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Revista de Ciencias Sociales

versión impresa ISSN 0797-5538versión On-line ISSN 1688-4981

Rev. Cienc. Soc. vol.28 no.37 Montevideo dic. 2015

 

Contrahegemonía y Estado en el agro uruguayo

Estrategias de resistencia de organizaciones rurales

Counterhegemony and State in the Uruguayan agriculture:

resistance strategies of national rural organizations

 

Paula Florit

Maximiliano Piedracueva

 

Resumen

En el continente, el modelo del agronegocio parece haberse instalado a través de la concentración y extranjerización de la tierra, las cadenas agroalimentarias mundiales, la inversión transnacional y las estrategias de acaparamiento. En América Latina, se ha identificado que a esta arremetida del capitalismo se ha respondido con resistencias globalizadas. Uruguay no es ajeno a la ofensiva del agronegocio, y la vive como la expresión más radical del avance del capitalismo en el campo. En este escenario, este artículo analiza los discursos generados por dos organizaciones de la producción familiar del país, reflexionando sobre sus formas de resistencia y la relación que mantienen con el Estado uruguayo.

Palabras clave: Agronegocios / agricultura familiar / contrahegemonía / Estado.

 

Abstract

On the continent the agribusiness model seems to have installed across of concentration and foreign ownership of land, global agribusiness chains, transnational investment and grabbing strategies. In Latin American, has been identified that this onslaught of capitalism has been answered with globalized resistances. Uruguay, is not stranger to the agribusiness offensive, and lives it as the most radical expression of the advance of capitalism in the countryside. In this scenario, this article analyzes the discourses generated by two organizations of family production in the country, reflecting on their forms of resistance and their relationship with the Uruguayan state.

Keywords: Agribusiness / family farmers / counter-hegemony / state.

 

Paula Florit: Licenciada en Sociología, magíster en Sociología, diplomada en Género y Políticas públicas. Docente e investigadora del Centro Universitario Regional (cenur) Litoral Norte, Universidad de la República, Uruguay. E-mail: paufloron@gmail.com

Maximiliano Piedracueva: Licenciado en Ciencias Sociales. Docente e investigador del Centro Universitario Regional (cenur) Litoral Norte, Universidad de la República. E-mail: maxipc85@gmail.com

 

Recibido: 15 de mayo de 2015.
Aprobado: 28 de agosto de 2015.

 

Introducción

Las transformaciones agrarias acaecidas en los últimos años ponen de manifiesto la expansión y la creciente hegemonía del modelo de agronegocios en la realidad latinoamericana. El sector agrario del continente ha visto modificado su patrón productivo, tendiendo a reducir la variedad productiva, homogeneizar los procesos, incrementar la inversión en insumos y maquinaria, y concentrar y extranjerizar la tenencia de la tierra. Este modelo productivo es señalado como expulsor de la producción familiar y campesina por una importante bibliografía académica y por movimientos sociales del continente. La globalización de los procesos de producción y la internalización, concentración y centralización del capital vinculado al sector agropecuario y la agroindustria en su conjunto, son percibidas como un embate a la producción campesina y familiar por organizaciones de base nacional e internacional —Movimiento Campesino de Santiago del Estero (mocase), Vía Campesina, Movimiento de los Trabajadores sin Tierra (mst)—. McMichael (2000) y Modonesi (2005; 2008) señalan que, frente a un ataque globalizado de los capitales mundiales, se erigen nuevas resistencias también globalizadas. Nuevas resistencias construidas a partir de discursos unificadores de contrahegemonía, atravesados por diferentes posiciones materiales de existencia, pero que se unifican en una respuesta común de antagonismo social.

Uruguay, como parte del continente, se ha integrado a la expansión del modelo de agronegocios, contando entre sus correlatos con un fuerte proceso de concentración y extranjerización de la tierra, la revisión de la matriz productiva del sector agropecuario y la desaparición de 12.000 explotaciones agropecuarias en el período intercensal, según el Censo General Agropecuario 2011. Este modelo aparece con una orientación expulsiva y concentradora, en la cual la producción familiar se destaca como sector desplazado. En este escenario, el Estado uruguayo actúa al unísono como promotor del modelo y como financiador de las organizaciones rurales que interpelan la estrategia general de desarrollo. Así, en una estructura agraria condicionada por la inserción internacional del país, las organizaciones rurales buscan fortalecerse y construir discursos que permitan un accionar político diferente. No obstante, en este camino de resistencia se imbrica fuertemente el Estado interpelado, financiando políticas hacia las organizaciones y su base social. Ante ello, el presente artículo analiza los discursos de resistencia de dos organizaciones rurales uruguayas, buscando dar cuenta del carácter subalterno o contrahegemónico de sus prácticas, y examinando particularmente el vínculo con el Estado en estos procesos de resistencia.

Basada en la concepción gramsciana del Estado, la perspectiva teórico metodológica del análisis del discurso de Laclau y Mouffe (2010) y las categorías de resistencia de Modonesi (Modonesi y Rebón, 2011), la investigación analiza la resistencia de la Comisión Nacional de Fomento Rural (cnfr) y de la Red de Grupos de Mujeres Rurales (rgmr). Es objeto del análisis el discurso público de las organizaciones, relevado a partir de una revisión documental de actuaciones en prensa y comunicados públicos en el período 2007‑2015. La recopilación documental se basa en producciones públicas de discurso realizadas en la prensa nacional y local, así como en producciones de comunicados y boletines de las organizaciones, producidos en el período considerado. Adicionalmente, se han realizado entrevistas semiestructuradas a referentes de ambas organizaciones, contrastando la información relevada.

La producción familiar ante el agronegocio

El nuevo escenario del agro internacional ha generado un retorno de los estudios académicos de la sociología, la economía, la antropología y la agronomía a los fenómenos agrarios y las condiciones de vida de las poblaciones rurales. Las históricas discusiones en torno a las posibilidades del campesinado para sobrevivir al avance del capitalismo, se actualizan en el contexto actual, discutiendo las posibilidades de la producción familiar de permanecer y convivir con el avance del agronegocio.

Existe una acumulación de escritos de diversas corrientes campesinistas que evidencian las dificultades de convivencia entre el campesinado y el agronegocio, de las cuales puede verse su correlato en la producción familiar uruguaya. Autores de referencia como van der Ploeg (2007; 2008a; 2008b), Sevilla Guzmán y Ramos Vadillo (1986), Giarracca y Massuh (2008), Giarracca y Teubal (2009), y Rubio (1987; 2001) han mostrado a escala internacional que el campesinado se ve amenazado por procesos propios e inseparables del agronegocio. Aportes nacionales e internacionales, distanciados de la concepción del campesinado, identifican dentro de la acepción de producción familiar o chacarera al sujeto del agro pampeano, y señalan para este sujeto las mismas incompatibilidades con el agronegocio: (i) la competencia, la concentración y extranjerización de la tierra (Vassallo, 2011; Gras y Hernández, 2009); (ii) la dependencia creciente de los insumos (Oyhantçabal y Narbondo, 2011; León y Yumbla, 2010); (iii) los conflictos ambientales entre rubros específicos (Santos, 2011); (iv) la competencia comercial y las limitaciones de escala en un contexto de cadenas agroindustriales (Carámbula y Fernández, 2012; Rubio, 2001); (v) los conflictos en torno al relevo, la mano de obra asalariada y la competencia por la fuerza de trabajo familiar (Florit y Piedracueva, 2011; Faure y Samper, 2004).

La evidencia nacional ha mostrado la creciente desaparición de las explotaciones agropecuarias de menos de cien hectáreas, y un proceso de expulsión de la producción familiar del medio rural. A diferencia del resto del continente, la estructura agraria nacional se ha visto revisada con acciones carentes de situaciones destacadas de violencia física, resultando en un proceso pacífico en el cual se ha instalado un modelo productivo y una nueva estructura agraria. El nuevo escenario amenaza la viabilidad de la producción familiar y pone en jaque a las organizaciones rurales, haciendo pertinente interrogarse sobre su resistencia y sus aportes a una construcción contrahegemónica.

Como se ha puesto de manifiesto en las secciones precedentes, el Estado uruguayo no tiene, frente al agronegocio, una actuación homogénea y de sentido unívoco. Lejos de ello, conviven en el Estado acciones de estímulo al modelo del agronegocio y acciones que pretenden resistir este modelo y fortalecer la producción familiar.

El aceleramiento de la desaparición de explotaciones agropecuarias visto en los últimos quince años ha generado alertas en las organizaciones rurales, en la academia y en algunos sectores políticos vinculados a los gobiernos de los últimos años. Esta preocupación ha llegado a inscribirse dentro de la estructura de políticas públicas estatales, siendo el mismo Estado un campo de lucha de dos visiones contrapuestas.

En este sentido, el Estado uruguayo se encamina, por una parte, hacia un proyecto de país basado en la intensificación sustentable de los recursos naturales. Este proyecto se basa en un modelo abierto de agronegocios que se perfila a partir de tres grandes ejes: (i) la intensificación en el uso de los recursos en la producción del país; (ii) la inversión e innovación en el sector agropecuario; y (iii) la negociación de nuevos mercados a través de la diversificación de productos y compradores. Este modelo de desarrollo requiere que un importante sector del Estado se dedique a promoverlo, haciendo uso de recursos como la Ley de Inversiones, el Instituto Uruguay xxi y las líneas estratégicas del Ministerio de Ganadería Agricultura y Pesca (mgap), entre otros.

En un sentido opuesto, existen algunas medidas políticas dentro del Estado que intentan menguar los efectos negativos de ese modelo. En este sentido, el Estado cuenta con programas y políticas de desarrollo rural que subsidian la producción familiar para la incorporación de inversiones y tecnologías en su fase agraria y productiva, el incremento de la cartera de tierras del Instituto Nacional de Colonización (inc) y la existencia de programas de apoyo a las organizaciones que nuclean principalmente la producción familiar (Piedracueva, 2014).

En este contexto, el Estado uruguayo apela a la dinamización del sector agropecuario a través de un modelo exclusivo y excluyente, en el que, por una parte, intenta incluir la producción familiar en el modelo de agronegocio, mientras, en paralelo, busca menguar sus impactos negativos sobre la misma población.

Estado y hegemonía

La noción de Estado que desarrolla Gramsci (1972) y en base a la cual se construye este análisis ubica al Estado como el ámbito en el cual los grupos dominantes se unifican y organizan salvando las disidencias y contradicciones existentes entre ellos, para construir un sistema orientado a la supervivencia de su dominación. En la perspectiva de Gramsci, el Estado no sólo es una herramienta de las clases dominantes, sino que él mismo actúa sobre los grupos dominantes a efectos de su unificación. Implicada en esta concepción del autor, subyace la noción de una clase dominante atravesada por diferencia de intereses y competencia, a la cual el Estado modela y organiza.

Asimismo, Gramsci (1972) construye una noción ampliada de Estado, señalando que este no es únicamente el aparato coercitivo o la sociedad política, sino que, para conformar su sentido amplio, se adicionan un conjunto de aparatos privados destinados a la dominación ideológica de las masas subalternas: aparatos de la sociedad civil que difunden la visión del mundo de la clase dominante. Estos ámbitos refuerzan la unidad ideológico-cultural de la clase dominante y la construcción del consentimiento en las clases dominadas.

Desde esta perspectiva teórica, las redes de relaciones sociales que entrelazan la sociedad política y la civil, para asegurar la dominación, actúan como trincheras que rompen el mecanicismo entre las modificaciones estructurales y las superestructurales. Lejos de ello, las estructuras en la sociedad civil que median entre las masas, el Estado y su clase dominante se vuelven clave para la construcción de consentimiento y dominación, logrando disociar economía y cambio político. Las trayectorias nacionales y los contextos internacionales particulares tienen relevancia en la obra de este autor, siendo elementos que se adicionan en la constitución de un aparato de dominación que lo obliga a romper con el economicismo mecanicista. Las trincheras de la clase dominante, redes y organizaciones que se establecen en la sociedad civil se vinculan estrechamente con el momento histórico, pero asimismo con la trayectoria de ese Estado particular. En consecuencia, cada modo de producción requiere una forma particular de Estado, funcional a ese modo de producción, pero asimismo se construye un aparato de dominación que responde a la historia de esa sociedad específica.

La construcción de la hegemonía de las clases dominantes se hace posible a través de las trincheras en la sociedad civil pero asimismo por un sistema de concesiones que se otorgan desde el Estado a las clases dominadas, a fin de hacer posible el consenso. En consecuencia, en el espacio del Estado también se expresan las luchas e intereses de las clases dominadas que, en el marco de un Estado capitalista, construye un concepto y una visión de conquista de derechos, funcional a la permanencia de la hegemonía vigente.

Como estrategia de lucha, en contextos de fuerte dominación, este autor orienta a visualizar el tejido social en la sociedad civil no sólo como un espacio donde las masas son inducidas a un consentimiento, sino como un espacio de actuación para la “guerra de posiciones”. Gramsci (1972) entiende que estos son espacios donde las clases dominadas pueden actuar y luchar, y donde mediante una “guerra de posiciones” acumulan fuerzas y victorias para la construcción de una contrahegemonía mediante un proceso progresivo de alteración de la correlación de fuerzas. En esta concepción “la guerra de posiciones” no es una propuesta reformista, es una estrategia de acumulación progresiva de fuerzas orientada a crear la conciencia de las clases dominadas para un accionar contrahegemónico.

Hegemonía, contrahegemonía y antagonismo

La noción de hegemonía fue desarrollándose firmemente influenciada por la doctrina marxista en los debates en torno a la revolución rusa, y resurge en el marco de la contienda campesinistas-descampesinistas que tuviera lugar en el continente latinoamericano. Esta polémica reaparece en el contexto de la globalización como base de nuevas perspectivas posmarxistas que se presentan reconociendo el valor teórico de esta categoría, y añadiendo elementos de las críticas que habían tenido la capacidad de acallar el debate ideológico durante casi dos décadas. A efectos de este análisis, se retoma aquí la propuesta teórico metodológica de Laclau y Mouffe (2010) en torno a la hegemonía en el capitalismo maduro.

Un primer concepto que es discutido por estos autores es la concepción de los sujetos universales, marcando con ello el carácter posmarxista de su obra y apoyándola en la crisis que entienden ha tenido este concepto a lo largo de la teoría marxista. Laclau y Mouffe parten del supuesto de la existencia de multiplicidad de posiciones del sujeto, aceptándolos como “descentrados”, atravesados y débilmente integrados por una variedad de posiciones. En congruencia, esta posición aboga por el abandono de toda forma esencialista del sujeto y de las identidades colectivas, apartando con ello la noción de “necesidad histórica” y “ley”, en relación con las clases sociales y los sujetos históricos. Lejos de los sujetos universales, estos autores reconocen las articulaciones hegemónicas heterodoxas y el surgimiento de identidades colectivas complejas que se apartan, fragmentan o rebasan las concepciones de clases sociales del marxismo ortodoxo. La existencia de variados conflictos que exceden la lucha de clase es percibida como una oportunidad que, en un contexto de extendida conflictividad social, genera las condiciones para la construcción de una hegemonía alternativa.

Para estos autores, el concepto de hegemonía se encuentra inserto en el debate en torno a la posibilidad de construir y llevar adelante un proyecto político en el cual se represente a una unidad social de amplia base. A su entender, la hegemonía aparece como la posibilidad de la representación de una universalidad que no es reducible a un grupo dirigente. Desde su perspectiva, se señala el rol que tienen las articulaciones hegemónicas para construir una organización del campo social. Lejos de considerar que este campo pueda reducirse a condiciones externas a lo político —condiciones unificadoras que viabilizan una organización política—, estos autores consideran que la propia articulación política es la estrategia que, mediada por el discurso, logra estructurar el campo social que pretende representar.

En este esquema de Laclau y Mouffe, la construcción de una hegemonía alternativa se corresponde directamente con las relaciones de diferencia y equivalencia que identifican en el tejido social. Con respecto a los discursos del tejido social, entienden que existen diversas posiciones sociales que se configuran como particularismos. Sin embargo, añaden, en este mismo tejido social existen posiciones emanadas de las relaciones de opresión que sin ser iguales se tornan equivalentes, ya que se ubican en posiciones semejantes de antagonismo en relación con esa opresión. Una alternativa contrahegemónica se construiría logrando representar esa cadena de equivalencias que se erige en torno a las condiciones de dominación. De esta forma, según estos autores, la hegemonía tendría su espacio de construcción no sólo a través de la lucha de clases sino articulando la cadena de equivalencias, a fin de constituir una respuesta a las variadas condiciones de subordinación, reconociendo identidades culturales y clases, atendiendo además a luchas como las reivindicaciones sexuales, étnicas, ambientales, entre otras.

 Estos autores llegan a un punto de quiebre de su propuesta teórica y política en la categoría de antagonismo que los distancia de los restantes autores contemporáneos como Habermas, Beck y Giddens (Habermas, 1987; 1991; Beck, Giddens y Lash, 1994; Giddens, 1994; 1998). Para Mouffe y Laclau, el antagonismo es constitutivo de una democracia radical y plural y no debe invisibilizarse con interpretaciones sobre competencias equitativas de intereses en el neutral terreno de la política —versión neoliberal—, la sacralización del consenso —versión en la que ubican a Habermas—, o la negación de la división social como estructuradora de la política —versión en la que sitúan a Beck y Giddens—. Lejos de ello, estos autores entienden que el antagonismo sigue fragmentando el tejido social y debe ser el eje de desarrollo de la política democrática radical. Sin embargo, opinan que el giro que ha tomado la izquierda y la teoría sociológica en el período de la globalización ha generado una hegemonía neoliberal en la cual la concepción de una forma política y económica alternativa es concebida como imposible. En consecuencia existe una construcción hegemónica que ha paralizado la producción de modelos alternativos, en especial sujetando las propuestas políticas a la economía de mercado como único modelo posible y estableciendo como no realista e ilusoria cualquier alternativa a estas propuestas.

La posición teórico-metodológica de los autores se basa en entender el discurso como un componente performativo y parte de la praxis de resistencia. Lejos de concebir el discurso como un componente externo a la política, representativo de esta, Laclau y Mouffe sostienen que el discurso es producción lingüística y práctica al unísono, en tanto el discurso tiene la capacidad de unificar o separar, generando y modelando, a la vez que presentando, el campo social.

Resistencia subalterna y resistencia antagonista

La concepción de resistencia, que se construye desde las obras marxistas, es la referida a una hegemonía opresiva. Esta hegemonía tiene en el Estado del capitalismo maduro el instrumento de opresión y la base empírica en los cuales se materializan e institucionalizan las ideologías de las clases dominantes. En el marco de las corrientes marxistas y específicamente gramscianas, se recogen aquí los aportes de Massimo Modonesi en torno a la resistencia, y especialmente las categorías de resistencias antagonista y subalterna.

El trabajo de Modonesi (2008) se centra en el análisis de Latinoamérica, una vez que se han instalado los procesos neoliberales, especialmente luego de las etapas de represión y coerción de los regímenes dictatoriales del siglo xx. Este autor entiende que, en el período de los años noventa, la homogeneización de los formatos políticos y de las estrategias de crecimiento económico neoliberal presentaron este modelo como el único posible, ubicando el libre mercado y la democracia partidaria como los únicos factibles, volviéndose hegemónicos. No obstante, este autor señala que el avance del capitalismo global ha evidenciado las fracturas del modelo, en el cual la violencia, la explotación y las desigualdades se incrementan. Así, se generan en el continente nuevos movimientos sociales y acciones de resistencia que logran identificar una posición de antagonismo frente al neoliberalismo y a los cuadros técnicos que lo soportan. De modo que en los años noventa[1] surgen nuevas expresiones de resistencia, así como resurge una reflexión alternativa que, según este autor, se modifica a lo largo de los años para construir un modelo que supera las posiciones subalternas hasta alcanzar una dimensión de resistencia propositiva: la resistencia antagonista.

Para Modonesi la resistencia antagonista es una forma de acción colectiva cuyos contenidos y cometidos son esencialmente contrahegemónicos. En consecuencia, entiende que la constitución de una resistencia antagonista supone la constitución de un colectivo, la identificación de un conflicto y de los actores y el modelo que dan sentido a ese conflicto, en un encuadre más general que sostiene las causas y consecuencias del objeto de conflicto. En suma, la necesidad de identificar y conceptualizar a un “enemigo”, desarrollando críticas y proponiendo iniciativas que planteen la posibilidad de construir lo alternativo. En este sentido, trascender el sistema, mantener el carácter de crítica permanente y tener la capacidad de generar crisis aparece como impronta de la resistencia antagonista. Las prácticas antagonistas, según la visión de Modonesi, son aquellas que logran establecerse desde una perspectiva que reconoce los perjuicios de una situación subalterna y se desarrollan en la búsqueda de una revisión estructural del sistema que habilita y provoca estas situaciones. Esta práctica antagonista gesta alianzas y erige un discurso orientado a reunir distintas fuerzas contrahegemónicas que resistan el sistema y busquen revertirlo. En este sentido, un movimiento antagonista es un movimiento que busca reformas estructurales, capaz de concebir una configuración alternativa por fuera de los límites del sistema actual. La construcción de una contrahegemonía supone la ubicación de un discurso que condense a los sujetos subalternos y sea capaz de unirlos en un movimiento contrario a la hegemonía actual que los ubica en esa posición subyugada.

En un esfuerzo de abstracción de las improntas particulares de cada movimiento, y dando por supuesta la identificación de un “enemigo” y el carácter “contrahegemónico” de las propuestas, Modonesi (2005; 2008) identifica seis características comunes en las expresiones prácticas de resistencia antagonista:

i)   Un proceso creciente de politización que abandona la posición antipolítica para, desde la crítica al sistema, reconocer la necesidad de incidir en la esfera de la política pública.

ii)   Una tendencia a lograr acciones y análisis más radicales y críticos del sistema en su conjunto, superando las miradas parciales a conflictos puntuales o sectoriales contingentes.

iii)  La generación de una capacidad de combinar reacción con acción, superando las estrategias de repudio y rechazo para acompañarlas con dimensiones propositivas.

iv)  La existencia de una tendencia a construir identidades relacionadas a sus discursos y subjetividades antagonistas, constituyendo fuentes de identificación política o sociopolítica.

v)  Una tendencia a construir la acción política a partir del ámbito comunitario o con fuente presencia de las bases sociales.

vi)  Una unificación de distintos sujetos, construyendo espacios de movilización que aúnen luchas y trasciendan las adiciones contingentes de organizaciones.

Estas características definen, por oposición, la resistencia subalterna. Esta forma de resistencia es caracterizada como un discurso y acciones que se desarrollan dentro de los límites establecidos por el sistema, evitando rebasar su normativa y haciendo uso de los mecanismos ya previstos para la resolución de los conflictos. Asimismo, la subalternidad se mantiene desde una posición de repudio y subsunción del escenario político que aparece como una esfera al mismo tiempo desprestigiada e inalcanzable. De modo que la resistencia subalterna se caracteriza según Modonesi (2005) por:

i)   Ser llevada adelante por sujetos fragmentados.

ii)   Situarse en la vida cotidiana.

iii)  Ser defensiva y propiciar el retorno al statu quo.

iv)  Gestarse en torno a demandas puntuales y sectoriales.

Con esta acepción de resistencia y la construcción del par resistencia subalterna-resistencia antagonista, Modonesi reconoce la influencia de la obra antes mencionada de Laclau y Mouffe y de la producción de Holloway (2004), señalando que a la acepción estructural del primer marxismo se añade una utilidad del concepto de antagonismo que supera la estructura. Esta acepción trasciende la posición de clase como posición objetiva para configurar una acepción en la cual el antagonismo aparece como el escenario del campo social en torno al que es posible construir identidades, aun identidades de clase, que fragmentan el campo de lo social.

La resistencia de la Comisión Nacional de Fomento Rural,
¿contrahegemonía o subalternidad?

 Como señala Florit (2013), en el país, el espacio reivindicativo de la producción familiar lo ha ocupado históricamente la Comisión Nacional de Fomento Rural (cnfr). Esta comisión fue creada en el año 1915 como una organización de segundo grado en la cual se agregan las Sociedades de Fomento Rural (sfr). En su origen, la creación de la cnfr fue fuertemente estimulada por el batllismo. A casi cien años de su origen, la organización vuelve a tener un fuerte impulso estatal que le permite retomar su representación y amplia base social a partir del año 2005, de la mano del Programa Uruguay Rural.

La cnfr tiene como objeto social el trabajo gremial de productores, trabajadores y sus familias siendo su misión “… contribuir a la elevación del nivel y calidad de vida de la población de la campaña con criterios de equidad y justicia social”[2].

Actualmente, figuran 98 sfr como integrantes de la cnfr en todo el territorio nacional, con una fuerte concentración en el sur del país[3]. La cnfr aparece como una organización de segundo grado consolidada a escala nacional e internacional, y como la principal representante de la producción familiar en el Uruguay. En la actualidad, incorpora equipos técnicos que apoyan la labor cotidiana, así como gana terreno mediante representantes gremiales en ámbitos de cogestión de instituciones del Estado, avanzando en la generación de espacios de diálogo público-privado.

Fernández y Piñeiro (2008) señalan que la cnfr cuenta con una heterogénea masa social, con relaciones disímiles con el agronegocio y su modelo, entre quienes integran las organizaciones de base. La resistencia al agronegocio de la cnfr en el período 2007‑2015 es presentada en el Cuadro 1, a partir de las dimensiones de Modonesi.

  

La síntesis anterior permite visualizar que la resistencia de la cnfr, si bien se basa en una capacidad de análisis y de crítica que percibe un sistema que en su conjunto perjudica a la producción familiar, no logra traducirse en una práctica antagonista. En el caso de la resistencia de la cnfr al proceso del agronegocio que afecta a la producción familiar, el posicionamiento de resistencia contrahegemónica no aparece como una posibilidad práctica en tanto la gremial no realiza un sistema de alianzas permanentes ni busca construir una propuesta alternativa por fuera del sistema. La cnfr genera propuestas y acciones para mejorar su condición sectorial dentro de los límites y reglas que ofrece el Estado, aun con un discurso que evidencia el reconocimiento de que este sistema y la hegemonía vigente también han habilitado —y continúan haciéndolo— el progresivo avance del agronegocio, con la consecuente desaparición de productores familiares que estos fenómenos implican. Su voz política como organización actúa en el contexto que el Estado destina para ello y se erige legitimando el ámbito, aun en contextos de evidente minoría. En sus prácticas sociales, se focaliza en sus necesidades sectoriales y no logra tejer alianzas estables con otros sujetos subalternos ni construir identificación y lemas que permitan gestar la retórica, ni la agregación de un colectivo contrahegemónico. Este relegamiento de alianzas con otros sectores subalternos ha estado vinculado a la necesidad de la organización de distanciarse de plataformas genéricas que la interna de la organización no puede consensuar. Su estrategia principal es la generación de un vínculo con el Estado a efectos de impulsar políticas diferenciadas, cogestionadas por la producción familiar.

La resistencia de la Red de Grupos de Mujeres Rurales,
¿contrahegemonía o subalternidad?

La Red de Grupos de Mujeres Rurales (rgmr) es una organización sin fines de lucro fundada en 1991, cuya estructura responde a la de una organización de segundo grado. La rgmr comparte con la Asociación de Mujeres Rurales del Uruguay (amru) los espacios nacionales e internacionales de representación destinados a las mujeres rurales del país. Como organización, surge ante la definición colectiva de generar un espacio donde las mujeres rurales, especialmente las productoras rurales, pudieran ser protagonistas de la lucha por sus derechos. De forma que, desde sus inicios, la organización partió de una mirada crítica de las mujeres rurales a su contexto, específicamente a las organizaciones rurales existentes.

La organización tiene como objetivos:

“… contribuir al desarrollo integral de la mujer rural uruguaya; la búsqueda de alternativas productivas autosustentables para las mujeres del campo; la valorización de su rol y aporte a la sociedad; impulsar propuestas de formación política y generar espacios de intercambio que reflejen la defensa de los derechos humanos de las mujeres rurales”. (Red de Grupos de Mujeres Rurales, 2014)

Actualmente la rgmr está compuesta por 16 grupos de mujeres rurales, contando con aproximadamente 90 integrantes, todas mujeres rurales, mayormente productoras agropecuarias. Los grupos se concentran en el sur del país, ubicándose 15 de ellos en los departamentos de Florida, San José y Canelones.

Si bien la rgmr es una organización pequeña, desde el punto de vista de su masa social, fue seleccionada a efectos de esta investigación por considerarse un referente, dadas sus alianzas nacionales e internacionales con los movimientos feministas y ambientalistas, y los internacionales autodefinidos como de lucha campesina. Estas alianzas dan pautas respecto a su posicionamiento y resistencia frente al agronegocio. El discurso público de resistencia de la organización es presentado en el Cuadro 2, organizado en torno a las dimensiones del enfoque teórico de Modonesi.

El Cuadro 2 permite visualizar que el discurso de la rgmr se orienta hacia una resistencia mayormente antagonista. Basada en una lógica de trabajo con fuertes vínculos con sus bases sociales, un carácter crítico y politizado, y un discurso que reconoce y unifica en torno a antagonismos sociales.

  

Un aspecto distintivo de la organización refiere a la forma de integración de espacios público-privados, y a la orientación dada a esos espacios en el marco de sus objetivos. Concretamente, el uso de espacios de politización únicamente en tanto exista en ellos una presencia y orientación no marginal de sus intereses. En consecuencia, la organización usualmente articula con el Estado pero elude legitimar trincheras en la acepción gramsciana, siendo partícipe de los ámbitos donde existen condiciones para la acumulación de fuerzas.

Otra de las dimensiones que caracteriza la resistencia de la rgmr como antagonista es la capacidad que ha mostrado la organización para generar discursos unificadores de sujetos. Su fuerte trabajo con las bases y su grado de homogeneidad en los intereses de sus integrantes le ha permitido construir discursos que acercan a la organización a otros movimientos sociales nacionales e internacionales (Red de Semillas Criollas, Redes, Vía Campesina) que comparten su interpretación sobre el modelo hegemónico actual.

En su carácter subalterno, quizás deba señalarse como particular su bajo grado de reacción. Esta particularidad puede deberse a su reducida masa social y, por tanto, a la débil capacidad de generar grandes movilizaciones. La posibilidad de la rgmr de contraponerse a esta característica se puede fortalecer en la medida en la cual refuerce y mantenga sus alianzas con otros movimientos sociales de carácter antagonista, como los citados anteriormente. Si bien por sí sola, quizás, no sea factible que incorpore medidas de reacción, sí lo puede lograr al sumarse a otros movimientos.

Reflexiones finales

Como se ha presentado al inicio y el encuadre teórico permite explicar, el Estado uruguayo contiene dentro de sí una orientación dominante dirigida hacia la hegemonización del modelo de agronegocios en el país. Dentro de ese espacio hegemónico se desarrollan concesiones de sentidos contrapuestos que permiten la convivencia de clases dominantes y dominadas, evitando el uso represivo y coercitivo del Estado. Acorde a lo señalado por Gramsci, el país ha logrado un fuerte desarrollo de las trincheras en la sociedad civil, construyendo un modelo asentado en la difusión y relativo consenso en torno a la expansión del modo de producción capitalista en el agro. La situación actual puede presentarse como un diseño político en el cual existe un profundo avance en la generación de ámbitos de mediación, trincheras configuradas como ámbitos de participación ciudadana.

En ese escenario, el análisis de las estrategias de resistencia, dentro de la matriz teórica de Modonesi, y Laclau y Mouffe, aparece como una visión atractiva para identificar acciones colectivas capaces de unificarse en las luchas contrahegemónicas. Sin focalizarse en la comparación entre ambas organizaciones, sino haciendo uso del herramental que Modonesi aporta para caracterizar a diversos movimientos y organizaciones en todo el continente, puede visualizarse que la Comisión Nacional de Fomento Rural y la Red de Grupos de Mujeres Rurales actúan con dos estrategias diferentes de resistencia ante la hegemonización del agronegocio y la consecuente reducción de la producción familiar. Por una parte, la principal organización de productores familiares del país desarrolla principalmente una estrategia de resistencia subalterna, esencialmente articulada con el Estado y basada en la consecución de políticas diferenciales para su masa social. Por otra, una organización nacional, pero minoritaria en términos de su representación social, ejerce una resistencia antagonista, incapaz de liderar un proceso contrahegemónico pero sí apta para adicionarse a él.

Frente a ello, parece necesario aventurar algunas hipótesis en torno a los elementos que permiten el posicionamiento disímil de una y otra organización, ante un contexto igualmente apremiante. La historia de la organización, los resultados y beneficios obtenidos, y las características de la masa social son tres elementos que se suponen clave para la distinción entre ambas.

En primer lugar, es dable hipotetizar que la trayectoria y el origen de ambas organizaciones sea determinante para el carácter subalterno y contrahegemónico de una y otra. La cnfr se origina de la mano del Estado nacional y mantiene a lo largo de su historia reciente acuerdos con él que le permiten un estímulo refundacional y una visibilidad dominante dentro del sector de la producción familiar. Por su parte, la rgmr se crea a partir de una postura crítica de las mujeres productoras rurales que no se sentían representadas por las organizaciones rurales existentes. En consecuencia, su origen es de crítica a la sociedad rural y a los grupos dominantes de la sociedad rural, ubicándose desde el inicio en un lugar de defensa de sujetos subalternos. Esta ubicación permitió luego un financiamiento de la organización por parte del Estado y asimismo por parte de agencias de cooperación internacional, comprometidas y a su vez configuradoras de los movimientos feministas.

Un segundo aspecto refiere a los resultados efectivamente obtenidos en un contexto de alianzas con el Estado y de formas de resistencia divergentes. La trayectoria de vínculos entre el Estado y la cnfr ha permitido a esta organización permanecer como la representante de la producción familiar, destinándose importantes recursos del Estado a la refundación de Sociedades de Fomento Rural en el período del Programa Uruguay Rural, así como el desarrollo de múltiples convenios de financiamiento que han permitido la manutención de la organización nacional y múltiples entidades de base, tanto destinados a su funcionamiento operativo como a equipos técnicos y sede social. Por su parte, la rgmr ha recibido financiamientos esporádicos de parte del Estado, es receptora de montos menores y carece de una sede social donde funcionar, lo que ha reforzado su situación marginal y la construcción de alianzas con redes de organizaciones sociales que han apostado a su sostenimiento.

El tercer aspecto que se hipotetiza diferencial refiere a la constitución de la masa social de ambas organizaciones. Mientras la cnfr ha desarrollado una propuesta de ampliación de su base social, aceptando una heterogeneidad sostenible únicamente con proposiciones genéricas y una escasa articulación discursiva desde la bases. Por su parte, la rgmr tiene una masa social reducida, con un fuerte intercambio y una construcción de la estrategia desde las bases, y un marcado trabajo de orientación hacia la producción de discursos consensuados en torno a aspectos de derechos de las mujeres y del agronegocio.

Si teóricamente las hipótesis elaboradas pueden ser líneas válidas de investigación y profundización, para la construcción de procesos contrahegemónicos aparece un horizonte de cuestionamientos: ¿qué sujetos podrán liderar un proceso antagonista?, ¿existen sujetos agrarios capaces de combinar la presencia masiva y el carácter contrahegemónico?, ¿qué rol juegan los asalariados rurales en este proceso?, ¿qué alianzas rurales-urbanas permitirían un proceso contrahegemónico?

 

 

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[1]       Explícitamente, Modonesi relaciona los años noventa con la visibilidad pública de movimientos como el de Chiapas, las huelgas en Francia y Corea, las acciones del mst y el fortalecimiento del sindicalismo argentino. Esta identificación es compartida por estudiosos de los movimientos sociales latinoamericanos como Omar Núñez (Honduras, 2010), Ana María Larrea (Ecuador, 2007) y Sebastián Pereyra (Argentina, 2003).

 

[2]       Información disponible en el sitio oficial de la  CNFR: <www.cnfr.org.uy>.

 

[3]       Ibíd.

 

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