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Ciencias Psicológicas

versión impresa ISSN 1688-4094versión On-line ISSN 1688-4221

Cienc. Psicol. vol.13 no.2 Montevideo dic. 2019  Epub 01-Dic-2019

https://doi.org/10.22235/cp.v13i2.1871 

Artículos Originales

Violencia de pareja en personas con disforia de género

1Hospital Universitario San Agustín, Área Sanitaria III, Asturias. España maria.fernandezr@sespa.es, patryguerra@hotmail.com

2 Hospital Universitario Central de Asturias. Españaveronicaconcha89@gmail.com

3Universidad de Oviedo. Españamarianeir93@gmail.com


Resumen:

El primer objetivo de la investigación fue conocer y evaluar los tipos de violencia de pareja en un grupo de 48 personas con disforia de género y; en segundo lugar, establecer diferencias en función de la identidad. Se utilizó una adaptación de la encuesta elaborada por Díaz y Núñez (2015). El mayor porcentaje de violencia experimentada se dio en violencia psicológica, seguida de la sexual y física y por último y en menor medida, la económica. Según su identidad, sufrieron más violencia física, económica, sexual y psicológica las personas con identidad femenina. En la mayor parte de las personas con identidad femenina que pidió ayuda la violencia se mantuvo o aumentó, mientras que en aquellas con identidad masculina cesó o se mantuvo. Las personas con identidad femenina sufren más violencia de pareja en todas sus formas. Las consecuencias de pedir ayuda exterior también son más negativas para éstas.

Palabras clave: violencia de pareja; personas transgénero; disforia de género; recursos; estudio empírico

Abstract:

The first objective of the research was to know and evaluate the types of partner violence in a 48 persons with gender dysphoria group; and, secondly, to establish differences based on identity. An adaption of the survey by Díaz y Núñez (2015) was used. The highest percentage of violence experienced occured in psychological violence, followed by sexual and physical violence and, finally and to a lesser extent, economic violence. According to their identity, people with female identity suffered more physical, economic, sexual and psychological violence. In most people with a female identity who asked for help, violence was maintained or increased, while in those with masculine identity it ceased o remained. People with a female identity suffer more partner violence in all its forms. The consequences of asking for outside help are also more negative for them.

Key words: intimate partner violence; transgender; gender dysphoria; resources; empirical study

Introducción

La violencia de pareja (VP) es “un maltrato que se produce en la intimidad de una relación de pareja, cuando uno de los miembros independientemente de su sexo, trata de imponer su poder por la fuerza” (Hirigoyen, 2006, pp.15). Se refiere a cualquier comportamiento que cause o pueda causar daño físico, psíquico o sexual. Es decir, la VP incluiría agresiones físicas, como golpes y patadas; relaciones sexuales forzosas y otras formas de coacción sexual; malos tratos psicológicos, como la intimidación y la humillación; y los comportamientos controladores, como aislar a una persona de su familia y amigos o restringir su acceso a la información y a la asistencia (Organización Panamericana de la Salud-OPS, 2013). Las más afectadas por la violencia de pareja son las mujeres (González Galbán y Fernández de Juan, 2010).

Violencia de Género, violencia machista, violencia doméstica/familiar, son algunos de los términos que han sido utilizados con frecuencia como sinónimos de la VP. La violencia de género o violencia machista es aquella que “se dirige sobre las mujeres por el hecho mismo de serlo, por ser consideradas, por sus agresores, carentes de los derechos mínimos de libertad, respeto y capacidad de decisión” (Preámbulo de la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género). Se trata de “la manifestación de la discriminación, la situación de desigualdad y las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres, se ejerce sobre éstas por parte de quienes sean o hayan sido sus cónyuges o de quienes estén o hayan estado ligados a ellas por relaciones similares de afectividad, aun sin convivencia” (Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género). Los derechos de las mujeres transexuales, víctimas de violencia de pareja, no han sido contemplados en España hasta su inclusión en algunas de las leyes autonómicas que reconocen los derechos del colectivo trans. La violencia doméstica/familiar hace referencia al lugar donde se produce la violencia, sin especificar quién es la víctima, el agresor, y cuál es la causa u objetivo de la violencia. Este tipo de violencia incluiría no solamente la violencia entre parejas o cónyuges, si no también, la agresión a menores, a personas mayores o con discapacidad (OPS, 2013).

Janice Ristock (2005) plantea que la violencia de género en personas trans tiene características similares a la sufrida por las personas heterosexuales. Analiza la violencia no solo desde la perspectiva de género, sino que amplía el foco a diferentes sistemas de opresión. Esta autora sostiene que la violencia en todo tipo de relaciones tiene un impacto significativo en la salud y el bienestar de las personas. Sin embargo, la mayoría de los servicios de apoyo se han creado para abordar el problema de la violencia en relaciones heterosexuales, destacando la incapacidad de los servicios para responder ante las características de la violencia en el colectivo LGTBI, lo que a su vez se traduce en desprotección y desamparo de esta población. Por su parte, Rodríguez, Carrera, Lameiras y Rodríguez (2015) señalan que en las parejas en las que algún miembro pertenece al colectivo de transexuales, transgénero o intersexuales, las conductas violencias son un ejercicio de poder del miembro “normativo” con objeto de dominar, controlar, coaccionar y/o aislar a la víctima, al igual que sucede en parejas heteronormativas.

La literatura sobre violencia de pareja en las personas trans es bastante escasa. Concretamente en lengua española es muy limitada. Hasta la actualidad, los estudios sobre violencia de pareja se han centrado mayoritariamente en parejas constituidas por los dos sexos binarios y donde su orientación sexual era definida como heterosexual (Díaz y Nuñez, 2015).

En el ámbito internacional, uno de los primeros estudios que aborda la problemática de la violencia de pareja en el colectivo transexual es el de Susan Turell (2000). La investigación se centraba principalmente en la recolección de datos sobre la violencia en parejas del mismo sexo, aunque también incluía una reducida muestra de hombres y mujeres trans. Estos últimos habían experimentado abuso sexual (28%), físico (43%) y emocional (57%). Aunque la muestra transgénero era muy escasa (N=7), estos datos sugerían la necesidad de profundizar en la investigación con este colectivo.

Una década después, en el marco de las webs del proyecto de abuso doméstico LGBT y la alianza transgénero de Escocia se realizó una investigación para conocer como experimentan la violencia domestica las personas transgénero y, en consecuencia, detectar sus necesidades específicas (Roch, 2010). La muestra se componía de 60 personas autodenominadas como transexuales femeninas (N=28), transexuales masculinos (N=19) y otras variantes del género (N=13). La encuesta evaluaba abuso emocional, sexual y físico. Los datos mostraron que el 60% de las parejas de los encuestados había realizado al menos un comportamiento de control y el mismo porcentaje comportamientos amenazantes. La pareja o expareja del 73% de los entrevistados había realizado al menos un comportamiento transfóbico como, por ejemplo: hacerle sentir vergüenza o culpa por su identidad de género (52%), centrarse en partes de su cuerpo que le incomodan (43%) o limitarle en sus manifestaciones o expresiones del género sentido (30%-33%). El 47% de sus parejas había protagonizado al menos un acto de abuso sexual, como forzarlas o presionarlas para mantener relaciones sexuales (32%) u otra actividad sexual no deseada (32%). Con respecto al abuso físico, el 45% de sus parejas o exparejas había llevado a cabo al menos uno de estos comportamientos: empujarlas o retenerlas (32%), patearlas, morderlas o golpearlas (25%), lanzarles algún objeto (25%), tratar de ahogarlas (12%) o utilizar un arma contra la víctima (10%). Como conclusión obtuvieron que el 80% de los encuestados habían experimentado algún comportamiento abusivo emocional, sexual o físico por su pareja o ex pareja y que el abuso emocional transfóbico era el más frecuente.

Dank, Lachman, Zweig y Yahner (2014) llevaron a cabo una investigación cuyo objetivo principal era explorar las experiencias de violencia en la pareja en jóvenes LGB y compararlas con jóvenes heterosexuales. Dentro de esta amplia muestra de jóvenes (N=3745) de Nueva York, Pensilvania y Nueva Jersey, también se analizaron los distintos tipos de violencia sufrida por el reducido grupo transgénero incluido (N=18). Este último grupo obtuvo los porcentajes más altos en todos los tipos de violencia: física (88,9%), psicológica (58,8%), violencia en citas por internet (56,3%) y coerción sexual (61,1%).

El informe sobre violencia en la pareja de 2015 (Waters, 2016) de la Coalición Nacional de Programas Antiviolencia (NCAVP) de los Estados Unidos, incluyó a 1976 personas del colectivo LGBTQ y afectados por el VIH. Del total, 234 personas se autodefinieron como transgénero. Los resultados establecieron que las personas transgénero tenían tres veces más posibilidades que las cisgénero de ser acosadas y dos veces más probabilidades de haber experimentado violencia por parte de su pareja o expareja. Las mujeres transgénero tenían tres veces más probabilidades que el resto de la muestra, de haber sufrido violencia sexual y violencia económica.

Langenderfer-Magruder, Walls, Whitfield, Brown y Barret (Langenderfer-Madrufer et al., 2016) utilizaron los datos recolectados en 2010 por Rainbow Alley, un programa para jóvenes LGTBQ en Colorado para establecer la prevalencia de la violencia en la pareja en este colectivo. La muestra fue de 140 participantes. Diferenciaron dos grupos: en el primero incluyeron a las personas con identidad masculina o femenina (los cisgénero) y en el segundo agruparon en una sola categoría a los trans masculino, trans femenino, gender queer y otros (no cisgénero). De los 15 sujetos que formaban parte de la categoría no cisgénero, nueve experimentaron algún tipo de violencia en la pareja. Por lo tanto, el 60% de los participantes incluidos en esta última categoría experimentaron algún tipo de violencia en la pareja. Langenderfer-Magruder, Darren, Whitfield, Walls, Kattari y Ramos (Langenderfer-Magruder et al., 2016) llevaron a cabo un estudio para investigar la violencia en la pareja del colectivo LGBTQ adulto. Específicamente, los autores querían comprobar si había diferencias en la violencia de pareja entre individuos cisgénero y transgénero, en la prevalencia y contactos con la policía. La muestra (N = 1139) se recolectó a través de una encuesta de salud llevada a cabo por la organización LGBT One Colorado en 2011 a mayores de 18 años. Según los resultados, en el grupo transgénero (N=122), la prevalencia de la violencia encontrada fue mayor que para sus pares cisgénero (20.4% versus 31.1%). Se comparó la prevalencia en la violencia de pareja entre trans femenino (de hombre a mujer), trans masculino (de mujer a hombre) y genderqueer pero no se encontraron diferencias estadísticamente significativas. Esto contrasta con los resultados del NCAVP’s de 2013 (Release edition 2013) que encontraron que las mujeres trans tenían más probabilidad de experimentar violencia en la pareja (amenazas, intimidación, hostigamiento y lesiones) que otras identidades LGBTQ. Por otro lado, no se encontraron diferencias estadísticamente significativas respecto a las tasas de contacto con la policía aunque el porcentaje es mayor para el grupo cisgénero (26.1% vs 18.4%).

En cuanto a estudios en lengua española, Díaz y Núñez (2015) estudiaron la violencia de pareja en el colectivo LGBTI de Chile. Para ello, elaboraron una encuesta de 20 ítems en la que se abordaron distintos indicadores de las formas de violencia de pareja (física, sexual, psicológica y económica). La muestra fue de 118 sujetos, de los cuales solamente 3.4% eran personas trans. El 47% de los encuestados declaró haber sufrido alguna situación de violencia. El 67% de la población LGBTI considera que no cuenta con instituciones adecuadas que brinden ayuda en caso de VP.

Durante la revisión bibliográfica, al citar autores, estudios y leyes, han aparecido los términos de violencia de pareja, violencia de género y violencia doméstica/familiar. En la presente investigación abordamos cualquier tipo de VP sufrida por las personas trans, independientemente del género del agresor o víctima. Por ello, nos decantamos por la terminología “violencia de pareja”. El primer objetivo de la presente investigación es conocer y evaluar los tipos de VP en un grupo de personas trans que acuden regularmente a la Unidad de Tratamiento de Identidad de Género del Principado de Asturias (UTIGPA) y en segundo lugar, establecer si hay diferencias significativas entre el grupo de trans femeninas (de hombre a mujer) y el grupo de trans masculinos (de mujer a hombre).

Materiales y Métodos

Participantes

Se hizo una selección de una muestra no probabilística de carácter intencional. Se compuso de 48 usuarios que acuden regularmente a la Unidad de Tratamiento de Identidad de Género del Principado de Asturias con quejas de disforia de género y que accedieron a participar voluntariamente en el estudio.

Instrumento

Se partió de la encuesta elaborada por Díaz y Núñez (2015) sobre violencia de pareja. Originariamente recoge 4 dimensiones, violencia física, sexual, psicológica y económica. Tras la autorización, por parte de los autores, se realizaron varias modificaciones con el objetivo de adaptar los ítems a la realidad socio cultural española (expresiones lingüísticas, redes de apoyo). También se desdobló un ítem para hacerlo más comprensible, se eliminó una de las preguntas por considerar que no era pertinente para esta investigación y se añadió otra que ampliaba información sobre la violencia de tipo social (control y aislamiento). Además de la violencia se recogen datos relativos a redes de apoyo, instituciones y otros factores.

También se incluyeron preguntas sobre datos sociodemográficos (edad, identidad de género sentida y orientación sexual, rectificación registral de la mención al sexo de las personas (Ley 15 de marzo del 2007), nivel educativo, país de origen, ocupación, religión, si tiene pareja actualmente, si tuvo pareja en el pasado,, ) y clínicos: si está realizando tratamiento hormonal o/y cirugías de confirmación de género.

Se definieron cuatro categorías autoinformadas de identidad de género: identidad femenina, cuando el sexo biológico es de hombre y la identidad de género femenina; identidad masculina, cuando el sexo biológico es de mujer y la identidad de género masculina; identidad trans, aquella persona que no se siente identificada dentro de la categoría binaria masculina-femenino; género alternativo: Cuando el género experimentado es alguna alternativa distinta al género asignado al nacer.

Procedimiento

Una vez autorizado el estudio por el comité de investigación del Hospital Universitario San Agustín de Avilés (HUSA) del que depende funcionalmente la UTIGPA, se procedió a aplicar las encuestas a los usuarios, previa firma del consentimiento informado. Se garantizó la confidencialidad de los datos.

Análisis estadísticos

Se realizó un análisis de estadísticos descriptivos. Se realizó la prueba chi cuadrado en aquellos ítems que se permitía y únicamente para establecer diferencias entre las identidades masculinas y femeninas dado el escaso número de participantes de otras identidades. Se utilizó el programa estadístico SPSS 17.0.

Resultados

En el estudio participaron 48 personas de la UTIGPA, con un rango de edad entre 15 y 57 años y con una media de 27.71 (D.T.=11.41). De las 48 personas, el 56.3 % (N=27) se identificó con identidad masculina; el 31.3 % (N=15) con una identidad femenina. Un 6.3 % (N=3) se definió como “trans” y otro 6.3% (N=3) como “otras” identidades (géneros alternativos). Atendiendo al género con el que se identifica, el 72.9 % (N=35) se define con una orientación heterosexual, el 18.8 % (N=9) como bisexual, el 4.2% (N=2) como pansexual y otro 4.2% (N=2) con otra orientación (por ejemplo, asexual.) Han realizado la rectificación registral de la mención relativa al sexo de las personas el 35.4% (N=17).

El nivel educativo del 37.5% (N=18) es de Educación Secundaria Obligatoria, seguido de un 18.8% (N=9) con estudios universitarios. Un 14.6% (N=7) de la muestra tiene estudios de bachillerato, un 12.5% (N=6) tiene estudios primarios, un 10.4% (N=5) tiene estudios de formación profesional superior y finalmente 6.3% (N=3) tiene estudios de formación profesional de grado medio. Con respecto a la ocupación; el 43.8% (N=21) son estudiantes, el 31.3% (N=15) desarrollan profesiones de baja o media cualificación, el 17.7% (N=8) de alta cualificación. Y con proporciones equivalentes (2.1%) los jubilados, amas de casa y trabajos marginales (prostitución) (N=1 respectivamente).

El país de origen de los usuarios que han participado en el estudio es en un 87.5% (N=42) de nacionalidad española, brasileña en un 6.3 % (N=3), cubana 4.2 %(N=2) y ecuatoriana 2.1% (N=1).

Se considera religioso el 33.3% (N=16) de la muestra.

El 41.7% (N=20) tiene pareja en el momento de la recogida de datos. Han tenido pareja en el pasado el 79.2% (N=38).

Con respecto a las variables clínicas, reciben tratamiento hormonal el 68.8% (N=33) y han realizado intervenciones quirúrgicas de confirmación de género (mamoplastia de aumento, histerectomía y vaginoplastia) el 25% (N=12).

A continuación se presentan los resultados obtenidos de la aplicación del cuestionario. Dado que el 12.5% (N=6) no ha tenido pareja en el pasado y tampoco en el presente, no procede para el análisis estadístico tener en cuenta los ítems del 1 al 15 (ambos inclusive) y el 21. Por lo tanto, los resultados de los cuestionarios aplicados sobre la muestra que si tiene o ha tenido pareja son realizados con 42 sujetos. Tabla 1

Tabla 1: Resultados de la aplicación del cuestionario 

Se presenta, en primer lugar, el ítem 1 que hace referencia a una evaluación global de la violencia y en segundo lugar, se exponen los resultados de los distintos tipos de violencia de pareja (física, sexual, psicológica y económica). Por último, se reflejan los ítems que evalúan redes de apoyo y recursos.

Las 11 personas (26.2%) que habían vivido situaciones de violencia física en la pareja responden al ítem 13, que evalúa la gravedad. Los resultados en función de las identidades se muestran en la Tabla 2. No se encuentran diferencias estadísticamente significativas en ninguno de los ítems que se han podido someter a la prueba chi cuadrado: Ítem 1 (Sig=.564), ítem 2 (Sig=.207), ítem 8 (Sig=.139).

Tabla 2: Porcentajes y frecuencias de violencia en los ítems en función de las identidades 

Los resultados en función de las identidades se exponen en la Tabla 3. No se encuentran diferencias estadísticamente significativas en ninguno de los ítems que se han podido someter a la prueba chi cuadrado: ítem 19 (Sig.=.231); ítem 20 (Sig=.747).

Tabla 3: Resultados en función de la identidad en redes de apoyo, instituciones y otro 

En la Tabla 4 se expresan las diferencias en la encuesta en función de dos grupos de edad: grupo 1 -hasta 25 años inclusive- y grupo 2 - a partir de 26 años.

Tabla 4: Resultados en la escala en función de la variable edad 

Discusión

Casi la mitad de las personas encuestadas en nuestro estudio han sufrido violencia de pareja. El mayor porcentaje se da en violencia psicológica, seguida de la violencia sexual y física y por último y en menor medida, la violencia económica. Según su identidad, sufren más violencia física las personas con identidad femenina, mientras que el nivel de gravedad es similar para ambas identidades. Las personas con identidad femenina sufren más violencia económica, sexual y también prohibición en el uso de métodos de protección. La violencia psicológica también es mayor en la identidad femenina excepto en los ítems 9 y 11. Estos datos ponen en relevancia lo que apuntan algunos autores (Rodríguez et al., 2015) acerca de la violencia como una demostración de poder por parte del “miembro normativo” de la pareja. La violencia de género que experimentan las mujeres a manos de sus parejas se fundamenta sobre la base de una sociedad patriarcal. La violencia que sufren las personas trans puede ser, de igual forma, comprendida dentro del contexto de una sociedad patriarcal erigida sobre el heterosexismo. El hombre/masculino y heterosexual constituye el centro, la norma, a la que se subordinan tanto las mujeres como las personas que transgreden el rígido modelo dos sexos/dos géneros y una orientación heterosexual (Butler, 1990) La violencia de género que sufren las personas trans puede estar influida por el hecho de que en los miembros de la pareja se reproducen estereotipos y roles de género, actitudes sexistas y heteronormativas. El miembro “normativo” puede ejercer violencia sobre el miembro “transgresor” (Rodríguez et al., 2015). Creemos que en esta situación las personas con identidad femenina pueden sufrir una doble situación de discriminación, ser trans y tener una identidad femenina, aumentando la vulnerabilidad de sufrir violencia. Sin embargo, a pesar de estas diferencias observadas entre las dos identidades mayoritarias, como ocurre en la investigación de Langenderfer- Madrufer et al.(12), las diferencias no son estadísticamente significativas. Esto puede deberse a la reducida muestra del estudio. También puede explicarse porque las personas con identidad masculina sufren porcentajes no desdeñables de violencia. También ellos pueden ser objeto de violencia por situarse fuera de lo esperable y normativo en la sociedad.

Las personas con identidad femenina sufren más VP en todas formas. Parece ser que las consecuencias de pedir ayuda exterior también son más negativas para ellas. Llama la atención el hecho de que sufran más VP aquellas que se declaran mujeres aun habiendo sido asignadas varones al nacer y haber recibido una educación como tales. Reciben menos VP aquellos que se declaran varones aun habiendo sido asignados mujeres al nacer y haber recibido una educación como tales. Esto pone en tela de juicio las viejas asunciones, por las cuales se consideraba que la educación de las mujeres era un factor determinante para que permanecieran en una relación de violencia. Así mismo la educación de los hombres se consideraba un factor determinante para que consiguieran salir de ella. Parece que poner el foco en las características de la víctima (al menos en lo que se refiere a su educación y enculturación en un determinado rol de género) no explica la perpetuación de la violencia. De hecho, el hecho de que lo determinante no sea el sexo (entendiendo el sexo de nacimiento) sino el género performado (Butler, 1990) enfoca o dirige nuestra mirada a las características del agresor y su relación con la performatividad de género femenina. En la reducida muestra de personas no incluidas en las identidades mayoritarias (femenina/masculina), se observa una menor incidencia de VP.

De las personas que han sufrido VP, solamente una minoría lo ha experimentado en los últimos 6 meses, posiblemente este bajo porcentaje puede estar relacionado con la red de apoyo social que se estructura en torno a la demanda en los servicios especializados. En otras investigaciones (Roch et al., 2010; Langenderfer-Magruder, Walls et al., 2016) el porcentaje de personas trans que han sufrido algún tipo de VP ha sido más elevado que el encontrado en nuestra investigación. La mitad de los sujetos ha recibido información acerca de la VP y conoce a alguna persona del colectivo que la ha sufrido. El menor índice de violencia hallado en nuestra investigación puede ser debido a la reciente mayor visibilidad del colectivo trans, así como de una proliferación de asociaciones y grupos que trabajan porque se garanticen los derechos en este colectivo. También consideramos que el hecho de estar acudiendo a una unidad puede ser un factor protector.

Algo más de la mitad de la muestra pide ayuda. Son las personas con identidad femenina las que solicitan más apoyo y suelen hacerlo a más de un recurso. En la mayor parte de personas con identidad femenina que pidió ayuda la violencia se mantuvo o aumentó, mientras que en aquellas con identidad masculina cesó o se mantuvo. Una parte importante de la muestra total considera que el colectivo LGTBI no cuenta con instituciones adecuadas. En la misma línea, otros estudios internacionales (Ristock, 2005; Díaz y Núñez, 2015) ya planteaban esta incapacidad de los servicios para dar cobertura a esta problemática. La ayuda que proporcionan las instituciones está enfocada a mujeres que sufren violencia de género. Las leyes actuales no contemplan la prestación de ayudas específicas a personas trans que se encuentren en esta situación. Esto podría ocasionar que no sepan dónde dirigirse a pedir ayuda y cuando acuden, la ayuda prestada podría ser inadecuada y/o insuficiente. Además, muchas personas podrían no buscar ayuda por miedo a las repercusiones, así como a enfrentarse a situaciones de homofobia y aislamiento.

Atendiendo a la variable edad, las personas de más edad han sufrido de forma significativa mayores niveles de violencia. Han sufrido más violencia en todas las manifestaciones. Destaca la menor información y formación que ha recibido este grupo etario. Consideramos que la visibilidad del colectivo y la información beneficia que las personas jóvenes sufran menos violencia.

Este estudio presenta algunas limitaciones. El tamaño de la muestra total no permite la generalización de resultados, especialmente en las personas con otras identidades no mayoritarias.

Principalmente en la última década las personas trans se han ido manifestando y posicionando en la sociedad como sujetos de pleno derecho. Desde esta visibilidad, es necesario investigar las características de la VP en personas trans y de este modo detectar cuáles son sus necesidades y, en consecuencia, diseñar las intervenciones y los recursos más apropiados.

Conclusiones

La violencia que más sufren los participantes del estudio es la psicológica, seguida de la sexual y física y en menor medida, la económica. Según su identidad, sufrieron más violencia física, económica, sexual y psicológica las personas con identidad femenina. Además, cuando solicitan ayuda, la violencia se mantuvo o aumentó.

Sobre todo en la última década las personas trans se han ido manifestando y posicionando en la sociedad como sujetos de pleno derecho. Desde esta visibilidad, es necesario investigar las características de la violencia de pareja en personas trans y de este modo detectar cuáles son sus necesidades y en consecuencia diseñar las intervenciones y los recursos más apropiados.

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Nota:Contribución de los autores: a) Concepción y diseño del trabajo; b) Adquisición de datos; c) Análisis e interpretación de datos; d) Redacción del manuscrito; e) revisión crítica del manuscrito. M.F ha contribuido en a, b, c, d, e; P.G en a, c, d, e; V.C en a, c, d, e; M.N en a, c, d, e; M.M en a, c, d, e; N.M en a, c, d, e

Correspondencia: María Fernández Rodríguez. Centro de Salud Mental I “La Magdalena”. Valdés Salas, 4, 33400 Avilés, Asturias. Teléfono: 985 54 92 19. Email: maria.fernandezr@sespa.es. Patricia Guerra, Email: patryguerra@hotmail.com. Verónica Concha, Email: veronicaconcha89@gmail.com. María Neir, Email: marianeir93@gmail.com

Cómo citar este artículo: Fernández, M., Guerra, P., Concha, V., Neir, M., & Martínez, N. (2019). Violencia de pareja en personas con disforia de género. Ciencias Psicológicas,13(2), 185-196. doi: 10.22235/cp.v13i2.1871

Recibido: 10 de Diciembre de 2018; Aprobado: 11 de Junio de 2019

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