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Revista Uruguaya de Cardiología

versión impresa ISSN 0797-0048versión On-line ISSN 1688-0420

Rev.Urug.Cardiol. vol.33 no.3 Montevideo dic. 2018

https://doi.org/10.29277/cardio.33.3.4 

Artículo de opinión

Breves historias del cuerpo (I). Dimensiones, miradas y exploraciones

Brief stories of the body (I). Dimensions, looks and explorations

Baltasar Aguilar Fleitas1 

1Humanidades Médicas. Facultad de Medicina, Universidad de la República. Correo electrónico: baltasaraguilarfleitas@gmail.com


Palabras clave: Humanidades Médicas; Historia del cuerpo

Key words: Medical Humanities; History of the body

“La abuela estaba peor. Desde hacía algún tiempo se quejaba de su salud, aunque no sabía explicar muy bien qué tenía. Solo al caer enfermos nos damos cuenta de que no vivimos solos, sino encadenados a un ser de un reino diferente, del que nos sentimos separados por un abismo, un ser que no nos conoce y por quien es imposible hacernos comprender: nuestro cuerpo. Es más fácil despertar la sensibilidad de un bandido encontrado en el camino (que, por lo menos es capaz de atender, si no a nuestra desgracia, a su interés personal) que pedirle clemencia a nuestro cuerpo: es como tratar de convencer a un pulpo para el cual nuestras palabras no pueden tener más sentido que el ruido del agua y con el que nos espantaría estar condenados a vivir. A menudo, mi abuela, siempre pendiente de nosotros, no prestaba demasiada atención a sus malestares, pero cuando se intensificaban, se esforzaba vanamente en comprenderlos, como si de esa manera pudiera llegar a curarse. Si los fenómenos mórbidos que tenían como teatro el cuerpo de la abuela, permanecían oscuros e inasibles para su entendimiento, eran, en cambio, claros e inteligibles para esos seres a los que el espíritu humano ha terminado por dirigirse para comprender lo que dice su cuerpo, de la misma manera que, ante las respuestas de un extranjero, recurrimos a un intérprete. Ellos pueden charlar con nuestro cuerpo y decirnos si su cólera es grave o si se apaciguará pronto…”1 ).

Antes que nada, permítaseme recomendarles que lean nuevamente el párrafo anterior, háganlo por placer.

Es posible que nadie como su autor, el escritor francés Marcel Proust, haya podido expresar con tan magistral belleza, claridad y concisión qué significa el cuerpo para los seres humanos.

Vivimos, dice Proust, encadenados al cuerpo, sujetos a él. No transcurrimos solos la existencia sino aferrados a un ser de un reino diferente, el cuerpo, del que nos separa, en estado de salud, un abismo. En ese estado de equilibrio, “ese otro” se mantiene silencioso, como si no existiera. Es quizás debido a ello que de algo tan nuestro, que nos pertenece tan íntimamente, sabemos en realidad tan poco.

El nacer y estar vivos son circunstancias azarosas y milagrosas que otra circunstancia también azarosa y milagrosa, la muerte, borra por completo. Pero no solo la muerte: la vida es golpeada y apartada de su pleno disfrute por la enfermedad, el dolor, el sufrimiento, la vejez vulnerable y por las condiciones a menudo trágicas que le tocan en suerte al hombre, como la pobreza, la marginalidad, la discriminación… En esos momentos el cuerpo se despierta, habla, nos sorprende con una compleja red de síntomas y signos, un lenguaje que por no practicarlo cotidianamente nos resulta incomprensible. Allí es donde se nos impone la necesidad de interpretar esas manifestaciones y para ello recurrimos a esos seres “a los que el espíritu humano ha terminado por dirigirse para comprender lo que dice su cuerpo, de la misma manera que, ante las respuestas de un extranjero, recurrimos a un intérprete”, vale decir, los médicos.

Es sorprendente que el cuerpo, en último término la expresión más elocuente de la vida, nos acompañe tan quedamente, tan reservadamente durante el período, más o menos prolongado, de existencia sana y que se rebele, se des-vele y nos hable solo en momentos de turbulencias físicas.

El cuerpo es la materia esencial del trabajo médico. Lo interrogamos, observamos, palpamos, percutimos, lo sometemos a variadas pruebas externas e internas, lo intervenimos, modificamos, amputamos, implantamos prótesis, etcétera. Sin embargo, los médicos tenemos una idea bastante pobre de la multitud de dimensiones simbólicas del cuerpo. Es por ese motivo que nos proponemos desmenuzar, a través de breves historias, esa urdimbre de representaciones y significaciones.

Ocurre que el cuerpo está colmado de incertidumbres y perplejidades.

El cuerpo es materia sólida, sin embargo en su mayor parte es agua.

Opone resistencia y tiene apariencia de fortaleza pero se manifiesta indefenso ante circunstancias desfavorables, a veces menores.

Parece continuo, homogéneo, pero en realidad es fragmentado, compuesto por unidades interdependientes, desde el nivel orgánico, hasta el tisular, celular y molecular.

En reposo simula ser un manantial de agua serena, pero está permanentemente recomponiendo equilibrios inestables.

Se nos revela a través de deformaciones, tumoraciones, heridas, traumatismos, sangrados, pero nos esconde lo microscópico, la dinámica soterrada que conduce de la salud a la enfermedad operando a nivel subcelular.

La enfermedad, esa expresión del cuerpo con la que estamos acostumbrados y adiestrados a lidiar los médicos, es solo uno de los lenguajes del cuerpo. La enfermedad acompañó al ser humano desde su origen. No existió nunca una edad dorada en la que la humanidad estuvo libre de enfermedades.

Las primeras dificultades que tuvo que enfrentar el ser humano tuvieron todas que ver con su cuerpo. Las acechanzas y los peligros que provenían del mundo exterior, la necesidad de alimentos energéticos y plásticos para equilibrar las pérdidas orgánicas, procurarse abrigo para no perecer por hipotermia, satisfacer sus instintos sexuales y la reproducción, lidiar con los cadáveres y todo el misterio que encierra la muerte… todas las aventuras y desventuras de la existencia pasaron desde siempre por el cuerpo. Como dice Le Breton: “Sin el cuerpo, que le proporciona un rostro, el hombre no existiría. Vivir consiste en reducir continuamente el mundo al cuerpo… la existencia del hombre es corporal”2).

Para algunos autores los tres grandes azotes de la humanidad desde que el hombre existe tienen que ver con el cuerpo: el hambre, la peste y la guerra. “Los mismos tres problemas acuciaron a los pobladores de la China del siglo XX, a los de la India medieval y a los del antiguo Egipto. La hambruna, la peste y la guerra coparon siempre los primeros puestos de la lista. Generación tras generación, los seres humanos rezaron a todos los dioses, ángeles y santos, e inventaron innumerables utensilios, instituciones y sistemas sociales… pero siguieron muriendo por millones a causa del hambre, las epidemias y la violencia. Muchos pensadores y profetas concluyeron que la hambruna, la peste y la guerra debían de ser una parte integral del plan cósmico de Dios o de nuestra naturaleza imperfecta, y que nada excepto el final de los tiempos nos libraría de ellas”3).

Miradas al cuerpo

La primera dificultad que tuvo el hombre en relación con las enfermedades fue darles sentido y explicación a los procesos mórbidos y de ahí surgió la medicina mágica y religiosa. Luego sobrevendría la medicina técnica, hipocrática, que postuló que la causa de las enfermedades residía en la propia naturaleza y no en los dioses.

El cuerpo tiene muchos ejes, muchos centros de atención. En los tiempos modernos se han escogido algunos en detrimento de otros: claramente hoy se privilegian el cuidado de la salud, la búsqueda de una prolongada juventud, la belleza y la neutralización del dolor físico. No se habla de otra cosa. Pero esos tópicos prestigiosos para los contemporáneos occidentales, en el fondo, siguen relacionados con la medicina o con las fantasías que una sociedad altamente medicalizada tiene sobre las posibilidades de la medicina.

Existen otros abordajes del cuerpo, no médicos, que, sin la pretensión de agotarlos, podemos sintetizar en el (Cuadro 1). El cuerpo, queda claro, tiene múltiples significados y una historia o varias historias4. Y en consecuencia, posee un poder enorme, frecuentemente oculto a la mirada de los médicos. Ese poder es utilizado a menudo con fines no médicos.

Cuadro 1: El cuerpo y sus abordajes 

La exploración del cuerpo

Para el hombre primitivo lo sorprendente y desconcertante no provenía solo de la naturaleza y su medio, sino también de su propio cuerpo. De ahí que muy pronto haya nacido el impulso a explorarlo con fines curativos o por simple curiosidad.

Además de las intervenciones quirúrgicas para tratar heridas, fracturas, hemorragias, etcétera, las trepanaciones se encuentran entre los primeros intentos del hombre de explorar su propio organismo (Figura 1).

Figura 1: Cráneo trepanado, período neolítico. El perímetro del agujero en el cráneo está rodeado de nuevo tejido óseo, lo que indica que el paciente sobrevivió a la operación. Museo de Historia Natural de Lausanne. Tomado de la revista Alma. 

Las disecciones y vivisecciones, que deben considerarse como otros intentos de abordaje, tienen una larga historia que trataremos en otro artículo; se considera que los trabajos de Vesalio publicados en 1543 en su gigantesca obra De humani corporis fabrica constituyen el aporte más influyente en la historia de la anatomía y del estudio del cuerpo.

El descubrimiento de los rayos X por Wilhelm Röntgen en 1895 fue el primer paso para penetrar el organismo a distancia y poder apreciarlo en su ausencia mediante imágenes. Fue un paso gigantesco para ensanchar la mirada médica. A partir de ese momento, tardío en la historia de la humanidad, una vez tomada la radiografía ya no fue necesario tener el cuerpo presente para estudiarlo (Figura 2).

Figura 2: La mano de la esposa del físico alemán Wilhelm Röntgen (1845-1923), quien descubriera los rayos X en 1895. Recibió el premio Nobel de Física en 1901. Se considera la primera radiografía de la historia. 

A partir de allí no ha cesado el avance de la tecnología que permite observar el interior del cuerpo a través de imágenes y registros. Se consolida así la mirada del cuerpo a distancia, estrategia que ha desplazado paulatinamente al contacto directo con el paciente.

Esta evolución ha traído por lo menos tres consecuencias trascendentes:

- La primera, tienden a devaluarse las capacidades de los médicos para acceder a lo que ocurre en el interior del cuerpo, tanto las innatas (“ojo clínico” o conocimiento intuitivo o “pensamiento rápido” de Kahneman), como las adquiridas, a través del razonamiento semiológico sistemático5.

- La segunda: progresivamente el cuerpo va desplazando al sujeto tanto en salud como en enfermedad. Es como si “el error de Descartes”, haber separado el cuerpo y el alma (res cogitans y res extensa), se hubiera consolidado pues el cuerpo cada vez más asume el protagonismo principal tanto en salud como en enfermedad.

- Finalmente, la exploración del cuerpo en este momento histórico es impensable fuera de las grandes “ciudades de la salud”, hospitales, sanatorios y centros médicos que concentran la tecnología de alto costo necesaria para ello.

En próximos artículos (aunque de forma no lineal) iremos presentando breves historias relativas a esta apasionante historia: la historia del cuerpo.

La enfermedad, lenguaje del cuerpo y energía creadora

Marcel Proust, hijo de un destacado médico parisino y de madre judía, nació en 1871 y falleció en 1922. Asmático severo desde niño, nunca tuvo la dicha de no sentir su cuerpo, de gozar del silencio de sus órganos. Frecuentemente el cuerpo que le había tocado en suerte le hablaba a través de estertores y chillidos y del permanente riesgo de asfixia. Su principal obra, En busca del tiempo perdido, es una monumental realización que abarca 3.000 páginas y se publicó completa luego de su muerte, en 1927. De allí extrajimos el acápite de este artículo.

Mario Benedetti (1920-2009), otro asmático, en su obra El fin de la disnea le otorga un papel creador a la enfermedad del escritor francés: “… ¿habría concebido Marcel Proust su incomparable Recherche de no haberlo obligado el asma a respirar angustiosamente sus recuerdos? ¿Podría alguien asegurar que el célebre bollo de magdalena o los estéticos campanarios de Martinville no fueran el origen de lo que hoy llamaríamos su primera y bienaventurada disnea alérgica? No hay que confundir la disnea con la anhelación o el jadeo, proclama hoy la ciencia. No obstante, es probable que en época de Proust todavía se confundieran, y la disnea fuera casi anhelación, digamos un anhelo en desuso, o mejor aún cierta incómoda presión en la conciencia”.

Bibliografía

1. Proust M. En busca del tiempo perdido. Fragmento. Madrid: Alianza Editorial; 1994. [ Links ]

2. Le Breton D. Antropología del cuerpo y modernidad. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión; 1995: 7. [ Links ]

3. Harari YN. Homo Deus. Breve historia del mañana. Barcelona: Penguin Random House; 2016:11. [ Links ]

4. Corbin A, Courtine J-J, Vigarello G. Historia del cuerpo. Madrid: Santillana; 2005. [ Links ]

5. Kahneman D. Pensar rápido, pensar lento. Barcelona: Penguin Random House; 2012. [ Links ]

Recibido: 12 de Octubre de 2018; Aprobado: 14 de Octubre de 2018

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