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Revista de Ciencias Sociales

versión impresa ISSN 0797-5538versión On-line ISSN 1688-4981

Rev. Cienc. Soc. vol.28 no.36 Montevideo  2015

 

Imágenes del campo uruguayo en-clave de metamorfosis[1]

Cuando las bases estructurales se terminan quebrando

Images of the Uruguayan countryside inlay metamorphosis:

when the structural foundations are broken

 

Matías Carámbula Pareja

 

Resumen

En este artículo se presenta una serie de imágenes que, parcialmente, va mostrando un nuevo escenario rural de Uruguay. Estas son consecuencia, entre otras razones, del proceso de instalación y expansión de las cadenas globales de valor en Uruguay. La primera imagen es la de un patrón de desarrollo concentrador y excluyente; la segunda, la de un modelo de desarrollo transnacional y anónimo. Las imágenes se fueron construyendo desde la hipótesis de que los cambios que están ocurriendo en el campo uruguayo, ya sea por su velocidad, intensidad y espacialidad, así como por las múltiples dimensiones que abarcan, implican rupturas sustantivas con las imágenes tradicionales.

Palabras clave: Imágenes / metamorfosis / campo uruguayo.

 

Abstract

This article presents a series of images that partially show a new rural scenario in Uruguay. Among other reasons, these are a consequence of the process of installing and expanding global value chains in Uruguay. The first image shows a concentrating and exclusionary development pattern. The second image shows a transnational and anonymous model. These images were built on the basis of the hypothesis that those changes occurring in the Uruguayan countryside, whether they are due to speed, intensity and spatiality, or to their multiple dimensions, implicate a substantive break with the traditional images of the Uruguayan countryside.

Keywords: Images / metamorphosis / Uruguayan countryside.

 

Matías Carámbula Pareja: Doctor en Estudios Sociales Agrarios. Profesor adjunto en Sociología Rural del Departamento de Ciencias Sociales, Facultad de Agronomía, Universidad de la República (udelar), Uruguay. Integrante del Núcleo de Estudios Sociales Agrarios (udelar). E-mail: mcarambula@fagro.edu.uy

 

Recibido: 15 de mayo de 2015.
Aprobado: 25 de junio de 2015.

Introducción

En este artículo se construyen y problematizan dos imágenes que intentan dar cuenta de algunas de las consecuencias del proceso de instalación y expansión del capital agrario contemporáneo en Uruguay. Estas imágenes muestran transformaciones agrarias y sociales que de manera irreversible van resquebrajando los cimientos económicos, societales, culturales y ecológicos del campo uruguayo.

Este proceso de expansión del capital se puede traducir en imagen y metáfora, en el sentido que plantea Ianni cuando relaciona el pensamiento científico con la metáfora y dice que “… ayuda a comprender y explicar al mismo tiempo que aceptar lo que hay de dramático y épico de la realidad, desafiando a la reflexión y la imaginación…” (Ianni, 1996, p. 11). Así pues, en este trabajo se fue construyendo una serie de imágenes que, parcialmente y de forma complementaria, va mostrando un nuevo escenario rural del país. La primera imagen es la de un patrón de desarrollo concentrador y excluyente, y la segunda, la de un modelo de desarrollo transnacional y anónimo.

En síntesis, a partir de algunas imágenes construidas, se intenta mostrar la vigencia de aquella idea de Marx y Engels (1999) acerca del capitalismo, cuando lo veían como un modo de producción caracterizado por la “revolución continua”, “la incesante conmoción de todas la relaciones sociales”, por cuya causa “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Que se daría, en este caso, cuando comienzan a desvanecerse viejos territorios y afloran territorios rurales diferentes, explicados en claves metamórficas, empíricas y teóricas, como producto de la expansión del modo de producción capitalista en su versión ecléctica contemporánea.

Para la construcción de las imágenes que se presentan a continuación se realizó un reprocesamiento de fuentes secundarias, las cuales, en diálogo con la teoría, dan cuenta de la perspectiva del autor en relación con el proceso contemporáneo de reestructuración agraria que transita nuestro país.

El sistema mundo moderno capitalista y las cadenas globales de valor

Las imágenes que se presentan a continuación son formas parciales de presentar y representar, entre otros procesos, las consecuencias de la expansión y territorialización de las cadenas globales de valor (cgv) en el sector agropecuario uruguayo.

La aproximación teórica desde la cual se contextualiza este artículo está focalizada en el debate sobre las cgv. Asumiendo que esta aproximación teórica no es única, ni consensuada, se tomarán como referencia los planteos iniciales elaborados por Wallerstein en coautoría con Hopkins (Hopkins y Wallerstein, 1994).

Cardeillac (2013) desarrolla un análisis cronológico del concepto, identificando el origen de esta perspectiva en los aportes de los autores citados, que fueron los creadores del concepto de global commodity chain (gcc). Este concepto, como señala Cardeillac, posteriormente se fue trasladando por medio de otros autores hacia la idea de global value chain (gvc). Esta mirada cronológica no significa una secuencia acumulativa: el marco referencial y la propuesta analítica responden a escenarios y contextos diferentes, además de a perspectivas ideológicas distantes.

Cardeillac señala que retomar la propuesta originaria de Hopkins y Wallerstein es importante por dos motivos:

“… primero, porque proveen de una serie de reflexiones de largo alcance que luego son, o bien dadas por supuestas, o bien dejadas de lado, por los autores que discuten la idea de cadenas de valor globales (gvc). Segundo, porque a diferencia de los autores que luego desarrollan el concepto de gvc, Hopkins y Wallerstein (1994) sugieren temas de investigación que no se centran sólo en los enlaces entre nodos (o “cajas” según su lenguaje), sino en lo que sucede en cada una de las cajas (o nodos), es decir, en cada conjunto de procesos productivos específicos”. (Cardeillac, 2013, p. 3)

Tomando como referencia esta síntesis de Cardeillac, en este artículo se toman estas dos premisas como propias, comenzando desde allí a indagar sobre las herramientas conceptuales para utilizar en el estudio del desarrollo del capitalismo contemporáneo. Es decir, asumiendo la necesidad de buscar abordajes complementarios y específicos que en este caso permitan dar cuenta de la territorialización de las cgv. Aunque antes de dar este paso es bueno situar esta perspectiva de la cgv en un contexto del sistema mundo moderno capitalista. Esta apreciación es importante porque, como se decía anteriormente, los estudios sobre las cadenas muchas veces pierden la referencia contextual en la cual se enmarcan y desarrollan estas cadenas.

“Estemos seguros, existe una contrapartida al crecimiento de las compañías, ya sea en forma horizontal (con el mismo producto), vertical (en diferentes pasos en la cadena de producción) o lo que podría denominarse ortogonal (con otros productos no vinculados estrechamente). El tamaño reduce los costos a través de las denominadas economías de escala. Pero el tamaño agrega costos de administración y coordinación y multiplica los riesgos de ineficacia gerencial. Como resultado de dicha contradicción, existe un repetido proceso de zigzag de compañías que se agrandan y que luego se reducen. Pero esto no ha sido un sencillo ciclo de expansión y contracción. Ha habido, en todo el mundo, un incremento secular en el tamaño de las compañías, la totalidad del proceso histórico tiene la forma de un engranaje en donde por dos muescas que se avanza se retrocede una, en forma continua. El tamaño de las compañías tiene también consecuencias políticas directas. El gran tamaño da a las compañías mayor peso político pero las vuelve también más vulnerables al ataque político (por sus competidores, sus empleados, y sus consumidores). Pero en este caso la línea de fondo es la de un trinquete que incrementa, a lo largo del tiempo, la influencia política”. (Wallerstein, 2005, p. 19)

Cuando se va leyendo este texto de Wallerstein, van transcurriendo las imágenes de las cadenas en Uruguay. Crecimiento de las compañías, economía de escala, la gestión y el costo de la gestión, las direcciones de recursos humanos, el proceso de zigzag, se reordenan las empresas, la misma empresa se conforma por varias empresas, por nodos de la cadena y por servicios a los diferentes nodos de la cadena. No hay dudas, en el caso uruguayo, del incremento secular de las compañías. La imagen del engranaje es bien gráfica. El tamaño y las consecuencias en la política, en versión uruguaya, con expresiones diversas; la más gráfica: los conflictos diplomáticos con Argentina, particularmente el reciente conflicto por la solicitud/imposición de ampliar el volumen de producción de la planta de celulosa de upm (ex Botnia). Es cierto, la exposición es mayor, en este caso de magnitud internacional, pero la influencia política que sostiene este peso, aunque no deja de ser nacional, particularmente es internacional e involucra a empresas y Estados.

Esta perspectiva no es la misma de los que plantean como herramienta de interpretación y análisis las cgv. Desde esta perspectiva, Gereffi (1996) señala que las cadenas tienen nodos de gobernanza y que según donde se ubica ese nodo pueden ser cadenas globalizadas comandadas por la oferta o dominadas por el comprador, las grandes redes comerciales. Si bien el concepto de cgv también tiene como epicentro distintivo el espacio de intercambio dado por el mercado mundial:

Gereffi (1996) identifica un conjunto de actividades interrelacionadas a través de una estructura de gobernación, crecientemente globalizada, que se desarrolla en distintos espacios nacionales y/o regionales. Se trata de analizar un conjunto de actividades coordinadas, desarrolladas por distintas unidades económicas independientes y en diversos espacios físicos (países y/o regiones) pero con una (o varias) coordinación(es), ya sea por inducción y/o control de las diversas formas de capital, físico, financiero o tecnológico”. (Anllo, Bisang y Salvatierra, 2010, p. 17)

Estas formas de articulación (con el nodo en la oferta o en la demanda) se podría identificar en las cgv de los granos, o en las cadenas de frutas frescas y hortalizas, en las cuales el ordenamiento de la cadena lo hacen las grandes superficies comerciales, o en la cadena de la carne, donde el nodo de gobernanza se podría ubicar en la industria. Es decir, dentro de la propuesta de cgv original de Gereffi se podrían incluir varias de las cadenas, pero no deja de ser acotada a esos dos tipos, que si bien explican una parte importante de los procesos económicos y comerciales actuales, no abarcarían todos. La idea de unidades económicas independientes, guiadas por coordinaciones de inducción o control, no sería la característica más ocurrente en la cgv forestal. Así pues, uno de los casos diferentes sería la cadena global de valor forestal, lo que Lagaxio (2014) menciona como encadenamiento hacia el costado.

Esta diversidad de inserciones y organizaciones de las cadenas también se traslada a su territorialización, así un país o incluso una región de un país se integra a la cadena según el “lugar” que le cabe en la red mundial:

“La acumulación de una sociedad, actividad y/o empresa, queda relacionada con el lugar que le cabe en la red mundial y con la estructura y dinámica de su funcionamiento. Como es de esperar, la adopción de este tipo de enfoque analítico otorga un lugar preponderante a los mercados internacionales en las estrategias de crecimiento (minimizando por antagonismo los modelos de desarrollo basados exclusivamente en el consumo interno)”. (Anllo, Bisang y Salvatierra, 2010, p. 19)

La presencia de complejos agroindustriales, o la versión contemporánea de la cgv, del capital multinacional, no es nada nuevo en la agricultura, en cierta forma; si la perspectiva es de largo aliento, con bases analíticas del modelo capitalista, el enfoque de las cadenas es una “remasterización” de estos conceptos y procesos precedentes. En este sentido, Piñeiro (2004) identificaba en los Complejos Agroindustriales (cai) la “forma hegemónica” del capitalismo en el último período y asociaba al proceso de expansión de los complejos la emergencia de “nuevos actores agrarios” vinculados a ellos. El núcleo de los complejos estaba generalmente ocupado por empresas transnacionales o nacionales cuyos capitales no eran de origen agrario. El mismo autor piensa que en el contexto actual lo predominante son las cgv, señalando varias diferencias entre ambos conceptos. Pero la principal es que en los cai todavía se desarrollaban al interior de los Estados-nación, aunque el nodo del complejo podía estar ocupado por una multinacional (o una filial). En las cgv, cada cadena es global y tiene partes desarrolladas dentro de una circunscripción geográfica a la cual por ahora todavía se puede llamar Estado-nación. Pero ninguna de las partes locales es determinante en el funcionamiento de la cgv.

En síntesis, lo que cambia, y por eso la pertinencia de la mirada histórica, son los arreglos, los actores y las relaciones, que se explican por varias causas, pero fundamentalmente por una de ellas, la búsqueda de nuevas salidas del capital financiero.

“Se produce la convergencia de sujetos no exclusivamente ‘agrarios’, que supera al ‘tradicional’ terrateniente, gamonal, o coronel, que se corporiza en un cuerpo que va más allá de ruralista modernizado (dejando atrás —en este sentido— a la figura del junker), pasando a un complejo corporativo donde se confunde el agro-negocio para la producción de alimentos, de agro-combustibles, la presencia del complejo petroquímico asociado a los agro-tóxicos, de la mega-minería, del complejo industrial de maquinarias (y automovilístico). Estos, asociados al de los medios masivos de comunicación como pieza fundamental de un modelo que se asienta en combinación de un capitalismo financiero en un orden civilizatorio que basa su expansión en la expansión del consumo”. (Hocsman, 2014, p. 55)

Imágenes del campo uruguayo

En el sector agropecuario uruguayo, el proceso de globalización, cuya imagen más clara es la territorialización de las cgv, ha generado una transformación que tiene diferentes expresiones, en la consolidación y expansión de las cadenas y complejos agroindustriales (generalmente de exportación y de capitales fundamentalmente extranjeros); en una diversidad de transformaciones en el ámbito tecnológico y científico (biotecnología); en un proceso de diferenciación cada vez más pronunciada entre empresarios agrícolas vinculados a la exportación y los productores familiares vinculados al mercado interno; en una serie de cambios en las relaciones políticas entre y desde los actores empresariales; en profundas transformaciones en el mercado de trabajo; en el proceso de concentración, anonimato y extranjerización de la propiedad y uso de la tierra; en la disputa por el acceso y uso de los bienes naturales (como la tierra y el agua); en la fragilidad ambiental de los sistemas productivos.

Algunos de los procesos mencionados se pueden traducir en forma de imágenes. Así pues, se podría plantear que en el campo uruguayo conviven nuevas y viejas imágenes, que de forma complementaria, en conflicto o de forma excluyente, van mostrando un nuevo escenario rural del país.

Nuevas imágenes observadas en el cruce de la vía en Young y sus entornos ensilados; en los inimaginables verdes sojales en el noreste uruguayo; en los interminables acompañamientos ruteros de plantaciones forestales en el eje de la ruta 90; en los tambos, emblemas tecnológicos de nuevos emprendimientos lecheros con capitales de Singapur o Argentina; en las impactantes imágenes de hacinamiento y productividad de los feed lots (engordes a corral). Composiciones que muestran los nuevos paisajes agrarios, el neopaisaje agrario que menciona Moraes (2013).

Son imágenes que reflejan intensidad y velocidad, fugacidad, y como guión central transmiten cierta cuestión de deslumbramiento, incredulidad e incertidumbre. Estos cambios, que se pueden apreciar visualmente, son las expresiones de transformaciones económicas, sociales, culturales y ambientales que están ocurriendo y que de manera acotada se tratarán en este artículo. A continuación se buscará arrojar luz y ajustar el foco sobre algunas de estas imágenes.

     Primera imagen: un patrón de desarrollo concentrador y excluyente

En primer lugar y tomando como referencia los resultados del Censo Agropecuario del año 2011 se presenta una foto de la estructura agraria de Uruguay. El Cuadro 1, que se presenta a continuación, muestra la estructura agraria tomando como referencia el número de explotaciones agrupadas por estrato de superficie con relación a la superficie agropecuaria total del país.

 


 

Como se observa en el Cuadro 1, la estructura agraria para el año 2011 muestra una composición de las explotaciones agropecuarias fuertemente asimétrica en relación con la cantidad de explotaciones y la superficie utilizada.

Tomando como referencia la propuesta del Ministerio de Ganadería Agricultura y Pesca, en relación con la superficie de 500 hectáreas como una de las variables que define a los productores familiares[2], se puede agrupar los datos del cuadro en dos grupos. Por un lado, las explotaciones con menos de 500 hectáreas y, por otro, las explotaciones con superficies mayores a 500 hectáreas[3]. La gran mayoría de las explotaciones (37.421, el 82,3% del total), se ubica en los estratos menores a 500 hectáreas, aunque son las que ocupan la menor cantidad de superficie (3.605.906 millones de hectáreas, 22,2% del total). La otra cara: 7.496 explotaciones (17,7% del total) se ubican en el estrato con superficies mayores a 500 hectáreas y ocupan 12.621.182 millones de hectáreas (77,8% del total).

Otra aproximación es la de agrupar los dos extremos del cuadro, las explotaciones con menos de 100 hectáreas, las cuales son mayoritariamente familiares, y las explotaciones con superficies mayores de 1.000 hectáreas, la cuales son empresariales. Desde esta construcción se magnifica la asimetría de la estructura agraria uruguaya. En el extremo inferior se agrupan más de la mitad de las explotaciones censadas (24.931 explotaciones, 55,6% del total) ocupando 737.269 hectáreas que representan el 4,25% del total de la superficie agropecuaria. En el extremo superior se registran 4.138 explotaciones (9,2 % del total) que ocupan casi diez millones de hectáreas, representando el 61,3 % del total de la superficie agropecuaria del país.

Así pues, la concentración en el uso de la tierra es la primera imagen emergente de la estructura agraria contemporánea. Aunque esta imagen no es reciente sino que, como sostiene Piñeiro (2014), “… esta distribución profundamente desigual ha marcado toda la historia rural de Uruguay”, las señales contemporáneas mostrarían signos de mayor intensidad en el proceso concentrador.

Una segunda aproximación es indagar sobre la composición por rubro de la estructura agraria. El Cuadro 2, que se presenta a continuación, también utilizando como fuente de información los resultados del Censo Agropecuario de 2011, agrupa las explotaciones según el rubro que genera el principal ingreso a la explotación.

 

 

Una amplia mayoría de las explotaciones del país reportó como principal fuente de ingreso las actividades de producción animal. Entre ellas, predominan las más de 22.000 explotaciones dedicadas fundamentalmente a la ganadería para producción de carne, que ocupan más de 10,6 millones de hectáreas. Si a estas explotaciones se les añaden las 7.000 que obtienen su principal ingreso de los otros dos rubros “fuertes” de la producción pecuaria —lechería y ovinos— la superficie total ocupada por explotaciones en las que predomina la producción animal alcanza a 12,4 millones de hectáreas, más del 75% del área total. Esta información ratifica la centralidad de la producción de origen animal en el campo uruguayo, ya sea en la superficie utilizada como en la cantidad de explotaciones (29.246, el 65% del total).

En lo que refiere a producción vegetal, hay dos rubros que se destacan claramente en términos de superficie: la producción de cultivos cerealeros e industriales, y la forestación. Las explotaciones cuyo principal ingreso es la producción de cultivos cerealeros e industriales ocupan aproximadamente dos millones de hectáreas, si se incluye entre ellas a las explotaciones arroceras. Y las explotaciones forestales ocupan 1,3 millones de hectáreas. Mientras que la otra cara de la producción vegetal, utilizada en este caso con fines ilustrativos, es la producción hortícola asociada fuertemente a la producción familiar, la cual reúne una cantidad similar de explotaciones que las forestales y agrícolas, pero ocupa en su totalidad alrededor de 50.000 hectáreas.

Siguiendo con la captura de imágenes, en este caso se identifica, por un lado, la centralidad de la producción animal en cantidad de explotaciones y superficie utilizada, fundamentalmente para la producción de carne bovina. Por otro lado, se destaca la importancia en términos de superficie de las producciones de origen vegetal seleccionadas (forestación, agricultura de secano y arroz). Estas explotaciones muestran, a su vez, un nivel de concentración en el uso de la tierra significativamente superior al registrado, por ejemplo, en la producción de vacunos de carne, con 482 hectáreas promedio por explotación, mientras que el promedio para los tres rubros de origen vegetal es de 1.020 hectáreas por explotación.

Ahora bien, ¿cuál es la película de estas imágenes sobre la estructura agraria en relación con la cantidad de explotaciones y con los estratos de productores por superficie?

En relación con la trayectoria por estrato de superficie, Piñeiro (2014) relata el proceso histórico de la base fundiaria uruguaya sintetizándolo de esta manera:

“La primera cuestión que asombra de la información proporcionada es la estabilidad, durante todo el siglo, en el número de explotaciones grandes y de su capacidad de controlar la mayor proporción de tierra (alrededor del 55%) en todo el período. La trayectoria de los predios medianos es igualmente llamativa: un pequeño crecimiento en la primera mitad del siglo y un pequeño decrecimiento en la segunda mitad del siglo. Es la variación en las explotaciones pequeñas (de menos de 100 ha) lo que explica la duplicación en la cantidad de explotaciones durante la primera mitad del siglo y su disminución en la segunda mitad”. (Piñeiro, 2014, p. 217)

Esta descripción de Piñeiro surge del cuadro de su autoría que se presenta a continuación y que fue actualizado con la información del Censo Agropecuario 2011.

Como se desprende del Cuadro 3, hasta el censo de 1956 se identifica un incremento en la cantidad de explotaciones agropecuarias. A partir de allí comienza un proceso de disminución de la cantidad de explotaciones y un incremento en la superficie promedio por explotación, pasando de 199 hectáreas para el censo de 1951 a 361 hectáreas para el censo de 2011. Desde esta fuente se concluye que el proceso de disminución de las explotaciones, y su correlato en la concentración en el uso de la tierra, tienen características históricas en nuestro país. La otra imagen elocuente es la significación del último período intercensal 2000‑2011. En este período se registró una disminución significativa de explotaciones, en términos absolutos (12.241) y porcentuales (21%), en relación con el censo anterior, registrándose un incremento sustantivo de la superficie promedio por explotación (74 hectáreas) siendo muy superior a períodos intercensales anteriores.


 

Nota: Explotaciones grandes: de 1.000 hectáreas y más; explotaciones medianas: de 100 a 999 hectáreas; explotaciones pequeñas: de 1 a 99 hectáreas.

Fuente: Carámbula (2014), basado en Finch (1980) hasta el año 1970; Piñeiro (2014) hasta el año 2000 y Censo General Agropecuario 2011 (diea, 2013).

 

Dándole continuidad a este relato, y si se enfoca el lente en el período intercensal 2000-2011, las imágenes comienzan a tornarse complejas. Ya no sólo se corrobora la tendencia de disminución de las explotaciones de menor superficie, sino que se registran otros procesos que se desprenden del Cuadro 4.

En primer lugar, y como se mencionó anteriormente, se identifica un proceso de disminución de la cantidad de explotaciones. Durante los once años comprendidos en el período intercensal se registra una disminución de más de 12.000 explotaciones que representan el 21% del total de explotaciones para el inicio del período (2000).

En segundo lugar, la disminución de la cantidad de explotaciones está concentrada en los estratos de menor superficie. El 67% de las explotaciones tenían superficies menores a 20 hectáreas, el 24% tenían superficies menores a 100 hectáreas y el 9% corresponden a explotaciones con superficies menores a 500 hectáreas.

 


 

En tercer lugar, salvo en los cereales oleaginosos, en los cuales se registra un incremento de cerca de mil explotaciones (explicado mayoritariamente por el incremento de las de más de 100 hectáreas), en el resto de los rubros seleccionados la cantidad de explotaciones disminuye, siendo en la ganadería de carne el rubro en el que se registra la mayor disminución de explotaciones. En dicho rubro, se observa una disminución de 7.493 explotaciones, las cuales representan el 61% del total de las que disminuyeron en el período. Esta situación resulta particular en la forestación, ya que si bien se registra una disminución total de las explotaciones, esta se explica por los estratos con superficies menores a 500 hectáreas, duplicándose las explotaciones con superficies mayores a 500 hectáreas. El análisis de esta distribución se realizará más adelante cuando se describa la situación de la cadena forestal.

En cuarto lugar, el único estrato por superficie que registra un incremento (lo más correcto sería señalar un mantenimiento) en la cantidad de explotaciones es el de las que tienen una superficie mayor a 500 hectáreas. Lo interesante es que este mantenimiento responde a dos procesos antagónicos: una disminución de casi 900 explotaciones de base pecuaria (ganadería vacuna y lechería) y un aumento de más de 800 explotaciones agrícolas y forestales.

En síntesis, durante estos once años se agudizó, por un lado, el proceso de disminución de las explotaciones, explicado mayoritariamente por la reducción de las explotaciones con superficies menores a 100 hectáreas. Por otro lado y como señalaba Piñeiro anteriormente, ante una superficie agropecuaria que no se modifica, la otra cara de este proceso es la concentración en el uso de la tierra. El proceso de concentración se visualiza en el Cuadro 4 con el incremento de las explotaciones con superficies mayores a 500 hectáreas (oleaginosas y forestación), las cuales, como se mostró anteriormente, registran superficies promedio muy superiores a las 500 hectáreas. Particularmente para el caso de la forestación, en la cual disminuyó la cantidad de explotaciones, se duplicó la cantidad de explotaciones con más de 500 hectáreas, que representan casi la mitad del total de las explotaciones forestales. Por otro lado, se identifican leves modificaciones en la composición porcentual por rubros según principal fuente de ingreso. La ganadería vacuna se mantiene en el entorno del 55% del total de explotaciones, la lechería en el entorno del 10%, la forestación en el entorno del 1,8%, mientras que la agricultura más que duplicó su participación del 2,6 al 5,5 % y la horticultura disminuyó su participación, pasando del 9,2 al 5,8%.

Como se observa en el Cuadro 5, que se presenta a continuación, las modificaciones en la estructura agraria señaladas hasta ahora tienen su correlato en el mercado de tierras.

A principios de la primera década del siglo xxi se desata una fuerte presión compradora sobre la tierra de los campos uruguayos, empujando los precios al alza, llegando a multiplicar por ocho su valor. Si en la década precedente el precio promedio de la tierra oscilaba en el entorno de los 500 dólares por hectárea, para el año 2013 dicho promedio rondaba los 3.500 dólares. La demanda por tierra también incluye a los arrendamientos, priorizándose las tierras agrícolas para la siembra de soja, y de otros cultivos de secano (trigo, maíz, cebada, girasol, sorgo, etcétera) y de riego (arroz). En la compra se destaca la demanda por tierras para la forestación con eucaliptos y pinos.

El valor medio del período es de 1.385 dólares por hectárea, con precios que oscilan entre 385 dólares para el año 2002 y 3.519 para 2013. El precio medio anual ha aumentado de manera ininterrumpida a partir de 2003, y el valor de la tierra en 2013 —siempre expresado en dólares corrientes— es más de 9 veces el que había en el año 2002.



 

Por su parte, si bien durante los años 2003 al 2008 se registró la mayor superficie transada en promedio del período (760.000 hectáreas), a partir de 2009 esta experimenta un descenso del orden del 55%, ubicándose en el entorno de las 350.000 hectáreas, un valor muy similar al registrado en el año 2002 y que se ha mantenido bastante estable durante los últimos cinco años.

Sin embargo, se debe aclarar que un establecimiento puede haber sido vendido más de una vez en un período de diez años. Es necesario, entonces, aislar el efecto generado por aquellas tierras que fueron vendidas más de una vez en el período. En este caso la información resulta incompleta. Según Piñeiro (2014), para el período 2000-2007 las operaciones de compra-venta totalizaron 5.082.302 hectáreas. Si se le sustraen las repeticiones, la superficie total que cambió efectivamente de propietario se reduce a 4.340.653 hectáreas (15%). Si se mantuviese la misma proporción, la superficie de tierra que cambió por lo menos una vez de propietario entre el año 2000-2013, sería 6.363.100 hectáreas, es decir, aproximadamente el 40% de la superficie agropecuaria del país.

Por otro lado, el mercado de tierras en su expresión arrendamientos también ha experimentado procesos significativos. Según la Dirección de Investigaciones Estadísticas Agropecuarias-diea (2014), durante el período 2000‑2013 “… se registraron 27.862 contratos, por un total de 10 millones de hectáreas y un monto de casi 959 millones de dólares”. Visualizándose en términos de superficie arrendada y de las rentas pagadas en las transacciones de la siguiente manera: para el año 2013 la superficie arrendada fue de 888.000 hectáreas, mientras que para el año 2000 la superficie arrendada fue de 415.000 hectáreas: “… desde 2007 a la fecha, con la única excepción del año 2009, los contratos de arrendamiento han superado las 800.000 hectáreas” (diea, 2014).

El precio de los arrendamientos también se ha incrementado. En 2002 se pagó en promedio 24 dólares por hectárea y por año, mientras que en el año 2013 aumentó a 167. Estos valores difieren mucho según el destino que se le dará a la tierra arrendada. Por ejemplo, para el segundo semestre del año 2013 las rentas para ganadería fueron de 73 dólares por hectárea y por año y para la agricultura de secano fueron de 345.

Así pues, la dinámica del mercado de tierras, compra y arrendamiento, aparece como otro indicador del proceso de reestructuración agraria, que por su intensidad y velocidad parece no tener precedentes en la historia agraria del país.

     Segunda imagen: un modelo de desarrollo transnacional y anónimo

Uno de los debates contemporáneos se centra en el proceso de concentración y extranjerización de la tierra. Como se mostró anteriormente, las señales sobre el proceso de concentración son elocuentes. Ahora bien, indagando en el segundo componente, el proceso de extranjerización de la tierra se problematiza de manera diferente.

El debate sobre la extranjerización de la tierra en Uruguay sigue siendo ambiguo, lo cual en gran medida se debe a la inexistencia de información estadística certera que alumbre las especulaciones que se elaboran en torno al tema. Se puede constatar la venta de grandes extensiones de tierra a compañías extranjeras, sin embargo no existen registros de estas operaciones para todo el país. Es posible analizar las transacciones de tierra durante el período intercensal 2000-2011 según la nacionalidad del comprador (Cuadro 6). Esta información muestra que en el balance entre compras y ventas de tierra, la tierra en propiedad de argentinos ha disminuido en aproximadamente 120.000 hectáreas; en propiedad de brasileños, 474.000 hectáreas; en propiedad de dueños de otras nacionalidades, 334.000 hectáreas; y en propiedad de dueños uruguayos, ha disminuido en 6.106.000 hectáreas. En decir, aproximadamente el 44% de la superficie agrícola cambió la nacionalidad de sus propietarios.

La pregunta que se desprende es: ¿quiénes entonces han comprado la tierra que han perdido los uruguayos, brasileros, argentinos y otras nacionalidades? La cuestión queda develada cuando se analizan las ventas de tierra según la condición jurídica del comprador. Allí se devela que la superficie de tierra que perdieron los propietarios uruguayos, argentinos, brasileros y de otras nacionalidades fue comprada por Sociedades Anónimas, quedando la nacionalidad de sus accionistas mayoritarios protegida por el anonimato de las acciones. El Cuadro 6 muestra esta situación.

 


 

En la categoría no aplicable se incluyen principalmente las sociedades anónimas. Las explotaciones agrupadas en esta categoría pasan de un valor insignificante en cantidad de explotaciones (493) y superficie explotada (1% del total) a representar casi 6.500 explotaciones y a explotar el 43,1% de la superficie agropecuaria del país. Mientras que la otra cara de este proceso es que si bien casi el 84% de las explotaciones censadas son gestionadas por productores uruguayos, cuya condición jurídica es la de persona física, estas pasaron de explotar el 90% de la superficie agrícola a explotar el 54%. Es decir, si bien no de forma estrictamente lineal, se puede afirmar la disminución de tierra en manos de personas físicas uruguayas: estas cedieron sus tierras a sociedades anónimas, algunas de ellas de capitales nacionales y otras de capitales extranjeros. Esta precisión es importante puesto que, tal como se señalara anteriormente, el concepto de nacionalidad no se aplica para las otras condiciones jurídicas definidas en el censo. En lo que refiere a nacionalidad, la información correspondiente a estas explotaciones se presenta agrupada en la categoría “no aplicable”.

“La hipótesis más robusta indica que el crecimiento del ítem no aplicable se explica por la aprobación de la Ley N.º 17.124[4] de 1999 que permitió la compra de tierras por parte de sociedades anónimas con acciones al portador (dicha Ley fue modificada en 2007 entrando en vigencia el 1º de enero de 2012 la prohibición de que estas S.A. sean dueñas de tierra). Si bien es claro que no todas las sociedades anónimas son extranjeras, es indudable que una buena parte de ellas son propiedad de capitales foráneos”. (Narbondo, Areosa y Oyhantçabal, 2013, p. 10)

Reforzando este supuesto, entre anonimato e inversión extranjera, y ante la ausencia de información estadística que alumbre si este proceso de anonimato se corresponde con un proceso de extranjerización, se recogió información que brindan las propias empresas que se sabe que están afincadas en el país, además de aproximaciones basadas en otros autores. A modo de datos orientativos se pueden establecer las siguientes apreciaciones.

Narbondo, Areosa y Oyhantçabal (2013) plantean que, en el año 2013, 28 conglomerados empresariales controlaban 1.560.548 hectáreas (9,62% de la superficie productiva). Destacan en particular las empresas forestales Montes del Plata (Arauco de Chile y Stora Enso de Suecia), con 239.353 hectáreas; Forestal Oriental (upm de Finlandia) con 200.000 hectáreas; Global Forest Partners, con 140.000 hectáreas, y Weyerhaeuser, con 139.000 hectáreas, ambas de Estados Unidos; la empresa diversificada Union Agriculture Group (varios orígenes) con 170.000 hectáreas[5], y la empresa agrícola Agronegocios del Plata (Argentina) aproximadamente 100.000 hectáreas. En la lechería se destaca la empresa neozelandesa (New Zealand Farming Systems Uruguay) que compró 20 estancias sumando 35.000 hectáreas para producción intensiva de leche y que recientemente vendió todo su paquete accionario a la multinacional olam de Singapur. Otra inversión extranjera vinculada a la lechería es la empresa Estancia del Lago (propiedad de Bulgheroni, capital argentino) con 32.000 hectáreas. Otro inversor es Ernesto Correa (brasilero, ganadería y otros rubros) con 100.000 hectáreas, entre otros.

Otra aproximación que realizan Narbondo, Areosa y Oyhantçabal (2013), utilizando las estadísticas publicadas por el Banco Central del Uruguay, muestran que:

“… la Inversión Extranjera Directa (ied) en tierras entre 2003 y 2011 acumuló US$ 1.670 millones los que, utilizando los precios promedios año a año, representó 1,45 millones de hectáreas compradas por extranjeros. En ese período la compra-venta total de tierras registrada por diea acumuló 6,47 millones de hectáreas, de forma que es posible afirmar que por lo menos el 22,3% de las tierras transadas en el mercado fueron a parar a manos de extranjeros”. (Narbondo, Areosa y Oyhantçabal, 2013)

En síntesis, la concentración de la tierra se asocia a un proceso de anonimato de la propiedad, del cual una parte significativa de los capitales y propietarios anónimos son extranjeros. En este escenario, parece pertinente problematizar el proceso de reestructuración agraria desde estos tres conceptos: concentración, anonimato y extranjerización.

Reflexiones finales

Las imágenes construidas intentan traducir los procesos contemporáneos más significativos de la reestructuración agraria uruguaya. Ellas ponen su foco en el debate sobre la cuestión de la tierra, como uno de los bienes de capital central en las relaciones capitalistas de producción en la agricultura. En este mismo sentido, resulta significativo comprender las particularidades de la tierra como bien de capital y como factor de renta, ya que desde el análisis de esta relación se dirigen los esfuerzos para comprender los procesos contemporáneos de compra, arrendamiento, competencia por el acceso y nuevos usos de la tierra en Uruguay.

Las dos imágenes del desarrollo del capitalismo contemporáneo que se fueron presentando en este artículo son muy elocuentes, sugieren un cambio de época. Como señala Alejandra Uslenghi, buscan “… resituar y reexaminar no sólo aquellos escritos donde Benjamin expone su teoría […], sino también la estructura retórica de las imágenes y las imágenes-pensamiento que atraviesan su corpus, donde se pone en juego el estatus de la imagen como modo de presentación y representación del pensamiento” (Uslenghi, 2010), sin dudas, son imágenes que ponen en juego el modo de presentación y representación del pensamiento del autor de este artículo.

La primera imagen es la de un patrón de desarrollo concentrador y excluyente. El proceso de concentración en el uso de la tierra muestra la magnitud del problema. Este proceso no es nuevo, pero el proceso actual no registra antecedentes por su magnitud y su velocidad. El desarrollo del capitalismo en el campo es por definición excluyente, así lo ha mostrado la historia agraria universal y local. Pero a diferencia de otros períodos históricos, el proceso excluyente contemporáneo no sólo excluye relaciones de producción como la agricultura familiar, sino que está afectando en sus raíces las bases del latifundio ganadero, relación de producción que ha caracterizado y conducido la historia agraria nacional.

La segunda imagen es la de un modelo de desarrollo transnacional y anónimo. Si bien esta imagen es compleja y a veces difusa, la información y el análisis desarrollados muestran la presencia de esta señal. Los dueños de la tierra comienzan a ser anónimos, y en parte extranjeros. Esta imagen del anonimato es una señal de preocupación. El anonimato frente a las responsabilidades económicas, laborales, ambientales, tributarias. Anonimato que puede configurarse en vulnerabilidad de los territorios en los que el capital anónimo se desarrolla.

Como fue presentado en este artículo, el acceso y el cambio en el uso de la tierra tienen su explicación en las diversas expresiones asociadas a un proceso de desarrollo del capitalismo, heterogéneo y polimorfo, que resulta en territorialidades diferentes. Proceso en el cual, sin dudas, el debate sobre la tierra, como bien mercantil aún irreproducible, muestra su vigencia y centralidad.

En-clave de metamorfosis da sentido a estas imágenes que intentan mostrar algo así como un cambio de época, en un paralelismo cien años más tarde con el período modernizador de fines del siglo xix, en el cual se cimentaron las bases estructurales del campo uruguayo. Esas bases parecen comenzar a resquebrajarse bajo la construcción de una nueva cimentación, la cual muestra un perfil concentrador y excluyente, diferente, pero similar al de hace más de un siglo; el tiempo y la sociedad uruguaya dirán cuál es el rumbo.

 

 

Referencias bibliográficas

 

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[1]       El artículo es una reelaboración de uno de los capítulos de la tesis doctoral Territorialización de la cadena global de valor forestal en Uruguay: claves metamórficas para la comprensión del problema agrario (Carámbula, 2014).

 

[2]       El Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca a través de la Dirección General de Desarrollo Rural ha construido una definición de productor familiar. Dicha definición toma como referencia cuatro variables: superficie de la explotación, lugar de residencia, cantidad de mano de obra asalariada y cantidad de ingresos percibidos por la producción agropecuaria. Si bien para ingresar al Registro de productor familiar se toman en cuenta los cuatro atributos, con relación a la superficie se toma como criterio hasta 500 hectáreas promedio (Índice coneat 100).

 

[3]       Este agrupamiento se realiza con fines ilustrativos y se asumen desvíos en relación con el criterio utilizado. No todas las explotaciones con menos de 500 hectáreas son explotaciones familiares, ni tampoco todas las mayores de 500 hectáreas son de productores empresariales. Igual se entiende que para los fines planteados es una aproximación válida a la estructura agraria de Uruguay.

 

[4]       Esta ley derogó el artículo 9º de la Ley 13.608 de 1967 que prohibía que estas sociedades anónimas fueran propietarias de tierra.

[5]       Recientemente ha incorporado parte de los activos de Tejar s.a.

 

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