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Revista Uruguaya de Ciencia Política

versión impresa ISSN 0797-9789versión On-line ISSN 1688-499X

Rev. Urug. Cienc. Polít. vol.24 no.1 Montevideo jul. 2015

 

LAS PREFERENCIAS POLÍTICAS NACIONALES Y DEPARTAMENTALES DE LOS VOTANTES URUGUAYOS, 1999-2015 *

 

National and Provincial preferences of Uruguayan Voters, 1999-2015

 

Luis E. González **

 

 

Resumen: Hasta 1999 los uruguayos no podían votar a partidos diferentes en lo nacional y lo departamental (sub-nacional); la legislación electoral los obligaba a votar por un mismo partido. Desde 1999 hubo cuatro ciclos electorales (1999-2000, 2004-5, 2009-10 y 2014-15) con elecciones nacionales y departamentales que permiten comparar las preferencias partidarias de los votantes en los dos niveles. Los resultados muestran que las preferencias nacionales influencian vigorosamente, pero no determinan, las preferencias departamentales. La votación en los dos niveles no varía al azar, sino sistemáticamente: durante la última década los cambios observados están casi siempre sesgados en contra del partido de gobierno, el Frente Amplio (FA), a la izquierda del espectro ideológico. Esto ocurre porque la mayoría de los votantes ve al sistema de partidos dividido en mitades: por un lado el FA, por otro los viejos partidos fundacionales, Blancos y Colorados. Consecuentemente, muchos votantes blancos y colorados votan estratégicamente a nivel departamental. No votan por su primera opción, sino al partido de su mitad preferida que tiene mejores posibilidades de ganarle al FA.

 

Palabras clave: preferencias políticas, política nacional, política departamental, Uruguay

 

Abstract: Until 1999 Uruguayans could not vote for different parties at national and sub-national levels (nineteen departamentos); electoral law forced them to vote for the same party. Since 1999 there have been four electoral cycles (1999-2000, 2004-5, 2009-10 and 2014-15) including national and sub-national elections. This allows comparing voters’ national and sub-national party preferences. Results show that national preferences influence sub-national preferences heavily, but do not determine them. Voting patterns at the two levels do not vary at random, but systematically. During the last decade the observed changes between national and sub-national levels are almost always biased against the governing party, the left wing Broad Front (Frente Amplio, FA). This happens because most voters see a party system divided in halves: the FA on the one hand, the old, founding parties (Blancos and Colorados) on the other. Thus, many Blanco and Colorado voters choose strategically at the sub-national level, not according to their first preferences, but according to which of the parties of their preferred “half” is more likely to defeat the FA.

 

Keywords: political preferences, national politics, provincial politics, Uruguay

 

 

El 10 de mayo de 2015 se realizaron las elecciones departamentales y municipales, completando el ciclo electoral 2014-15[1]. La mayoría de los analistas comparte dos conclusiones: primero, los grandes triunfadores del ciclo fueron el Frente Amplio (FA) y su candidato presidencial, Tabaré Vázquez, porque el FA ratificó su condición de mitad mayor de la política uruguaya y las encuestas no esperaban ese resultado[2]. Segundo, ese triunfo nacional no se repitió en lo departamental. En ese plano, en términos demográficos y económicos el FA gobierna bastante más que medio país, incluyendo los dos departamentos más poblados. Políticamente, sin embargo, esa mitad mayor gobierna menos de un tercio de los departamentos (seis en diecinueve).

          Las miradas sobre las relaciones entre la política nacional y las departamentales desde los tres partidos mayores comparten algunas características. Desde el FA se han criticado carencias propias en la formación y renovación de líderes departamentales en casi todos los departamentos. Un documento preparado por el Secretariado y la Presidencia del FA para discusión interna sostiene que “no se ha logrado desarrollar la formación de cuadros políticos en el interior (…). Para la coalición, en algunos departamentos del interior se presentó ‘una oferta electoral frenteamplista desmedida’ que daba cuenta más ‘de las insuficiencias propias y de una disputa sectorial de poder’, que de ‘una síntesis política para una mejor candidatura’[3]” (énfasis agregado). Esto ayudaría a explicar las dificultades del FA para replicar sus éxitos nacionales en el plano departamental.

          Desde su principal rival, el Partido Nacional, algunas voces plantearon sus propios problemas en términos diferentes:

 

“Haber ganado tantas intendencias no es poca cosa [para el Partido Nacional], dicen algunos. Error: es efectivamente poca cosa. Es reconocer que nos hemos convertido en un Partido departamental (…) sin atractivo en lo nacional. Esa situación augura para el próximo período electoral, y el otro y el otro, una repetición de lo mismo: vamos a seguir ganando muchas intendencias y no vamos a conseguir nunca más ganar el gobierno nacional y la posibilidad de transformar el país. Nos hemos quedado festejando porque el Frente Amplio no nos pudo arrebatar [algunas intendencias: Cerro Largo, San José, Florida]…pero no entendemos que aún la gente de esos departamentos ha dicho, mediante su voto, que para el gobierno del país la convocatoria del Frente Amplio le resulta más atractiva”.[4]

 

Los colorados están preocupados por discusiones más urgentes y existenciales. Pero las tensiones entre lo nacional y lo departamental también están presentes en sus debates y acciones. Los resultados de octubre llevaron a un proceso de críticas y desprendimientos de las dos alas principales del partido (Vamos Uruguay, Propuesta Batllista). Tratando de juntar los fragmentos dispersos, la principal nueva agrupación del partido, “Espacio Abierto”, está liderada por los riverenses triunfadores en mayo (Tabaré Viera, diputado y ex intendente; el intendente reelecto, Marne Osorio)[5], e incluye otros líderes que, como Viera, se fueron de Propuesta Batllista (incluyendo el diputado por Montevideo Conrado Rodríguez). Se esperan incorporaciones también desde Vamos Uruguay, que perdió a sus cuatro diputados por Montevideo (Fernando Amado, Guillermo Facello, Ope Pasquet y Valentina Rapela)[6]. Desde el nombre hasta la sustancia de sus primeras declaraciones políticas la nueva agrupación sigue los pasos del “Espacio 2000” de Rivera[7], abierto a todo el espectro político nacional. Subrayando explícitamente el vínculo riverense Tabaré Viera sostuvo que “si bien los ejemplos puntuales departamentales no son trasladables, sentimos que tenemos cosas para aportar[8]. Ante la crisis de las que eran las dos alas principales del partido en octubre de 2014, la nueva agrupación sugiere una importancia creciente dentro del partido de la (o las) políticas departamentales, en contrapunto con los juicios críticos ya citados de Juan Martín Posadas.

Buena parte de las preocupaciones de los tres partidos con responsabilidades de gobierno a nivel departamental se centran en sus problemas inmediatos: en el FA, en el plano departamental; entre blancos y colorados, en el plano nacional. Pero en la reflexión y en las acciones de los tres partidos se aprecia una tensión similar entre lo nacional y lo departamental. Para entender estas tensiones, sin embargo, habría preguntas básicas que todavía no tienen respuestas satisfactorias:

 

“aún no sabemos cuál es la lógica que las sustenta [a las elecciones departamentales], si en ellas se dirimen visiones y candidaturas locales, o si por el contrario siguen primando en su desarrollo los intereses partidarios y sus lógicas generales. ¿En definitiva, a su nivel, repiten las elecciones de octubre, donde lo que importa es escoger un programa de gobierno y el partido político que lo ejecutará en el plano nacional, o remiten a una realidad vecinal mucho más acotada? No lo sabemos.”[9]

 

Este artículo trata de avanzar en esa dirección, hacia lo que no sabemos, al menos no con suficiente claridad conceptual y sustento empírico, vía un meta-análisis de los resultados de las elecciones en cada departamento en los dos planos: el nacional, en octubre, y el departamental, a comienzos del año siguiente. La próxima sección establece el marco general del problema y el método a seguir. La segunda sección examina los tres primeros ciclos (1999-2010), buscando regularidades en los vínculos entre las políticas nacionales y departamentales y resumiendo los datos que las sostienen; el análisis conduce a un esquema de esos vínculos válido para los tres ciclos. La tercera sección analiza el cuarto y último ciclo hasta la fecha (2014-15), examinando de qué manera los datos (los del cuarto ciclo separadamente considerados, y los del período completo, 1999-2015) confirman el esquema anterior. La última sección discute posibles explicaciones para ese esquema. Aquí se identifican hipótesis sustantivas que conducen a un modelo completo, basado en supuestos realistas y respaldados por los datos disponibles. Este modelo final describe en términos generales los vínculos entre las preferencias nacionales y departamentales de los votantes uruguayos durante los años 1999-2015, y explica la forma que asumieron esos vínculos.

 

 

1. El problema y el método para abordarlo

 

Ese modelo puede construirse desde al menos dos perspectivas diferentes. Una de ellas parte de un análisis detallado y comparado de las diecinueve políticas departamentales, tarea inabordable en el espacio disponible aquí. La otra perspectiva requiere un meta-análisis que compare los resultados electorales departamentales en los dos planos: el nacional (octubre) y el propiamente departamental (a comienzos del año siguiente). Las unidades de análisis son aquí setenta y seis parejas de resultados electorales (cuatro ciclos electorales, diecinueve departamentos). El análisis ignora lo específico de cada una de esas elecciones, incluyendo los factores que efectivamente deciden el resultado de cada una de ellas (los candidatos, los partidos, las campañas, las propuestas), y se concentra en sus rasgos más simples y directamente comparables (resultados electorales, identidad de los partidos ganadores).

Como se verá más abajo, al examinar esas parejas de elecciones se aprecian regularidades invisibles en las historias individuales. Es posible, aunque poco probable, que esas regularidades expresen sólo coincidencias. Más bien sugieren la presencia de procesos que afectan a todos los departamentos, aunque no determinen el resultado de ninguna elección en particular.

¿Qué clase de procesos podrían actuar de esa manera? Probablemente son varios. El más influyente debería ser el que domina la política uruguaya desde el comienzo del siglo: el crecimiento del Frente Amplio, especialmente a partir de 1999, cuando llegó a ser el partido mayor del sistema[10], para luego, en 2004, transformarse en su partido predominante al menos hasta 2019[11].

Para identificar esas regularidades es necesario examinar los cuatro últimos ciclos electorales, comenzando con el de 1999-2000. El análisis comienza en 1999 por tres razones. En primer lugar porque desde 1999, por primera vez en la historia política uruguaya, se puede votar por un partido en lo nacional y por otro diferente en lo departamental. Antes se votaba en un mismo día en los dos planos, nacional y departamental, y la legislación electoral obligaba a votar candidatos del mismo partido en los dos niveles. A partir de 1999, la separación entre las dos elecciones cortó esa obligación de votar a un mismo partido[12]. En segundo lugar, porque el Uruguay de las dos “mitades” políticas se vuelve claramente visible recién a partir de 1999. Por último, porque a partir de esa misma fecha el sistema de partidos uruguayo cambió, y desde entonces ha tenido un formato estable[13].

En el plano departamental la posibilidad de votar a un partido en lo nacional y a otro en lo departamental es la diferencia políticamente más significativa entre las circunstancias inauguradas en 1999 y las anteriores. En el plano nacional, la convergencia de esos tres procesos (el crecimiento del FA, la emergencia de un nuevo sistema de partidos, y la autonomía relativa de hecho y de jure de las políticas departamentales) es tal vez el cambio político más importante desde la bipartidización efectiva del sistema en 1958.

En lo que sigue el énfasis está en la sistematización de los conceptos y argumentos y en el análisis de los datos que los sostienen. El foco está en los detalles del caso uruguayo, no en el caso visto como un ejemplo de las relaciones entre los niveles nacional y sub- nacional de la acción política. Por eso las técnicas empleadas son muy simples, y las referencias se concentran en la discusión nacional de su tema.

Los argumentos en sí mismos, o al menos su esencia, no necesariamente son nuevos. Muchos aparecen en distintos grados de elaboración en la literatura existente, pero falta sistematización y apoyo empírico. La literatura a la que este análisis intenta contribuir no es muy amplia; sin pretender exhaustividad, y considerando solamente perspectivas generales, en orden aproximadamente cronológico esa literatura incluye Guerrini (2000), con una de las primeras discusiones de lo que ahora se podría llamar “concertaciones” (Guerrini se refería a ellas como “coaliciones explícitas”); Magri (2000) y Cardarello (2005), sobre las consecuencias de la reelección para intendente en las políticas departamentales; Cardarello y Guerrini (2004), que examinan las elecciones departamentales del año 2000 y vuelven a los temas de las concertaciones y el “voto útil” (sin usar necesariamente esos términos), y Cardarello y Magri (2010, 2011) y Magri y Freigedo (2010), que retoman varios de los temas anteriores y agregan aspectos específicos de las departamentales del año 2010.

 

 

2. Las tendencias hasta 2010

 

Los resultados de los tres ciclos anteriores (1999-2000, 2004-05, 2009-10) muestran algunas tendencias claras. Comenzando por la más simple y notoria: aunque entre los uruguayos las identificaciones partidarias son comparativamente muy vigorosas, y como se sabe “las camisetas pesan”, los datos muestran que las preferencias nacionales de octubre no determinan la votación en las departamentales del año siguiente. Esa no-determinación, además, sigue algunas reglas sistemáticas: las variaciones entre los dos planos (nacional, departamental) no son aleatorias. En los tres ciclos la participación del FA en el total de votantes cayó entre las nacionales y las departamentales (Cuadro 1, primera fila). La caída no fue grande, pero sí fue sistemática (ocurrió en los tres ciclos) y creciente: en 1999-2000 fue de 1,15 puntos porcentuales (de 39,06 a 37,91%); en 2004-05 fue de 1,88 pp (de 50,45 a 48,57%), y en 2009-10 fue de 5,60 pp (de 47,96 a 42,36%)[14]. Esto no significa que el FA perdía votos en todos y cada uno de los departamentos. Pero en los totales agregados siempre perdía un poco entre octubre y las departamentales siguientes[15], pérdida que creció sistemáticamente desde el comienzo del período. Redondeando, desde un punto porcentual en 1999-2000 hasta 6 pp. en 2009-10.

 

 

Esta pérdida no dependía de las circunstancias nacionales en las que se desarrollaban las elecciones departamentales. En 1999-2000 el FA estaba creciendo vigorosamente en lo nacional, aunque todavía era la “mitad menor”. En 2004-05, también creciendo velozmente, el FA se transformó en la mitad mayor, y desde entonces ha seguido siéndolo. Pero 2004 fue (hasta hoy) su mejor votación en el plano nacional. A partir de allí empezó a caer lentamente, caída casi frenada en 2014 (apenas .14 puntos porcentuales menos que en 2009). Sin embargo: al margen de que el FA estuviera creciendo o perdiendo votos, y al margen de que nacionalmente fuese la mitad mayor o la mitad menor, si se considera la diferencia entre las dos mitades electorales

 

[ FA - (P.Nac + P.Colo) ]

 

entre los agregados totales nacionales de octubre por un lado (segunda fila del Cuadro 1), y por otro los departamentales, la suma de todos los resultados de las elecciones departamentales (tercera fila), esa diferencia de diferencias (cuarta fila) es siempre positiva. Esta “diferencia de diferencias” es de 5,13 puntos porcentuales en 1999-2000, 3,92 pp. en 2004-05, y 5,42 pp. en 2009-10; el promedio para los tres ciclos es 4,82 pp. En los tres ciclos, separadamente considerados, el FA siempre fue una mitad más chica en lo departamental que en lo nacional. Esto puede resumirse en una regla o regularidad empírica:

 

R1: considerando la votación de todos los departamentos sumados, en los tres ciclos electorales 1999-2010 los resultados electorales nacionales (los de octubre) no determinan los resultados de las departamentales del año siguiente. Esta no-determinación, al menos en alguna de sus características principales, no es al azar. En lo departamental (en el total: la suma de todos los departamentos) el FA siempre es una mitad más chica que en lo nacional.

 

Esta regla vale en los tres ciclos y es, por lo tanto, independiente de que el FA fuera la mitad mayor (2004, 2009) o la menor (1999), o de que el electorado nacional del FA estuviera aumentando (1999, 2004) o disminuyendo (2009).

          Sin embargo, la comparación de las dos clases de resultados (nacionales, departamentales) a nivel de cada departamento individualmente considerado muestra que esa regla agrupa situaciones heterogéneas (Cuadro 2). Se observan variaciones que no se ven cuando sólo se examinan los totales para todo el país, porque se cancelan entre sí. El número de departamentos en los que el FA fue mayoría simple en las elecciones nacionales aumentó sistemáticamente durante los tres ciclos: cuatro en 1999, siete en 2004 y once en 2009. Ese aumento constante, sin embargo, no ocurrió en las elecciones departamentales; en ellas el FA fue mayoría simple (y por lo tanto ganó la intendencia) en un departamento en 2000, ocho en 2005 y cinco en 2010.

 

   

El FA usualmente fue mayoría simple en lo departamental (ganando así la intendencia) cuando ya había sido mayoría simple (el partido más votado) en lo nacional. El FA ganó catorce intendencias entre 2000 y 2010, y en once de esas victorias ya había sido el partido más votado en octubre. Las tres excepciones en las que el FA ganó la intendencia sin haber sido antes mayoría en lo nacional fueron Treinta y Tres y Paysandú en 2004-05[16], y Artigas en 2009-10[17]. Con estas excepciones (tres en catorce, 21%), ser mayoría relativa en lo nacional fue usualmente una condición necesaria para que el FA pudiera luego ganar la intendencia.

Pero ser mayoría en lo nacional no era suficiente para ganar la intendencia. En 1999-2000 el FA fue mayoría en lo nacional en cuatro departamentos, pero sólo ganó una intendencia, Montevideo. En los otros tres donde había sido mayoría en octubre de 1999 (Canelones, Maldonado y Paysandú) no ganó la intendencia. En 2004-05, en octubre el FA fue mayoría en siete departamentos, y en uno de ellos (Soriano) perdió luego la intendencia (pero ganó otras dos en las que no había sido mayoría nacional). En octubre de 2009 fue mayoría nacional en once departamentos, pero en la mayoría de ellos (siete en once) perdió la intendencia en 2010 (en Colonia, Florida, Paysandú, Río Negro, Salto, San José y Soriano). En total, de los veintidós departamentos en los que el FA fue mayoría en lo nacional entre 1999 y 2009, en once de las siguientes elecciones departamentales (la mitad: 50%) no fue mayoría en lo departamental, perdiendo las intendencias (pero como ya se indicó, ganó tres intendencias adicionales en departamentos donde no había sido mayoría nacional). Estos resultados sugieren una nueva regla, más débil que la primera, porque indica tendencias:

 

R2: usualmente el FA sólo gana las intendencias en los departamentos donde en octubre ya fue mayoría en lo nacional. Esto es cierto en once de las catorce intendencias ganadas por el FA entre 2000 y 2010 (79%; redondeando, cuatro quintos)[18]. Para el FA, entonces, haber sido mayoría nacional en octubre suele ser una condición necesaria para ganar luego la intendencia. Pero no es una condición suficiente. Entre 1999 y 2009 el FA fue mayoría nacional (en octubre) en veintidós departamentos, pero en once de esos casos (50%) el FA no pudo ganar la intendencia.

 

En suma, según la Regla 1 hay un espacio de posibles “reacomodaciones”: las preferencias nacionales son en alguna medida (más bien pequeña) cambiadas por otras en lo departamental, y ese espacio de posibles reacomodaciones no es neutral hacia el FA. Lo perjudica sistemáticamente, porque en el pasaje de lo nacional a lo departamental pierde más votos (y gobiernos departamentales) que los que gana. La Regla 2 establece de qué manera estas “reacomodaciones” varían a nivel departamental. El número de intendencias ganadas por el FA sin mayoría nacional previa (tres en catorce) muestra la minoría de situaciones en las que los “corrimientos” de los votantes de lo nacional a lo departamental favorecieron al FA. Las once en veintidós oportunidades en las que el FA fue mayoría nacional pero no llegó a ser mayoría en lo departamental (y perdió la intendencia) muestran la mayoría de las situaciones en las que los “corrimientos” de los votantes perjudicaron al FA.

 

 

Una mirada algo diferente, desde una perspectiva más general, ratifica estas conclusiones. Como se ve en la Figura 1, en las cincuenta y siete instancias en las que es posible examinar eventuales “corrimientos” entre la votación nacional y la departamental en los años 1999 a 2010 (tres ciclos, diecinueve departamentos) hubo veintidós victorias nacionales del FA. Entre ellas, el FA padeció once corrimientos (19,3% del total) a favor de sus adversarios (nueve hacia los blancos, dos hacia los colorados). Entre las treinta y cinco victorias nacionales de sus adversarios, el FA recibió sólo tres corrimientos (5,3% del total) a su favor (todos desde los blancos). Por cada corrimiento “desde sus adversarios hacia el FA” (tres en total) hubo casi cuatro (3,7) “desde el FA hacia sus adversarios”. Esta relación ratifica que a nivel departamental los “corrimientos” son mayoritariamente negativos para el FA. Esta es la relación entre las que hoy se podrían llamar “concertaciones informales” (Guerrini las llamaba “coaliciones explícitas”) en contra del FA versus las “concertaciones” favorables al FA: casi 4 a 1[19].

Los “corrimientos” (o “concertaciones”) observables en varios departamentos favorecen ocasionalmente a los colorados (Rivera, Salto), a veces al FA (Treinta y Tres y Paysandú en 2004-05, y Artigas en 2009-10), y muy mayoritariamente a los blancos. Se puede asumir que esas “concertaciones informales” expresan preferencias estratégicas: en lo departamental los votantes optan por el partido y/o candidato que les parece mejor o menos malo. Estos últimos votos no expresan la primera preferencia del votante: en buena medida son su segunda preferencia, a la que deciden votar porque creen que es la única con chance real de ganar (por eso se llaman preferencias “estratégicas”). Esto debería ser más común en el interior porque son políticas mucho más pequeñas que la montevideana, relativamente “de cercanías”, lo que facilita los juicios sobre quiénes serían los posibles ganadores. Este argumento es una versión ligeramente más elaborada de lo que en Uruguay siempre se ha llamado “voto útil”.

          Se podría objetar que aquí no necesariamente domina el “voto estratégico”. Podría ocurrir que para muchos electores las preferencias nacionales fuesen independientes de las departamentales. Los votantes optarían directamente por lo que les parece mejor para cada uno de los dos planos, y en ese caso para ellos no habría “opciones estratégicas”. Es posible que esto sea cierto para una minoría de los votantes, pero no puede serlo para la mayoría. Si así fuera no ocurriría, como ocurre siempre, que el partido que pierde votos es el que desde el principio tenía menos chance de ganar. Las evidencias cualitativas, documentales, y las discusiones intra- e inter- partidarias, además, son coincidentes y abrumadoras: lo que domina aquí es el voto “estratégico” o voto útil.

En estas condiciones, que en las “concertaciones informales” los blancos se vean mucho más favorecidos que los colorados parece muy natural hasta por razones puramente aritméticas. En los dos últimos ciclos del período, en lo nacional los blancos fueron (por muy amplio margen) el partido más votado de los dos, y por lo tanto, en lo departamental tenían muchas más posibilidades de ganar que los colorados. Pero este argumento no puede explicar las muy diferentes “ganancias” departamentales de blancos y frentistas, porque el FA recibía muchos más votos nacionales que los blancos. La lógica anterior entre colorados y blancos en este caso no funciona. ¿Por qué razón los blancos han sido sistemáticamente mucho más favorecidos que los frentistas por las “concertaciones espontáneas"? Más abajo se exploran posibles respuestas a esta pregunta.

Sean cuales fueren esas respuestas, en lo departamental el efecto muy mayoritario de “concertación anti FA” debería tener al menos un límite señalado por la votación nacional. En la discusión anterior se hablaba de concertaciones o corrimientos en sentido amplio en los casos en los que un partido tiene mayoría nacional (esto es, mayoría simple o primera pluralidad) en octubre, pero la pierde en las departamentales siguientes (perdiendo la intendencia). El problema también se puede encarar de una manera diferente. En lugar de examinar solamente el partido más votado, cosa definida por mayorías relativas, se puede considerar el plano de las mitades políticas (FA por un lado; por otro, blancos más colorados), lo que en la práctica implica hablar de mayorías absolutas (no solamente relativas)[20]. Desde esta perspectiva, en los departamentos en los que el FA fue la mitad mayor en lo nacional (en octubre), el FA “debería” ganar las correspondientes intendencias. Porque aún con “corrimientos” en su contra, el FA sólo puede perder esas elecciones departamentales si tiene fugas netas lo suficientemente grandes como para anular su condición de “mitad mayor” en lo nacional. Los datos dicen que, efectivamente, en los tres ciclos nacionales desde 1999 hasta 2009 inclusive, en octubre el FA fue la mitad mayor en seis departamentos (Montevideo en los tres ciclos, Canelones en 2004 y 2009, y Maldonado en 2004), y en todos esos casos en la elección departamental siguiente el FA ganó la intendencia.

Desde este punto de vista las dos mitades (FA; blancos y colorados sumados) no son formalmente simétricas. Siempre que el FA fue mitad mayor en lo nacional, ganó la intendencia. Pero cuando blancos y colorados fueron la mitad mayor en lo nacional, no siempre ganaron la intendencia en las departamentales siguientes. Esto no se observó en 1999-2000, pero ocurrió en cinco departamentos en 2004-05 (Florida, Paysandú, Rocha, Salto y Treinta y Tres), y en otros tres en 2009-10 (Artigas, Maldonado y nuevamente Rocha). En tres de estos ocho casos (Paysandú y Treinta y Tres en 2004-05, y Artigas en 2009-10) el FA ganó la intendencia sin siquiera haber sido mayoría simple en lo nacional (en octubre). Estos resultados pueden expresarse en una tercera regla o regularidad empírica que, en lo que al FA se refiere, no tiene excepciones en los tres primeros ciclos:

 

R3: en los departamentos en los que el FA es la mitad mayor en octubre (en lo nacional), en las departamentales siguientes gana la intendencia. Para que el FA gane una intendencia no es necesario que en octubre haya sido la mitad mayor, pero sí es suficiente: si fue la mitad mayor, gana la intendencia. Con la otra mitad esto no funciona así: que blancos y colorados (sumados) sean la mitad mayor en octubre no asegura que ganen la intendencia. Desde 1999 sí es cierto, sin embargo, que siempre que blancos o colorados ganaron una intendencia, ya habían sido la mitad mayor en las nacionales de octubre. En otras palabras: para la mitad fundacional, blancos y colorados sumados[21], ser mitad mayor en octubre es condición necesaria, pero no suficiente, para ganar en lo departamental.

 

Las tres reglas anteriores pueden agruparse en un esquema simple. En cada ciclo electoral las variaciones o corrimientos entre los resultados de octubre (nacionales) y los resultados de las departamentales siguientes pueden clasificarse en tres “franjas” de posibles resultados. Los límites de esas franjas dependen de dos clases de fronteras. Por un lado, las mitades mayores o menores (o el FA, o los blancos más los colorados) en lo nacional, que en la práctica implica mayorías absolutas. Por otro lado, los partidos más votados en lo nacional (mayorías simples o relativas).

Si el FA es mitad mayor en octubre, entonces, por definición, también es mayoría simple; en este caso los datos muestran que siempre gana la intendencia. Pero si la mitad mayor es la suma de blancos y colorados, la mayoría simple en octubre puede ser del FA, o de alguno de sus adversarios (blancos o colorados), y en cada una de estas alternativas la intendencia puede ser o bien del FA, o bien de sus rivales. Esto, por sí solo, es apenas un ejercicio (engorroso) de clasificación. Sólo puede ser algo más que una clasificación no muy práctica si los datos se agrupan de formas sustantivamente significativas: en ese caso ya sería un esquema potencialmente interesante.

          La Figura 2 resume este esquema. La primera fila (que es la primera “franja”) describe lo que ocurre cuando el FA es la mitad mayor en octubre: en las departamentales siguientes el FA siempre gana la intendencia (seis intendencias, 10,5% de los cincuenta y siete casos). La segunda y tercera filas (y franjas) describen lo que ocurre cuando blancos y colorados son la mitad mayor en octubre (cincuenta y un casos). En dieciséis de estos casos, considerando ahora a los partidos, no a las mitades, el FA fue mayoría relativa en octubre. En las departamentales ganó cinco de esas dieciséis intendencias y perdió las otras once (los resultados se resumen en la segunda fila). Entre los treinta y cinco casos restantes, en los que en octubre fueron mayoría los blancos o los colorados, el FA ganó tres intendencias y perdió las otras treinta y dos (tercera fila).

          La variación de los resultados por franja es clara y sistemática. En la primera (FA mitad mayor en octubre), el FA ganó todas las intendencias (seis en seis, 100%). En la segunda franja (FA mitad menor, pero mayoría relativa en octubre), el FA ganó cinco de las dieciséis intendencias en juego, casi un tercio (31%). En la tercera y última franja (FA mitad menor en octubre, y blancos o colorados mayoría relativa), el FA sólo ganó tres de las treinta y cinco intendencias (apenas 9%). Los datos se agrupan, en suma, de maneras sustantivamente significativas, y por lo tanto el esquema es potencialmente interesante.

 

 

3. Los resultados del ciclo 2014-15 y las tendencias 1999-2015

 

El jueves 7 de mayo de 2015, antes del comienzo de la veda informativa sobre las elecciones del domingo 10, Cifra presentó un informe sobre las elecciones departamentales basado en toda la información disponible[22]. Allí se indicaba que la mayoría de los diecinueve departamentos (doce) contaba con un partido favorito para ganar las elecciones departamentales de 2015, porque todas o la gran mayoría de las encuestadoras coincidían en señalar cuál era el probable ganador en esas elecciones. En todos los casos ese partido era el oficialismo departamental: el FA (en Montevideo y Canelones), los colorados (en Rivera) y nueve departamentos blancos: Soriano, Colonia, San José, Flores, Florida, Lavalleja, Tacuarembó, Durazno y Treinta  y Tres. Si en alguno de esos departamentos el “favorito” perdía, eso habría sido una sorpresa para el grueso de los analistas profesionales (y un error colectivo de las encuestadoras).

Según el juicio también coincidente de las encuestadoras, los siete departamentos restantes no tenían un favorito claro. En ellos competían dos partidos con chance real de ganar esas elecciones “competitivas”[23]; en ningún caso se esperaba una competencia entre tres partidos (consistentemente con el argumento del voto útil). Tres de esos siete departamentos estaban gobernados por el FA (Maldonado, Rocha y Artigas); uno por los colorados (Salto), y los tres restantes por los blancos (Paysandú, Río Negro y Cerro Largo). En los tres departamentos “competitivos” gobernados por el FA, el rival era blanco; en los tres oficialismos blancos que podían perder, el desafiante era el FA; y en Salto, el oficialismo colorado también enfrentaba el desafío del FA.  En suma: el FA era uno de los dos posibles ganadores en los siete departamentos, los colorados en uno, y los blancos en los seis restantes.

Asumiendo que en los departamentos “impredecibles” los dos rivales con chance tenían aproximadamente la misma probabilidad de ganar, esto implicaba que los colorados ganarían en uno o dos departamentos (conservando los dos que ya gobernaban, o sólo uno, perdiendo Salto). El FA ganaría probablemente entre cinco y seis intendencias (ganando alguna ajena, y perdiendo alguna propia), y los blancos probablemente seguirían gobernado alrededor de doce departamentos, pero no los mismos que gobernaban: ganarían alguno de los gobernados por el FA, y perderían, también hacia el FA, alguno de los departamentos propios. Partiendo de ese análisis, en suma, se esperaba que los colorados ganasen una o dos intendencias, el FA entre cinco y seis, y los blancos entre once y trece.

  




 

 

Estas expectativas resultaron correctas. En cuanto al número de intendencias ganadas, los colorados quedaron con una, Rivera (perdieron Salto, ganado por el FA); el FA ganó seis, Montevideo, Canelones, Rocha, Río Negro, Paysandú y Salto (se esperaba que ganara en cinco o seis), y los blancos ganaron las doce intendencias restantes.

Las intendencias para las que se anticipaba el ganador fueron efectivamente ganadas por los favoritos. La única falla colectiva de las encuestadoras estuvo en algunas de las elecciones que se suponía serían “disputadas” (con resultados electorales relativamente parejos). Al menos dos de ellas no tuvieron resultados relativamente parejos. Estos resultados inesperados fueron Artigas (ventaja blanca de 13 puntos porcentuales), y sobre todo Cerro Largo (ventaja blanca de 27 pp.). Salvo en esto, entonces, las encuestadoras, colectivamente, anticiparon razonablemente bien el panorama político resultante de las elecciones departamentales de 2015.

¿En qué medida los resultados del ciclo electoral 2014-15 ratificaron (o rectificaron) las regularidades empíricas arriba señaladas y el esquema descriptivo de las relaciones nacionales / departamentales en las 57 parejas de elecciones 1999-2010? Como se ve en el Cuadro 3, sigue siendo cierto que a nivel departamental los resultados electorales nacionales (los de octubre) no determinan los departamentales del año siguiente y que el FA siempre es una mitad más chica en lo departamental que en lo nacional. Los datos también sugieren algo nuevo. Si se excluye el caso extremo de 1999 se encuentra que en lo nacional el FA es una “mitad mayor” cuya ventaja sobre la otra mitad tiende a oscilar alrededor de cuatro puntos porcentuales (segunda fila del Cuadro 3). Excluyendo el mismo caso extremo (1999), se aprecia que en lo departamental el FA no solamente no es la mitad mayor (excepto en 2004), sino que en términos relativos se está achicando (tercera fila), y por lo tanto la “diferencia de diferencias” está también aumentando sistemáticamente; su valor en el último ciclo es el mayor de la serie, 8,35 puntos porcentuales (cuarta fila del Cuadro 3). El FA parece tender a estabilizarse como mitad mayor en lo nacional, pero en lo departamental es una mitad cada vez más pequeña. Las tendencias aquí son divergentes.

 

 
El número de departamentos donde el FA es el más votado en lo nacional continuó creciendo en 2014 (ahora son catorce: Cuadro 4, primera fila). Sin embargo, la participación del FA en el voto nacional tiende a estabilizarse, no a crecer. Esta aparente paradoja ocurre porque la proporción del voto nacional del FA bajó en los tres departamentos socialmente más modernos, prósperos y poblados del país (Montevideo, Canelones y Maldonado, aunque en Canelones la pérdida 2009-14 fue muy pequeña), compensando su mejoría en los restantes dieciséis departamentos.

          Sigue siendo cierto (en 2015, sin excepciones) que en todos los departamentos en los que el FA ganó la intendencia ya había sido mayoría nacional en octubre, y que esta última circunstancia es condición necesaria pero no suficiente para ganar la intendencia, porque entre los catorce departamentos donde el FA fue mayoría nacional en 2014 sólo ganó seis intendencias. Las ocho restantes las perdió: una hacia los colorados, Rivera, y las otras siete hacia los blancos. También sigue siendo cierto, también sin excepciones, que cuando el FA es la mitad mayor en lo nacional (octubre), en las departamentales siguientes gana la intendencia: ganó la intendencia en los cuatro departamentos en los que en octubre votó mejor que blancos y colorados sumados (en lo nacional fue la mitad mayor en Montevideo, Canelones, Paysandú y Salto). En resumen: desde 1999, y para el último ciclo 2014-15 en particular, sigue siendo cierto que los “corrimientos” (o “concertaciones”) de los electorados departamentales entre los planos nacional y departamental son favorables a los blancos y muy negativos para el FA (Figura 3).

 

 

El esquema descriptivo presentado al final de la sección anterior resulta claramente confirmado. Este modelo clasifica las variaciones o corrimientos entre los resultados de octubre (nacionales) y los resultados de las departamentales siguientes en tres franjas de posibles resultados definidos por dos fronteras: la primera, cuál es la mitad mayor en lo nacional, el FA o la suma de blancos y colorados; la segunda, cuál es el partido más votado en lo nacional. Como se ve en la Figura 4 (que incluye los cuatro ciclos), los resultados muestran cambios muy pequeños respecto a la Figura 2 (sólo los tres primeros ciclos), y todas las conclusiones sustantivas se mantienen. La variación de los resultados por franja es igualmente clara y sistemática. En la primera franja (FA mitad mayor en octubre), el FA ganó todas las intendencias de ese grupo (diez en diez, 100%). En la segunda (FA mitad menor, pero mayoría relativa en octubre), el FA ganó siete de las veintiséis intendencias, algo más que un cuarto (27%).  En la tercera y última franja (FA mitad menor en octubre, y blancos o colorados mayoría relativa), el FA sólo ganó tres de las cuarenta intendencias (8%). Los datos se siguen agrupando de maneras sustantivamente significativas.

          Tal vez la única diferencia relevante, pero que por ahora sólo sugiere una conclusión especulativa (porque involucra muy pocos casos), es la siguiente. El porcentaje de intendencias ganadas por el FA en los tres primeros ciclos (14 en 57 parejas nacionales-departamentales: 24,6%) es similar al correspondiente a los cuatro ciclos (20 en 76 parejas: 26,3%), alrededor de una cuarta parte, con una pequeña mejoría de 1,7 puntos porcentuales a favor del FA. Pero en el último ciclo, 2014-15, en los departamentos de la tercera franja (FA mitad menor, sin mayoría relativa en octubre) el FA no logró ganar intendencias; en esa franja el FA registra para los cuatro ciclos las mismas tres intendencias que ya aparecían en la Figura 2 (los tres primeros ciclos solamente). Las cosas ocurren “como si” las fronteras entre las franjas se estuvieran endureciendo, y en la tercera y última franja los corrimientos en contra del FA se estuvieran transformando en una nueva regla, ahora sin excepciones.

 

 

4. La relación entre las preferencias de los votantes en lo nacional y en lo departamental, 1999-2015

 

Volviendo a la pregunta pendiente. Parecen claras las razones por las cuales los blancos se vieron mucho más favorecidos que los colorados por los “corrimientos” electorales entre las elecciones nacionales y las departamentales. Pero, ¿por qué razón los blancos han sido sistemáticamente mucho más favorecidos que los frentistas en esas “concertaciones espontáneas”?

Esta pregunta es problemática. El argumento que explicaría por qué a los blancos les fue mucho mejor que a los colorados en estas concertaciones, si se lo aplica a la relación blancos-FA predice el resultado opuesto al realmente observado. Ese argumento se basa en la lógica del voto útil, en los resultados electorales (desde 2004 los blancos han sido mucho más votados que los colorados), y también en un supuesto implícito adicional: de alguna manera, para los votantes era “igualmente posible” (aproximadamente) cambiar su voto desde los colorados (en lo nacional) hacia los blancos (en lo departamental) y a la inversa (desde los blancos en lo nacional, hacia los colorados en lo departamental)[24]. En esas condiciones lo decisivo es la lógica del voto útil y los resultados electorales, que por sí sola conduce a los resultados observados.

Esta misma lógica (asumiendo que el voto útil funciona igual, y que para los votantes de los partidos fundacionales es tan posible “correrse” hacia el FA en lo departamental como hacia los colorados o hacia los blancos), predice que los corrimientos deben beneficiar más (y cada vez en mayor medida) al FA que a los blancos, simplemente porque la aritmética electoral está cada vez más a favor del FA (el FA fue mayoría nacional en cuatro departamentos en 1999, en siete en 2004, en once en 2009, y en catorce en 2014).

Si el pronóstico es equivocado, alguna de sus premisas debe serlo; ¿cuál, o cuáles? Los resultados electorales son simplemente un dato, ni correcto ni incorrecto. Parece exagerado sostener que estas circunstancias son suficientes para cuestionar la lógica del voto útil (un argumento muy general, apoyado en la evidencia comparada disponible[25]). Por lo tanto, la premisa que no funciona debe ser la última, la que sostiene que para los votantes blancos y colorados es tan posible “intercambiar” votos nacionales y departamentales entre sí como con el FA. Esta “intercambiabilidad”, en principio, no debería funcionar tan bien para los votantes fundacionales y los frentistas como sí funciona entre blancos y colorados. La “intercambiabilidad” entre blancos y colorados debería ser mucho más alta que la existente entre votantes fundacionales y frentistas; sólo así se podrían explicar los resultados efectivamente observados.

           Esta asimetría, entonces, es lo que se debe explicar. Al menos seis hipótesis, empíricamente bien fundadas y complementarias entre sí, aportan posibles respuestas a esta pregunta. Consideradas en conjunto, ellas configuran un modelo genuino capaz de explicar, al menos tentativamente, los resultados del análisis precedente. Estas seis hipótesis son las siguientes:

 

        i.            La distinción entre las dos mitades es un resultado “natural” de las diferencias históricas, sociales y políticas entre el FA por un lado y colorados y blancos por otro. Los votantes blancos y colorados realmente estaban, y además se sentían, mucho más cercanos entre sí que respecto al FA. Toda la información disponible apunta en esa dirección.

 

Hacia fines del siglo XX los partidos fundacionales siempre habían sido gobierno (nacional, departamental); el FA y sus fundadores siempre habían sido oposición. Los colorados y los blancos son partidos de la primera mitad del siglo XIX, afines (en ese orden) a las tradiciones latinoamericanas liberales y conservadoras características del siglo. Eran partidos “de notables” (en el sentido clásico de Duverger) con fuerte arraigo popular. Son partidos del siglo XIX latinoamericano, no del siglo XIX europeo (y menos aún de la segunda mitad del siglo XIX europeo); son anteriores al Manifiesto Comunista. Sus temas, sus debates, sus preocupaciones, su organización, sus bases sociales, los discursos y los estilos de sus liderazgos, son todos ellos más antiguos que los socialismos europeos de la segunda mitad del siglo XIX. Son, institucionalmente, “de una generación anterior” (en términos personales, de ciclos vitales, los preceden en varias generaciones). El FA, exactamente a la inversa, es el heredero directo y explícito de esos socialismos europeos. Su núcleo fundador fueron comunistas y socialistas, minorías consolidadas y muy activas desde el primer cuarto del siglo XX. Socialistas y comunistas, además, luego influyeron mucho en las otras izquierdas “radicales” de la segunda mitad del siglo XX que finalmente también se sumaron (en su gran mayoría; no todas) al FA. Influencia que en parte fue directa, y en parte fue potenciada por la conversión marxista-leninista de la revolución cubana.

 

A principios del siglo XXI las encuestas y los resultados electorales siguen mostrando las huellas de esas historias. Ejemplos: los blancos eran y siguen siendo (en términos relativos) más fuertes en el interior del país. El FA fue construido y desarrollado sobre un vigoroso activismo social primero y político después, pero siempre ha sido una construcción más capitalina y urbana, como lo fueron los batllismos que lo precedieron. Los votantes blancos son bastante más cristianos y católicos que los frentistas (como antes lo eran en comparación con los colorados). El grueso del ala derecha del espectro ideológico vota a los partidos fundacionales; prácticamente toda el ala izquierda vota al FA. Desde hace tres décadas los promedios de las auto identificaciones ideológicas de los votantes blancos y colorados son muy cercanos entre sí, y muy lejanos de las auto identificaciones de los votantes del FA.

 

       ii.            La distinción entre las dos mitades fue una construcción deliberada de los discursos políticos de los tres partidos mayores desde la fundación del FA en 1971. El FA se definía como el único adversario verdadero de los “rosados” blanqui-colorados, antinomia retomada y desarrollada luego del gobierno militar. Los dos partidos fundacionales cargaban con la responsabilidad de los problemas nacionales, porque sólo ellos habían sido gobierno, y esa co-responsabilidad los igualaba. La evidencia aquí es tan o más abrumadora que en el punto anterior. Los elementos básicos de este discurso anti-partidos fundacionales aparecieron primero en la izquierda pre-frentista muchos años antes del nacimiento del FA; después de 1971 se ampliaron y profundizaron, para luego transformarse, después de la llegada del FA al gobierno, en el tema de la “herencia maldita” (que sería el legado histórico de los partidos fundacionales).

 

Este discurso anti-partidos fundacionales rápidamente encontró su contra-discurso anti FA. Aquí no había un debate, porque los dos discursos hablaban de cosas diferentes: cada uno se refería a los pecados, carencias morales, limitaciones y errores del otro. Pero los dos discursos compartían (y construían conjuntamente) un gran punto en común: las dos mitades, efectivamente, eran (y siguen siendo) muy distintas.

 

Entonces: frentistas y fundacionales eran efectivamente diferentes desde casi todos los puntos de vista imaginables, y además los discursos políticos de las dos partes durante más de cuatro décadas (desde la fundación del FA hasta el presente) proclamaron y reafirmaron esas diferencias.

 

     iii.            Como ya se observó, el gran impulso inicial del FA es principalmente urbano, y en primer lugar montevideano. Varios de los líderes del FA que llegaron por primera vez a responsabilidades ejecutivas con Tabaré Vázquez, electo intendente de Montevideo en 1989, siguen siendo hoy muy influyentes en la política partidaria y de gobierno del FA. Durante quince años (hasta 2004) esos líderes tuvieron tareas de gobierno departamentales.

 

Pero Montevideo es casi medio país, y además es el ombligo del país. Por eso, la exposición pública y las acciones de esos liderazgos hicieron que, en la práctica, desde el principio fueran (y fueran vistos como) liderazgos nacionales. No había otras alternativas, aunque al principio fuesen realmente departamentales (y su transformación en elencos gobernantes nacionales recién ocurrió en 2005).

 

    iv.            Como consecuencia de esta última circunstancia y de la gran velocidad del crecimiento político nacional del FA a partir de 1994 (la elección del “triple empate”), el crecimiento del FA en los demás departamentos, fuera del “ombligo”, pudo avanzar con escaso o moderado esfuerzo local. El voto departamental al FA podía crecer impulsado sólo por la ola nacional frentista.

 

Caricaturizando: se crecía surfeando esa ola nacional. Visto desde una perspectiva local, se podía crecer (y se crecía) “haciendo la plancha”.

 

      v.            Esto, a su vez, tuvo dos familias de consecuencias importantes para esta discusión. Por un lado, como ya se observó, llevó a lo que varias voces desde adentro del FA ven (y critican) como carencias en la formación y renovación de líderes departamentales en el interior.

 

Por otro lado, esto también implicaba que después de 2004 esos líderes departamentales tendían a ser más antiguos, “tradicionales” y relativamente menos aggiornados que los nacionales (tal vez podría agregarse: como buena parte de los líderes montevideanos antes del gran salto de 1989). Eso facilitó que muchos o la mayoría de los rasgos ya resumidos en (i) y (ii), incluyendo, en particular, cierto aislamiento de las elites de la izquierda respecto a las demás elites (salvo los intelectuales) fueran mucho más persistentes en el interior del país que en la capital. Antes de 1971 estos rasgos eran comunes en toda la izquierda. Entre 1989 y 2004 comenzaron a cambiar, pero el cambio fue más profundo y veloz en Montevideo.

 

Todo esto facilitó considerablemente la persistencia, mucho más marcada en el interior que en el Gran Montevideo, de líneas divisorias profundas entre las dos mitades.

 

    vi.            Finalmente: los factores anteriores actúan todos en la misma dirección, acercando a blancos y colorados entre sí, y distanciando a ambos de los frentistas, especialmente en el interior del país. Su acción simultánea y convergente fortalece las cercanías entre blancos y colorados y aumenta las distancias percibidas entre cada uno de los dos partidos fundacionales por un lado y el FA por otro.

 

Con modestos y relativamente breves procesos de aprendizaje colectivo durante la década 2005-15, esto fortaleció y aceleró el proceso de “corrimientos” en contra del FA y a favor del Partido Nacional (el único de los dos fundacionales con chance real de ganar en casi todo el país). En 1999-2000 no hubo aprendizajes colectivos, porque si bien en ese año se aplicaron por primera vez los cambios en la legislación electoral, la situación real no los imponía. Montevideo ya llevaba una década frentista, y los partidos fundacionales lo daban por casi perdido, pero en el interior no había intendencias frentistas (no las hubo hasta 2005).

 

Desde 2004-05, en cambio, las señales de esos aprendizajes colectivos (entre elites políticas, y sobre todo entre sus votantes) son cada vez más visibles. El mejor momento departamental del FA fue en 2005; en octubre de 2004 había sido el partido más votado en siete departamentos, y en 2005 logró ganar ocho intendencias: no hubo experiencia ni aprendizajes previos, y como consecuencia los corrimientos contrarios al FA fueron limitados. En 2009-10 las victorias nacionales fueron once, pero las intendencias ganadas sólo cinco (la relación fue de 0,45 a 1). En 2014-15 hubo catorce victorias nacionales y seis intendencias. Una más que en el ciclo anterior, pero la relación departamental/nacional empeoró ligeramente: 0,43 a 1.

 

En términos electorales, estas hipótesis se traducen directamente en el modelo ya discutido de las “franjas”. Son consistentes con todos los resultados examinados en este artículo; brindan una explicación razonable de las relaciones observadas entre las votaciones nacionales y departamentales, y de las causas del sesgo definidamente anti-FA de los “corrimientos” electorales entre los planos nacional y departamental. A lo largo de todo el período (1999-2015) el FA sólo pudo ganar en tres de los cuarenta casos en la tercera franja (cuando el FA no obtiene mayoría relativa en octubre) porque se lo impidió la lógica de las dos mitades. El “aprendizaje” hace que las victorias del FA en esta franja se vuelvan más difíciles; por eso en 2015 no las hubo. Por las mismas razones, incluso en la segunda franja (FA mayoría relativa en octubre, pero la mitad mayor fueron blancos más colorados) el FA sólo obtuvo algo más de un cuarto de las intendencias en disputa. El resto quedó para los blancos y colorados.

          Las implicaciones de esta discusión para las dos mitades políticas del país son diferentes. Exceptuando Montevideo y Canelones, el FA tiene problemas en las políticas departamentales de la mayoría de los demás departamentos. En ellos sus éxitos suelen ser limitados y difíciles de sostener en el tiempo. En Rocha, el único departamento en el que el FA logró replicar los resultados nacionales del FA (tres victorias consecutivas), la gestión de Barrios, dos veces intendente (2005-2015), pudo mantener el gobierno departamental para el FA en 2015 aunque Barrios ya no podía ser candidato. Allí el FA logró “institucionalizar” y capitalizar políticamente los aciertos de Barrios. Su meta, presumiblemente, sería lograr esos mismos resultados en tantos departamentos como sea posible; para eso se necesita acción política departamental.

          Para los partidos fundacionales el problema se plantea más bien al revés. Son mucho más exitosos en el plano departamental que en el nacional. Eso, en sí mismo, no es un problema. Las políticas departamentales pueden ser el lugar desde donde se enfrenta la preponderancia política nacional de la otra mitad mientras, como solía decirse en la izquierda, se acumulan fuerzas. A fin de cuentas, así fue buena parte de la historia del Partido Nacional en el Uruguay bipartidista. Y también pueden ser un vivero de liderazgos e ideas capaces de contribuir significativamente a la recuperación de posiciones en el plano nacional. Eso implica acción política nacional desde lo departamental.

 

 

Bibliografía

 

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Crespo, Ismael, Antonio Garrido y Mario Riorda (2008) Elecciones y campañas presidenciales en América Latina. Buenos Aires: La Crujía.

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Magri, Altaïr, y Martín Freigedo (2010) “Municipales 2010: ¿Elecciones de segundo orden?”. En Buquet, Daniel y Niki Johnson (Coord.) Del cambio a la continuidad. Ciclo electoral 2009-10 en Uruguay. Montevideo: Fin de Siglo – Instituto de Ciencia Política – CLACSO.



* Debo agradecer a los colegas de Cifra por el trabajo y las ideas compartidas durante la campaña hacia las elecciones departamentales de mayo de 2015, y a la Facultad de Comunicación de la Universidad de Montevideo por el tiempo que me permitió completar la investigación y escribir el artículo. Debo agradecer también a dos lectores anónimos de la RUCP que me señalaron errores y me ayudaron a presentar varios argumentos.

** Universidad de Montevideo - Cifra.

[1] “Ciclos” porque las elecciones uruguayas se agrupan en tres (o cuatro) actos electorales cada cinco años. En el año inicial del ciclo se realizan primero las internas o primarias (obligatorias para los partidos, pero no para los votantes); luego, en octubre, las presidenciales y parlamentarias. Si ningún  candidato presidencial obtiene mayoría absoluta en octubre, entonces en noviembre hay balotaje (o segunda vuelta) entre los dos más votados. Finalmente, en el primer semestre del año siguiente se hacen las elecciones departamentales y municipales.

[2] Mitad mayor, electoralmente, en el sentido usual: una de las dos mitades es el FA; la otra, la suma de blancos y colorados.

[3] Según el diario El País, 21 de junio de 2015, p.10.

[4] Columna de Juan Martín Posadas (“Evaluación postergada”) en El País, 31 de mayo de 2015.

[5] Observador TV, 29 de junio de 2015.

[6] El País del 2 de agosto de 2015 dedicó una página a la situación colorada (“Bordaberry resignó liderazgo y colorados se aferran al batllismo”), incluyendo una entrevista a Tabaré Viera. Ante la pregunta “¿han tenido conversaciones con los cuatro diputados que abandonaron a Bordaberry?”, Viera respondió: “He hablado con ellos, con todos ellos. Me gustaría que se sumaran. Estamos coordinando acciones comunes porque hay muchas coincidencias. Mi deseo es que tengamos una expresión política conjunta, coordinada” (énfasis agregado).

[7] Que según El País (“La isla colorada”,17 de mayo de 2015, p.2), “a la manera de su tocayo ‘Espacio 609’ [el mujiquismo, MPP] aglomera a muchos dirigentes, blancos, frentistas e independientes incluidos, detrás de un proyecto de gobierno departamental [en el caso del Espacio Abierto]”.

[8] Citado textualmente en el diario La República, “Tabaré Viera presentó nuevo sector colorado”, 24 de junio de 2015.

[9] Columna de Hebert Gatto en El País (“Elecciones”), 18 de mayo de 2015.

[10] Pero todavía era su “mitad menor”, y perdió las elecciones presidenciales de ese año.

[11] En el sentido usual: tres elecciones consecutivas con mayorías legislativas propias. Que el FA siga siendo partido predominante más allá de 2019 depende del resultado de las elecciones de ese año.

[12] Modificando el marco legal también se podía (y se puede) llegar a ese mismo resultado por otros caminos.

[13] González (2015). González (2010) es una primera versión del argumento que sólo discute las elecciones 1999-2009.

[14] Ratificando que las preferencias partidarias nacionales no determinan las departamentales. Por otro lado, aún sin olvidar que las variaciones departamentales  individuales son mayores que la variación total neta, la modestia de las diferencias (excepto en 2009-10, debido principalmente a la caída de la votación departamental del FA en Montevideo) también indica que las preferencias nacionales del electorado, aunque no sean determinantes, tienen mucha influencia sobre sus opciones departamentales.

[15] En relación al electorado total (votantes y no votantes), entre lo nacional y lo departamental el FA perdía un poco más que lo indicado en el Cuadro 1, porque la participación en las departamentales siempre ha sido algo más baja que en las nacionales.

[16] En los dos casos en octubre de 2004 los blancos habían sido el partido más votado, pero en 2005 la intendencia fue ganada por el FA. En Paysandú el FA perdió la intendencia en 2010 y la recuperó en 2015; en Treinta y Tres la perdió en 2010 (y en 2015 no pudo recuperarla).

[17] En octubre también habían ganado los blancos. En 2015 el FA perdió la intendencia (la recuperaron los blancos).

[18] Las tres victorias departamentales que no fueron precedidas por victorias nacionales en octubre (Paysandú y Treinta y Tres en 2005; Artigas en 2010) fueron intendencias ganadas a los blancos.

[19] Estos “corrimientos” son los resultados netos finales. En algunos departamentos el FA aumenta su votación entre octubre y la departamental, pero igual pierde la intendencia, porque uno de sus adversarios (normalmente los blancos) aumentó aún más su votación, lo suficiente como para ganarle.

[20] Al menos en relación a los votos de los tres partidos mayores. Si se consideran sólo esos votos, entonces (salvo empates extremadamente improbables) hay sólo dos posibilidades: o bien el FA es la mitad mayor, o bien lo son blancos y colorados sumados.

[21] “Fundacionales” porque blancos y colorados son los únicos partidos del sistema que nacieron antes de la consolidación del estado uruguayo.

[22] Las encuestas de Cifra, las de otros encuestadores profesionales difundidas públicamente, y los resúmenes publicados justo antes del comienzo de la veda (el 7 de mayo en los diarios El Observador y El País). El informe de Cifra fue presentado en la edición central de Telemundo, Canal 12. Su versión escrita (de la misma fecha) se encuentra en la página web de Cifra, www.cifra.com.uy. La sustancia del argumento es Bayesiana en el sentido usual, aunque no formalizada.

[23] En algunas de estas situaciones competitivas las encuestadoras hablaron de “ventaja” para algún partido, pero sin arriesgar un pronóstico.

[24] Esto es lo que se ve en los resultados electorales. Los blancos (consistentemente con las premisas anteriores) se vieron mucho más favorecidos por los “corrimientos” que los colorados, pero en las circunstancias apropiadas (una pequeña minoría del total), los colorados también se beneficiaron. En 2010 y en 2015 esto ocurrió en Rivera y Salto, aunque en 2015 el efecto no fue suficiente para retener la intendencia salteña en manos coloradas.

[25] Crespo et al. (2008, Cap. II) presentan un panorama reciente de esa evidencia en el marco de la literatura sobre las opciones racionales de los votantes.

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