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Antropología Social y Cultural del Uruguay

On-line version ISSN 1510-3846

Antropol. soc. cult. Urug. vol.12  Montevideo  2014

 

 

Espacialidades emergentes en un territorio disgregado

 

Lecciones montevideanas sobre habitares, territorialidades y diseño existencial1

 

Eduardo Álvarez Pedrosian

 

Departamento de Ciencias Humanas y Sociales, Instituto de Comunicación, Facultad de Información y Comunicación (DCHS-IC-FIC), Universidad de la República. eduardo.alvarez@comunicacion.edu.uy

 

Enviado: 21/02/14 – Aprobado: 26/05/14

 

 

RESUMEN

Este artículo constituye una síntesis de una conferencia y de varias investigaciones etnográficas llevadas a cabo desde 2007 a la fecha en diferentes emplazamientos de Montevideo y su Área Metropolitana. Se plantea la línea de investigación en ciudad, comunicación y espacialidades en el contexto de los llamados estudios culturales urbanos, dentro de los cuales se focaliza en la etnografía del habitar y los procesos de subjetivación. Posteriormente se recogen los principales aportes de tres investigaciones: una en el área metropolitana, otra en zona zona periferia, y la siguiente en un intersticio urbano, dentro de la ciudad consolidada. Se esbozan los objetivos de la siguiente investigación en marcha sobre creación y diseño de nuevos habitares, a partir de un plan socio-habitacional. Concluimos sobre los aspectos centrales de un tipo de dinámica espacial del Montevideo contemporáneo, intentando extraer consideraciones generales sobre la teoría del habitar, la ciudad y lo urbano.

 

Palabras clave: Espacialidad; habitar; territorialidad; diseño existencial; Montevideo; disgregación territorial.

 

ABSTRACT

This article is a synthesis of several ethnographic investigations performed since 2007 to this time in different locations of Montevideo and his Metropolitan Area. First, we expose the line of research on city, communication and spatiality in the context of urban cultural studies, within which we focus on ethnography of dwelling and processes of subjectivation. Later, we collect the main contributions of three investigations: in the metropolitan area, in the zone most paradigmatic of the periphery, and in an urban interstice, very significant in the consolidated city. Then, we outline the principal objectives to the next investigation ongoing about creation and design of new dwellings, from a social housing plan. We conclude with central aspects of a type of spatial dynamic of contemporary Montevideo, attempting to extract general considerations about theory of dwelling, city and the urban thing.

 

Keywords: Spatiality; dwelling; territoriality; existential design; Montevideo; territorial disaggregation

 

 

Una línea de investigación en ciudad, comunicación y espacialidades

 

“A antropologia das emergências, do contemporâneo, é a que vai descobrir o que nasce, o que se transforma, o que está em processo.”

Agier, M. Antropologia da cidade. Lugares, situações, movimentos.

Terceiro Nome, São Paulo, 2011: 191.

 

La expresión combinada bajo la forma de “estudios culturales urbanos”, da cuenta del contexto de indagaciones que genéricamente ha impulsado el desarrollo de las investigaciones sobre los problemas y temáticas que aquí tratamos a partir de la década de 1980 (Chaves Martín, 2013).

Como lo expresa el título de esta introducción, la ciudad encarada comunicacionalmente, la abordaremos a su vez en relación directa con la creación y recreación de los procesos de subjetivación, en lo que constituye una etnografía del habitar (Álvarez Pedrosian y Blanco Latierro, 2013). Nuestro interés se focaliza en la espacialidad, en tanto subjetivación del espacio (Álvarez Pedrosian, 2011a), y en tal sentido no corresponde exactamente con lo urbano en los términos tradicionales. Existen solapamientos por demás fundamentales, incluso relaciones de inextricabilidad entre los términos, pero no una superposición exacta. Ir de lo urbano a la espacialidad, corresponde con el movimiento de deconstrucción general que pone a los procesos de subjetivación en el nivel de análisis fundamental. Diferentes abordajes dan cuenta en concreto o potencialmente de este horizonte de análisis, según las perspectivas presentes en la antropología del espacio y del lugar (Low y Lawrence-Zúñiga, 2003).

Ahora es tiempo de considerar a la filosofía junto a las disciplinas de las ciencias humanas y sociales antes mencionadas (incluyendo a la geografía, en su condición de bisagra con las ciencias naturales, algo que comparte con la antropología especialmente). El estudio de las formas de ser a partir de prácticas y haceres singulares y singularizantes, más allá de la noción clásica de cultura, nos permite trabajar sobre la creación y recreación permanente de lo antropológico como conjunto abierto (Rabinow, 2009), que se desarrolla entre los elementos (Guigou y Tani, 2001), entidad no esencial que opera una transformación constante (Álvarez Pedrosian, 2011b; Biehl, Good y Kleinman, 2007; Ingold, 2000). El rastreo del concepto de habitar a partir del planteo de Heidegger (1994) en el contexto de su perspectiva fenomenológico-hermenéutica de tipo existencial, nos permite conectar la espacialidad con la producción de subjetividad en el sentido antes mencionado (Álvarez Pedrosian, 2013b). En tales circunstancias, las antiguas dimensiones de lo espacial y temporal, que en una visión clásica se mantenían como referencias neutras en la conformación de la llamada naturaleza humana, muestran toda su artificialidad, y pasan a ser más que relevantes a la hora de analizar los creación de los universos existenciales y las formas de habitarlos por parte de seres y entidades circunstancialmente constituidos.

 

“Pensar el ambiente desde una perspectiva de habitación, como una zona de enmarañamiento que rompe cualquier límite que podamos definir entre la interioridad de un organismo y la exterioridad del mundo, nos brinda un rumbo para ubicar la experiencia vivida de involucramiento [engagement] con nuestros entornos dentro de las dinámicas de sistemas abarcativos de los cuales estos involucramientos son una parte. […] Es tomar el primer paso en el diseño de ambientes para la vida. El segundo paso es reconsiderar el significado del diseño propiamente dicho. ¿Qué puede significar diseñar cosas en un mundo que está perpetuamente en obra a través de las actividades de sus in-habitantes, quienes tienen la tarea, sobre todo, de mantener la vida andando más que contemplar proyectos ya especificados desde el inicio?” (Ingold, 2012: 30).

 

Es así que asoman la arquitectura y el diseño, como el otro componente de esta articulación de perspectivas desde donde nos situamos para elaborar etnografía y teoría antropológica sobre la espacialidad y los procesos de subjetivación en general. El entorno de intercesores, la “playa cultural” de la “episteme” actual al respecto (Foucault, 1997), es el contexto de los estudios culturales urbanos contemporáneos, para remitirnos a una suerte de arena o ágora, más que a un campo establecido en el sentido disciplinar.

Si bien, como planteábamos, el estudio de la espacialidad y sus temporalidades en tanto sustrato de los procesos de subjetivación no se corresponde punto por punto con el estudio de la ciudad y de lo urbano, en nuestro caso hemos intentado establecer el vínculo entre los tres aspectos, una vez distinguidos para no caer en el peligro de  confundir cuestiones que son bien distintas. Las espacio-temporalidades urbanas y de lo urbano (en el sentido en que Lefebvre realiza tal distinción)2 constituyen dinámicas que han venido pautando el devenir de lo humano desde el surgimiento de las ciudades, determinando de una u otra forma cualquier aspecto relativo al mismo.

 

“Lo urbano consiste en una labor, un trabajo de lo social sobre sí: la sociedad “manos a la obra”, produciéndose, haciéndose y luego deshaciéndose una y otra vez, empleando para ello materiales siempre perecederos […] está constituido por todo lo que se opone a cualquier cristalización estructural, puesto que es fluctuante, aleatorio, fortuito […], materia prima societaria […] en un proceso de cocción que nunca nos será dado ver concluido […] al decir de Pierre Bourdieu […] son, en efecto, estructuras estructurantes pero no aparecen estructuradas… sino estructurándose…”. (Delgado, 1999: 25).

 

I. Metropolización y rural-urbanidad

 

Comenzamos nuestro periplo más allá de los bordes de la ciudad consolidada, en una villa rural en el Área Metropolitana (Álvarez Pedrosian, 2008). Durante la última parte de 2007 y la primera de 2008, tuvimos la oportunidad de llevar a cabo una intervención en el conjunto de un proyecto de tipo socio-educativo en las proximidades del aeropuerto internacional, ya en territorios del departamento de Canelones. En medio de las actividades llevadas a cabo sobre la base de la dinamización de los jóvenes y adolescentes de la comunidad, desarrollamos un diagnóstico antropológico en base a la realización de historias de vida, análisis colaborativos de documentación y archivos, así como la participación en la elaboración de un corto audiovisual sobre la historia de la localidad. En clave etnográfica y haciendo énfasis en la crítica y diagnóstico de la coyuntura, pudimos experimentar metodológicamente al mismo tiempo que avanzar en los primeros pasos del análisis de estos fenómenos. La mancha urbana montevideana se encontraba en un proceso exponencial de expansión territorial metropolitana, que sin aumento de su masa demográfica, iba corriéndose a un ritmo inusitado para la región y más allá de la misma, un 8% de promedio en los últimos cuatro decenios (Martínez Guarino, 2007: 147). Los conflictos internos y externos a la villa Aeroparque tenían en los jóvenes y adolescentes el emergente por excelencia, pero respondían a procesos más vastos y complejos que intentamos a lo sumo indicar.

Dos cuestiones centrales aparecen aquí en relación a nuestra línea de investigación y las tesis que podemos plantear sobre las espacialidades emergentes y el tipo de fenómenos de territorialización que caracterizan a Montevideo, y que desde el caso enriquece una teoría de la habitabilidad y los procesos de subjetivación contemporáneos. En primer lugar, las cualidades de la metropolización, de eso que variados autores han analizado en términos sociológicos, urbanísticos y geográficos, en lo relativo a la extensión de lo urbano como forma de vida en hibridaciones complejas (Martínez Guarino, 2007; Soja, 2008), y donde lo urbano también puede ruralizarse (Cimadevilla, 2010). Y en segundo lugar, desprendido de lo último, la “desdibujación” y lo “difuso” de la misma distinción entre lo urbano y lo rural (Indovina; 2004), para lo cual el caso de una llamada “villa rural en el área metropolitana” es por demás significativo. ¿Dónde nos encontrábamos? Realmente fue importante el extrañamiento experimentado en el trabajo de campo e intervención, en un entorno con elementos que tradicionalmente podíamos asociar a uno u otro estilo de vida, superponiéndose en forma más o menos conflictiva.

Hasta la actualidad, el proceso de colonización sigue en pie, con terrenos baldíos, espacios libres entre las construcciones, contrastando fuertemente con la pauperización de tipo urbano con la generación de asentamientos irregulares en los proyectados como espacios verdes, ocupados por pobladores que eran identificados como los otros peligrosos y hostiles por los más antiguos (Romero Gorski, 2011). Lo que comenzó siendo un paraje rural (llamado luego “barrio viejo”), se convirtió en villa rural metropolitana en 1971 por la acción del mercado inmobiliario que comenzó loteando y dibujando la planta una década antes, obtuvo la autorización y vendió los terrenos, en un momento y a un precio que sirvió al tipo de pobladores de entonces, expulsados de la ciudad consolidada (Andreasen, 1961), afines a los habitares campestres y/o cercanos a prácticas y labores muy presentes en la zona, como el trabajo en huertas o como personal, en batallones de la fuerza aérea. Esta doble condición era especialmente ambigua hasta el presente en la dimensión institucional, en lo relativo a normativas y estipulaciones estatales y municipales, lo que repercutía en las condiciones existentes de la villa rural en lo relativo a sus recursos, servicios y demás. Las narrativas de los habitantes más movilizados y de larga data se centraban en la lucha por la sobrevivencia.

Desde los comienzos hasta el presente, desde el agua potable a las escuelas y los servicios sanitarios, las condiciones mínimas de sostén de la propia localidad se encontraban en discusión. Esto nos permitió llevar al límite la misma noción de sobrevivencia, colocarnos en medio de una experiencia donde la consistencia de lo cotidiano estaba en entredicho, una forma de habitar asediada constantemente por la incertidumbre y que requería de la movilización de las fuerzas del colectivo para su puesta al día permanente. Enseguida, las nociones de lo colectivo y de comunidad, en fin, del conjunto o unidad de los habitantes, se mostró como un problema en sí mismo. Distintos cuerpos sociales, síntesis parciales, referencias imaginarias y reales, asomaron ante las dudas de los propios habitantes que buscaban más la síntesis que el análisis, la integración que la descomposición y multiplicación de los componentes. Por tratarse de una entidad fácilmente aislable, una localidad geográfica y demográficamente circunscrita, como en los contextos clásicos de la etnografía, se corría el riesgo de reificarla, de identificar todo fenómeno allí acontecido con una entidad fija y estable que los agrupara a todos (Salcedo Fidalgo y Zeiderman, 2008).

La propia realidad nos proporcionó lo necesario para salir de cualquier esencialismo al respecto, pues los conflictos provocados por la última crisis socio-económica que afectara al Uruguay y la región en torno al año 2002, había dejado unas huellas profundas en la escisión y fragmentación de esa supuesta unidad perdida. A partir de las entrevistas en profundidad y el análisis del material gráfico generado entonces por diferentes vecinos, nos encontramos con el enfrentamiento entre quienes se posicionaron como beneficiarios por un lado y dadores de recursos por el otro, en tales circunstancias, en particular desde las llamadas ollas populares. Esta distinción coincidía con la segregación residencial, con la ocupación diferencial del territorio: se trataba de una imagen construida sobre la referencia de los supuestos nuevos pobladores ubicados en los asentamientos al estilo urbano que se incrustaron en el corazón de la villa rural. Pudimos llegar a establecer, que si bien algunos de estos nuevos habitantes provenían de circuitos de migración entre asentamientos de la periferia y el área metropolitana, otros eran hijos de familias residentes allí, haciendo jugar las relaciones de parentesco  cruzándose con las demás variables consideradas, caracterizando un tipo de fragmentación social, cultural y espacial por demás significativa. Hasta nuestra intervención, un comedor llevado adelante por una de las ancianas de la localidad seguía sirviendo importantes cantidades de raciones diarias, en el contexto de una gran población de niños, jóvenes y adolescentes (que estimamos en un 50% del total), otro de los rasgos que también pudimos identificar: la fuerte relación estructural entre pobreza e infancia en el Uruguay hasta entonces, y la importancia de las redes alternativas de apoyo.

 

II. Depósitos espaciales y fragmentación de la subjetividad en la periferia

 

Todo ello cobró una profundidad y alcance mayúsculos en la otra investigación, llevada a cabo en el área periférica de la ciudad, en la interface rural-urbano como suele denominársele desde el urbanismo. Entre mediados de 2007 y mediados de 2009, llevamos a cabo un trabajo de campo intensivo, seguido de otro período similar de procesamiento y análisis, en relación también a una intervención (Álvarez Pedrosian, 2013a). Esta etnografía de la periferia urbana contemporánea tomó como caso la Cuenca del Casavalle, centrándonos en los complejos habitacionales Unidad Casavalle I y II (Las Sendas), Unidad Misiones (Los Palomares) y los asentamientos ubicados sobre el arroyo Miguelete y entre la primera unidad y el barrio Jardines del Borro (El Borro). Viene siendo una de las zonas más estigmatizadas territorialmente, desde el imaginario social de los montevideanos y uruguayos más en general, a partir aproximadamente de mediados de la pasada década del setenta, hace ya cuarenta años. Asociado a la delincuencia, la violencia y el caos desenfrenado, ha sido el paradigma de la anti-ciudad, cuando es uno de sus productos más característicos (Deleuze y Guattari, 1997; Soja, 2008; Wacquant, 2007). Recientemente esto viene cambiando cada vez con mayor intensidad, fruto del esfuerzo de innumerables colectivos que agrupan habitantes, activistas sociales, investigadores y demás; pero recién se está comenzando.

El trabajo de campo se centró en instancias de talleres grupales de conceptualización y conocimiento del entorno junto a recorridas guiadas por los propios vecinos, la realización de historias de vida individuales y familiares, y la producción de material fotográfico junto al estudio de documentos y fotografías de y con los propios habitantes. Fue acompañado del análisis del devenir histórico de las políticas habitacionales de la sociedad uruguaya y más allá, hasta los primeros lineamientos de agrimensura que dieron origen a la ciudad y sus zonas dependientes, en este caso las dedicadas a las chacras y las dehesas (Carmona y Gómez, 2002). La morfología del territorio y el trazado agrimensor de los caminos y terrenos definieron la forma en “V” que acompaña la costa rioplatense, y la cuenca del arroyo Casavalle, afluente del Miguelete, quedó definida como el vértice inferior, punto más cercano a la ciudad pero a la vez ajeno a ella: una cuña de lo rural. Aislada posteriormente por la construcción de grandes batallones militares y la necrópolis del Cementerio del Norte, la zona que pasó a ser conocida como Casavalle (por la presencia en época de la colonia de una chacra de un vecino de tal nombre, activo en las guerras independentistas).

Un primer intento de generar una nueva relación entre campo y ciudad, cuando aún se mantenían como modelos y tipos de hábitat y de habitares diferenciales, fue la generación de los llamados barrios-jardín, siguiendo el paradigma de la ciudad-jardín de Howard en su propuesta para el territorio británico (De Lisio, 2007). De la mano del multifacético emprendedor de bienes raíces Francisco Piria, ya había surgido en 1908 un loteamiento en la zona, hoy llamado barrio Plácido Ellauri, de grandes manzanas en línea para pequeñas chacras. Luego, en el 1927, surge barrio Jardines del Borro, siguiendo formas radiales y esperando atraer pobladores del mismo tipo, amantes del aire libre y los productos de la tierra. A lo largo de la primera parte del siglo XX los terrenos fueron fraccionándose cada vez más, pero sin servicios cercanos la zona pasó a perder rápidamente valor, poblándose a la vez progresivamente por contingentes llegados de regiones pobres del medio rural, en el movimiento de migración campo-ciudad que caracterizó demográficamente la concentración capitalina (Cecilio, Couriel y Spallanzani, 2003; Lombardo, 2005). Lamentablemente esto contribuyó para que las sucesivas autoridades desde fines de los años 1950 en adelante, fueran generando diferentes “soluciones” habitacionales precarias, de bajos costos, para albergar a la población que iba siendo empujada fuera de la ciudad consolidada, fruto de la incipiente gentrificación (Dos Santos Gaspar, 2010).

Ciertamente, el primer complejo, la Unidad Casavalle (conocida como Las Sendas por su forma de peine con senderos), surgió como posible entorno de gestación de una comunidad modelo, con muchas zonas verdes, dialogando de alguna forma con el antiguo barrio jardín colindante, en el espíritu de las políticas de la CEPAL-ONU de entonces, enfrentada a problemas poblacionales del mismo tipo en diferentes partes del mundo. Pero ya entrados en la siguiente década el proyecto se hizo insostenible, aunque muchos de los vecinos culpan a los otros, a los nuevos migrantes, a los que llegaron con el siguiente complejo habitacional, éste aún más precario, originado como transitorio pero que sigue todavía en pie, la Unidad Misiones (conocido como Los Palomares), fruto de las peores políticas habitacionales y de desarrollo urbano hasta el momento, ya en la antesala de la dictadura cívico-militar en 1972. Lo que quedaba como intersticio entre este típico mosaico de la periferia urbana fue llenándose de asentamientos irregulares, algunos que aspiran a ser continuación de ciertos territorios.

El cartografiado de los procesos de subjetivación, en lo que respecta a estas formas de habitar, cristalizó en el planteo tripartito de tres dimensiones incluyentes, pero que distinguimos para poder componer la etnografía: la territorialidad, la identidad y la memoria (Álvarez Pedrosian, 2013a). Por territorialidad entendemos a la generación de espacialidades asociadas a territorios, entornos considerados de forma específica, identificados por los habitantes que moran y realizan otras actividades en él. Para este estudio fue necesario extrañarse de varias nociones que en antropología urbana y en geografía cultural pueden arrastrar supuestos que no corresponden con la forma en que los sujetos efectivamente experimentan su vida desde las formas de habitar estos territorios. Nociones como las de barrio, vida urbana y ciudad, fueron parte de la indagación etnográfica, problematizando las diferentes miradas puestas en juego, la definición de límites, las relaciones entre los elementos (Gravano, 2003; Castells en Salcedo Fidalgo y Zeiderman, 2008), en toda una cartografía subjetiva elaborada a partir de las diferentes instancias del trabajo de campo.

 

Más allá de las significaciones y las vivencias, así como de los elementos físicos y formales de la estructura espacial, nos encontramos con la dimensión de producción de subjetividad que da cuenta de ambas cuestiones, justamente en su mutua relación constructiva. Allí opera entonces la creación, diseño y reproducción del habitar, las espacio-temporalidades y sus derivaciones. Las narrativas y toda adscripción significativa viene a operar sobre esta base, de allí derivan los “materiales de expresión” (Guattari, 1996) para las identidades de todo tipo. En tal sentido, llegamos a poder diferenciar un conjunto de vectores de territorialización/desterritorialización, en tanto sistemas complejos de procesos subjetivos y objetivos que operan produciendo y reproduciendo tanto los territorios como las territorialidades desde el punto de vista de la espacialidad (Álvarez Pedrosian, 2013a). Primeramente, una lógica de fragmentación se combina con un repliegue sobre sí de las unidades discriminadas, tanto a escala íntima al interior de las viviendas, como entre estas y entre los fragmentos territoriales más o menos asociados a barrios. La contaminación, especialmente en la forma de la basura que es generada y llevada hasta allí de las zonas donde más se consume de la ciudad por quienes viven de su clasificación y reciclaje, opera más como un líquido que como un sólido; mancha voraz que lo ocupa y cubre todo, mucho más en los asentamientos y complejos habitacionales de bajos costos. La expansión de la ocupación en los bordes de lo urbano refiere a otro de estos vectores, y tiene que ver con aquél constante corrimiento al que hacíamos referencia al comienzo de este artículo. Lo podemos apreciar con toda contundencia en la aparición constante de nuevos fragmentos territoriales, unidades de viviendas bajo una misma tipología en grupos pequeños o medianos, la apertura de senderos o calles locales que luego son reconocidas institucionalmente. Esto genera espacialidades y habitares singulares también, en relación a lo ya existente y lo nuevo generado. El hacinamiento y la compartimentación son, conjuntamente, otra de las cualidades analizadas, otro de los procesos relevantes para la comprensión de estos fenómenos. Especialmente presente en los complejos habitacionales de bajos costos, más que nada en la Unidad Misiones (Los Palomares ) por su propia tipología de origen, también afecta a la más antigua Unidad Casavalle (Las Sendas), en particular a la primera mitad, la más extensa. Las autoridades municipales consideran a la misma y a la otra unidad como asentamientos, dado el nivel de deterioro y precarización de las condiciones de vida. La fragmentación que primeramente enumeramos tiene una fuerte relación con este otro aspecto, ya que las partes aisladas y cerradas sobre sí, a toda escala, van haciendo implosionar al espacio, con los grandes problemas de convivencia que todo ello genera. Los llamados “fondos”, el interior de las manzanas, se van saturando, y en lo que respecta a la informalidad de los asentamientos todo va tendiendo a convertirse en un laberinto cada vez más denso.

Otro proceso está marcado por una tensión entre esta tendencia a la fluidez propia de lo laberíntico (definitoria de lo urbano como tal, pero junto a lo fortuito y lo fugaz (Hiernaux, 2006), de allí la importancia de la ocupación espontánea y la urbanidad prístina tanto en campamentos transitorios de refugiados de guerra (Agier, 2011), como en parajes montados por la emergencia económica), y la compartimentación planteada desde las tipologías edilicias de los complejos habitacionales de bajos costos. Esta tensión puede leerse como la relación, entre la liberación y la formalización de los espacios, y opera diferencialmente según la escala o nivel, encontrándonos con entornos que están fuertemente compartimentados frente a sus vecinos inmediatos, pero que a nivel molecular integra una zona que se mueve y ocupa nuevos territorios vírgenes o se engulle otros pre-existentes. Por último, la particularización generada por la auto-construcción es otro de los factores fundamentales, motor de la creación y transformación de lo existente, especialmente durante las décadas de políticas neoliberales y el abandono del Estado (Wacquant, 2007). Estas prácticas, basadas en saberes y oficios específicos, son la praxis por excelencia en la generación de espacios y espacialidades, y son tanto fuente de soluciones como de nuevos problemas específicos.

De esta forma operaría la dinámica de generación de espacialidades con sus habitares asociados en este y otro tipos de entornos que hemos calificado de depósitos espaciales, donde hasta el momento la sociedad ha ido obligando, de formas más o menos directa, a contingentes poblacionales a instalarse históricamente a lo largo del último siglo por lo menos, tanto desde la clásica migración campo-ciudad como desde las dinámicas de gentrificación y segregación espacial más recientes. Los aspectos relativos a las identidades de los habitantes de la unidad Casavalle, las memorias colectivas y sus imaginarios presentes, las hemos abordado desde este punto de vista y en relación a prácticas y haceres experimentados y valorados de ciertas maneras que hacen a su sobrevivencia. Entre ellos se destacan el empleo doméstico en las mujeres, los bajos rangos del ejército en los hombres, la recolección y clasificación de basura, el intercambio en ferias vecinales y el puerta-a-puerta por la ciudad, llevando a cabo oficios manuales. También son importantes otros rasgos, como cuestiones relativas a la procedencia étnico-racial, la dinámica de estigmatización, o la forma en que el consumo de sustancias como la pasta base de cocaína obtura mucho de los esfuerzos por salir adelante a pesar de las circunstancias. No podemos profundizar aquí más en ello, pues se trata de toda una cartografía de los procesos de subjetivación.

 

III. Territorios y territorialidades en los intersticios urbanos

 

Algunas de las cuestiones precedentes, tanto referidas al análisis de situaciones y contextos específicos del caso montevideano, como de cuestiones teóricas y metodológicas del abordaje transdisciplinario emprendido, fueron retomadas en esta otra experiencia de investigación llevada a cabo en 2011, a la par que culminábamos el procesamiento de la etnografía precedente (Álvarez Pedrosian, Hoffmann y Robayna, 2012). En esta oportunidad nos encontramos con un conjunto de territorios que desde el punto de vista urbanístico y de la gran mayoría de los distintos perfiles y tipos de habitantes no son considerados como periferia, pero tampoco exactamente como ciudad consolidada, aunque caen dentro de sus fronteras. Esta nueva interface arrojó mucha luz en relación a los puntos de vista considerados (centro, periferia, límites, expansión y presencia de la ciudad y lo urbano). Malvín Norte es una zona de la ciudad de Montevideo que aún se mantiene sin definir completamente. Es fruto de dos grandes brazos que se extienden radialmente, conectados por largas trazas paralelas urbanizadas lentamente. En este caso realizamos un ejercicio etnográfico junto a grupos de estudiantes de ciencias de la comunicación y de geografía, quienes llevaron a cabo un proceso de enseñanza de la investigación en contextos de Extensión, desde una concepción integral del quehacer universitario.

La puesta en práctica de lo que en el ámbito de la geografía cultural se denominan cartografías sociales, fue uno de los componentes principales de la experiencia de aprendizaje transdisciplinaria: de allí surgieron elementos para el conocimiento de la forma en que se conciben los territorios y las territorialidades de quienes residen, trabajan y estudian en la zona, tanto en los propios mapas generados, las entrevistas grupales realizadas en dicha instancia, como en la filmación y utilización para el montaje y composición de los audiovisuales que los tomaron como acontecimientos significativos de la práctica de campo. De todo ello y otros insumos indirectos, provenientes de análisis urbanísticos, arquitectónicos y paisajísticos, llegamos a esbozar nuevamente una serie de vectores de producción de las espacialidades que singularizan esta zona y los habitares asociados.

En primer término, un juego de nominaciones abstractas opera como dinámica de significación, identificación y adscripción del territorio mayor. Estudios etnográficos sobre la violencia, se sitúan allí dado el contraste radical entre los territorios, y en un tipo de realidad que no responde linealmente a la segregación residencial (Fraiman  y Rossal, 2009: 34). La zona es privilegiada en tal sentido, la Avenida Italia marca tajantemente la distinción. En Malvín Norte hay otros territorios que poseen nombres propios muy cercanos pero por ello mismo distintos: el generado en torno al complejo de viviendas Malvín Alto es quizás el más sobresaliente. Antes de eso, Malvín sigue siendo la raíz, y la oposición desigual juega como lógica en variados aspectos de la creación de las territorialidades existentes, por parte de quienes residen o pasan una importa parte de su vida habitando allí. En segundo lugar, la desdibujación intersticial, que define su carácter general, es también un componente específico. Y para nosotros significó la posibilidad de comprender que hay otras formas territoriales que no están en el esquema centro-periferia. Hueco sin llenarse aún, pues no puede serlo tal cual su constitución actual.

En tercer término, esto opera en gran medida gracias a íconos desterritorializantes, intervenciones edilicias en contraste radical y en disociación con el entorno que lo significa como algo que es un mojón (Lynch, 1998), pero que se comporta en forma negativa: más que emitiendo, cerrándose directamente a un diálogo de algún tipo. Como igualmente se termina generando una trama (pues “no se puede no comunicar”) (Watzlawick, Beavin Bavelas y Jackson, 2002), esto se da en gran medida en forma fantasmagórica, y podríamos decir, ilusionista. La propia Facultad de Ciencias de nuestra Udelar es el caso mayor, a lo que se suman las instalaciones dedicadas a la investigación en energía nuclear. Se piensa en un posible polo científico-tecnológico, sobre lo que en algún momento pudo haber sido un campus universitario. El mismo “programa campus” está en crisis en diferentes contextos, pues por sus homogeneizaciones en altas densidades frente al entorno, puede dar lugar a una “anti-ciudad” (Canella en Fuentes Hernández, 2007: 128). Ajenos en sus propios territorios contiguos, estando en la ciudad pero fuera de ella, quienes residen en la zona por lo general tienen esta presencia muy en cuenta, pero como una abstracción radical por su forma y función. Por supuesto que puede ser de otra manera, y este interés es el que motivó la propia existencia de nuestra investigación en términos integrales. Un cuarto vector de territorialización está planteado como un verticalismo con sus regímenes de visibilidades. Siendo la zona considerada como la de las alturas por excelencia, desde los imaginarios de lo urbano de todo el Uruguay, y debido a la disposición y las tipologías de los complejos habitacionales de diversa índole (cooperativos, estatales y privados, en una galería de formas de la propiedad), las miles de ventanas y las decenas de metros de distancias habilitan un juego de visuales en paisajes vastos, donde algunas veces hay cruces más simétricos y en otras una jerarquía total.

También a partir de esta investigación pudimos profundizar en la cartografía como concepción epistemológica y ontológica más que propicia para la labor etnográfica contemporánea, y especialmente para aquella focalizada en el análisis de los procesos de subjetivación (Álvarez Pedrosian, 2011b; 2014). Como hemos planteado en el primer apartado de este ensayo, en el concierto de tendencias, disciplinas, programas de investigación, y saberes que se focalizan en la ciudad, lo urbano y la urbanidad, que podemos denominar estudios culturales urbanos, consideramos necesario llevar el análisis al nivel de la espacialidad en tanto subjetivación del espacio, pues allí radica el carácter ético-estético de creación y recreación, de composición y establecimiento de lo que consideramos como espacios.

En tal sentido, el ser de lo humano entendido como una entidad estética, una composición existencial, es el de un cartógrafo, un constructor de mapas en su tarea de habitar y dar sentido al universo. El mapa es un tipo de estructuración, de configuración, efectivamente, pero que no se agota en una serie limitada de reglas, las mismas e idénticas en cualquier tiempo y espacio, ni en la necesaria correspondencia con un territorio que intenta representar (Bonta y Protevi, 2008; De Landa, 2005). Por el contrario, como una de las características del rizoma, el mapa, en oposición al calco, es antes que nada contingente, se enfrenta al azar y depende de los componentes que utiliza (orgánicos, inorgánicos, cósmicos) en su propia constitución.

 

IV. Diseño y construcción de nuevos habitares

 

Las reflexiones precedentes nos llevan hacia otra investigación donde procuramos insertarnos en procesos creativos en su máxima expresión, incluyendo en estos continuidades y reproducciones de lo existente; donde es posible analizar las dinámicas de fundar, habitar, clasificar y distribuir, así como las de transformación y reformulación de lo espacial en el devenir temporal de las sociedades (Paul-Lévy y Segaud, 1983). Si en una escala macro, o mejor aún “molar”, el territorio montevideano se expande y disgrega sin cesar y a un ritmo sostenido por lo menos en estas últimas cuatro décadas, cual malla que es estirada desde los extremos conformados por las trazas de las avenidas luego convertidas en rutas e involucrando localidades y ciudades del área metropolitana, vaciando amplias zonas de la ciudad consolidada cual agujeros despoblados y precarizados, emergen como contrapartida, soluciones espaciales a partir de las dinámicas poblacionales que no cesan de movilizarse. La situación es especialmente crítica en aquellos sectores históricamente excluidos, como ocurre en cualquier sociedad compleja. Creemos por tanto que es necesario investigar cómo se da la emergencia de nuevas espacialidades y habitares en dichas condiciones, donde la creatividad es agudizada. En tal sentido, el Plan Socio-habitacional Juntos es un contexto por demás propicio para ello, al mismo tiempo que los resultados de una investigación etnográfica de este tipo pueden brindar insumos valiosos para potenciar las acciones en una intervención urbanística.

Comenzado en 2013, nos encontramos abriendo el segundo año de trabajo de campo. Hemos optado por concentrar nuestro estudio etnográfico en dos sitios de actuación del Plan, a partir de la variable más significativa desde la perspectiva que esbozamos aquí: el tipo de relación entre lo existente y lo generado a partir de la intervención (un entorno nuevo, otro inserto en una trama preexistente; uno seguido desde el arranque de las obras, otro ya en marcha y contando con cierta historia y sus efectos visibles). Al mismo tiempo, ambos locus se encuentran próximos y a la vez distanciados al ubicarse a un lado y otro del arroyo Pantanoso, a lo largo del cual se concentra la casi totalidad de intervenciones del Plan en el departamento capitalino. Inmediatamente nos llamó la atención que los habitantes de uno y otro sitio no se conocieran, estando a dos kilómetros de distancia. Y es que el arroyo marca fronteras importantes, y la fragmentación territorial que hemos venido planteando se encuentra irremediablemente también en esta Zona Oeste. Si bien algunos colectivos inmersos en el Plan realizan actividades de intercambio con otros, tanto visitando los emplazamientos como compartiendo jornadas lúdicas o de formación, este aún no es el caso. Sí existe un vínculo importante entre los educadores populares de ambos equipos territoriales del Plan, el que también propició los trayectos del etnógrafo en el campo, y lo que habilita condiciones interesantes para un futuro próximo de investigación e intervención colaborativa.

La investigación se centra en el estudio de los fenómenos comunicacionales y los procesos de subjetivación en el contexto de las experiencias suscitadas por la transformación del hábitat y los habitares. Los objetivos son la comprensión de los procesos  de creación y transformación del espacio y la generación de formas de vida a partir de una situación de crisis socio-habitacional; brindar herramientas para el conocimiento de los fenómenos comunicacionales en su relación con las formas de creación de espacialidades, habitares y diseños de universos existenciales socialmente producidos (Ingold, 2013); y aportar insumos conceptuales y explicativos para el desarrollo de procesos inclusivos donde los habitantes participen activamente en la construcción de su hábitat. Esto implica analizar las concepciones relativas a la subjetividad, la comunicación y la espacialidad presentes en las prácticas profesionales de arquitectos, urbanistas y otros agentes involucrados en el fenómeno (Frúgoli, Teixeira de Andrade y Peixoto, 2006). También conlleva el análisis de dichas concepciones en los diversos tipos de habitantes y usuarios de los espacios en cuestión, tanto en sus prácticas espaciales como en las imágenes, percepciones e ideaciones sobre las mismas (Lefebvre, 1981: 42-43). Consideramos fundamental generar una comprensión del tipo de relaciones entre ambos universos en los contextos y situaciones de diseño y construcción de espacios. Esto nos permitirá realizar una caracterización de los diversos tipos de fenómenos comunicacionales presentes en tales procesos, así como poner en consideración dispositivos posibles y virtuales que puedan desprenderse de las experiencias concretas a ser abordadas desde el trabajo de campo etnográfico focalizado en casos de relevancia. Pretendemos generar conceptos capaces de aprehender los tipos de espacialidades generadas en el relacionamiento de los actores sociales, tanto en el diseño como en la construcción y posterior habitabilidad de los sujetos. Se trata, finalmente, de describir e interpretar las formas de construcción de ciudad en tales intervenciones, tanto desde el punto de vista de la pieza urbana como en su relación con la ciudad y el territorio más en general (Koolhaas, 2001).

 

 

Este artículo tuvo por objeto exponer una serie de consideraciones teóricas sobre las espacialidades y los habitares, a partir de la profundización etnográfica en diferentes emplazamientos del Área Metropolitana, y principalmente de periferias e intersticios heterogéneos.Planteamos la caracterización de la espacialidad como forma de subjetivación del espacio, tomando en cuenta su relación con formas de habitar en tanto diseños existenciales. Se trata de un contexto particularmente propicio para estudiar las dinámicas de creación de nuevos habitares por parte de los habitantes. Montevideo se ha caracterizado por un movimiento de expulsión de población cada vez más lejos de las zonas consolidadas, proceso que se vio fuertemente incentivado a partir de la dictadura cívico-militar y las posteriores políticas de vivienda de todos los gobiernos, de corte neoliberal o progresistas, porque aún no ha podido revertirse la tendencia estructural en la conformación del hábitat y el ordenamiento territorial.

Dinámica de fuga, de desterritorialización, que lleva a sectores de población a generar nuevos habitares como si se tratase de colonos perpetuos, donde lo urbano y lo rural se hibridan en ambos sentidos (Cimadevilla, 2010). Esto se da siguiendo las rutas y caminos, tomando los antiguos balnearios costeros para pasar a ser residencias permanentementes, o si se trata de los sectores con menos recursos económicos, alzando los asentamientos irregulares en las zonas inundables o aún sin ocupar por otras razones ambientales, en los diferentes intersticios que habían quedado disponibles entre la trama urbana alejándose del centro capitalino, vaciando y precarizando las zonas consolidadas. En tal sentido, otra situación interesante es la experimentada en barrios y zonas de la ciudad histórica, donde nos encontramos, por ejemplo, con entornos urbanos en abandono y decadencia. El proceso de gentrificación fue pasando de un modelo anglosajón de media y larga duración, a uno de tipo europeo centrado en el consumo y el ocio (Dos Santos Gaspar, 2010), alimentando la migración anteriormente descrita, profundizando el vaciamiento aunque no de forma definitiva, y siempre potencialmente a la espera de la revalorización (Romero Gorski, 2011).

La expansión de la ocupación de nuevos suelos es conjunta a un vaciamiento de grandes zonas, generando este efecto particular de disgregación, que reúne los tradicionales de segregación residencial y de difuminado de los bordes de la ciudad, en una dinámica donde emergen situaciones especialmente críticas y en las cuales se generan espacialidades alternativas. Una suerte de territorialidad prístina, virginal, aún subsiste después de pocos siglos de ocupación europea, colonización y construcción del Estado-nación, la fuerte migración trasatlántica y los impulsos modernizadores. Parece que fuera posible escapar de la lógica del capital y crear un universo existencial alternativo, construir el espacio soñado o encontrar un lugar en el mundo más allá de las fuertes presiones que limitan el acceso a la tierra y la vivienda. Desdibujando completamente las distinciones entre lo urbano y lo rural, generándose grandes manchas de diferentes densidades o de tipo puntillista, gracias a viviendas abandonadas en barrios tradicionales por ejemplo, y auto-construyendo con los elementos que estén al alcance de las posibilidades. De esta forma, emergen nuevas espacialidades con las cualidades aquí analizadas, en una territorialidad siempre al borde de la desterritorialización.

 

 

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1. Este trabajo se enmarca en las actividades del Pos-doctorado (2013) en Antropología, llevado a cabo en el Colectivo Artes, Saberes y Antropología, Departamento de Antropología de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidade de São Paulo (FFLCH-USP).

2. “Lo urbano […] No es la ciudad, sino las prácticas que no dejan de recorrerla y de llenarla de recorridos; la “obra perpetua de los habitantes, a su vez móviles y movilizados por y para esa obra [según Lefebvre en El derecho a la ciudad].” (Delgado, 2007: 11).

 

 

 

 

 

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