Desde 1998 el Sindicato Médico del Uruguay otorga el Premio Revista Médica del Uruguay - Laboratorio Roemmers con el objetivo de estimular la investigación y la publicación biomédica nacional, promoviendo un concurso entre los trabajos originales e inéditos publicados en la revista. La Revista Médica del Uruguay ha constituido desde su aparición una herramienta para vigorizar la producción científico-médica, siendo al presente la publicación médica arbitrada más representativa de nuestro país.
En los próximos meses se conocerán los resultados de los premios a los mejores artículos originales publicados en los volúmenes 32 (2016) y 33 (2017) con los que el Consejo Editorial ha querido homenajear a los Dres. Juan de Dios Gómez Gotuzzo y Roberto Avellanal Migliaro, respectivamente.
Para recordar sus figuras, van estas semblanzas.
Juan de Dios Gómez Gotuzzo (1919-1989)
Hijo de inmigrante español, su padre Juan de Dios Gómez Gil, había nacido en Arcos de la Frontera, cercana a Cádiz, en Andalucía, y estudió Medicina en la Universidad de Sevilla, graduándose en 1908, viniendo a ejercer en el departamento de Artigas el 13 de julio de 1909, donde tenía un tío médico radicado en ese pueblo desde 1881, el Dr. Manuel Gil Rivera, también español. El 7 de octubre de 1919 nace Juan de Dios Gómez Gotuzzo (“Juanacho”), el segundo de siete hermanos.
Juan de Dios Gómez Gotuzzo se gradúa el 9 de junio de 1952. Realizó una sólida formación clínica, primero como practicante interno, luego como jefe de Clínica en el Servicio del Prof. Dr. Pablo Purriel, y luego hizo la especialización en Tisiología en el Hospital Fermín Ferreira. Trabajó en Montevideo en el Centro de Asistencia del Sindicato Médico del Uruguay (CASMU) y en la Asociación Española (AEPSM), desempeñándose como médico de urgencia por concurso de oposición.
Juanacho había tenido una temprana vocación gremial, manifestada a través de su participación en la Asociación de los Estudiantes de Medicina y en la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay; más tarde en el Sindicato Médico, donde actuó en la Junta Directiva del CASMU y en diversas comisiones. Su vocación social, siendo estudiante, lo llevó desde 1945 a participar en las Misiones Socio Pedagógicas, una experiencia fermental que realizaron estudiantes de Medicina y Magisterio, para conocer directamente las formas de vida que se daban en el Uruguay profundo. Allí descubrió que “En el Interior hay gente que se muere de hambre”, como tituló Marcha uno de los artículos dedicados al análisis de esta primera misión.
Terminada su etapa formativa, y particularmente luego de ampliar sus especializaciones, podría haberse quedado en Montevideo para continuar la carrera docente, donde sin duda podría haber alcanzado destacada actuación. Sin embargo, su honda preocupación social y su amor por las raíces familiares lo orientaron a volver al norte, para establecerse en Artigas. Allí desembarcaron él, su hermano Francisco (“Franco”, 1923-2006), cirujano general y neurocirujano, y su esposa Esther Waszersteyn (1926-1989) la primera ginecóloga y obstetra del departamento, llevando la medicina moderna. Él iba con un cargo ganado por concurso como neumólogo de la Comisión Honoraria para la Lucha Antituberculosa. Con grandes esfuerzos y uniéndose a la tarea otros colegas artiguenses, iniciaron la actualización del Hospital de Artigas, dotándolo de modernos equipos de cirugía, ginecología y obstetricia, medicina interna, radiología, laboratorio y banco de sangre, lo cual permitió ampliar las prestaciones para aquella población del norte uruguayo. Fundaron primero el Sanatorio Artigas, un emprendimiento privado que tuvo feliz desarrollo y evitó desplazar a los pacientes hacia Montevideo. Más tarde fundarían la Gremial Médica de Artigas (GREMEDA), que daría lugar al inicio de la asistencia médica colectiva en aquel departamento. Fue un cambio sustancial en la calidad de la atención médica del departamento y de la región, ya que acudían a Artigas pobladores del noreste de Salto y del norte de Tacuarembó y Rivera, entre los cuales corrió rápidamente la noticia de ese polo de desarrollo de la atención de salud que tenía por centro la capital departamental del Cuareim. También llegaban allí los pobladores de la vecina Quaraí, en Rio Grande do Sul, y los de otras ciudades brasileñas cercanas, atraídos por el creciente prestigio de ambos hermanos. Elevaron la calidad de la medicina uruguaya en aquel rincón alejado del norte de nuestro país, en tiempos donde llegar a Montevideo por transporte terrestre (ferrocarril con trasbordo en Salto, ómnibus) suponía superar largas horas de viaje e ingentes gastos. Fue sembrador del progreso en salud, así como también en el ámbito cultural.
Gómez Gotuzzo tuvo, por su compromiso social, una actuación política importante en su departamento, siendo un referente, y desempeñándose como edil. Cuando llegó la dictadura, lo llevan detenido el 15 de diciembre de 1976, no teniéndose noticia de él hasta pasados más de quince días. Luego fue procesado por la justicia militar, quedando detenido en el cuartel de Artigas. Sin embargo, era tan importante su actuación médica, que le permitían salir en una camioneta militar para atender pacientes e incluso para ayudar a su hermano Franco en alguna neurocirugía, una de las cuales salvó providencialmente al hijo de un general que había tenido un hematoma extradural por caída del caballo. Resultó liberado el 18 de noviembre de 1980.
Fue un articulador de los médicos artiguenses, organizando más de dieciséis jornadas médicas de actualización. Pero nunca perdió su contacto con Montevideo. Disfrutaba en organizar esas jornadas y reunir a todos los colegas, tanto en actividades científicas como sociales, en unión de sus familias. Consolidó así un firme núcleo humano y profesional, que además de compartir el trabajo y la preocupación por el avance de la atención de salud, cimentó la unidad indispensable para el progreso de su comunidad. Continuó afiliado al Sindicato Médico y estuvo al tanto de sus actividades, participando muchas veces en los eventos que marcaron rumbos en la organización de las propuestas profesionales para mejorar la salud. Así evolucionó el desarrollo del sanatorio de GREMEDA, que, de una modesta casa antigua reformada, pero muy digna y con todas las prestaciones, inauguraría en 1987 un moderno sanatorio que hoy es orgullo del departamento.
Falleció en un trágico siniestro de tránsito, en una madrugada con espesa niebla, el 12 de noviembre de 1989, donde perdió la vida también su esposa Esther.
El sepelio fue una demostración del sentir popular, donde se paralizó la ciudad y el pueblo se volcó a la calle para acompañar los restos de ambos en medio de profundo dolor.
Hoy una calle de Artigas lleva su nombre, y por ley aprobada el 6 de marzo de 2018, el Liceo Nº 1 de la capital departamental, que ha cumplido 100 años, también lo llevará, como justo homenaje a una personalidad que tanto ha hecho por el bien del pueblo, en un ejemplo de dignidad, profesionalismo y ciudadano comprometido con la libertad.
Sin duda, debemos recordarlo como un referente de la medicina nacional y una figura destacada en la relevancia social del buen médico.
Roberto Avellanal (1929-2002)
Roberto Avellanal Migliaro (“Beto”) fue uno de los referentes de la medicina nacional que contribuyó eficazmente a su desarrollo en el último tercio del siglo XX. Había nacido en Montevideo el 3 de febrero de 1929, graduándose el mismo mes de 1959.
Un docente vocacional que se inició como Ayudante de Clase de Fisiología, Practicante Interno en los mejores servicios, más tarde como jefe de Clínica Médica en el Servicio del maestro Prof. Dr. Julio C. García Otero, y trabajado en los servicios de los Profs. Dres. Juan Carlos Plá Verde y Héctor Franchi Padé; como jefe de Clínica Endocrinológica con el Prof. Dr. José Manuel Cerviño, luego Profesor Adjunto, hasta culminar como Profesor Agregado de Clínica Médica. De su actuación universitaria cabe recordar que colaboró activamente con la Facultad de Medicina en la restauración del Plan de Estudios 1968, como coordinador del CICLIPA (Ciclo Clínico Patológico) y en la instalación del Internado Obligatorio, que había sido una aspiración de más de 50 años.
Avellanal se caracterizó por ser un hombre de gran prestigio entre sus colegas de todas las generaciones, por su sabiduría y calidad clínica de médico internista, muy especialmente por su carácter solidario y dispuesto a ayudar a los más jóvenes en la preparación de concursos y elaboración de trabajos científicos. Esa misma actitud que se tradujo en la organización de un grupo solidario con los familiares de los médicos y practicantes detenidos, en la década de 1970, idea concretada en el Fondo de Solidaridad Gremial que por resolución de asamblea brindó apoyo psicológico y material a los familiares angustiados y sufrientes, junto a otras prestigiosas figuras sindicales.
Cuando el sindicato fue intervenido, con un grupo destacado de colegas mantuvo encendida la llama sindical, constituyendo un núcleo que desarrolló intensa actividad científica y universitaria, al calor de reuniones realizadas por todo el país, que permitieron acercar a los médicos y sostener la esperanza en la larga lucha por la libertad. Así surgió la revista Compendio y el Grupo de los Lunes, que se reunía en casa del Prof. Dr. Carlos A. Gómez Haedo, para actualizarse y discutir las novedades científicas, universitarias y gremiales.
Muchas horas dedicó Avellanal a la reorganización del gremio médico, cuando el sindicato estaba intervenido, a través del CIM (Comité Intergremial Médico) que reunió en un solo haz a los sindicalistas de todas las épocas y de todo el país para la recuperación de su gremio intervenido. De allí surgió la 7ª Convención Médica Nacional, que analizó temas fundamentales para la profesión, cimentados en fuertes contenidos éticos. Tomaron entonces nuevo impulso los proyectos para lograr un Sistema Nacional de Salud y bregar por la Colegiación Médica y la vigencia de un Código de Ética, así como los temas vinculados al Estatuto del Trabajo Médico, y los de la formación profesional a lo largo de toda la vida.
Fue presidente del Sindicato Médico del Uruguay en 1985, al retorno de la democracia y finalización de la intervención, siendo el que mayor votación alcanzó en la historia sindical, durante un período desafiante por la cantidad de escollos a vencer.
Defendió la reinserción de los colegas que volvieron del exilio y tuvieron que revalidar sus títulos, de médicos o de especialistas obtenidos en el exterior, junto a la inolvidable figura del Dr. Mauricio Gajer. Ellos lograron simplificar los trámites universitarios y hacer posible que se reinsertaran en el país quienes habían retornado con tanta esperanza.
Luego de una década silenciado, reactivó la presencia del Sindicato Médico del Uruguay en los Consejos de Salarios, junto al Prof. Dr. Atilio Morquio, que había sido figura fundamental para la aprobación del laudo del Grupo 50, que comprendía entonces a las actividades de la medicina colectivizada.
Fue un referente de primera línea para las más graves crisis de la salud, en particular las vividas a partir de 1986 con el cierre de las mutualistas críticamente desfinanciadas, que motivaron la clausura de la Asociación Fraternidad, Circolo Napolitano, Mutualista Italiana, La Fraternal Unida, La Unión Fraternal, Mutualista Batlle, Asociación Mutualista del Partido Nacional y OMA, con la pérdida de numerosas fuentes de trabajo de los colegas.
Logró la financiación para todos los asociados de la Revista Médica del Uruguay, antes de reducido tiraje y adquirida solo por suscripción, a la vez que impulsó el crecimiento del Boletín Noticias con la reanudación de la Carta Médica (The Medical Letter), una publicación facilitada por la OPS/OMS, sobre drogas y terapéutica, cuya edición estuvo interrumpida por muchos años.
En lo asistencial, fue médico de guardia en los hospitales públicos e internista del CASMU y de IMPASA, cargos que conservó mientras era destituido por la dictadura de sus funciones docentes. Muy apreciado por sus pacientes, porque a su sólida formación de clínico integral, unía su espíritu cordial, con una luminosidad y simpatía que transmitía el optimismo con su sonrisa, la calidez de su trato cercano y la empatía que hacía de la consulta el encuentro de la confianza del que venía a buscar su consejo, con la conciencia alerta y amigable del médico.
En ocasión de la primera graduación de estudiantes de Medicina, que egresó tras cursar la última fase de la carrera, como nunca hasta entonces se había logrado hacer, despidió a los recién graduados con un breve y memorable discurso, fuera de su estilo habitual, que los impactó grandemente. Poco después, el Consejo de la Facultad reconoció la fecundidad de su actuación docente nombrándolo Profesor Emérito.
Su vida estuvo marcada por una intensa actividad dedicada al estudio, la producción científica, la preparación de sucesivos concursos, unido a su vida gremial, cultural y familiar, así como manteniendo un rico núcleo de amigos. Tempranamente sufrió las consecuencias de las tensiones en la vida y el trabajo, que limitaron transitoriamente sus compromisos. Sin embargo, pudo más la pasión que vibraba en él por transformar la realidad que los límites sugeridos por sus médicos. Mantuvo un férreo compromiso con lo que había sido su amor a la medicina, a la facultad y al gremio, falleciendo el 1 de marzo de 2002.
Un auténtico referente en materia de profesionalismo y dignidad ciudadana. Todo cuanto hizo lo realizó con un optimismo contagioso, fundado en la confianza en los valores auténticos del ser humano. Un gran conductor de grupos, ejerciendo un liderazgo democrático, con alta capacidad para la escucha y el diálogo a todo nivel, pero combinando esa virtud con la firmeza de sus convicciones y la certeza de su rumbo. Privilegiando siempre el interés colectivo sobre el individual. Pleno de entusiasmo juvenil acompañado de profunda alegría. Su voz y su presencia eran un estímulo para quienes le rodeaban. Su espíritu solidario en lo médico y en lo social orientó una vida marcada por la amalgama de solidez moral, sabiduría y enorme humildad. A quien la fragilidad de su salud no restó energía para abordar tan importantes y fructíferas actividades para las instituciones universitarias y gremiales. Una vida plena en frutos para las instituciones que contaron con su impulso, aunque magra en resultados para su propio interés. Un auténtico referente a quien debemos recordar y homenajear por todo cuanto ha significado para el progreso de las instituciones que se nutrieron con sus aportes.