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Revista de Ciencias Sociales

versión impresa ISSN 0797-5538versión On-line ISSN 1688-4981

Rev. Cien. Soc. vol.35 no.51 Montevideo dic. 2022  Epub 01-Dic-2022

https://doi.org/10.26489/rvs.v35i51.8 

Artículo

Estrategias de enfrentamiento de la estigmatización territorial. Etnografía en una población de Santiago de Chile

Strategies against territorial stigmatization. An ethnographic research in a southern neighborhood of Santiago, Chile

Estratégias de enfrentamento da estigmatização territorial. Etnografia em uma população do sul de Santiago do Chile

1Universidad de Chile, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Psicología. Email: marruiz@uchile.cl


Resumen

El presente artículo discute los resultados de una etnografía realizada en una población periférica de Santiago, Chile, cuyo propósito fue conocer las estrategias de los residentes para enfrentar el estigma territorial. Los hallazgos muestran que los pobladores responden construyendo diferencias simbólicas que les permiten distinguirse del resto, al aplicar a otros similares los estigmas que reciben del exterior. Esta estrategia es utilizada en la comparación con personas del mismo barrio y cuando se cotejan con poblaciones similares, y es destacable que no se realiza con personas o barrios de otros grupos socioeconómicos. Se concluye que la potencia de los efectos de la estigmatización y la segregación socioterritorial les dificulta la posibilidad de construir una imagen propia que los valorice, sin recurrir a la desvalorización de otros similares.

Palabras clave: segregación urbana; estrategias de autoprotección simbólicas; exclusión social

Abstract

This article discusses the results of an ethnography carried out in a disadvantaged neighborhood located in Santiago, Chile. The purpose of the research was to know the strategies used by its residents to address territorial stigma. The results reveal that they respond to the stigma by building symbolic differences that allow them to distinguish themselves from the rest, by applying to others the stigmas they receive from the outside. This strategy is used in the comparison with people from the same neighborhood and when comparing with similar quarters, being noteworthy that it is not carried out with people or neighborhoods from other socio-economic groups. It is concluded that the force of phenomenon like stigmatization and socioeconomical segregations makes it difficult for them to build an image of themselves that values them, without resorting to devaluating similar others.

Keywords: urban segregation; symbolic self-protection strategies; social exclusion

Resumo

Este artigo discute os resultados de uma etnografia realizada em uma comunidade periférica localizada em Santiago, Chile. O objetivo desta investigação é reconhecer as estratégias utilizadas pelos residentes para lidar com o estigma territorial. Os resultados mostram que os moradores respondem ao estigma a través da construção de diferenças simbólicas que lhes permitem distinguir-se de outros moradores, projetando neles os estigmas que eles mesmos experimentam. Esta estratégia é maiormente utilizada ao comparar-se com outros moradores da mesma comunidade, mas não assim na comparação relativa às pessoas ou bairros de outros estratos socioeconômicos. Em síntese, é possível afirmar que a estigmatização e segregação social e territorial experimentada pelos moradores dificulta a construção de uma autoimagem positiva sem a desvalorização de outros semelhantes.

Palavras-chave: segregação urbana; estratégias simbólicas de autoproteção; exclusão social

Introducción

Santiago de Chile comparte con otras ciudades de América Latina la concentración de grupos de alta riqueza en una zona situada cada vez más lejos del centro, y una vasta área periférica de emplazamiento de población de bajos recursos socioeconómicos (Sabatini, 2003; Romero et al., 2012). Esta característica, reforzada durante décadas por las políticas de vivienda (Hidalgo, 2007), ha tenido como consecuencia la expulsión de la población pobre a los márgenes urbanos, mal conectados con el resto de Santiago y altamente vulnerables. Junto con ello, la década de los noventa fue testigo del auge del tema de la seguridad ciudadana, focalizado en el aumento del temor y de los delitos, asociados por el discurso hegemónico a las llamadas poblaciones1 (Ruiz-Tagle, Álvarez y Salas, 2021; Sibrian y Reyes, 2019). Lo señalado ha constituido un escenario propicio para que quienes las habitan sean objeto de lo que ha sido denominado estigma territorial, es decir, la atribución de inferioridad y peligrosidad por el solo hecho de vivir en uno de estos barrios (Wacquant, 2007).

Si bien existen estudios, tanto en Chile como en otros países, que han constatado que los moradores de estos territorios no son ignorantes de la imagen que de ellos se tiene y que albergan la sensación de ser discriminados y minusvalorados (Sabatini, Cáceres y Cerda, 2001; Cornejo, 2012; Kessler, 2012; Bayón, 2012, 2015), muy poco se sabe de las experiencias y prácticas a través de las cuales enfrentan la estigmatización de la que son objeto.

Considerando este vacío de conocimiento, el presente artículo discute resultados de una investigación etnográfica realizada entre los años 2010 y 2011, en una población ubicada en la zona sur de Santiago de Chile, segregada socioeconómicamente y muy estigmatizada, a la que denominaremos La Parva.2 El propósito de la investigación fue conocer las prácticas y construcciones de sentido a través de las cuales los pobladores hacen frente al hecho de vivir en un barrio con dicha carga simbólica. La persistencia de condiciones estructurales tales como la desigualdad, la segregación y la estigmatización de los habitantes de barrios populares permite decir que, pese al tiempo transcurrido desde la realización del terreno de la investigación, los resultados y la discusión que de ellos se desprende se muestran del todo actuales para comprender el fenómeno de interés.

Estigmatización territorial y estrategias de enfrentamiento

Distintos autores han llamado la atención sobre el hecho de que, en lo concerniente a las ciudades latinoamericanas, la segregación urbana es un fenómeno asociado a la exclusión social (Massey y Denton, 1988, citado en Rasse, 2016). Esto en la medida en que es la resultante de las decisiones de un grupo con mayor poder y estatus, que tiene por consecuencia la concentración espacial de un grupo de menor estatus, respecto del cual busca diferenciarse el primero (Marcuse, 2005, citado en Ruiz-Tagle, 2016;Saraví, 2008).

Esta dimensión de la segregación es la que rescatan Sabatini, Cáceres y Cerda (2001) cuando señalan que un territorio puede considerarse segregado porque recaen sobre él estigmas que generan fronteras simbólicas respecto del resto de la ciudad, donde son las creencias dominantes acerca de lo que es indeseable las que convierten a un grupo subordinado en objeto de estigma (Link y Phelan, citados en Cornejo, 2012) y no las características “objetivas” del territorio o de sus habitantes. Esta territorialización del estigma vendría a reforzar privaciones individuales y colectivas ya existentes, funcionando como confirmadora y perpetuadora de las desigualdades sociales y de poder (Wacquant, 2007; Kessler, 2012).

No obstante, los mecanismos de dominación a través de los cuales los estigmas y desigualdades estructurales toman cuerpo aparecen opacos, presentándose como visiones del mundo objetivas y atribuciones legítimas respecto de grupos subordinados, dinámica llamada por Bourdieu violencia simbólica (2001). Esta dinámica de poder es la que permite que los territorios estigmatizados y sus habitantes sean construidos como un “otro”, donde las carencias materiales se asocian con faltas morales que se expresarían en sus formas de vida. Estos estereotipos negativos y límites simbólicos entre “nosotros” y “ellos” limitan su acceso a diversas oportunidades y recursos (Bayón, 2015), generando perjuicios acumulativos a causa de lo que ha sido denominado “discriminación estructural”, es decir, una discriminación institucionalizada, que va más allá de las voluntades individuales (Kessler, 2012).

Si bien las etiquetas territoriales de las que hemos hablado acarrean carencias, discriminación y exclusión social, exhiben una diferencia fundamental con otros tipos de estigmas: mientras que en la mayoría de estos la cualidad considerada negativa es inseparable de los individuos, en el caso del estigma territorial la característica denigrada no corresponde a un rasgo físico, a creencias o a estilos de vida compartidos. Es por ello que Emcke (2000) llama la atención sobre el hecho de que, en este caso, lo que tienen en común aquellos que son estigmatizados es la experiencia de la injusticia y la discriminación, más no una autodefinición de lo que son. Son las cualidades atribuidas al territorio las que se aplican a los habitantes, por lo que pueden escapar de esta condición al marcharse de él.

En concordancia con lo anterior, Loïc Wacquant (2007) evidenció que los habitantes de barrios estigmatizados intentan desmarcarse de las valoraciones negativas del territorio implementando estrategias para evitar ser identificados con el lugar: no revelar sus direcciones, no invitar gente a sus hogares y cambiarse de residencia en cuanto les es posible. Aún más, llevan a cabo lo que el autor denomina “denigración lateral”, es decir, aplican los estigmas a sus vecinos, buscando magnificar la diferencia que con ellos existe. Estudios posteriores han confirmado estos hallazgos, agregándose la redirección del estigma sobre extranjeros y jóvenes delincuentes (Slater, 2017; Urteaga, 2012).

En el caso de América Latina, aunque los estudios sobre barrios populares son numerosos, las investigaciones específicas en la materia son muy escasas. Entre aquellas que muestran un parentesco temático con nuestro asunto de interés encontramos la de Moctezuma (2017), que analizó los significados asociados a conjuntos urbanos en Ixtapaluca, México. Los resultados de su investigación muestran la construcción de diferencias simbólicas tanto con los habitantes de colonias populares cercanas como con sus propios vecinos, con la finalidad de legitimar su estatus, al costo de descalificar a quienes son señalados como los “otros”. Estos últimos son identificados como “los no propietarios”, los jóvenes que no trabajan ni estudian y los habitantes de las colonias populares, quienes, por corresponder a conjuntos habitacionales más pobres, cargan con la marca de ser “sospechosos”. Al respecto y como señala Bayón (2012) en relación con resultados similares para el caso de Chimalhuacán, también en México, en un contexto de desigualdad, discriminación y exclusión social, no es extraño que los mismos pobres compartan los prejuicios de las clases medias y altas. Este discurso, denominado “patológico”, tendería a concordar con las imágenes negativas provenientes del exterior, expresando vergüenza, temor y frustración por vivir en el barrio. Otros dos discursos serían el normalizador y el desafiante, el primero de los cuales corresponde a la idea de que en el barrio sucede lo mismo que en todos lados y el segundo, a la lucha por generar una imagen positiva del territorio (Kessler, 2012; Kessler y Dimarco, 2013).

Es precisamente esta última una de las estrategias implementadas por habitantes de La Pintana, en Santiago de Chile, para enfrentar la estigmatización, intentando cambiar la imagen del barrio a través del incentivo de la participación en actividades colectivas realizadas en espacios públicos. Una segunda manera de combatir el estigma es la denuncia de la injusticia de ser etiquetados todos del mismo modo, sin comprender la diversidad de formas de vida que existen en contextos vulnerables (Cornejo, 2012), cuestión que también señalan Kessler y Dimarco (2013) para el caso de jóvenes de sectores populares en Buenos Aires.

Metodología

La investigación se realizó con enfoque etnográfico y el trabajo de terreno fue llevado a cabo en dos períodos de seis meses durante los años 2010 y 2011. Con la finalidad de establecer una relación cotidiana con los pobladores, la investigadora se estableció en el barrio de modo permanente, arrendando una habitación a una familia. Esta decisión vio su origen en la desconfianza que producía en los vecinos ver deambular ocasionalmente a una desconocida, ya que se trata de un barrio en que la mayoría de la gente se conoce, al menos de vista. Esto constituyó un punto de inflexión en el establecimiento de vínculos con los habitantes del barrio, pues para muchos de ellos estar dispuesto a vivir en sus mismas condiciones es una muestra de la capacidad de compromiso (Boumaza y Campana, 2007).

En concordancia con el enfoque etnográfico, la principal técnica de producción de información utilizada fue la observación participante, partiendo por observaciones generales, a través de la atención flotante, para luego centrarse en fenómenos más precisos (Geertz, 2003). La información obtenida por medio de la observación fue complementada con 16 entrevistas en profundidad a pobladores, de más de una sesión cada una de ellas, con variaciones de edad, ocupación y el sector de la población en el que habitaban, con la finalidad de tener distintas perspectivas acerca de los temas tratados (Tabla 1).

En los siguientes apartados se incluyen citas textuales de las entrevistas, identificadas con el seudónimo de la persona entrevistada, y del cuaderno de terreno, señaladas con la abreviación CT y la fecha aproximada.

Tabla 1: Personas entrevistadas 

Seudónimo Edad Zona de la población Ocupación
José 73 Norte Cerrajero no calificado
Gaby 40 Centro-sur Electricista no calificada
Matilde 70 Norte Jubilada
Marcela 70 Centro Ama de casa
Camilo 32 Sur Obrero no calificado
Felipe 28 Sur Obrero no calificado
Andrea 33 Sur Ama de casa
Víctor 35 Sur Chofer de ambulancia
Gema 65 Sur Trabajadora de casa particular
Ana 60 Norte Ama de casa
Mario 60 Centro-sur Recolector de cartón y botellas
Pedro 54 Sur Comerciante feria libre
Alan 50 Sur Sin trabajo fijo, jubilado
Juan 55 Centro Obrero no calificado
Lía 28 Sur Secretaria
Sandra 65 Sur Comerciante feria libre

Fuente: Elaboración propia.

El caso estudiado: la población La Parva

La población en la que se realizó la presente investigación tuvo su origen en una toma de terreno en la periferia sur de Santiago, en los años setenta, apoyada por el Partido Comunista. Pese a ello, y a que su alta organización la convirtió en una de las poblaciones emblemáticas de la lucha contra la dictadura militar, hoy se encuentra entre los denominados barrios “críticos” (Atisba, 2010). Con ellos comparte como características una alta segregación socioeconómica, deficientes infraestructura urbana y acceso a servicios, así como altos índices de vulnerabilidad social y presencia de tráfico de drogas. Asimismo, hablamos de zonas con difícil acceso a transporte público, en que las instituciones públicas no se hacen presentes y las privadas se niegan a prestar servicios por temor a ser objeto de robos (Atisba, 2010; Frühling y Gallardo, 2012; Ruiz-Tagle et al., 2016; Ruiz-Tagle, Álvarez y Salas, 2021).

Si bien en principio se trató de un barrio construido en la periferia de la ciudad, hoy en día, con el crecimiento de esta ha quedado incluido en la estructura de la urbe, aunque ello no impide que hablemos de una zona segregada inserta en una extensa área de pobreza. Lamentablemente, pese a su similitud con las poblaciones aledañas, este barrio de poco menos de siete mil habitantes es señalado por sus vecinos como un lugar especialmente peligroso y pobre, cargando con un estigma a nivel local y nacional (Atisba, 2010; Hogar de Cristo, 2018).

Respecto de la vinculación de los habitantes con el resto de la ciudad, estos experimentan una suerte de aislamiento, ya que tienen pocos vínculos con otras zonas y sus residentes y, dadas las condiciones de movilidad cotidiana de aquellos que se desplazan por razones de trabajo, cuando cuentan con tiempo libre, lo emplean en la población (CT, octubre-noviembre de 2010).

Cotidianamente, se ven muchos indicios de esta condición de aislamiento y segregación socioeconómica. Uno de ellos es el hecho de que en el barrio casi todos se conocen y no es común que nuevos vecinos se muden a él, como tampoco lo es salir de este. Esto lo confirma un dirigente social, al explicar su motivación para realizar campamentos para los jóvenes del barrio: “(Fue) por los cabros, que no salen nunca, y por eso mismo también, inconscientemente, se van encerrando en la población” (CT, octubre de 2011).

El “encerrarse en la población” del que habla este dirigente no solo alude a un fenómeno geográfico, sino también -y por sobre todo- a un sentido subjetivo. Según él, y algunos pobladores que han tenido la oportunidad de frecuentar otros ambientes, la mayoría de los habitantes del barrio solo conocen los modos de vida que observan allí y, tal como lo han señalado otros estudios (Barreira, 2009; Isla y Mancini, 2008; citados en Kessler y Dimarco, 2013), salir puede ser muy difícil y amenazante. El relato de otro poblador nos confirma esto:

Antes yo no salía de aquí, si aquí la gente no sale de la población (…) yo no salía de aquí, me daba miedo (…) pasaba aquí no más, me paraba en la esquina, yo aquí era el rey, estaba metido en el vicio (droga), pero me propuse una meta (…) y cuando conseguí un trabajo salí y conocí otro mundo y me gustó. (CT, noviembre de 2010)

Mas, a pesar del aislamiento y las condiciones de habitabilidad descritas, numerosos habitantes del barrio guardan cariño por este. Muchos de ellos pertenecen a las primeras generaciones que se instalaron en el terreno, para quienes el hecho de haber visto nacer el barrio desde los frágiles asentamientos que constituían el campamento ha significado establecer un fuerte vínculo afectivo con la población. Asimismo, el sacrificio que implicó materializar el sueño de tener su propia casa también se convierte en una razón para permanecer allí.

Otro aspecto valorado, en este caso por habitantes más jóvenes que nacieron en el barrio, muestra la cara positiva de la falta de movilidad existente descrita previamente. El hecho de que las familias se mantengan allí por generaciones permite que los pobladores vean a los niños del vecindario convertirse en adultos y a estos sentirse reconocidos por su entorno: “me gusta que la gente te reconozca, (uno) se siente reconocido como tal, terrible de reventao (refiriéndose a consumir alcohol y drogas), y la gente me ve y me dice ‘estay cambiao, hueón, estay mejor ahora, más gordito’” (Entrevista a Camilo).

Ahora bien, pese al cariño que muchos pobladores manifiestan por el barrio, existen no pocos que evalúan la posibilidad de irse, ya que los aspectos negativos de este terminan pesando más en su evaluación. Entre ellos destacan que el narcotráfico se haya instalado como un medio de subsistencia legítimo y la disponibilidad constante de drogas que induce a los jóvenes al consumo, redundando en que estos no quieran involucrarse en actividades sociales que mejoren las condiciones de vida en el barrio.

Finalmente, la ambivalencia afectiva que existe hacia la población la expresa muy gráficamente un habitante, al manifestar que si tuviera mucho dinero hermosearía y “limpiaría” La Parva, refiriéndose tanto a la basura que se observa en las calles como a la gente que para él ha hecho de este un lugar desagradable:

Compraría toda La Parva (…) la limpio, traigo gente, lo pinto, lo dejo bonito (…) a mí me gustaría que esto cambiara, pero con otra gente, porque los departamentos igual no son malos, la historia de esta población es súper bonita, es una historia espectacular (…) y me gustaría comprarle (los departamentos) a todos los que están ensuciando la población. (Entrevista a Víctor)

Estigma territorial y diferenciación

El estigma territorial del que se ha hablado lo ha experimentado una gran mayoría de los pobladores, ya sea porque los familiares que habitan en otros sectores de Santiago temen venir de visita pues, en palabras de una vecina, “lo que ven en la tele les asusta” (Entrevista a Andrea), porque no les dan crédito en los bancos o, entre otras cosas, porque no les dan trabajo.

En numerosas oportunidades esto se enfrenta a través del ocultamiento del lugar de residencia. Es el caso de Víctor, quien habiendo comenzado estudios técnicos en un instituto profesional privado, se cuidó siempre de no revelar dónde vivía, por temor a ser discriminado, señalando la comuna o alguna avenida cercana como puntos de referencia. Gema, por su parte, quien se desempeña como trabajadora de casa particular en el sector adinerado de la capital, relata que lo resolvió dando su dirección, pero sin entregar ninguna otra seña que permita saber que habita en una población, pues pondría en riesgo su trabajo. Como se observa en la siguiente cita, los habitantes de barrios estigmatizados no solo son visualizados como gente que vive en condiciones precarias, sino también como portadores de carencias morales (Bayón, 2015):

No, no sabe dónde yo vivo (refiriéndose a su empleadora). Tiene la dirección por supuesto, pero no sabe dónde queda. ¡Nooo! ¡Y no va a venir ella para acá!, si ella habla todos los días de (…) “que los poblacionales” (…), nosotros somos lo último. (Entrevista a Gema)

Es por ello que si bien estas prácticas de ocultamiento muchas veces se realizan solo con fines estratégicos, otras tantas están ligadas a sentimientos de vergüenza por habitar en la población y a un desprecio por esta y sus habitantes. Nuevamente, Víctor, quien se desempeñó como monitor de actividades culturales de la Municipalidad, señala que ya no cree que se pueda operar un cambio en lo que denomina “la cultura de la basura y del grito”: “Hay que estar constantemente con ellos (refiriéndose a los pobladores), detrás de ellos, darles plata para que se vistan mejor, pero apenas uno se va, vuelven a lo mismo” (CT, octubre de 2010). En su opinión, lo que describe le ha decepcionado y lo ha alejado “aún más de este lugar” (CT, octubre de 2010).

Pese a que los habitantes del barrio saben que las generalizaciones negativas sobre los pobladores no son ni acertadas ni justas, ya que han vivido esta forma de discriminación, no logran evitar realizar ellos mismos ese tipo de juicios, como se ve en el comentario de Víctor, donde los trata como si fuesen un todo homogéneo. Algo similar expresa otra habitante del barrio, cuando señala que jamás ha tenido una pareja que viva allí, pues considera que son todos “muy ordinarios, muy cumas (vulgares), puros volaos y curaos (drogadictos y borrachos)” (CT, octubre de 2010). De este modo, construyen una comparación que los distancia simbólicamente del resto de los pobladores y los ubica en el polo positivo del balance, reproduciendo así en el interior del barrio la estigmatización de la que son objeto de parte de actores externos.

La misma operación realiza Gema, quien previamente relatara la negativa opinión que tiene su empleadora de “los poblacionales”. Para Gema, los pobladores tienen hábitos nocivos, referidos a la suciedad y la negligencia respecto del espacio en el que habitan. En sus palabras: “Son cochinos, no les interesa tirar para arriba. El domingo barrí, regué, y hoy día ya está todo cochino: los puchos (colillas de cigarrillos) que los tiran para abajo, las basuras, hasta botellas de jugo de litro” (CT, noviembre de 2010). Aquí la comparación adquiere una cualidad tópica, siendo “abajo” el lugar de la basura, de donde no son capaces de salir “tirando para arriba”. Este acto de distinción entre ella y el resto de los habitantes es sostenido en numerosas ocasiones, tomando otras formas, como por ejemplo “acá” y “allá”. El “acá” del cual, según su relato, ella y su hijo se diferencian, es contrastado con un “allá” que se ubica en más de un lugar, aunque siempre lejano de la población. Uno de estos emplazamientos es el centro de Santiago, donde su hijo sueña vivir con los amigos que ha conocido en su trabajo como barman de un pub:

Mi hijo me dice que le da vergüenza invitar a sus compañeros de trabajo acá: “¿para qué?”, me dice (…), “¿para que vean la mugre, los perros? Y tiene razón (…) él lo único que quiere es tener su departamento en el centro con sus amigos”. (CT, noviembre de 2010)

Un segundo emplazamiento de este “allá” es el barrio en que ella trabaja, ubicado en el sector adinerado de la ciudad, denominado informalmente “el barrio alto”. Esto se hace evidente en el relato de una situación ocurrida recientemente, en que una de las vecinas de Gema sacó a pasear a su perro y este defecó al lado de la puerta de su casa:

Yo le dije: “allá en el barrio alto” (…) salen con el perro, con una palita, una escobillita y una bolsita (…), dejan que haga caca y limpian con la palita y la escobilla (…), se llevan la bolsita hasta su casa y ahí la botan. En cambio acá uno se encuentra con caca de perro por todos lados (…), ¡si somos cochinos! (…) por eso allá en el barrio alto nos miran como cochinos, mediocres, porque somos mediocres. (CT, noviembre de 2010)

Aquí, como se señaló previamente, el “allá” corresponde al barrio alto, donde los habitantes, según ella, se comportan de un modo muy distinto. No obstante, no solo se observa una operación de distinción simbólica respecto de sus vecinos, sino que al situarse bajo la mirada de este “allá”, es decir, de los habitantes del barrio alto “que los miran como cochinos y mediocres”, Gema termina por incluirse en los de “acá” y, a su pesar, compartir las características negativas de las que buscaba diferenciarse. De este modo, se podría decir que el precario equilibrio de la diferenciación simbólica falla, evidenciando la interiorización del estigma.

Sectores y fronteras territoriales

Las distinciones simbólicas que realizan los habitantes no solo los involucran a ellos individualmente, pues también levantan criterios para distinguir sectores en el barrio, diferenciándolos por el origen de sus habitantes, el nivel socioeconómico, el nivel de peligrosidad, entre otros.

Una primera zona identificada por ellos es la denominada “casas azules”, en razón del color de las construcciones originales. Situada en el extremo sur, es caracterizada por muchos como el área con más delitos y narcotráfico de la población y, aunque no se cuente con cifras oficiales que confirmen los rumores, se opera como si fuesen ciertos, pues esa “mala fama” lleva a que se aísle la zona y se estigmatice a sus habitantes. Mas, probablemente en una operación de autodefensa, los pobladores de casas azules destacan la proximidad y el respeto que reina en su sector, a diferencia de lo que sucede en otros: “Aquí la gente es amable, ‘buenos días, vecino’, y cada uno en su casa, nadie se mete en los asuntos del resto (…), no es como al centro de la población, en que si tú vas, te faltan el respeto, hasta da miedo que te roben” (CT, diciembre de 2010).

Este fenómeno de defensa del propio sector ocurre frecuentemente en esta y en otras zonas del barrio. Y lo inverso, es decir, la atribución de particularidades negativas a otros sectores a los que no se pertenece, también es algo común. Como señalan Ruiz (2019) y Bayón (2015), esta distinción entre peores y mejores lugares en un contexto de violencia y marginalidad opera como un mecanismo simbólico de desapego de vecinos y conocidos, redirigiendo hacia otros el discurso que homologa habitar en ese lugar con una carencia moral.

Un segundo sector en el que se observa lo descrito es el de los denominados “dúplex”, llamados así pues consisten en departamentos de dos pisos. Habiendo ocupado las primeras edificaciones en la población, destinadas inicialmente a las familias que se encontraban en el campamento, sus habitantes nunca han tenido una relación fluida con el resto. Se los tilda de tener mejores condiciones económicas y de mirar con desprecio a los demás pobladores, lo que en algunos casos es cierto. Por ejemplo, una pobladora de este sector describe del siguiente modo la diferencia con el resto del barrio: “toman en la noche (…), aquí todo el mundo se acuesta, echamos llave, apagamos las luces y nos acostamos, y para allá está todo el mundo en la calle, entonces ahí hay una diferencia de comportamiento” (Entrevista a Ana). Según ella, esto es un indicio del mal vivir de los habitantes del barrio que, entre otras cosas, dejan que sus niños permanezcan hasta muy tarde en las calles.

Finalmente, en el centro del barrio se encuentran los denominados “blocks”, urbanizaciones construidas para albergar a los comités de allegados que ocuparon el territorio en los años setenta. A diferencia de casas azules y los dúplex, que son zonas más pequeñas, los blocks no son identificados como una unidad, ya que corren a lo largo de toda la población. De este modo, las divisiones según “peligrosidad/seguridad”, “buenos/malos hábitos” y otros adjetivos posibles para calificar a un lugar y sus habitantes, se hacen más movedizas que en los casos anteriores. Así, mientras un vecino, cuando llegué a vivir allí, me presentó nuestro sector como “el barrio alto de la población”, la dueña del local de abarrotes cerca de casa lo describió de la siguiente manera: “esos vecinos son terribles (…), todos se llevan mal. Le tenían puesto un nombre aquí… el infierno, así le decían, que los de aquí se llevan mal con los de allá, los de acá con los de aquí” (CT, diciembre de 2010). Ese mismo nombre, “el infierno”, es utilizado en más de una oportunidad para designar otros sectores conocidos por la cantidad de narcotráfico y muertes que allí han ocurrido.

Como se ve, habitualmente los adjetivos negativos se utilizan para aquellos sectores que no incluyen la propia vivienda y, por ende, al poblador que enuncia la evaluación. Con ello, los habitantes buscan reafirmar su dignidad situándose en el extremo positivo de la comparación que realizan, a través de la designación de los errores, la vulgaridad, la peligrosidad o cualquier otra característica negativa asociada a otros sectores de la población o sus habitantes, construyendo distancias microlocales entre ellos.

Comparación barrial y distinción social

Como se aprecia hasta aquí, los pobladores buscan diferenciarse como individuos, asignando a otros a una categoría moralmente reprobable, o como integrantes de un sector de la población, juzgando al resto por su adscripción territorial. Este mismo proceso se lleva a cabo considerando el barrio en su conjunto, comparándolo con otras poblaciones.

La siguiente situación resulta ilustrativa de ello: Gina (la mujer con la que vivo) y yo3 hemos ido a la población contigua. Mientras caminamos de vuelta a La Parva, nos cruzamos con una camioneta que vende agua gasificada. Gina le pregunta al conductor si irá a vender a La Parva, pues ella querría comprar. Recordándole con su respuesta cuál es la imagen que se tiene del barrio, la mujer que va de copiloto le contesta: “¿Ahí donde están los blocks?/ Gina: Sí / Mujer: No, porque nos asaltan y nos roban las botellas”. Noto que al escuchar esto Gina me mira de reojo, imagino que para ver mi reacción. El vendedor accede a entrar en La Parva cuando ella le dice que nosotras iremos en la parte posterior, para cuidar que nada suceda.

Mientras vamos en la camioneta, Gina me comenta que la mujer que va de copiloto es muy parecida a una “tipa” que llegó a trabajar a una empresa de aseo donde ella fue empleada: “Cuando llegó casi nos morimos. Era súper cuma (vulgar). Hablaba picá a chora,4 igual que esta cabra”. Un tiempo después, la mujer habría robado algo, siendo descubierta. “Venía de un lugar súper pelúo (peligroso) (…) de la (nombre población)5 parece”, mencionando una de las poblaciones contiguas (CT, octubre de 2010).

En esta escena es posible apreciar que lo dicho por Gina condensa varias reacciones al comentario despectivo de la mujer acerca de los blocks. En primer lugar, compara a la vendedora con una mujer vulgar que resulta ser una ladrona, es decir, con alguien que no está en condiciones de juzgar si los blocks son o no un buen lugar para vivir. En segundo lugar, declara que la mujer ladrona provenía de un lugar peligroso, que podría ser uno de los barrios vecinos, buscando con ello diferenciarse de estos y contestar el estigma que se le atribuye a La Parva.

Las comparaciones no se detienen en los sectores aledaños. Con frecuencia incluyen a otras poblaciones que son consideradas “barrios críticos”, valorándolas por sus modos de vida y, por sobre todo, por su peligrosidad. Ejemplo de lo primero es la opinión de Víctor, a quien viéramos previamente emitiendo juicios negativos sobre La Parva, quien reivindica la convivencia entre los habitantes, al compararla con otros barrios similares que ha conocido al desempeñarse como chofer de ambulancia:

Siempre me fijo en las diferencias de una población a la otra. Y bueno, esta no es tan mala como se ve (…), hay sectores peores. Una vez fuimos a ver a un paciente allá a (nombres de calles), pero allá es competencia de quien tiene la música más alta, y acá eso antes se veía, ahora el tema de la música no se ve tanto. (Entrevista a Víctor)

En relación con el segundo criterio de valoración, la peligrosidad, llama la atención el hecho de que para realizar este juicio se recurra frecuentemente a lo que se observa sobre otras poblaciones en la televisión, replicando el gesto que me relatara una vecina que señalaba que sus familiares no la visitan, pues lo que ven en los medios les asusta. Así, esa misma vecina comenta que ha escuchado gente que indica a La Parva como un lugar muy peligroso, y agrega: “igual es un poco malo, pero nunca tan malo como otros lados que han mostrado (…), por ser cuando muestran en la tele los balazos, que la gente no puede dormir allá en (nombre población)” (Entrevista a Andrea). En la misma línea, Gina, al ver en la televisión una redada que la Policía de Investigaciones realizó en otro barrio crítico, señala que “debe ser terrible vivir en una población conflictiva” (CT, octubre-noviembre de 2010), dando a entender que La Parva es distinta.

Finalmente, en un movimiento de exculpación de la población, Gema -a quien anteriormente viéramos calificar de sucios y mediocres a los habitantes de La Parva-, comenta de la siguiente manera un suceso delictivo acaecido recientemente en el barrio y que ha salido en los medios de comunicación:

Vinieron a matar a este joven a La Parva, y los que lo mataron tampoco eran de La Parva, o sea La Parva paga el pato (el costo) (…). Siempre dicen “¡Uy!, la población La Parva”, como si fuéramos todos malos aquí (…), si aquí, cuántas muertes han ocurrido que no son de acá, han sido de allá fuera y vienen a cometer la muerte acá dentro y después se lavan las manos como Poncio Pilato y la población La Parva queda más marginada todavía. (Entrevista a Gema)

Si se considera lo señalado por Bayón (2012), referido a que los estigmas generan percepciones contradictorias, que oscilan entre las representaciones negativas sobre el lugar y la negación de los estereotipos, se hace comprensible lo que hemos visto hasta aquí: no solo se aprecian opiniones positivas y negativas sobre el barrio, sino que muchas veces son los mismos pobladores quienes las emiten, dando cuenta del intento por desafiar las representaciones dominantes acerca del lugar y, al mismo tiempo, de la dificultad que existe para hacerlo.

Discusión

Los resultados de la investigación nos permiten observar que el estigma es recibido a través de la relación de los habitantes con el exterior, cuando solicitan trabajo, a través de su empleador o por los medios de comunicación, siéndoles devuelta la imagen de ser personas indeseables, sin que medie ningún análisis respecto de las costumbres y los valores que pueden diferenciar a los pobladores entre sí. De este modo, a partir de las creencias dominantes acerca de lo que es despreciable, se los trata como un grupo homogéneo y se los convierte en objeto de estigma.

Como se dijera previamente, una de las características de los habitantes de territorios estigmatizados es que no necesariamente constituyen un grupo y que lo que tienen en común es el hecho de ser etiquetados de modo injusto y denigrante, más no una autodefinición de lo que son. En consecuencia, los pobladores responden resistiendo a las tentativas internas y externas de ser vistos como una unidad indiferenciada (Emcke, 2000). Para ello, y coincidiendo con lo descrito en los antecedentes, los participantes del estudio implementan estrategias para no ser identificados con el lugar que habitan o expresan deseos de abandonar el barrio, aunque, dada la movilidad residencial existente, esto sea muy difícil.

Ahora bien, las prácticas desarrolladas no solo impactan en sus relaciones con el medio externo al barrio, sino que también moldean las relaciones dentro de este. Ello en la medida en que los pobladores construyen simbólicamente diferencias internas, levantando juicios que les permiten distinguirse del resto, situándose en el polo positivo de la comparación. Esto coincide con lo que se ha descrito para otros barrios estigmatizados, tanto en Europa como en América Latina, y que Wacquant (2007) denomina “estrategias de autoprotección simbólicas”, a saber: la distanciación mutua entre los pobladores, a través de la acentuación de las diferencias, aplicando a los habitantes del barrio los juicios negativos que se reciben del exterior, lo que es apreciable en las distinciones morales respecto de los modos de vida de otros pobladores, a los que califican de sucios, vulgares o como personas de mal vivir. Esto también coincide con lo descrito por Bayón (2012, 2015) respecto a que, en contextos de criminalización y etiquetamiento negativo de los sectores vulnerables de la sociedad, estos acaban por internalizar una visión desvalorizada de sí y reproducir los estereotipos de los que son objeto.

En el caso estudiado, las distinciones y atribuciones negativas no se realizan únicamente en el plano individual, sino también a partir de una identificación territorial con el sector en que se habita, convirtiendo la evaluación en una comparación intergrupal. Se advierte este mismo fenómeno cuando los habitantes cotejan La Parva con otras poblaciones con similares características, inclinándose siempre por el propio barrio. Aquí se observa que lo que se ha descrito como “denigración lateral”, es decir, la aplicación de los juicios negativos a otros habitantes del barrio, se amplía, involucrando no solo a individuos, sino a grupos territoriales. Al respecto, adquiere sentido la idea de que los habitantes de un barrio estigmatizado se relacionan de modo ambivalente con las imágenes recibidas de ese espacio residencial, integrando valoraciones positivas y negativas en relación con él (Bayón, 2012; Kessler, 2012). Así, mientras en un movimiento se desprecia al territorio y sus habitantes, en otro se lo reivindica, dando cuenta tanto de la internalización de las imágenes dominantes como de la dificultad de hacerles frente.

Ahora bien, es destacable que casi la totalidad de las comparaciones se realicen con habitantes del mismo barrio o de barrios similares y no, por ejemplo, con barrios de otros grupos socioeconómicos. Es posible pensar que esto se ve alimentado por el aislamiento relativo de la población, esto es, escasa movilidad cotidiana y social, y bajo contacto de los habitantes con personas de otros grupos socioeconómicos, configuración socioterritorial que propiciaría que las comparaciones y atribuciones de diferencias morales se realicen con otros similares, ya sea con aquellos que pertenecen al mismo barrio o a barrios semejantes. A esto se suma lo descrito como violencia simbólica, es decir, el mecanismo a través del cual las desigualdades estructurales aparecen normalizadas, devolviendo a aquellos sobre quienes recae el estigma una imagen de que son culpables de su propia situación, ejemplificado en el gesto de Gema cuando señala que los pobladores son vistos como cochinos porque son cochinos.

La fuerza de esta constante recepción de una imagen desvalorizada de sí mismos y de otros similares sería tal, que les dificulta la posibilidad de resistir al estigma construyendo una imagen propia que los valorice sin recurrir a la desvalorización de otros similares. De este modo, la acumulación de distintas violencias, tales como la segregación, la discriminación y la estigmatización, no solo termina por estrechar los límites territoriales de quienes las sufren, sino que también empobrecen el universo simbólico del que disponen para pensarse a sí mismos y al resto. Lamentablemente, las dinámicas predominantes de enfrentamiento del estigma minan los lazos sociales y la posibilidad de enfrentar en conjunto las violencias que se les imponen, obstaculizando la identificación recíproca en torno a problemas comunes.

Considerando lo dicho hasta aquí, resulta de la más alta relevancia para pensar hoy en día los barrios críticos y trabajar en ellos y con sus habitantes, considerar que las relaciones intra- e interbarriales responden en gran medida a fenómenos que exceden la dimensión microterritorial y que tienen que ver con relaciones de poder y dominación sostenidas en el tiempo. No obstante, impactan directamente en manifestaciones sociales como la convivencia vecinal, la solidaridad e incluso la creación de lazos de amistad, atravesadas por la capacidad de representarse positivamente a sí mismos y a los otros. Por ende, en la medida en que logremos problematizar y cuestionar las imágenes discriminatorias y estereotipadas acerca de los sectores vulnerables de nuestra sociedad, estaremos contribuyendo a crear una sociedad que les permita ensanchar el mundo material y simbólico que habitan.

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Nota: Soledad Ruiz Jabbaz: Doctora en Sociología, Universidad de París. Académica del Departamento de Psicología de la Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile.

Contribución de autoría Este trabajo fue realizado en su totalidad por Soledad Ruiz Jabbaz

Nota Aprobado por Paola Mascheroni (editora responsable)

1 Se denomina población a un barrio de nivel socioeconómico bajo o medio bajo, que constituye una unidad territorial, dada generalmente por su origen, y es equivalente a lo que en Argentina se llama villa miseria y en Brasil, favela.

2El nombre de la población ha sido modificado para evitar contribuir a su estigmatización. Toda la información que aquí se entrega sobre el barrio está avalada por datos comunales, publicaciones científicas y trabajos realizados previamente por la autora. Sin embargo, se han omitido algunas referencias bibliográficas para impedir la identificación del lugar.

3Algunas descripciones se han redactado en primera persona pues se trata de situaciones en las que ha participado la investigadora.

4Se refiere a hablar de un modo que busca intimidar.

5Se han omitido los nombres de las poblaciones con la cuales se realizan las comparaciones para evitar contribuir a su estigmatización.

Recibido: 10 de Febrero de 2022; Aprobado: 20 de Abril de 2022

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