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Revista Uruguaya de Ciencia Política

versión On-line ISSN 1688-499X

Rev. Urug. Cienc. Polít. vol.21 no.spe Montevideo dic. 2012

 

Comentarios y reseñas críticas

La gran transformación de la democracia. De las comunidades primitivas a la sociedad capitalista

FEDERICO TRAVERSA

CSIC, UDELAR, Montevideo, 2011, 149 páginas

 

Por Paulo Ravecca*

 

De Tomás Moro, el índice de Gini y más allá. ¿Es acaso posible decir algo original y profundo sobre la democracia aún hoy? Sí, lo es: Traversa lo hace a través de la intersección entre teoría política (clásica y moderna) y economía política.[1] Es precisamente, al menos en mi perspectiva, la operación de colocar ‘juntos’ a autores, problemas y conceptos que el sentido común académico tiende a separar lo que vuelve a éste un libro verdaderamente intelectual, que además discute cosas importantes ‘desde’ el Sur y en clave universal. Dicho esto, debe anotarse, en términos más simples, que el libro ‘aplica’ un enfoque de economía política al problema de la democracia. El argumento central es que pueden identificarse dos tipos de equilibrio democrático: el de las democracias comunitarias asociadas a la homogeneidad económica del demos y el de las democracias modernas capitalistas donde hay heterogeneidad (o sea, desigualdad). La clave analítica estará precisamente en la desigualdad, que es lo que tensiona a las democracias. En las sociedades “primitivas”[2] la igualdad política va de la mano de la igualdad económica lo cual supone que las tensiones redistributivas tienden a ser nulas y por ende el equilibrio democrático estable.[3] Opuesta es la situación de las democracias modernas, cuyos niveles altísimos de desigualdad volverán inestable a su equilibrio democrático. Así, el giro schumpeteriano de la teoría y la práctica democrática es el correlato de la radical división del trabajo (capitalista) de las economías modernas[4] o en otras palabras, de la Gran Transformación polanyiana, y de allí (asumo) el título del libro. El pasaje de la reciprocidad y la redistribución al intercambio en tanto modalidad de integración económica predominante, esto es, la primacía de la lógica del mercado, ha tenido implicaciones profundas para el funcionamiento de la democracia, que también sufrió una ‘gran transformación’. Cambian así las bases económicas del gobierno de todos, o las estructuras donde la democracia ‘ocurre’, impactando en sus resultados e incluso en su naturaleza, como veremos más adelante.[5]

            Primera y fundamental constatación, entonces: la hipótesis (o perspectiva ideológica) de que el desarrollo económico genera democracia se ve severamente cuestionada: “a pesar de que algunos autores han insistido en que el desarrollo económico explica el surgimiento y equilibrio de la democracia (…) esta percepción resulta por completo infundada” (114). Correlación no es explicación: la correlación positiva entre PBI per cápita y duración de la democracia (Przeworski et al. 2001) no indica causación. Si hubo sociedades pobres y democráticas (como ha reconocido el propio Robert Dahl, entre muchos otros), ¿cuáles son, finalmente, los fundamentos económicos del gobierno de todos? Para Traversa la explicación del fenómeno democrático debe buscarse en las pautas de distribución de la riqueza. Vayamos por partes. Ya dijimos que en las sociedades homogéneas el equilibrio democrático es estable. Mientras tanto, contemporáneamente se constata que la mayoría de los golpes de Estado que se dan contra gobiernos democráticos tienden a ser de derechas, o sea, anti-redistributivos. Las democracias capitalistas parecen quebrarse (o parecen ser quebradas) cuando emerge la amenaza de la distribución radical (cuando hay un intento de reintroducción de los principios de reciprocidad y redistribución y un desplazamiento de la lógica de mercado). Lo que explica el equilibrio democrático (inestable) cuando lo hay será entonces, al menos en buena medida, una moderación de los impulsos redistributivos. Precisamente, se constata que “la mayoría de los ciudadanos pobres en las democracias capitalistas no optan por una redistribución radical” (90). El análisis de Traversa prosigue con precisión, mucho sentido común y contundencia: si bien en los países de mayor desarrollo económico (que tienden a ser las democracias estables) hay una menor desigualdad inter-grupal entre pobres y ricos, hay una elevada desigualdad intragrupal entre ‘los pobres’ que genera serios problemas de acción colectiva. Ergo, ‘los ricos’ no precisan destruir la democracia. Adicionalmente, la participación política decrece consistentemente con el desarrollo económico.

Pensar con y desde el libro. Embel et al (1997), comenta Traversa, “llegan a la sorprendente conclusión de que la relación entre participación política y desarrollo económico toma la forma aproximada de una U” (115). El autor está de acuerdo con esto pero subraya que las condiciones en que estos equilibrios democráticos se dan son bien disímiles. Siguiendo su análisis, la democracia comunitaria, con sus dinámicas de solidaridad ‘mecánica’ y libertad positiva, está más ajustada al principio fundamental de la democracia: la igualdad. Las democracias capitalistas, con toda su sofisticación política, cultural y tecnológica, donde las posibilidades del ‘destino colectivo’ deberían ensancharse, tienen a los sectores menos favorecidos atados de pies y manos por un motivo u otro: o porque la democracia es estable pero desigual (los sectores medios juegan un rol clave en la moderación de los proyectos ‘de izquierda’), o porque la democracia se quiebra cuando la distribución aparece como amenaza. Este reseñista se pregunta entonces si no sería la de abajo una mejor forma de ilustrar el argumento del autor (figura 1). Si bien Traversa no parece ubicar cronológicamente de forma muy explícita la gran transformación (“de la democracia comunitaria a la societaria”) creo que el paralelismo con Polanyi es insoslayable. ¿No se tuerce hacia afuera la segunda ‘pierna’ de la U con la gran transformación? El mismo autor parece sugerir esto.

 


Se me puede indicar que estoy confundiendo mecanismo o dinámica institucional (democracia) con su “resultado”, o aún peor, con las condiciones en que esa dinámica institucional se halla inmersa (desigualdad). No creo que sea así: si el resultado o las condiciones son constantes, y en cierto sentido lo son (democracia capitalista y redistribución radical no se dan la mano nunca) entonces éstos puede ser internalizados en el concepto de que estamos hablando. Esto es: la democracia societaria es desigualitaria y si lo democráticamente decidible está limitado de antemano, ¿no hay al menos ‘una amortiguación’ de la democracia’?[6]  

            Para Traversa la desigualdad tiene implicaciones políticas sustantivas. Sin embargo, trata a esta desigualdad provocada por el ‘desarrollo’ como las condiciones ‘no políticas’ en que la democracia está instalada. Esta mirada es discutible (¿no son las condiciones sociales ‘política sedimentada’ de algún modo?, ¿y es el ‘desarrollo’ algo que meramente ‘ocurrió’, una entidad neo-positivista y apolítica?), y termina alimentando la idea de que la desigualdad ha sido necesaria, o sea, de que el “progreso” en términos de avance tecnológico y organizacional derivó ‘necesariamente’ en la desigualdad.[7] En algún sentido, la correlación negativa entre reciprocidad y división del trabajo nos ubica en un dilema tan terrible como el de Freud y su ‘correlación negativa’ entre avance de la cultura y felicidad: para ser cultural, económica y políticamente ‘elaborados’ tenemos que ser infelices y desiguales.

            Este reseñista cuestiona: ¿dónde queda la política como práctica humana en un planteo o análisis como éste? Quiero decir, se habla de “sociedades” a un gran nivel de generalidad y en clave, por así decir, “estructuralista”, donde no veo lugar para liderazgo transformador de tipo alguno, ni para el azar de la dinámica política. Cuestiones como la ideología, la hegemonía y la geopolítica son expulsadas del análisis. Los sectores medios hacia abajo, entonces, ¿no distribuyen por una mera posicionalidad estructural? ¿Es que acaso se asume el homo economicus que se trata de desnaturalizar en el planteo?[8] ¿No hay otros factores en juego? ¿Es la desigualdad entonces causa o efecto del juego político? ¿Vuelve la economía (distribución de la riqueza en este caso) a ser ‘infraestructura’? El giro normativo que cierra el libro muestra que no, pero en el análisis relativamente ‘apolítico’ de la desigualdad encuentro cierto mecanicismo. Trato de explicarme mejor: en el libro no hay una mirada política a las condiciones económicas que impactan en la democracia que por tanto aparecen como dadas. Así el llamado final de Traversa a valorar otros equilibrios (ambiental y democrático) por sobre el de mercado tiene algo de paradójico o impotente dado que no existen las condiciones estructurales –económicas– para que tenga andamiento político.[9]

            En una dirección distinta de crítica podríamos preguntarnos, ¿puede realmente calificarse como “democrática” a una sociedad donde hay una casi absoluta “identidad” de intereses o es precisamente el problema de lidiar con la diferencia el gran desafío democrático? ¿Forman parte, estos dos equilibrios democráticos, de la misma especie de fenómenos? ¿Qué tipo de continuidad significativa puede pensarse entre las comunidades ‘primitivas’ (o incluso la ya ‘avanzada’ y desigualitaria polis griega), y la poliarquía de hoy? En una reivindicación (o romantización) de las comunidades homogéneas podría leerse entrelíneas una implicación conservadora que normaliza ciertas formas de vida. Que el destino personal esté confundido en el de la comunidad me hace pensar en una suerte de totalitarismo ‘mecánico’ sin ‘demos’ ni subjetividad política. Traversa reconoce que “el respeto a la diversidad es, en buena medida, un logro reafirmado recientemente, gracias a la modernidad liberal” (129). Es como si para tener diversidad entonces hayamos precisado la desigualdad: el liberalismo las soldó, y este libro navega tal complejidad. El problema es precisamente que los discursos de la diferencia modernos y posmodernos han normalizado la desigualdad. Habría que ver, por otra parte, si en sociedades donde hay tal desigualdad que ‘unos hombres pueden comprar a otros’, puede hablarse efectivamente de “diferencia” y de si no puede pensarse la relación entre igualdad y diversidad de modos alternativos. Porque además, “los derechos humanos suelen sufrir otra violación, pasiva, por omisión muy relacionada con la desigualdad económica” (Ídem).[10] En todo caso hoy no hay un exceso de libertad positiva sino falta de democracia a favor de la mayoría: la política se encuentra “estructuralmente condicionada por el poder de la estructura económica” (130).

            El punto de llegada fundamental es el siguiente: si “el desarrollo supone un grado de evolución de las fuerzas productivas y de la división del trabajo”, el mercado supone el predominio de “una forma de integración: el intercambio” y “la democracia supone cierta institucionalidad política” (121-122) estas dimensiones se interrelacionan de una forma compleja que no admite unidireccionalidad de tipo alguno. Lo que sí queda claro en el argumento es que el capitalismo constriñe lo que las democracias pueden hacer y en ese sentido nos podemos preguntar si en el fondo no hay cierta incompatibilidad entre ambos.

            Este libro posee una dimensión pedagógica. Destaco especialmente la manera efectiva y clara en que algunos conceptos y problemas son abordados, desde el precioso diálogo de las primeras páginas, donde se muestra cuán ideológicos podemos ser los ‘expertos’ en la naturalización del status quo, hasta la concisa explicación de las nociones de libertad negativa y positiva de las páginas 124 y 125. (Por cierto, el apunte de cómo la libertad negativa puede ser compatible con una dictadura es brillante). En la parte final del libro hay incluso apuntes sobre epistemología de las ciencias sociales que si bien son parte del sentido común ‘crítico’ de cierta academia ‘global’ no son frecuentes en una comunidad relativamente aepistemológica como la nuestra: observación supone interpretación e interpretación supone contexto histórico-ideológico en acción. “Las formulaciones a las que arriban las ciencias sociales, difícilmente son inocuas o ingenuas respecto a sus efectos sobre la convivencia humana” (139). Si bien resulta un tanto sorprendente que sea necesario este señalamiento, aún lo es, así que bienvenido. Curiosamente Traversa no lleva este enfoque hasta sus últimas consecuencias y termina siendo más benevolente de lo necesario: “Aquellos que piensan que el desarrollo económico nos volvió democráticos también ven a la tierra estática, ven la historia humana anclada e inmóvil desde la perspectiva de los últimos 150 años en la sociedad capitalista (…) Manejar conceptos que quedan restringidos a nuestra propia experiencia histórica es un problema muy grave en las ciencias sociales” (140). De acuerdo, pero este reseñista agrega: y es, paradojalmente, una forma de borrar la historicidad de nuestra experiencia histórica (en este caso, la democracia capitalista), totalizándola y volviendo ideológica. Desaparece el ‘afuera’ pensable no solamente hacia atrás sino lo que es más grave, hacia adelante. Donde no ejercemos la capacidad de abstracción desaparece la historia y el capitalismo deviene en destino.

            No puedo dejar de conectar este lúcido libro con cosas que me interesan especialmente, referentes al desarrollo de la disciplina de la ciencia política en la región: las dictaduras, su horroroso prontuario y la (necesaria) revalorización de la democracia que conllevó, la caída del mundo ‘socialista’ y sus efectos académicos (deslegitimación del marxismo), el ascenso de los Estados Unidos como potencia hegemónica, la ‘necesidad’ de marcar perfil frente a la sociología, entre otros, conforman lo que llamo una ‘relacionalidad compleja’ que tuvo fuertes efectos en nuestra disciplina. Entre otros que la preocupación por la relación entre la democracia y la igualdad (económica) fue borrada del mapa, y que el (neo) liberalismo devino incuestionable. (Vaya paradoja: los liberales de hoy critican al marxismo por no reconocer la sagrada “autonomía de la política” –interpretación liviana, grosera simplificación– mientras dicha autonomía es sacrificada de buena gana siempre y cuando sea en el altar de la ‘buena’ gestión económica). Este libro empero demuestra que la ciencia política uruguaya sigue siendo tan plural como siempre lo fue, y que además da lugar a desarrollos distintos, novedosos y críticos.

            Tres conclusiones muy valiosas del trabajo: i) democracia y desigualdad no son una combinación necesaria (existieron sociedades democráticas y económicamente homogéneas); ii) la democracia tal como la conocemos hoy no genera conformidad respecto de la distribución de la riqueza y no elimina las tensiones redistributivas (puede aplacarlas y disimularlas, mas nunca extirparlas); iii) sobrevalorar el carácter redistributivo intrínseco de estas democracias es un error. Personalmente encuentro en este libro además un impulso profundamente crítico, que denominaría desfetichización del “desarrollo” y del “crecimiento”.[11] Hay preguntas que los economistas sencillamente no pueden responder: ¿por qué hemos de aceptar sin más que es en sí mismo deseable que la economía crezca indefinidamente? Quizá sea mejor ser austeros, igualitarios y democráticos (yo agregaría, y diversos). Qué mejor forma de terminar el recorrido por este valiosísimo trabajo que con las palabras de su autor, que apuntan precisamente a esta gran cuestión: “La historia humana demuestra que una convivencia democrática no requiere opulencia ni afán de lucro, entonces podemos estar seguros de que cualquier movimiento a favor de una redistribución consistente del ingreso que evite la miseria,[12] y cualquier medida que regule las actividades humanas en pro de la sustentabilidad del ambiente, no pueden afectar negativamente la viabilidad de una convivencia libre y armónica”. El equilibrio ambiental y el democrático no han de confundirse con “el pretendido equilibrio del mercado” (144).


La política en tiempos de los Kirchner

ANDRÉS MALAMUD Y MIGUEL DE LUCA (COMPILADORES)

Editorial Eudeba, Buenos Aires, 2011, 331

 

Por Daniel Chasquetti*

 

La historia reciente de Argentina puede dividirse en tres etapas: la transición o primavera política conducida por Raúl Alfonsín; los largos años noventa, que comienzan con Menem y sus reformas y culminan con el naufragio de 2001; y el kirchnerismo, etapa caracterizada por el desarrollo de un modelo político, económico y social muy particular. Precisamente el libro La Política en tiempos de los Kirchner, compilado por Andrés Malamud y Miguel De Luca, analiza este período aportando una serie de inteligentes estudios que echan luz sobre esta intrincada y peculiar etapa de la historia argentina.

En la contratapa, Guillermo O´Donell afirma: “este es un libro indispensable para entender y discutir los tiempos que corren”. Su lectura confirma el juicio del gran politólogo recientemente desaparecido pues esta obra ofrece un análisis fino y desapasionado que aborda los aspectos más relevantes del proceso político de los últimos diez años. En el prólogo, Luis Tonelli se pregunta en tono casi sarcástico “cómo fue posible que los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, a contramano de lo que las “ciencias” recomendaban para alcanzar, sino un buen gobierno, al menos uno estable, hayan obtenido iguales o mejores resultados haciendo todo lo contrario”. La respuesta, aunque fragmentada, puede hallarse en los más de veinte artículos escritos por buena parte de los más brillantes exponentes de la ciencia política argentina.

El libro está integrado por veintidós artículos divididos en cuatro secciones. La primera, denominada “Instituciones de Gobierno”, analiza las características del ejecutivo (los presidentes, las fórmulas electas, los gabinetes), el  congreso (poder institucional, productividad, carreras de sus miembros) y el poder judicial (grado de autonomía respecto al accionar del ejecutivo). Los cuatro capítulos muestran que la presidencia ha visto incrementado su poder desde 1983, gracias a la reglamentación de los Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU), la posibilidad de delegación de “superpoderes” y su capacidad de influir sobre los gobiernos provinciales y la justicia (capítulo de Serrafero). Durante el kirchnerismo los circuitos de toma de decisión se han cerrado entorno a la figura presidencial y los gabinetes nunca han sido órganos influyentes en la orientación del gobierno. Ni siquiera la figura del jefe de gabinete, creada en la reforma de 1994 para mejorar la relación entre las ramas del gobierno, logró jugar un rol central en el período (capítulo de De Luca). El capítulo de Jones y Micozzi muestra que el congreso, durante la etapa kirchnerista, no puede ser visto “como una escribanía del ejecutivo ni como un foro de contención de destituyentes”. Los congresos electos desde 2003 siguen teniendo bajas tasas de reelección y pautas de carreras que tornan sus escaños en estaciones temporales. Al mismo tiempo presentan mayores niveles de fragmentación y altos índices de transfugismo (cambio de partido). Durante los dos años en que el gobierno no contó con mayorías, la oposición se hizo del control de las comisiones permanentes de la cámara, lo cual trabó el flujo legislativo haciendo caer su productividad. La presidenta debió acudir a los DNU para imponer sus principales políticas. El capítulo de Gargarella cierra la sección evaluando las contradictorias modificaciones de la Corte Suprema de Justicia y el Consejo de la Magistratura. Mientras la primera reforma buscaba limitar el accionar del ejecutivo, la segunda permitió aumentar su influencia sobre el desempeño de los jueces. El origen de estos cambios responde a una visión programática inicial del presidente y a las vicisitudes políticas que más adelante el kichnerismo debió afrontar.

La segunda sección del libro se denomina “Actores y procesos políticos” y muestra que pese a la dramática coyuntura de 2001, los partidos consiguieron “mantenerse en pie”  lo cual debe ser visto como un importante logro dado el déficit de legitimidad generado en la crisis (capítulo de Tula y De Luca). El continuo surgimiento de nuevos actores y las reiteradas iniciativas por crear un sistema de partidos moderno a la europea, no evitaron la prevalencia de los viejos partidos históricos, pese a que al peronismo le fue mucho mejor que al radicalismo a la hora de comparecer en las urnas (capítulo de Malamud). Sin embargo, los partidos están fraccionalizados y el conflicto suele ser moneda corriente en las internas de las dos grandes colectividades. La estrategia privilegiada por el kirchnerismo para aumentar su poder político ha sido dividir para evitar la emergencia de desafiantes y al mismo tiempo desarrollar iniciativas para mantener bajo control a sus seguidores. En la oposición el panorama no luce muy distinto dada su permanente fragmentación y el continuo naufragio de algunas empresas presentadas en su momento como novedosas (capítulo de Carrizo). La selección de candidatos de los partidos mantuvo los rasgos del período previo a la llegada de Kirchner a la presidencia, pues el control de las nominaciones permanece en manos de los jefes partidarios provinciales. La aprobación de una ley de primarias simultáneas en todos los partidos en 2009 no parece haber cambiado ese formato dada las características mostradas por la contienda en su única edición. Tula y De Luca destacan la aprobación de la ley de cuotas en los noventa y su ulterior reglamentación que permitió el avance de las mujeres argentinas en cargos de representación y gestión. El capítulo de Zelaznik aporta un enfoque alternativo al observar la estrategia del partido presidencial en base a la construcción de coaliciones en diversas arenas públicas. En la social, los gobiernos K contaron con el tradicional soporte del sindicalismo pero acompañado ahora de organizaciones de derechos humanos y movimientos “piqueteros” o ciudadanos.  En materia electoral, el peronismo logró hacerse del apoyo de sectores del radicalismo con el fin de garantizar triunfos en primera vuelta, en tanto en el congreso, su política de alianzas fue todavía más amplia al conseguir votos de sectores de la izquierda para pasar leyes de carácter progresista. Desde esta perspectiva, el kirchnerismo se destacó por su ingenio para construir poder en base a alianzas superpuestas que incluían soportes tradicionales y nuevos actores emergentes. Como bien señala Malamud, este esquema de construcción partidaria reposa en formaciones provinciales controladas por élites que a nivel nacional operan como coaliciones sujetas a disputas continuas. Quien controla la presidencia se verá beneficiado por los recursos institucionales que ella brinda. Idea que se articula con el análisis de Gervasoni acerca de la interrelación entre la política nacional y la sub-nacional. Dado que una buena parte de los gobiernos provinciales necesitan recursos fiscales para funcionar y que el gobierno demanda apoyos políticos constantes para sus iniciativas, se generan interacciones que condicionan el rumbo de la política sub-nacional pero también la política del país. Las provincias pequeñas sobrerrepresentadas en el congreso -y habitualmente hegemonizadas por una élite local- suelen obtener más beneficios que las grandes. Además, muchas provincias -mal administradas- ingresan en un círculo vicioso que las transforma en actores buscadores de rentas. Estos fenómenos generan consecuencias cruciales sobre la calidad del régimen político, cuyo federalismo muestra una marcada debilidad institucional y un tipo de transacciones que incentiva un esquema inequitativo y rentístico. El último capítulo de la sección, escrito por Novaro, ensaya algunas reflexiones sobre cómo el "proyecto cultural" del kirchnerismo impactó en la sociedad argentina. Según el autor, el kirchnerismo heredó un “clima de ideas” y un programa económico desarrollados a partir de la crisis de 2001, pero que con el transcurso del tiempo dio paso a un proyecto global de carácter homogéneo centrado en el matrimonio K. En esa transformación, el gobierno emprendió una "batalla cultural y mediática" contra los sectores más críticos, también considerados destituyentes. Esta línea se tornó más radical e intensa tras la muerte de Néstor y el inicio del segundo período de gobierno de Cristina.

La tercera sección, titulada “Actores Sociales”, analiza el papel de los empresarios, sindicatos, movimientos sociales y medios de comunicación en la era kirchnerista. El magnífico capítulo de Bonvecchi analiza las relaciones entre el Estado y los empresarios. Con el objetivo de garantizar el crecimiento económico, el gobierno privilegió la intervención estatal a diferencia de lo observado en la década de los noventa. Esta estrategia dividió al empresariado argentino generando lo que Bonvecchi denomina “capitalismo selectivo”. Los decisores gubernamentales, provistos de una gran discrecionalidad, brindaron ventajas y oportunidades a aquellos empresarios que respaldaban el proyecto K, y castigaron sistemáticamente a sus críticos. El capítulo de Etchemendy celebra el retorno a la arena pública del sindicalismo luego de una década de ostracismo menemista. La emergencia de este actor permitió al gobierno reemplazar el conflicto social heredado de la crisis por la estructura de negociaciones colectivas en torno al salario y la expansión industrial. El apoyo a los gobiernos K, reportó al sindicalismo importantes beneficios e influencia pública, transformándolo en uno de los actores centrales del “modelo”. El sostenido incremento de los salarios aumentó la legitimidad de los líderes sindicales independientemente de su prédica y métodos de acción. Etchemendy reconoce que el proceso cuenta con una cara oscura, pues retornaron los viejos vicios sindicales como la malversación de fondos y los conflictos personalistas en torno al control del liderazgo. De todos modos, el kirchnerismo no se conformó únicamente con el apoyo de los sindicatos. También obtuvo el apoyo de diferentes movimientos sociales (capítulo de Mauro y Rossi). Para ello, utilizaron inteligentemente la agenda, los recursos públicos y los nombramientos. Movimientos tan diversos como los ligados a los derechos humanos, el medio ambiente, la seguridad pública o la emergencia social se plegaron al modelo logrando un sustento político pocas veces visto en la historia argentina. El interesante capítulo de Kitzberger cierra la sección de actores sociales al repasar la relación entre los gobiernos K y los medios de comunicación. De acuerdo al autor, el kirchnerismo afrontó mayores conflictos en esta materia que las administraciones anteriores, pues luego de una etapa inicial de normalidad, el gobierno colocó a ciertos medios como un enemigo del modelo y ello condujo a la radicalización y los ataques permanentes.

La última sección del libro denominada “Políticas Públicas” se abre con dos capítulos vinculados a la reforma política y las reglas electorales. Posteriormente, se analizan las políticas económicas, las políticas sociales, la política exterior y la política de defensa. Alessandro analiza la tramitación de la ley de “Democratización de la Representación Política, la Transparencia y la Equidad Electoral”, donde se enuncia la necesidad de reducir la fragmentación del sistema de partidos, garantizar la descentralización de la selección de candidatos partidarios y la idea de brindar una mayor transparencia y equidad en las campañas electorales. Scherlis evalúa la legislación electoral implementada en la era kirchnerista destacando la volatilidad de las reglas de juego y el peso de las estrategias e intereses del gobierno a la hora de proponer reformas. Allí aparecen la manipulación del calendario electoral, la creación de listas colectoras y candidaturas testimoniales. El análisis específico de las políticas públicas tal cual habitualmente se les entiende, comienza con el excelente capítulo de Lodola, que estudia la relación entre la presidencia, los gobiernos provinciales y los intendentes en materia fiscal, tributaria y financiera. El trabajo muestra cómo el gobierno kirchnerista intentó modificar sin éxito el régimen de coparticipación fiscal e introducir normativa respecto a la responsabilidad fiscal de los gobernantes subnacionales. Tampoco aparecen grandes novedades en la política tributaria aunque se destacan los reiterados movimientos presidenciales por retener una porción cada vez más significativa del ingreso nacional. Este esquema permitió un manejo discrecional de las transferencias y fortaleció los posicionamientos políticos del gobierno. Finalmente, en materia financiera, el trabajo muestra cómo el gobierno abordó el fuerte endeudamiento de las provincias como resultado de la crisis de 2001, mediante el canje y restructuración de la deuda, proceso que otorgó al kirchnerismo mayor poder sobre el comportamiento de las provincias. El autor reconoce que este proceso, lejos de cerrarse, permanece abierto y como un problema pendiente en la estructura financiera argentina. Las políticas sociales del período se vertebran en base a la estrategia del sector público y han tenido como objetivo el combate a la pobreza y la indigencia, el estímulo al mercado laboral y la mejora en los indicadores de igualdad (capítulo de Repetto). Estos logros no son una suma de decisiones coyunturales del kirchnerismo sino el resultado de la combinación de voluntad política, recursos fiscales nada despreciables y un descontento generalizado con lo hecho en la materia durante los años noventa. Sin embargo, pare el autor Argentina mantiene algunos desafíos de política social vinculados con la fragmentación de políticas que estimula su estructura federal. El capítulo sobre defensa, firmado por Battaglino, destaca la emergencia de un nuevo tipo de relación entre el poder político y las fuerzas armadas. La construcción de un nuevo modelo de equilibrio estuvo pautada por el reinicio de los juicios a militares retirados por violaciones a los derechos humanos, el desarrollo de medidas para fortalecer el control civil y el renovado interés por debatir acerca de asuntos de defensa nacional. El interesante capítulo de Llenderozas sobre política exterior muestra cómo el kirchnerismo otorgó una prioridad secundaria a la inserción internacional del país. La cancillería se caracterizó por la debilidad institucional de su programa y el circuito de decisiones en la materia, como en muchas otras áreas, quedó circunspecto al ámbito presidencial. En líneas generales, la política internacional de los Kirchner ha estado condicionada por un ambiente internacional hostil al país, lo cual empujó al fortalecimiento de lazos con los gobiernos de la región siempre en base a un estilo personalista y pragmático en la toma de decisiones.

El libro se cierra con un muy sólido capítulo de conclusiones escrito por la reconocida politóloga Victoria Murillo. Allí se señala que la Argentina presenta un dramático problema de debilidad institucional debido a la escasa estabilidad de sus reglas y a los frecuentes problemas de aplicación que las mismas presentan. Este problema parece haberse agravado durante la etapa del kirchnerismo lo cual indicaría que el “supuesto modelo” no ha hecho otra cosa que profundizar los problemas históricos del país. Finalmente, Zelaznik aporta un capítulo final donde se presenta información sobre la composición nominal del ejecutivo y el legislativo, resultados de las elecciones e información sobre el funcionamiento del congreso.

En el balance general podría decirse que esta es una compilación muy equilibrada. La calidad de los aportes no decae con el paso de los capítulos pese a que hay, desde luego, puntos muy altos y otros no tanto. Para los cultores de la ciencia política comparada y sobre todo para los interesados en el caso argentino, ésta es una obra imprescindible. En la presentación del libro, los compiladores confesaban su intención inicial de crear un libro que llegara al mayor público posible con el fin de promover un debate. Por eso solicitaron a los autores rigurosidad acompañada de un estilo de escritura ágil y sin tecnicismos. Esos objetivos se cumplen plenamente. La editorial Eudeba completó el trabajo al realizar una minuciosa edición y una atractiva presentación del producto. Por tanto, la invitación a su lectura está hecha.

 


Camaradas y compañeros. Una Historia política y social de los comunistas del Uruguay

GERARDO LEIBNER

Ediciones Trilce, Montevideo, 2011, 632 págs.

 

Por Jaime Yaffé*

 

Acompañando un fenómeno regional, en la última década se ha producido en Uruguay una verdadera explosión de los estudios sobre la “historia reciente”, una denominación que en general refiere al antes, el durante y el después de la dictadura que se instauró tras el autogolpe de estado presidencial de 1973. Entre 1989 y 2000 la producción académica no fue ajena a un entorno social en el que, tras la ratificación de la ley que consagró la impunidad de militares y policías acusados de graves delitos cometidos durante la dictadura, los sucesos ocurridos durante ese período quedaron fuera de la agenda prioritaria. De igual modo, los cambios que se produjeron en el tratamiento público de dichos sucesos a partir del año 2000 con la creación de la Comisión para la Paz, y más aun desde el año 2005 cuando la izquierda finalmente llegó al gobierno, ambientaron el giro de la historiografía, y en menor medida de la politología, hacia aquel pasado reciente.

Hacia fines de la década comenzó a hacerse notorio que el PCU, uno de los principales actores de  aquel pasado, dada su condición de fuerza mayoritaria en la izquierda política y en el movimiento sindical durante los sesentas, estaba quedando fuera de la atención predominante de las investigaciones. En contraste, el MLN era el objeto de estudio más recurrente en la producción académica. Seguramente haya contribuido a este desbalance entre la realidad histórica y la investigación  sobre ella, el sorprendente éxito que los tupamaros tuvieron como competidores de la política electoral, una vez que se incorporaron a ella tras su ingreso al Frente Amplio en 1989, Frente a la profunda crisis vivida por los comunistas desde 1992, ele descollante desempeño electoral de los exguerrilleros impulsó el interés preferente que historiadores y politólogos mostraron por la historia del MLN.

            Recién en el final de la primera década del siglo XXI, aparecen los primeros trabajos que comienzan a compensar ese desequilibrio. El libro monográfico de Marisa Silva (2009) Aquellos comunistas propuso una caracterización cultural del comunismo uruguayo entre 1955 y 1973. Al año siguiente Roberto Markarian y Ernesto Mordecki (2010) compilaron un libro biográfico sobre José Luis Massera, uno de los principales dirigentes comunistas desde 1955, en el que algunos historiadores contribuyeron con trabajos que inscribían el itinerario personal de Massera en la historia del PCU en esa etapa. Un año más tarde, en Las tribus de la izquierda,  Ana Laura de Giorgi (2011) propuso entender a los comunistas como una sub-cultura de la izquierda de los sesenta, comparándola con las de socialistas y tupamaros. Finalmente en 2012 se publicarían los textos de Vania Markarian El 68 uruguayo - donde entre otras cosas se consideran las formas en que los comunistas influyeron y fueron afectados por las movilizaciones estudiantiles de aquel año - y de Adolfo Garcé La política de la fé – en que se propone una interpretación de la historia reciente del PCU a partir del peso decisivo que atribuye al factor ideológico y al sistema de creencias de los comunistas. Es en este contexto de producción académica sobre la historia reciente, y dentro de ella sobre el comunismo en particular, que se inscribe la publicación en el año 2011 del libro de Gerardo Leibner, historiador uruguayo de la Universidad de Tel Aviv.

            Camaradas y compañeros es el resultado de un largo proceso de investigación, desarrollado durante once años. Probablemente la doble condición de investigador radicado desde la infancia muy lejos del Uruguay e  hijo de viejos militantes comunistas permita explicar el interés de Leibner por un tema que no fue objeto de atención prioritaria de la comunidad académica local durante la mayor parte del tiempo en que desarrolló su estudio. Disconforme con las “narrativas existentes” se propuso realizar una revisión de la historia política del PCU “desde el ángulo de la historia social de sus militantes”. Este abordaje supone tomar al PCU no sólo como una organización de individuos   ideológicamente orientados a la acción revolucionaria de la sociedad en que viven, sino además, como una organización fuertemente influida por los valores predominantes en el ambiente social en que actúan sus militantes. Para ello, postula a la “ideología social” como categoría de análisis que permite dar cuenta de algo más amplio que la ideología política. Se trata de las concepciones, percepciones e ideas que los individuos tienen acerca de sí mismos y de la sociedad a la que pertenecen. Como tal es el resultado de la combinación entre la ideología partidaria y los valores e ideas que predominan en la sociedad. A partir de este marco Leibner postula que  la historia del PCU no puede interpretarse adecuadamente si no se presta atención a las dos dimensiones de esa relación partido-sociedad.

La obra se divide en dos partes que totalizan 22 capítulos. La primera se denomina “la era de Gómez (1941-1955)”, en referencia a quien fuera secretario general el PCU desde 1937. Aunque se concentra en el período que se abre con el abandono, tras la invasión alemana a la URSS en 1941, de la postura neutralista ante la guerra mundial entonces en curso, incluye un capítulo (el segundo) que se remonta a la adopción de los lineamientos aprobados por el  IV Congreso de la Internacional Comunista celebrado en 1935 y llega hasta el fin de la guerra en 1945. En éste da cuenta del modo en que Gómez utilizó en su favor los sucesivos giros en la posición de los comunistas (en 1935, en 1939, en 1941) para deshacerse de otros dirigentes destacados y fortalecer su poder dentro del aparato partidario.

La mayoría de los siete capítulos de esta primera parte presentan una secuencia cronológica en la que Leibner se va deteniendo en la evolución del PCU a lo largo de cinco momentos dentro de la “era  Gómez”. Antes del ya referido capítulo dos, en el que se considera el período 1935-1945, el primer capítulo del libro está dedicado a los años 1945-1946. A partir de una descripción detallada del acto de incorporación al partido de 39 intelectuales, celebrado en la explanada del edificio central de la Universidad de la República el 13 de diciembre de 1945, se analiza el importante rédito que el PCU supo obtener en las elecciones de 1946 de la participación soviética en la victoria aliada de 1945, no exenta de los enfrentamientos violentos con la policía producidos durante los festejos de la liberación de París frente al edificio del diario “El Día” en Montevideo a comienzos de mayo de 1945, suceso anticipatorio de los tiempos de la guerra fría. El tercer capítulo se consagra al trienio 1946-1948, cuando tras el frustrado “flirteo” con el presidente colorado Luis Batlle, el hostil ambiente de la guerra fría se va instalando en el país al tiempo que el PCU colabora al mismo reaccionando con una política de automarginación”. El capítulo cuatro se detiene en el trienio 1948-1950, pautado por la profundización del aislamiento político en el clima de profundo anticomunismo popular que se instaló en el país que, retroalimentándose con el proceso de “sectarización” de la organización y la “torpeza” de sus comportamientos políticos –ejemplificada en los violentos episodios provocados en el cine “Trocadero” de Montevideo en octubre de 1948, durante la exhibición de una película considerada agraviante por los comunistas- culminaría en el fuerte retroceso verificado en las elecciones de 1950. El sexto capítulo se aboca al quinquenio 1951-1955  durante el cual habían convivido dos líneas; por un lado, la predominante pautada por la profundización de las prácticas sectarias, coronadas incluso por  actos que revelan una cierta inclinación hacia el culto de la personalidad de Gómez y la creación de aparatos secretos de seguridad personalizada en su hijo que ostentaba el cargo de secretario de organización; por otro, la tolerancia hacia cierta política de amplitud dirigida por algunos dirigentes sindicales en claro contraste con la desplegada por otros comunistas en el mismo ámbito,  y la creación de ciertos espacios, sobre todo en el ámbito cultural, en el que algunos afiliados podían encontrar un ”escape” a la opresiva dinámica cotidiana de la secta en que se habría convertido el partido.

Los restantes  capítulos de esta primera parte se detienen en dos episodios concretos dentro de la secuencia recorrida en los ya reseñados: el quinto refiere a las “depuraciones” de 1951, punto clave en el proceso de sectarización y suceso ampliamente demostrativo de la “lógica perversa” en que se había sumido el PCU; el séptimo, que cierra la “era Gómez” refiere precisamente al apartamiento de  la dirección partidaria de quien ocupaba el cargo de secretario general desde hacía 18 años, como resultado de una acción planeada en secreto que Leibner califica como “un golpe  de partido”, que con gran pericia narrativa describe cinematográficamente.

La segunda parte, la más extensa, aborda en 15 capítulos el período que se abre  con el relevo de Gómez y su sustitución por Rodney Arismendi como principal dirigente partidario en 1955, llegando hasta el golpe de Estado de 1973. A lo largo de un capitulado cuya estructura combina la secuencia cronológica con el tratamiento de algunos aspectos que el autor considera particularmente relevantes, en esta segunda parte se reconstruye y analiza el proceso de desarrollo que hizo que el PCU se transformarse al cabo de una década, pasando de ser una pequeña secta a constituir la mayor organización política de la izquierda uruguaya, con  fuerte implantación y capacidad de incidencia en las esferas sociales y culturales.

Los capítulos 1 a 6 de “la era Arismendi” analizan diversos aspectos del desarrollo partidario en el período 1955-1958. En primero aborda los diversos componentes del “viraje” partidario de 1955, entre el relevo de Gómez en julio y la reunión del XVI Congreso del PCU en octubre al que no duda en calificar como “el más importante en la historia del PCU”: la declaración programática en que se define el carácter de la revolución uruguaya (agraria antifeudal y antimperialista), la afirmación de la estrategia frentista, el cambio en las reglas y rutinas de la vida partidaria hacia adentro y del trabajo comunista en los frentes de masas hacia afuera. El segundo sigue los hilos de los “reacomodos ideológicos” en el período que va del XVI (1955) al XVII congreso partidario (1958), con especial atención a la recepción e impactos de los sucesos externos ocurridos en el mundo comunista en 1956. El tercer capítulo está dedicado al cambio en la política comunicacional del partido y lo que ello revela en cuanto a la nueva forma de relacionamiento con la sociedad, que significó la publicación a partir de 1957 del diario El Popular: su línea periodística mostraría no sólo a qué públicos y con qué mensaje se dirigían los comunistas, sino también en qué medida se veían penetrados por la cultura popular. El capítulo cuatro, se enfoca en la creación en 1955 de la nueva organización juvenil comunista (la UJC), cuyo desarrollo hasta 1971 evidenciaría otra expresión concreta de la nueva forma de trabajo y apertura adoptada en marco del “viraje”. De igual modo el capítulo 5 está dedicado a los esfuerzos desplegados entre 1955 y 1958 para organizar a los trabajadores rurales, una fuerza clave en los postulados adoptados, pero que debió enfrentar severas dificultades derivadas tanto del profundo anticomunismo extendido en el medio rural como de la contradicción implícita en la estrategia comunista que pretendía una alianza con los pequeños y medianos empresarios agropecuarios al tiempo que promovía la organización y  lucha de sus trabajadores. El sexto capítulo ubica el accionar comunista en la coyuntura de 1958 como ejemplo de implementación exitosa de los lineamientos de trabajo sindical adoptados desde 1955.

Los capítulos 7, 8 y 9 están dedicados a tres aspectos del itinerario del PCU entre 1959 y 1962. En primer lugar, se analiza las dificultades en el despliegue de la línea de acción sindical que mostró flexibilidad y audacia para avanzar en el proceso de unificación sindical, al tiempo que experimentaba las dificultades que suponía la pretensión de asegurar la hegemonía comunista. En segundo lugar, se considera la actitud que el PCU observó ante el proceso revolucionario cubano,   observando que si bien mantuvo la adhesión a la posición soviética en relación al tránsito pacífico al socialismo, elaboró una lectura continental del proceso revolucionario latinoamericano en la que se reconocían las peculiaridades y excepciones que debían considerarse. En tercer lugar, aborda los impactos de la ofensiva anticomunista de esos años y sus expresiones violentas, destacando que si bien el partido se puso en “estado de vigilancia”, no se apartó de la línea de amplitud y de la prioridad del “trabajo de masas” como había sucedido con anterioridad.

Los capítulos 10 a 13 de la segunda parte tratan sobre cuatro asuntos del período 1962-1967: las experiencias frentistas ensayadas en las elecciones de 1962 y 1966, avances parciales y a la vez fracasos en el intento de concretar la unidad de la izquierda; el desarrollo organizativo del PC concebido como “un partido de cuadros y de masas”, capaz de vanguardizar el proceso revolucionario en base a una elevada “educación ideológica” que debía compensar los efectos de una política de afiliación masiva; la emergencia de “desafíos desde la izquierda”, que sometió al PCU a la difícil tensión entre los “fastidios” que provocaban las críticas consideradas injustas o impertinentes y los “principios” que prescribían la apuesta a la unidad de las fuerzas revolucionarias; las “perspectivas revolucionarias” que se abrieron con la profundización de la revolución cubana por un lado y el recrudecimiento de la política imperial de Estados Unidos y el avance autoritario en la región por otro, lo que derivó en la convivencia contradictoria de “dos lógicas”, concretadas en la formación y desarrollo de un “aparato armado” y el continuado impulso al “trabajo de masas”.

Los dos últimos capítulos del libro, registran la actuación del PCU en el período 1968 y 1973.  En el penúltimo se argumenta que la radicalización social y política, retroalimentándose con la reducción del espacio posible para la acción política democrática, habrían desgastado los lineamientos comunistas que apostaban a la difícil combinación entre movilización y contención.  En el último, se hace foco en los éxitos, limitaciones e inconsistencias de la línea comunista entre 1970 y 1973, pasando por la formación del Frente Amplio en 1971 y llegando hasta el fracasado intento de evitar la instauración de una “dictadura fascista”; una derrota para la “previsión estratégica” que los comunistas habían afirmado desde 1955 y un rotundo  desmentido al “optimismo revolucionario” que exhibieron incluso en las trágicas circunstancias del año 1972.

En un libro de contenidos tan variados, los aportes son muchos. Algunos han sido planteados a lo largo de la descripción del capitulado.  A modo de balance general puede decirse que Camaradas y compañeros es una contribución mayúscula al conocimiento de la historia del comunismo uruguayo. Además de la gran masa de información documentada que aporta en general, incursiona en campos poco transitados como ser: la reconstrucción minuciosa del “golpe de partido” de 1955; el análisis de la prensa partidaria desde la perspectiva de la interacción con la cultura popular; la observación de las dos vías de la relación entre partido y sociedad; el señalamiento de contradicciones y ambivalencias en la línea partidaria.

Lógicamente, también se pueden señalar algunos aspectos controvertibles. El más general, es que la obra trasunta cierta cercanía con el objeto de estudio. Si bien no existe una medida exacta que resuelva la cuestión,  lo cierto es que la reconstrucción propuesta resulta en términos generales validante de la línea arismendiana, aun cuando específicamente se señalan críticamente algunos problemas. En algunos tramos se vuelve difícil discernir la voz del historiador y la del sujeto historiado. Los impugnadores del PCU desde el propio campo de la izquierda no siempre parecen ser tratados en igualdad de condiciones. Los comunistas aparecen en ocasiones, en particular en los capítulos en que se abordan los años sesentas, como protagonistas más bien autoreferidos, y no tanto como parte de una izquierda plural en la que cada actor se constituía en relación a los otros, y en la que además de las diferencias notorias había importantes puntos en común.

Para cerrar reiteremos que, aun considerando ese apunte crítico, el avance que esta contribución significa para el conocimiento de un actor fundamental de la historia política y social del Uruguay en la segunda posguerra, hasta ahora muy poco estudiado,  es verdaderamente enorme. Seguramente será muy difícil a los sigan por ese camino superar la magnitud del paso adelante que Camaradas y Compañeros representa en el contexto de producción que se describió al comienzo de esta reseña.

 

 

 


La búsqueda de saberse inmortal: La reelección inmediata de los ejecutivos subnacionales

ANTONIO CARDARELLO

CSIC, UDELAR, 2011, Montevideo, 213, páginas.

 

Por André Marenco[13]

 

            No início dos anos 90, a agenda de reformas institucionais na América Latina estava dominada pelo debate sobre as virtudes do parlamentarismo como solução para a suposta incapacidade do presidencialismo em produzir governos estáveis na região (Linz, 1990; Lijphart, 1994; Mainwaring & Shugart, 1997), e pelo fascínio despertado pelo sistema eleitoral misto alemão, como alternativa para reduzir  fragmentação partidária, incrementar governabilidade e adensar vínculos de representação eleitoral. Passadas duas décadas, nenhuma das democracias latinoamericanas adotou a “opção parlamentarista” e apenas duas nações (Bolívia e Venezuela) promoveram mudanças significativas na fórmula eleitoral então vigente.

            Em contraste, a adoção de reformas alterando a possibilidade de o incumbent presidencial apresentar-se como candidato imediato à reeleição ou ainda, com a adoção de maiorias qualificadas na disputa presidencial foram significativamente mais frequentes: em 1992, apenas a Constituição norte-americana    previa uma reeleição presidencial consecutiva e  três países (Nicarágua, Paraguay e República Dominicana) iam ainda mais longe, permitindo reconduções ilimitadas ao chefe de governo. Argentina (1994), Brasil (1997), Colombia (2005), Bolívia (2007), Equador (2008) adotaram a possibilidade de uma reeleição presidencial consecutiva e a Venezuela foi mais longe, permitindo reeleições ilimitadas, a partir de 2009.

            O livro de Antonio Cardarello, “La búsqueda de saberse inmortal: La reelección inmediata de los ejecutivos subnacionales”, a partir de sua Tese de Doutorado na Universidade Federal do Rio Grande do Sul, possui pelo menos dois grandes méritos: em primeiro lugar, o de trazer luzes sobre estas mudanças institucionais não antecipadas na literatura de estudos institucionais e seus efeitos sobre governabilidade e competição partidária; paralelo, ao direcionar o foco da análise para o estudo de casos configurados por governos subnacionais, o autor oferece uma contribuição relevante para a compreensão da dinâmica política nesta esfera governamental pouco investigada. Rios de tinta já foram gastos, nas últimas duas décadas para explicar-se a configuração de governos presidenciais federais na América Latina, mas pouco se conhece sobre governos subnacionais, a despeito da importância que o federalismo possui em países como o Brasil ou a Argentina, dotados de Estados, Províncias e Municípios com tradições políticas e eleitorais muito peculiares.

            Inicialmente, Cardarello nos mostra como na verdade pode-se isolar diferentes modalidades constitucionais de reeleição, da proibição de recondução ao cargo, reeleição mediata indefinida ou por uma única vez, reeleição imediata indefinida ou, igualmente, por uma única oportunidade, até a reeleição ilimitada (p.32). Ao longo do livro, o autor analisa de forma rigorosa os efeitos políticos provocados por cada uma destas modalidades sobre diferentes desideratos ou propriedades políticas: alternância governamental, accountability, relação partido-líder, experiência política, perpetuação no poder, eficiência do mandato governamental e os graus de liberdade do eleitor na escolha de seus representantes.

            No primeiro capítulo, encontramos uma reconstituição das bases da tradição latinoamericana de proibição da reeleição presidencial imediata, predominante até os anos 90. O autor deixa claro sua filiação à teoria neoinstitucionalista e à ênfase conferida por esta aos efeitos provocados por regras e arranjos institucionais sobre estratégias e comportamentos de agentes políticos. Finalmente, o capítulo apresenta uma discussão sobre o federalismo na América Latina e a relevância de estudar-se governos subnacionais. O segundo capítulo é dedicado à Argentina. Entre 1983 e 2003, Cardarello identifica nada menos do que 33 reformas constitucionais e 45 reformas eleitorais (sendo 22 na direção da adoção de reeleição imediata) promovidas em governos provinciais argentinos. O texto nos apresenta as diferentes combinações produzidas, entre reeleição ou não, suas modalidades, a maioria exigida para a conquista do governo provincial, presença de dispositivo eleitoral de doble voto simultâneo, e a configuração uni ou bicameral do legislativo provincial.

            Na sequência, o livro promove uma cuidadosa reconstituição da tradição federalista existente no Brasil. Como recorda o autor, o Brasil possui uma dinâmica institucional marcada por ciclos de (nas palavras de Golbery do Couto e Silva, um estrategista dos governos militares) “sístoles” e “diástoles”, ou seja, períodos centralização de poder político e recursos fiscais no Executivo federal, alternando com intervalos de descentralização e transferência de prerrogativas políticas e receita fiscal para os governadores estaduais. Se o final do regime autoritário, com o enfraquecimento do poder central e a importância conquistada pelos governadores estaduais como condutores da transição democrática foi marcado por um ciclo diastólico, o domínio do equilíbrio fiscal na agenda governamental dos anos 90 impôs um novo arranjo, com o predomínio do governo federal e a adoção da reeleição presidencial em 1997. Não passa desapercebido ao autor a natureza concentradora do federalismo brasileiro, que não oferece a governadores subnacionais graus de autonomia constitucionais similares aos governantes provinciais argentinos.

            O quarto capitulo apresenta um quadro do sistema institucional uruguaio. À distinção de Argentina e Brasil, que possuem Constituições federativas, o Uruguay é uma poliarquia unitária e, desta forma, a comparação dirige seu foco em especial para os governos departamentais. O autor destaca a os mecanismos à disposição dos intendentes e sua crescente relevância, desde a redemocratização. À diferença da autoridade presidencial, com possibilidade de reeleição apenas mediata , intendentes possuem, na Constituição uruguaia de 1967, mandato de 5 anos, eleitos por maioria simples e fórmula de DVS, com a  possibilidade de uma reeleição imediata. Cardarello apresenta as taxas de incumbents que buscaram a reeleição, entre 1989 e 2005, revelando um pico no período 1994/2000 (69%) e maior sucesso entre intendentes do Partido Nacional (57%) e Frente Ampla (100%, embora refira-se a apenas um caso).

            O centro da investigação é apresentado no capítulo 5. Nesta parte, são testados os efeitos da apresentação do incumbent nas eleições provinciais argentinas, para governadores de estado no Brasil e Intendentes uruguaios. As observações para o caso argentino confirmam amplamente as hipóteses da pesquisa: a presença do incumbent buscando sua reeleição ampliam as probabilidades de vitória de seu partido, reduzem a fragmentação eleitoral e legislativa, aumentam seu contingente legislativo, o percentual de votos do partido vencedor e do governo. Os resultados apresentados nas eleições subnacionais brasileiras entre 1998 e 2006, confirmam a maioria das predições, menos a que se refere  à redução da fragmentação legislativa. Contudo, o caso uruguaio apresenta evidências que contrariam amplamente os efeitos atribuídos à possibilidade de reeleição do incumbent. Embora confirmando os impactos previstos para as eleições no período 1989-1994, os resultados eleitorais verificados entre 2000/05 invertem as expectativas quanto ao efeito provocado pelas regras eleitorais: a presença de incumbent às eleições de Intendentes uruguaios neste intervalo não favorecem a reeleição partidária, não reduzem a fragmentação partidária e legislativa, não ampliam o contigente legislativo do titular, nem o percentual do partido vencedor (tabela 43, pagina 194).

            Aqui parece residir um desafio à teoria neoinstitucionalista: sua hipótese é a de que institutions matters, regras e procedimentos institucionais são a variável independente , capaz de explicar resultados, estratégias e comportamentos dos atores. Dois reptos poderiam ser apresentados ao que parecem constituir “pontos cegos” deste modelo teórico: (1) como explicar o fato de instituições similares (reeleição imediata) produzirem efeitos diferentes, em contextos distintos? Cardarello apropriadamente identifica fatores contextuais para explicar as diferenças encontradas entre Argentina e Brasil, de um lado, e Uruguay, de outro: federalismo, somado à menor nacionalização partidária (Argentina e Brasil), Estado unitário e sistema partidário mais homogêneo e nacionalizado (Uruguay). Contudo, se precisamos recorrer à variáveis complementares e contextuais, até que ponto a pretensão do modelo (instituições como variáveis independentes) não fica comprometido? (2) Diermeyer & Krehbiel (2003) já haviam apontado a distinção entre teoria institucional e teoria de instituições. Enquanto a primeira corresponderia propriamente ao core do modelo neoinstitucionalista (instituições como variáveis independentes capazes de explicar estratégias e escolhas), a segunda implicaria em uma agenda de investigações voltada à explicar as instituições que, uma vez erguidas, explicariam as ações dos agentes políticos. Ou seja, esforços no sentido de explicar a origem e formação de instituições políticas como, no caso em questão, regras de reeleição imediata de governantes.

            Pelo rigor analítico e metodológico, a investigação realizada por Antonio Cardarello e publicada neste livro representa uma contribuição relevante para a compreensão dos efeitos provocados por mudanças nas regras institucionais e a dinâmica da competição partidária em três países da América Latina.

 

 

Referências

 

Cardarello, Antonio (2011). La búsqueda de saberse inmortal: La reelección inmediata de los ejecutivos subnacionales. Montevideo, Universidad de La República.

Diermeier, Daniel y Krehbiel, Keith (2003). “Institutionalism as a methodology”. Journal of Theoretical Politics 15/2.

Linz, Juan J. (1990) “The Perils of Presidentialism”. Journal of Democracy 1(1): 51-69.

Lijphart, Arend (1993). “Presidentialism and Majoritarian Democracy: Theoretical Observations”. En Juan J. Linz y Arturo Valenzuela (editors). The Failure of Presidential Democracy: Comparative Perspectives. Johns Hopkins University Press

Mainwaring Scott y Matthew Shugart (1997). Presidentialism and Democracy in Latin America. Cambridge: Cambridge University Press.

 


COGITAMUS. Six lettres sur les Humanités Scientifiques

BRUNO LATOUR

La Découverte, 2010, Paris, 246 páginas.

 

Por  Javier Bonilla Saus*

 

“Comme le mot “rationnel“, le mot “révolution“ est

donc un terme de guerre dans la bouche des combattants

qui cherchent à rendre irréversibles des transformations qui

risqueraient de se retourner trop vite…”.

 

El uso de la epístola (un profesor que escribe a su alumna) para construir lo que, hasta hace un tiempo, hubiésemos llamado sencillamente un texto de epistemología, implica cierta búsqueda de originalidad. El recurso, por un lado favorece el acceso a un tema complejo pero, por el otro, y a pesar de una búsqueda explícita de sencillez expositiva, la precisión conceptual no será exactamente la fortaleza del  libro.

Bruno Latour no es un filósofo que se esté estrenando en las lides académicas. Con más de una docena de libros escritos, Latour es ampliamente reconocido en Francia y, a la vez, universidades como Harvard lo han acogido con entusiasmo.

Reconocido su oficio, no puede dejar de señalarse que la prosa de Latour, tras una aparente simplicidad estilística, enmascara una arquitectura conceptual extrañamente barroca. Es un texto casi coloquial que refiere a una conceptualización no siempre clara y sencilla.

La primera dificultad es saber cuál es el tema del libro que vamos a leer. Como Latour usa un tono entre coloquial y pedagógico -quizás efecto del recurso al estilo epistolar- hay un problema de orden en la exposición del relato que, para peor, ni siquiera es posible elucidar recurriendo a un buen índice: el libro carece de él.

Se descubrirá de qué se trata el libro en la primera llamada al pie del texto, en la página 11. Latour dice dedicarse a las “science studies”. Una variedad, más bien anglosajona, de estudios de historia y filosofía de la ciencia, estudios socio-culturales relacionados con ciencia y tecnología así como problemas éticos y políticos vinculados con esa materia. Esta definición, hace sospechar que estamos ante una de esas nuevas pseudo-disciplinas que se organizan, más en razón de los intereses de una corporación profesoral en vías de especialización, que por la existencia de un campo coherente de conocimiento relativamente autónomo. Esto es sólo parcialmente cierto: la temática tiene una verdadera historia.

Los “science studies” es el nombre anglosajón que se aplica a quienes serían, de alguna manera, los seguidores de Thomas Kuhn. Conviene recordar que la obra de Kuhn, es, a su vez, una lograda vulgarización de la descomunal obra que Gastón Bachelard desarrolló, allá entre fines de los años 1920 y 1930: la más modesta, pero más sofisticada “Histoire des Sciences et des Techniques” desde El nuevo espíritu científico (1934), La formación del espíritu científico (1938), etc., hasta L´engagement rationnaliste (1972). La empresa contó con Alexandre Koyré (y sus Études Galilèennes de 1939) y, algo más tardíamente, también con autores como Georges Canguilhem (y su notable curso en la Universidad de Clermont-Ferrand culminado en su tesis doctoral en medicina sobre “Lo normal y lo patológico” de 1943).

Acepte o no Bruno Latour este linaje, su explicación de “lo que enseña” tiene seguramente sus raíces más profundas en estos pioneros que en textos más actuales que el autor refiere: Isabelle Stengers (2002), el primer Michel Serres (1968) o Mario  Biagioli (1999).

En la primera carta, por ejemplo, el “diario de a bordo” que la alumna llevará puntillosamente, ha de consignar todo lo referido a la supuesta “autonomía” de las ciencias y de las técnicas. Otras cinco cartas más seguirán destinadas a develar que, entre ciencia y técnica por un lado, y “las humanidades” por el otro, más que “autonomía” o “distancia”, en realidad, hay un tejido denso y complicado que, por siglos, estuvo oculto por la altisonante enunciación de la epopeya “liberadora” de la razón científica.

Problematizando la disputa entre partidarios de la autonomía y asepsia de la ciencia y la técnica versus aquellos que defienden su estrecha relación con las “humanidades”, Latour nos lleva al sitio de Siracusa donde Arquímedes pondrá su conocimiento de la palanca al servicio de las tropas de Hiéron. Ello causará la derrota romana gracias al uso militar de la palanca y develará la evidente relación entre dos campos supuestamente independientes. ¿La ciencia al servicio de los intereses políticos del tirano? Seguramente es más complicado. Ni la palanca que Arquímedes ofrece a Hiéron fue pensada para uso bélico, ni, menos aún, es previsible que las futuras ideas científico-técnicas se “hagan” para la política, la cultura o la guerra. Su desarrollo responderá a tendencias que les son propias, pero no por ello serán “autónomas”.

De esta anécdota clásica, Latour concluye que, aunque “la autonomía” de ciencia y técnica es un imposible, el planteo contrario, el de “la dependencia” de éstas del terreno no científico, tampoco es aceptable. Se trataría entonces de redefinir la relación entre estos dos dominios en términos de “articulaciones”, de “traducciones superpuestas” (“les empilements de traductions”) que constituirían un complejo tejido de eso que ahora entrevemos: “las humanidades científicas”.

Las cartas siguientes desarrollan esta idea. “Las humanidades científicas” emergen en cuanto escapamos al planteo maniqueo “ciencias autónomas y puras versus humanidades atrapadas en los intereses humanos”. Para Latour, la articulación existente entre ciencia, técnica y sociedad, además de liberarse de la duda de si la ciencia es “garantía” del progreso o es “antesala del Apocalípsis”, puede ser entendida si nos enfrentamos a las situaciones reales donde ciencia/técnica están entretejidas en relaciones sociales concretas.

La segunda carta recurre al concepto de “falla”. Para presentar al lector su operación, Latour recrea la situación de un computador que, al descomponerse, pierde su unidad y coherencia operativas, queda amputado de su autonomía del usuario y de la actividad humana que lo construyó o lo reparará y se transforma en algo que no es más un objeto “técnico”: se transforma en un objeto “socio-técnico”.

El sistema técnico autosuficiente que era el computador operacional, desaparece cuando comienza la “falla”: queda atrapado en una red de relaciones sociales destinada a solucionar, precisamente, la “falla” que lo ha despojado de su “tecnicidad” radical. Para Latour, la “falla” es la marca indeleble de la relación indisimulable entre el supuesto objeto puramente técnico y su origen “humano”. La “reparación” es un ejemplo simple de cómo un objeto científico-técnico puede operar autónomamente pero, igualmente, eso no lo libera de estar entretejido en las relaciones sociales. El ejemplo vale, incluso, para el caso del cuerpo humano, la enfermedad y la intervención de la medicina. Ello implica la, al menos opinable, asimilación del cuerpo humano a un “sistema técnico”, la equiparación de la enfermedad a una “falla” y la intervención médica al uso de un servicio técnico.

Latour quiere títulos clásicos para su tesis del “entretejido” entre humanidades y ciencias por lo que va a buscar en la Grecia antigua la palabra “métis”, como expresión de la habilidad y astucia de la técnica, y la “episteme”, para designar el camino directo y coherente hacia el conocimiento entendido en su sentido racional clásico.

La tercera carta introduce la noción de “controversia” de manera de cuestionar, ahora, la monolítica certidumbre que alegremente se atribuye al pensamiento científico. Esto es para aquellos que han aceptado apresuradamente que, lo que caracteriza al saber científico, es que “termina con toda controversia” ya que, suponen, produce verdades unívocas e indiscutibles.

Quizás sea este uno de los momentos más logrados del texto. Latour recurre a un ejemplo de controversia de enorme actualidad: la que opone, duramente, “científicos” defensores de la existencia de un recalentamiento global de la atmósfera causado por el hombre, a “científicos” que van, desde los que niegan recalentamiento atmosférico alguno, hasta los que lo admiten pero lo adjudican a causas ajenas a la acción humana. El autor se divierte mucho, e inteligentemente, ante el desmoronamiento de la imagen tradicional de una ciencia supuestamente apta a “superar” o a “desembarazarse” de las controversias que las Luces adjudicaron como “exclusividad” al tradicionalismo, a los prejuicios, a las creencias religiosas o al pensamiento mágico.

Sin embargo, admitamos que esa caricatura de ciencia “libre” de controversias internas, reenvía a un cientificismo dieciochesco y a una concepción de la ciencia que hoy es más periodística que académica. Ya Kant había imaginado la posibilidad de geometrías diferentes que la euclidiana y, en el siglo XIX, tan temprano como 1820/1830, la explosión de las geometrías no euclidianas (Lobachevsky, János Bolyai, el propio Gauss, su alumno Riemann, etc.) y la creciente evidencia de su consistencia lógica, significó un magnífico ejemplo de controversia intracientífica que escapa a la caricatura con la que se divierte Latour.

En todo caso, esa ciencia “ultra-coherente” y casi de caricatura sobrevive, y con buena salud, en la opinión y en disciplinas como las ciencias sociales que, como nunca llegan a ser ciencias realmente “hard”, sobrevaloran “metodologías monistas” y los lugares comunes de la ciencia de caricatura. En esos terrenos, Latour señala que no hay “artículo sabio” en el que toda afirmación no esté ritualmente acompañada por un cuadro, un diagrama o un esquema que, en la misma página si es posible, venga a “demostrarla”, “confirmarla”, etc. El lector piensa al instante en esas publicaciones socioeconómicas que pretenden dar cuenta de toda la complejidad social desplegando curvas, tablas y toda una parafernalia numérica “probatoria” que llevaría “inscripta” la garantía de la verdad de la afirmación asestada al lector.

Para Latour es sorprendente que nadie advierta que tanto la Política como la Ciencia tengan que recurrir ambas a la metáfora de “la verdad desnuda” que se autodesigna a sí misma (verum index sui). Ello es así no es porque lo epistemológicamente significativo sea la necesidad de producir “la distinción” entre una y la otra. Más bien lo que hay que captar es “el matiz” entre la evidencia retórica de la política y la evidencia de la demostración científica.

Para los griegos la evidencia retórica se llamará epideixis, la evidencia geométrica se llamará apodeixis, en una cercanía etimológica que Latour utiliza para consolidar el corazón de su tesis: retórica y demostración no están en una relación de oposición, son sólo “dos de las ramas de la elocuencia” (Latour, 2010, 100) que permiten llegar a la evidencia.

Para Latour, aquel que transforma el “matiz” entre epideixis y apodeixis en una “verdadera oposición”, que se hará milenaria, fracturando la retórica de la ciencia, será Platón. Éste necesita, para su proyecto personal, construir la oposición radical entre “sofistas” y “filósofos”  aunque, al fin de cuentas, los filósofos no tomarán tampoco la evidencia geométrica que tienen a disposición como herramienta “científica”. ¿Porqué, entonces, quebrar el conocimiento en epideixis y apodeixis?

Latour no solamente se remontará a Grecia para rastrear la compulsiva oposición entre humanidades y ciencia, entre retórica y demostración, entre elocuencia y verdad.  En su título atacará también a Descartes y su “cogito”. No hay modo de construir el “cógito” porque ese singular no se sostiene ni en la versión cartesiana ni en intentos posteriores como el kantiano o el del Círculo de Viena. El conocimiento sólo es imaginable como el resultado de un “colectivo de pensamiento”, un acto esencialmente social y colectivo, un “Cogitamus”. El “sabio” trabajando sólo en su gabinete puede ser un relato atractivo, pero tiene poco de creíble.

La carta siguiente retomará una verdadera relectura histórica del “laboratorio” como lugar en el que terminarán convergiendo, hacia el siglo XIX, por un lado la aproximación “empírica” a la prueba, aislando una o dos variables y desechando todas las demás, (que es la historia de las ciencias naturales ) y, por el otro, la operación de imaginar que la formación de la prueba es compatible con el lenguaje de la geometría y del álgebra, (que es la historia de la articulación del cálculo como instrumento apto para leer “el libro de la Naturaleza”).

La quinta carta permite a Latour poner en cuestión ya no solamente la oposición entre sociedad/política y ciencia. Ahora trata de mostrar cómo la antinomia racionalidad/irracionalidad se torna, también, poco defendible. Latour señala la creciente fuerza que adquiere día a día en la opinión pública la no aceptación a distintas innovaciones científicas y tecnológicas. La resistencia pública a los organismos genéticamente modificados o a propuestas de la nanotecnología, proporciona excelentes ejemplos de esta reacción.  Sociedad por un lado, y científicos y técnicos por el otro, parecen haber perdido, todos, la capacidad de “distinguir” el presumible valor de los  productos generados por “actividades racionales” de la dudosa producción del pensamiento mágico.

Aunque Latour no lo menciona, admitamos que el auge del “creacionismo” en los EE.UU. no es una mera “curiosidad”. No es posible leer ese proceso sino como un síntoma de cuestionamiento que la opinión pública hace, ciegamente, de evidencias científicas cuya negación atenta directamente contra toda sensatez. Hay, al respecto, en la sexta carta un interesante abordaje de la lógica con la que debería, según Latour, ser comprendido el darwinismo.

Si la Naturaleza es la heredera contemporánea de la res extensa de Descartes, el primer elemento a cuestionar es, precisamente, que el desarrollo de las llamadas ciencias y técnicas no tiene lugar en el seno de ninguna “continuidad” (ni extensa ni Natural). Todo lo contrario: lo que caracteriza a las humanidades científicas es negar radicalmente la existencia (es más, negar incluso la concepción de la existencia) de un espacio común para todos los seres vivientes (hablando del darwinismo) pero también la existencia de un “continuum” ontológico homogéneo en el que moran los entes y acontecen los eventos, sea éstos galileanos, laplacianos, boyleanos o darwinianos, que podamos designar como “La Naturaleza”.

La conclusión es que el Universo, deviene un “Multiverso” en el que, segmentadamente, pueden estudiarse fenómenos de los universos de las físicas, de los universos de las químicas o en simples curiosidades históricas que no son más que formas políticas ancestrales “o mejor de epistemología política” (sic) (Latour, 2010, 201)

El libro de Latour tiene una virtud cardinal: intenta replantear radicalmente la cuestión del relato y del meta-relato de la ciencia, en su relación con las humanidades, de una manera radicalmente nueva. Sin embargo, en parte por su voluntad de practicar una sencillez expositiva solamente explicable por el formato epistolar elegido y, en parte, porque sobre el texto planea un inconfesada pero poderosísima voluntad de divulgación que predomina sobre la argumentación lógica cuidadosa, el lector medianamente informado termina la lectura con la incómoda sensación de que ha recorrido doscientas cincuenta páginas en las que le han contado una versión infantil de algo tan complejo como La Divina Comedia.

 

Bibliografía   

 

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Bachelard, Gastón (1938) (1970). La formation de l´esprít scientífique. París: Ed. Vrin.

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Biagioli, Mario (1999). The Science Studies Reader. Ed. Routledge: London,

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Koyré, Alexandre (1962). Du Monde clos à l´Univers Infini. Ed. Presses Universitaires de France: Paris.

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Latour, Bruno (2010). COGITAMUS. Six lettres sur les Humanités Scientifiques. París: Ed. La Découverte. Ed. Española, 2011,  Buenos Aires, Paidós. 

Serres, Michel (1968). Le système de Leibniz et ses modèles mathématiques. París: PUF, reeditado en 1982.

Isabelle Stengers (2002). Sciences et Pouvoirs. La Democratie face à la technoscience. París: Ed. La Découverte.


El proceso de negociación de la reforma de la seguridad social en Uruguay

CARLOS LUJÁN

CSIC, UDELAR, 2011, Montevideo, 231 páginas.

 

Por José Miguel Busquets*

 

Carlos Luján presenta en su libro El proceso de negociación de la reforma de la seguridad social en Uruguay un análisis y una explicación sobre el proceso de negociación que tuvo como resultado la reforma estructural y la reforma paramétrica del sistema de seguridad social, más específicamente del sistema jubilatorio en Uruguay, el que fue sustanciado en la ley No. 16.713 de 1995, durante el segundo gobierno del Dr. Julio María Sanguinetti.

El trabajo comienza en el primer capítulo por definir claramente la problemática, detalla la construcción del objeto y formula algunas hipótesis a considerar.

Luego, en el segundo capítulo nos propone un interesante marco teórico, donde considera diferentes niveles de análisis. Un nivel macro para el que utiliza el análisis estratégico: juego político y actores relevantes; tácticas y estrategias de corto, mediano y largo plazo; recursos de poder (tangibles e intangibles); poder real, potencial e influencia política; manejo del entorno. Un nivel meso, donde aparecen la teoría de juegos: estrategias puras y mixtas, órdenes de preferencia de los actores, matriz de pagos y estructura del juego, simetría y asimetría de los jugadores; juegos de suma cero y de suma variable. Finalmente, a nivel micro, la teoría de la negociación, en la versión elaborada por el Proyecto de Negociación, integrado por la Universidad de Harvard, el Instituto Tecnológico de Massachusetts y la Universidad de Tufts, y radicado en la Escuela de Leyes de la Universidad de Harvard. La otra teoría de la negociación es la realista que se basa en la defensa de posiciones en un juego esencialmente suma cero. Asimismo, detalla las técnicas metodológicas que utilizará para estructurar su argumento. Las referencias teóricas fundamentales pero no únicas son: por un lado, los avances que desde la teoría de juego realizaron  Dixit y Nabeluff en 1992 y en Nalebuff y Brandenburger en 1997, y el ya clásico trabajo de Robert Axelrod de 1982, y por otro, las elaboraciones de algunos de los más destacados investigadores del Proyecto de Negociación radicado en la Universidad de Harvard, a saber: Roger Fisher, William Ury, Bruce Patton,  Howard Raiffa y Anatol Rapoport han realizado desde la creación del modelo. Una referencia que no pasa inadvertida en el libro para mí es la del uruguayo, Dr. Julio Decaro quien aplica en su libro “La cara humana de la negociación” los recursos de varias ciencias de la conducta, a la negociación, como formas de la inteligencia interpersonal. El tipo de personalidad importa a la hora de negociar. Este enfoque no está privilegiado en el trabajo, sin embargo constituye un importante aporte en la temática de la negociación.   

Para comenzar el ejercicio de diálogo entre un impresionante volumen de evidencia y diferentes enfoques teóricos a distintos niveles de abstracción, es en el capítulo tres que caracteriza cuidadosamente su variable dependiente, el tipo de seguridad social y aborda el análisis  macro, teniendo en cuenta como evidencia las preferencias de las elites parlamentarias y la posición de la opinión pública, a través de encuestas.

Posteriormente, en el capítulo cuatro se interna en la estructura y el proceso de la reforma desde el punto de vista de la teoría de juegos, nivel meso, el que analiza a través de datos secundarios. En este nivel se considera la cooperación y el conflicto en el juego de la reforma. La estrategia de negociación de cada actor se deriva de la forma de cómo cada actor concibe el juego. La relación que los diferentes actores tienen con el riesgo y el énfasis en el corto o en el largo plazo afecta según esta teoría la manera en que los actores negocian. No es lo mismo pensar que la sustancia de lo que está siendo negociado es fija, de pensar que es posible hacer crecer dicha sustancia. O de otra manera, como muestra el autor, no es lo mismo ver el juego como una suma cero, que ver el juego como una suma variable.

Finalmente, en el capítulo cinco, analiza el proceso de negociación tomando en cuenta los siete elementos (intereses, opciones, criterios de legitimidad, alternativas, compromiso, relación y comunicación) descubiertos en los grandes negociadores del mundo por el equipo de investigadores de la Escuela de Negociación de Harvard, liderada por el  recientemente fallecido Profesor Emérito de dicha Universidad Dr. Roger Fisher. Estos elementos que aquí se utilizan para analizar el proceso negociación que derivó en una importante reforma de una política pública como la de la seguridad social, bien pueden servir para preparar una negociación o bien para evaluarla. Algo que se aprende con la teoría de la negociación es que llegar a un acuerdo no siempre es un buen resultado, para estar ante un buen resultado es necesario considerar sistemáticamente como lo hace el autor los siete elementos.

Este tipo de análisis que puede ser aplicado en cualquier tipo de negociación, es particularmente útil y necesario para los tipos de negociaciones que se desarrollaron en relación a la sustancia de la reforma de la seguridad social, que no son negociaciones simples en la tipología creada por el autor, o sea no involucraron sólo un problema y sólo dos partes. La explicación que construye el autor nos habla de que el posicionamiento ideológico de los partidos y las posiciones de la opinión pública sobre la seguridad social impactaron sobre los modelos de reforma preferidos por los parlamentarios, los que terminaron impactando sobre las estrategias de los líderes políticos, como también lo hizo la percepción de crisis del sistema sobre los modelos decisorios usados en las negociaciones inter e intrapartidarias. A esto hay que agregar el peso de la variable internacional como fuente de posibles modelos de reforma. 

En la parte final del libro, escrito antes del triunfo del Frente Amplio,  el autor aborda el tema del futuro de la seguridad social. Allí detalla  una agenda probable del sistema previsional, básicamente a través de siete aspectos, a saber: i) Fortalecimiento de la importancia del pilar estatal del sistema mixto; ii) Mayores resguardos para quienes tienen baja densidad de aportes; iii) Mayor control del Banco Central del Uruguay sobre las Administradoras de Fondos de Ahorro Previsional; iv) Disminución del margen de maniobra de las Administradoras de Fondos de Ahorro Previsional en el uso de los fondos de inversión generados (mayor porcentaje de deuda pública uruguaya en sus carteras); v) Cobro de los servicios prestados por el Banco de Previsión Social; vi) Mantenimiento de agentes públicos y privados como administradores de los fondos de pensión, aunque quizás en menor número; vii) Más intenso control de la evasión al sistema de seguridad social por parte del Estado. 

Todos estos aspectos han estado o aún están en agenda, en el primer y segundo gobierno del Frente Amplio, el único de ellos en que se avanzó en una dirección distinta a la que presenta el autor es la disminución del grado de maniobra de las Administradoras de Fondos de Ahorro Previsional en el uso de los fondos de inversión.

Asimismo, el Frente Amplio en el gobierno ha optado por aumentar el número de actores en la negociación pero ha ido considerando gradualmente los temas de una nueva agenda preocupada por la cobertura a través de la convocatoria a dos instancias de Diálogos Nacionales, buscando y logrando correr la frontera de Pareto. Muchas más veces de lo que pensamos sostiene Howard Raiffa es posible mejorar los acuerdos que se tienen con las otras partes.

El autor con el libro contribuye a comenzar a llenar un vacío en lo que refiere a un potente modelo de análisis de las políticas públicas centrado en el proceso de las políticas, como la teoría de la negociación, muy usado para la formulación y análisis de políticas internacionales, y en la teoría de juegos. De otra manera, esto evidencia que la teoría de la negociación, además de un modelo de análisis es una metodología para la toma de decisiones.

Por último, se trata de un trabajo sofisticado que se suma a un selecto grupo de análisis de políticas públicas sobre reformas estructurales en América Latina.

 

 



* Docente e investigador en el ICP-FCS-UDELAR.

[1] La ‘intersección’ es más amplia, en realidad, y abarca a la historia (que es fundamental, como se verá a lo largo de la reseña) y a la antropología, y quizá me esté olvidando de algún otro componente. Lo que el reseñista quiere destacar es la noción de intersección o encuentro entre perspectivas separadas como forma de ensanchar y volver más profunda a la mirada analítica.

[2] El concepto elegido por el autor (el de “primitivo”) puede ser visto como problemático. He decidido, para esta reseña, hacer caso omiso a dicha problematicidad, lo cual puede ser visto (repito los términos deliberadamente) como más problemático aún.

[3] La guerra de todos contra todos se da más bien en la modernidad, y es precisamente para sancionar la ley y el orden que Hobbes proyecta ese estado de peligro e incertidumbre al imaginario estado de naturaleza.

[4]Está claro, sin embargo, que las preferencias de ‘los ricos’ no se ‘fabrican’, especialmente cuando tienen que ver con aumentar los impuestos o reducir el gasto público, por ejemplo. 

[5]Peligro potencial para la polis ya divisado por Aristóteles, para quien la usura es un modo de adquisición nacida del dinero mismo.

[6] Sin pretender ofender a mis pares liberales, esto desafía la acriticidad que ha predominado frente al concepto de democracia liberal que ha internalizado al capitalismo como componente inherente explícita o implícitamente, operación que es harto discutible (baste recordar que Dahl dice por ahí que la propiedad privada no es condición necesaria para la poliarquía). Es preciso poner al liberalismo en su lugar y recordar que “ni siquiera los más reconocidos pensadores liberales del siglo XIX fueron verdaderamente democráticos” (51-52).

[7] ¿Debemos asumir que el desarrollo es per se capitalista, entonces? ¿Es que acaso puede leerse el llamado normativo al final del libro como una invitación a ‘des-desarrollarse’?

[8] La lucha entre pobres y ricos se basa en el concepto de “eficiencia” que se critica: todos quieren más.

[9] El grito de Marx “proletarios de todo el mundo, ¡uníos!” estaba respaldado por la maquinaria de la historia tal cual él la analizó. Su mecanicismo predecía lo que propugnaba, mientras que el llamado normativo de Traversa a cuidar otros equilibrios en detrimento del de mercado no parece sustentarse en lo que su propio modelo predeciría: la estructura de la desigualdad es tal que no parece viable. (En realidad, solo una lectura positivista puede ver la contradicción –mecanicismo vs política– como un problema. Todo análisis mecanicista crítico alberga la esperanza de romper la maquinaria analizada, y por eso sería una lectura muy mecanicista esencializar al mecanicismo. Por momentos, Traversa no es muy justo con Marx en este sentido, y este libro puede ser víctima de la injusticia que él ejerce con el autor alemán, que es lo que hice yo en esta reseña).

[10] Y esto sin contar el infinito prontuario de violación de los derechos humanos de los gobiernos del país que ha sido visto muchas veces como el modelo de democracia para el mundo: Estados Unidos de América (recientemente un politólogo destacado me dijo: “las democracias desarrolladas no entran en guerra con otras democracias”, y yo pensé: no, en ese caso orquestan golpes de Estado).

[11] Traversa esencializa al marxismo como una escuela más que cae en la falacia desarrollista (cuanto más crecimiento económico, mejor). No puedo extenderme aquí en este punto, pero considero que esto es totalizar ‘un momento’ de Marx, para quien en realidad la naturaleza era el cuerpo inorgánico del hombre y el capitalismo rompía el metabolismo entre ambos. En las comunidades primitivas impera precisamente el valor de uso por sobre el valor de intercambio y eso tiene su fuente en las mismas estructuras de producción (quedarse en el intercambio como problema supone quedarse en la superficie fenomenológica del capitalismo). En el libro de Traversa hay silencio sobre la cuestión de la explotación que queda subsumido en el problema del intercambio como modo de integración.

[12] ¿Pero se trata solo de evitar la miseria? Se puede evitar la miseria en sociedades muy desigualitarias.

* Docente e investigador en el ICP-FCS-UDELAR.

* Docente e investigador en el ICP-FCS-UDELAR.

[13] Departamento de Ciência Política, Universidade Federal do Rio Grande do Sul (Brasil)

* Catedrático de Ciencia Política y Coordinador Académico del Departamento de Estudios Internacionales en la Universidad ORT Uruguay.

* Docente e investigador en el ICP-FCS-UDELAR.

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