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Revista de Ciencias Sociales

Print version ISSN 0797-5538On-line version ISSN 1688-4981

Rev. Cienc. Soc. vol.29 no.39 Montevideo July 2016

 

Comunicadoras en la televisión abierta uruguaya

Un largo y empinado camino hacia el reconocimiento profesional

Female Journalists on Uruguayan open-air tv: the long and steep road to professional recognition

François Graña


Resumen

En este artículo se exponen los avatares del acceso de mujeres periodistas a la televisión abierta uruguaya, vistos desde una perspectiva de género. Hemos entrevistado a comunicadoras de tres generaciones: las pioneras de los inicios de la tv, las profesionales maduras que han conquistado un reconocimiento, y las jóvenes de reciente ingreso. Hemos preservado el anonimato de las entrevistadas para facilitar el análisis de sus trayectos de vida. Daremos cuenta de los principales obstáculos y resistencias con los que estas mujeres debieron lidiar, en la pugna por conquistar un lugar profesional en paridad con sus colegas masculinos. Este texto constituye un avance de nuestra investigación sobre mujeres comunicadoras desde la perspectiva de las desigualdades entre hombres y mujeres.

Palabras clave: Comunicadoras / televisión / género.


Abstract


The aim of this article is to analyse from a gender perspective the ups and downs female journalists have experienced while accessing Uruguayan open air tv. Representatives of three generations were interviewed: some of the pioneers in the field, others who are seasoned professionals and count with public recognition, and some young reporters who have recently joined the ranks. The anonymity of these female professionals has been preserved to enable the analysis of their life trajectory. We shall outline the main obstacles and resistance faced by these female journalists in their quest for job equality in this second article based on our research into female communication from the perspective of gender inequality.

Keywords: Journalists / tv / gender.



François Graña: Doctor en Ciencias Sociales, profesor agregado de la Facultad de Información y Comunicación, Universidad de la República, Uruguay, en régimen de dedicación total. Investigador del Sistema Nacional de Investigadores (sni - anii).

E-mail: francois0851@gmail.com


Recibido: 20 de noviembre de 2015.
          Aprobado: 17 de julio de 2016.

Introducción

La investigación en la que se enmarca este artículo procura dar cuenta de los avatares del ingreso de comunicadoras a la televisión abierta en Uruguay. Hemos adoptado la perspectiva de género, que postula la existencia de relaciones sociales de dominación-subordinación entre los hombres y las mujeres. En el continuo histórico de casi seis décadas de televisión, distinguiremos tres generaciones de comunicadoras: i) las que ingresan a la tv entre fines de los años cincuenta y los primeros ochenta; ii) las que se encuentran hoy en actividad y que detentan una trayectoria profesional consolidada, y iii) las más jóvenes que han ingresado a la tv entre fines del siglo pasado y lo que va del presente. A propósito de las pioneras en la comunicación audiovisual, nos hemos preguntado: ¿las trayectorias de vida de estas mujeres nos permitirán echar luz sobre su “osadía”? Y también (tanto para ellas como para las generaciones subsiguientes): ¿fueron discriminadas por circunstancias atribuibles a su condición de mujeres?, ¿padecieron situaciones de acoso sexual?, ¿cómo las vivieron, de qué modo las afrontaron?

Queríamos entender el modo en que las comunicadoras vivieron su periplo socioprofesional; este interés nos indujo a adoptar la “mirada cualitativa”, que ha sido definida como una exploración empática de mundos intersubjetivos de vida (Beltrán, 1986). Mediante el análisis de la palabra, se busca interpretar lo que se dice y por qué se dice; se pretende entender tanto lo dicho como lo que se omite; se procura aprehender aquellas significaciones presentes en la percepción del mundo de quien habla, pero no siempre presentes en su conciencia (Graña, 2010, pp. 98‑101). En palabras de un connotado investigador, el empleo de la entrevista “… presupone que el objeto temático de la investigación, sea cual fuere, será analizado a través de la experiencia que de él posee un cierto número de individuos…” (Blanchet, 1989, p. 92).

Hemos contado con la valiosa colaboración de la Lic. Florencia Pagola en el trabajo de campo; las quince entrevistas, realizadas entre 2010 y 2014, promedian una hora de duración. Con las preguntas, buscamos echar luz sobre los contextos familiares en los que crecieron, sus relaciones con los colegas y en particular con sus responsables varones, la percepción de ellas respecto de la valoración de su trabajo profesional y el relato de eventuales situaciones de discriminación de género. Recurrimos a la llamada “bola de nieve” para la selección de entrevistadas: comenzando por las mujeres de notoria visibilidad pública en cada una de las tres generaciones, estas nos sugirieron nombres de otras colegas. Pero luego queríamos seleccionar un número más acotado de casos a analizar en profundidad. Para dicha selección, tuvimos en cuenta, por una parte, la profusión de detalles de contexto social por ellas descrito y, por otra, la relativa extensión de sus relatos en lo tocante a las relaciones de género. Tales criterios, expresamente inspirados en los propósitos del investigador, habilitaron la elaboración de siete cuadros de vida ilustrativos, cuya mayor o menor tipicidad podrán determinar futuras investigaciones.

Pactamos el anonimato con todas ellas para habilitar una mayor libertad en el análisis interpretativo y, sobre todo, para la consideración de situaciones de acoso a menudo dolorosas y difíciles de asumir en público. Cristina Morán, la “pionera” por antonomasia, constituye la única excepción, dada su visibilidad pública virtualmente imposible de ocultar. Fue la única mujer en el staff inaugural de la primera emisora de televisión uruguaya, a fines de 1956, singularidad que se prolongaría durante mucho tiempo. Desde sus inicios en el popular programa Las noches brillantes de Angenscheidt, en los albores de la televisión, la notoriedad de Cristina en la pantalla chica no haría más que acrecentarse en las décadas siguientes.

Luego de la revisión conceptual que sirve de marco a este trabajo, retomaremos las principales conclusiones de un artículo anterior en el cual dimos cuenta del recorrido profesional de Cristina, Ana María y Norma, tres de las primeras comunicadoras en adquirir notoriedad pública en la tv uruguaya (Graña, 2015). Describiremos el modo en el que hicieron frente a situaciones de discriminación y acoso —cuando las hubo—, vistas en sus contextos de vida y en la época en la que tuvieron lugar. Luego acometeremos el análisis del trayecto de otras cuatro entrevistadas: Amanda y Raquel, pertenecientes a la segunda franja etaria arriba mencionada (comunicadoras maduras de trayectoria profesional consolidada), y luego Natalia y Federica, de ingreso a comienzos del nuevo siglo. El análisis de las entrevistas a estas cuatro últimas ocupará el centro de atención de este artículo, dada su continuidad con la publicación arriba citada que se ocupa por entero de las comunicadoras de la primera hora en la tv uruguaya.

Fundamentos conceptuales1

El sexo está determinado por los genes e inscrito en nuestra fisonomía, mientras que el género engloba los significados que la sociedad atribuye a cada sexo (Burin, 1998). Esta distinción entre sexo (biológico) y género (sociocultural) es clave de bóveda en la arquitectura conceptual que ponen en pie la teoría feminista y los estudios de mujeres desde el último tercio del siglo pasado. Un segundo concepto clave es la visión androcéntrica del mundo, que instituye al hombre como modelo universal de la experiencia humana y justifica la correlativa subordinación de la mujer. Este concepto apela a “… diversos aspectos que sirven para entender la desigualdad social, económica y sexual a partir del papel que se ocupa en el centro del poder” (Rovetto, 2010, p. 44). Su potencialidad heurística radica en la visualización del carácter relacional del lugar social ocupado por la mitad femenina de la humanidad.

A lo largo del siglo pasado, un conjunto de avances importantes fue erosionando las bases del androcentrismo en todo Occidente. Se redujo el número promedio de hijos, se generalizó la utilización de anticonceptivos modernos, las mujeres aumentaron el nivel de educación formal y su incorporación a ámbitos económicos y políticos históricamente ocupados por los hombres. Pero, si bien la discriminación femenina ha disminuido, la humanidad está todavía lejos de haberla dejado atrás. Por de pronto, ellas siguen siendo responsables de la tarea doméstica y de los cuidados de las personas del hogar, actividades no remuneradas ni valoradas socialmente (Batthyány et al., 2014); asimismo, continúan padeciendo la violencia masculina más brutal, tanto física como psicológica y simbólica (Graña, 2014).

La llamada segunda ola feminista2, protagonizada por las mujeres en los años setenta en la vieja Europa y Estados Unidos, imprimió un fuerte impulso a los estudios sociales con perspectiva de género (de las Heras Aguilera, 2009). En las postrimerías de esa década, la socióloga Gaye Tuchman patentó el término “aniquilación simbólica”, para englobar las prácticas comunicacionales que subrepresentan a las mujeres en los medios de comunicación de masas (Tuchman, Kaplan y Benét, 1978). Asimismo, en ese ancho cauce abierto por los estudios de género, se abrían paso en todo Occidente investigaciones específicamente orientadas a la visibilización de la discriminación por género en los medios masivos de comunicación (Rovetto, 2013; Coates, 2009; Berganza Conde y del Hoyo Hurtado, 2006).

En Uruguay, la investigación en comunicación y género se encuentra aún en los prolegómenos. La organización feminista Cotidiano Mujer ha puesto en marcha un Observatorio de los medios de comunicación (Cotidiano Mujer, 1999), que registra el espacio ocupado por las mujeres en los medios. A pesar del incremento en el número de mujeres, ellas continúan subrepresentadas, y los propios medios no incorporan con la debida regularidad y profundidad los temas de la discriminación y la igualdad de género (Lucas y Martínez Gómez, 2015). Una investigación de María Goñi (2005) analiza la calidad de la participación femenina en la tv uruguaya, tal como es percibida por las propias comunicadoras entrevistadas. Persisten estructuras jerárquicas masculinas, así como criterios sexistas de selección de mujeres, que a menudo “adornan” con un toque femenino los programas conducidos por periodistas hombres. A despecho de todo lo antedicho, el creciente número de comunicadoras les da una mayor visibilidad pública y contribuye así al retroceso progresivo de las resistencias tradicionales.

En este contexto se inscriben los trayectos de las mujeres profesionales de la tv uruguaya que focalizamos en esta exposición. Las experiencias de vida de Cristina, Ana María y Norma, las primeras mujeres de la pantalla chica, y luego los trayectos de Amanda, Raquel, Natalia y Federica, dejarán traslucir tanto las persistencias en la estratificación de género en el medio audiovisual, como los cambios constatables en estas últimas décadas. De ello nos ocuparemos en los apartados que siguen.

Las pioneras

A fines de los años cincuenta, cuando Cristina ingresa a la tv, los hombres ocupan virtualmente todo el espacio público, y se espera que las mujeres se consagren por entero al matrimonio, al hogar y a los hijos. La comprensión y el sólido respaldo de sus progenitores, facilitaron una audacia que no hubiera podido prosperar ante un veto paterno. Veinte años más tarde, la joven Ana María deja atrás su apacible pueblo natal para estudiar periodismo en la “gran ciudad”, e iniciarse en una profesión hasta entonces abrumadoramente masculina; su aventura temprana tampoco es imaginable sin la fe que madre y padre han depositado en ella. En su niñez y adolescencia, transcurridas entre los años sesenta y setenta, Norma incorpora hábitos de lectura y de estudio, en línea con el mandato familiar expreso de formación curricular. Sus tutores le inculcan un sentido de autonomía y libre albedrío que animará un trayecto caracterizado por el profesionalismo y la confianza en sus propias capacidades.

Las tres mujeres estuvieron signadas por una determinación temprana muy nítida: dedicarse al oficio de comunicar. Cristina, aún adolescente, construye de la nada un perfil profesional femenino en la radio y luego en la tv, y conquista desde el inicio un reconocimiento que no cesará de crecer. Ana María lee mucho desde niña, dirige luego un diario liceal, y desde entonces buscará materializar su sueño de periodista contra viento y marea. Norma se inclina por la investigación social antes que la mera comunicación; desde los inicios de su desempeño profesional, mantendrá celosamente su vida privada a resguardo de la notoriedad pública.

Cristina experimenta el asedio de colegas como una realidad cotidiana natural: los que “se tiran un lance a ver qué pasa” son legión. Ellos tienen todo el poder de decisión, por cuanto debe mantenerlos a raya sin herir su amor propio. Asimismo, debe ganarles en la lid profesional sin humillarlos: “… tenés que hacerte amiga del adversario, y yo me hice amiga de los hombres”. Ana María sufre en los años setenta un episodio de acoso sexual que se salda con su despido. Son años de dictadura y la victimización es triple: la violencia del acoso en sí, la ignominia del despido, el doloroso silencio con el que debe sepultar todo el asunto para continuar con su vida profesional. Ante incesantes situaciones de acoso, aprende a desarrollar una estrategia de resistencia que no cortocircuite con su desempeño laboral: “mi recurso era hacerme la distraída…”. Entrados los ochenta, Norma accede al periodismo de investigación en tv, en ancas de una sólida formación profesional que conlleva dos virtualidades: constituye, por una parte, el rasero con el que exige ser medida; y, por otra, contribuye a minimizar la eventual discriminación por prejuicios de género, llevando la lid al terreno de la calidad de la producción periodística. Reconoce que no es fácil para ellas conquistar un lugar equitativo en la tv, aunque percibe como obstáculo principal el propio bloqueo de las mujeres “… para dar por sentado que tenemos los mismos derechos”.

El análisis del periplo de estas pioneras dejaba entrever una gradación histórica en el proceso de conquista de un lugar socioprofesional que, como podremos constatar, se acentuará con las nuevas generaciones de comunicadoras. La valorización creciente de la profesionalización comunicacional, basada en saberes y destrezas que no tienen sexo, contribuirá a reducir la brecha de género. Esta centralidad del oficio de comunicar se constituirá en terreno firme donde enraizarán las nuevas generaciones de mujeres periodistas. Ello se ha vuelto más patente con el paso del tiempo: es lo que esperamos mostrar siguiendo el trayecto de las comunicadoras hoy activas y ya instaladas en la profesión, a lo que seguirá el de las más jóvenes.

Amanda: “en la tele hay muchos egos...”

La mamá de Amanda vendía publicidad para la prensa escrita y tenía muchos contactos en esa actividad. En cierta oportunidad, le preguntó si no le gustaría hacer una licenciatura en ciencias de la comunicación: “te veo en ese perfil, no sé, pensalo…” Fue así que realizó un curso de comunicación de dos años en una institución privada. Sobre el final del primer año de los cursos, en 1995, consiguió una pasantía en una radioemisora nacional. “Estuve dos años, y fueron súper rendidores, hice de todo en la radio; disponía de tiempo: era soltera, sin hijos, todavía vivía en casa de mis padres”. La emisora no tardó en proponerle la conducción de un programa periodístico. Simultáneamente, ingresó a un canal de tv nacional. Durante un año, congenió las tres actividades: iba al canal en la mañana, estaba ocupada en la radio tarde y noche, y asistía a clases. En poco tiempo, la empresa le confió la producción de una revista matutina de tv y la coconducción de un informativo central.

Las principales dificultades afrontadas, en lo que va de su recorrido profesional, estriban en el “choque entre egos”, que Amanda percibe como exacerbados en la tv con relación a otros medios de comunicación: “… en la tele hay muchos egos, entonces, no me ha sido fácil; y no me siento la excepción”. Parece desprenderse de sus palabras que no se refiere al “choque entre egos” en general, sino más propiamente entre “las compañeras”. A la pregunta sobre los colegas varones en este cuadro de “roces” y “zancadillas”, Amanda contesta categóricamente: “situaciones de conflicto, no.”

¿Qué son, más precisamente, estas “situaciones de conflicto”? Se trata de pugnas entre personas que compiten —o pueden hacerlo— por un mismo cargo o tarea. Pero entonces, ¿cómo interpretar el hecho de que Amanda excluya de tales situaciones de conflicto a todos los colegas varones? En nuestra hipótesis, la competencia con ellos se le presenta fuera de su alcance, porque resulta excesivamente desventajosa para ellas. Podría decirse que la competencia entre ellas hace a una movilidad efectiva en disputa incesante, mientras que el desequilibrio de poder entre colegas de ambos sexos hace a relaciones estructurales que se presentan como ya dadas, más duraderas y sólo removibles en el largo plazo.

La entrevistada expresa que en lo referente a la conducción de un informativo —experiencia que protagonizó en dos ocasiones— se delegan en la mujer las cuestiones “menos complicadas”. Y agrega que hay “… una política instaurada, algo prácticamente mecánico, que el hombre conductor es el que lleva la posta del informativo, y la mujer lo que hace no es coconducir sino acompañar y poner el toque femenino”. Amanda remite esta primacía masculina al hecho de que ellos “están más preparados”, debido a la obvia circunstancia de que llegaron primero, pero entiende que la mujer “tiene potencial para hacer lo mismo, para hacer coconducción”. Esta asimetría debería revertirse tarde o temprano, aunque con una condición: la presencia de comunicadoras fuertemente dispuestas a levantar el reto. Amanda apuesta aquí a la voluntad, a la determinación personal, para lograr avances en este terreno. Para ella, las diferencias de género no son insuperables, no dependen de atributos innatos.

Dada su notoria visibilidad, la conducción de los programas centrales —y muy especialmente el noticiero vespertino— detenta una singular carga simbólica. Pero la apreciación de Amanda, respecto del potencial femenino para competir con sus pares varones, trasciende los roles de conducción. En las ruedas de prensa, los periodistas hombres son siempre mayoritarios y ellas siguen constituyendo un pequeño puñado. Sin embargo, es muy común que sea una colega quien “dé vuelta” cierta entrevista con un comentario o una pregunta incisiva. La entrevistada ve aquí una característica femenina: “… somos más directas, no damos tantas vueltas para preguntar lo que realmente queremos saber”.

Antes de tener a sus hijos, Amanda había perdido dos embarazos consecutivos; en aquel momento ya estaba conduciendo un informativo. Ello afectó su estado anímico, su rendimiento y su atención en el trabajo, y le provocó una desregulación hormonal que la llevó a ganar peso, lo que se constituyó en fuente de fricciones con sus jefes, dando lugar a observaciones explícitas del gerente de turno: “… no le gustó, y tuve problemas por eso, no hubo manera de hacerle entender que no era una cuestión que dependía de mí”. Amanda dio aquella batalla en la soledad, cara a cara con su jefe, procurando persuadirlo de que no podía solucionar a voluntad su “problema”. Debió de vivir aquel doloroso incidente como un asunto estrictamente personal, resultante de sus propias acciones y decisiones. Y debió de sentirse culpable: en definitiva, aquellos embarazos no habían sido accidentales sino queridos, no podía responsabilizar a nadie más que a sí misma por lo que le estaba pasando. Las consecuencias indeseables de embarazos deseados se habían constituido en “problema” personal.

El tiempo transcurrido debió de cicatrizar las heridas, aunque Amanda prefiere marcar distancia respecto de ese mal recuerdo. En el acto de rememorar para nosotros aquel doloroso episodio, prima en su espíritu una entereza que ha conquistado con gran esfuerzo. Puede entenderse así su actitud contenida, ajena en apariencia al penoso drama que debió experimentar en aquel momento; drama que deja apenas traslucir en el contexto de la entrevista, al modo de quien se refiere a un episodio enojoso pero circunscrito en el pasado.

Muy poco después, sobrevino el primer embarazo que llegó a término; los cinco meses iniciales debieron transcurrir en reposo absoluto. Al cabo de ese tiempo, ya podía reintegrarse para trabajar medio horario; supo entonces que la habían sacado de la conducción sin mediar comunicación formal alguna. Amanda recibió ese baldazo de agua fría sin previo aviso; de hecho, seguía siendo castigada por razones de maternidad. Lo soportó con entereza, y se empeñó en transformar este nuevo revés en oportunidad para seguir creciendo profesionalmente: “… me vino bien porque le saqué provecho […] Empecé a hacer de notera. El lado bueno de las cosas malas fue que pude hacer periodismo, que siempre me fascinó, lo pude hacer y lo hice bien”. Desde esa nueva posición, volvió a consolidarse y a conquistar un lugar importante. Llegó entonces su segundo embarazo, que esta vez pudo sobrellevar sin necesidad de reposo y sin interrumpir su trabajo. “Me vinieron las ganas de engordar todo lo que quise”, nos confiesa entre risas.

Raquel: “no tuve ninguna dificultad adicional por el hecho de ser mujer...”

A Raquel le gustaba escribir, y fue por esa vía que se interesó en la comunicación. En el ámbito familiar, siempre se sintió muy libre de hacer lo que quisiera: nunca sintió el peso de condicionamiento. Optó por la carrera de ciencias de la comunicación, teniendo siempre en vista la escritura. “En realidad, después me dijo mi madre que ella tenía confianza en que me iba a ir bien o que iba a estar contenta en cualquier cosa que hiciera”, recuerda. Toda su formación de base se orientó a la prensa escrita, tanto en la teoría como en la práctica; decididamente, la tv no estaba en sus planes: “… nunca pensé que yo pudiera estar frente a cámaras, no me veía para nada y tampoco me gustaba”.

Ya en segundo año de la licenciatura, se inició como periodista en el suplemento semanal de un periódico, y luego en una revista de opinión. Entretanto, ganó una beca de un año en el exterior para profundizar sus estudios de periodismo escrito. A su vuelta, se presentó a un casting para cierto programa matutino de un canal de tv nacional, y fue seleccionada. Poco después, aquella propuesta matutina en tv fue sustituida por un ofrecimiento para un programa periodístico vespertino que le resultaba más tentador y, por añadidura, bastante más llevadero en términos de horarios y compatibilidad con su trabajo en la prensa escrita. “Entré yo como única mujer en el equipo […] disfruté mucho el tiempo que estuve allí”; se trataba en lo fundamental, de “hacer informes, ir a la calle”, lo que cuadraba muy bien con la labor propiamente periodística que más la movilizaba. Durante el lapso en el cual permaneció en el programa periodístico vespertino, mantenía ambas inserciones laborales; seguía sintiendo que la prensa escrita era su base.

No he vivido experiencias de discriminación explícita”, nos dice la entrevistada, y lo atribuye a que trabajó desde siempre en redacciones con marcado predominio masculino. En tales ámbitos, con escasa o nula presencia de otras mujeres, se acostumbró tempranamente a una “mecánica masculina” que la llevaba a pensar “como hombre”. Le hemos preguntado cómo es esto; nos dijo que no sabría cómo definirlo, precisamente porque no le había tocado trabajar con mujeres. Sugestivamente, expresó más adelante: “… yo entré en un momento en que la mujer de a poquito empezaba a integrarse más masivamente, entonces al haber más mujeres, eso frena un poco la discriminación”. El punto merece una consideración algo detenida.

Creemos que Raquel extrapola aquí su propia experiencia, y evalúa a través de ella las relaciones laborales entre mujeres y hombres: su trayectoria ha estado marcada por un alto grado de profesionalismo periodístico, lo que a su juicio le ha asegurado un éxito que trasciende “el tema de género”. Raquel se ha sentido cómoda en un ambiente de trabajo masculino, se ha percibido a sí misma como “uno más” entre los colegas, su desempeño profesional no se ha visto menoscabado en lo más mínimo: “… yo daba por sentado que lo que hacía yo era lo mismo que hacía cualquier hombre; y también mis compañeros siempre dieron por sentado eso”. Así, por ejemplo, cuando había que ir a un asentamiento, iba ella o bien lo hacía un colega, indistintamente, lo que no es corriente en otros medios. Raquel se ve a sí misma entre quienes “atraen menos la discriminación”; todo esto reposa en buena medida sobre “cómo te parás vos”, lo cual incide fuertemente en “cómo te ven”.

La entrevistada es consciente de su solvencia profesional, nunca ha dejado de exponer con firmeza sus condiciones, que siempre le fueron aceptadas. Estos atributos de confianza, solvencia y firmeza —tenidos estereotípicamente por “masculinos”— han contribuido a ocultar a sus ojos la brecha de género, así como también a ojos de sus colegas hombres. En tales circunstancias, la discriminación por género se le presenta como algo ajeno a su experiencia de vida: “No tuve ninguna dificultad adicional por el hecho de ser mujer, en mi ámbito de trabajo”. No por ello niega la discriminación como problema; esta se sigue manifestando en lo salarial: “hay mujeres que por ser mujeres entran ganando un poco menos”, aunque percibe que en periodismo esa brecha tiende a reducirse.

La maternidad suele ser un momento crítico en el trayecto laboral de las mujeres. El embarazo, el parto, el puerperio, el período de lactancia, la atención y energías demandadas por la crianza en la temprana edad, constituyen desventajas objetivas ante colegas varones en contextos de competencia laboral y profesional. Raquel no fue la excepción, el advenimiento de su primera hija supuso trastocamientos importantes en su trabajo. Lo que ella misma denomina “horarios masculinos”: quedarse en la redacción hasta las once o doce de la noche, a los que se había acostumbrado, le estaban vedados: “… no todo el mundo puede compatibilizar una vida privada y con hijos, con eso”. Raquel no aceptó esto pasivamente y se dispuso a cambiar la dinámica. Por entonces, todavía estaba en el periódico, y planteó al director que no trabajaría de noche sino que iría a la redacción temprano en la mañana, hasta no más tarde de las 18 o 19 horas. Para su sorpresa, el jefe le manifestó que no veía inconveniente alguno, dado que precisamente habían decidido cambiar la rutina e instar al personal a ocupar las mañanas con tareas de redacción. De allí en más, esta iba a ser su base de partida para toda negociación: en caso de rechazo, no aceptaría otras condiciones. Pero reconoce que nunca se vio empujada a tales extremos: “… no puedo ser injusta con mis empleadores hombres, porque siempre me lo aceptaron”.

Raquel es consciente del poder negociador que encierran sus competencias profesionales: “… probablemente yo pude elegir porque ellos me iban a buscar”. En su relato, como ya hemos constatado, esta puja carece de connotaciones de género; parece querer decirnos: “seas hombre o mujer, hacerte valer no depende más que de ti”. Quizás otras colegas “no se atreven” a reclamar lo que les corresponde —nos dice— porque gravitan en su imaginario escenarios de discriminación laboral ya caducos o en neto retroceso. Y este desfasaje las lleva a subestimar sus propias potencialidades por temor al rechazo: “… las mujeres a veces no se atreven a plantear eso, y no sé si siempre se lo rechazarían o si siempre caería mal”.

Natalia: “no te cortan las alas por ser mujer...”

En el liceo, Natalia cursó los talleres de literatura y de comunicación, y simultáneamente se inició en la tarea de notera y de entrevistadora para la revista semestral del colegio. En 2004, ingresó a la licenciatura en Comunicación de la Universidad de la República. Siempre se sintió muy apoyada por su familia; dicho sostén le permitió cursar los tres primeros años de la carrera en dedicación exclusiva al estudio.

Se sentía muy atraída por el periodismo escrito, aunque también escuchaba mucha radio; su primera ocupación profesional —ya avanzada en la licenciatura— consistió en una columna radial sobre la vida universitaria, junto a colaboraciones para un periódico local de su ciudad natal. Entretanto, supo que se había producido una vacante para telefonista de prensa en el informativo de uno de los canales de cobertura nacional. Se presentó y fue contratada. Al mismo tiempo, incursionó en el oficio de producción de las notas: en oportunidad de la dimisión de una colega, asumió el cargo de asistenta de producción. Esto tenía lugar a inicios del último año de la licenciatura y debió postergar las obligaciones curriculares, aunque no por mucho tiempo: al año siguiente culminó sus estudios.

Nos expresa que se siente cómoda en el canal: “No te cortan las alas por ser mujer; si vos demostrás capacidad, interés, compromiso, ganas, te dan oportunidad”; y, si bien no le interesa aparecer en pantalla, sabe que es una posibilidad siempre latente en el medio. En el ambiente laboral percibe relaciones cordiales entre pares de ambos sexos, aunque a despecho de este clima predominante, no faltan los cultores del estereotipado “machismo estúpido”, que asume la forma de tomaduras de pelo u observaciones mordaces acerca del atuendo o los atributos físicos de una compañera.

Natalia relata el caso de una joven colega proveniente del interior del país, particularmente ingenua, que “siempre vivió como en una cajita de cristal”. La entrevistada baja la voz, adoptando el tono íntimo y condescendiente de quien comparte una situación delicada que la mueve a compasión. Esta colega, “muy bonita” dados los estereotipos de belleza corrientes —que los propios medios difunden y contribuyen a crear—, entró al canal “… porque el director había buscado una persona linda, ¿entendés? No importaba cómo fuera a nivel profesional…”. Independientemente de esa circunstancia, la colega “ha mejorado un montón” y terminó ganándose su lugar, aunque no sin dificultades; más precisamente, debió afrontar situaciones de destrato por parte de su responsable así como de algunos de sus colegas.

Natalia parece atribuir estas dificultades precisamente a las circunstancias de su ingreso, signado por la más sexista de las relaciones entre géneros: la que prescinde de la persona, anula la subjetividad y se restringe a una evaluación de atributos-objeto femeninos moldeados por la mirada y por el gusto masculinos. Las palabras de Natalia traslucen su convicción de que el trato dispensado por colegas machistas también depende de ellas: “… cuando yo entré no tuve ningún problema, pero es por eso, porque también depende de la mujer”. Ellas deben estar siempre alertas para evitar situaciones que se presten al trato sexista y aun al acoso. La complicidad femenina legitima las relaciones sexistas: “… eso de la mujer objeto, de lo que vemos todo el tiempo en la tele… las mujeres se prestan también para esas cosas”. Es precisamente el fin de esa complicidad que jaquea al androcentrismo e irrita a los varones involucrados en tales episodios sexistas.

Natalia evoca luego algunos ejemplos ilustrativos de situaciones sexistas corrientes, tales como “los camarógrafos que te filman minas en las mismas notas de prensa” o los que editan las tomas de la playa con “muchos culos”. Nos relata también que uno de los directores no tiene empacho alguno en llamar a sus compañeros “para ver en la computadora fotos de minas” y reír fuerte, a despecho de la presencia de colegas mujeres en el entorno (o tal vez debido a dicha presencia). El tono festivo con que estas cosas se comparten entre varones consagra la banalización del poder masculino sobre los cuerpos femeninos; ante cualquier interpelación sobre el asunto, los protagonistas no dudarán en declarar —a menudo molestos o indignados— que se trata de una “broma”, de un pasatiempo inocente. Expresa Natalia sobre esto: “… yo no me lo tomé nunca como broma, porque de ahí nacen muchas cosas, en realidad…”

Hemos consignado la rápida transformación de las relaciones entre hombres y mujeres; en el breve lapso histórico de tres o cuatro generaciones, ellas han venido ganando terreno en la equiparación de derechos, así como en la condena social al sexismo y a la discriminación por razones de género. La historia reciente del mundo occidental así nos lo muestra; asimismo, las huellas de tales transformaciones son perceptibles en el testimonio directo de las personas mayores. En este sentido, cabe esperar que los varones que han accedido a la adultez en tiempos en los cuales el reclamo de equidad entre hombres y mujeres ha ganado legitimidad social sean menos sexistas que las generaciones precedentes. Y en la misma medida, parecería razonable encontrar en las actitudes de los mayores, reminiscencias de un pasado reciente menos dispuesto a aceptar la equidad de género. Natalia da cuenta de un escenario que desmiente estas expectativas; preguntada sobre la actitud de los mayores del canal respecto del trato hacia las colegas, nos da a entender que se encuentran entre los más igualitarios: “… los compañeros más viejos que hay, en realidad son como tus abuelos, son como recariñosos”.

¿Qué decir de esta llamativa constatación? Nos sentimos tentados a evocar aquí la noción de “caballero”, que distingue tradicionalmente al hombre gentil, respetuoso y discreto con las “damas”. Dicho trato constituye una reafirmación paternalista del poder masculino; se espera que la mujer tratada con tal deferencia se sienta respetada, protegida y aun agradecida hacia quien está investido de una superioridad “natural” y que, por lo tanto, podría comportarse de otro modo. ¿Es este el caso de los “compañeros más viejos” de Natalia? No podemos ser concluyentes en este punto; el asunto reclama una investigación específica y queda fuera del alcance del presente trabajo.

Federica: el género no es fuente de conflictos

Federica experimentó muy tempranamente el gusto por la prosa escrita: “… me gustaba escribir, y supuestamente escribía bien”; en la escuela pública, pronto estuvo a cargo de la mitad del diario escolar. “No conocí ningún periodista hasta que fui grande”, nos señala, descartando así posibles influencias directas provenientes de otros. No bien se enteró de la existencia de una carrera en comunicación y decidió que emprendería ese camino, sus padres —ambos profesionales universitarios— le manifestaron que se “iba a morir de hambre”. Ellos son “gente de clase media que la peleó toda la vida” y, razonablemente, se preocupaban por que su hija pudiera ganarse adecuadamente su sustento; en ese sentido, pensaban que la perspectiva de ser comunicadora no era muy prometedora. “Yo no me voy a morir de hambre porque voy a ser muy buena”, respondía la hija a sus aprensiones y recaudos; ellos mismos habían sabido educarla en un contexto de hogar donde la libre elección era bienvenida, y precisamente esto la estimulaba a tomar decisiones propias, aun a despecho de aquellas prevenciones familiares.

Federica trabajó ocho horas diarias desde los dieciséis años, y no dejó de hacerlo en los años durante los cuales cursó la licenciatura en Comunicación. Los cursos matutinos eran compatibles con sus horarios laborales; asimismo, pudo emplearse en los medios prácticamente durante todos los recesos universitarios de verano: tres meses en una importante emisora radial, en el primer medio uruguayo on line. “Tenía jornadas eternas: desde las seis de la mañana a las nueve de la noche, llegaba a mi casa, dormía, me levantaba y volvía a trabajar”, relata Federica. Pero aquel empleo del tiempo, sin pausas ni descansos, no le impidió disfrutar de la carrera: “… yo tenía mucha avidez por estudiar eso, eran horas en que hacía realmente lo que me gustaba […] Basta algo de talento y mucho tesón, no tenés que ser un genio”. No perdió un solo semestre, y culminó la licenciatura en los cuatro años mínimos del currículo.

Apenas recibida, se le presentó la oportunidad de emplearse en una revista semanal de gran tiraje. Era para ella la mejor opción: “… me gustan más las cosas semanales que las cosas cotidianas porque me parece que uno tiene más tiempo para investigar”. Su escalón de entrada fue la página de Sociales; se divirtió mucho, conoció a mucha gente. Su experiencia en radio, en prensa escrita y en periodismo por Internet amplió mucho sus horizontes y le permitió desarrollar habilidades complementarias que —nos explica— son muy apreciadas en el mundo periodístico actual.

Federica manifiesta que siempre hizo grandes esfuerzos para estudiar, y a su alrededor recibió a menudo comentarios más bien desalentadores: para qué estudiar si luego nadie te lo va a valorar, etcétera. “Es una pregunta que nunca me hice”, expresa la entrevistada en tono muy convencido: “… yo no sé si hago un posgrado para que la gente me lo valore”. Siempre le gustó estudiar, tenía ganas de ver otras cosas, conocer y experimentar otras modalidades de labor periodística. Siente hoy que fue una decisión muy acertada: “… aprendí un montón, y vine con ideas de cosas que quería hacer acá”; durante su estadía realizó numerosas pasantías: en la bbc de Londres, en la segunda radioemisora de Estados Unidos, entre otras.

Cuando fue a estudiar al extranjero, todavía estaba empleada en la revista semanal; sus jefes habían apoyado su decisión de continuar su formación, y le hicieron saber que a su retorno podía decidir con toda libertad qué hacer: “… fueron muy generosos, sólo que cuando yo volví quería hacer otra cosa”. Los dieciocho meses de estudio fuera del país habían cambiado mucho su cabeza, de modo que dejó su trabajo, elaboró un piloto para televisión en cooperación con una colega de trayectoria muy similar a la suya, y lo presentaron a los grandes canales de tv abierta. Se trataba de un periodístico de media hora, consistente en un relato lineal, sencillo y sin mayores artilugios técnicos, pero con un manejo de los tiempos que se despegaba de los trabajos corrientes en nuestro medio. “Yo venía de una sociedad donde todo dura dos segundos, y venía con otros tiempos…”. El trabajo constituyó su carta de presentación en uno de los tres grandes canales privados, que la incorporó de inmediato a un programa periodístico de rating relativamente alto.

Preguntada acerca de las relaciones de trabajo con los compañeros, coloca en el centro de atención el desfasaje generacional: ellos tienen muchos años de periodismo, han pasado por muchas redacciones, y ella ha aprendido con ellos. “Yo aprendo mucho, pero claro: para mi generación, no es el programa que yo haría”.

Debe decirse que la distancia etaria que la separa de los demás integrantes del equipo es significativa aunque no abismal. Creemos percibir una dimensión de la labor profesional, que no coincide necesariamente con el desfasaje generacional: el modus operandi del periodismo, terreno en el que Federica siente haber incorporado saberes y destrezas avanzados, que apuntan hacia “lo que vendrá”. La entrevistada se percibe a sí misma como exponente de una nueva modalidad de labor periodística hoy instalada “en el mundo”, y que a su juicio se impondrá tarde o temprano en el Río de la Plata. Cierta visión de recambio generacional, que la entrevistada no ha formulado nunca en estos términos, late en sus apreciaciones críticas sobre el periodismo corriente en la comunicación audiovisual en nuestro medio.

Federica no percibe de modo alguno la cuestión de género como posible fuente de conflicto: “… creo que es un tema más bien generacional, no lo siento que sea por la condición de mujer, te digo la verdad”. Ilustra el punto contándonos que pasó todo su embarazo trabajando en el programa sin que nadie le hiciera problemas, contó siempre con la comprensión de los colegas, y esto aun cuando las cosas se complicaron y debió guardar reposo unas cuantas semanas. Por otra parte, constata que las productoras son casi todas mujeres, circunstancia que la reafirma en su percepción no conflictiva de las diferencias de género.

Yo no te puedo decir que sea lo mismo ser varón o mujer, pero no sé porque no he sido hombre”: estas palabras denotan cierta incredulidad hacia la idea de un supuesto peso determinante de las diferencias de género, contenida en nuestras preguntas. Federica exhibe con orgullo su actitud ante la formación profesional y la labor periodística: el esfuerzo sistemático e incansable en pro de las metas personales. Entiende que el trabajo disciplinado y bien hecho constituye un rasero democratizante, igualador, que anula cualquier inequidad potencial: “… yo entré con un piloto, como podía haber entrado cualquier otro”. Su comentario irónico (“…no sé porque no he sido hombre…”) reitera por vía del absurdo esta invisibilización del género en la evaluación de las capacidades profesionales, tal como ha sido experimentada por Federica.


Síntesis y conclusiones

En este texto hemos seguido los pasos de siete comunicadoras que accedieron exitosamente a la tv entre fines de los años cincuenta y la primera década de este siglo, enfatizando el recorrido de cuatro de ellas: dos profesionales maduras, hoy en actividad y que gozan de público reconocimiento, y dos jóvenes comunicadoras de ingreso reciente a la televisión. Quisimos describir los principales obstáculos y resistencias con las que debieron lidiar, poniendo el foco en las relaciones de género. Nos propusimos “ver”, a través de sus ojos, el mundo en el cual ellas se hicieron un lugar como profesionales en la televisión abierta. Expondremos ahora una rápida síntesis de sus trayectos socioprofesionales, enfatizando aquellos episodios y vicisitudes atribuibles a su condición de mujeres. Recordemos que Cristina, Ana María y Norma accedieron a la tv entre fines de los años cincuenta y comienzos de los ochenta; Amanda y Raquel lo hicieron a fines de los noventa, Natalia y Federica accedieron a la comunicación audiovisual ya entrada la primera década de este siglo.

Cristina fue la única mujer en el staff que inauguró la primera emisora de televisión uruguaya a fines de 1956. En un ámbito abrumadoramente masculino, construyó de la nada un perfil profesional femenino y conquistó un reconocimiento que creció día a día. Dentro y fuera del canal, los que “se tiran un lance a ver qué pasa” son legión. Ellos tienen todo el poder de decisión, por lo que debió practicar el difícil equilibrio de mantenerlos a raya sin herir su amor propio, debió ganarles en la lid profesional sin humillarlos.

A inicios de los años setenta, Ana María tomó el único curso de periodismo existente en esos años. Su primera incursión en la radio se saldó brutalmente con su despido, corolario de un episodio de acoso sexual protagonizado por alguien con poder en la empresa. Años más tarde, ya en la tv, debió afrontar otro doloroso episodio de violencia simbólica de género, esta vez con base en un rumor ultrajante. A fines de la década era la primera comunicadora de la tv uruguaya en un noticiero central, y por años, la única mujer en el equipo de profesionales del canal.

La niñez y adolescencia de Norma discurrió durante los convulsionados años sesenta y setenta, en los que emergieron con fuerza en el mundo los reclamos feministas de igualdad de derechos y libertades. Desde pequeña, incorporó hábitos de lectura y de estudio, e hizo suyo el mandato familiar de la formación y del gusto por el saber. Accedió a la tv por la puerta de la investigación sociocultural. En lo que hace a la equidad de género, señala que el obstáculo principal no es ajeno a las propias mujeres: persiste en muchas de ellas cierto bloqueo “… para dar por sentado que tenemos los mismos derechos”.

Luego de realizar un curso de comunicadora de dos años, Amanda ingresó a una radioemisora nacional y, a mediados de los noventa, a un canal de tv nacional. La competencia con los colegas varones se le presentó fuera de su alcance: ellos detentaban un poder sólo removible en el largo plazo. Amanda entendió que ellos “están más preparados” porque llegaron primero, de donde deriva la primacía en la cobertura periodística. Sucesivos embarazos afectaron su rendimiento, lo que le valió ser desplazada del informativo central donde se desempeñaba.

Raquel cursó la carrera de ciencias de la comunicación, orientándose a la prensa escrita. Fue periodista en un suplemento semanal, y luego en una revista de opinión. Se presentó circunstancialmente a un casting para un programa matutino de tv y fue seleccionada; era la única mujer en el equipo. No ha vivido situaciones de discriminación por género y, curiosamente, lo atribuye a que siempre trabajó con colegas varones. Entiende que su profesionalismo le ha asegurado un éxito que trasciende “el tema de género”. Siempre se ha autopercibido como “uno más” entre los colegas.

Natalia se licenció en Ciencias de la Comunicación. Su primera ocupación profesional consistió en una columna radial. Enterada de una vacante como telefonista de prensa para un informativo de tv, se presentó y quedó contratada. Se siente cómoda en el canal: “… no te cortan las alas por ser mujer; si vos demostrás capacidad, interés, compromiso, ganas, te dan oportunidad”. A despecho de este clima predominante, no faltan los cultores de la broma sexista y del acoso. Pero las denuncias de mujeres han ganado espacio y legitimidad social, y Natalia rechaza con firmeza los escarceos machistas de algunos colegas.

Federica se licenció en Comunicación, trabajó en una revista semanal de gran tiraje, luego en radio, en prensa escrita y en periodismo por Internet, y más tarde ingresó a un programa periodístico de tv con importante rating. Para ella, el trabajo bien hecho constituye un rasero democratizante e independiente del género: “… yo entré con un piloto, como podía haber entrado cualquier otro”. Exhibe con orgullo su actitud ante la formación profesional y la labor periodística: el esfuerzo sistemático e incansable es la clave para alcanzar las metas personales.

Salta a la vista la importancia progresiva en el tiempo de la formación curricular en la pugna de las comunicadoras por hacerse valer en tanto tales. Esa gradación histórica, en el proceso de conquista de un lugar profesional, se vuelve más neta entre las de ingreso reciente a la comunicación audiovisual. La profesionalización del oficio de periodista contribuye a reducir parcialmente la brecha de género, en tanto remite a saberes y destrezas que no tienen sexo.

En el plano específico de las relaciones de género, los relatos llevan la marca de los actuales tiempos de transición hacia relaciones de género menos desiguales, aunque aún lastrados por el androcentrismo todavía reinante. Sin embargo, en lo que hace a situaciones de discriminación claramente atribuibles a su condición de mujeres, las distintas trayectorias analizadas exhiben una heterogeneidad considerable. Es claro que la selección de una pequeña cantidad de casos conspira contra la posibilidad de extraer conclusiones que aspiren a trazar una tendencia general. Pero no debe pasarse por alto otro importante factor de indeterminación: el tema es muy delicado, y más de una entrevistada pudo haber pasado en silencio situaciones enojosas, por las razones más diversas: porque prefieren olvidarlas, por pudor, por temor a que una confesión de ese tipo se vuelva en su contra. Una futura investigación que tome como punto de partida el presente estudio, empleando métodos cuantitativos, seguramente podrá echar luz sobre el punto, eliminando sesgos que el trabajo con pocos casos impide visibilizar.

En suma, las trayectorias aquí analizadas desde la perspectiva de la discriminación por género exhiben en más de medio siglo de tv abierta tanto luces como sombras, tanto cambios como permanencias. Un mayor reconocimiento profesional de las comunicadoras, junto al crecimiento de su autoconfianza y de su capacidad de resistencia a situaciones de acoso sexual, podrían configurar una tendencia sostenida en el tiempo, sospecha que investigaciones ulteriores deberán confirmar o rechazar.

Esta exposición se cierra con constataciones que, lejos de ser concluyentes, sugieren nuevas preguntas. Nos quedaremos con una de ellas: este “empoderamiento” paulatino aunado a la consolidación profesional de las comunicadoras en la tv, ¿terminará un día con los abusos de poder androcéntrico anulando las desigualdades entre varones y mujeres, o bien seguirá operando dentro de márgenes tolerados por las estructuras patriarcales de nuestras sociedades? Finalmente, consignemos que deberían realizarse similares trabajos en otras ramas del periodismo y la comunicación de masas para así proyectar un estudio más amplio que identificara las singularidades de lo que ocurre en la tv, así como lo que tienen en común en lo concerniente a las relaciones sociales de género.



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1 En este apartado daremos cuenta de la perspectiva teórica explicitada en el avance antes citado (Graña, 2015), aunque en versión algo modificada.


2 Así se ha llamado al estallido feminista de fines de los sesenta y primeros años de la década siguiente, en referencia a la “primera ola” protagonizada por las sufragistas de comienzos de ese siglo.


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