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Ciencias Psicológicas

versão impressa ISSN 1688-4094versão On-line ISSN 1688-4221

Cienc. Psicol. vol.11 no.2 Montevideo nov. 2017

https://doi.org/10.22235/cp.v11i2.1501 

Ensayo

Salud en las sociedades gaseosas

María Noel Lapoujade1 

11Universidad Nacional Autónoma de México maria.noel.lapoujade@gmail.com


Crisis

Parto de una observación obvia: vivimos una época de crisis. La crisis generalizada alcanza a la filosofía misma. Esta preocupación me llevó en 1992 a plantear el tema en un artículo titulado: La filosofía como saber en crisis (Lapoujade, 1993). Por honestidad y claridad cito la primera página, pues es el punto de partida de mi reflexión actual.

Mi propósito central -como dice el titulo-es mostrar que la filosofía es un saber en crisis. Pero ¿qué significa «crisis»? Como observa Wittgenstein (1981): «Algunas veces es necesario sacar una expresión del lenguaje y mandarla limpiar, después se la puede volver a poner en circulación» (p. 76). Y esto vamos a hacer.

La etimología nos recuerda que originalmente «crisis» significa «juicio» en cuanto al resultado de un proceso, la decisión sobre un caso y, en general, la terminación de un suceso. Así, la palabra «crisis» aparece asociada con la decisión final de un acontecer y en consecuencia implica un cambio, favorable o no, un «viraje decisivo». Un giro de esta naturaleza en una situación la torna difícil por lo que la palabra denota: una fase peligrosa de un acontecer; la incertidumbre y riesgo son rasgos de la novedad.

La crisis de una enfermedad designa el punto álgido, el momento de manifestación aguda después del cual se espera un desenlace favorable o desfavorable. Por extensión, se habla de crisis política, de gobierno, ministerial, económica... Finalmente, también los filósofos hablan de «crisis». Crisis de la filosofía, de la estética, de la metafísica; crisis del racionalismo, crisis de la conciencia...

Decir que la filosofía está en crisis es no decir nada porque ella es un saber en crisis. La crisis le es inherente, le es consustancial. La filosofía es la historia de todos sus «virajes radicales». La filosofía que no está en crisis es su negación o, 1o que es 1o mismo, es filosofía dogmática. El constituirse como un saber siempre en transición es el sello inevitable de su quehacer. No existe filosofía «sólida», consolidada. La filosofía se da «en estado líquido» o no se da (Lapoujade, 1993, p. 29).

Respecto de mi pensamiento de 1992 hoy pienso y es el tema que desarrollo en el presente artículo: primero, la noción de crisis que denota las crisis de todo orden sigue vigente.

Segundo, en la actualidad las crisis han llegado a lo que Karl Jaspers llama “situaciones límite”: límite de la tierra, de la vida en el planeta, de la especie humana, de las sociedades humanas.

Tercero, como consecuencia de lo anterior, he radicalizado la metáfora de filosofía líquida que utilicé en 1992. La filosofía como re-flexión sobre el mundo, la vida, la especie, ha transitado diversas modalidades, ritmos y velocidades del devenir.

He encontrado que en 2000 Zygmunt Bauman utiliza la misma metáfora del “estado líquido” que por mi parte había introducido en 1992, pero ahora, desde la sociología su pensamiento enfoca: “la modernidad líquida”, “el amor líquido”, para analizar la transitoriedad, los cambios, la inestabilidad de las relaciones sociales, humanas en nuestros días.

Con asombro ante la coincidencia y afinidad en la metáfora, si bien con desarrollos notoriamente diferentes, en mi reciente artículo titulado Imaginarios de vida en el paisaje actual de destrucción generalizada (Lapoujade, 2017b), sostuve la tesis que del punto de vista social, se ha dejado atrás el “estado líquido”, se ha pasado a sociedades en “estado gaseoso”. El presente artículo desarrolla otras facetas de esta noción, con base en la misma tesis (Lapoujade, 2017b).

2017: Sociedades gaseosas

El cadencioso río de Heráclito, en el que “nos bañamos y no nos bañamos en el mismo río”, en el que fluimos con él entre los límites benignos de las orillas que encauzan su fluir se ha replegado en una geografía bucólica (Heráclite, 1964). Hoy los devenires sociales se adaptan más propiamente a la descripción de los estados gaseosos de la materia.

Tesis: En 2017 las sociedades funcionan como sociedades gaseosas

Las relaciones sociales actuales predominantes manifiestan su estado gaseoso.

Por un lado, las confortables coordenadas de espacio y tiempo en la geometría plana proporcionan una imagen bidimensional, una superficie, un plano, al cual se reducen los cuerpos sólidos. En arte, corresponde a la pintura. La tridimensionalidad incorpora el volumen (base, alto, profundidad), estudia los cuerpos rígidos. En arte corresponde a la escultura. La cuarta dimensión incorpora el tiempo en el continuo espacio-temporal en que se observan los cuerpos. En arte corresponde a la danza, al teatro, cine, performance.

Si se reducen imaginariamente las medidas bidimensionales a su mínimo, esto es, a puntos e instantes, entonces en el marco de la cuatridimensionalidad ellos se convierten en los puntos instantáneos en que pueden describirse los movimientos de las moléculas y los átomos, núcleos de energía, en que se descompone la realidad física. En arte, el arte centrado en los instantes, en el que el tiempo es predominante en la música. Pienso en las notas musicales, núcleos de energía, los silencios instantes, que las separan y las unen, y su ensamblaje en la pieza musical resultante. Este análisis propone una geometría encarnada en arte (Lapoujade, 2008b).

Por otro lado, la observación del comportamiento de estos puntos-instantáneos o instantes-puntuales de la geometría física, reducción geométrica de las moléculas y átomos en los gases, es extremadamente fructífera para complementar -a través de esta metáfora- el análisis de los rasgos más salientes de las sociedades en este 2017.

Esta somera noción básica de los complejos procesos de fragmentación de espacio-tiempo en puntos-instantáneos puede trasladarse metafóricamente a los individuos en las sociedades actuales. En particular la actividad de estos puntos-instantáneos atómicos y moleculares en los gases, permite describir en general el transcurrir de la vida de los individuos en las sociedades en nuestros días. Los individuos son esos puntos-instantáneos flotando en sociedades con escasa, casi nula cohesión.

El estado gaseoso

El término gas, inspirado en la palabra griega caos “espacio vacío” es introducido por J.B.van Helmont (Diegel & Kwiatkowski, 1987). La materia en estado gaseoso presenta un estado de agregación de las moléculas entre las cuales la fuerza de atracción es tan laxa, tan débil, que esta materia no presenta ni una forma determinada ni un volumen constante. La presión, la temperatura y el volumen determinan y alteran el gas (Diegel & Kwiatkowski, 1987).

En el estado gaseoso, las partículas que componen el gas, entre las cuales la fuerza de atracción es casi inexistente, presenta las moléculas y átomos muy separados unos de otros, es decir con baja densidad. Las partículas se mueven a altas velocidades y en cualquier dirección, se pueden trasladar grandes distancias, sin orden ni organización. Los gases no tienen forma ni volumen fijo como consecuencia de las características señaladas de sus partículas, se difunden y pueden mezclarse con otras sustancias gaseosas, líquidas o sólidas.

Sentido de la metáfora de las sociedades gaseosas

Las sociedades actuales y las relaciones interpersonales pueden describirse con la metáfora de sociedades gaseosas. Las sociedades actuales son sociedades muy diferentes, pobladas por las etnias más diversas, en diversas geografías, culturas, sistemas políticos, religiosos, educativos, etc

Si bien las sociedades gaseosas actuales revisten peculiares maneras de vivir el estado gaseoso en los distintos pueblos, sin embargo comparten ese carácter de estado caótico, con escasa y problemática cohesión social, con grupos mayoritarios y minorías heterogéneas convulsionados, además del alarmante porcentaje de asesinatos, atentados, violaciones, torturas y crueldades diversas, por la especie “racional”, humanidad desquiciada. Los cuatro puntos cardinales son escenarios de movimientos de partículas regidas por fuerzas no ya de atracción sino de repulsión, individuos desgranándose, en diversos estados de desintegración.

Del punto de vista temporal, la sucesión de instantes (Bachelard) caóticos ha esfumado en todo sentido la duración (Bergson), (Lapoujade, 2011). Todo es efímero, en su vertiginosa aparición y desaparición: cosas, relaciones interpersonales, “funcionamiento” de las instituciones sociales.

Los átomos en las sociedades gaseosas son los corpúsculos espacio-temporales, reductibles a puntos-instantáneos metáfora de los individuos, las singularidades diversas, dispersas, sueltas, aisladas, sin cohesión (Lapoujade, 2008b).

La tierra despliega un escenario de guerra, ataques, represiones sangrientas, asesinatos, violencia y crueldad, en sociedades gaseosas explosivas.

Sin llegar a estas “situaciones límite” (parafraseo a Karl Jaspers), el caótico movimiento atómico y molecular, en cualquier dirección, informe, con una marcada inestabilidad caracteriza muy adecuadamente las relaciones institucionales, laborales, sentimentales entre ellas, las relaciones de pareja, relaciones familiares, etc sobre todo en los estratos más jóvenes de la población, sin que los otros estratos permanezcan completamente inmunes. Asimismo en general las posiciones políticas, religiosas, educativas, y muy enfáticamente los valores éticos y estéticos están sometidos a vaivenes y cambios abruptos, ausencia de autenticidad, es un caos dónde parece caber cualquier postura, y todo “vale” lo mismo. Filosóficamente considero que estamos ante la herencia de la posmodernidad.

Los vaivenes de la balanza

Las sociedades gaseosas habitan un mundo cuya balanza, en los más diversos campos y sentidos, está en un desequilibrio de alto riesgo.

Sin padecer el riesgo planetario actual, en el siglo V a.c. en Agrigento, ciudad hospitalaria y pacífica como su clima, vivió Empédocles, fisiólogo, físico, astrónomo, esotérico, regaló a la humanidad una cosmovisión poética de radical actualidad.

Según Empédocles (1964), el cosmos con todo lo que en él existe, se compone de los cuatro elementos: tierra, agua, aire (éter), fuego y despliega su movimiento en ritmo binario alternativo cíclico. Ese ritmo cósmico está determinado por dos fuerzas antagónicas: la Amistad y el Odio. La Amistad, el Amor, es la fuerza que une los elementos, los atrae (en física: fuerza de atracción), los vincula unos con otros para dar vida a todo lo que puebla el cosmos: vegetales, animales, piedras, hombres... La Amistad es la fuerza creadora. Cuando la plenitud de la Amistad decrece, se vive un periodo de transición hasta que surge el imperio del Odio funesto, fuerza de disolución, de separación (en física fuerza de repulsión), de destrucción. Esta alternancia de creación- destrucción, se da en todos los cuerpos del cosmos, incluido el cuerpo humano, que en la flor de la vida está gobernado y “aglutinado” por la Amistad, el Amor; pero que en la vejez se va desintegrando, desagregando, por la irrupción de la discordia y el Odio. Las sociedades -sostiene el poeta filósofo- exhiben la misma naturaleza, esto es, la naturaleza cósmica.

¿Es preciso inferir la actualidad de su pensamiento para las “sociedades gaseosas” en 2017?

La balanza de nuestros días se hunde bajo el peso del Odio.

En 1932-1933, las cartas entre Albert Einstein y Sigmund Freud, en quienes se une la excepcionalidad de sus aportaciones científicas con la vivencia en carne propia de los resultados del odio antisemita explican el horror de la guerra como inherente a lo humano.

Einstein (2005) envía una carta a Freud en la que le invita a participar en la discusión candente sobre “el azote de la guerra”. Einstein sostiene que en cada ser humano existe una necesidad de odiar y destruir. Ella permanece latente en tiempos normales, pero en épocas anormales suele activarse con facilidad.

Por su parte Freud (1981) piensa el ser humano como sujeto a dos impulsos antagónicos: Eros y Thánatos, pulsiones de Vida y Muerte respectivamente. El instinto de muerte empuja lo vivo a su muerte, a su destrucción. La pulsión de vida es la fuerza que propicia la vida, la produce, la estimula, la aumenta.

Desde el punto de vista de la imaginación como una determinante sine qua non de lo humano, en mi Homo imaginans, he desarrollado el tema de la imaginación creadora y destructora, dos movimientos inherentes a las acciones o procesos de imaginar (Lapoujade, 2012).

La imaginación creadora, puede además “crear” instrumentos y procesos destructivos, de crueldad extrema como en Sade, o la imaginación de la crueldad en Isadore Ducasse, Lautreamont, en sus Cantos de Maldoror (Lapoujade, 2009a; 2011).

En nuestros días la imaginación segrega imágenes con las que construye imaginarios predominantemente de Odio, violencia extrema, destrucción de la vida.

He emprendido estas investigaciones acerca de la imaginación y los imaginarios destructivos, enajenados, literalmente enfermos, por la necesidad de dar cuenta del día y la noche, el verano y el invierno, la salud y la enfermedad, la vigilia y el sueño, la conciencia y lo inconsciente, lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, la libertad y la esclavitud, la guerra y la paz, los impulsos de vida y de muerte: luz y oscuridad de lo humano.

En mi Filosofía de la imaginación, las imágenes y los imaginarios, la búsqueda de la fuente de tales funciones de la subjetividad e intersubjetividad, me ha llevado a la concepción del hombre en tanto imaginante, que he llamado Homo Imaginans, como la fuente de la que emergen todos los demás procesos. Desde mi perspectiva he puesto el énfasis sobre los aspectos luminosos, generosos, ético-estéticos de lo humano. De aquí que la conclusión-abierta de este trabajo contenga un llamado a realizar un giro hacia la salud, la armonía, la vida.

En mis investigaciones, deliberadamente pongo el acento en los aspectos creadores de la especie humana, de la imaginación como impulsos de vida. La brújula de mis inquietudes es la vida humana libre y digna (Lapoujade, 2009b).

2017, hacia una salud recobrada

Un llamado a la salud ha sido lanzado avant la lettre por el controvertido Baruch Spinoza.

Baruch Spinoza (1958) en su Ëtica pone al descubierto el conato. El conato es el impulso de cada ser viviente a “persistir en su ser”, es decir el instinto de conservación de la vida, de sobrevivencia, de luchar por la vida. Es un instinto hacia la salud de la especie, su conservación y reproducción.

En estos días aciagos el ser humano se ha olvidado que es un ser cósmico. Se ha olvidado que su ser ínfimo, que no llega a ser un grano del polvo cósmico, su vida, se inscribe en el cosmos. Se ha olvidado, ni más ni menos del hábitat que sostiene nuestra especie, ha lastimado y extenuado el planeta, su hogar en el cosmos (Lapoujade, 2017a).

Michel Serres (2011) acuñó la expresión “acosmismo”, una negación del cosmos. Por su parte Joseph Berque (2011) señala el “cosmos enfermo” de la humanidad actual.

Por mi parte he desarrollado este acuciante problema, desde el ángulo de la Historia de la Filosofía, a través de un recorrido con altos en momentos claves para nuestro propósito, desde los presocráticos al cogito y, del cogito al hombre cósmico, y he investigado sus raíces en el tránsito del homo imaginans al hombre cósmico (Lapoujade, 2008a; 2010).

En Oriente, diversas corrientes de su profunda sabiduría: pensamiento hindú, chino antiguo desde Lao Tsé, el Chan, y siglos después el Zen japonés discurren con lucidez sobre esta veta primordial de la vida.

He aquí el sentido del epígrafe de Taisén Deshimaru, el cuál por ser tal, da la clave del texto desplegado.

Consideraciones finales

El odio, la destrucción generalizada en las “sociedades gaseosas”, tendrá que dar paso a la amistad, la cohesión, pienso en una nueva “condensación” del estado gaseoso.

La amnesia de la humanidad del hábitat en que vive, actualmente inmersa en el caótico movimiento disperso de las “sociedades gaseosas”, le impide levantar los ojos al cielo y saberse regida por la ley del cielo, activa en el seno de su inabarcable hogar cósmico.

La condición sine qua non para recuperar la salud es para la humanidad recobrar la memoria de su cosmicidad perdida.

La “ley del cielo” es la metáfora eje. Cielo simboliza el cosmos, mirar el cielo es conectarse con los espacios y sistemas planetarios, imaginar las galaxias, los espacios, los agujeros negros, con ayuda de las imágenes de la alta tecnología actual.

¿Qué enseña “el cielo” para un profano?

Enseña orden, equilibrio, armonía, unidad de todo con todo. Presencias interdependientes que conviven unidas por la ley de atracción de las partículas.

Enseña las leyes ineluctables de su rigurosa precisión matemática. En esa misma mirada atónita el individuo queda extasiado ante la belleza estética del misterio matemático.

Estética y ciencia en una sola mirada. La belleza cósmica enseña ciencias y artes, matemáticas, geometría, astronomía, música, pintura.

La conmoción estética ante el misterio de la belleza cósmica impregna de vida al incauto personaje contemplativo sin saberlo.

La belleza cósmica enseña con su transcurso ejemplar la Verdad y la Bondad. Moraliza con el ejemplo estético. Evoco el pensamiento vigente de Kant (1974): “la belleza como símbolo de la moralidad.”

No solamente la simboliza sino que ella misma es la moralidad.

En fin, afirmo con François Cheng (2008) que:

En tanto que presencia, cada ser (es) está virtualmente habitado por la capacidad para la belleza, y sobre todo por “el deseo de belleza” (p.22).

Una vez más reitero mi llamado a recuperar la vivencia trepidante del misterio de la belleza, como “disolvente universal” alquímico del Odio y la discordia. La belleza como el gozo de la vida sin amenazas ni terror, como el poderoso imán al despertar de la atracción universal, nueva condensación del estado gaseoso. La belleza en cuanto redención como proclama Dostoievsky, como la vía ético-estética para la unión creadora de las fuerzas humanas, vía a la amistad, el amor, la vida y la paz.

Referencias

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Correspondencia: María Noel Lapoujade. UNAM. Calle 22, esq.11. Edificio “Atalaya” s/n, apto 802. Atlántida, Canelones. Uruguay

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