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Revista de Ciencias Sociales

Print version ISSN 0797-5538On-line version ISSN 1688-4981

Rev. Cienc. Soc. vol.29 no.38 Montevideo July 2016

 

Tendencias epistémicas sobre la categoría juventud

Una perspectiva foucaultiana

Epistemic trends on Youth category: a Foucauldian perspective

 

 

Gilbert Ulloa Brenes

 

 

Resumen

Se ofrece en este trabajo una discusión epistemológica en torno a la categoría juventud. Para ello, se propone la existencia en el interior de dicha categoría de al menos cuatro tendencias epistémicas que, con base en algunas de las ideas propuestas por Foucault, se entienden como códigos ordenadores que dentro del discurso académico apuntan a la objetivación de la realidad juvenil, articulándola a partir de ciertas características reconocidas como propias de quienes se ubicarían como parte de la juventud.

Palabras clave: Juventud / epistemología / Ciencias Sociales / Foucault.

 

Abstract

An epistemological discussion on Youth category is provided in this paper. It is propose the existence within that category of at least four epistemic trends, based on some of the ideas proposed by Foucault, are understood as organization codes within the academic discourse point to the objectification of youth reality, articulating from certain characteristics recognized as belonging to those who would be located as part of Youth category.

Keywords: Youth / epistemology / social sciences / Foucault.

 

 

Gilbert Ulloa Brenes: Magíster litterarum en Estudios de Cultura Centroamericana por la Universidad Nacional, Heredia, Costa Rica. Egresado del doctorado en Estudios de la Sociedad y la Cultura de la Universidad de Costa Rica. Profesor de la Escuela de Ciencias de la Educación en la Universidad Estatal a Distancia, San José, Costa Rica. Investigador en docencia, culturas juveniles y estudios culturales. E-mail: gilbertodalier@gmail.com

 

 

 

Recibido: 28 de junio de 2015.
Aprobado: 17 de abril de 2016.

Introducción

En términos epistemológicos hay categorías capaces de agrupar fenómenos, cuyos diversos matices se diluyen en favor de síntesis que permiten construir conocimientos amplios.

Ante este tipo de categorías suelen levantarse objeciones, dado que su pretendida amplitud reñiría con las particularidades de tal o cual objeto de estudio.

Dentro de las ciencias sociales, especialmente, son comunes las críticas de este tipo hacia categorías omnicomprensivas que impiden percibir en sus más finos detalles las realidades concretas de individuos, grupos o comunidades, en sus contextos históricos específicos.

De este modo, los debates en torno a la relación entre categorías conceptuales y realidades o, más precisamente, entre la evidencia de un mundo externo configurado subjetiva y lingüísticamente o de un mundo interno configurado por (o que refleja) la objetividad del entorno, se ha traducido en las ciencias humanas en posiciones oscilantes entre, por ejemplo, el determinismo radical del lenguaje propuesto por Whorf (1971) y apuntalado por Sapir (1954), o el objetivismo de planteamientos como los defendidos antaño por la ortodoxia materialista soviética (Stalin, 1979) o el también ortodoxo conductismo norteamericano (Skinner, 1981).

A esta dilemática relación entre realidad objetiva y cognición, se agrega el problema sobre la precisión del lenguaje para dar cuenta de la realidad a la que pretendidamente se refiere. En ese sentido, también la obsesión de Wittgenstein (1999) por la perfectibilidad de un lenguaje científico, exacto hasta sus últimas consecuencias, o la defensa del recurso retórico que hace De Man (1978) apuntan ya al problema de la forma en la cual científicamente es posible hablar de la realidad, asunto que luego Foucault (2005) planteó como la imposición histórica de discursos asociados a epistemes que acaban por configurar una especie de precaria realidad, o que Lyotard (2004) llevará hasta el extremo al situar la ciencia como un discurso performativo.

En torno al conocimiento científico social, diversas posiciones se han planteado sobre la posibilidad de que el lenguaje y la construcción de conceptos apropiados, bajo la forma de categorías analíticas amplias, permitan dar cuenta de la complejidad que los objetos sociales comprenden. Este es el caso de los actuales cuestionamientos enarbolados sobre la categoría juventud.

Autores como Duarte (2000, 2006), Margulis (2001), Revilla (2001), Dayrell (2003), Celiberti, et al. (2008), o Zúñiga (2010) objetan que una categoría amplia como la de juventud permita captar los diversos matices históricos y subjetivos que formarían parte de las experiencias concretas de las personas jóvenes.

En cambio, otros como Urcola (2003), Beltrán y Rojas (2007) o Villa (2011) señalan también las diversas experiencias desde las que se configura la situación social de los jóvenes, sin llegar a proponer cuestionamientos de fondo a la categoría juventud, aclarando más bien los matices conceptuales que pueden asociarse a aquella en cuanto categoría amplia.

Como sea, un estudio efectuado por Filardo, et al (2007), evidencia que incluso para sujetos pertenecientes a diferentes clases de edad (incluyendo jóvenes, adultos y adultos mayores) la concepción e identificación desde la categoría juventud resulta problemática y no estaría exenta de moverse entre idealizaciones que naturalizan (por el paso ineluctable de la edad) la condición de joven, o la relativizan (basándose en la existencia de un ubicuo espíritu juvenil), pasando también por posiciones intermedias que los autores denominan “constructivistas”.

Sea que se cuestione o tan sólo se matice la validez de esta categoría y su actual pertinencia como parte de los discursos de científicos sociales ocupados en el estudio de las realidades vividas por personas jóvenes en diversos contextos, a lo largo del siglo xx desde la filosofía y algunas disciplinas científico-sociales se levantaron diversas concepciones en torno a la categoría juventud, las cuales perviven bajo la forma de lo que se entiende en este artículo por tendencias epistémicas.

Así, sin descartar del todo las posibilidades epistemológicas de esa categoría y coincidiendo con Margulis (2001) en que la “... juventud como concepto útil, debe contener entre sus capas de sentido las condiciones históricas que determinan su especificidad en cuanto objeto de estudio” (p. 41), pero agregando también que se debe rastrear cómo esas capas históricas configuran ciertas formas de conceptualización que se entretejen en los discursos especializados sobre el tema. En este trabajo se presentan y discuten cuatro tendencias epistémicas que, además de dar cuenta de ciertas formas de concepción de la juventud, forman parte de algunas de las aproximaciones analíticas que desde las ciencias sociales se han efectuado para dar cuenta de la realidad de las y los jóvenes como sujetos sociales.

La detección de estas tendencias resultó a partir de la revisión de artículos, tesis y libros ocupados en analizar fenómenos relacionados con la juventud, desde alguna disciplina científica social. Esa exploración, que en principio tenía por objetivo nutrir el estado del arte de una investigación que actualmente desarrolla el autor de este texto, permitió la construcción de una serie de líneas temáticas, las cuales, principalmente, se podían agrupar en las tendencias aquí expuestas.

La construcción y denominación de las tendencias detectadas corresponde a una especie de hipótesis de trabajo, en virtud de la cual se entiende que buena parte de los discursos articulados en torno a la categoría juventud pueden ubicarse, en primera instancia, dentro de las tendencias aquí indicadas y que, además, se sustentarían en las perspectivas de autores representativos para las ciencias sociales, cuyos escritos se entienden como referencias básicas para la configuración de muchos de los discursos especializados sobre la juventud. Evidentemente, la construcción epistemológica efectuada está abierta a la discusión y a su enriquecimiento por medio de futuras investigaciones bibliográficas sobre el tema.

Tendencias epistémicas

Puede entenderse una tendencia epistémica como forma catalizada de los que Foucault (2005) llamó códigos ordenadores, es decir, recursos culturales que permiten clasificar, dentro de un discurso científico, ciertos aspectos de la realidad.

Tales tendencias no se limitan a funcionar discursivamente como fronteras entre los saberes y sus objetos de estudio: además formarían parte de la episteme histórica en tanto la tendencia es una derivación de esta, y está referida a algún espacio o asunto concreto.

Así, mientras la episteme es un marco cultural e histórico más amplio (por ejemplo, Foucault habla de la cultura occidental como una episteme con discontinuidades históricas), en su interior es posible hallar tendencias epistémicas específicas hechas de ciertos códigos que marcan determinados discursos referidos, a su vez, a sujetos y problemas científicamente válidos.

Las tendencias epistémicas se ubican, entonces, en la permanente problematización de la relación entre objeto, representación y lenguaje, que Foucault (2005) estableció como propia de la cultura occidental a partir del siglo xix y que, más adelante, vinculó con los saberes a través de cuyos discursos se ejercería un poder de ontologización que fija (identifica) los diversos seres que a su vez constituyen ámbitos de saber establecidos (Castro, 2004, pp. 169-171; Foucault, 2002).

La apropiación de un cierto discurso, sobre un determinado objeto de estudio, corresponde en este caso a la composición de tal o cual objeto a partir de los parámetros propios del área desde la que se discurre y, por la cual, según apuntó Foucault (1976) en la construcción del caso Paul Rivière, se va del hecho a la memoria por medio de un texto que está, además, urdido a partir de códigos lingüísticos institucionalizados en torno a un determinado ámbito del saber: el jurídico, el científico, el religioso, etcétera.

En el caso de las tendencias epistémicas en torno a la categoría juventud, se trata de formas de apropiación conceptual que, a través de textos provenientes de la academia y enmarcados por esta y sus códigos, se refieren a los jóvenes como un sector caracterizado por ciertos aspectos (modos de aparecer-ser) que ayudan a establecer una apropiación ordenada del mundo juvenil.

Estos textos configuran una forma de memoria académica que sirve como parámetro discursivo para las elaboraciones que se hagan en los estudios sobre juventud, reconociendo y asignando atributos a los individuos que se objetivan como referencia empírica de tal categoría.

Así, el recurso a la taxonomía ofrecida, por ejemplo, por términos como “subculturas juveniles” o “tribus urbanas”, como se verá más adelante, ha coadyuvado para precisar algunos de los rasgos que pretendidamente clasifican las experiencias juveniles en torno a intereses, valores o procesos identitarios. En ese sentido, la tendencia epistémica surge del espacio donde operan los códigos culturales que refuerzan una cierta forma de categorizar la experiencia de lo juvenil.

Las implicaciones identitarias de las tendencias epistémicas se expresan en atributos, es decir, formas de aparecer-ser que se espera observar-en y otras que se asignan-a para la adecuada coincidencia de la cosa juventud y de los discursos sobre esta. Se incursiona así en un orden epistémico que, según criterio de Foucault (2005), remite a unas tendencias que expresan:

“… una historia que no es la de su perfección creciente, sino la de sus condiciones de posibilidad; en este texto lo que debe aparecer son, dentro del espacio del saber, las configuraciones que han dado lugar a las diversas formas del conocimiento empírico. Más que una historia, en el sentido tradicional de la palabra, se trata de una ‘arqueología’”. (p. 7)

Se debe advertir que no se trata aquí de un trabajo arqueológico sobre la categoría juventud, en el sentido que Foucault da a esta estrategia analítica (Foucault, 2002), sino de proponer la existencia de al menos cuatro tendencias epistémicas desde las cuales la categoría juventud se ha semantizado, en acuerdo con ciertas aproximaciones teóricosociales alrededor de los jóvenes:

    La juventud como situación de enajenación particular.

    La juventud como resistencia y potencial transformador.

    La juventud como lugar generacional en el campo social.

    La juventud como tribalidad.

Se aborda el detalle de estas cuatro tendencias más adelante. Antes, conviene efectuar una somera revisión histórica en torno al advenimiento de la categoría juventud.

El surgimiento de la juventud

La constitución del concepto juventud corresponde a la paulatina emergencia histórica de un sector social que, de acuerdo con rasgos estructurales, comenzaron a marcar, a partir sobre todo del siglo xix, la participación social de un importante número de sujetos cuyo impacto cultural obligó, a la larga, a la construcción de discursos científicos sociales capaces de dar cuenta de su realidad.

Diversos estudios sobre el tema (Feixa, 2006; Kovacheva, 2001; Levi y Schmitt, 1996; Souto, 2007) coinciden en que la aparición de la adolescencia y la juventud como grupos definidos, dentro del escenario social y cultural de Occidente, se remonta a los inicios mismos de la Revolución Industrial, si bien fue en el siglo xx cuando se comenzó a tener una visión más estructural de la participación de estos dentro de la sociedad (Reguillo, 2000).

En efecto, con el advenimiento del interés sobre los jóvenes como sujetos sociales en la Modernidad europea, se iniciaron también diversos debates sobre la forma en que este sector social debía ser concebido desde su lugar cronológico y funcional, en asociación principalmente con las transformaciones sociales acaecidas a partir del siglo xx (cuando surgen además los discursos científicosociales ocupados de la condición juvenil) e inicios del xxi (Kovacheva, 2001; Souto, 2007).

Según Ariès (1981) y Pastoureau (1996), antes de la industrialización existían ciertas iconografías sobre las edades humanas comunes, hasta inicios del siglo xviii, que ofrecían un modelo “categorial” para la comprensión de las generaciones.

En ese sentido, Pastoureau (1996) llama la atención sobre la vigencia durante el Medioevo de dos sistemas de periodización de la vida humana. Uno de ellos establecía una analogía entre las estaciones: primavera, verano, otoño e invierno y las edades del hombre (cuyo referente básico estaba constituido por las actividades realizadas por los varones). El otro sistema, desarrollado entre los círculos eruditos, establecía siete etapas en las que la noción de adulescentia se aplicaba a personas de 14 a 21 o 28 años, mientras la de juventus correspondía a los individuos de entre 21 a 28 o 35 años[1].

El sistema de edades que homologaba períodos de la vida y estaciones climáticas correspondía más bien a funciones sociales estereotipadas que evidenciaban la mirada de la época respecto a los niños, los jóvenes y los adultos, y derivó en conceptos populares sobre el devenir humano casi hasta inicios del siglo xix. Estas derivaciones carecían de un real impacto social, aunque sí solían ser tema de obras artísticas (Ariès, 1981).

A pesar de ello, el sistema de las siete edades fue la materia prima sobre la cual los abordajes académicos de la época construían catálogos de etapas que, con algunos cambios, persisten hasta hoy[2].

La conciencia social sobre los jóvenes como actores sociales despuntó en los albores del siglo xix, y se acrecentó conforme los procesos de industrialización sirvieron de base a la reconfiguración poblacional de los países en los que se dieron las primeras etapas de la Revolución Industrial y el conjunto de cambios que supuso ese período histórico en el ámbito económico, social, político y cultural (Souto, 2007).

En ese contexto, emergieron las primeras distinciones sobre quiénes eran considerados jóvenes a partir de rangos etarios asociados al período de transición entre la infancia y la adultez. Este tránsito está marcado por el diferente acceso al mercado laboral y a la institución de procesos educativos destinados a preparar al colectivo de sujetos jóvenes para su futura inserción en el mundo adulto, constituyéndose así, desde entonces, en un sector social que refleja las diferencias (y carencias) sociales, económicas y culturales de las sociedades en las que se ubica (Souto, 2007).

Surgió así hacia finales del siglo xix un amplio contingente poblacional de jóvenes que tendían a organizarse en grupos a partir de características o condiciones comunes. Por ejemplo, nacieron organizaciones de jóvenes estudiantes u obreros que propugnaban intereses propios de su condición y que de alguna manera funcionaban como contrapartes, a veces políticas, de las organizaciones gestionadas por y para los adultos. Esto impelió la paulatina creación de leyes e instituciones que pudieran atender y entender a esta creciente población.

Esto último supuso, hacia principios del siglo xx, las primeras construcciones de tipo teórico sobre los jóvenes y sus características físicas, sociales, culturales y psíquicas, con un significativo incremento en los períodos de entreguerras y posterior a la II Guerra Mundial.

En el caso de América Latina, Feixa (2006) señala que también el nacimiento de teorías de tipo ensayístico-especulativas sobre la juventud se puede remitir a las primeras décadas del siglo xx, con pensadores como José Enrique Rodó, José Ingenieros o Juan Carlos Mariátegui, en cuyas obras se entendía a la juventud “… como un reservorio moral tanto para la construcción de un ‘nuevo’ y ‘joven’ proyecto civilizatorio en la refundación de la nación y la identidad latinoamericana, como para la encarnación de la modernidad ‘civil’” (Feixa, 2006, p. 14).

El señalamiento de este autor lleva a ubicar el surgimiento de la categoría juventud en la sociedad moderna, con el advenimiento de al menos dos elementos clave:

1.   Una forma sociocultural de reconocimiento de un sector social compuesto por individuos con una determinada trayectoria de vida, generalmente establecida a partir de un rango etario.

2.   La conceptualización de los individuos que formarían parte de este sector en unas formas de registro social, entre ellas, los estudios que las ciencias sociales desarrollaron en torno a los sujetos jóvenes y que cristalizaron en determinadas tendencias epistémicas sobre la categoría juventud.

Tendencias epistémicas sobre la juventud

La revisión de una serie de recursos bibliográficos, realizada para la elaboración de este artículo, como se señaló más arriba, derivó en la construcción hipotética de cuatro tendencias epistémicas que han marcado buena parte de los discursos científicosociales sobre las personas jóvenes, durante el siglo xx. Estas son:

    La juventud como situación de enajenación particular.

    La juventud como resistencia y potencial transformador.

    La juventud como lugar generacional en el campo social.

    La juventud como tribalidad.

Se trata de tendencias no exhaustivas ni excluyentes, que marcan parte de los discursos científicos sociales, y en torno a las cuales se pueden agrupar perspectivas teóricas ocupadas en la interpretación general de las diversas situaciones vividas por los sujetos jóvenes, tal como se indica a continuación.

La juventud como situación de enajenación particular

La crítica de la racionalidad moderna realizada por Adorno y Horkheimer, quizá los dos pensadores más representativos de la Escuela de Frankfurt durante la primera mitad del siglo xx, ofrece una perspectiva desde la que se puede colegir una visión pesimista sobre los jóvenes como sujetos de la modernidad.

En términos generales, para Adorno (1962), la sociedad moderna como sistema administrado, cuya racionalidad ha devenido irracional, enajena, reduce y limita cada vez más la conciencia del individuo. De esta manera, incluso las posiciones que se pretenden a sí mismas “críticas” (intelectuales, líderes de partidos) devienen meras pantomimas constreñidas por el sistema.

Ya en relación con el sujeto como individuo, Horkheimer (1973) señala que:

“Cuando hablamos del individuo como de entidad histórica nos referimos no sólo a la existencia espaciotemporal y sensoria de un miembro particular de la especie humana, sino también a la conciencia de su propia individualidad como ser humano consciente, proceso del que forma parte el conocimiento de su identidad. Esta apercepción de la identidad del yo no es experimentada por todas las personas con igual intensidad. Se encuentra más definida en los adultos que en los niños, a quienes todavía les falta aprender a hablar de sí mismos como ‘yo’, o sea la afirmación más elemental de identidad”. (p. 138, cursivas agregadas)

Este individuo, de acuerdo con la Teoría Crítica cimentada en los análisis de Horkheimer y Adorno, aparece anulado por la imposición de una racionalidad, que en la sociedad moderna avanzada instrumentaliza hasta la conciencia, generando, de esa manera, un individuo enajenado.

Así, la persona, el joven más particularmente, queda limitado a la reproducción de un mundo regido por tal instrumentalidad. El adolescente imita ahí el comportamiento de los adultos en una sociedad moderna que es llevada a todos por medio de los “aparatos ingeniosos” de la industria cultural, propugnando la decadencia de la resistencia individual y del pensamiento en general.

Dentro de ese escenario, tal como indican Horkheimer y Adorno (1998), aunque los jóvenes miraran con recelo la decadencia del ser adulto por su dócil adaptación al mundo, también son sujetos de esa adaptación que provee, para el orden dominante, las tecnologías y argucias psicológicas de la industria cultural, pues buena parte de sus productos tienen como público meta al sector juvenil.

Esta adaptación generalizada en la sociedad de masas, promovida por la racionalidad moderna, presenta sin embargo el síntoma de la dialéctica que marca al individuo en la modernidad: su constitución en la totalidad social irracional y su agonística posición respecto a esa totalidad. Es decir, el individuo (el joven) es fruto de la oposición al sistema y de la imposición del sistema al mismo tiempo: “Ello hace de su fuga una ilusión sin esperanza” (Horkheimer y Adorno, 1998, p. 287).

Quizá esto explica que Adorno en 1969, consultado al respecto, recusara la capacidad transformadora de los movimientos estudiantiles de la época (Rojas, 1999).

La detección de esta tendencia epistémica se basa en la perspectiva que sobre la juventud se halla en trabajos como los de Matus (2001), Britto (2005), Pedroza y Villalobos (2006), Cepeda (2008), Montesinos (2007) o Rivas (2009).

Esos textos comparten una visión que, casi en tono de denuncia, advierte la enajenante situación por la cual la juventud, en la sociedad actual, sucumbe ante las acometidas del sistema mercantil y sus ofertas de identificación a partir de formas ideológicas que preconizan el consumo hedonista, el pragmatismo tecnocrático y las relaciones vacías de conciencia pero llenas de ingenua autocomplacencia.

En ese panorama, la juventud como categoría queda desvinculada de cualquier atisbo subversivo:

“… temo que en nuestras sociedades tardoindustriales se haya cumplido la paradoja de que las categorías de lo juvenil hayan impregnado como valor afirmante dominios que van más allá de la moda o el pop, al tiempo que los jóvenes han visto misteriosamente desactivado su poder transformador”.(Montesinos, 2007, p. 8)

La juventud como resistencia y potencial transformador

Sin embargo, otros dos autores vinculados a la Escuela de Frankfurt, Walter Benjamin (colaborador de ese instituto) y Herbert Marcuse, quizá el pensador frankfurtiano más conocido popularmente, realizaron un análisis que diferiría del de Adorno y Horkheimer respecto a la juventud.

De acuerdo con Benjamin (1993), los jóvenes de su época constituían un sector de alto potencial revolucionario, pues serían los encargados de llevar a cabo la revolución cultural del siglo xx, en oposición a los adultos y su conformismo enmascarado bajo una impostura de “experiencia” que no es otra cosa que “una vida sin sentido”, anclada en la monotonía y sustentada en la renuncia a los ideales juveniles.

Para Benjamin (1993), quien mostraba una clara simpatía y confianza en las capacidades de los jóvenes para emprender la construcción de nuevos órdenes sociales, culturales e históricos, esta revolución tocaría las más profundas fibras de instituciones como la religión, el arte, la educación, la política, es decir, de la sociedad en general, pues, según su punto de vista, los jóvenes:

“… conocemos algo distinto, que ninguna experiencia nos ofrece, a saber: que existe la verdad aunque todo lo pensado hasta ahora sea un error; que la honradez debe mantenerse por mucho que hasta el día de hoy nadie haya sido honrado. Esta voluntad no nos la puede arrebatar ninguna experiencia [adulta]”. (pp. 94-95)

Esta perspectiva del también joven Benjamin (se trata de escritos datados entre 1912 y 1916, cuando Benjamin contaba 20 años de edad) se muestra como análisis dialéctico de las luchas generacionales: el mundo adulto en oposición a la pujanza de la juventud. La posición de Marcuse respecto a la juventud es en ese sentido tributaria de la de Benjamin.

Efectivamente, Marcuse (1972) denuncia una sociedad cuya razón deviene irracional en virtud del perfeccionamiento técnico de la dominación que en ella impera, abarcando de forma totalitaria hasta las más íntimas esferas de la vida cotidiana (necesidades, ocio, trabajo, arte). Este es el fundamento de la llamada sociedad administrada.

En esta sociedad toda posibilidad de transformación queda anulada cada vez más. Por ejemplo, esto supone la paulatina desublimación del goce estético: el arte mismo pierde sus posibilidades como vehículo para la expresión de las más básicas energías humanas, convirtiéndose en invalidados ornamentos para cocinas, oficinas, tiendas que disminuyen lo erótico e intensifican la energía sexual ligada a patrones relacionales bien adaptados. Sin embargo, dentro de este lóbrego dibujo social, Marcuse (1972) reconoce en la juventud un potencial para el cambio: “En la oposición de la juventud, rebelión a un tiempo instintiva y política, es aprehendida la posibilidad de la liberación; pero le falta, para que se realice, poder material” (p. 10).

Se trata, pues, de un potencial revolucionario que, aunque carente de poder material, presenta las insinuaciones de una liberación que ya no es posible detectar en grupos como los proletarios urbanos o en los intelectuales de la época.

Dentro de esta tendencia, se pueden ubicar análisis como los efectuados por Gallegos (2004), Bravo (2006), Duarte (2006), Caamaño (2007), Zúñiga (2006, 2010) o Torres (2010), trabajos en los que se detecta un tono más bien optimista respecto a la posibilidad de resistencia y paulatina transformación social, que radicaría en los sujetos identificados como parte de la juventud.

La juventud como lugar generacional en el campo social

Por otra parte, en acuerdo con la perspectiva sociológica de Pierre Bourdieu, los “sujetos” en general son agentes que ocupan posiciones dentro de un determinado campo social y cuyo lugar corresponde a la posesión de un capital que permite la distribución diferenciada de unos puestos ante otros.

De esta manera, para Bourdieu (1990), la juventud como categoría social sólo es reflejo de la manera en que los poderes se dividen en una estructura social y se impone el orden en el que cada quien debe mantenerse.

La juventud no es, pues, algo dado: se construye en las luchas entre jóvenes y viejos, cuya cualidad biográfica resulta de las atribuciones que dan sentido a su desplazamiento a través de un campo social.

Bourdieu señala que cada campo social tiene sus leyes específicas de envejecimiento, por lo que se deben estudiar estas leyes para reconocer cómo quedan situados ahí los individuos jóvenes de manera confusa, pues se ordena bajo el epígrafe de juventud a toda una serie de diferentes universos (juveniles) sociales que poco tienen en común.

La educación, uno de esos campos, funciona a modo de escenario de homologación de las diversas realidades juveniles y de canalizador de las aspiraciones de esos jóvenes que, en adelante, pugnarán contra las aspiraciones, por así decir, heredadas de otras generaciones. Se trataría de una lucha entre la decadencia de algunos individuos inscritos en el pasado y las generaciones posteriores en el interior de determinado campo social y con respecto a un capital específico.

Se presenta así el sempiterno problema de la lucha juvenil, cuyas aspiraciones tienden al desplazamiento de los viejos y los adultos. Sin embargo “Estos conflictos se evitan mientras los viejos consiguen regular el ritmo del ascenso de los más jóvenes, regular [en el campo educativo] las carreras y los planes de estudio, controlar la rapidez con que se hace la carrera…” (Bourdieu, 1990, pp. 137‑138).

De este modo, el juego se traslada al sector de los límites en que se ubica, generacionalmente, a unos individuos para la mitigación de su acometida, poniéndose así en juego la transmisión del poder y los privilegios.

Pero, además, este posicionamiento dentro del campo social no significa la ocupación rígida y permanente de un lugar. Más bien se trata de una lógica de tránsito, de trayectoria, en tanto constante movimiento de un lugar a otro dentro de la dinámica misma del espacio social.

De este modo, la ocupación del lugar generacional conlleva para el grupo de los agentes jóvenes un desplazamiento en el que se pone en juego o, más precisamente, se disputa, una cierta cuota del capital que sirve como motivo estructural del campo en el que estos participan, de manera tal que:

“Los acontecimientos biográficos se definen como inversiones a plazo y desplazamientos en el espacio social, es decir, con mayor precisión, en los diferentes estados sucesivos de la estructura de la distribución de las diferentes especies de capital que están en juego en el campo considerado. El sentido de los movimientos que llevan de una posición a otra (de un editor a otro, de una revista a otra, de un obispado a otro, etcétera) se define, a todas luces, en la relación objetiva mediante el sentido en el momento considerado de estas posiciones dentro de un espacio orientado”. (Bourdieu, 1997, p. 82)

Emerge de tal guisa la idea de trayectorias de vida juveniles que permiten analizar las “jugadas”, es decir, los movimientos que configuran la biografía del agente o grupo juvenil, seguido a lo largo de la estructura de un campo social.

Así, siguiendo a Bourdieu (1997), es plausible afirmar que, en virtud de esta trayectoria, la individualidad biológica deviene soporte socialmente apuntalado de atributos y atribuciones, endilgadas a los jóvenes como parte de su condición de ocupantes del lugar de la juventud.

Como parte de esta tendencia se ubican los análisis efectuados por autores como Martín (1998), Montenegro (2004), Chaves (2010) o Filardo (2010), textos que coinciden en una mirada que enfatiza la posición de los sujetos jóvenes dentro de determinados campos sociales como la educación, por ejemplo, y desde donde, en general, se entiende según apunta Martín (1998) que:

“La ‘juventud’ es una prenoción. Producida como categoría de sentido común de percepción de la sociedad a partir de unas dinámicas socio-históricas, sólo el ‘olvido’ de la estructuración de las sociedades en clases sociales puede permitir constituir un abanico de edades como ‘grupo social’, como actante de un relato sobre la sociedad que ignoraría las distintas condiciones materiales y sociales de existencia asociadas a las diferentes posiciones en la estructura social, en las relaciones de producción y en la distribución de las distintas especies de capital”. (p. 16)

La juventud como tribalidad

Como parte del equipo de investigadores de la Escuela de Birmingham, Dick Hebdige realizó uno de los aportes pioneros en el estudio de las juventudes desde el punto de vista de las culturas urbanas.

Originalmente publicado en 1979, Subcultura: el significado del estilo (Hebdige, 2004), presenta una perspectiva sobre la juventud a través del tamiz dispuesto por el punk, cultura juvenil que sirve de referencia en este estudio, pasando por los rastafaris, los mods, los rockers y los skinheads, entre otros.

De acuerdo con Hebdige (2004), los jóvenes pertenecientes a la clase obrera, y en contextos de crisis social, son proclives a la constitución de subculturas basadas en características estéticas (atuendo, música, lengua) que los identifican a través de prácticas significantes. De este modo “Cada ‘instancia’ subcultural representa una ‘solución’ a un conjunto específico de circunstancias, a unos problemas y circunstancias concretos” (p. 113).

Si bien la solución subcultural juvenil puede implicar rasgos de transgresión, la representación de esta en los medios de comunicación tiende a su inmovilización, su neutralización, hasta convertirla en una solución apenas inquietante.

La neutralización de la vena transgresora subcultural pasa por dos mecanismos: la mercantilización en cuanto conversión en mercancía de los objetos simbólicos de la subcultura, y la ideologización del comportamiento subcultural, etiquetándolo como socialmente amenazante.

Se trata, entonces, de una situación contradictoria en la que el potencial transgresor de respuesta crítica en las subculturas queda sin embargo neutralizado por la mercantilización y la ideologización que, por así decirlo, renueva las ilusiones de la integración social juvenil.

En síntesis, se puede observar que este aspecto contradictorio del significado estilístico, en relación a las subculturas juveniles, no es sino característico del proceso de construcción múltiple y fragmentario de las identidades que Hall observa en la sociedad globalizada (Hall y du Gay, 2003, pp. 13-39).

En una línea de análisis similar, Maffesoli (2004a) plantea que la juventud en la sociedad posmoderna, caracterizada por la ausencia de referentes identitarios y la crisis de sus instituciones, se “re-orienta” en el sentido de un abierto rechazo al substancialismo occidental y sus implicaciones morales.

Dentro de esta reorientación a la que apuntan los jóvenes, surge como estrategia principal de configuración grupal el nomadismo. Este nomadismo “… es la sublevación, es el salir de sí, es, en el fondo, poner el acento en todos los aspectos lúdicos, en los aspectos festivos, en un hedonismo latente, un corporeísmo exacerbado” (Maffesoli, 2004a, p. 37), que lleva a los jóvenes a deambular por diferentes microgrupos sociales.

Esta tesis de Maffesoli está vinculada a su perspectiva de la tribalidad como forma de agrupación juvenil. La tribu, en las condiciones sociales actuales, se refiere a microagrupaciones poseedoras de normas éticas y estéticas diferenciadas, en las cuales los jóvenes desempeñan papeles establecidos. La ligazón entre los miembros de la tribu está dada por los lazos afectivos, emocionales y el vaivén entre la masificación y el desarrollo de los microgrupos (Maffesoli, 2004b).

Según esto, si el nomadismo emerge como forma de vida contestataria, el tribalismo es la base de un sentido de pertenencia radical, y sustentado en la heteronimia, es decir, en dictados ajenos pero afirmados en unos contornos éticos dibujados por la adhesión estética a símbolos y marcas distintivos de la tribu.

En ese sentido, la tribalidad suprime al individuo para adherirlo a una forma de socialidad, que lo ubica dentro de los márgenes ético-estéticos de un microgrupo cuyos referentes se oponen a la trascendencia de la sociedad de masas anuladora de toda individualidad.

Tanto la posición de Hebdige como la de Maffesoli, reunidas aquí bajo el concepto de juventud como tribalidad, remiten a la forma en que los jóvenes resisten la anulación individual propia de las sociedades en crisis, en las cuales los referentes culturales se han diluido. De acuerdo con esta tendencia, se pueden ubicar trabajos como los de Costa, et al. (1996), Filardo (2002, 2007), Bergua (2008) y Caffarelli (2008).

En esta perspectiva, el “estilo” adquiere especial relevancia como rasgo integrador dentro de la agrupación referencial. Tal como apunta Caffarelli (2008): “El énfasis en la apariencia física, y la prolijidad y el esmero que invierten en su caracterización se vinculan justamente con la búsqueda de identidad” (pp. 43-44).

Tendencias, percepciones y atribuciones

De acuerdo con la hipótesis de trabajo que sustenta este escrito, las cuatro tendencias epistémicas antes mencionadas funcionarían en el orden del discurso académico como códigos base que permiten organizar un conjunto reconocido de sujetos sociales dentro de las coordenadas de la categoría juventud.

Esos códigos avalan apropiaciones conceptuales elaboradas desde la academia en relación con los sujetos jóvenes que aparecen como referentes empíricos de tal categoría y especímenes dentro de las tendencias apuntadas.

Pero además, sus implicaciones identitarias se expresan en formas de ser-aparecer que se espera percibir en y otras que se asignan a para la adecuada coincidencia de la “cosa” juventud y del discurso sobre la juventud. Así, hipotéticamente, desde el discurso científico social el reconocimiento relativo del sector juvenil se especifica de acuerdo con ciertas percepciones y asignaciones social y culturalmente determinadas, que se pueden seguir a partir de las tendencias epistémicas sobre la categoría juventud aquí revisadas, tal como puede verse en el siguiente cuadro.

 

 

Estas tendencias epistémicas deben, por supuesto, ser evaluadas considerando su capacidad o incapacidad para dar cuenta de las perspectivas presentes en los estudios sobre las personas jóvenes.

Ciertamente, la variedad de aproximaciones interpretativas en torno a las personas jóvenes no admite la aparición en estado puro de estas tendencias, y es posible hallar matices de una y otra en las construcciones discursivas que se producen desde la academia. Sin embargo, es posible que estas sean cuatro de las aproximaciones interpretativas que tienen mayor impacto en los discursos sobre juventud dentro de las ciencias sociales.

Discusión

Si bien actualmente se han propuesto cuestionamientos a la pertinencia de las categorías amplias para dar cuenta de las múltiples experiencias vividas por sujetos sociales en diferentes contextos, los discursos que suelen elaborarse en torno a estos no dejan de presentar ciertas orientaciones que acá se han entendido como tendencias epistémicas que articulan, en cierto sentido, la concepción y enunciación de tal o cual realidad social.

En primera instancia, se trata de una mirada crítica que evalúa epistemológicamente, desde el conocimiento científico social, la forma en la cual el lenguaje y, de modo más específico, la construcción de categorías analíticas amplias permiten aprehender la complejidad que ciertas realidades sociales comportan. Este es el caso de los actuales debates alrededor de la categoría juventud.

La propuesta que se presenta trata de advertir que incluso en la construcción discursiva de una categoría, cuya pretendida amplitud iría en contra de las particulares vivencias de los sujetos jóvenes, es posible hallar matices que, bajo la forma de tendencias epistémicas, presentan diversas posiciones interpretativas, es decir, diferentes maneras de reconocimiento y asignación de características que permitirían organizar la realidad juvenil.

De este modo, las tendencias epistémicas propuestas deben ser evaluadas respecto a su capacidad para ofrecer una agrupación pertinente de los discursos que sobre los jóvenes se enarbolan hoy desde las ciencias sociales.

En ese sentido, se pueden emplear de manera preliminar como coordenadas iniciales, cuya validez será materia de ulteriores indagaciones, principalmente en revisiones de literatura.

La categoría juventud se presenta, así, como una categoría social amplia en torno a la cual se entablan discusiones sobre su capacidad para dar cuenta de las diversas realidades vividas por los jóvenes en los diversos contextos en que estos participan. Se trata, en ese sentido, de establecer si esta categoría, en tanto que constructo lingüístico, es capaz de informar (hablar de y dar forma a) la materialidad de este sector social y sus múltiples vicisitudes.

En este trabajo se ha entendido, más bien, que esta categoría está matizada por tendencias epistémicas que, cual puntales de diversos discursos sobre los jóvenes, señalan cómo alrededor de una categoría amplia como esta es posible hallar diferentes maneras de mencionar a los jóvenes, en cuanto referentes empíricos de la juventud, desde formas discursivas de reconocimiento y asignación de atributos.

Se debe advertir que las tendencias aquí propuestas no son exhaustivas, pero sí marcan en buena medida diversas aproximaciones que se han efectuado en torno a las experiencias de las y los jóvenes. Incluso, se puede argüir que hay interrelación entre estas tendencias; por ejemplo, la tribalidad podría estar matizada al mismo tiempo por una tendencia de potencial transformador o de la juventud como sujeto enajenado.

En ese sentido, las tendencias aquí expuestas permitirían agrupar en términos epistemológicos los matices dominantes de tal o cual construcción discursiva sobre juventud, agrupamiento al que se pueden dedicar futuras investigaciones bibliográficas.

 

 

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[1]       De acuerdo con Pastoureau (1996), el sistema de siete edades era el siguiente: 1) Infantia: del nacimiento a 7 años; 2) Pueritia: de 7 hasta 14 años; 3) Adulescentia: de los 14 a 21 o 28 años; 4) Juventus: desde los 21 o 28 hasta los 35 años; 5) Virilitas: de 35 a 55 o 60 años; 6) Senectus: más de 55 o 60 años; 7) y a veces se añadía la Senies: más de 70 años.

 

[2]       Por ejemplo, en el ámbito académico, la muy reconocida síntesis sobre el desarrollo humano, elaborada por Papalia, Wendkos y Duskin (2010), establece las siguientes etapas: 1) comienzos: desde la gestación hasta los 3 años; 2) infancia temprana: de los 3 a los 6 años; 3) infancia media: de los 6 a los 11 años; 4) adolescencia: entre los 11 y 19 o 20 años; 5) adultez emergente y temprana: de los 20 a los 40 años; 6) adultez media: entre los 40 y los 65 años; 7) adultez tardía: más de 65 años; y 8) final de la vida: marcado por la muerte.

 

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