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Antropología Social y Cultural del Uruguay

On-line version ISSN 1510-3846

Antropol. soc. cult. Urug. vol.12  Montevideo  2014

 

Repensar la etnografía a la luz de los presupuestos posibles de una socioantropología

 

Nicolás Olivos Santoyo

 

Doctor en Antropología Social, Investigador de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. nicolasolivos@gmail.com.
Enviado: 21/02/14 – Aprobado: 30/05/14

RESUMEN 
La etnografía ocupa un lugar central para pensar la relación entre antropología y sociología, sin embargo poco se ha profundizado sobre las formas que debería adoptar ésta en el marco de una relación interdisciplinar que contemple la posible construcción de nuevas maneras de llevar a cabo la práctica etnográfica. En este escrito pretendo contribuir a dicha reflexión, utilizando una noción epistémica de abandono y pérdida, como tarea necesaria para la construcción de puentes interdisciplinarios.
Palabras Claves: Etnografía, socioantropología, reflexividad, pérdidas epistémicas, interdisciplina.

 

ABSTRACT

Ethnography is central to thinking about the relationship between anthropology and sociology place, however little has deepened over the forms it should take it as part of an interdisciplin-ary relationship, contemplating the possible construction of new ways of conducting practice ethnographic. In this paper I intend to contribute to this reflection, using an epistemic notion of abandonment and loss, as a required task to build interdisciplinary bridges.
Keywords: Ethnography, socioanthropology, reflexivity, epistemic losses, interdisciplinary.

 

1. Hacia la socioantropología y las relaciones interdisciplinares

El objetivo de este trabajo es trazar algunos lineamientos generales que nos auxilien a pensar cómo podrían ser configuradas las formas de la etnografía que constituyen un hacer nodal, más no único, de una nueva manera de hacer ciencia social como es la socioantropología la cual piensa como una conjunciòn
disciplinar entre la antropo-logía social y la sociología.
Impulsados por el llamado a realizar la apertura de las ciencias sociales emitido por la Comisión Gulbenkian para la Reestructuración de las Ciencias Sociales (Wallerstein, 2007), sociólogos y antropólogos sociales han comenzado a hacer patente y explícito su tránsito entre los marcos explicativos y las estrategias metódicas que pertenecían y brindaban autonomía a cada a una de las disciplinas. Con dicho transitar, las fronteras disciplinares se han vuelto cada vez más permeables, lo cual no significa que éstas se borren y tiendan a eliminarse. Como una manifestación de dicha porosidad discipli-naria algunos estudiosos de lo social y cultural han hecho un llamado a formar otro corpus científico que englobe a la sociología y a la antropología a la cual algunos han comenzado a nombrar como socioantropología.

 

Como muestras de dicha tendencia podemos referir a los trabajos realizados por Jacques Hamel y Pierre Bouvier (1997) que se publicaron en el primer número de la revista 
Socio-anthropologie publicado en 19971, en la cual no sólo pretendían sentar las bases programáticas de la naciente publicación, sino que también se justificaría la urgencia de una nueva forma de conocimiento en ciencias sociales. Otro caso a mencionar es el de Jean-Pierre Olivier de Sardan (2005) quien propone la creación de una socio-antropología como una forma transdisciplinaria de investigación que auxi-lie a comprender los procesos actuales del desarrollo en los países del Sur. También encontramos los planteamientos de Gérard Althabe (Athabe, 2008: 100-101) quien para realizar su programa de estudios del mundo contemporáneo, requiere trascender las dicotomías académicas clásicas que han parcelado a las ciencias humanas. Señala Althabe que, para entender el presente, se necesita la unificación de perspectivas y métodos de la sociología y de la etnología. Por último cabe mencionar el ejercicio realizado en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México donde se imparte la licenciatura en Ciencias Sociales, en la cual se busca generar una complementariedad disciplinaria entre la antropología social y la sociología no con el fin de construir una ciencia diferente sino como parte de un ejercicio interdisciplinario de cruce que permita formar profesionales en ciencias sociales con una perspectiva teórica y metodológica diferente. Algunos ejercicios de reflexión y trabajos de estudiantes y profesores de esta licenciatura se realizan en el marco del Seminario Permanente de Socioantropología2.

 

Diversas coincidencias encontramos en estos ejercicios de trabajo trans o interdis-ciplinar. Por un lado se asume que estos experimentos no son nuevos en el panorama de la las ciencias sociales, incluso se identifican, o bien como padres fundadores de la llamada socioantropología o como una muestra de la viabilidad del ejercicio, a corrientes como la llamada Escuela de Chicago a autores como Pierre Bourdieu o textos paradigmáticos como pueden ser Las formas elementales de la vida religiosa de Emile Durkheim o los escritos de Marcel Mauss compilados en el libro Sociología y Antropología. Por otro lado, se tiene como un imperativo categórico el pensar que sólo a raíz de sortear las barreras disciplinares, la complejidad del mundo social y cultural que define nuestra época actual será susceptible de ser comprendida y/o explicada de mejor forma. Pareciera así que los fenómenos socioculturales se han articulado en esta época tardío-moderna o posmoderna de formas novedosas y complejas, para los cuales los dispositivos y prácticas que definieron a las disciplinas a finales del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX se han tornado obsoletas o excesivamente parciales para mirar estos hechos.
Por último, los proponentes de la socioantropología comparten la idea de pensar que la articulación de la novel disciplina debe tener como eje metodológico la práctica etnográfica. Cabe resaltar que cuando hablan de etnografía sólo se resaltan dos de sus posibles dimensiones de definición y una tercera vía, que es el objeto de preocupación de este ensayo, poco se ha reflexionado e incluso se ha pasado por alto: me refiero al hecho de ver a la etnografía como un tipo de escritura. Es decir, al reivindicar a la etnografía como eje metódico de la socioantropología, se piensa en ésta como una estrategia de investigación cualitativa. Y quizá la estrategia cualitativa por excelencia, como lo han mostrado S.J. Taylor y R. Bogdan (1987), debido a la centralidad que tiene para este método el encuentro cara a cara con los sujetos a investigar y conocer de esta forma los sentidos que estos dan a sus vivencias. Pero también este método, se piensa, es el idóneo para observar el flujo constante de la vida ordinaria que se asume como el locus real de la cultura o la sociedad.

En segundo entendimiento de lo etnográfico asumido también por los impulsores de la socioantropología, rebasa su concepción estrecha de entenderla como un método de investigación cualitativo, sino que se reivindica su práctica como un dispositivo central que define al profesionista en antropología y en socioantropología. Una práctica cuyo rasgo distintivo es el traslado y el contacto con espacios construidos como alternos, de allí la simbiosis entre los términos trabajo de campo y etnografía. Como bien lo ha caracterizado James Clifford en su texto intitulado Prácticas espaciales: el trabajo de campo, el viaje y la disciplina de la antropología (1999), el antropólogo se construye a partir de mirar espacios propios o lejanos, el campo o las ciudades, como un sitio al 23 cual hay que trasladarse y en el cual se despliegan múltiples procesos experienciales de comprensión. No importando si el sitio es familiar o desconocido, el antropólogo aprende a mirar y a comprender otredades. Es más, las construye como parte de esa estrategia discursiva y metódica de hacer de su sitio de estudio un lugar al cual hay que trasladarse, o como lo señala Clifford: “El campo sigue estando en otro lugar, aunque esté dentro del propio contexto nacional o lingüístico (Clifford, 1999: 111)”.

Cabe mencionar, que bajo el ánimo interdisciplinario, también se ha buscado borrar las distancias irreductibles entre lo cualitativo y lo cuantitativo. La etnografía socioantropológica, como mucha de la antropológica, se vislumbra idealmente como mezclando información cuantitativa con testimonios de informantes, reconstrucciones geoestadística con croquis y descripciones de sitios hechos en los lugares. Y sobre estas posibilidades han girado muchos ejercicios reflexivos sobre cómo podría ser la etnografía socioantropológica. Inclusive aparecen ya ciertos textos que pronto son acogidos como modelos, o como diría Thomas Kuhn, ejemplares paradigmáticos de lo que tendría que ser la etnografía socioantropológica, es el caso del trabajo de Pierre Bourdieu que lleva por título El baile de los solteros (2004), donde se observa la combinación de los recursos cualitativos con información obtenida cualitativamente, pero subsumidos en un texto cuya estructura narrativa perfectamente se amolda a los cánones de la etnografía.

Sin embargo poco se ha pensado y problematizado el aspecto de qué tipo de na-rrativa tendría que ser usada en los nuevos textos etnográficos. Preguntas como ¿qué tanto las formas clásicas de la etnografía antropológica, esa desplegada en el contexto de los procesos coloniales, se adecua para dar cuenta de las complejidades del mundo moderno? ¿Cómo adecuar la narración etnográfica a un hacer disciplinar que en su ánimo de complementariedad teórica ha comenzado a mirar la existencia de agentes sociales, de procesos de reconocimiento, de construcción de ciudadanía, de procesos de estructuración y de actuar comunicativo?, han sido poco teorizadas y hacia ello apunta el orden de mis reflexiones.

Mi problematización busca por una lado trazar vías para repensar por dónde se puede dar el cruce disciplinar entre sociología y antropología, lo que también significa reflexionar más acerca de los mecanismos que se dan en los procesos interdisciplina-rios. También asumo, como antropólogo, que la etnografía es, y puede ser, una de las estrategias metodológicas a adoptar en una naciente forma disciplinar, sin embargo, creo que debemos ser críticos y reconocer las limitaciones que tiene esta forma de operación, muchas de ellas señaladas por el llamado giro reflexivo en etnografía, si deseamos articular una nueva grafía para una nueva forma de entender la sociedad.

 

Esto implica repensar dos cosas más: primero, habría que preguntarnos qué tanto de la etnografía antropológica tendríamos que asumir, y cómo incorporar en nuestro proyecto las críticas que desde los años 80s se han realizado a los estilos y formas de escritura antropológica. Y en segundo lugar, motiva mi trabajo actual el tratar de vis-lumbrar las maneras en que se podrían compaginar algunos desarrollos en teoría social, principalmente aquellos que ha resaltado la perspectiva del agente, el mundo de vida, la creatividad de la acción y las dimensiones de la interacción mediada por la praxis del sentido, con una forma de grafía o narrativa que dé cuenta de dichos procesos.

 

La reflexión que hago sobre la conjunción entre la sociología, la antropología y la práctica etnográfica, me conduce también a problematizar aspectos relacionados a la comprensión de los procesos trans e interdisciplinares. Creo, y esta es una de las tesis de este artículo, que dentro del tipo de análisis que deben de hacer los sujetos que impulsan los quehaceres científ icos en contextos interdisciplinares se encuentra determinar que dispositivos, prácticas y discursos , elaborados en el contexto de una ciencia particular, deberían ser abandonados, criticados y reelaborados en el momento en que se realizan las fusiones entre ciencias o tradiciones de investigaciòn.

 

Podríamos afirmar, que las dos vías clásicas de defensa de los procesos interdis-ciplinarios como es la que sigue Immanuel Wallerstein (1999 y 2007) y la sostenida por los teóricos de la complejidad como son Edgar Morin (1990) y Rolando García (2006), han resaltado más la vía positiva o constructiva del proceso de complementa-riedad que una opción que resalte, ya sea analítica o históricamente, los procesos de pérdidas y abandonos epistémicos y metódicos que acompaña necesariamente todo proceso de cruce o complementariedad disciplinar. Las vías positivas o constructivas las distinguimos, por ser aquellas que resaltan que los saberes de manera independiente han desarrollado estrategias de investigación, aportes teóricos, visiones del mundo, que en general son adecuadas para lograr la explicación de ciertos fenómenos; sólo que resultan parciales, de allí la necesidad de vincularlas con aquellas desarrolladas por otras ciencias para potenciar las explicaciones posibles. Mientras que una posible vía crítica, como la que propongo aquí, se enfoca en ver, ya sea de manera histórica o analítica, cómo en la formación de nuevas disciplinas o prácticas científicas surgidas de cruces, ensamblajes o colaboraciones, suceden abandonos de ciertos presupuestos teóricos, renuncias a ciertas ontologías y modificación de técnicas y métodos de observación.

 

Wallerstein ha sostenido que la parcialidad disciplinar, que dominó la institu-cionalización de las disciplinas modernas hasta la segunda mitad del siglo XX, fue más la respuesta a un proyecto civilizatorio propio de cierto estadío de desarrollo del capitalismo, donde además se instauró también un modelo de ciencia canónico y dominante que apuntaba a la especialización y a la parcialización. Sin embargo, afirma que la disciplinariedad también tiene sus logros como son avances en los procesos de profesionalización, en el desarrollo metódico y en ciertas comprensiones del mundo social, sólo que resultan parciales para enfrentar los nuevos procesos complejos que conlleva el neo capitalismo o el llamado sistema mundo.

De igual forma, Morin y García requieren de los procesos inter, trans y multidisci-plinarios para fundamentar una epistemología para el llamado pensamiento complejo. A pesar de los matices entre llamar complejidad, como lo hace Edgar Morin, o sistemas complejos como los denomina Rolando García, coinciden en ver que el rompimiento de la parcialidad de saberes se debe a una complejización creciente de los fenómenos del mundo y con ello el imperativo de un acceso a éste de manera multimodal. Para ello las nuevas disciplinas, como lo señala Rolando García: “…que se han designado acoplando los nombres de dos ciencias diferentes (Fisicoquímica, Biofísica, etc.) co-rresponden a casos en los que, fenómenos o procesos que entran en el dominio de una de ellas, se interpretan o explican a partir del campo teórico de la otra ciencia. Fue el caso de la Fisicoquímica que se constituyó como disciplina cuando la Física desarrolló la teoría atómica y pudo explicar las combinaciones químicas (García, 2006: 27); y más adelante agrega el autor, que dichas relaciones entre ciencias, posteriormente dan paso a reconceptualizaciones nuevas sobre los fenómenos involucrados.

 

Una línea para comprender las formaciones de las prácticas e institucionalizaciones científicas, donde el centro de la exposición es mostrar cómo se dan esos procesos de abandono, pérdidas y cambios paradigmáticos en la formación de ciencias que se deri-van de otros saberes, lo encontramos sin lugar a duda, y se trata de la vía que aquí sigo,

en los textos de Stephen Toulmin y June Goodfield (1982, 1990 y 1999). Tres libros 25 que apuntan a ilustrar cómo se sucedieron los procesos que desembocaron en la forma-

ción de las actuales ciencias como la física, la astronomía, la química y la biología, las cuales de alguna manera también fueron el producto de cruces y complementariedades entre saberes de diferente orden. Se resalta en ellos cómo sólo a partir de cambios y abandonos en las creencias de tipo metafísicas, en presupuestos sobre ciertas ontologías y el abandono de métodos de observación y experimentación, han sido una constante en la historia de la ciencia. Por ejemplo no se podría pensar la teoría de la evolución y con ello la institucionalización de la biología, sin las renuncias a ciertas nociones que se tenían sobre el tiempo y la temporalidad del planeta, sin modificar la ontología que se tenía sobre hechos como capas de tierra y la existencia de fósiles, o a cambios en la noción de las especies, las cadenas que vinculan a estas y la aparición de técnicas de clasificación y registro de la variedad de animales y plantas existentes en el planeta.

 

Es bajo este espíritu de comprensión de los procesos interdisciplinares que me pro-pongo elucidar los asuntos relacionados a la adopción de la etnografía como estrategia fundamental para la naciente socioantropología.

 

2. Las coordenadas de la etnografía

Propongo en este trabajo seguir a Michel De Certeau en su caracterización de la histo-riografía como una operación. Es decir, la etnografía como el conocimiento histórico se distingue por ser un tipo de hacer que vincula un lugar (un reclutamiento, un medio, un oficio), varios procedimientos de análisis (una disciplina) y la construcción de un texto (una literatura). Afirma De Certeau que dicha operación es entonces el resultado de la combinación de un lugar social, de prácticas científicas y de una escritura. Ésta última se construye, señala el autor, siguiendo las reglas propias que son instituciona-lizadas (De Certeau, 1999: 68).

Continuando lo propuesto por De Certeau, vislumbrar formas del hacer etnografía para una posible socioantropología conlleva, y es lo que trataré de defender en este trabajo, problematizar la manera tradicional en que se ha desarrollado ese acoplamiento entre su especificidad como práctica y su dimensión como forma de exposición. En el primero de los casos lo que habría que observar es tanto sus desarrollos metódicos, sus campos de aplicación y sus presupuestos epistemológicos. Y como texto, habría que hacer explícitas las formas narrativas, las estructuras y figuras discursivas y los tropos que determinan a la operación narrativa en su forma tradicional.

 

Ya es por todos reconocido que la etnografía ha trascendido su lugar clásico de realización: la antropología social, cultural o la etnología, generándose con ello una adopción acrítica de dicho proceder en distintos campos disciplinares. Así se fue am-pliando ese lugar social3, que según el autor de la Fabula Mística, confiere identidad y pertinencia a cualquier tipo de operación (ya sea historiográfica o etnográfica). Se inicia en este momento un proceso de trastrocamiento de las fronteras, con lo cual algunas comunidades epistémicas comienzan a perfilarse como comunidades disci-plinares (para la revisión de la diferencia entre este tipo de comunidades ver: Bolaños, Bernardo, 2010). Por mencionar un par de casos, tenemos por ejemplo el de médicos usando etnografía con la intención de presentar al lugar de su intervención (un pueblo, una comunidad donde se llevó a cabo la práctica médica) o para conocer las estrategias y formas de resolver los asuntos de salud en aquellos lugares que son los sitios de la intervención del médico. O bien, el empleo recurrente de la etnografía en aula por parte de pedagogos y sociólogos de la educación para conocer las interacciones, prácticas de aprendizaje, exclusiones, etc. Situaciones que han motivado que hoy por ejemplo se hable de antropología médica, antropología educativa, jurídica, del cuerpo, de la danza, comunicativa, visual, etc., que surgen no como campos de especialización de la antropología, sino como los productos de la interacción de comunidades disciplinares de distinto origen.

 

Esta expansión del lugar social es quizá uno de los hechos que permea, por una parte, el imaginario de los que sostienen que el cruce disciplinar entre sociología y antropología tendría que hacerse a partir de acoger a la etnografía como estrategia central de investigación y presentación de resultados. Y por otro lado, hecho que tam-bién hay que recalcar, el auge prestigioso que hoy en día goza dicha práctica, motiva muchos de los discursos sobre la interdisciplinariedad donde se pregona la posible complementariedad de la ciencia etnográfica por excelencia (la etnología, la antropo-logía social y la cultural) con otros campos del saber: de allí los usos de antropología médica, antropología de la educación, etc..

 

Si la etnografía es una práctica, en el sentido usado por De Certeau, su adopción tiene que ver con compartir la perspectiva programática que ella conlleva. Es decir, el predominio del uso etnográfico en socioantropología, y en otras disciplinas, se debe también a que en el corazón o en la esencia de este quehacer se presupone un acoplamiento entre la estructura narrativa que tiene un texto etnográfico y la pretensión de mostrar una sociedad, cultura o la acción de sujetos en su finitud y en su clausura.

 

No hago aquí un análisis detallado de las múltiples similitudes y continuidades que existen entre el texto etnográfico y los materiales producidos por viajeros, cronistas, colonos, misioneros, expedicionarios, entre otros más, para ello sugiero la lectura de Mary Louise Pratt, y su libro Ojos Imperiales o su contribución al texto Writing Cul-ture, donde ella afirma que la etnografía nació haciendo suyos muchos de los tropos de aquello llamado “retórica de la literatura de viajes” (Pratt, 2010: 40). Lo que sí me interesa mencionar es cómo la clausura y finitud que caracteriza al documento etnográ-fico se debe a esa mirada, compartida por los otros viajeros, en la cual el sujeto revela todo su ser en el momento de mirarlo. De allí esa denuncia del carácter presentista del conocimiento antropológico, realizado tanto por Renato Rosaldo como Johanes Fabian. En el presentismo entográfico se asume que el otro es y ha sido como cuando lo estudiamos y nuestra narración contribuye a reificar a ese ser contribuyendo a generar un imaginario de que así es y así seguirá siendo.

 

Y cuando se incorpora la dimensión temporal y del cambio, la etnografía aparece como una estrategia conservacionista que se propone mostrar esa diversidad de formas en su esencia, entendida ésta, como en su ser siempre eterno. Esta visión fue promovida por los discípulos de Franz Boas quienes insistieron en la descripción de los rasgos que caracterizan la totalidad de una cultura, pero también podría ser compartida por un enfoque que pondera la narración de la totalidad como articulada a partir de institucio-nes que cumplen una función particular o aquella que cumplen aquella que le impone el sistema. Tanto en su brillante etnografía intitulada Ilingot Headhunting 1883-1974 como en su libro Cultura y Verdad, Renato Rosaldo ha profundizado en esta denuncia 27 de los tropos y compromisos epistémicos que atrapan los estilos clásicos de la escritura etnográfica, haciendo de ella un documento cerrado y volviendo a las sociedades entidades finitas y clausuradas.

 

Esta relación de clausura, de supresión del acontecimiento o de objetivación de la acción social, que le es natural a la escritura histórica y etnográfica, fue también señalada por el filósofo francés Paul Ricoeur. Sólo que para este pensador tal determinación o subordinación de lo real por lo escrito es un hecho natural y lógico, mientras que para autores como Rosaldo o Pratt se trata más bien de una forma discursiva con la cual el occidente ha puesto en un sitio de subordinación a los otros negándoles acción, cambio e historicidad.

 

Para Paul Ricoeur, como para el mismo Michel De Certeau, la narratividad o el texto histórico tiene la función de atrapar el acontecimiento. El discurso como la acción social significativa, señala Ricoeur, pertenecen al terreno del acontecimiento, ambos son actos que se realizan en un tiempo presente y en él se diluyen. Se hallan estrechamente sujetos a un espacio y a la relación de un sujeto con su contraparte, el interlocutor no puede ser otro ser más que aquel con el que hablas o actúas, por eso afirma, que su finitud es el mundo y el tiempo donde se expresan: “El acontecimiento aparece y desaparece. Por este motivo hay un problema de fijación, de inscripción. Lo que queremos fijar es lo que desaparece (Ricoeur, 2010: 171).”

 

Para evitar estas disoluciones tenemos la escritura, dice este filósofo, y con ello la posibilidad de objetivar los significados; que estos puedan trascender incluso las intenciones de los sujetos para así develar la estructura de la acción, del hecho histórico y del lenguaje O bien, para mosotrar ese mundo, el de la vida, bajo la condición de asumir que éste es el conjunto de sus referencias reveladas en los textos.

De allí que para el autor de Tiempo y Narración, la acción social o la conducta orientada significativamente (sinhaft orientiertes Verhalten), se convierten en objeto para la ciencia siempre y cuando ésta se pueda objetivar mediante un tipo de fijación semejante a la escritura. Mediante tal fijación la acción deja de ser una transacción y se constituye en un objeto susceptible de ser interpretado. En el texto hallamos las huellas de la acción y eso nos conduce a la búsqueda de las pautas, las reglas compartidas por los sujetos de la acción.

 

Ahora bien, al ser fijada la acción en textos y a al ser el sentido algo que sólo es posible revelar en éstos, ambas quedan supeditadas, señala Ricoeur, a la manera en que se sedimentan e instituyen en el texto. Antes de entrar al tema de la escritura y su dimensión estructurante quisiera ahondar más en la relación entre finitud, clausura y emergencia de lo narrativo para comprender un poco más esa proliferación del ima-ginario etnográfico.

 

Se reconoce que uno de los acercamientos más dignos de mención que se han realizado entre la sociología y la antropología es la realizada por aquel conjunto de pensadores conocidos como la Escuela de Chicago quienes hicieron de la etnografía el punto de confluencia interdisciplinar. Y confluyeron allí, porque también se propusieron narrar las formas de vida de grupos y comunidades en tanto entidades diferenciadas. Puede ser ampliamente discutido qué tanto la etnografía desarrollada por la Escuela de Chicago es parecida a la que elaboraban sus contemporáneos como Malinowski, Radcliffe-Brown y Franz Boas. Sin embargo considero que la adopción de esta estrategia narrativa también es el resultado de asumir ese presupuesto metódico de que las culturas y los grupos sociales se captan en su totalidad sólo objetivándolas a partir de herramientas narrativas. Nos referimos a esas estrategias que para mostrar una diná-mica sociocultural de un grupo requieren primero de mostrar el lugar, el espacio, las características de los sujetos, los avatares de su vida cotidiana, las implicaciones del ser originario, para luego contar sobre los impactos, modificaciones, o supervivencias que acarrea la vida en las ciudades modernas de los Estados Unidos.

 

Si bien una herencia de la Escuela de Chicago fue mirar lo diferente, lo particular, los procesos de la alteridad que subyacen en la vida urbano moderna a partir de ojos que reivindicaban la acción de sujetos y la pragmática de la vida ordinaria, aun observamos una adopción del grafos, de la narrativa, desarrollada dentro del núcleo semántico del texto etnográfico en la cual objeto es el grupo y el resultado son procesos de objetiva-ción de pueblos, culturas o de esas diferencias grupales que Arjun Appadurai (2001) caracteriza como sujetos localizados.

 

Quizá la lectura que hago aquí de la Escuela de Chicago sea parcial pero deseo ex-presar que me interesaba mostrar cómo ellos en ocasiones también estaban circunscritos a los imperativos impuestos por las formas textuales de la etnografía. Sin embargo, no dejo de reconocer que hay otras maneras de acercarse a esta tradición para ver en ella orientaciones teóricas; de esas que la etnografía aún no dispone de tropos, formas y estructuras narrativas. Creo que la lectura que nos presenta Hans Joas (1998) de la Escuela de Chicago como una expresión del pragmatismo impulsado por su gran desa-rrollo empírico es en sumo adecuada. A partir de conceptualizar a dicha escuela como una postura que eslabona a la tradición pragmática clásica (la de James, Dewey y Mead) con las sociologías de la vida cotidiana (herederas del interaccionismo simbólico), con-sidero que podemos releer a los autores de Chicago justo para buscar esas experiencias constitutivas de lo local. Al igual que lo hace Appadurai uno puede leer a la etnografía clásica, y a los trabajos de las primeras generaciones de la Escuela, con otros ojos.

Otros ojos donde incluso se puedan revelar nuevas estrategias de grafía, que las hay sin duda, que son el producto de esos imperativos teóricos que incluso, hecho que sí está registrado, impactaron en la manera en que ellos impulsaron el desarrollo de los métodos etnográficos. Incluso esos desarrollos le han conferido mucho de las formas que adopta la investigación etnográfica. Hecho que fue resaltado por Robert Redfield para quien el uso de documentos personales como cartas, diarios, fotografías, historias de vida, inscripciones en lápidas, son aquellos medios mediante los que una persona revela sus características sociales y personales. Describe Redfield a estas herramientas como: “en las que las características humanas y personales de alguien que es en algún sentido el autor del documento encuentra expresión, lo que significa que quien lee el documento llega a conocer al autor y sus visiones del evento con el que el documento está relacionado. (Plummer, Ken, 2004: 14).”

 

3. La etnografía como un texto: fundamentos para un percatarse

Siguiendo el esquema propuesto como guía para reflexionar los tópicos del quehacer etnográfico, en el último extremo de la operación, señalaba De Certeau, se encuentra la dimensión textual. Y afirmaba él, que cada ámbito en su autonomía imprimía sus lógicas a la operación historiográfica o etnográfica. Con este señalamiento este filósofo e historiador incorporaba al análisis de la producción del conocimiento antropológico e histórico los desarrollos que en el análisis textual se venían gestando. Una forma analítica que se inicia en la crítica literaria, en la semiología y análisis del discurso, que se abre primero en las ciencias humanas para el caso de la historia con autores como Paul Ricoeur, Michel de Certeau y Hayden White y que se incorpora a la antropología 29 en los años 80s con los trabajos de Johanes Fabian, Stephen Tyler y el llamado giro posmoderno.

 

De Certeau afirma que en el acto de escribir, en la construcción de una escritura, se organizan los significantes, es el último eslabón de un proceso de investigación. Pero un proceso que se elabora bajo una arquitectura que hace suyos diversos elementos, reglas y conceptos que forman un sistema entre ellos, donde la coherencia es algo de-terminado por el autor y no por la realidad a la cual se accede sólo en la investigación, cito: “Dicho de otro modo, por medio de un conjunto de figuras, de relatos y de nom-bres propios, la se escritura vuelve presente, representa lo que la práctica capta como su límite, como excepción o como diferencia, como pasado (De Certeau, 1999: 102).”

 

Hayden White, de quienes los antropólogos más han abrevado, se ha preocupado por establecer esos tipos ideales por donde transcurre la narratividad histórica. Para ello sugiere un proceder meta-histórico que auxiliado por la teoría literaria nos permita identificar esas formas reiteradas de relatar que han configurado el imaginario histórico del siglo XIX. Lo interesante de White es que al utilizar una vía de análisis que el caracteriza como metahistórica, encontrará patrones de similitud narrativa entre historiadores y filósofos de la historia del siglo antepasado independientemente de su postura teórica. Desde la metahistoria se van develando formas de argumentación, estrategias discur-sivas y tropos recurrentes dominantes y canónicos en ciertos momentos del quehacer historiográfico. Formas recurrentes que rebasan los compromisos paradigmáticos, es decir no son introducidos por una concepción teórica, por una episteme, etc, sino que es algo que se revela en el análisis comparativo de los textos, él lo dice así: “A través del develamiento de la base lingüística sobre la cual se constituyó determinada idea de la historia, he intentado establecer la naturaleza ineluctablemente poética de la obra histórica y especificar el elemento prefigurativo de cualquier relato histórico, que tácitamente sanciona sus conceptos teóricos (White, 2001: 10)”.

 

Tal parece entonces que más allá de corrientes teóricas, paradigmas, recursos metódicos y metodológicos, épocas y contextos, discutir la etnografía y reelaborar su ser en la configuración de una nueva disciplina, requiere si no criticar por lo menos sí traer al flujo de la conciencia ese tipo de tropos y formas que se despliegan y se han desplegado constantemente en la literatura etnográfica, hecha por antropólogos para ser leída por antropólogos, utilizada para representar al otro distante o cercano.

 

Un tropo recurrentemente configurador del hacer etnográfico en antropología fue aquel señalado por Johannes Fabian en un libro de 1983 titulado Time and the Other (2002). En este el autor muestra cómo la antropología ha representado su objeto de estudio como si éste se hubiera quedado eternamente suspendido en un mismo tiempo. Es decir, que aquello que define el ser de cualquier sociedad, menos por supuesto la nuestra, es su anclaje a sus tradiciones, esquemas simbólicos, cartografías, patrones, intemporales o eternos. Con lo cual señala Fabian se ha dado, en la representación etnográfica del otro, una negación del tiempo, de la vivencia, del acontecimiento, de la historicidad, entendida ésta como la posibilidad de la transformación.

 

Independientemente que sean sociedades comprendidas en el marco de una historia universal o de culturas que viven su propia historia, la etnografía muestra a dichos sujetos como viviendo siempre y de la misma forma el tiempo. Es decir, los etnógrafos nos hacen creer que las cosas observadas permanecerán siempre igual por el simple hecho de que así han sido todo el tiempo. Dicha inmutabilidad de las conductas, las tradiciones, las prácticas, los sentidos, podrá ser observada y registrada en el lapso de una temporada de campo; o si no, es susceptible de reconstruir porque cualquier nativo conoce su historia, la de él, de su linaje, de su tribu, del pueblo o de la etnia.

 

Para Fabian, si algo distingue a la antropología dominada por los investigadores de campo es el hecho de que en sus textos y representaciones tiende a excluir la experiencia intersubjetiva en que se ven envueltos el etnógrafo y los sujetos con los que convive. Para el autor, el trabajo de investigación de campo se sucede en un escenario donde lo dominante es el diálogo, el reconocimiento mutuo, la coevaluación. Pero además se trata de encuentros que se suceden en un tiempo y que en sí mismo es un acontecimiento para dichos involucrados, a pesar de que reiterativamente el etnógrafo se excluya de la escena, que no mencione las reacciones de su presencia en el mundo nativo, o que no comente sobre los impactos que él y su cultura ocasionan en la otra.

 

O como Rosaldo señala, cuando crítica ese modelo presentista y folk que se muestra en las etnografías, nada se dice de los cambios que el gobierno colonial introducía, como parte de su política de pacificación en el país Nuer, en los momentos en que Evans-Pritchard realizaba su observación participante en Sudan y cuando se narra se les ve como oposiciones, como la eterna lucha entre lo moderno y lo tradicional o como la reiterada sobrevivencia o como una transformación que destruye lo originario para constituir lo nuevo.

 

Johannes Fabian, como Rosaldo, consideraran que dicha estrategia coincide con las formas discursivas que asume el poder de dominación colonial. Es decir, una denuncia que viene desde Edward Said, que en el centro de dicha postura se halla un compromiso con una vía unidireccional de explicar las cosas, de establecer una cartografía entre los pueblos, de la cual resulta que Occidente reitera su ser civilizado, justificando así cualquier práctica intervencionista en los territorios habitados por otras culturas. O si no deseamos cargarle esa responsabilidad a la etnografía de ser un instrumento en el que recaen o se legitiman los procesos de intervención o colonización, podríamos seguir a Mary Louise Pratt (2010) para quien la etnografía, al igual que los otros tipos de literatura de viajes, contribuyó a construir esa imagen que de sí hicieron las sociedades imperiales. Dispositivos a través de los cuales se construyeron los significados que configuran el imaginario moderno occidental, principalmente con aquellos relacionados con la explicación de la historia mundial y con la interpretación de la diversidad de proyectos civilizatorios y/o culturales.

 

Como bien lo señala Mary Louise Pratt, la etnografía quizá tenga otros presupuestos epistemológicos o axiológicos diferentes a los que conducen y posibilitan otros géneros de literatura de viajes, la cual, como lo indica la autora, es muy vasta y heterogénea a su vez. Sin embargo la etnografía podría ser vista como ese otro tipo de expresiones que mantiene cierto tipo de interacciones con ese tipo de retóricas y convenciones de expresión que encontramos en las crónicas de viajeros, de los informes de misioneros y administradores coloniales, de los reportes de científicos naturalistas que hacen e hicieron sobre los ambientes físicos, animales y humanos que se localizan más allá de las fronteras de las metrópolis del mundo occidental (Pratt, 2010: 39-40).

 

Hacer explícitos estos compromisos narrativos que tiene la etnografía no busca cancelarla o sumarse a las voces que propugnan por una etnografía autoexperiencial o dialógica, lo cual no implica que no reconozcamos los avances experimentales que las formas mencionadas pueden tener para la fundamentación de una etnografía socioantropológica. Tampoco deseo negar que la etnografía clásica también contribuyó a poner en escena las posibilidades de la diversidad humana. Es más coincido totalmente con Arjún Apadurai cuando aboga, al igual que lo hiciera Georges Balandier por un desvío antropológico que exige una relectura de la etnografía clásica. En vez de desechar lo hecho, como lo hacen muchos antropólogos posmodernos, él se plantea re conceptualizar a la etnografía que está por hacerse y releer la ya hecha, desde una triple perspectiva: “1) Hacer que la historia de la etnografía deje de ser la historia de lo local; 2) pasar a ser la historia de las técnicas de producción de lo local… 3) permitir que la etnografía de lo moderno, así como de la producción de lo local bajo condiciones modernas, sea parte de una contribución más amplia y general al registro etnográfico en su conjunto. Estos (tres) efectos nos ayudarían a protegernos contra el uso fácil de diversos tropos oposicionales (en aquella época y ahora, antes y después, pequeño y grande, cerrado y abierto, fluido y estable, caliente y frio)… (Appadurai, 2001: 191).

 

Sin embargo lo que sí sostengo es que un intento de cruce disciplinar como el que se plantea entre la sociología y la antropología social, la cual se asume como motivada por la intención de comprender los procesos culturales y sociales contemporáneos, debe por lo menos tener una actitud reflexiva: un percatarse y una vigilancia respecto a las implicaciones narrativas y los tropos dominantes en el quehacer etnográfico.

 

Pero además, si la propuesta de cruce disciplinar está motivada no sólo por la conjunción de técnicas y métodos sino que también se apela a la combinatoria de perspectivas teóricas. Una donde se retome la centralidad del concepto de cultura, alteridad e identidad, desarrollados por la antropología, pero que empate con las perspectivas del actor, la pragmática, la fenomenología, las vías comprensivas, perspectivas de mayor desarrollo en la sociología, requiere sin lugar a dudas de una nueva orientación en el ejercicio de la narratividad etnográfica. Es decir, qué tan necesarios son ciertos tropos etnográficos o qué tanto éstos nos permiten dar cuenta de procesos de constitución del mundo, de la acciones de actores concretos en la conducción de ámbitos de la vida cotidiana o de las transformaciones en las imágenes del mundo y en los acervos de sentido que se crean a través de la historia. Pienso que preocupaciones de este tipo son las que hacen necesaria la reflexividad y la vigilancia etnográfica como un intento de percatarse primero de las limitaciones a las que nos impone esta estrategia narrativa y posteriormente buscar otras formas de representación que permitan sortear nuevas perspectivas interpretativas.

 

4. A manera de conclusión: vislumbrando experimentos

Una primera conclusión que podríamos arrojar de este trabajo es que para lograr un intento de fundamentación metodológica para la socioantropología es necesario defender la grafía y repensar lo etno. Para ello podemos voltear a releer las obras de autores como Walter Benjamin o George Simmel quienes dan muestra de las posibilidades que tienen estructuras narrativas tales como la vivencia, las memorias, la alegoría o el recuerdo, permitiéndole al lector acceder a la experiencia de la vida moderna en sus manifestaciones tanto cotidianas como aquellas que deslumbran por su novedad o por su extrañeza. Como lo muestra Gustavo Leyva (2012), Benjamin trasciende la mera autobiografía en su texto Infancia en Berlín hacia el mil novecientos (2010) para dejar testimonio de una manera en que se plasman las imágenes de una ciudad moderna en la experiencia de un sujeto, en este caso la de un niño. Imágenes que contribuirán a ir perfilando esos rasgos distintivos de la modernidad tantas veces narradas por Walter Benjamin y que hoy son un clásico de la sociología y de los estudios urbanos.

 

Por otro lado en Simmel vemos un intento de explicar esa experiencia de modernidad que aparece cuando los individuos experimentan la vida a través de la mediación que

implica el uso del dinero. Para ello este sociólogo se auxilia de las figuras narrativas que ponderan lo fortuito, lo arbitrario lo intimo que conllevan esas relaciones mercantiles donde el dinero va configurando a los nuevos sujetos que lo usan y usarán. El dinero es el pretexto retórico para hablar de las formas sociales que emergen de la modernidad. Lo particular le ayuda a Simmel a develar los trazos de esa gran totalidad que implica un nuevo proyecto civilizatorio.

 

Finalmente desde la antropología Arjun Appadurai también lanza intuiciones necesarias para repensar lo etno de la grafía y proponer otras oreintaciones. Para este antropólogo nacido en Bombay, la experiencia de la modernidad está anclada a la producción de experiencias de localización. Lo local no es comprendido como lo espacial, lo ubicable en coordenadas tiempo espacio, sino que tiene que ver con maneras de relacionarse y vivir. Dice: “Lo entiendo como una cualidad fenomenológica compleja, constituida por una serie de relaciones entre un sentido de la inmediatez social, las tecnologías de la interacción social y la relatividad de los contextos…. Esta cualidad fenomenológica se expresa en determinados tipos de agencia social, de sociabilidad y de reproductibilidad (Appadurai, Arjun, 2001:187).

Lo local tiene que ver más bien con formas de ser sujeto y posteriormente localizarse dentro de comunidades. Procesos que en gran medida han sido narrados y documentados por la actividad etnográfica, sólo que no se les entendió, señala Apadurai, como instancias de producción de lo local sino que se buscó más bien tipificar formas de lo social. Lo diverso se narró desde categorías como pueblo, comunidad, grupo, perdiéndose así el proceso activo de constitución de éstos. Lo local y el conocimiento de lo local era el estudio en pueblos y no de pueblos, como lo definió Geertz. Entonces lo local se volvió el fondo, el contexto y no se podría constatar que lo local también es fragmentario y que puede tener características de fragilidad en su constitución.

Appadurai no niega que lo local genere sus expresiones comunitarias. Él usa el término de vecindario para definir a los formatos sociales que emergen de una propiedad de la vida social. Los vecindarios son los espacios concretos en donde se reproduce la vida social, son los prerrequisitos para la constitución de los sujetos locales. Sin embargo son los locus donde la modernidad globalizada tiende a borrar sus límites, son espacios de disputa entre las fuerzas actuantes de la modernidad. Es allí donde las potencialidades destructivas del poder colonial actuaron, donde tienen asidero la imposición de las lógicas de los Estadosnacionales, donde impactan las fuerzas movilizantes de hombres y mujeres en los éxodos de la subsistencia, o donde los mass media encuentran a sus consumidores. Sin embargo estas fuerzas no han cancelado la producción de lo local, esta tendencia se mantiene e incluso es consustancial al propio devenir de las sociedades modernas.

El problema es que la grafía sobre lo local no ha podido desembarazarse de ciertos presupuestos semánticos de la etnografía. Esta última perfila los horizontes de la narratividad, determina la posibilidad de los usos de enunciados, conceptos y palabras, impone una complicidad con el lector (es decir aquel que consulta la etnografía para buscar las formas de lo local, según Appadurai) quien valida el documento debido a que en él encuentra la finitud de un grupo social o cultural. Para decirlo con Appadurai, se ha ponderado más la descripción de los vecindarios que de los procesos activos de la construcción local, y ello se debe a que nuestro recurso textual y narrativo es presa de sus propias estructuras, reglas e instituciones.

 

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1.   http://socio-anthropologie.revues.org/192 .

2.   http://seminariosocioantropologia.wordpress.com .

3. Toda investigación historiográfica se enlaza con un lugar de producción socioeconómica, política y cultural.

Implica un medio de elaboración circunscrito por determinaciones propias: una profesión liberal, un puesto de observación o de enseñanza, una categoría especial de letrados, etcétera. Se halla, pues, sometida a presiones, ligada a privilegios, enraizada en una particularidad. Precisamente en función de este lugar los métodos se establecen, una topografía de intereses se precisa y los expedientes de las cuestiones que vamos a preguntar a los documentos se organizan (De Certeau, Michel, 1999:69).

 

 

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