámicas políticas descansan en la fijación de los significados; un trabajo duro en el que las prácticas juegan un rol destacado.

Al mismo tiempo, también se intenta evitar la trampa realista de considerar a las prácticas exclusivamente como representaciones materiales de intereses, lo que relega a las ideas al papel de ganchos, como en el dictamen de Steven Krasner (1993, 238, 257). Desde una perspectiva realista, como la de Krasner, las ideas son meras justificaciones o racionalizaciones legitimadoras ex post facto sin existencia ontológica; todo lo que importa en política internacional son las prácticas políticas, que representan el balance de los recursos militares, económicos y cognitivos. El enfoque aquí presentado sobre la práctica en RI trasciende la dicotomía entre las prácticas políticas -entendidas como representaciones del balance material de recursos- y las ideas. Porque incluso en los casos donde las prácticas políticas o militares, como la contrainsurgencia, no se ajusten a los ideales colectivos de los Estados practicantes, como los derechos humanos, estas no pueden adquirir sus patrones de existencia y ser ejecutadas de forma habilidosa sin el conocimiento aprendido y congelado, y los discursos que dan significado a los recursos materiales e institucionales y a las tecnologías sociales.

Finalmente, contrario a los escritos anteriores sobre prácticas internacionales, no se cree que el uso del concepto necesariamente conlleve un ismo exclusivo. Como se explicó en mayor detalle en otro trabajo (Adler y Pouliot, en edición), la noción de práctica ofrece un punto focal particularmente fértil que hace posible el intercambio interparadigmático. Un enfoque teórico orientado a las prácticas en RI comprende un amplio conjunto de marcos analíticos que privilegian la práctica como el punto de entrada clave al estudio de la vida política y social. Tan pronto como se presta atención a las prácticas, se vuelve difícil e incluso imposible ignorar las estructuras (o la agencia), las ideas (o la materia), la racionalidad (o la funcionalidad) y la estabilidad (o el cambio); se obliga ontológicamente a llegar más allá de los tradicionales niveles y unidades de análisis. Ello implica que no existe la teoría de la práctica, sino una variedad de teorías centradas en las prácticas.

En este artículo se busca, entonces, aprovechar el inmenso potencial que tiene el concepto de práctica para el estudio de la política mundial. Se hace a través de dos pasos principales. En la primera parte se atienden los asuntos conceptuales: se da una definición de prácticas y se delinean sus componentes ontológicos clave. Luego, se ilustra qué es una práctica internacional a partir de la revisión del trabajo seminal de Thomas Schelling sobre negociación. En la segunda parte se explora el valor agregado de tomar en serio a las prácticas internacionales. Se empieza con grandes implicaciones socioteóricas, se advierte que el concepto de práctica ayuda a evitar una serie de dicotomías arraigadas entre ideas y materia, estabilidad y cambio, estructura y agencia, etc. Luego, se desarrolla una sección sobre cómo las prácticas estructuran la interacción internacional y, en particular, la interacción estratégica. En esa sección se explica la interacción estratégica basada en las prácticas de disuasión y el control de armas durante la Guerra Fría, y en las prácticas de seguridad cooperativas en la pos-Guerra Fría. Finalmente, se concluye con un llamado al diálogo entre los paradigmas en RI y se plantea una agenda de investigación sobre prácticas internacionales que podría ayudar a mejorar nuestra comprensión de la política mundial.

¿Qué son las prácticas?

En esta sección se presentan los asuntos definicionales. Primero, se diferencia entre comportamiento, acción y práctica, y luego se desarrollan los principales elementos conceptuales que comprenden el concepto de práctica ontológica: performance, patrón, (in)competencia, antecedentes, y el nexo material/discursivo. También se abordan los temas de agregación y prácticas corporativas. Luego, se ilustran esos puntos con el ejemplo de la negociación. Sobre la base de los trabajos fundamentales de Schelling, se aplica la definición obtenida a un conjunto de prácticas centrales en la política mundial.

Definición: prácticas como performances competentes

Las prácticas son performances competentes. Más precisamente, son patrones de acción socialmente significativos que, al ser realizados de manera más o menos competente, simultáneamente conllevan, representan y posiblemente reifican el conocimiento de contexto (background) y el discurso en y sobre el mundo material. Prácticas como el delinear una frontera territorial, disuadir con armas nucleares, o el comercio financiero, no son solo meras flechas descriptivas que conectan estructura con agencia y agencia con estructura, sino que también son procesos materiales e ideacionales dinámicos que permiten a las estructuras ser estables o evolucionar, y a los agentes reproducir o transformar estructuras. Las implicaciones socioteoréticas de esta definición se explorarán en la segunda parte del artículo. Aquí, los objetivos son: i. diferenciar entre comportamiento, acción y práctica; y ii. desempaquetar la noción de práctica examinando sus principales elementos conceptuales.

En términos corrientes, los conceptos de comportamiento, acción y práctica a menudo se usan indistintamente. Conceptualmente, sin embargo, no significan lo mismo. Una forma sencilla de notar sus diferencias es concebir estas nociones como una gradación: las acciones son un tipo específico de comportamiento y las prácticas son una forma particular de acción (véase Cook y Brown, 1999, p. 387). En síntesis, el concepto de comportamiento evoca la dimensión material del hacer, como una acción realizada en o sobre el mundo; luego, la noción de acción agrega una capa ideacional, que enfatiza el significado de la acción tanto en el ámbito subjetivo como intersubjetivo; y finalmente, el término práctica agrega otra capa al edificio o, mejor dicho, hace que actúen conjuntamente como una estructura coherente, mostrando la naturaleza modelada de las acciones en contextos socialmente organizados. La distinción entre comportamiento y acción es la más fácil de comprender: acción es comportamiento imbuido de significado. Correr por las calles sin rumbo es simplemente comportamiento, correr tras un ladrón es una acción dotada de significado. Las prácticas, sin embargo, son patrones de acción que están integradas en contextos organizacionales particulares y, como tales, están articuladas con tipos específicos de acción y son socialmente desarrollados a través del aprendizaje y del entrenamiento (Corradi, Gherardi, Verzelloni, 2010). La acción es siempre una parte constitutiva de cualquier práctica y, sin embargo, lo inverso no es necesariamente cierto.

La acción es específica y localizada en el tiempo; las prácticas son clases generales de acción que, aunque situadas en un contexto social, no se limitan a ninguna realización específica. El acto de escuadrones de policías persiguiendo a bandas criminales es una práctica, porque está socialmente estructurada y es reiterada. De manera similar, un portaviones estadounidense que ingresa al estrecho de Ormuz supone una acción dotada de significado social. La misma acción, sin embargo, cuando está integrada en un contexto organizativo, repetida en el tiempo y en el espacio, constituida por el conocimiento sobre la explotación de la fuerza potencial, y articulada como parte de un conjunto complejo de otros desempeños sociales que pueden requerir aprendizaje y capacitación, es parte de la práctica de la diplomacia coercitiva.

Por prácticas internacionales se denotan las actividades socialmente organizadas que conciernen a la política mundial, ampliamente concebida. En la definición del alcance de este artículo no se toma una posición en los múltiples debates definicionales que se desarrollan en la disciplina, como los que se dan entre política comparativa vs. internacional, o gobernanza global vs. relaciones internacionales. En cambio, se argumenta que una de las consecuencias epistemológicas clave de tomar en serio a las prácticas internacionales es precisamente traer esos debates académicos a la tierra de la política mundial para realizar un escrutinio empírico de los procesos por los cuales ciertas performances competentes producen efectos de naturaleza política mundial. En otras palabras, el alcance del análisis -global, internacional, transnacional, regional, organizacional, subestatal, local, etc.- es en sí mismo una cuestión de práctica: la definición de qué cuenta como una práctica internacional y qué no es mejor dejarla en manos de los propios practicantes, en sus performances reales en la política mundial.

Permita, ahora, que se desagregue la noción de práctica. Primero, una práctica es una performance (Goffman, 1959; Butler, 1990), esto es, un proceso de hacer algo. Contrariamente a las entidades o sustancias que pueden ser captadas de manera reificada, las prácticas no tienen otra existencia en su desarrollo o proceso (Jackson y Nexon, 1999). El desempeño de la práctica va con, y constituye, el flujo de la historia. Como una forma de acción, la práctica difiere de las preferencias o creencias que expresa y de los discursos o las instituciones de los que es una instancia.

Segundo, las prácticas tienden a darse en patrones; ya que generalmente exhiben ciertas regularidades en el tiempo y el espacio. De una manera que recuerda a la rutina, las prácticas se repiten o al menos reproducen comportamientos similares con significados regulares. Estos patrones, como se explicó anteriormente, son parte de un contexto socialmente organizado, que no solo les da significado, sino que también estructura la interacción. Sin embargo, esto no implica decir que las prácticas son estrictamente iterativas, ya que siempre existe espacio para la agencia, incluso en la repetición (De Certeau, 1990; ver también para crítica: Goffman, 1959; Turner, 1994). Como regla general, no obstante, la iteración es una característica clave de las prácticas y la condición que posibilita su existencia social.

Tercero, la práctica es más o menos competente de una manera socialmente significativa y reconocible. La dimensión estructurada de la práctica se deriva no solo de la repetición, sino también, y de hecho principalmente, del hecho de que los grupos de individuos tienden a interpretar su desempeño según estándares similares (Goffman, 1959). El reconocimiento social es, por tanto, un aspecto fundamental de la práctica; su (in)competencia nunca es inherente, sino que se atribuye en y a través de relaciones sociales. La noción de performance implica que existe un público o una audiencia capaz de evaluar la práctica. Como señala Barnes (2001), contrariamente al hábito, que se realiza en una escala individual (y se aprehende como tal), una práctica puede realizarse de manera correcta o incorrecta. La atribución de (in)competencia es un proceso social eminentemente complejo; por ejemplo, en algunos contextos, una práctica incompetente puede ser más exitosa para generar resultados que una virtuosa.

Cuarto, las prácticas descansan en el conocimiento de contexto, que encarna, promulga y reifica todo a la vez. El conocimiento no solo precede a la práctica, como la hacen las intenciones, creencias, etc. Además, la intersubjetividad está ligada a la ejecución y solo puede expresarse como tal (Wittgenstein, 1958; Taylor, 1985). El conocimiento de contexto es práctico; está orientado hacia la acción y, como tal, usualmente se parece más a una habilidad que al tipo de conocimiento que puede ser esgrimido o representado, tal como normas o ideas (Bourdieu, 1990).

Por último, las prácticas traen conjuntamente los mundos discursivos y materiales. Sin lenguaje, comunicación, y discurso, la gente no podría ver la diferencia entre comportamiento y práctica. No solo es el lenguaje el conductor del significado, lo que convierte a las prácticas en el lugar y el motor de la acción social, sino que también es en sí mismo una realización o hacer en la forma de prácticas discursivas (Foucault, 1980). Por naturaleza, la práctica representa el mundo en formas específicas; implícitamente producen la afirmación «así es como son las cosas» (Swidler, 2001). Al mismo tiempo, las prácticas están mediadas por artefactos materiales (Reckwitz, 2002; Latour, 2005). La práctica típicamente es realizada en y sobre el mundo, y en este sentido puede cambiar el ambiente físico y las ideas que de forma individual y colectiva la gente tiene sobre el mundo.

Como una ilustración preliminar tómese la práctica de las cumbres internacionales -las cumbres anuales del G8, por ejemplo. Estas reuniones de representantes de Estado constituyen una práctica internacional en la medida en que se ajustan a las cinco dimensiones que se acaban de exponer. Primero, las cumbres del G8 son performances; consisten en una serie de acciones y procesos que se desarrollan en tiempo real, desde la ceremonia de bienvenida hasta la conferencia de prensa conjunta a través de la fotografía oficial. Segundo, estas performances tienen año a año el mismo patrón. Aunque cada reunión muestra sus propias particularidades, hay muchas regularidades en cómo son organizadas, incluyendo el orden escogido y la mezcla de discusiones formales e informales. Tercero, los representantes estatales generalmente exhiben un variado grado de competencia en su participación en la cumbre. Los medios y las poblaciones reconocen el significado de un video que presenta al primer ministro británico bromeando de forma causal con el presidente de Estados Unidos, por ejemplo. Cuarto, muchas de las performances yacen en una forma de conocimiento de contexto que está atada a las prácticas. Por ejemplo, hay una manera específica y habilidosa para que los representantes nacionales puedan sutilmente tomar una pequeña distancia del consenso logrado para el comunicado oficial. Quinto, y último, las cumbres del G8 son ideacionales y materiales. Los participantes dedican un montón de tiempo hablando -en forma pública y privada- sobre sus reuniones para representar preferencias y políticas. Para ello, usan una variedad de materiales (salas de conferencia, artefactos ceremoniales, internet, intercambio de notas con sherpas, etc.).2

Conceptualmente, cualquier práctica dada podría ser evaluada a través de diferentes niveles de agregación. Por ejemplo, la práctica de las cumbres internacionales es un agregado de varias performances competentes que incluye la cena formal, la conferencia de prensa, las reuniones de trabajo bilateral, etc. Se sugiere que la identificación del nivel más apropiado de agregación debería basarse en dos criterios. En primer lugar, el puzzle de investigación: si lidiara con cumbres internacionales, entonces es más apropiado concebir a las cumbres del G8 como una práctica agregada; un estudio sobre los ritos intergubernamentales, sin embargo, tal vez requiera analizarse en un nivel más bajo. Segundo, la experiencia práctica de los ejecutantes ayuda a decidir cuál es el nivel de agregación más apropiado. En el caso que nos ocupa, si los representantes estatales actúan en las cumbres del G8 como un todo, entonces es un punto de partida relevante. Los sherpas, sin embargo, podrían buscar dentro de la reunión formal multilateral dónde está la acción. En términos metodológicos, comprender el sentido y las situaciones son aspectos particularmente importantes en el estudio de las prácticas internacionales.

El estudio de las prácticas internacionales también enfrenta el tema de las prácticas corporativas, esto es, prácticas que realizan colectivos al unísono. En la política mundial la mayoría de las prácticas pertenecen a este tipo: la guerra, por ejemplo, es un patrón de acción con significado social, que al realizarse de forma más o menos competente, simultáneamente encarna, reifica, y actúa sobre el conocimiento de contexto y discurso en y sobre el mundo material. En un sentido muy importante, las cumbres del G8 son realizadas no solo por los jefes de Estado singulares sino también por amplios equipos de representantes. De hecho, debido a que el conocimiento de contexto está necesariamente atado a ellas, las prácticas internacionales son siempre logros colectivos (Barnes, 2001). Las prácticas corporativas se explican como estructuradas y actuadas por comunidades de práctica y por la difusión de conocimiento de contexto entre agentes de estas comunidades, que los predispone a actuar coordinadamente. Por ejemplo, en discusiones país a país a diferentes niveles (jefes de Estado, sherpas, asesores políticos, grupos de expertos, etc.), una misión de un país dado intenta captar, en forma coordinada, cuál es la posición de una capital extranjera en un tema particular y cuán flexible podría ser. Estas prácticas corporativas no son la acción de un agente corporativo (el Estado), sino la de una comunidad de representantes de la que sus miembros entran a formar parte de relaciones modeladas, dentro de un contexto social organizado, gracias a la presencia de predisposiciones antecedentes similares.

Aplicación: negociando con Schelling

En esta sección, se ilustra la definición de prácticas internacionales revisando la teoría seminal de Schelling sobre negociación estratégica. En muchos sentidos, no es posible encontrar una discusión teorética más sofisticada que la de Schelling sobre una práctica internacional clave. Su obra (Schelling 1980 (1960), 1966, 1978) se presta particularmente bien para interpretar la práctica, porque es tanto analítica como prescriptiva. Lo más sobresaliente es que es una teoría general de negociación que se aplica tanto a la maniobra en una guerra limitada como en un embotellamiento de tránsito (Schelling, 1980: 53). A su vez, el trabajo de Schelling es sobre una constelación de prácticas: la práctica de la negociación -o el arribo competente a expectativas convergentes- en la parte superior, seguido de forma jerárquica por prácticas de disuasión y compellence, que se basan en amenazas y garantías prácticas, que son a su vez posibles por movidas políticas arriesgadas y guerras prácticas limitadas.

Schelling (1966: 136, nota al pie 7) está particularmente interesado por el elemento estratégico de la negociación, que se basa en la interdependencia de las decisiones:

La esencia de la negociación es la comunicación de intenciones, la percepción de la intención, la manipulación de las expectativas acerca de lo que uno aceptará o rechazará, la formulación de amenazas, ofertas y garantías, la muestra de determinación y evidencia de capacidades, la comunicación de los constreñimientos sobre lo que uno puede hacer, la búsqueda de compromiso e intercambios mutuamente deseables, la creación de sanciones para hacer cumplir los acuerdos y entendimientos, los esfuerzos genuinos para informar y persuadir, y la creación de hostilidad, amabilidad, respeto mutuo, o reglas de etiqueta.

En base a esta definición, se quiere mostrar cómo el tratamiento dado por Schelling a la negociación menciona, más o menos directamente, cada una de las principales dimensiones de práctica que se presentó anteriormente.

Para empezar, la práctica de la negociación es más o menos competente para alcanzar la coordinación. La habilidad crucial es la comunicación «generar la señal adecuada», como dice Schelling (1966: 113). A través del proceso de negociación, los jugadores necesitan comunicar estrategias, compromisos y demás. La habilidad se precisa también para generar en otros los incentivos correctos. Por ejemplo, la diplomacia habilidosa de parte de un jugador disuasor requiere la estructuración del juego de tal manera de dejar la última chance clara de evitar las consecuencias amenazadas al jugador disuadido (Schelling, 1966, p. 101). De forma similar, las tácticas políticas arriesgadas significan manipular el riesgo compartido de guerra sin caer en él, mientras las tácticas de erosión, que buscan alcanzar compromisos, consisten en mostrar inocencia o inadvertencia en tanto el jugador traspasa los límites dados (Schelling, 1966, pp. 99 y 67, respectivamente). Asimismo, quienes coaccionan deberían comunicar su determinación sin posicionarse a sí mismos en una forma en la que son forzados a actuar (Schelling 1966: 84). En suma, para Schelling, la teoría de la disuasión es una «teoría del no uso habilidoso de las fuerzas militares» (Schelling, 1980, p. 9). Para comunicar, estimar, e influir en las intenciones, las negociaciones requieren seguir estándares específicos de competencia.

Como segundo punto, la práctica de negociación de Schelling refiere a todas las comunicaciones, incluyendo las comunicaciones verbales explícitas, las maniobras o la competencia por posiciones (Schelling, 1980: 53). Schelling está primariamente interesado en lo que llama tácticas de negociación o negociaciones a través de acciones. Como él mismo dice: «En la guerra el diálogo entre adversarios es frecuentemente confinado al lenguaje restrictivo de la acción y a un diccionario de precedentes y concepciones comunes» (Schelling, 1966, p. 141). El compromiso es más fácil de señalar en acciones que en palabras porque «las acciones significativas usualmente requieren algunos costos o riesgos, y conllevan alguna evidencia de su propia credibilidad» (Schelling, 1966, p. 150; ver también sobre señales costosas: Fearon, 1997). Como consecuencia, Schelling repetidamente insiste en que hablar es gratis. Dicho esto, también nota que «amenazas que se puedan hacer cumplir, promesas, compromisos y demás (deberían) ser analizas bajo el título de jugadas más que de comunicación» (Schelling, 1980, p. 117). Este aspecto reconoce, en forma limitada, las posibilidades de las prácticas discursivas; si la negociación es la comunicación de intenciones, el acto performativo del lenguaje, obviamente, debe tomarse en serio.

Schelling llama punto focal al lugar de expectativas convergentes, que confían en las performances competentes y en la comunicación tácita -básicamente, un último recurso en la forma de si no aquí, ¿dónde? En su famoso ejemplo indica:

Cuando un hombre pierde a su esposa en una tienda sin ningún entendimiento previo de dónde encontrarse si se separan, las chances de que se encuentren son altas. (…) Lo que se necesita es coordinar predicciones, leer el mismo mensaje en la situación común, identificar un curso de acción en el que las expectativas de uno y otro pueden converger. Ellos deben ‘reconocer mutuamente’ alguna señal única que coordine sus expectativas entre sí. (Schelling, 1980, p. 54)

Varias implicancias surgen de esta cita. Primero, los puntos focales contienen conocimiento de contexto. Son tan naturales, argumenta, Schelling sobre determinadas prácticas militares, «que tal vez ni siquiera nos inclinemos a cuestionar el principio involucrado. Algunas de estas respuestas son tan ‘obvias’ que uno es inconsciente de que la ‘obviedad’ constituye un principio central de las interacciones en diplomacia» (Schelling, 1966, p. 147). De hecho, la característica común de todos los puntos focales es «algún tipo de prominencia o notoriedad» (Schelling, 1980, p. 57). Desde una perspectiva práctica, esta prominencia no es inherente sino contextualizada y socialmente definida (Schelling, 1980, p. 211). En otras palabras, diferentes jugadores van a negociar en torno de diferentes puntos focales. En sus expectativas y cálculos reflexivos, los jugadores van a construir sobre disposiciones antecedentes compartidas que se acumularon en y a través de la práctica.

Segundo, los puntos focales son intersubjetivos por naturaleza, constituyen «la confluencia de las mentes» (Schelling, 1980, p. 83). No puede haber negociación por fuera de relaciones valiosas: «generalmente hay una necesidad de alguna actividad social, por más tácita o rudimentaria que sea; y los dos jugadores dependen en cierto punto del éxito de sus percepciones sociales e interacciones» (Schelling, 1980, p. 163). Por ejemplo, el éxito de la disuasión de Estados Unidos durante la Guerra Fría dependió en forma significativa de las expectativas soviéticas; y viceversa (Schelling, 1966, p. 56). La negociación es fundamentalmente comunicativa y necesariamente implica conocimiento. Así como una performance implica la presencia de audiencia, la que importa significativamente para realizar compromisos; por ejemplo. Aludiendo a la carrera armamentística, Schelling nota que «tanto nosotros como los soviéticos nos dirigimos a una audiencia compuesta de terceros países. El prestigio de algún tipo está en ocasiones en juego en la competencia por el desarrollo de armas» (Schelling, 1966, p. 276; y pp. 49-50). Los negociadores competentes siempre calibran sus señales hacia las audiencias a las que están destinadas para que sean socialmente reconocibles.

Tercero -y relacionado-, los puntos focales y la negociación, en general, están infundidos de poder. En particular, Schelling (1980, p. 114) habla del «poder de las sugerencias que es capaz de hacer converger las expectativas». Performativo y comunicativo, el poder de sugerencia nos permite imponer un punto focal, que posteriormente refuerza la ventaja en la negociación: «el foco último del acuerdo no reflejó solamente el balance de los poderes negociadores, sino que proveyó poder de negociación a un jugador o al otro» (Schelling, 1980, p. 68). Schelling 1980, (p. 23) incursiona dentro de las dinámicas de poder de las negociaciones a través de la realización de una pregunta fundamental: «¿Cómo una persona hace creer algo a otra?». Alude a una respuesta tomando el hábil uso de lugares comunes y prácticas. Por ejemplo, argumenta que los problemas de compromiso podrían ser mucho más fáciles de resolver en sociedades donde las «palabras sinceras» fueran consideradas como prácticas de «compromisos irrompibles» (Schelling, 1980, p. 24-26).

Cuarto, los puntos focales derivan de la naturaleza modelada de las prácticas sociales. La regularidad de los movimientos de los jugadores posibilita la convergencia de las expectativas y la coordinación. Por ejemplo, las prácticas militares de Estados Unidos en Vietnam del Norte fueron «inequívocas» en señalar guerra limitada, argumenta Schelling (1966, p. 145), que «contenían un patrón» que hacía la coordinación posible. De forma similar, existe una «expresión idiomática» en las prácticas de represalia, «una tendencia a mantener las cosas en la misma moneda, en responder en el mismo lenguaje, en hacer que los castigos correspondan con la naturaleza del crimen, para imponer patrones coherentes en las relaciones» (Schelling, 1966, p. 147). Dentro de la lógica recursiva que caracteriza a la ontología práctica, los puntos focales hacen posible las prácticas coordinadas que, a su vez, producen puntos focales.

La negociación ejemplifica la naturaleza doblemente prudencial de las prácticas. Por un lado, prácticas pasadas explican las presentes porque los patrones que forman crean puntos focales. Tómese lo que Schelling llama el fenómeno de los umbrales, esto es, líneas divisorias convencionales que son reconocidas como tales en las negociaciones. Curiosamente, «surgen por un proceso histórico, incluso de forma inadvertida o accidental, y pueden adquirir estatus solo a través de su reconocimiento durante un período prolongado de tiempo» (Schelling, 1966, p. 135). La negociación en el tiempo t, en otras palabras, está informada por la negociación en el tiempo t-1. Por otro lado, las prácticas presentes se extienden hacia el futuro, por ejemplo, en el juego de la gallina, «lo que está en disputa usualmente no es el tema del momento, sino en cambio las expectativas de todos acerca de cómo se comportará un participante en el futuro» (Schelling, 1966, p. 118). La negociación en el tiempo t influye la negociación en el tiempo t+1. En suma, las prácticas trasladan el pasado hacia el presente y el presente hacia el futuro.

El énfasis de Schelling en la tradición y los antecedentes es uno de los aspectos más llamativos de sus trabajos. Hablando sobre la tradición del no-uso nuclear, sostiene:

(…) las tradiciones y los antecedentes son importantes. Cualquier limitación particular será la más esperada, la más reconocible, la más natural y obvia, en cuanto más gente se haya acostumbrado a reconocerla en el pasado. La línea entre grandes explosivos y bombas nucleares fue no solo respetada en la Guerra de Corea, sino que salió reforzada. (Schelling 1966, p. 138).

Al reforzar ciertos significados, que incluyen a las expectativas, las prácticas crean tradiciones socialmente construidas. Por ejemplo, al preguntar «¿qué tienen de diferente las armas nucleares?», Schelling (1966, pp. 133-144), responde:

(…) todo el mundo lo sabe. La diferencia no es táctica, es ‘convencional’, tradicional, simbólica -un tema que la gente lo va a tratar como distinto, donde trazan una línea. Es por la convención -por un entendimiento, una tradición, un consenso, una voluntad compartida de verlas de forma diferente-, que son diferentes.

En resumen, la práctica de la negociación es constitutiva de la realidad social a través de iteraciones, crea las reglas del juego (Schelling, 1980, p. 107), convenciones (Schelling, 1966, p. 123) y normas (Schelling, 1980, pp. 268-169). Si siempre vamos a tratar a China como si fuera la California soviética, observa Schelling (1966, p. 60), «tenderemos a que suceda».

Schelling afirma que las tradiciones se consolidan en prácticas institucionalizadas luego de que cruzan un «punto de inflexión». Estos consisten en un caso especial de una amplia clase de fenómenos de masa crítica que pueden relacionarse a un número crítico, densidad o ratio, que se vuelve autosustentable «una vez que la medición de dicha actividad sobrepasa un cierto nivel mínimo» (Schelling, 1978, p. 95). Schelling (1966, p. 123) dice: «La confianza y las tradiciones llevan tiempo. Las expectativas estables tienen que ser construidas sobre experiencias exitosas, no se crean de una vez sobre la base de la intención». Además, el establecimiento de una práctica puede requerir de aprendizajes. Al mencionar el caso de David y Goliat, Schelling cita a Yigael Yadin y se refiere a la práctica del duelo. Cuando Goliat les dice a los israelíes: «si él (David); puede pelear conmigo, y matarme, entonces seremos sus sirvientes, pero si yo prevalezco contra él, y lo mato, entonces ustedes serán nuestros sirvientes y nos servirán», les está enseñando a adoptar la práctica del duelo como una alternativa a la guerra (Schelling, 1966, p. 144). Al mismo tiempo, Schelling también argumenta que la gente usa prácticas para mostrar resolución, disuadir, y manipular las expectativas del adversario. La política arriesgada, por ejemplo, busca manipular la información y las señales de resolución, y depende del reconocimiento mutuo y similar de los riesgos. Al observar que las superpotencias practicaron de forma competente la guerra limitada como forma de disuadir la agresión, Schelling (1980, p. 190) apela a que los Estados «dejan algo al azar», es decir, señalan que una guerra a gran escala podría ocurrir si la guerra limitada se intensifica.

La práctica de la negociación también mantiene juntos a los mundos materiales, de significados y discursivos. Los artefactos materiales forjan intersubjetividad y viceversa. Como Schelling (1966, p. 262) observa:

La línea roja (entre Moscú y Washington) puede ser en buena medida simbólica. Quién podría arribar a una ceremonia más simple y vívida para conmemorar las relaciones de la era nuclear que la entrega al Pentágono de la maquinaria de teletipo del alfabeto cirílico, producida en la Unión Soviética y prestada en forma de leasing en contrapartida por equipamiento estadounidense entregado al Kremlin. El mero intercambio de estas instalaciones probablemente induce a la gente a pensar más seriamente sobre comunicación.

El control de armas nucleares también se basó en adjuntar la lógica teorética y abstracta de disuasión nuclear estable al número y la calidad de los misiles permitidos para ambos bandos. Las nociones de Schelling sobre negociación tácita a través de líneas rojas también tejen los mundos materiales e ideacionales en formas interesantes. Esto se debe no solo a la mutua dependencia entre la comunicación tácita y las líneas en la arena materiales sino, y de forma primaria, a que debido a los procesos de planeamiento en las burocracias de defensa las líneas rojas tienden a convertirse en performances competentes, cuya confianza en las capacidades militares letales hace que la guerra sea menos posible pero más mortal (Schelling, 1966, p. 159, nota al pie 17). Como se ilustrará más adelante, la negociación internacional y la interacción estratégica en el campo de la seguridad internacional -en sentido amplio-, se basan en una combinación de artefactos materiales y culturales.

El valor agregado de las prácticas

A continuación, se desarrollarán las contribuciones socioteoréticas y empíricas que puede generar el hecho de tomar en serio a las prácticas. En un nivel metateorético, se explica cómo el concepto de práctica ayuda a evitar un número de dicotomías problemáticas, incluyendo estructura y agencia, ideas y materia, estabilidad y cambio, etc. Luego, con la ayuda de ilustraciones sobre disuasión y control de armas durante la Guerra Fría, y sobre prácticas de la pos-Guerra Fría, tales como seguridad cooperativa, se muestra cómo las prácticas constituyen interacción y negociación. Por supuesto, fundamentar el valor agregado de las prácticas de forma completa requeriría mucho mayor espacio que el disponible para este artículo (véase Adler y Pouliot, en edición). El objetivo, limitado en los párrafos que siguen, es solo sugerir líneas de investigación para ser desarrolladas.

Implicaciones socioteoréticas: superando las dicotomías

La promesa de que un marco basado en las prácticas pueda superar las divisiones convencionales de la teoría social es particularmente llamativa. Un marco así no solo trasciende, sino que también sintetiza, tres diferentes abordajes de la cultura que han caracterizado a corrientes recientes en la teoría social (Reckwitz, 2002). Al principio, la cultura fue conceptualizada como un conjunto de ideas transportadas en las cabezas de los individuos. En esta visión mentalista, cercana a la psicología, la mente es el sitio de lo social. En la teoría de las RI este abordaje cultural confía en la psicología cognitiva y social para explicar la política exterior por medio de las creencias e ideas de los individuos (Jervis, 1976; Goldstein y Keohane, 1993). Subsecuentemente, muy influenciada por el posestructuralismo, según el cual la cultura existe por fuera de los agentes en cadenas de signos y símbolos, la cultura tomó un giro hacia el lenguaje y hacia un entendimiento de los significados localizados en los discursos. Este giro llevó, en la teoría de las RI, a la lectura posestructuralista y crítica de textos de relaciones internacionales (Der Derian y Shapiro, 1989). El tercer abordaje de la cultura, característico del constructivismo, ubica a los significados como parte de las estructuras intersubjetivas que emergen de la interacción social. Una perspectiva constructivista en teoría de las RI convergió «alrededor de una ontología que describe al mundo social como estructuras y procesos intersubjetivos y colectivamente significativos» (Adler, 2002, p. 100), y en torno a los agentes reflexivos que reproducen y cambian las estructuras sociales (Wendt, 1999). Como paso posterior en la teorización de la cultura, la teoría de la práctica es una invitación a construir sobre estas tres ramas de teoría social y concebir lo social como paquetes de ideas y materia que están lingüística, material, e intersubjetivamente mediadas en la forma de prácticas. En otras palabras, la cultura no está solo en la mente, el discurso y las interacciones de las personas, sino también en el desempeño mismo de las prácticas (Swidler, 1986). Desde esa perspectiva, las prácticas no solo organizan el mundo, también son las materias primas que lo componen. Gracias a esta ontología, el concepto de práctica promete ir más allá de una serie de dicotomías arraigadas en la teorización social.

En primer lugar, las prácticas son tanto materiales como significativas. Por un lado, las prácticas son materiales en tanto son cosas hechas de y en el mundo. Las prácticas dialogan con el ambiente y sus artefactos, sean naturales, culturales o políticos. Además, muchas prácticas involucran el uso de cosas tan indispensables como las mentes o los discursos. En la teoría de acción de redes de Latour (2005), por ejemplo, los objetos materiales, los agentes, y los significados, interactúan continuamente. En Relaciones Internacionales, la estructura intersubjetiva de la disuasión se sustenta en la existencia de miles de ojivas nucleares; y recíprocamente (Pouliot, 2010b). La práctica del comercio financiero, por tomar otro ejemplo, requiere no solo seres humanos y sus facultades físicas y acciones, sino también computadores y otras tecnologías que ayudan a institucionalizar el conocimiento de contexto como el comercio financiero y que permiten a las personas realizar sus performances de forma competente. A su vez, la práctica hace algo en el mundo y, por tanto, puede cambiar el mundo físico, así como las ideas que las personas -individual o colectivamente- tienen sobre el mundo. En lugar de pensar o reflexionar sobre el mundo de una manera contemplativa, las prácticas están dirigidas hacia el mundo material y, por ende, solo existen incrustadas en materiales. Las prácticas también son corporales en el sentido de que su creación involucra otras partes además del cerebro (Polanyi, 1983; Bourdieu, 1990). Al mismo tiempo, las prácticas también están cargadas con significados, son cultura en acción (Swidler, 1986). No se puede decir que un hecho realizado en un entorno social tenga un significado inmanente encapsulado en su materialidad. A través de la interacción social la gente atribuye significados a sus actividades y construye sobre ellos interacciones posteriores. Para que las prácticas tengan sentido, entonces, los practicantes deben establecer (cuestionar, negociar y comunicar) su significado.

Como una actuación en y acerca del mundo, la práctica se apoya en el lenguaje en dos sentidos: débil y fuerte. En un sentido débil, el lenguaje sostiene la intersubjetividad y, por tanto, vincula a la agencia, la estructura y los procesos en formas socialmente significativas. Sin el lenguaje, la comunicación y el discurso, la gente no podría distinguir entre comportamiento y práctica (Rorty, 1982). La constitución de una performance competente, en otras palabras, es fundamentalmente epistémica, dado que los recuentos de prácticas vividas son constituidos textualmente. En su sentido fuerte, no solo el lenguaje es el conductor del significado, que convierte a las prácticas en el lugar y el motor de la acción social, sino que también es una construcción del hacer (Foucault, 1980). Las prácticas discursivas, por tanto, son actos de discurso socialmente significativo, donde decir es hacer (Searle, 1969). Aunque las prácticas todavía se basan en el conocimiento y conllevan objetos materiales, en un sentido fuertemente discursivo, la competencia de hacer algo socialmente significativo en forma rutinaria a menudo se basa en el discurso. Es por tanto relevante concebir al discurso como práctica y entender la práctica como un discurso.

Por otra parte, las prácticas son tanto individuales (agenciales) como estructurales (Giddens, 1984; Bourdieu, 2001). Cuando son desagregadas, las prácticas son, en última instancia, realizadas por seres sociales individuales y, por ende, claramente son producto de la agencia humana. Colectivamente, sin embargo, se concibe a las prácticas como estructuradas y resultantes de las comunidades de práctica, y por la difusión de conocimiento de contexto entre los agentes en estas comunidades, que de manera similar los dispone para actuar en coordinación. Sin embargo, las prácticas son agenciales no solo porque las realizan individuos y comunidades de práctica, sino también porque enmarcan a los actores que, gracias a este encuadre, saben quiénes son y cómo actuar de manera adecuada y socialmente reconocible (Rasche y Chia, 2009, p. 719; Goffman, 1977). Desde que la estructura social no es coherente en sí misma (Sewell, 1992), agencia significa la capacidad humana de hacer cosas que podrían haber sido hechas de otra forma (Giddens, 1984, p. 9). Recursivamente, en y a través de la práctica, los agentes fijan el significado estructural en el tiempo y el espacio. La agencia también significa hacer cosas por razones, muchas de las cuales vienen dadas por la estructura. Las prácticas traducen conocimiento intersubjetivo estructural de contexto en actos intencionales y les otorgan un significado social. La estructura, a su vez, aparece en prácticas en la forma de estándares de competencia que son socialmente reconocibles. Existe, entonces, una dimensión normativa de la práctica que está vinculada a su aplicación. Aunque son realizadas por seres humanos individuales, las prácticas son posesiones de colectivos en tanto sus significados pertenecen a las comunidades de práctica. Suspendidas entre las estructuras y las agencias, las prácticas son simultáneamente ejecutadas (agencia) y están insertas dentro de un contexto social u orden político (estructura). La ventaja de tomar a las prácticas como el sitio principal de lo social radica en permitir una formulación superior del problema agencia-estructura, donde la agencia y la estructura constituyen y permiten prácticas de forma conjunta. Por implicación, el procedimiento metodológico que a veces se recomienda en Relaciones Internacionales -comienza mirando a los agentes (o estructuras), para luego hacerlo sobre el componente de la ecuación coconstitutiva- puede solo llevar a un alejamiento de la comprensión de la política mundial.

En tercer lugar, desde una perspectiva de la práctica, el conocimiento no está solo localizado detrás de la práctica, en la forma de intenciones, creencias, razones, metas, etc. Está también atado en la misma ejecución de la práctica. Para el practicante experimentado el conocimiento no precede a la práctica, sino que está contenido en su ejecución (Ryle, 1984). Por supuesto, la gente piensa reflexivamente sobre sus prácticas. No solo la práctica no se impone a la reflexividad, el juicio y las expectativas -las que son características centrales de la vida social-, sino que de hecho depende de los juicios reflexivos, normativos e instrumentales de los individuos para permanecer efectivamente institucionalizada. La práctica estratégica, por ejemplo, refleja juicios políticos, cuya base no es solo empírica sino también práctica (Williams, 1991; Kratochwil, 1989). Por tanto, para confirmar que algo es de hecho lo que es a través de la repetición de rituales de práctica (Swidler, 2001, p. 89) se requiere reflexividad y juicio. La profesionalización, de forma similar, se basa en la racionalización y en el auto examen de procesos deliberativos. Evidentemente, la reflexividad y el juicio están también en la base de la transformación práctica. Tomar a las prácticas seriamente, sin embargo, lleva a prestar especial atención a todos aquellos significados que están incorporados en las prácticas y que, como tales, frecuentemente, permanecen tácitos e inarticulados. Como Searle, se llama a este conocimiento en parte tácito y en parte reflexivo «el contexto (background)», una noción similar al hábito de Bourdieu.

El conocimiento de contexto consiste primariamente en disposiciones y expectativas intersubjetivas, que solo pueden entenderse como integradas en la práctica. Los individuos y los grupos actúan, interaccionan, razonan, planean y juzgan, simbólicamente representan a la realidad, y tienen expectativas sobre el futuro dentro de un marco interpretativo dominante que establece los términos de interacción, define un horizonte de posibilidad, y provee el conocimiento de contexto sobre expectativas, disposiciones, habilidades, técnicas y rituales que son la base para la constitución de prácticas y sus límites. El conocimiento contextual, sin embargo, «no crea uniformidad de un grupo o comunidad, sino que organiza sus diferencias alrededor de entendimientos generalizados de la realidad» (Adler y Bernstein, 2005, p. 296). De manera similar, hábito se refiere a este inventario incorporado de conocimientos tácitos, aprendidos en y a través de la práctica, y desde los cuales es posible la deliberación y la acción intencional (Pouliot, 2008). De forma contraria a las representaciones -que son usualmente verbales e intencionales-, las disposiciones son frecuentemente tácitas e inarticuladas: conocimiento que es olvidado como tal, a menos que sea reflexivamente recuperado.

Como cuarto aspecto, las prácticas participan tanto en la continuidad como en el cambio en la vida social y política. Por un lado, las prácticas son el vehículo de la reproducción. La intersubjetividad vive en, sobre y a través de las prácticas. El desempeño de las prácticas en formas socialmente reconocibles es la fuente de la estabilidad ontológica en la vida social. Al mismo tiempo, sin embargo, también es a partir de las prácticas que se origina el cambio social. Si la práctica-qua-performance es un proceso; el cambio, no la estabilidad, es la condición ordinaria de la vida social. Como lo expresó acertadamente March (1981, p. 564): «El cambio se produce porque la mayoría de las veces las personas en una organización hacen lo que se supone deben hacer; esto es, son inteligentemente atentos a sus entornos y sus trabajos». La estabilidad, en otras palabras, es una ilusión creada por la naturaleza recursiva de la práctica. Por otra parte, nuevas formas de pensar o hacer necesariamente emergen del contingente juego de práctica (Doty, 1997), en el que los significados no son nunca inherentemente fijos o estables.

Los atributos de la práctica materiales/significativos, estructurales/agenciales, reflexivos/contextuales y de estabilidad/cambio adquieren significados concretos y trabajables teóricamente en el concepto de comunidades de práctica (Wenger, 1998; Adler, 2005, pp. 15-27; 2008). Las prácticas desarrollan, difunden y se vuelven institucionalizadas en tales colectivos. Una comunidad de práctica es una configuración de un dominio de conocimiento que constituye una mentalidad similar, una comunidad de personas que «crea el tejido social del aprendizaje», y que comparte prácticas que conllevan «el conocimiento que la comunidad desarrolla, comparte y mantiene» (Wenger, McDermott, Snyder, 2002, pp. 28-29). El dominio del conocimiento otorga a los practicantes un sentido de empresa común que «junta a la comunidad mediante los desarrollos colectivos de la práctica compartida» y que es constantemente renegociada entre sus miembros. Las personas funcionan como una comunidad a través de relaciones de compromiso mutuo que unen «a los miembros en una entidad social». Las prácticas compartidas, a su vez, se sostienen por un repertorio de recursos comunales, tales como rutinas, sensibilidades y discursos (Wenger, 1998, pp. 72-85, p. 209). El concepto de comunidad de práctica abarca no solo las dimensiones conscientes y discursivas, y el hacer real del cambio social, sino también el espacio social donde la estructura y la agencia se solapan, y donde el conocimiento, el poder y la comunidad se cruzan. Las comunidades de práctica son estructuras sociales intersubjetivas que constituyen la base normativa y epistémica para la acción, pero también son agentes, compuestos por personas reales que, trabajando vía canales de redes a lo largo de las fronteras nacionales, las divisiones organizacionales y los centros de poder, afectan los eventos políticos, económicos y sociales.

Cómo las prácticas de seguridad constituyen interacción estratégica

En esta sección se sugiere un nuevo marco teórico para entender la interacción estratégica desde la perspectiva de la práctica. Sobre la base de la lectura orientada a la práctica de Schelling que se propuso en la primera parte del artículo, se examinó la interacción estratégica entre Washington y Moscú en la Guerra Fría y pos-Guerra Fría, prestando particular atención a las prácticas de disuasión y control de armas.

La explicación de la interacción estratégica orientada a las prácticas que se expuso se aparta de los clásicos programas de investigación que explican la interacción estratégica sobre la base del poder material y los intereses, y de la maximización de los pagos dentro de juegos estratégicos (ej. Snyder y Diesing, 1977; Snidal, 1985; Lake y Powell, 1999). La teoría de juegos se ha vuelto la herramienta de elección para el estudio racionalista de situaciones de toma de decisión interdependientes; se supone que modela y representa la interacción estratégica entre actores individuales y corporativos en la política mundial, donde el resultado depende de las opciones o estrategias que tomen. El actor necesita descubrir las opciones disponibles para él y para el otro jugador, y necesita asignar utilidades a cada uno de los posibles resultados de cada jugador.

También se aparta de los enfoques constructivistas tradicionales, que toman a la interacción estratégica como resultante de ideas, normas y, más generalmente, conocimiento, que los actores aprenden, difunden, utilizan para persuadir y socializar (Finnemore y Sikkink, 1998; Risse, 2000; Checkel, 2005). Además, el abordaje presentado se asemeja, pero también -en parte- se aparta de los enfoques constructivistas que toman a la interacción estratégica como un mecanismo para la constitución de conocimiento común entre actores y que, cuando entendida desde una perspectiva cultural simbólica, es también un mecanismo de aprendizaje y cambio cultural (Barnett, 1998; Wendt, 1999; sobre interaccionismo simbólico ver también: Mead, 1964; Blumer, 1969).

Es cierto que se simpatiza con el enfoque de Goffman (1970) de la interacción estratégica, donde los actores buscan ventajas sobre los movimientos de los oponentes (de los que dependen los propios movimientos) mediante la comunicación simbólica y el poder de la performance en encuentros cara a cara. Pero el abordaje de la interacción estratégica aquí expuesto se enfoca menos en los agentes y sus preferencias y narrativas, como lo hace Barnett, que en las prácticas y sus efectos constitutivos en tanto la agencia como la estructura, esto es, el juego en sí de la interacción estratégica. Dicho de otra forma, se utiliza a Goffman para ilustrar los microfundamentos de los macro efectos de las prácticas en la interacción estratégica. Y al hacerlo, el enfoque presentado se define inherentemente relacional, pero en lugar de tomar los procesos de interacción como los bloques de construcción de la teoría (Jackson y Nexon, 1999), se amplía la ontología de las ri al tomar a las prácticas como constitutivas de los procesos de interacción. De manera similar, no solo se construye sobre, sino que también se amplía el foco posestructuralista en las prácticas discursivas y sus efectos constitutivos en los juegos de la política mundial (Doty, 1996; Jackson, 2006; Hansen, 2006).

En cambio, se considera a la agencia y a los agentes como emergentes de prácticas y reproducidos por estas, que captan tanto la estructura como el ser, y el discurso/conocimiento y el mundo material. Desde que al hacer de las prácticas es el foco principal de análisis y la preocupación ontológica ayuda a evitar dicotomías de las ciencias sociales y las RI, se puede, sin embargo, incorporar fructíferamente claves del racionalismo, constructivismo y posestructuralismo. Mientras que al considerar que el valor agregado de las prácticas reside en ser capaz de explicar de forma diferente y mejor no solo la interacción estratégica, sino también, por ejemplo, la institucionalización, la constitución de órdenes sociales, el lado performativo del poder, y el cambio dentro de la estabilidad, el foco en la interacción estratégica posibilitará también capturar algunos de los otros efectos y roles importantes de las prácticas.

El argumento del artículo radica en que las prácticas estabilizan las estructuras sociales y fijan ideas y subjetividades en las mentes de las personas -o determinan las ideas dominantes en las que los actores corporativos se enfocan en un momento dado del tiempo- y, por ende, construyen agentes y agencia. En resumen: las prácticas estructuran y congelan pensamientos y lenguaje en patrones regulares de performances y tornan a los contextos o estructuras en disposiciones y expectativas de los agentes (individuales y corporativos). Esta es la razón por la que se toman los marcos de Goffman como los microfundamentos de los macro efectos de las prácticas en la interacción estratégica. El conocimiento contextual presenta los dos rostros de Jano porque, además de ser conocimiento intersubjetivo integrado en prácticas, también constituye representaciones subjetivas de intersubjetividad -primariamente expectativas, disposiciones y capacidades preintencionales- que hacen posibles los estados intencionales (Adler, 2008, p. 202; Pouliot, 2008, p. 274).

Cuando los estados se enfrentan entre sí debido a una gran cantidad de razones, su interacción estratégica está afectada, y de hecho constituida, no solo por los análisis costo-beneficio que los líderes realizan, las ideas y el conocimiento que la gente tiene en sus cabezas, y el discurso que usan para comunicar. Más bien, lo que hacen los Estados frente a otros Estados, los movimientos que realizan, las señales que dan y el lenguaje que utilizan están constituidos por las prácticas que comparten. Piénsese en las prácticas como puntos focales, que permiten a los actores en interacción estratégica enfocarse en guiones o marcos similares, y que afectan las disposiciones y las expectativas de los actores. Las prácticas, obviamente, no necesariamente llevan a la coincidencia de intereses, aunque podrían; en casos de conflicto internacional, los que prevalecen en la política mundial, cuando los intereses divergen marcadamente, las prácticas sirven como puntos focales estructurales, discursivos y epistémicos que hacen posible el conocimiento común y permiten a los actores jugar el juego internacional de acuerdo con las reglas similares, o al menos en una forma que es mutuamente reconocible.

Tomemos, por ejemplo, la interacción estratégica entre los Estados Unidos y la Unión Soviética durante la Guerra Fría. Durante la mayor parte de la Guerra Fría, la interacción estratégica entre estos actores estuvo constituida por las prácticas de disuasión nuclear y el control de armas (Schelling, 1966; Morgan, 2003; Freedman, 2004). Pasado el tiempo, el conocimiento contextual sobre cómo prevenir una guerra nuclear mediante la disuasión estable y el control de armas fue más o menos adoptado por ambas superpotencias -el cual se afianzó en las burocracias de seguridad nacional y en los pasillos del gobierno. La interacción estratégica de las superpotencias fue constituida y relacionada causalmente a la práctica de la disuasión y el control de armas. Las decisiones estadounidenses y soviéticas sobre adquisición de hardware militar, las tecnologías que desarrollaron y aplicaron a ese campo, las negociaciones que emprendieron, y las tecnologías sociales que desarrollaron conjuntamente para prevenir la guerra nuclear -como la línea caliente de 1963, los movimientos realizados en relación al oponente, el lenguaje que hablaron (contrafuerzas, contravalor y estabilidad en la crisis)- fueron todas constituidas por las prácticas de la disuasión y el control de armas que de forma incremental pasaron a compartir.

Los Estados Unidos y la Unión Soviética no formaban una comunidad de disuasión y de práctica de control de armas al inicio de la Guerra Fría. Fue la práctica la que convirtió a las superpotencias en jugadores de un juego de control de armas y disuasión nuclear. Sin embargo, con el tiempo, las superpotencias adoptaron identidades que se asociaron con una comunidad de práctica de disuasión y control de armas, y aprendieron a realizar de manera competente los movimientos necesarios para disuadir uno al otro y así prevenir la guerra nuclear. Por supuesto, una serie de prácticas, como el caso de Khrushchev por la crisis de los misiles cubanos, no fueron reconocidas como competentes por la otra parte, lo que afectó temporalmente los términos de la interacción estratégica (véase Neumann y Pouliot, 2011). Sin embargo, como tendencia general, con cada nueva administración estadounidense y Politburó soviético, las teorías que constituyeron primariamente en conocimiento contextual de la disuasión estable y el control de armas (los que Thomas Schelling y otros expertos estratégicos de la Guerra Fría desarrollaron primariamente) se establecieron incrementalmente en los círculos gubernamentales y las burocracias de seguridad nacional, estableciendo un marco de desempeño competente mutuamente reconocible (Adler, 1992).

Las prácticas de la disuasión estable y el control de armas, por tanto, constituyeron a la interacción estratégica, y no al revés. Las prácticas ayudaron a construir conocimiento común y un entendimiento de lo que racionalmente significaba disuadir la guerra nuclear. No fue ni una racionalidad a priori, ni ideas saltando de mente en mente, lo que ayudó a crear la estabilidad estratégica entre las superpotencias durante la Guerra Fría. En cambio, fue el hacer o el realizar la disuasión y el control de armas lo que enseñó en la práctica a los superpoderes cómo pensar de forma similar cuando se trata de los elementos básicos de la disuasión y del control de armas. Este proceso, por el cual tanto las estructuras sociales como las subjetividades sociales fueron construidas por prácticas, no fue fácil. El proceso interactivo tomó tiempo; implicó la difusión no solo de teorías sino también de formas prácticas sobre cómo aplicar estas teorías. Fue un proceso de aprendizaje sobre cómo practicar la prevención de la guerra nuclear, que se basó no solo en un intercambio de ideas, como en la crisis de los misiles, sino que también resultó de la experiencia práctica de como escapar del filo de la guerra nuclear. El aprender haciendo significa más que la adquisición de nuevas ideas, principalmente, consiste en adquirir «la habilidad de actuar en el mundo de formas socialmente reconocidas». (Brown y Duguid, 2001, p. 200).

También sigue que las prácticas de disuasión nuclear y control de armas no fueron el resultado de socialización sino más bien lo opuesto. Debido a las prácticas de disuasión y control de armas, los actores en ambos lados de la división pudieron aprender y socializar entre sí sobre cómo mantener la estabilidad nuclear. Además, el diálogo nuclear de la Guerra Fría solo tenía sentido en el contexto del significado práctico -con el que estaban dotados los misiles, las bombas, los aviones y los submarinos- y de las actuaciones competentes en torno a la disuasión nuclear estable y el control de armas.

Como lo muestra la literatura sobre la Guerra Fría (Liklider, 1971; Kaplan, 1983; Adler, 1992; Evangelista, 1999), fueron principalmente los expertos estadounidenses quienes primero desarrollaron las teorías que luego se difundieron y fueron adoptadas por la Unión Soviética y que constituyeron las prácticas de la disuasión y el control de armas. Los soviéticos, sin embargo, contribuyeron al desarrollo de las prácticas de disuasión y control de armas a través de la adopción de un abordaje más político que los estadounidenses, que luego estos últimos tomaron prestado. De esta forma una estructura social consistente en conocimiento contextual compartido fue congelada, se volvió estable y la fuente del significado para lo que los actores hacían. Las subjetividades de los actores acerca de cómo involucrarse en interacciones estratégicas, y más precisamente las disposiciones y expectativas sobre lo que es realizar de forma competente la disuasión estable y el control de armas, fueron simultáneamente fijadas y seleccionadas en las mentes de los decisores y los burócratas nacionales e internacionales. Los practicantes de las superpotencias se podrían haber enfocado, por ejemplo, en relaciones diplomáticas de tipo resolución de conflictos, o sobre contrainsurgencia. No lo hicieron, sin embargo, por la presencia de una práctica, y más precisamente una comunidad de prácticas de disuasión y control de armas, tanto informal como formal, así como unida a ellos por un interés compartido en aprender y aplicar estas prácticas a la tarea de prevenir una guerra nuclear. A pesar de los intereses políticos y militares en conflicto, el conocimiento contextual sobre disuasión y control de armas dotó a los practicantes de los superpoderes de un sentido de interconectividad y empresa común que se renegoció constantemente a la luz de las prácticas. Las prácticas compartidas, a su vez, se sustentaban en un repertorio de recursos comunales, como rutinas, guiones, tecnologías sociales y discursos, y en cómo (y qué tan bien) se desempeñaban los profesionales en el terreno.

Es importante enfatizar que no todos los practicantes y expertos estadounidenses y soviéticos, sin embargo, aceptaban la disuasión nuclear como la única o más eficiente manera de proyectar el poder militar para alcanzar objetivos políticos. El conocimiento común tampoco era monolítico cuando se trataba de las modalidades de disuasión y su alcance. Dentro de los Estados Unidos y la Unión Soviética, la convergencia alrededor de la práctica de la disuasión a menudo se vio limitada por factores domésticos, desacuerdos ideológicos y disputas entre civiles y militares sobre el rol de las armas nucleares. Así y todo, la práctica y estrategia de la disuasión y el control de armas permitió a los adversarios de la Guerra Fría compartir expectativas sobre acciones adecuadas y racionalidad común a la hora de sopesar opciones de política, de acuerdo con el conocimiento común de la situación (Adler, 2009, p. 93).

En resumen, las prácticas estructuran la interacción estratégica de la siguiente forma:

1-Las interdependencias surgen entre personas involucradas en las mismas prácticas. Las prácticas crean agentes y dan sentido a la agencia.

2-Los actores individuales y corporativos, quienes se unen en la formulación de una práctica o comunidad de práctica, son socializados en el conocimiento contextual en el que la práctica se basa y aprenden tanto la identidad de la comunidad y la competencia que viene junto con el desempeño.

3-Los agentes sí realizan elecciones, como los racionalistas afirman, pero lo hacen en este contexto de acciones situadas en contextos institucionales, y como parte de patrones construidos por una variedad de acciones, que en conjunto hacen posible la práctica. De hecho, las prácticas ayudan a construir entendimientos prácticos y mediados de lo que es racional en situaciones dadas, y cómo los intereses distintivos y frecuentemente conflictivos de los practicantes pueden ser avanzados por medio de la interacción estratégica.

4-Contrariamente al constructivismo clásico, la socialización, el aprendizaje y la persuasión siguen más que preceden a la práctica; en el mejor de los casos coevolucionan.

5-En contraste con el posestructuralismo, las prácticas están íntimamente relacionadas con los sujetos, quienes no son intérpretes pasivos de guiones o textos sino agentes activos tanto de la estabilización como del cambio.

6-El lado discursivo de las prácticas de disuasión nuclear y control de armas no puede entenderse completamente sin los misiles, las bombas y los recursos organizativos, que con el tiempo sustentaron su existencia e importancia.

7-Las prácticas tornan el conocimiento común en acciones: estos últimos se vuelven parte no solo de lo que las comunidades de práctica saben, sino también de lo que hacen conjuntamente.

8-Las prácticas establecen las reglas y los límites de los juegos estratégicos, y determinan no solo la naturaleza, los motivos y los beneficios de la negociación estratégica, sino que también ayudan a crear puntos focales que pueden ser usados en encuentros presentes o futuros para lograr la coordinación.

Una explicación basada en las prácticas de la interacción estratégica tiene implicaciones importantes para las investigaciones futuras sobre estrategia y seguridad internacional en general. Primero, se necesita mapear aquellas prácticas que son constitutivas de la interacción estratégica y descubrir los mecanismos constitutivos que operan. Se podría indagar, por ejemplo, sobre los efectos de las prácticas de contrainsurgencia en la interacción estratégica de la era pos-Guerra Fría (Adler, 2009). En este caso, se vería no solo si las prácticas de contrainsurgencia mejoran o en realidad empeoran el control y la gestión de conflictos, sino también cómo la ausencia de conocimiento estructural común y de conocimiento contextual entre estados y actores no estatales impiden el desarrollo de prácticas compartidas que pudieran mitigar las peores consecuencias de la guerra asimétrica, tales como el uso de armas no convencionales. Sería igualmente importante indagar sobre los roles que juegan las prácticas entre los llamados estados rebeldes o parias -como Corea del Norte o Irán que están buscando activamente armas nucleares- y los poderes nucleares establecidos de Occidente -como Estados Unidos, o países que se cree que tienen una fuerza nuclear considerable como Israel.

En segundo lugar, no se puede explicar completamente la interacción estratégica desde la perspectiva de la práctica sin preguntar primero de dónde provienen las prácticas y cómo se establecieron. Por tanto, se podría mirar la evolución de una práctica específica, esto es, sus procesos contingentes de transformación, prestando atención a cómo y porqué ciertas prácticas adquieren prominencia en el tiempo y el espacio. El foco aquí está puesto en el ciclo de vida de una práctica, lo que incluye, en su forma típico-ideal, la generación, difusión, institucionalización y desvanecimiento de una performance competente particular (véase Adler, 1991; Finnemore y Sikkink, 1998). Cierto es que no todas las prácticas atraviesan esas cuatro fases; es una cuestión empírica determinar el flujo y reflujo de una práctica específica en la historia -si alguna vez se difunde o institucionaliza, por ejemplo. Algunas prácticas contemporáneas podrían no llegar a la tercera fase y también se pueden determinar no prácticas que fallaron en emerger como tales a pesar de las condiciones favorables y la agencia de apoyo. El ciclo de vida de una práctica, en otras palabras, no es un marco teleológico, sino una genealogía del desarrollo -incluso si se detiene- de una actividad socialmente organizada y significativa.

El énfasis, por ejemplo, podría ponerse en las relaciones generativas, esto es, las instancias o episodios formativos de las interacciones que, debido a razones materiales o ideacionales, o ambas, facilitan la emergencia de una nueva práctica. Para retornar a la ilustración, los seminarios conjuntos soviético-estadounidenses sobre el control de armas nucleares de la década de 1960; las negociaciones del Acto Final de Helsinki a principios de la década de 1970 -que llevaron al desarrollo de la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa, que tuvo un papel en poner fin a la Guerra Fría-; y las negociaciones que precedieron la primera y seminal conferencia global ambiental de Estocolmo en 1972, de la cual surgió la práctica del desarrollo sostenible, son ejemplos de relaciones generativas. Alternativamente, se podría examinar la difusión de una práctica -cómo el conocimiento intersubjetivo se establece más ampliamente en las comunidades de practicantes y, por tanto, cómo estas últimas se expanden- o su institucionalización, mediante la que el conocimiento intersubjetivo se establece como estructuras sociales.

Las no-prácticas, al mismo tiempo, podrían ser tan importantes para explicar la interacción estratégica como las prácticas establecidas, como la disuasión nuclear y el control de armas. Este, por ejemplo, sería el caso de las prácticas de (no) proliferación nuclear entre Corea del Norte e Irán, por un lado, y los poderes nucleares Occidentales por el otro. En el caso de Irán y Occidente, la interacción estratégica se rige mayormente por la diplomacia tradicional o por prácticas diplomáticas coercitivas, como por las prácticas económicas y de inteligencia que hasta el momento parecen no impedir la proliferación nuclear. Además, cuando Irán logre desarrollar y desplegar armas nucleares, es cuestionable si las prácticas nucleares de la Guerra Fría, como la disuasión y el control de armas, pueden ser fácilmente aplicables en Medio Oriente y ayudar así a prevenir la proliferación hacia países vecinos y también la guerra nuclear. Desde una perspectiva de la práctica, será importante saber si Irán y Occidente tienen o están desarrollando conocimiento común para el manejo de las armas nucleares y las situaciones de crisis nucleares.

Por lo que se sabe hasta ahora, ha habido pocos esfuerzos por aprender sobre las actitudes del otro hacia la religión, el nacionalismo, la victoria, la muerte, el honor y el orgullo. Existe una necesidad, por lo tanto, de relaciones diplomáticas generativas entre las partes con el objetivo expreso de crear conocimiento común. Los países Occidentales, por ejemplo, deberían entender mejor las reglas tácitas y explícitas de Irán y cómo los líderes iraníes evalúan los riesgos. Los iraníes, por otro lado, deberían aprender más acerca de cómo la elección racional y el análisis costo-beneficio entran dentro de los cálculos de los líderes occidentales. Los iraníes también podrían llegar a apreciar mejor el conocimiento y las prácticas que Estados Unidos y Rusia desarrollaron durante la Guerra Fría. Mientras que los occidentales podrían encontrar en su interés transferir a los iraníes las tecnologías que ayudan a prevenir guerras nucleares accidentales, los iraníes tal vez quieran aprender cuáles movimientos disuasorios, en la forma de garrotes y zanahorias, pueden prevenir el suicidio mutuo.

Tercero, el estudio de la interacción estratégica desde una perspectiva de la práctica genera preguntas sobre cómo las prácticas transforman la política mundial, o parafraseando a Sewell, cómo el despliegue ordinario de las prácticas genera transformaciones (Sewell, 1992). En la exposición precedente, se tomó a la interacción estratégica como interviniente entre las causas prácticas y los efectos de transformación en la política mundial. En términos generales, las prácticas ayudan a explicar cómo se gobierna el mundo en momentos particulares de tiempo. La transformación es el logro ordinario de la vida social; la estabilidad es el resultado de la operación de la práctica. Además, la práctica es el logro de la agencia y más específicamente de la contestación política, de la que fluyen necesariamente las transformaciones. Por otra parte, el motor de la transformación de la práctica no es solo agencial sino también estructural porque, localmente, las prácticas interactúan unas con otras como parte de constelaciones.

Se argumentó que las transformaciones del orden social están mediadas por la interacción estratégica. Cuando, por ejemplo, al final de la Guerra Fría las prácticas de la disuasión y el control de armas fueron al menos en parte reemplazadas por prácticas de seguridad cooperativa (Adler, 1998; 2008; Adler y Greve, 2009; Pouliot, 2010a, pp. 150-161), la naturaleza de la interacción estratégica entre los Estados del Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y los Estados del antiguo Pacto de Varsovia cambió dramáticamente. El poder militar comenzó a ser concebido de forma diferente, más como fuerzas para el mantenimiento de la paz, y los antiguos enemigos se convirtieron en socios para la paz (Gheciu, 2005; Adler, 2008). La cuestión era, primero, la ampliación de la OTAN hacia el este, y segundo, el desarrollo de una nueva arquitectura europea de seguridad construida alrededor no solo de las instituciones establecidas, como la OTAN, y de nuevas instituciones como el Partenariado Euromediterráneo, sino también de nuevas prácticas, tales como asociación, la construcción de regiones, y el uso de entrenamiento militar conjunto en aras de la socialización hacia los valores occidentales de la democracia, el estado de derecho y los derechos humanos.

Estas prácticas ayudaron a constituir relaciones estratégicas entre el Este y el Oeste durante la década de 1990, especialmente hasta que Rusia comenzó, al menos en parte, a abandonarlas y a retornar a las prácticas reminiscentes del juego de la Guerra Fría (Pouliot, 2010a, pp. 161-191). La agencia jugó un rol clave en la difusión y en la contestación de las viejas y nuevas prácticas. Por ejemplo, las prácticas de diplomacia de seminarios (Adler, 1998) adoptada por la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa y la OTAN, se convirtieron en un medio para la enseñanza de la democracia, los derechos humanos y el estado de derecho a los países del Este (Gheciu, 2005), creando así nuevas subjetividades y en parte reemplazando a las prácticas de la disuasión como a las reuniones de las conferencias sobre control de armas y desarme. Por otro lado, el conflicto en los Balcanes de la década de 1990 y el recurso concomitante a las prácticas de la guerra y la diplomacia coercitiva recordaron a todos que las transformaciones en relaciones estratégicas, más prominentemente entre la OTAN y Rusia, sin mencionar la transformación del orden de seguridad europeo, iba no solo ocurriendo de forma lenta y con sobresaltos, sino que también se veía afectado por el solapamiento de viejas y nuevas prácticas, y su contestación (Adler y Greve, 2009; Pouliot, 2010a; 2010b).

De hecho, el éxito de la OTAN en imponer lo que consideraba las nuevas prácticas del juego de la pos-Guerra Fría en materia de seguridad internacional sobre su antiguo enemigo ruso fue relativamente de corta duración. A mediados de la década de 1990 Moscú ya comenzó a vincular la ampliación, no con las prácticas de la seguridad cooperativa -tal como sugería el discurso de la Alianza-, sino con la realpolitik y la contención de la Guerra Fría. A pesar de una diplomacia muy proactiva, que incluyó un discurso sobre la paz democrática y un gasto de recursos sin precedentes, tanto materiales como simbólicos, la OTAN fue en buena medida incapaz de establecer nuevos términos de interacción estratégica con Rusia.

Al jugar al juego de la seguridad internacional, cada lado trajo a la mesa grupos cada vez más distintos de disposiciones y expectativas, como lo demuestran los conflictos de los Balcanes. El resultado contemporáneo es una incómoda mezcla de prácticas de seguridad en la que los términos de interacción estratégica combinan extraños compañeros como esferas de influencia y seguridad indivisible, o como amenazas comunes y disuasión mutua. Lo que esta historia ayuda a iluminar, entre otras cosas, es que la dinámica política de la práctica puede ser captada en las formas en las que los agentes luchan por dotar a ciertas prácticas con validez política y legitimidad. Las prácticas nuevas emergen de definiciones autorizadas de verdad y moralidad tal como son promovidas por ciertos segmentos de la sociedad; pero este es un duro trabajo de reificación y lucha de poder.

Las prácticas también interactúan unas con otras, dado que el mundo está constituido por varias constelaciones de prácticas (Wenger, 1998), o ensamblajes de comunidades y sus prácticas que interactúan, se solapan, y evolucionan. Las prácticas en una constelación están interconectadas -comparten una época, un lugar geográfico, un objeto común y disposiciones similares; reaccionan a las mismas condiciones o desempeñan las mismas funciones, etc. Es el estado permanente de conectividad y tensión dentro de una constelación de prácticas lo que alimenta la transformación. Por ejemplo, las prácticas de seguridad cooperativa no solo son un ensamblaje de prácticas militares, diplomáticas, políticas, económicas y sociales, sino que también consisten en constelaciones de comunidades de práctica, de las que algunas performances pueden estar en el terreno del mantenimiento de la paz, mientras que otras existen en el terreno de la integración económica.

Mirar las prácticas de la OTAN en la década de 1990 da una excelente imagen de cómo suceden en paquetes y constelaciones. La Asociación para la Paz, por ejemplo, enfatizó la integración militar y la cooperación y observó la perspectiva de la ampliación de la alianza. Sin embargo, las prácticas de la OTAN de diplomacia pública y diplomacia de seminarios, como las iniciativas cooperativas con los Estados mediterráneos y del Medio Oriente, apuntaron más bajo, precisamente, a alcanzar estabilidad y a exportar valores occidentales a estas áreas. De forma similar, la mayoría de las prácticas de seguridad occidentales hacia Rusia, en particular el desarrollo de una forma de relación especial trajo de forma conjunta a comunidades de práctica que se desarrollaron alrededor de la disuasión y el control de armas, por un lado, y la seguridad cooperativa, por el otro. Como resultado, la constelación de las prácticas de seguridad OTAN-Rusia está imbuida de una tensión potencialmente transformadora entre el diálogo sobre disuasión nuclear y la diplomacia de seminarios de todos los días (Pouliot, 2010a, 2010b).

Conclusión

Como los argumentos anteriores muestran e ilustran, el concepto de práctica tiene un potencial sin precedentes en proporcionar una intersección conceptual alrededor de las teorías de RI. Como punto de entrada al estudio de la política mundial, da lugar y dialoga con una variedad de perspectivas de forma coherente y a la vez flexible. En los últimos años han abundado los llamados para la construcción de puentes, el eclecticismo analítico y la síntesis en la fragmentada disciplina de las RI (ej. Moravcsik, 2003; Zürn y Checkel, 2005; Katzenstein y Sil, 2008).

Para muchos, la acumulación y el avance del conocimiento derivan de la síntesis. Este artículo aborda de manera diferente los debates interparadigmáticos en RI. En vez de combinar diferentes perspectivas teóricas en un solo marco su objetivo consiste en proveer un punto focal alrededor del cual se pueda reunir una variedad de perspectivas, sin perder a su vez lo que las distingue (Adler y Pouliot, en edición). Por ejemplo, los realistas pueden analizar el ciclo de vida de una práctica de balance desde una perspectiva material, mientras que los liberales pueden enfatizar la elección de instituciones y las elecciones individuales. Alternativamente, los académicos de la Escuela Inglesa pueden enfatizar los procesos históricos mediante los que las prácticas emergentes se agregan en el ámbito de la sociedad internacional; mientras que los constructivistas y los posestructuralistas podrían enfatizar la transformación en los significados colectivos y los discursos como resultado de la práctica. Tomar en serio las prácticas internacionales no conduce a la síntesis sino al diálogo. En lugar de competencia, sumisión o incluso complementariedad interparadigmática, el concepto de práctica promete la fertilización mutua, como sugieren las siguientes ocho vías para la investigación.

1-Prácticas internacionales y practicantes. El estudio de la diplomacia, el medio ambiente, el terrorismo, la disuasión, los derechos humanos, el equilibrio de poder, el derecho internacional y una plétora de otras prácticas internacionales revela importantes vías de investigación, tales como el rol de las prácticas en la generación de preferencias o los efectos constitutivos de las prácticas en las subjetividades. Un subconjunto importante aquí es el estudio de las microprácticas y la política cotidiana en el mundo, en tanto ambos juegan un rol en causar cambios en las dinámicas y reglas de seguridad y económicas más amplias, y así afectan la gobernanza global.

2-Prácticas de anclaje. El poder de lo que Swidler (2001) llama prácticas de anclaje, que establecen simbólicamente las reglas constitutivas que ellas representan, proviene de su codificación en esquemas dominantes, los que nunca se formulan como reglas. Uno de los aspectos intrigantes de las prácticas de anclaje, por tanto, es su confianza en el conocimiento común, implica que ellas «no requieren el tiempo o la repetición que los hábitos requieren, sino más bien la adopción pública, visible, de nuevos patrones para que ‘cualquiera pueda ver’ que todos los demás han visto que las cosas han cambiado» (Swidler, 2001, p. 87). La confianza de las prácticas de anclaje en el conocimiento común genera posibilidades de investigación interesantes tanto para racionalistas como constructivistas para investigar cómo las prácticas ayudan a producir y sostener soluciones institucionales a problemas internacionales.

3-Evolución de prácticas. Cuando se estudian las prácticas desde una perspectiva histórica, hay que mirar atrás para ver las relaciones generativas que las hicieron posibles, así como a los procesos sociopolíticos que permitieron su difusión. Al hacerlo, los lentes de la práctica desnaturalizan las condiciones que se dan por hecho en la política mundial contemporánea. Las prácticas internacionales no son patrones ahistóricos de acción, sino conjuntos evolutivos de actividades que conectan con luchas políticas y sociales pasadas sobre el significado y el gobierno del mundo. Ciertas prácticas permanecen aisladas; otras triunfan sobre la distancia, las diferencias culturales y el paso del tiempo. Además, la historización de la práctica muestra los errores del funcionalismo y permite ver el efecto de la dependencia de la trayectoria y otros efectos históricos en las prácticas internacionales actuales.

4-Conocimiento contextual. Las relaciones simbióticas de las prácticas con el conocimiento contextual sugieren una agenda de investigación centrada alrededor de las formas en que el conocimiento tácito y reflexivo se combina en la innovación, la evolución y la ejecución de prácticas internacionales. Igualmente importante es estudiar los efectos constitutivos y causales del conocimiento en la práctica y el efecto de interpretaciones epistémicas en competencia sobre la reificación y la institucionalización de las prácticas. Como se ilustró en las secciones precedentes, explorar el conocimiento contextual que hace a la racionalidad y la interacción estratégica posibles puede representar uno de los principales beneficios de un enfoque de la práctica en Relaciones Internacionales. Desde esta perspectiva, la capacidad del pensamiento racional y el comportamiento es sobre todo capacidad contextual; la racionalidad está situada no solo en las cabezas de las personas sino también en la evolución de un conocimiento de respaldo. Cuando no hay experiencia previa, por ejemplo, las comunidades de práctica podrían jugar un rol en la construcción social de tradiciones en torno a las que las expectativas convergen. Finalmente, el conocimiento contextual juega un rol como puntos focales en la construcción de prácticas, sean estratégicas o no.

5-Un enfoque de la práctica en RI exige el análisis detenido del rol de las comunidades de práctica en la política mundial (Adler, 2005; 2008). No piense en el mundo como un ensamblaje de Estados, ni dividido por fronteras y líneas de identificación nacional, sino como comunidades transnacionales de práctica; piense en base a lo que la gente hace, más que por donde vive. Entonces se verían, por ejemplo, comunidades transnacionales de diplomáticos compartiendo una cultura diplomática, valores comunes e intereses que son intrínsecos a su práctica. También se verían comerciantes de diferentes países, incluso de países que compiten, que participan en prácticas comerciales y comparten un interés, un conocimiento, un discurso y una identidad en el aprendizaje y la aplicación de sus prácticas. Tal vez también se verían abogados internacionales tratando de hacer que los derechos humanos sean más legítimos, aceptables, y accesibles para las personas a nivel global. Tal vez se verían científicos y académicos organizándose por causas valiosas, tales como reducir el hambre mundial o prohibir las minas terrestres. Explicar el cambio social desde una perspectiva de comunidad de práctica podría tanto desafiar como complementar los estudios de cambio institucional que se enfocan en las redes sociales, porque confiarían en una teoría social más densa sobre la difusión del conocimiento y las relaciones de poder.

6-Poder y práctica. Como una herramienta conceptual, la noción de práctica ayuda a explicar cómo ciertas potencialidades se vuelven tangibles y concretas en la política mundial. También ayuda a abordar los temas de poder relativo, intereses, orden, moralidad, jerarquía y legitimidad, y recuerda que el poder no es una capacidad sino una relación y que es tanto material como simbólico. Barnes (2001: 20) argumenta que: «involucrarse en una práctica es ejercitar un poder (…) lo que se llama el activo ejercicio del poder podría igualmente ser llamado la adopción de una práctica». Esto es porque una práctica transmite los significados y se hacen dominantes en un contexto político y social dado.

7-Las prácticas están integradas en conocimiento y se transmiten a través del poder, pero también conllevan información; en otras palabras, los actores políticos usan las prácticas y las convenciones, por ejemplo, para señalar determinación, realizar compromisos creíbles, comunicar disuasión, en vez de intenciones agresivas, y señalar confianza y estabilidad para prevenir que las crisis económicas se salgan de control. Mientras que, por ejemplo, existe una importante literatura que usa los costos de audiencia para mostrar determinación en crisis internacionales (Fearon, 1997), esta literatura aún tiene que enfocarse en las prácticas que los actores políticos utilizan para señalar, comunicar y negociar con otros actores. Esto plantea preguntas de por qué los Estados escogen ciertas prácticas frente a otras, y por qué algunas de sus prácticas son más exitosas que otras para alcanzar los objetivos. Evidentemente esta agenda dialoga con el racionalismo, pero también calza con las preguntas de si y cómo prácticas establecidas se utilizan para lograr entendimientos comunes como parte de una acción comunicativa y una lógica de racionalidad práctica (Habermas, 1984).

8-Equilibrio de prácticas. Los Estados pueden diferir no solo en sus características políticas, sociales, demográficas y económicas, y en los contextos histórico-culturales que les dan nacimiento, sino también en las prácticas institucionalizadas de sus comunidades de práctica. Alternativamente, pueden compartir regímenes políticos y económicos y valores similares; por ejemplo, pueden ser parte de la comunidad de Estados democráticos y orientados al mercado, pero aun así diferir en las formas en las que buscan alcanzar sus metas en la práctica. Se piensa que las diferencias en las formas en las que despliegan sus prácticas en la escena mundial tienen efectos estructurales y que estos efectos podrían ser tan importantes -o incluso más- que el poder material, los intereses y el conocimiento. Se puede, entonces, hacer referencia a un criterio de práctica por el que los Estados se estratifican en la arena internacional como equilibrio de prácticas (Adler y Crawford, 2006), el balance de patrones institucionalizados de performances competentes que utilizan para perseguir sus metas.

En resumen, tomar las prácticas internacionales en serio no solo sugiere una gran cantidad de nuevas e importantes preguntas de investigación, sino que al hacerlo también fomenta las muy necesitadas conversaciones interparadigmáticas que unen las dicotomías arraigadas en la teoría social. Poner el concepto de práctica en el centro de los análisis ciertamente no acabará con las principales controversias teóricas y empíricas de la disciplina, y esto es bueno. Sin embargo, en un espíritu de pragmatismo el giro hacia la práctica que se provee en este artículo tal vez genere formas innovadoras de involucrarse con los mundos de la investigación y las políticas públicas que sean contextualmente progresivas, tanto analítica como normativamente.

Agradecimientos

Se agradece por haber realizado comentarios muy útiles sobre varias versiones de este artículo a Patricia Greve, Lene Hansen, Matthew Hoffmann, Markus Kornprobst, James McKee, Iver B. Neumann, Ole Jacob Sending, participantes de la conferencia en el Seminario de Toronto en noviembre de 2008, así como a los examinadores y editores de International Theory. También se reconoce el apoyo financiero del Consejo de Investigación de Ciencias Sociales y Humanidades de Canadá; al Fondo Connaught, a la Escuela Munk de Asuntos Globales, al Centro de Estudios Internacionales y a la Facultad de Artes y Ciencias de la Universidad de Toronto -en particular, al decano Meric Gertler-; así como al Centro para Estudios Internacionales de Paz y Seguridad en la Universidad McGill y la Universidad de Montreal.

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Nota: Los autores han realizado igual contribución al artículo

1Publicado en International Theory (2011), 3(1), 1-36. El artículo se publica con el permiso de los autores y de Cambridge University Press. La traducción fue realizada por Nicolás Pose y supervisada por Emanuel Adler y Florencia Antía. Nicolás Pose: orcid.org/0000-0002-4462-1189.

2Sherpa es el término utilizado para referirse a los representantes de los jefes de gobierno responsables de las negociaciones en las cumbres del G20 y del G8.

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