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Revista de Ciencias Sociales

Print version ISSN 0797-5538On-line version ISSN 1688-4981

Rev. Cien. Soc. vol.35 no.51 Montevideo Dec. 2022  Epub Dec 01, 2022

https://doi.org/10.26489/rvs.v35i51.6 

Artículo

Agronegocios, distribución y bienestar. Balcarce, Provincia de Buenos Aires, Argentina (2019)

Agribusiness, distribution and welfare. Balcarce, Province of Buenos Aires, Argentina (2019)

Agronegócio, distribuição e bem-estar. Balcarce, Provincia de Buenos Aires, Argentina (2019)

1Universidad Nacional de Quilmes. Email: jmuzlera@gmail.com


Resumen

El presente artículo describe y analiza la relación entre el modelo agronegocios y el bienestar de la población en Balcarce, un agroterritorio del sudeste bonaerense, Argentina. Se describen características del modelo agropecuario (tamaño de las explotaciones, mano de obra que ocupa y riqueza que genera) y se las vincula con los índices de pobreza, trabajo, bienestar subjetivo y educación. Como conclusiones generales, se observó que el sector derrama poco y no estimula índices positivos de bienestar psicológico. A pesar de que el sector agropecuario genera una cantidad de riqueza como para que todos los habitantes del partido puedan vivir por sobre la línea de pobreza, poco más del 55% de la población es pobre o indigente. El sector agropecuario demanda el 13,5% de la PEA y el bienestar subjetivo es menor entre quienes se vinculaban directamente con el sector agropecuario.

Palabras clave: trabajo agrario; bienestar; modelo agronegocios; desarrollo territorial; BIEPS-J

Abstract

This paper describes and analyzes the relationship between the agribusiness model and the welfare of the population in Balcarce, an agricultural territory in southeastern Buenos Aires, Argentina. The characteristics of the agribusiness model (farm size, labor force employed and wealth generated) are described and linked to poverty, labor, subjective well-being and education indices. As general conclusions, it was observed that the sector spills little and does not stimulate positive indices of psychological well-being. In spite of the fact that the agricultural sector generates enough wealth to allow all the inhabitants of the district to live above the poverty line, a little more than 55% of the population is poor or indigent. The agricultural sector demands 13.5% of the EAP, and subjective wellbeing is lower among those directly linked to the agricultural sector.

Keywords: agrarian work; welfare; agribusiness; territorial development; BIEPS-J

Resumo

Este artigo descreve e analisa a relação entre o modelo de agronegócio e o bem-estar da população de Balcarce, um agro-território no sudeste de Buenos Aires, Argentina. As características do modelo do agronegócio (tamanho da fazenda, força de trabalho e riqueza gerada) são descritas e ligadas à pobreza, trabalho, bem-estar subjetivo e índices educacionais. Como conclusões gerais, descobriu-se que o setor derrama pouco e não estimula índices positivos de bem-estar psicológico. Apesar de o setor agrícola gerar riqueza suficiente para que todos no distrito possam viver acima da linha de pobreza, pouco mais de 55% da população é pobre ou indigente. O setor agrícola exige 13,5% do PAA, e o bem-estar subjetivo é menor entre aqueles diretamente ligados ao setor agrícola.

Palavras-chave: trabalho agrário; bem-estar; modelo do agronegócio; desenvolvimento territorial; BIEPS-J

Introducción

Cómo y cuánto (para bien o para mal) el agro contemporáneo afecta la calidad de vida de las poblaciones geográficamente vinculadas a él es una preocupación permanente en el campo de la sociología rural durante los últimos veinte años (Azcuy Ameghino, 2013; Muzlera, 2013; Gordziejczuk, 2015; De Arce y Salomón, 2020; Gras y Hernández, 2021). A este respecto hay dos cuestiones acerca de las que debemos reflexionar: cuánto y qué “derrama” el sector agropecuario en el territorio y cómo esto afecta el bienestar de quienes viven en él. Bienestar, calidad de vida y capacidad de consumo no son conceptos equivalentes (Sen, 1996; Max-Neef, Elizalde y Hopenhayn, 2006; Salvia et al., 2018). Estas discusiones del mundo académico tienen su equivalente fuera de él. Basta ver, para el caso argentino, la acrítica valoración positiva a favor del productivismo agropecuario en editoriales de los principales suplementes especializados de los periódicos con mayor tirada, como Clarín o La Nación, o de los políticos que han ocupado los principales cargos de gestión nacional desde 1995 en adelante. En la postura opuesta, en contra del modelo agronegocios, se encuentran los movimientos ambientalistas de alcance local y nacional y las asociaciones que nuclean a pequeños productores campesinos e indígenas.

La falta de datos diacrónicos sistematizados nos impide concluir si el modelo agronegocio -el modelo productivo hegemónico en el agro desde al menos las últimas tres décadas- es más o menos injusto que su antecesor respecto a cómo afecta la calidad de vida de los agroterritorios, pero la evidencia recogida, al menos para el caso de Balcarce, permite cuando menos relativizar que el sector agropecuario sea el principal sostén de la economía territorial, así como el bienestar subjetivo de quienes desarrollan sus actividades productivas en él.

Durante las últimas tres décadas, comienzan a aparecer cuestionamientos y propuestas alternativas al concepto de bienestar como sinónimo de consumo (Sen, 1996; Sánchez et al., 2006; Gudynas, 2011; Sassen, 2015; Salvia et al., 2018). Parte de las nuevas propuestas, sobre todo las basadas en los trabajos de Amartya Sen, se enfocan en las potencialidades respecto al poder hacer. El concepto de calidad de vida va complejizándose. Se vincula con el poder adquisitivo, pero también con otras dimensiones, como las características del trabajo, y con cómo se traducen en un estado anímico y psíquico. Salvia et al. (2018) sostienen que la incorporación del bienestar subjetivo en términos de indicadores de desarrollo humano se basa en que la calidad de vida debe incluir dimensiones que vayan más allá de los factores asociados a las condiciones materiales de existencia. Las necesidades psicosociales, para entender la calidad de vida, son tan centrales como las económicas (Salvia et al., 2018).

El bienestar hace referencia a la valoración subjetiva que las personas hacen de su vida y su nivel de satisfacción con ella. Esta valoración contempla los estados de ánimo asociados implícitamente a la experiencia personal y aspectos emocionales, afectivos o cognitivos (Rosa-Rodríguez et al., 2015; Rodríguez, Ortiz y Zambrano, 2020). El bienestar psicológico se explica por cómo una persona evalúa su vida como un todo; por su desarrollo óptimo a través del impulso de sus capacidades y el crecimiento personal como indicadores directos del funcionamiento positivo (Veenhoven, 1991 y 1995; Rosa-Rodríguez et al., 2015; Rodríguez et al., 2020).

El bienestar psicológico es la dimensión que, junto a las condiciones materiales, permite a las personas proyectar un futuro (Sen, 1996; Castel y Haroche, 2000). Daniel Ardila (2003) lo define del siguiente modo:

Calidad de vida es un estado de satisfacción general, derivado de la realización de las potencialidades de la persona. Posee aspectos subjetivos y aspectos objetivos. Es una sensación subjetiva de bienestar físico, psicológico y social. Incluye como aspectos subjetivos la intimidad, la expresión emocional, la seguridad percibida, la productividad personal y la salud percibida. Como aspectos objetivos el bienestar material, las relaciones armónicas con el ambiente físico y social y con la comunidad, y la salud objetivamente percibida. (Ardila, 2003, p. 161)

Veenhoven (1991 y 1995) entiende que, así como el estado natural biológico del organismo es la salud, en el área psicológica el bienestar es el estado “natural”. Esto explica por qué personas que viven con condiciones materiales deficientes y baja capacidad de consumo no registran grados de bienestar psicológico necesariamente malos. No obstante, hay situaciones en las que el peso de estas condiciones adversas supera las capacidades de resiliencia y adaptación y llevan a la persona a niveles de bienestar más bajos. Este punto es de suma importancia porque quiere decir que a nivel poblacional un pequeño descenso en el bienestar psicológico promedio estaría asociado a condiciones materiales de existencia mucho peores.

El concepto de calidad de vida -al menos hasta el momento- no posee un índice específico de medición, pero sí diferentes indicadores que nos ayudan a aproximarnos. Por un lado, están los indicadores materiales y, por otro, los subjetivos. Nuestra investigación, de la cual se presentarán en este trabajo solo algunos resultados parciales, ha relevado -además de las dimensiones materiales- un índice de bienestar subjetivo. El índice de bienestar psicológico (BIEPS-J) contempla que existen variables externas al individuo que interactúan con este para construir el bienestar psicológico. Diferentes trabajos muestran que aquellas personas más felices y satisfechas sufren menos malestar, tienen una mejor percepción de sí mismas, un mejor manejo del entorno y mejores habilidades para vincularse con las personas, concibiéndose así el bienestar también como una dimensión compleja vinculada a múltiples factores (Argyle, 1987; Casullo, 2002).

El agronegocio es el paradigma hegemónico del mundo agropecuario pampeano de las últimas tres décadas. Excede lo productivo, afecta las relaciones humanas y el desarrollo territorial, la explotación de recursos y los vínculos con el ambiente (Gras y Hernández, 2013; Muzlera, 2016 y 2018; Svampa y Viale, 2018). Probablemente una de las definiciones más consensuadas en el agro argentino sea la de Carla Gras y Valeria Hernández.

El MA (modelo agronegocio) se asienta en cuatro pilares que “hicieron sistema”. El pilar tecnológico, con las biotecnologías de derecho privado y las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación (TIC), permitió desarrollar ventajas competitivas potenciando las ventajas comparativas. El financiero actuó “por arriba”, mediante la intervención de los especuladores institucionales que presionaron incrementando la demanda y haciendo subir los precios de los commodities agrícolas (en particular de la soja), y “por abajo”, a nivel local, a través de las estrategias implementadas por los productores y empresarios, quienes organizaron la producción, el almacenamiento y la comercialización de su producción en función de las “herramientas” financieras. El productivo, donde los factores tierra y trabajo se vieron directamente interpelados por la nueva lógica de negocio, adoptando formas acordes con ella: por un lado, una dinámica de acaparamiento de la tierra no solo vía compra sino, de manera más general, mediante el alquiler; y por otro, la tercerización de las labores agrícolas. El organizacional, mediante la implementación de nuevas herramientas de gestión (apoyadas en las TIC), cuya incidencia en la noción misma de empresa llevó a una profunda reconfiguración de las prácticas productivas, políticas, sociales e institucionales del sector y, con ello, a la fundación de nuevas identidades profesionales. En suma, el MA impulsa un cambio en las lógicas de acumulación, así como en las identidades individuales y colectivas, con consecuencias directas en las dinámicas territoriales. (Gras y Hernández, 2021)

Esquemáticamente, podemos identificar esquemas discursivos a favor y en contra de este paradigma productivo. Por un lado, el de los empresarios del agronegocio y algunos representantes del mundo académico que promueven este modelo con argumentos como los del derrame, la atracción de capitales extrasectoriales y el necesario e irreversible aumento de la productividad. Esta línea argumental sostiene que el modelo posee una alta eficiencia productiva, que demanda mano de obra calificada, que genera grandes saldos exportables y que genera un efecto derrame que beneficia a las economías locales (la industria metal mecánica, los servicios profesionales del agro, la informática, los comercios especializados). En los discursos locales se expresa en la remanida frase “Cuando al campo le va bien, al pueblo le va bien”. Entre otros, en esta línea de pensamiento podríamos citar a Cristián Angió (2006); Roberto Bisang y Bernardo Kosacoff (2006); Bisang, Anlló y Campi (2008 y 2009); y Horacio Maiztegui Martínez (2009). Por otro lado, están quienes afirman que el modelo agronegocio y su cultivo estrella, la soja, son el eje de un patrón de acumulación basado -junto a la minería y las actividades hidrocarburíferas- en la sobreexplotación de recursos naturales cada vez más escasos y en la expansión de las fronteras de explotación agrícola hacia territorios antes reservados a otros usos y prácticas (selvas, yungas, bosques nativos, montes, valles), con consecuencias negativas en la salud, el deterioro medioambiental y la expulsión de seres humanos del sistema. En este grupo podríamos citar a Marcelo Sili (2005); Hugo Ratier (2004); Norma Giarracca y Miguel Teubal (2005); Guillermo Neiman y Mario Latuada (2005); Silvia Cloquell et al. (2007); Germán Quaranta (2007); Carla Gras (2009) y Natalia López Castro; y Guido Prividera (2011), entre otros.

En este artículo, se calculará la riqueza producida por el sector agropecuario, se presentarán los niveles y características de las actividades laborales y los grados de bienestar psicológico de los habitantes de la ciudad de Balcarce y San Agustín, un pueblo de 450 personas a 30 kilómetros de la mencionada ciudad, y se dará cuenta, para el área geográficas elegida, de cuánta mano de obra demanda el agro, de la identidad de género de esta, de los niveles de pobreza generales y sectoriales, de la relación entre sector agropecuario y cáncer, y de la comparación entre el bienestar psicológico de quienes desarrollan sus actividades productivas en el sector agropecuario respecto al de quienes las desarrollan por fuera de él.

La hipótesis articuladora es que el modelo agronegocio, cuando menos, no logra ser un modelo que promueva una buena calidad de vida de quienes habitan los agroterritorios.

Metodología

Los datos que sustentan este trabajo, excepto cuando se aclare lo contrario, surgen de un relevamiento polietápico, realizado de modo presencial en el domicilio de los encuestados, entre el 15 de noviembre y el 20 de diciembre de 2019. El muestreo fue aleatorio simple ajustado por cuotas según radios censales, a partir de una proyección de población estimada con base en el último Censo Nacional de Población y Vivienda (CNPV). Para ese entonces, Balcarce contaba con 38.376 habitantes y San Agustín con 498. Las características del relevamiento permitieron trabajar con un nivel de confianza de 95% y un margen de error de +/-5%.

La aplicación del formulario duró entre 20 y 30 minutos en cada caso. Con un máximo de 100 preguntas, fueron relevados datos de viviendas, hogares, personas y explotaciones agropecuarias en los casos de los hogares que estuvieran vinculados a alguna. Se obtuvo información de las características edilicias de la vivienda y del régimen de tenencia; composición del hogar (edad, nivel educativo, ingresos y actividad principal de cada uno de sus miembros); consumo de alimentos (frecuencia, características, lugares de adquisición y autoproducción); consumos tecnológicos; movilidad; organización respecto al trabajo y el manejo del dinero; uso del tiempo, consumo de información y redes sociales; subsidios y rentas; salud (enfermedades mentales, crónicas y cáncer; estilo de vida, lugares donde se atiende, frecuencia, tipo de prestaciones a las que accede); migraciones; producciones agropecuarias asociadas al hogar y sus características principales; trabajo e ingresos del respondente y del jefe de hogar; sexualidades; consumo de tabaco, alcohol y sustancias ilegales; discapacidades; violencias domésticas; bienestar psicológico personal y percepción de felicidad; educación formal; sociabilidad lúdica y dimensiones sociodemográficas clásicas.

Los doce encuestadores que realizaron el relevamiento fueron empleadas y empleados de la Municipalidad de Balcarce, tres de ellas trabajadoras sociales y todos con conocimiento del terreno. Si a alguno de los encuestadores le tocaba relevar información de algún familiar o amigo cercano, se descartaba el caso antes de realizarlo y se seguía con el siguiente para evitar realizar preguntas personales e “incómodas” que pudieran incrementar las posibilidades de respuestas “por compromiso” que viciaran la base con información faltante o poco fiable.

Respecto a la dimensión trabajo, esta fue relevada en dos secciones de la encuesta. En la correspondiente al hogar, en la que había preguntas sobre el trabajo del jefe, y la que correspondía a la persona encuestada. Respecto a la rama de actividad, en las cuales se podía optar por más de una respuesta (considerando la pluriactividad), se contemplaron 22 categorías. Existía la posibilidad de contestar “No trabaja” y “Buscó trabajo activamente durante la última semana”. De este modo, es posible poner en diálogo la información relevada con los resultados de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), elaborada por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC),1 en la que se considera desocupado a alguien en condiciones de trabajar, que no trabaja y que busca trabajo activamente.

Bienestar psicológico y felicidad se corresponden, se vinculan, pero no de manera perfecta. El bienestar psicológico -como se mencionó en la introducción- es un concepto complejo y, si bien es dinámico, se da más a largo plazo que la percepción de felicidad. En líneas generales, casi siempre con distintas intensidades, ambos conceptos se relacionan con las otras variables en el mismo sentido. Por ejemplo, si la relación entre pobreza por ingresos y bienestar psicológico es inversa (a mayor pobreza menor bienestar psicológico), también se da una relación inversa entre pobreza por ingresos y felicidad.

La percepción de felicidad se midió mediante una escala tipo Likert de cinco categorías. A la pregunta “¿Cuán feliz se considera?”, la persona entrevistada debía responder optando por una de las siguientes alternativas: extremadamente feliz, muy feliz, feliz, relativamente feliz o infeliz.

El bienestar psicológico se vincula con la valoración respecto a la forma de vivir. Fue medido a través de una prueba estandarizada (BIEPS-J), cuyo formulario puede verse en el Anexo (Tabla 8), que consiste en afirmaciones a las cuales cada persona debía contestar si estaba de acuerdo, en desacuerdo o ni de acuerdo ni en desacuerdo. La versión final fue elaborada con base en cuatro subdimensiones:

  • a) la autoaceptación de sí mismo y el control;

  • b) la autonomía;

  • c) los vínculos psicosociales; y

  • d) los proyectos (Casullo, 2002).

Según la respuesta, se le otorgaba un puntaje de entre 1 y 3 puntos. De ese modo, los resultados variaron entre 13 y 39 puntos. Al momento de agrupar los resultados se construyeron dos categorías: muy buenos (hasta 19 puntos) y el resto (los otros tres cuartiles). Esta decisión obedeció a que, como explican los ya citados Veenhoven (1991 y 1995) y Casullo (2002), hay una tendencia hacia el bienestar y si hubiésemos presentado dos categorías -a) buenos y muy buenos y b) regulares y malas-, las variables habrían mostrado menor correlación.2

Una última cuestión para mencionar en este apartado metodológico es la construcción de la variable tipos de hogar por ingreso. Esta se presenta en tres categorías: indigentes, pobres y no pobres (todos aquellos que están sobre la línea pobreza). Para poder dialogar con datos del INDEC (que a través de la EPH solo mide los conglomerados urbanos más poblados de país, entre los que no se encuentra Balcarce), se construyeron con la misma metodología, preguntando por los ingresos mensuales del hogar. Según los valores obtenidos, se considera indigentes a quienes no logran los ingresos necesarios para comprar una canasta básica alimentaria y pobres a aquellos hogares que habiendo podido adquirir una canasta básica no han llegado a cubrir una serie de bienes y servicios no alimentarios (vestimenta, transporte, educación, salud, etc.) que no incluyen el alquiler de la vivienda. Los montos para las líneas de corte son los propuestos por el INDEC (2021) para indigencia y pobreza, según los datos publicados para el área metropolitana de Buenos Aires. Durante diciembre de 2019, estos valores fueron: para los hogares unipersonales ARS, 5.062 y ARS 12.604; para hogares de tres personas (matrimonio y un hijo de 18 años), ARS 9.618 y ARS 23.948; para hogares compuestos por cuatro personas (matrimonio e hijos de 6 y 8 años), ARS 15.582 y ARS 38.949; y para un hogar de cinco personas (matrimonio de 30 años e hijos de 5, 3 y 1 años), ARS 16.389 y ARS 40.967.

Características generales del agro de Balcarce

Un primer dato para resaltar como tendencia territorial es el aumento de la superficie de las explotaciones agropecuarias. Según datos de los Censos Nacionales Agropecuarios, la superficie de la explotación agropecuaria promedio en el partido de Balcarce en 1988 era de 293 hectáreas, en 2002 de 594 hectáreas y en 2018 de 671. Esto da cuenta del proceso de concentración de tenencia de la tierra asociado con el modelo agronegocios.

Veamos, más allá de la concentración de tierras, cuánto se derrama en el partido la riqueza producida por el sector agropecuario. Para ello se presentará una tabla con las cantidades de hectáreas cosechadas de los principales cultivos, el margen bruto promedio y, producto de la multiplicación de estos valores, la ganancia agregada para el partido de Balcarce. Para el caso de la ganadería el ejercicio es similar: tomamos una tercera parte del stock bovino del partido (ya que el ciclo ganadero promedio es de tres años) y lo multiplicamos por el margen bruto por cabeza. (Tabla 1).

Tabla 1: Campaña agroganadera 2018/2019 Balcarce. Ganancia agregada 

Fuente: Elaboración propia con base en datos de: Gobierno de la Provincia de Buenos Aires (s. f.), Argenpapa (2019), S. Costantino (comunicación personal, 16 de julio de 2021). La información disponible es sobre superficie cosechada y márgenes brutos. De los márgenes brutos siempre se tomó el rinde estimado promedio.

Imaginemos una distribución perfecta de lo producido por el agro entre toda la población del partido y analicemos luego los índices de pobreza e indigencia. La riqueza que el sector agropecuario produjo en 2019 (sin contar tambos, granjas, frutas y hortalizas) es de poco más de 96 millones de dólares. La población económicamente activa3 (PEA) de Balcarce fue de aproximadamente 15.000 personas. Según datos de la Primera Encuesta de Calidad de Vida y Consumos realizada en Balcarce en 2019, el sector agropecuario da trabajo directo (entre productores, asalariados, comerciantes especializados, prestadores de servicios, etc.) al 13,6% de la PEA (el sector estatal al 26,2%, el sector privado no agrario al 45,0%; 4,3% trabaja en más de un sector4 y un 10,9% no trabaja y busca trabajo de modo activo). O sea que, de modo directo, si esos poco más de 96 millones de dólares se repartieran (en partes iguales) entre las 2.040 personas vinculadas al sector agropecuario, cada una recibiría USD 47.060,22, lo que es igual a USD 3.921,68 por mes por persona vinculada al sector. Con un dólar, en diciembre 2019, a ARS 75, ese monto equivaldría a ARS 294.126,20 por mes por persona vinculada al agro. El promedio de los ingresos de aquellos vinculados al agro fue de ARS 27.086,96. Cuando se les preguntó por lo que ellos considerarían un monto justo, el promedio contestó que un 42% más de lo que ganaba.

Si eso, en lugar de calcularlo por persona vinculada al agro lo calculásemos por la población del partido (es decir, si todo lo que genera el agro se repartiese en partes iguales entre todos los balcarceños), daría (a valor dólar diciembre 2019) ARS 15.635,23 (incluyendo, niños, bebés, desocupados, etc.).

En diciembre de 2019, para no ser pobre (según estimaciones del INDEC)5 una familia de tres personas debía ganar ARS 30.829 al mes6 y un hogar unipersonal ARS 12.775. Esto quiere decir que solo con lo que produjo el sector agropecuario, si la distribución fuera perfecta (y no olvidemos que también están el sector privado no agropecuario y el estatal), todos estarían holgadamente sobre la línea de pobreza. Los datos de la realidad son muy distintos. Si se consideran los datos agregados del relevamiento (sin discriminar entre Balcarce y San Agustín), en diciembre de 2019, el 41,2% de los hogares eran pobres y el 14,1% indigentes, o sea que solo el 44,7% de los hogares estaba por sobre la línea de pobreza y el 55,3% por debajo de ella. (Tabla 2).

Tabla 2: Pobreza según localidad 

Fuente: Elaboración propia a partir de la Primera Encuesta de Calidad de Vida y Consumos, Balcarce, 2019, y a los datos provisto por el INDEC en su página web.

Mientras que, según el INDEC, para el segundo semestre de 2019, las personas bajo la línea de pobreza en Argentina eran el 43,5, 5%, en Balcarce, en esa categoría, entraba el 51,1% (un 17% más) y en San Agustín el 71,6% (65% más que la media nacional). Estos niveles de pobreza, en este estadio de la investigación, no pueden ser adjudicados al modelo agronegocio, pero los datos relevados no sugieren que exista un efecto derrame ni mediante el consumo local ni mediante la contratación de mano de obra.

Durante la primera mitad del siglo XX, cuando las tareas agrícolas (y ganaderas) demandaban más mano de obra, cuando el tren tenía un rol preponderante y las rutas que llegaban a la localidad eran de tierra, el pueblo de San Agustín llegó a tener dos hoteles, una cooperativa agrícola que sobrevivió hasta la década del noventa, un local de despacho de combustible, dos talleres mecánicos y dos chapistas, dos clubes sociales y deportivos, cada uno con su bar (el Atlético San Agustín y el Sporting Racing Club), un bar, un restaurante, dos colegios primarios, cinco almacenes, tres carnicerías y una tienda de ropa y mercería, entre otras instituciones y comercios. Hoy, de los dos hoteles solo quedan algunas ruinas sin techos, puertas ni ventanas; la cooperativa no existe; no hay ningún taller mecánico ni dónde cargar combustible; carne solo puede comprarse en un local que también vende verduras y productos de almacén. De los clubes queda uno, ya sin bar, y perdió su personalidad jurídica. Durante la década del ochenta, un sacerdote de nacionalidad alemana, el padre Germán Lips, en gran medida con dinero que recibía de su familia, construyó -entre otras obras- un centro cultural y recreativo (hoy un galpón donde duermen trabajadores golondrina); un jardín de infantes (hoy con 15 estudiantes) y un colegio secundario (hoy con 65 estudiantes). De los dos colegios primarios mencionados, solo queda uno, al que concurren 60 chicos. San Agustín va transformándose en un barrio periférico de Balcarce.

Los relatos de los pobladores más viejos mencionan el deterioro de la calidad de vida para los habitantes del pueblo y responsabilizan, tanto de esto como de la migración de los más jóvenes, a los cambios en el sector agropecuario.

Cuando yo era un muchachito, el campo estaba lleno de ranchos que hoy son taperas. Ya no quedan familias viviendo en el campo. Hace sesenta o setenta años de acá al arroyo había no menos de veinte familias. Hoy, no queda ni una. Hoy viene una cosechadora y dos tipos (uno para la máquina y otro para el carrito) en una tarde te cosechan cien hectáreas. Antes las máquinas eran más chicas y necesitabas el doble o el triple de personas para cosechar trigo o maíz. Y después se embolsaba. Ahora, viene el camión y se lleva cuarenta toneladas de grano. Lo mismo, o peor, con la papa, hasta hace quince o veinte años… tal vez veinticinco, venían las cuadrillas del norte y eran doce tipos que laburaban días para levantar un lote. Ahora, la maquina pin, pan, pun y en un ratito no queda nada. ¿¡Cómo no querés que solo quedemos viejos pobres acá?! (Entrevista a Osvaldo, 82 años, chacarero que vive a cuatro kilómetros del pueblo de San Agustín)

En sintonía con este relato, los comercios que ya no están son fuentes de trabajo que se perdieron y eso explicaría en buena medida las peores condiciones de ingresos de San Agustín respecto de Balcarce. Al menos a nivel de las pequeñas localidades, no parece verificarse que la mano de obra que ya no se demanda para trabajos directos sea demandada en nuevas actividades y servicios.

Empleados del sector privado no agropecuario, Balcarce tiene el 11,8% y San Agustín, 2,1%. Empleados estatales, Balcarce tiene 18,8% y San Agustín, 12,4%. El porcentaje de personas que trabajan vinculadas al sector agropecuario es casi idéntico.

Observemos cómo se vinculan el nivel de ingresos de los hogares según el sector en que se emplea el respondente de la encuesta. (Tabla 3).

Tabla 3: Nivel de pobreza del hogar según sector de trabajo del respondente 

Fuente: Elaboración propia a partir de la Primera Encuesta de Calidad de Vida y Consumos, Balcarce, 2019.

Los hogares vinculados al agro por al menos uno de sus miembros (el respondente de la encuesta) son los que más posibilidades tienen de estar por sobre la línea de pobreza (73,1%). Esta posibilidad baja cuando el entrevistado se encuentra laboralmente en otro sector. Los hogares con al menos un miembro que pertenece a más de un sector tienen 70% de posibilidades de no ser pobres. Los siguen los hogares con un empleado estatal, con 68,9% de posibilidades de estar por sobre la línea de pobreza. Muy atrás están los que tienen al menos un miembro en el sector privado no agrario, con 51,4% de posibilidades de no ser pobre, y, obviamente, los desocupados; cuando el respondente era un desocupado, el hogar tenía solo 22,2% de posibilidades de no ser pobre. Esto sugeriría que, a pesar de no absorber la cantidad de mano de obra que indican los discursos de los promotores del modelo agronegocio ni de producirse un efecto derrame mediante el consumo, quienes trabajan vinculados al sector agropecuario tienen muchas más posibilidades de vivir en hogares sin carencias materiales.

Observemos la calidad del empleo de cada sector. (Tabla 4).

Tabla 4: Nivel de formalidad según sector de la economía 

Fuente: Elaboración propia a partir de la Primera Encuesta de Calidad de Vida y Consumos, Balcarce, 2019.

El sector agropecuario y el Estado son los que más contratan “en blanco”: 87,8% y 89,7%, respectivamente. El modelo agronegocio demanda mano de obra calificada y si bien los niveles de formalidad presentan “cierta laxitud”, no abunda la informalidad total. Es común que un prestador de servicios o un transportista no puedan ingresar a un establecimiento si no poseen los seguros reglamentarios y no se los puede contratar si no están registrados. La parte cualitativa de esta investigación sugeriría que esta formalidad es parcial. Los empleados suelen estar “en blanco” y cobrar también una parte importante de sus ingresos de modo informal, como “premios por productividad no registrados”, lo que es sinónimo de trabajo a destajo. La categoría “mixto” de la variable “nivel de formalidad” da cuenta de quienes tienen más de un empleo y al menos uno es formal y otro informal. Quienes presentan mayores niveles de informalidad son los trabajadores del sector privado no agropecuario.

La dimensión de género es de suma importancia para explicar las posibilidades de vincularse al sector agropecuario y, por ende, los beneficios económicos que de allí se derivan (recordemos que los mayores ingresos y niveles de formalidad se dan en este sector). Los hombres tienen más del doble de posibilidades de ocuparse en el agro que las que tienen las mujeres. (Tabla 5).

Tabla 5: Sector económico según sexo 

Fuente: Elaboración propia a partir de la Primera Encuesta de Calidad de Vida y Consumos, Balcarce, 2019.

Tal vez, como era de esperar, el sexo explica el sector en el que las personas tienen más o menos posibilidades de insertarse. Los hombres tienen más del doble de posibilidades que las mujeres de ingresar al sector agropecuario. Cuando estas logran hacerlo, no lo hacen como productoras ni como mano de obra directa, sino como técnicas de laboratorio o administrativas. Si bien el lugar de la mujer en el trabajo agropecuario no es centro de las discusiones acerca del modelo agronegocio, se considera aquí que es una dimensión interesante de registrar si se pretende intentar comprender cuán beneficioso es el modelo agronegocio para la calidad de vida de los agroterritorios.

Estas condiciones objetivas de las que se ha hablado hasta el momento (niveles de pobreza, calidad de empleo, demanda de mano de obra por sector, nivel de educación formal) no se traducen de modo directo en bajos índices de bienestar psicológico, ya que, como fue mencionado, en el área psicológica el bienestar es el estado “natural” (Veenhoven, 1991 y 1995). Esto explica por qué personas con condiciones ambientales adversas no registran niveles de bienestar psicológico mucho peores que personas con condiciones ambientales favorables. No obstante, hay momentos o magnitudes de estas condiciones adversas en que sí se superan las capacidades de resiliencia y las personas empeoran en estos índices. Si bien hay causas biológicas que afectan los niveles de bienestar psicológico, este suele explicarse en buena medida por causas sociales (Durkheim, 1999; Merton, 2013). (Tabla 6).

Tabla 6: Índice de bienestar psicológico según sector 

Fuente: Elaboración propia a partir de la Primera Encuesta de Calidad de Vida y Consumos, Balcarce, 2019.

Si tratamos de comparar los distintos subsectores según empleo, se observa que entre los desempleados el 66,7% tiene un índice de bienestar psicológico (BIEPS-J) muy bueno. Entre quienes están laboralmente vinculados al sector agropecuario, el 75,6% tiene un BIEPS-J muy bueno. De aquellos que se vinculan al sector privado no agropecuario, el 85,3% obtuvo un BIEPS-J muy bueno y entre los estatales, el 88,6% presentó un BIEPS-J muy bueno. O sea, entre las personas que trabajan vinculadas a un solo sector, las que pertenecen al sector agropecuario son quienes peores niveles de BIEPS-J presentan. Si bien, dados los niveles de error de la encuesta, los resultados respecto al bienestar de quienes se insertan en distintos sectores de la economía deben ser tomados con cautela, la muestra sugiere que quienes peores niveles de bienestar psicológico registran son quienes desarrollan sus actividades productivas en el sector agropecuario.

A partir de la escala tipo Lickert generada con la pregunta “¿Cuán feliz se siente?”, se puntuaron las respuestas del 1 al 5. El promedio fue 2,5553. A partir de este valor medio se comparó la diferencia porcentual con el valor de distintas categorías laborales presentadas en la Tabla 7.

Tabla 7: Felicidad como función del sector económico y condiciones generales del trabajo 

Fuente: Elaboración propia a partir de la Primera Encuesta de Calidad de Vida y Consumos, Balcarce, 2019.

Lo primero que llama la atención de la Tabla 7 es que, más que el tipo de trabajo o la rama de actividad, es el vínculo con el trabajo el que marca las diferencias más importantes con la media de felicidad. Aquellos que padecen su trabajo presentan una media de felicidad 24,52% menor que el nivel de felicidad medio de la muestra y para aquellas personas cuyo trabajo les es indiferente la media de felicidad es 11,45% inferior a la felicidad media total. Quienes poseen un empleo informal tienen una media de felicidad 7,23% inferior a la media de felicidad total, pero el trabajo formal no produce un aumento en la media de felicidad en la misma magnitud. Quienes trabajan como “ayuda a un familiar” presentan una media de felicidad 17,40% menor a la media total. Quienes trabajan en el servicio doméstico y quienes están desempleados también presentan percepciones de felicidad menores a la media en un 8,19% y un 7,62%, respectivamente. Las categorías laborales que se asocian positivamente con la sensación de felicidad son: los empleados de comercio del sector agropecuario, con una media de felicidad 31,51% superior a la media; los productores agropecuarios con empleados, con una media de la felicidad 21,73% superior a la media; los que no tienen empelados, con una media de felicidad 8,69% superior a la media; y los asalariados no calificados del sector agropecuario, que presentan una media de felicidad 11,95% superior a la media.

Conclusiones

Como se mencionó al comienzo, el objetivo principal de este trabajo era aportar a la discusión acerca de cuán virtuoso o pernicioso es el modelo agronegocio para quienes viven en los agroterritorios, en otras palabras, sobre cuán acertada (o errónea) es la frase “Cuando al campo le va bien, al pueblo le va bien”. Para ello, se tomó el partido de Balcarce como estudio de caso. En primer lugar, se observó que el sector agropecuario, al menos desde 1988 en adelante, presenta una concentración en la tenencia de la tierra y un aumento en la superficie promedio de las explotaciones. Se calculó la riqueza generada por la producción agropecuaria del partido y se observó que, a pesar de producir riqueza como para que toda su población viva muy por encima de la línea de pobreza, el 55,3% era pobre o indigente.

Los habitantes de Balcarce no escapan a uno de los fenómenos de la modernidad tardía: la pobreza de los trabajadores. Aunque el sector agropecuario es el que mejor remunera a sus trabajadores, el 27% de los ocupados en el agro viven en hogares que están por debajo de la línea de pobreza. Respecto a la demanda de mano de obra, el sector agropecuario es el que menos ocupa. Solo un 13,6% de la PEA se vincula al sector, muy por detrás del 26,2% que emplea el sector estatal y el 45,0% que emplea el sector privado no agropecuario. Un 4,3% trabaja en más de un sector y un 10,9% son desocupados. Además de la mano de obra directa que demanda el sector, en el partido, 5,1% de los hogares poseen un miembro que percibe renta por alquilar campo.

La proporción de empleados formales del sector es más del 90%, pero es menester considerar que suele superponerse el empleo formal con el trabajo por productividad. La gran mayoría de las personas que demanda el agro son varones. Las mujeres tienen poco menos de la mitad de las posibilidades de trabajar en el sector que los hombres y cuando lo hacen, en general ocupan puestos administrativos o profesionales (no a campo) sin personal a cargo ni poder de decisión.

Más allá de que es el sector agrario el que brinda mejores ingresos, el bienestar subjetivo de su mano de obra pareciera ser levemente peor que quienes se insertan en el sector privado no agropecuario y en el sector estatal. Es probable que esto se deba a la incertidumbre generada por la inestabilidad laboral. El temor a perder esos mejores ingresos relativos (por la inestabilidad del empleo para los empleados y por los riesgos ambientales para el caso de los productores) generaría niveles de estrés y malestar que explicarían los relativamente bajos índices de bienestar. Esa hipótesis cobra peso cuando observamos cuán holgadamente los empleados estatales superan el bienestar de los que trabajan en el sector privado.

Esta investigación, hasta el momento, sugiere que el modelo agronegocio no es un promotor de niveles de equidad distributiva ni de mejores niveles de bienestar psicológico respecto a otros sectores económicos. Genera mucha riqueza, derrama poco y concentra el uso de la tierra.

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Nota: José Muzlera: Licenciado y profesor en Sociología por la Universidad de Buenos Aires, magíster en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de General Sarmiento y doctor en Ciencias Sociales y Humanas por la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) (Argentina). Actualmente se desempeña como docente de grado y posgrado en la UNQ y en FLACSO y como investigador adjunto del CONICET y del Centro de Estudios de la Argentina Rural -UNQ.

Contribución de autoría Este trabajo fue realizado en su totalidad por José Muzlera

1A nivel nacional no hay estadísticas, más allá de los principales conglomerados urbanos relevados por la EPH y exceptuando los Censos Nacionales de Población y Vivienda, que se realizan cada diez años, que releven datos de pobreza, trabajo y desocupación de las localidades medianas y pequeñas (Román y Willebald, 2019).

2Los análisis de coherencia y grado de correlación que existen entre los ítems pueden encontrarse en Casullo y Brenlla, 2002.

3Entendemos por PEA a aquella población de entre 16 y 65 años que trabaja o busca trabajo activamente. No entran en esta categoría los menores de 16, los mayores de 65 y quienes estando en este rango etario no trabajan (por el motivo que sea) y no buscan trabajo de modo activo.

4Casi en su totalidad son empleados municipales.

5Estos cálculos están estimados para el área metropolitana de Buenos Aires, pero no existen para Balcarce. La observación no sistemática de este autor indica que servicios y alimentos procesados son más caros en Balcarce que en el área metropolitana, lo mismo que el combustible. Los alimentos frescos son más baratos.

6Respecto a la cantidad de personas por hogar, en Balcarce, la media es de 2,74, la mediana de 3,0 y el 70,6% de los hogares están compuestos por hasta tres personas. A medida que aumenta el número de personas por hogar el costo relativo por persona disminuye.

Nota: Aprobado por Paola Mascheroni (editora responsable)

Anexo

Tabla 8: 

Fuente: Casullo y Brenlla (2002, p. 101).

Recibido: 29 de Diciembre de 2021; Aprobado: 22 de Marzo de 2022

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