Introducción
La interpretación y caracterización del espacio agropecuario pampeano en Argentina han suscitado innumerables contribuciones y debates. Estos alcanzaron diferentes planos de la realidad social y económica, desde sus rasgos característicos observables hasta consideraciones antropológico-filosóficas sobre la naturaleza de las relaciones sociales que le dan organización y sentido.
Este espacio toma relevancia en la medida en que se observa allí uno de los rasgos característicos del subdesarrollo de América Latina. En particular, la idea de que la persistencia de relaciones tradicionales (precapitalistas o, más en general, no modernas) en el mundo rural, con la formación de oligarquías propietarias rentistas, limitaba o impedía el avance hacia una modernidad plena. Es decir, hacia la concreción de parámetros similares a los vistos en los países centrales noroccidentales en Europa y América. Carmen Sesto, en una polémica directa con esta idea, lo sentenció de este modo:
Aún hoy en día conserva una notoria acreditación en la historiografía rural pampeana, entre quieren encuentran en el régimen de tenencia de la tierra, que es su razón de ser, la traba más significativa para un desarrollo autónomo y para la generalización de relaciones sociales de producción capitalista. (Sesto, 2005, p. 25)
La revisión de Sesto no fue la única, por el contrario, es una entre muchas otras que pusieron en tela de juicio la hipótesis anterior. Susana Bandieri y Graciela Blanco hicieron una síntesis de los aportes historiográficos en relación al espacio agropecuario pampeano poniendo el punto de inflexión en torno al mismo asunto (Bandieri y Blanco, 1996), algo que retomará Roy Hora (2018, 2019) en su extensa caracterización del pensamiento sobre el agro argentino.
Más allá de los detalles, que en parte se analizarán a lo largo de este trabajo, puede verse que el problema del espacio agropecuario pampeano, como objeto de estudio historiográfico, no se limitó a una mera descripción de regularidades empíricas. Por el contrario, se pusieron en juego caracterizaciones sobre la naturaleza de las relaciones sociales que le dan organización y sentido, es decir, que lo sitúan como parte de procesos histórico de mayor alcance. En particular, su integración al modo de producción capitalistas o, de un modo más general, su desarrollo como un espacio socioeconómico moderno.
El trabajo se sitúa en el marco de esta problemática y se traza dos objetivos. Por una parte, analizar las principales perspectivas historiográficas sobre el agro pampeano argentino a la luz de distintos enfoques utilizados como referencias para evaluar su horizonte de formación y transformación histórica. Dichos horizontes de significación serán considerados, de un modo genérico, como diferentes formas de conceptualizar el proceso de modernización distinguiéndose tres perspectivas: la utilitarista, la marxista y la historicista-secularista.
Por otra parte, se busca mostrar cómo estas perspectivas introducen dificultades para poder captar el desarrollo de formaciones sociales específicas en la medida en que se apoyan en interpretaciones unívocas del proceso de modernización. Frente a ello, se analiza la opción de adoptar un enfoque conceptual alternativo que admita la posibilidad de múltiples modernidades como horizonte para la evaluación historiográfica del espacio agropecuario pampeano argentino. En este marco el trabajo introduce como hipótesis para investigaciones futuras que el proceso de formación histórica del espacio agropecuario pampeano puede ser estudiado en el marco de la convergencia y articulación de tres tipos alternativos de modernización presentes en América Latina: la barroca, la familiar-comunitarista y la ilustrada-naturalista.
El prisma de la modernización y de las modernidades
El trasfondo historiográfico sobre la formación de América Latina como una sociedad moderna con sus especificidades es, probablemente, uno de los temas más importantes y estudiados en el campo de las ciencias sociales. El caudal es ciertamente infinito y las referencias podrían agotar varios volúmenes. No obstante, puede mencionarse el reciente trabajo de Carlos Altamirano La invención de Nuestra América (2021), como un ensayo de reconstrucción de las grandes perspectivas que pensaron a América como una novedad histórica en el marco de un proceso general de modernización a escala mundial.
No se pretende aquí entrar en este asunto cuya complejidad excede ampliamente las posibilidades de este artículo y de los propios autores, sino sólo establecer un criterio general para estructurar las perspectivas que influyeron en la idea de la modernización de América Latina y que son relevantes para el estudio del espacio agro pampeano argentino. Costa (2019), por ejemplo, establece una distinción útil para este trabajo entre aquellas miradas a las que considera: evolucionistas (que irían desde el evolucionismo biologicista hasta la sociología de la modernización), dualistas (como la teoría de la dependencia), transmodernistas (basadas en el pensamiento decolonial) o, como un punto intermedio, adscriptas al enfoque de modernidades múltiples. En el caso de las perspectivas evolucionistas o dualistas, ellas tendrían marcos de referencia desarrollados fundamentalmente en el contexto europeo, aunque reconsiderados para captar la especificidad de América Latina. Por el contrario, las ideas transmodernistas y la perspectiva de modernidades múltiples abrirían un campo más amplio de posibilidades a la hora conceptualizar lo propio de América Latina.
Sin embargo, a diferencia del trabajo de Costa, aquí se pondrá el acento en las principales ideas que, proyectadas desde Europa, funcionaron como horizontes de comprensión histórica del proceso de modernización de América Latina y del espacio agroproductor pampeano argentino. En este caso se considerarán tres grandes perspectivas antropológico-filosóficas de origen europeo que han tenido particular importancia para el estudio de este espacio socioeconómico: la perspectiva utilitarista, con la economía marginalista como principal exponente; el amplio espectro de lecturas marxistas del proceso de modernización agraria; y, finalmente, las lecturas historicistas o secularistas de dicho proceso.
Así, sintéticamente, la concepción utilitarista puede ser distinguida por asumir como el sentido de la acción en la vida moderna a aquel descripto por la elección soberana individual con base en una estructura de preferencias dadas exógena y racionalmente organizadas (quizá la formulación de Samuelson, 1948, es la forma más pura de dicho planteo). Bajo la inspiración marxista, la idea de modernización remite a la extensión de las relaciones capitalistas de producción, y al trabajo abstracto socialmente necesario como el sustrato humano genérico que, aunque alienado en el capital, se proyecta teleológicamente como la necesidad futura a realizarse como trabajo libre (al estilo de la ontología del ser social definida por Lukács, 2015). La tradición historicista1 o secularista tendrá como referencia principal la idea weberiana de desmagificación del mundo en el desarrollo de relaciones de autoridad legítimas en diferentes momentos relacionales de la visa humana: desde la familia, el estado, el trabajo, la corporación, etc. (Hennis, 1983; Roth, 2015). Sin embargo, se asumirá en este caso que la ética protestante y el capitalismo europeo noroccidental constituyen la vía por la que el principio de secularización encontró el cause más profundo, exportando al resto del mundo el sistema mercantil capitalista y el estado burocrático como formas dominantes (ver, por ejemplo, el trabajo de Eduardo Weisz sobre la filosofía de la historia contenida en el pensamiento de Weber, 2011).
Estas ideas influyeron en la caracterización tanto del proceso de modernización de América Latina como del espacio agropecuario pampeano, sin embargo, no se trató de una mera aplicación mecánica de dichas hipótesis. Por el contrario, es posible observar un segundo clivaje definido según el modo en que las investigaciones consideraron la presencia y persistencia de realidades sociohistóricas que pueden ser interpretadas como opuestas al proceso de modernización impidiendo su pleno desarrollo o desarrollándose como formas combinadas. Este ha sido uno de los aspectos más tratados por la historiografía sobre el espacio agroproductor pampeano, tal y como se expresó en el punto anterior. Sin embargo, ello pudo haber eclipsado la influencia que los propios modelos de referencia sobre la naturaleza del proceso de modernización pudieron haber introducido a la hora de captar la especificidad delo ocurrido en América Latina.
Particularmente, aquí se propondrá como criterio general que las distintas perspectivas de referencia suponen un modelo único de modernización que conduce a una definición negativa de la especificidad del espacio que se pretende caracterizar. Es decir, que se trata de lecturas que observan una desviación, temporal o permanente, del modelo general proyectado para toda la humanidad. En la tabla 1, se resumen las tres perspectivas de referencia, que demarcan los criterios generales con los que, posteriormente, se evaluará la formación y la especificidad del espacio agropecuario pampeano argentino.
Tabla 1: Principales perspectivas de referencia sobre el proceso de modernización

Fuente: elaboración propia.
Finalmente, frente a ello, pueden oponerse las lecturas críticas que buscaron modificar estas ideas fundamentales sobre el proceso de modernización con base en dos grandes posibilidades. Por un lado, la crítica decolonial, reseñada por Costa como perspectivas transmodernistas, que rechazan la universalidad del proceso de modernización argumentando que hay en él una arbitrariedad intrínseca, eurocéntrica que es ajena a la realidad histórica de América Latina. Por otro lado, el enfoque de modernidades múltiples que, si bien conserva la idea de que el proceso de modernización supone una transformación antropológica general, rechaza su univocidad, admitiendo formas de modernización alternativas. En este caso, el trabajo explorará las posibilidades que este último enfoque brinda a la hora de elaborar una caracterización más precisa y, sobre todo, de carácter positivo o afirmativo, de las formas de modernización que convergen y se articulan en el espacio agroproductor pampeano argentino.
El espacio agropecuario pampeano bajo el prisma de la modernización
Para el caso argentino se han elaborado distintas síntesis de los aportes del pensamiento sobre la cuestión agraria, que recuperan contribuciones desde aquellas producidas al calor de la organización nacional en el siglo XIX hasta la actualidad (Barsky et al., 1992; Hora, 2019). Aquí, se pretende mostrar cómo algunas de las principales contribuciones, posteriores a la década de 1930, pueden ser comprendidas en relación con el esquema presentado previamente y con vistas a introducir el concepto de modernidades múltiples como un marco de referencia.
A fin de organizar la presentación se consideran dos momentos en el desarrollo del debate sobre la caracterización de espacio agropecuario pampeano argentino. Por un lado, aquel que va desde la década 1930, cuando la actividad agropecuaria entró en un proceso de estancamiento secular que se extenderá por aproximadamente tres décadas (Cadenazzi, 2012). En segundo lugar, la renovación historiográfica que se produjo sobre fines del siglo pasado a comienzos del siglo XXI, en el contexto de una recuperación y crecimiento de la actividad agropecuaria. A continuación, se presenta una síntesis de cada una de las tres perspectivas consideradas a la luz de estos dos grandes momentos en el proceso de desarrollo del espacio agroproductor pampeano argentino.
De la definición de los derechos de propiedad a las redes empresariales
Tómense el caso de la lectura marginalista de la evolución del espacio agropecuario pampeano. Un ejemplo clásico es el trabajo de Cortes Conde (1966) que pretende explicar la expansión agraria del siglo XIX y el estancamiento en 1930. Desde un punto de vista marginalista el autor desarrolla dos premisas esenciales: en la medida en que los derechos de propiedad se encuentren bien definidos (o los costos de transacción se reduzcan), entonces son los rendimientos de los factores los que constituyen la causa y el limitante del crecimiento. La disponibilidad o abundancia relativa es la que determina la evolución del producto sin prestar mayor atención a la orientación del excedente según su finalidad y espacio de valorización. El problema de la gran propiedad y el comportamiento rentístico no resultan relevantes para la valoración marginalista. Por el contrario, los derechos de propiedad bien definidos a partir de la relación de arriendo, habrían posibilitado el acelerado crecimiento de la productividad, mientras que los rendimientos marginales explicarían su retracción.
Si la definición de los derechos de propiedad permitió la expansión a fines del siglo XIX, en la segunda mitad del siglo XX, fue el cambio en la función de producción lo que puso en marcha la expansión reciente. El cambio tecnológico habría modificado la productividad relativa y total de los factores de producción. Esto habría supuesto, en primer lugar, un cambio en los niveles óptimos de utilización de aquellos y, en segundo lugar, un desplazamiento de la frontera de posibilidades de producción (Lanteri, 2019; Lema, 2015).
Sin embargo, en este contexto, se introdujeron conceptos adicionales para tratar de modo endógeno los procesos de cambio tecnológico operados en el espacio agropecuario pampeano. Esta endogeneización del cambio técnico se habría producido bajo la introducción ecléctica de premisas de carácter institucionalista y evolucionistas, la cuales tuvieron un amplio impacto en los estudios económicos de la innovación en general durante la década de 1990 y los 2000 (Bisang, 2003). Un ejemplo de ello es la idea de sistemas de innovación con formas organizacionales híbridas en el ámbito de producción agropecuaria.
Esto dio lugar a una trayectoria teórica y metodológica específica que complejizó el análisis basado en la función de producción marginalista y los derechos de propiedad bien definidos. Desde esta interpretación, la acción racional utilitarista prima allí donde las condiciones son propicias, es decir, donde los derechos de propiedad se definen con claridad, emulando la interpretación histórica de formación del capitalismo moderno de Douglas North y Robert Thomas (1978). Sin embargo, cuando se tramitan bienes de mayor complejidad como la creación y aplicación de nuevo conocimiento técnico, las formas de organización basadas en la cooperación, la confianza, la interacción creativa en un medio comunicativo, pero también la jerarquía y la planificación, asumen un rol clave para comprender los procesos de cambio tecnológico.
Los cambios ocurridos en la producción agropecuaria, en particular con el inicio del nuevo siglo, aceleraron la consideración de nuevas formas de organización híbridas. Incluso con el crecimiento de la economía agropecuaria empresarial, con racionalidad utilitarista sensible al sistema de precios, aparece la articulación de estos actores en redes de innovación que exceden estos comportamientos (Bisang, 2022). Estas observaciones abren el interrogante acerca de cómo se articulan estas racionalidades diferentes y de qué manera conservan sus atributos modernos frente a la lógica general utilitarista.
Oligarquía terrateniente, capitalismo agrario y formas combinadas
En el caso de las perspectivas marxistas las diferencias o variaciones internas resultan más pronunciadas, incluso con resonancias de debates europeos sobre la cuestión agraria, que separaban la visión clásica de Karl Kautsky del revisionismo de Alexander Chayanov (Alavi y Shanin, 1988; Baptista, 1998; Fleitas et al., 2020; Pérez Touriño, 1985). En el contexto argentino, los enfoques marxistas tensionaron el principio de modernización capitalista considerando la figura del gran propietario, su relación con la apropiación de rentas derivadas de la productividad diferencial del suelo pampeano, su relación con las unidades de producción de tipo familiar y el desarrollo de una fuerza de trabajo asalariado en el medio rural.
En términos generales puede distinguirse un gradiente de formas marxistas de interpretación del espacio pampeano según la caracterización de los grupos sociales que lo componen en relación con la realización efectiva del principio de modernización capitalista. Graciano ofrece una síntesis exhaustiva de estas posiciones que oscilaron entre dos tipos extremos: «(uno) de organización productiva a gran escala y otro que se convirtió en dominante (…) que consistió en un tipo idealizado de sociedad agraria, conformada por el pequeño productor» (2010, párr. 7).
En el primer caso, tanto la gran propiedad como la formación de unidades de producción de carácter familiar-comunitarista son considerados rasgos opuestos al desarrollo de las relaciones capitalistas de producción y de las fuerzas tecnológicas y productivas. En oposición se proyectó una visión basada en la producción a gran escala y la disolución de las relaciones de producción de tipo tradicional-familiar-comunitarista-personal, con inspiraciones en los procesos de reforma agraria llevados a cabo en la URSS a partir de 1928. Un ejemplo cristalino de este tipo de contribuciones es la de José Boglich que se pone en evidencia en su discusión con otras interpretaciones marxistas (Machuca, 2023; Volkind, 2022).
En el segundo caso, se consideró a la gran propiedad como aquella que concentra los atributos precapitalistas, retardatarios, improductivos o parasitarios, disfuncionales con la acumulación de capital en el espacio agropecuario pampeano. Por el contrario, la pequeña propiedad e incluso la persistencia y combinación con organizaciones productivas familiares, no sería una traba para el desarrollo de la modernización capitalista. Estas formas combinadas no sólo pueden persistir, sino que además tienden a hacerlo como rasgos propios de la vida rural agropecuaria americana. Es decir, el modelo farmer que Nicolas Repetto observó como horizonte para la pampa argentina en su visita a Iowa (Graciano, 2010, párr. 40).
Este modelo se proyectó como un proceso de modernización en una pluralidad de aspectos teniendo por horizonte el papel de la educación tecnocientífica y las formas de organización asociativas. Desde los primeros aportes de Germán Avé Lallemant a fines del siglo XIX, hasta la icónica obra de Jacinto Oddone (1956), a la que Carmen Sesto (2005) da un lugar central como articuladora de la perspectiva condenatoria de la gran propiedad de la tierra, se construyó en la práctica un sentido común de interpretación del proceso de modernización capitalista del espacio agroproductor argentino proyectando una república, democrática y asociativa de pequeños productores propietarios. Pueden ubicarse allí otros autores como Antonio Borras o Mariano Vélez (Graciano, 2010; Martocci, 2013), quienes exaltaban los atributos de los colonos y productores en relación con los propietarios terratenientes. Incluso esta línea entronca también con las lecturas de inspiración maoísta que, en términos sintéticos, reconocen en la producción familiar, las bases antropológicas de un modo de producción post capitalista o al menos en tensión con la relación de explotación que se desarrolla bajo el modo de producción capitalista en su forma pura (Lissandrello y Sartelli, 2018; Rubio, 2018).
Conviene finalmente introducir un matiz relevante, observado por Barsky et al. (1992) y más recientemente por Martínez Mazzola (2018), acerca de lecturas de marxistas relevantes como Juan B. Justo y el ya mencionado Nicolás Repetto. Si bien sus interpretaciones se orientaban a la formación de un capitalismo farmer, no atribuían a la gran propiedad rasgos precapitalistas que debieran ser respondidos mediante un programa de expropiaciones. Por el contrario, consideraban la relación de arriendo como un modo ajustado a las relaciones capitalistas de producción, pero en condiciones de negociación asimétricas y con la presencia de incentivos a la especulación financiera. Frente a ello, promovieron intervenciones impositivas orientadas a mejorar las condiciones de negociación de los arrendatarios y desestimular la orientación especulativa de la posesión de la tierra.
Esta lectura tendrá cierta continuidad en autores marxistas como Ernesto Laclau o Guillermo Flitchman, que observaban en la gran propiedad las razones de un capitalismo agrario mutilado, donde los propietarios no eran capaces de alcanzar «su condición de clase» (Graciano, 2022, párr. 16), dado el acceso fácil a una desproporcionada renta diferencial. Puede resumirse, en definitiva, como la formación de un capitalismo agrario disfuncional a la acumulación de capital, pero donde las relaciones capitalistas de producción tienen plena vigencia.
Estos grandes lineamientos en las lecturas marxistas del espacio agro pampeano mantuvieron sus rasgos esenciales ante las transformaciones observadas entre fines del siglo XX y comienzos del XXI. En términos generales, los mismos fueron observados como una expansión de las relaciones capitalistas de producción (Sartelli y Kabat, 2009). Pero también, en este marco, se hizo una evaluación crítica de las interpretaciones del capitalismo pampeano de fines del siglo XIX y de la crisis de 1920-1930 (Sartelli, 1993, 1997).
Sin embargo, la expansión de las relaciones capitalistas de producción no supuso la lisa y llana desaparición de las relaciones familiares o comunitarias, o la presencia de actores con poder de mercado o la incidencia de relaciones estatal-burocráticas en su organización. Ciertas lecturas, por ejemplo, insisten en la presencia de relaciones precapitalista en el agro sobre la base de la apropiación de la renta agrícola diferencial en base a la propiedad de la tierra y en colisión con el Estado que interviene con derechos de exportación y manipulación del tipo de cambio (Carrera, 2018). Otras, por el contrario, observan en las relaciones familiares modos de organización social que no se reducen a meras expresiones de la explotación capitalista, sino que incluso entran en tensión con ella (Azcuy Ameghino, 2016).
Modernización y desarrollo del espacio agropecuario pampeano
Si bien es posible encontrar antecedentes remotos, la perspectiva historicista o secularista adquiere mayor claridad y coherencia en el proceso de formación de las ciencias sociales en América Latina y con la llegada de referentes europeos exiliados como José Medina Echavarría (traductor de Max Weber), Francisco Ayala de España, Gino Germani de Italia y Emilio Willems de Alemania (Alcántara et al., 2017; Blanco, 2006, 2007, 2008; Escobar, 2017).
Un ejemplo significativo de su explícita formulación puede encontrarse en la Cepal, donde se asumió que la formación de una clase media rural extensa, materializada en el proceso de colonización agrícola del espacio pampeano suramericano, constituye una clave para superar el estancamiento secular y el subdesarrollo. En términos generales, se observó allí una fuerza de secularización social, cultural, política, económica y tecnocientífica, en oposición a las relaciones de dependencia personal de tipo tradicionales que persistían combinadas tanto en el espacio rural como urbano como rasgo típico de la sociedad dual del subdesarrollo (Cepal, 1963; Medina Echavarría, 1955, 1963).
El productor-propietario, familiar-capitalista cumplía diferentes funciones clave en relación al proceso de modernización: proveía los excedentes alimentarios indispensables para el desarrollo industrial en condiciones técnicamente intensivas; orientaba los excedentes a la formación de capital, incluso destinándolos al espacio nacional, en oposición al drenaje de excedentes provocado por el proceso de modernización por imitación del consumo de las elites propietarias -lo cual constituye una de las principales características de la condición periférica analizada por Prebisch (1981)-; se evitaba la migración a las grandes ciudades y la formación de segmentos poblacionales insertos en actividades de baja productividad urbana; pero fundamentalmente contribuía a secularizar las relaciones tradicionales arraigadas en el mundo rural que se extendían al espacio urbano en un sistema de lealtades personales locales, pero anidadas.
En este contexto puede leerse, por ejemplo, el programa de reformas agrarias incorporadas en la Alianza para el Progreso, y todo el conjunto de instituciones creadas con la concurrencia de organismos de orientación panamericana. Ejemplos claves son el Instituto Latinoamericano y del Caribe de Planificación Económica y Social (Ilpes), donde tuvieron particular importancia las ideas estructuralistas sobre el proceso de modernización y desarrollo territorial (Franco, 2015). Pero también el Comité Interamericano de Desarrollo Agrícola que publicó en 1965 un documento que expresa con claridad esta línea de interpretación, reforzada por los aportes de Horacio Giberti y Aldo Ferrer, tal y como lo resume Barsky en un balance sintético posterior (1988). Puede sumarse a este tipo de contribuciones la hecha por James Scobie (1963), quien observará de forma tajante que «los campos y fronteras de la Argentina no estructuraron ninguno de los fundamentos políticos o sociales de una nación moderna» (p. 127). Precisamente, por el modo en que el régimen de propiedad, la relación de arriendo y, en general, la orientación del sistema económico en su conjunto arrincona, aísla e incluso excluye al productor colono. En consecuencia, puede verse allí una idea principal: las formas combinadas de relaciones familiares-comunitarias con las capitalistas no fueron interpretadas como formas tradicionales opuestas al principio de secularización. Por el contrario, eran la modalidad predilecta de modernización en oposición a los grandes terratenientes latifundistas, las cuales sí, al menos en principio, eran consideradas como el reservorio de relaciones tradicionales de dependencia personal.
Sin embargo, esta perspectiva vivirá una reorientación en torno a la década de 1960 en donde progresivamente la idea una modernización incompleta basada en la persistencia y combinación con rasgos tradicionales perderá fuerza. Las ya mencionadas Susana Bandieri y Graciela Blanco (1996), en su reconstrucción de la historiografía agraria argentina, encontrarán allí una clave de interpretación. Las autoras tomaron como referencia, primero, las contribuciones de Bejarano (1969) y Gallo (1969), incorporadas en la icónica obra de Halperín Donghi y Di Tella, Los fragmentos del poder y posteriormente, el trabajo de Jorge Sábato (1979), los cuales se orientan, precisamente, a mostrar el carácter moderno del sistema de producción agrícola y ganadero aún con su particular estructura social. Se produce por lo tanto una reconsideración de la figura mítica del terrateniente y las autoras sitúan allí las contribuciones de Eduardo Míguez (2016), Hilda Sábato (1987; 1989) y Raúl Fradkin (1993; 1997).
Las transformaciones tecno productivas que se iniciaron torno a la década de 1960 sirvieron de contexto a esta reorientación del enfoque secularista. El crecimiento tanto de la figura del contratista agrícola, como de la unidad de producción familiar, tecnificada y con capacidad para arrendar y ampliar su escala, se produjo en una estructura socioeconómica compleja incluso en un marco de creciente protagonismo las redes globales y financieras del agronegocio (Teubal, 2001, 2008).
En la década de 1980 estas transformaciones fueron observadas por Coscia, Piñero y Obschatko (Barsky et al., 1992) y posteriormente analizadas en profundidad por una amplia variedad de autores que colaboraron con el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA, creado en 1942 e integrado en la OEA en 1948 como el organismo especializado en agricultura) y el Centro de Investigaciones Sociales sobre el Estado y la Administración (Cisea) (Barsky, 1988). El enfoque secularista tendía a abandonar la idea de que esta relación jurídico-económica era la causa fundamental del estado de estancamiento y retraso en el proceso de modernización del espacio pampeano. Se puso en tela de juicio la afirmación de que en ella anidaban elementos tradicionales o precapitalistas, sino que, por el contrario, también actuaban bajo formas seculares de la conducta económica. La revisión historiográfica avanzó en este sentido en el nuevo siglo (Barsky y Djenderedjian, 2012; Míguez, 2017; Sesto, 2005) e incluso se intensificó en el marco del conflicto agropecuario de 2008 por la resolución 125 (Barsky y Dávila, 2012).
El desarrollo de nuevos actores no implicó la lisa y llana desaparición de la unidad de producción familiar sino su reconversión y, en todo caso, la emergencia de nuevos puntos conflictivos. Productores propietarios que amplían su escala bajo arrendamiento, pequeños propietarios que arriendan y se radican en el sistema de ciudades del espacio pampeano, el desarrollo de agentes contratistas de maquinaria y servicios, sistemas de innovación de mayor complejidad y la integración a lógicas de acumulación a escala global con un perenne componente financiero. Estos cambios fueron interpretados como una adopción más profunda de los patrones de vida modernos en el sistema de ciudades intermedias en el espacio pampeano, con el crecimiento del sector de los servicios, el incremento del nivel educativo, formas de consumo similares a la de las grandes ciudades y la conexión cultural y comunicacional con los centros urbanos nacionales y mundiales en el medio rural (Albaladejo et al., 2018; Finola y Maldonado, 2017; Manzano y Velázquez, 2015; Picciani, 2019). Sin embargo, ello no significa que la conflictividad haya sido superada, pues las condiciones de negociación frente a capitales con un alto grado de movilidad (Teubal, 2001) y el peso de los alquileres persisten renovados como tensiones en la disputa por el excedente agropecuario.
Como puede verse, las distintas perspectivas articulan una matriz conceptual básica y, simultáneamente, una amplia variedad de adaptaciones mediadas por la idea de modos combinados y la incorporación de nuevas realidades empíricas o evaluaciones de cambios históricos. En la tabla 2 se resumen algunas de las variaciones mencionadas en este apartado tomando como criterio general la distinción entre aquellas que observan una valoración positiva o negativa en relación con las formas combinadas. No obstante, todas conservan conceptos básicos sobre el proceso de modernización que persisten como criterios de evaluación en última instancia. En el próximo apartado se buscará reconsiderar dichos conceptos abriendo el campo de posibilidades a la idea de que el proceso de modernización puede admitir una multiplicidad de formas diferentes en aspectos esenciales.
El espacio agropecuario pampeano y las modernidades múltiples
A pesar de las evidentes diferencias que separan a las perspectivas analizadas, ellas comparten al menos un aspecto relevante. Sintéticamente, en los tres enfoques predomina, aunque por razones diferentes, una lectura unívoca del proceso de modernización, es decir, que su realización o materialización sólo admite una modalidad con la cual acaba identificándose. En la interpretación utilitarista el sustrato antropológico moral es aquel que proyecta el individuo soberano dotado de unas preferencias exógenas racionalmente organizadas. En el marxismo, el trabajo alienado en la forma mercantil movilizado por la acumulación de capital y, finalmente, la lucha de clases. En el historicismo, una sociedad secularizada organizada en sistemas urbanos de mediana densidad, con predominio de clases medias, medianos productores propietarios, hilvanados por vínculos familiares-comunitarios, en condiciones equilibradas de participación a la vida económica, cultural y política, podría ser considerado como el modelo dominante.
En este contexto, es posible identificar al menos tres dificultades estructurales que estos esquemas enfrentan a nivel conceptual y que, en rigor, son casi equivalentes entre sí.
En primer lugar, estos modelos tienen dificultades para alcanzar una definición positiva de la especificidad del proceso de modernización de América Latina en general y del espacio agropecuario pampeano en particular. Lo propio se define de un modo negativo, es decir, por la combinación con formas premodernas que impiden su plena realización, o por modalidades corruptas intervenidas por una voluntad exterior de tipo política o cultural, o por formas modernas disfuncionales o mutiladas que limitan su capacidad de desarrollo.
En segundo lugar, estas lecturas se ven ante la necesidad de optar por opciones polares de moderno-no moderno, frente a estructuras sociales que persistentemente integran rasgos diferenciados a nivel cultural, económico, político e incluso religiosos. Frente a la existencia de grupos sociales diferenciados que se articulan en la vida social, estos enfoques deben optar por trazar una diferencia radical (moderno-no moderno) o una equivalencia radical (modernidad plena pero disfuncional).
Finalmente, en tercer lugar, estos enfoques tienden a ver en un grupo social específico los atributos de la genuina modernización y, por lo tanto, se tiende a caracterizar dichos grupos como realidades puras y no contaminadas por los procesos sociales más generales de formación de la realidad nacional o incluso latinoamericana. En este sentido, la interacción del núcleo moderno de la sociedad con el resto se vuelve más difícil de conceptualizar cuando en rigor se trata de realidades que interactúan, se integran y modifican mutuamente.
Frente a estas dificultades la idea de modernidades múltiples puede ser útil para ampliar el horizonte de posibilidades y reconocer en el espacio pampeano, no una, sino una convergencia, combinación y tensión entre diferentes formas de modernización. La idea de modernidades múltiples fue introducida por Shmuel Eisenstadt a comienzos del presente siglo (Eisenstadt, 2000). Allí opuso a la idea genérica de la modernidad, proyectada desde pensamiento social europeo, la persistencia de una pluralidad de culturas organizada en torno a particularidades contingentes incluso evolutivas que darían contenido específico a las distintas formaciones sociales. Eisenstadt incluso tomó el continente americano como ejemplo de un proceso histórico en el que las modernidades múltiples se hicieron presentes, oponiendo el ethos igualitario de los Estados Unidos y ethos jerárquico de América Latina como formas de modernidad opuestas (Eisenstadt, 2013).
El concepto de múltiples modernidades no está exento de dificultades. Por el contrario, se encuentra a la vista el problema de que, en la medida en que se sostenga el término modernidades, las alternativas deben compartir algo que las sitúe en dicho horizonte común. Cómo definirlo y cómo compatibilizar ello con una pluralidad de formas, no reciben una clara definición y menos aún en el marco de una interpretación evolutivo-culturalista donde lo contingente es colocado en oposición a la univocidad del proceso de modernización. Volker H. Schmidt subrayó esta dificultad observando la debilidad de las variaciones culturales en relación con la centralidad y generalidad de ciertas instituciones modernas. Para este autor una aproximación que considere las variedades de un mismo proceso histórico, constituye una perspectiva más adecuada (Schmidt, 2006).
No es posible desarrollar aquí el detalle de esta polémica, pero sí es preciso establecer qué es lo que da cierta unidad o conmensurabilidad al proceso de modernización y en qué planos se producen sus variaciones o formas alternativas. En este sentido, se sostendrá que el proceso de modernización, en contraste con el orden social no moderno, introduce una mediación general en la sociabilidad humana, según la cual se afirma una condición humana genérica o universal de la que ya no es posible desprenderse. Esta condición humana genérica cambia su definición y asume formas antropológicas diferentes, pero en las sociedades modernas siempre alguna forma de genericidad de lo humano tiene vigencia como mediación en las relaciones sociales que rigen particularmente las relaciones de poder y autoridad.
En este contexto, puede sostenerse que, en el caso de las lecturas europeas del proceso de modernización, se ha tendido a confundir la necesidad de una condición humana genérica con la aceptación de un tipo de genericidad particular. Todos son, en el fondo, sujetos utilitaristas, trabajadores libres alienados, seres humanos secularizados. Frente a ello, la idea de modernidades múltiples puede ser definida como la pluralidad de formas en las que la condición humana genérica adquiere particularidad, como realidad antropológica e histórica, dando respuesta a un interrogante concreto: ¿en qué aspecto somos humanos genéricos y en qué forma eso interviene mediando y produciendo formas de unidad y diferenciación y, por lo tanto, relaciones de poder y autoridad particulares?
Si bien se trata de una pregunta general y de hondas consecuencias conceptuales, se ha asumido a lo largo de este trabajo que este interrogante está presente en las distintas lecturas desarrollas sobre la formación y especificidad del espacio agro pampeano argentino. Sin embargo, no suele presentarse de forma explícita, dado que se trata de un interrogante que se responde previamente, asumiendo una forma de referencia no problematizada. La opción que se sigue aquí es la opuesta. La apertura de este interrogante permite considerar la posibilidad de diferentes formas antropológicas del proceso de modernización a la manera de influjos de largo plazo que van moldeando nuevas modalidades, incluso propias y específicas, del espacio latinoamericano en general y del agro pampeano en particular.
A fin de desarrollar un esquema alternativo de modalidades múltiples de modernización, se optará por establecer un contrapunto con la forma utilitarista proyectada desde las naciones europeas noroccidentales. En este sentido, en primer lugar, se distinguirá este ethos utilitarista de la idea de modernización mestiza o «barroca» cuya estructura antropológica hunde sus pilares en la cosmovisión católica de la condición humana genérica, heredera del desarrollo del imperio español en América. No es posible desarrollar aquí, con profundidad y detalle, la particularidad de este tipo de modernización, pero sí algunos de sus rasgos esenciales a partir de ciertas referencias. Si bien esta modulación ha sido tratada por diferentes autores (para una síntesis de las principales contribuciones relativas al significado del término es posible ver el trabajo de Marcelo González, 2012) y no es posible extraer una única y definitiva definición, sí pueden definirse ciertos contrapuntos con el ethos protestante con el objetivo de clarificar los aspectos centrales de su significado. Bolívar Echeverría (2011), por ejemplo, se refiere a la modernidad barroca, ubicándola como una entre múltiples modalidades culturales de aceptación y asimilación del proceso de acumulación capitalista. La forma barroca, definida por su oposición y resistencia vía la creación de mundos imaginados alternativos, tendría centralidad en el proceso de modernización latinoamericano (p. 179). Sin embargo, para este autor ésta sigue siendo una modalidad particular de un proceso general de expansión global de las relaciones capitalistas de producción, como contenido de la modernización compartida a escala mundial.
Por otra parte, Pedro Morandé también tomará el barroquismo católico como referencia para introducir una forma de modernización particular. En este caso, considerará al sincretismo religioso y el mestizaje (cultural y biológico) bajo la universalidad trazada por la condición católica, como un ethos moderno que sería propio y original de América Latina. Sin embargo, para Morandé, este sería el único y verdadero ethos latinoamericano en oposición directa a la modernización ilustrada que, proveniente desde fuera en los siglos XVIII y XIX, vendría a corromper y destruir el sustrato cultural de América Latina (Morande, 1987).
Estos conceptos mantienen un parecido de familia con ideas trazadas por Emilio Willems, quien se concentró en los procesos de asimilación cultural como creadores de nuevos patrones de conducta y cosmovisiones (Willems y Casanova, 1944; Silveira, 2009), y en función de ello trató la integración de la inmigración centro europea en las regiones agroproductoras del sur de Brasil (Willems, 1946). Sin embargo, resulta necesario dar mayor precisión al modo en el que el mestizaje barroco americano se pone en juego como un principio específico de genericidad humana mediando en el proceso de integración y diferenciación social que se distingue, por ejemplo, del ethos utilitarista europeo noroccidental.
En este sentido, se asumirá que, en términos generales, si para el ethos utilitarista de la modernidad capitalista, toda persona es en última instancia un individuo con deseos soberanos, a la manera de un ser humano genérico sintiente, para el ethos de la modernidad barroca o mestiza, toda persona sería, en última instancia, un individuo cognoscente, es decir, una consciencia soberana. Luego, el pasaje del estado de naturaleza hacia la sociedad civil, en el mito utilitarista se produce con la sanción de una ley que tiene por objetivo limitar el cumplimiento de los deseos soberanos y el desarrollo de una guerra de todos contra todos. En el segundo caso, el pasaje del estado de la naturaleza al de la sociedad civil se produce a través de la sanción de un sistema de tutelajes educativos, con el objetivo instruir y dotar al individuo del conocimiento que le da libertad de elegir. Ello introdujo una forma particular de genericidad humana, condensada en la subjetividad cognoscente, dando legitimidad al proceso masivo de mestizaje en América hispana. En definitiva, la unidad jurídica hispana se basó en la suposición de que todas las almas serían capaces de conocer al único dios mediante el mensaje bíblico, e integrase jurídicamente, de este modo, como súbditos de un mismo rey.
A diferencia del ethos utilitarista, donde el individuo con deseos soberanos se enfrenta directamente a la ley que lo limita, el individuo cognoscente entra en un sistema de mediaciones institucionales que definen jerarquías con deberes, derechos y garantías. De allí brotó un complejo sistema de diferencias sociales y materiales de jerarquías orgánicas, visibles y naturalizadas, muchas veces definidas por la particularidad cultural y racial, pero también por la posición en el sistema de producción económica. Esta tensión será un atributo perenne de las relaciones de autoridad que oscilan entre la desigualdad de castas y la igualdad de almas.
Sobre la base de esta definición, es posible caracterizar un amplio espectro de relaciones sociales presentes en la formación histórica de América Latina, así como también del espacio agropecuario pampeano argentino, las cuales, de otro modo, hubiesen sido consideradas como relaciones premodernas. Esto puede ser visto en dos componentes socioeconómicos opuestos pero de gran relevancia como sujetos sociales de aquel espacio: tanto en el gran terrateniente, para quien la propiedad cumple una función no sólo económico-especulativa, sino también de estatus y jerarquía, como en la población mestiza quien aportó su fuerza de trabajo bajo una relación de disciplinamiento, de dependencia y, simultáneamente, de tutelaje personal.
Pero el ethos utilitarista también puede ser distinguido de una forma alternativa de modernización a la que puede denominarse como familiar-comunitarista, predominantemente centroeuropea, fuertemente influenciada por la reforma protestante. Esta comparte muchos de sus rasgos con la conocida caracterización de Weber en su Ética protestante y el espíritu del capitalismo), y que llegó al espacio productor agropecuario sudamericano vía el proceso de colonización agrícola en el siglo XIX. Esta modulación del proceso de modernización también asume una condición humana genérica como mediadora de las relaciones de autoridad, pero su definición se produce en términos fenotípicos exteriores, tanto físicos como culturales. La condición humana genérica, en otras palabras, se apoya en un sentimiento simpático primario de parecido físico-comportamental cuya concreción material se produce en la vida cotidiana de grupos que se identifican entre sí como miembros de una comunidad fundamentalmente étnica. En este caso, a diferencia del ethos utilitarista, donde la ley es externa al deseo soberano, aquí la ley es internalizada como un conjunto de exigencias impresas en la subjetividad de sus miembros que son vivenciadas como responsabilidades recíprocas entre individuos.
En este modo de ser del proceso de modernización se producen ciertas simetrías en las condiciones materiales necesarias para establecer comportamientos recurrentes similares. La pequeña propiedad, la combinación entre propiedad, trabajo y relación familiar en el seno de las unidades de producción son un ejemplo característico. Pero también la identificación y homogeneidad cultural, religiosa e incluso racial, que tiene como contracara una diferenciación social tajante con el otro exterior al grupo étnico. Evidentemente, la colonización agrícola trajo este tipo de influjo cultural que incluso se proyectó, en muchos casos, como forma genuina y preferente de la modernización agrícola en las pampas suramericanas.
Si bien estas formas de modernización fueron expuestas en relación al ethos utilitarista, más conocido y asimilado como subjetividad moderna prototípica, no resulta redundante introducir aclaraciones adicionales sobre esta particular modalidad. Naturalmente, el utilitarismo también supone un tipo particular de genericidad humana. Esta es concebida a partir de la idea del individuo como criatura natural sintiente, por lo que es posible denominarla como una concepción ilustrada-naturalista de dicha condición genérica. En este caso, la igualdad no tiene límites particulares, ni fronteras, ni delimitaciones, y se materializa a escala mundial como un egoísmo antropológico genérico organizado en el sistema de propiedad privada. Sin embargo, esta forma de modernización depende de una desigualdad igual de profunda y genérica, derivada de la misma propiedad. En particular se trata de la desigualdad que supone la posibilidad de que un individuo o, al menos, su actividad vital productora, pueda ser la propiedad de otro. Desde la esclavitud al trabajo asalariado, se despliega el tipo de contradicción propia de esta forma de modernización, pero puede extenderse más allá en el sistema de apropiación especulativa de la naturaleza y de las actividades humanas. La valorización financiera de la tierra, el sistema comercial y de valores, normalmente ubicado en los centros portuarios como nexos con el capital internacional, constituyen el punto neurálgico de penetración de esta forma de modernización en América y que tendrá un papel necesario en la formación del espacio agroproductor.
Estas tres formas de modernización no son variedades de la expansión capitalista, son procesos sociales y antropológicos que se definen por sí mismos y que involucran a la totalidad de las dimensiones de la vida humana. Algo similar a lo que Gabriel Kozel (2019) llamó el enfoque civilizacional para América Latina. Sin embargo, la dificultad estriba en que no basta con presentar las modernidades alternativas como formas superpuestas del proceso de formación del espacio agropecuario pampeano, sino que lo central se halla en poder describir los modos en que se articulan, entran en tensión, se combinan y evolucionan.
Uno de los puntos particularmente importantes al respecto se observa en la tensión que estos procesos provocan sobre los modos en que se organiza la propiedad y el reparto de los frutos de la actividad humana sobre ella. La relación entre la gran propiedad del terrateniente, su valorización financiera, el modo de explotación en base a una relación de arriendo y la mediación estatal que sanciona y conserva la propiedad y puede regular las posiciones de negociación, constituye un capítulo que puede ser interpretado en relación con el encuentro de estos tres influjos culturales.
Sin embargo, esta dinámica inicial desencadena un movimiento que no cesa. La ocupación y apropiación de tierras que requiere la implantación de la colonia agrícola comunitarista, así como también el aumento de la capacidad de compra de los productores arrendatarios, suponen el desarrollo de una tendencia secular a la división de la propiedad, a la consolidación del sistema de ciudades del interior pampeano y a una reversión de la relación de arriendo. Simultáneamente, la intensificación de los componentes financieros, tecnológicos, comerciales y logísticos redimensiona las relaciones entre los productores en el espacio rural y los centros urbanos en donde se planifica y controla la provisión de dichos servicios. El componente barroco, por su parte, persiste abigarrado con los centros urbanos, en una dialéctica con las masas populares que se movilizan como migrantes internos y en la conservación de posiciones de influencia en las instituciones económicas, políticas y culturales, públicas y privadas. En definitiva, los cambios en los sistemas agroproductores pampeanos, no supone la lisa y llana desaparición de estas modalidades de la vida moderna. Pero sí implican transformación y combinación con el desarrollo de especificidades que deben aun clarificarse o incluso madurar históricamente.
Evidentemente, esta breve síntesis no pretende abandonar o rechazar los aportes realizados por la historiografía agraria reseñada, sino sólo mostrar un matiz en el modo de interpretar sus principales observaciones y aprovechar las contribuciones que ampliaron el horizonte conceptual sobre los procesos de modernización para enriquecer el estudio sobre formación, desarrollo y especificidad del espacio agroproductor pampeano argentino.
Conclusiones
Una de las conclusiones que puede deducirse de los argumentos aquí desarrollados es que las investigaciones sobre la formación y especificidad del espacio agropecuario pampeano no pueden desconectarse de su evaluación hermenéutico-comprensiva relativa al proceso de modernización. Este horizonte condiciona el modo en que se interpreta el significado social e histórico de los sujetos que componen dicho espacio y las relaciones que lo estructuran. Sin embargo, las principales perspectivas sobre el proceso de modernización que fueron consideradas encontraron un límite en su naturaleza univoca.
La idea de modernidades múltiples fue introducida con el objetivo de superar este limitante y se propuso que, en el contexto latinoamericano, el espacio agropecuario pampeano argentino puede ser considerado como el producto de tres formas de modernización: la barroca, la familiar-comunitarista y la ilustrada-naturalista.
Cada una de estas formas de modernización fue definida no sólo por su contenido, sino también puestas en relación con sujetos socioeconómicos específicos que se desenvolvieron en el espacio agroproductor pampeano argentino. La gran propiedad terrateniente y el trabajo rural del mestizo americano, la colonización agrícola, y el sistema comercial, financiero-inmobiliario proyectado desde las ciudades portuarias, conformaron un sistema interconectado con bases culturales diferentes enlazadas en procesos de modernización alternativos: barroco, comunitarista, ilustrado-naturalista, respectivamente. Los mismos sujetos que fueron objeto de caracterización por parte de las investigaciones sociales analizadas, aquí fueron considerados como portadores de relaciones modernas, aunque en modalidades alternativas, diferenciadas por concepciones antropológicas sobre la condición humana genérica que todo proceso de modernización introduce.
Esto, sin embargo, constituye a penas un punto de partida pues la riqueza del análisis brota en los modos en que estas modalidades se combinan y evolucionan en contextos tecnológicos, institucionales y geográficos particulares. A partir de allí pueden proyectarse investigaciones orientadas a observar lógicas producidas por la combinación de estos agentes y culturas, con el objetivo de componer modelos cada vez más realistas sobre el desarrollo de este espacio en el contexto nacional, sudamericano y mundial.
Pero, por otra parte, la idea de múltiples y combinadas formas de modernización facilita el estudio de los horizontes culturales, políticos y socioeconómicos que germinan en el espacio agroproductor argentino y que tienen la capacidad para proyectarse en otras escalas. En otras palabras, constituye un marco de referencia útil para el análisis de los proyectos sociales y políticos que entran en pugna en el espacio agroproductor y que pretenden incidir en el plano nacional interviniendo en su transformación y desarrollo. Las diferentes formas de modernización pueden suponer horizontes socioculturales opuestos y en abierto conflicto, de modo que, conocer la manera en que pueden proyectarse y articularse resulta relevante para comprender el rol que el agro pampeano ha tenido en la historia social, económica y política de la Argentina, así como también en la construcción de su futuro.















