El pasado mes de enero las principales revistas científicas del mundo publicaron un editorial1 sobre las “noticias falsas” en medicina y el impacto negativo que tienen en la práctica clínica y en la salud de la población.
Sin duda alguna, la accesibilidad a información que permite internet es un elemento de igualdad social, pero también puede convertirse en un obstáculo para la salud de los individuos.
Como citan en el editorial, y como muchos médicos hemos vivido, son de conocimiento popular los efectos adversos de las estatinas, pero, en este caso, las redes sociales e internet han magnificado los aspectos negativos sobre los importantes beneficios que superan con creces los riesgos.
Desde mucho antes que existiera esta tecnología se generaban dudas sobre la eficacia de determinados tratamientos, pero actualmente este problema es mayor por varios motivos: por la facilidad con que se difunden los conocimientos y las noticias (con o sin fundamento) y también por las experiencias personales. Tampoco se puede pasar por alto que existe en gran parte de la población una desconfianza creciente hacia el médico y la industria.
Más de una vez, el paciente llega al consultorio con información que obtuvo a través de páginas web de dudosa procedencia. Y cuando se instala la sospecha, es muy difícil erradicarla. Incluso, como señalan los autores del artículo, surge la preocupación en los pacientes sobre si los tratamientos prescritos por el médico resultan en beneficio económico y en detrimento de la salud.
Pero el problema de “confiar” en información falsa también incluye al médico. Las publicaciones científicas con insuficiente rigor estadístico, y la falta de experiencia por parte del profesional para interpretarlas críticamente, generan conocimientos basados en resultados erróneos o con bajo nivel de evidencia.
¿Cómo podemos hacer frente a esta situación? Los tiempos acotados en policlínica muchas veces impiden el diálogo necesario para despejar las dudas, para explicar las decisiones que tomamos. Parece tan sencillo escribir en un buscador “efectos secundarios de estatinas” y encontrar millones de resultados, incluyendo experiencias anecdóticas. Y así, con un simple click, tambalea el conocimiento científico y se deteriora la relación médico-paciente, basada en la confianza. Un trabajo de investigación sesgado, una noticia errónea o la opinión de un famoso, pueden conducir a abandonar o negar un tratamiento, ya sea medicamentoso o preventivo, como las vacunas. Por su parte, los años de minuciosa investigación, los múltiples ensayos clínicos randomizados y metaanálisis, junto al beneficio demostrado en la vida real, aparecen como poco importantes.
Tenemos que reflexionar sobre el hecho de por qué el paciente cree tan fácilmente todo lo que lee o escucha. Probablemente haya muchos motivos, algunos relacionados con los medios de comunicación, en los que los casos de presunta mala praxis son difundidos de tal manera que se pierden o soslayan algunos aspectos fundamentales para comprender las situaciones que los generaron. Hay desconfianza y esta es terreno fértil para que el paciente busque una segunda opinión, la mayoría de las veces en portales no serios.
¿Existe alguna posibilidad de detener esta avalancha de información errónea? Como detalla el Dr. Gonzalo Pérez en su editorial sobre desinformación médica2, existen varios factores para que aparezca y se perpetúe; entre ellos, el rating, los naturalistas, los sesgos de publicación y conflictos de intereses. Por lo tanto, es probable que por más acciones que puedan tomarse para limitar las noticias falsas, éstas sigan existiendo y debamos convivir con ellas. Eso no significa que no podamos hacer nada, al contrario, por un lado, debemos fomentar el diálogo con nuestros pacientes, invitarlos a expresar sus dudas y de ser posible recomendarles sitios seguros en internet que ofrecen información para pacientes.
Además de estas acciones, promover la calidad de las publicaciones, fomentar ámbitos para la formación en estadística y la adecuada interpretación del proceso de investigación, junto con el llamado de alerta a la comunidad médica, podrán contrarrestar los efectos negativos que la desinformación genera en la relación médico-paciente.