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Revista de Ciencias Sociales

Print version ISSN 0797-5538On-line version ISSN 1688-4981

Rev. Cienc. Soc. vol.27 no.35 Montevideo Dec. 2014

 

Internet, redes sociales y vejez en Uruguay

¿Se relacionan el soporte social e Internet?

 

Soledad Caballero de Luis[1]

 

Resumen

En este artículo, se analiza la relación entre las redes sociales de las personas mayores en Uruguay y el uso de Internet en el marco de la teoría del convoy social. El análisis se centra en el estudio de algunas características relevantes de las redes sociales en la vejez, como el apoyo social y estructura de la red. A partir de un análisis transversal, se presenta evidencia de la relación entre las redes sociales y el uso de Internet entre las personas de 65 y más años de edad en Uruguay. Por ejemplo, se probó la asociación positiva entre la presencia de hijos en el exterior y el uso de Internet entre las mujeres de 65 años o más, así como con la vida en pareja del adulto mayor. El análisis se realizó con datos secundarios de la Encuesta Continua de Hogares del Instituto Nacional de Estadística de Uruguay (2013).

Palabras clave: Internet / adultos mayores / soporte social / redes sociales.

 

Abstract

Internet, social networks and old age in Uruguay:

are social support and Internet use related?

This paper explores the relationships between social networks and the use of the Internet among elderly people in Uruguay, founded on the social convoy theory framework. It focuses on the analysis of the relationship between Internet use, social support and social network structure of people aged 65 years and above. A cross-sectional analysis provided evidence of these relationships. In particular, a positive association between the Internet use among women and their children living abroad was verified in this age group. Furthermore, a positive association between living with partners and Internet use among people 65 years and above was observed. The analysis was conducted using secondary data from the Continuous Household Survey of the National Institute of Statistics of Uruguay (2013).

Keywords: Internet / older people / social support / social networks.

 

Soledad Caballero de Luis: Candidata a doctora por la Universitat Oberta de Catalunya-Internet Interdisciplinary Institute. Participa en el grupo de investigación Observatic, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República, Uruguay.

E-mail: soledad.caballero@gmail.com

 

Recibido: 1º de diciembre de 2014.
Aprobado: 29 de diciembre de 2014.

Introducción

La influencia de las relaciones sociales en el bienestar de las personas mayores está ampliamente documentada en la literatura. En particular, el modelo convoy de relaciones sociales ofrece un marco para estudiar y entender el impacto de estas relaciones a lo largo de la vida (Antonucci, Ajrouch y Birditt, 2014; Fingerman, et al., 2011; Phillips, Ajrouch y Hillcoat-Nallétamby, 2010, pp. 62‑64; Antonucci y Jackson, 2010; Antonucci, 2009; Kahn y Antonucci, 1980). El convoy es el grupo que rodea, socializa, brinda protección y cuidado a una persona en el curso de su vida, todo lo cual influye en su salud y bienestar (Antonucci, 2009, p. 327). El término que acuñó Plath (1980), para referirse al grupo y cohorte en el cual los niños japoneses eran educados (to convey), lo retomaron Kahn y Antonucci para conceptualizar las relaciones sociales que acompañan y brindan soporte a una persona durante su vida (Antonucci, Ajrouch y Birditt, 2014, p. 83). Dicho convoy varía en cercanía, calidad, función y estructura. A la vez, algunas características personales (edad, género) y del contexto (normas, valores, roles) inciden sobre distintos aspectos del convoy. Y el conjunto impacta en la salud y el bienestar de la persona.

En el caso de las personas mayores, el impacto de las redes sociales en su bienestar depende más de la calidad de las relaciones que de algunas características de la estructura, como la cantidad (English y Carstensen, 2014; Van Groenou, Hoogendijk y Van Tilburg, 2013; Nezlek, et al., 2002). Por un lado, debido a que el tamaño de la red disminuye con la edad, pero, por otro, porque según la teoría de la selectividad socioemocional las personas mayores tienden a construir entornos sociales emocionalmente satisfactorios, de manera que activamente eligen interactuar con quienes encuentran satisfacción emocional y evitar los contactos negativos (English y Carstensen, 2014; Luong, Charles y Fingerman, 2010). Recientemente, se probó que a medida que las personas envejecen, el decrecimiento de la red social se da en el círculo de contactos del convoy que se encuentra más alejado de la persona, pero los vínculos del círculo más cercano se mantienen estables (English y Carstensen, 2014). También se verificó que las personas mayores reportan menos vínculos negativos que los jóvenes y que, entre los contactos más lejanos, dan cuenta de más vínculos positivos. Más aún, el tono emocional, positivo o negativo, predice la experiencia emocional diaria de los adultos mayores, mientras el tamaño de la red no lo hace. Sin embargo, mientras los vínculos negativos disminuyen el bienestar de la persona, los vínculos positivos no lo aumentan (English y Carstensen, 2014).

En el estudio de redes sociales hay tres ámbitos dominantes: la estructura de la red y su interacción, el intercambio social y la participación social. El intercambio de apoyo o soporte social es particularmente importante al envejecer, ya que al final de la vida puede haber cambios en el acceso a los diferentes recursos (Litwin y Stoeckel, 2013). El soporte social se define como el intercambio de diferentes tipos de recursos canalizados a través de las relaciones sociales (Phillips, Ajrouch y Hillcoat-Nallétamby, 2010, pp. 200‑205). En la literatura se encuentran varias clasificaciones según se brinde o se reciba apoyo social (dirección), según las funciones del tipo de recurso que se intercambia, según las redes que actúan como fuente de apoyo social (familia, amigos, comunidad; etcétera) y según se trate de apoyo real o disponible (Terol, et al., 2004). El tipo de recurso movilizado es clasificado de diferentes maneras (instrumental, emocional e informacional, por ejemplo) y estos recursos pueden ser percibidos u objetivamente intercambiados (Gottlieb y Bergen, 2010; Phillips, Ajrouch y Hillcoat-Nallétamby, 2010). El apoyo percibido refiere al soporte que una persona dice que encontraría en su red social en caso de precisarlo (Cunningham y Barbee, 2000). Y el soporte social objetivamente intercambiado —ya sea recibido o brindado— alude a los intercambios sociales o interacciones concretas en los cuales una persona busca cubrir las necesidades de otra (Dunkel Schetter y Brooks, 2009). Esto da lugar a diferentes formas de operacionalizar y medir el soporte social, y se ha sugerido que se deben evaluar al menos dos de los aspectos implicados en el constructo (Terol, et al., 2004).

Las investigaciones han demostrado que los conceptos soporte social percibido y soporte social objetivo no siempre están relacionados. Por ejemplo, se comprobó que el soporte social percibido se asocia con un impacto positivo en el estado mental y físico, pero que el soporte social objetivamente recibido no siempre es beneficioso (Dunkel Schetter y Brooks, 2009). De hecho, es el soporte percibido el que tiene un efecto consistente en la salud y el bienestar. Es la creencia de que las personas importantes para uno van a proveer asistencia, cuando la necesidad se presente, la que tiene una mayor influencia en la salud y el bienestar, así como también la tienen las interacciones sociales negativas en las que hay rechazo y falta de reciprocidad (Phillips, Ajrouch y Hillcoat-Nallétamby, 2010). Además, incide quién brinda el soporte y quién lo recibe. Por ejemplo, las mujeres tienen redes sociales más amplias y tienden a recibir más soporte social a lo largo de la vida que los hombres. La estructura de sus redes sociales se incrementa cuando viven situaciones en las que requieren mayor soporte social —como al quedar viudas—. Además, los hombres tienden a tener relaciones cercanas con pocas personas, principalmente con sus esposas. De hecho, estar casado se ha visto que es más beneficioso para los hombres que para las mujeres (Arber, Davidson y Ginn, 2003). Por otro lado, las redes sociales varían a través de las culturas y, por tanto, se deben analizar en relación con los valores y las normas sociales que prevalecen en las diferentes sociedades (Litwin y Stoeckel, 2013). Por ejemplo, un análisis de los datos de la Survey of Health, Ageing and Retirement in Europe (share) no encontró correlación entre la frecuencia de contacto y el bienestar de las personas mayores en la región sur de Europa (España, Italia y Grecia) pero sí confirmó dicha correlación en otras regiones (Litwin, 2009). Además, en la región sur de Europa encontró una asociación negativa entre el bienestar de las personas mayores de 50 años y el intercambio de ayuda fuera del hogar (Ib).

Según Rainie y Wellman (2012), las redes sociales que brindan soporte han ido cambiando y han pasado de estar conformadas por pequeños grupos a ser redes personales más amplias que configuran un nuevo orden social al que estos autores denominan “individualismo en red”. El uso de Internet y de los teléfonos móviles ha colaborado en el desarrollo de este “individualismo en red” al hacer las redes sociales más grandes y diversas. Además, “… han reconfigurado la forma de usar las redes para aprender, resolver problemas, tomar decisiones y prestarse apoyo unos a otros” (Rainie y Wellman, 2012, p. x). Las investigaciones muestran que el uso de Internet ayuda a mantener las relaciones sociales entre la población en general (Hogeboom, et al., 2010; Pénard y Poussing, 2010; Miyata, Ikeda y Kobayashi, 2008; Hlebec, Lozar Manfreda y Vehovar, 2006). También se confirmó la asociación entre el uso de Internet y las redes sociales de los adultos mayores de 50 años (Hogeboom, et al., 2010), y se observaron experiencias positivas de comunicación intergeneracional a través de videoblogging (Harley y Fitzpatrick, 2009). No obstante, si bien la difusión de Internet es alta en las sociedades occidentales, la brecha digital es un problema cuando se comparan cohortes, ya que los mayores, en particular mayores de 70 años, quedan excluidos (Friemel, 2014; Pew Research Center, 2014; Office of Communications, 2014). A esta desigualdad se la ha denominado “brecha gris” (Morris, Goodman y Brading, 2007; Millward, 2003). Los hijos cumplen un rol importante en el aprendizaje de Internet de sus padres y esta asociación se da en mayor proporción en las cohortes más envejecidas (Correa, et al., 2013). Para los mayores de 55 años, los hijos son la más importante fuente de aprendizaje para usar Internet, luego del autoaprendizaje. A mayor edad y menor nivel educativo y económico de los padres, hay una mayor proporción de quienes confían en sus hijos para este aprendizaje. Y el género también incide: las mujeres tienden a recibir más ayuda de sus hijos, para usar Internet, que los hombres (Correa, et al., 2013).

Investigaciones llevadas a cabo entre personas de edad avanzada, mostraron que el uso de medios sociales (por ejemplo, Facebook) tiene tanto aspectos positivos como nocivos (Leist, 2013). Las motivaciones principales entre los adultos mayores para usar medios o redes sociales, tipo Facebook son la diversión, los contactos sociales y dar y recibir soporte social (Leist, 2013). Se ha indicado que el medio que se usa para dar o recibir soporte social —cara a cara o mediado por tecnologías— también puede incidir en la efectividad del soporte intercambiado (Lewandowski, et al., 2011). Por otro lado, la preferencia de un tipo de comunicación u otro para el contacto interpersonal se ha asociado con la distancia: la comunicación cara a cara predomina en los contactos locales, la telefónica en el ámbito regional, mientras que la comunicación por Internet se utiliza para superar las grandes distancias (Mok, Wellman y Carrasco, 2010). Estos autores encontraron que la solidaridad tradicional permanece fuerte en el entorno urbano de Toronto y que el correo electrónico permite mantener una comunicación activa con parientes que están muy distantes, de manera que la cohesión social de la familia supera parcialmente las distancias. No obstante, insisten, la geografía aún importa.

En la literatura se reportan distintos impactos del uso de Internet en el bienestar de las personas mayores (Lee, et al., 2010) que resultan positivos, negativos o no significativos según la finalidad con que se usa Internet (Bessière, et al., 2010; Sum, et al., 2008) y según la forma en la que se mide el bienestar de las personas (Erickson y Johnson, 2011; Mellor, et al., 2008). En cuanto al tipo de uso, se constató que el uso de Internet para la comunicación con amigos y familiares disminuyó la depresión entre la población general, pero el uso relacionado con temas de salud la aumentó (Bessière, et al., 2010). Una investigación similar encontró que el uso de Internet reduce la probabilidad de depresión entre las personas mayores (Cotten, et al., 2012). Además, otro estudio con personas mayores, de 65 a 84 años, comprobó una relación significativa entre el uso del correo electrónico y la satisfacción con la vida, así como con la salud percibida (Koopman-Boyden y Reid, 2009). Se han reportado resultados positivos relacionados con el uso de Internet entre personas de edad avanzada en diferentes culturas (Sum, et al., 2009; Shapira, Barak y Gal, 2007; Xie, 2007). Por otro lado, la forma de medir también influye: se encontró que como grupo, la soledad, la satisfacción con la vida, la autoeficacia, el apoyo social y la depresión predijeron significativamente la frecuencia del uso de Internet entre los adultos mayores, pero al considerarlos aisladamente sólo la autoeficacia resultó un predictor significativo (Erickson y Johnson, 2011). En resumen, no se puede dar por hecho cuál será el impacto del uso de Internet en el bienestar de las personas mayores (Sarrica, Fortunati y Contarello, 2014).

En este trabajo, definimos al grupo de personas mayores teniendo en cuenta la edad cronológica. Otras definiciones posibles se basan en entender la vejez como una etapa de la vida que implica cambios en los roles, cambios físicos o transiciones tales como la jubilación o el momento de convertirse en abuelos. No obstante, el uso de cualquiera de estos criterios aun constituiría grupos con una heterogeneidad significativa (Dannefer, 1987) porque el envejecimiento es un proceso social que implica tanto experiencias tempranas como factores sociales (Settersten y Angel, 2011). La edad es una característica de la organización integral de la estructura social y cada sociedad tiene su forma de aproximarse a ella (Binstock y George, 2011). En Uruguay, “… se considera adulto mayor a toda persona que haya cumplido sesenta y cinco años de edad”, de acuerdo a la Ley 17.066 sancionada por el Poder Legislativo el 15 de diciembre de 1988 (art. 2, cap. 11). No obstante, la edad cronológica no conlleva un significado en sí misma, ya que la “… interpretación y significado de las edades cronológicas varían tanto histórica como culturalmente” (Victor, 2005, p. 6).

Una investigación llevada a cabo con el fin de captar el significado del envejecimiento, en diferentes generaciones de uruguayos, encontró una clara dificultad para pensar acerca del envejecimiento propio, sobre todo entre los adultos y las generaciones de mediana edad (Berriel, et al., 2013). La “dependencia” destacó entre los significados asociados a un paradigma negativo y tradicional del envejecimiento, que incluye otros como “muerte”, “final”, “pasividad” y “casa de salud”. También surgieron conceptos positivos como “experiencia, posibilidad de proyectos, disfrute, poder” y “capacidad de desarrollar actividades”, pero con menor frecuencia que los negativos (Berriel, et al., 2013).

Los estudios relativos a las personas mayores y las tecnologías son incipientes en Uruguay. Por ejemplo, a partir de datos publicados en 2011 por el Observatorio para la Sociedad de la Información en Latinoamérica y el Caribe (osilac), se señaló que las cohortes por encima de los 65 años en Uruguay tienen tasas de adopción de tecnologías menores que el promedio del total de la población (Fernández-Ardèvol, 2013). Además, si bien para la telefonía móvil se observó una caída de dicha tasa a los 75 años de edad, en el caso de la computadora e Internet la caída se ubicó a partir de los 60 años (Fernández-Ardèvol, 2013). Por otro lado, si bien hay producción académica que relaciona el bienestar social y el soporte social con las personas mayores (Cid, Rossi, y Ferres, 2008) no se han asociado estos aspectos con el uso de nuevas tecnologías. En este escrito, se presentan los resultados del estudio de las relaciones entre el uso de Internet y las redes sociales de las personas de 65 años o más en Uruguay, a partir de un análisis transversal de datos secundarios (Instituto Nacional de Estadística, 2013).

La pregunta de investigación que guió este estudio fue la siguiente: ¿qué aspectos de las redes sociales se vinculan con el uso de Internet entre los adultos de 65 años o más en Uruguay? Se analizó la relación del uso de Internet con los intercambios de apoyo social y con algunos aspectos de la estructura de las redes sociales, con los datos secundarios disponibles. Las hipótesis de trabajo fueron:

H1.  El uso de Internet se asocia con el intercambio de soporte social en los hogares de las personas mayores de Uruguay.

H2.  Las personas de 65 años o más que usan Internet reciben menos soporte social en el hogar, y sus hogares brindan más soporte social que los de no usuarios de Internet.

H3.  El uso de Internet entre las mujeres de 65 años o más se asocia con sus hijos.

Metodología

El análisis transversal se realizó con datos secundarios de la Encuesta Continua de Hogares (ech) del Instituto Nacional de Estadística (2013)[2], la cual se lleva a cabo entre la población residente en hogares particulares de todo Uruguay. En la base depurada se utilizó como criterio de inclusión que se haya preguntado acerca del uso de Internet (mayores de 14 años). En la muestra resultante, de 103.388 personas de 14 a 98 años, con una media de edad de 44,5 años, el 53% usa Internet al menos una vez al mes. Las personas de 65 años o más representan el 19% de la muestra y entre ellos se encuentra el 5% de los usuarios de Internet. Para realizar el análisis estadístico (spss v 17.0) se filtraron los casos de menores de 65 años, por lo cual el tamaño de la muestra con la que se trabajó fue de 19.318 personas, de 65 a 98 años, con una media de edad de 74,88. Se midió el apoyo social real, objetivo, que brindan y que reciben los hogares en los cuales viven las personas de 65 años o más en Uruguay, a través de variables proxy. Por un lado, se midió el apoyo social instrumental que brinda el hogar, a través del monto estimado de soporte en dinero o especies que algún miembro del hogar haya dado a otros hogares durante el mes anterior. El cuestionario de la ech 2013 solicitaba valorar el monto en caso de que se tratara de un intercambio de especies. Por otro lado, se midió el apoyo social instrumental recibido en el hogar de un familiar u otro hogar del país, el mes pasado. En este caso, en el cuestionario original se distinguió si el apoyo instrumental fue en forma de dinero o de especies. Además, se midió el apoyo social recibido del exterior en forma de dinero (Cuadro 1). Según datos oficiales, en 2012, el 9,8% de la población uruguaya residía en el exterior (Instituto Nacional de Estadística, 2013).

En referencia a los aspectos estructurales de la red social, se consideró si la persona vive o no en pareja y la cantidad de personas que vive en el hogar. Además, se midió la cantidad de hijos que vive en el hogar, en otro hogar del país y en el exterior, pero sólo en el caso de las mujeres, porque estas preguntas fueron realizadas exclusivamente a mujeres de 14 años o más. Asimismo, en el análisis se incluyeron las siguientes variables: edad, sexo, nivel educativo según isced-97[3] e ingresos del hogar.

 

 

       

 

 

Se observó la asociación con el uso de Internet de las variables incluidas en el estudio. De acuerdo a la naturaleza de las variables, se utilizaron tablas de contingencia (test de chi cuadrado) y comparaciones de medias (t‑Test) entre usuarios y no usuarios de Internet, según el sexo. De esta forma, se seleccionaron las variables del convoy que individualmente se vinculan con el uso de Internet de estos adultos mayores, para analizar luego su interacción a través de un análisis multivariado. Dada la variable dependiente binomial, se realizó una regresión logística jerárquica con el fin de controlar y valorar en qué medida inciden sobre el uso de Internet el apoyo social y la estructura del convoy al interactuar con las otras variables. Se incorporaron en orden jerárquico para controlar las interacciones entre las variables de trabajo. Por ejemplo, la incidencia del nivel de ingresos del hogar en el monto del apoyo social intercambiado. Además, si bien el tipo de hogar (unipersonal, etcétera) no se incorporó en el análisis, al ingresar las variables en la regresión logística se tuvo en cuenta que la cantidad de personas que lo habita puede modificar el total de ingresos del hogar en cuestión y esto se reflejó en la jerarquía de los pasos. Se trabajó con el nivel educativo, indicando al programa spss que se trata de una variable categórica. Se ingresó la variable agrupada en tres categorías para cuidar la cantidad de casos por celda y simplificar el análisis (sin estudios, con primaria finalizada y con al menos liceo concluido). Se utilizó la categoría sin estudios como referencia. Además, se estratificó por género. En definitiva, se trabajó con un modelo que, desde la mirada teórica del convoy social, incorpora algunas variables vinculadas a aspectos estructurales del convoy y del apoyo social. Para las mujeres, se trabajó con un segundo modelo que incluye las variables vinculadas a la cantidad de hijos. Por último, se analizó el impacto de las variables en el uso de Internet entre mujeres y hombres de 65 años o más.

Resultados y discusión

Las personas de 65 años o más representan el 19% de la muestra, 40% vive en Montevideo, 60% son mujeres, 71% jubilados, 37% son viudos y 49% vive con su pareja. 53% tiene entre 65 y 74 años, 35% entre 75 y 84, mientras que el 12% tiene 85 años o más. La mitad (49%) finalizó la escuela primaria, y el 4% completó la educación terciaria. Hay 66 hombres mayores por cada 100 mujeres del mismo grupo de edad. La comparación del ratio de sexo de la muestra de 65 años o más con los ratio de sexo por nivel educativo en este grupo etario (ver Cuadro 2) muestra que son más los hombres mayores que han finalizado los estudios terciarios (universitarios y de posgrado). También entre los de 65 años o más hay mayor proporción de hombres que no sabe leer o escribir y que no ha terminado la escuela primaria. Sin embargo, son más las mujeres de ese grupo de edad que no han asistido a centros educativos, y las que tienen la escuela primaria completa. La media de ingresos de los hogares donde viven las personas de 65 años o más ($36.637.-) es menor que la media de ingresos entre todos los hogares de la muestra ($44.153.-). En concreto, el tercer percentil (75%) vive en hogares que tienen ingresos por debajo de dicha media.

Entre las mujeres de 65 años o más, 13% no tiene hijos. Y entre aquellas que tienen descendencia, 31% vive con los hijos en el hogar, 76% tiene hijos viviendo en otro hogar de Uruguay y 13,5% tiene hijos en el exterior.

 

 

          

 

      

En relación con las tecnologías de la información y comunicación (ver Cuadro 3), en la muestra, 34% de las personas de 65 años o más tiene conexión a Internet con banda ancha en la casa, 14% usó Internet durante el último mes, 8% lo utilizó a diario y 6% una vez a la semana[4]. Usan Internet para buscar información (89%), comunicarse (86%), y entretenerse (51%). Otros usos menos frecuentes son: servicios (14%), e‑banking (10%), comercio electrónico (6%) y educación (2%). En cuanto a dispositivos, 48% tiene un teléfono móvil y 40% tiene computadora o laptop en el hogar. La computadora del plan de inclusión tecnológica y social Ceibal[5] está en el 7% de los hogares de los adultos mayores que tienen pc en casa y en 27% de los hogares de los mayores que no usan Internet (Instituto Nacional de Estadística, 2013).

 

 


Se observó cuáles de las variables incluidas en este estudio se vinculan individualmente con el uso de Internet, utilizando comparación de medias (t‑Test, Cuadro 4) y tablas de contingencia (chi cuadrado, Cuadro 5), según la naturaleza de las variables. Se verificó que la media de ingresos es mayor entre los usuarios de Internet, tanto hombres como mujeres, en tanto la media de edad es menor para los mismos casos (Cuadro 4, variables sociodemográficas). La media de ingresos en los hogares de las personas que tienen 65 años o más, y usan Internet, dobla la media de ingresos en los hogares de personas de esa misma edad que no usan Internet (t-Test, Cuadro 4). También el sexo y el nivel educativo se vinculan con el uso de Internet entre los adultos de 65 años o más (Cuadro 5).

Se observó que las proxy utilizadas para medir el intercambio de apoyo que involucran sólo dinero recibido no se relacionan con el uso de Internet, ya sea que el intercambio sea dentro o fuera del país, tanto en el grupo de hombres como de mujeres (Cuadro 4). Sin embargo, cuando los intercambios involucran especies, el monto del apoyo recibido o brindado por el hogar donde vive la persona mayor es diferente, en promedio, entre usuarios y no usuarios de Internet. Los hogares de los usuarios brindan en promedio mayor apoyo en especies a otros hogares, y reciben menor apoyo social en especies que los de no usuarios (Cuadro 4). Por otro lado, hay una diferencia significativa en la media del monto que intercambian los hogares de los hombres con respecto a los de las mujeres, en tres de las cuatro variables consideradas como apoyo social. Los hogares de estas mujeres brindan en promedio mayor apoyo en especies a otros, que los de los hombres, y reciben una media mayor de apoyo financiero y en especies de parte de otros hogares de Uruguay (Cuadro 4). Estos datos agregan confiabilidad respecto a la validez del uso de las variables proxy para representar los intercambios de apoyo social, ya que se comportan en concordancia con la literatura previa.

 

 


 

 


      

           

Luego, se realizaron tres regresiones logísticas jerarquizadas con las variables que probaron asociación con el uso de Internet (Cuadro 7). Los ingresos totales del hogar se entienden en el modelo como una consecuencia de la trayectoria de vida (edad), influida por los arreglos de vivienda (cantidad de personas que vive en el hogar), la estructura del convoy social y el nivel educativo acumulado cuando se tiene al menos 65 años. La variable nivel educativo fue ingresada como categórica y quedó codificada de la siguiente manera:

 


 

 

Se usó un primer modelo para hombres y mujeres (Modelo 1) y otro que incorporó las variables relativas a la cantidad de hijos para las mujeres (Modelo 2). En el grupo de hombres, el apoyo social brindado por el hogar resultó no significativo y la variable se quitó del modelo. En el grupo de las mujeres no resultó significativo el apoyo brindado o recibido por el hogar (Modelo 1) y se quitaron ambas variables. En el Modelo 2, la presencia de hijos en otro hogar del país no mostró una asociación significativa y se desechó. En el Modelo 1 (Cuadro 8) el NE 2 tiene el mayor impacto positivo sobre el uso de Internet entre los hombres de 65 años y más. Un hombre mayor que haya finalizado al menos el liceo tiene hasta 24.85 veces más chance de usar Internet que aquel que no ha terminado la primaria. Muy por debajo del impacto de cada nivel educativo, la vida en pareja (1=sí, 0=no) muestra una incidencia positiva sobre el uso de Internet entre los hombres mayores dado que también provoca un incremento en la razón de odds [exp (B) =1.63]. Las variables que provocan un decremento en la razón de odds son: la cantidad de personas en el hogar y la edad En tanto, el total de ingresos del hogar y el apoyo social recibido no inciden en la chance de usar Internet.

 

 

     

 

 

En definitiva, las variables que tienen mayor impacto sobre el uso de Internet en el grupo de hombres de 65 años o más (Cuadro 8) corresponden a un aspecto socioeconómico (educación, con impacto positivo) y a un aspecto de la estructura del convoy (cantidad de personas en el hogar, con impacto negativo).

 

 

 

 

 


                                     

 

En el Modelo 1, entre las mujeres (Cuadro 9), la primera diferencia con respecto al grupo de hombres es que ninguna de las variables del apoyo social resultó significativa. La segunda está en la cuantificación del impacto de cada variable significativa sobre el uso de Internet. La educación es también la variable que más impacta en el uso de Internet, pero la incidencia es menor que entre los hombres. Es decir, con el mismo nivel educativo, las mujeres tienen menos chance de usar Internet que los hombres. Por otro lado, la vida en pareja tiene un impacto positivo mayor entre los hombres: los hombres que viven en pareja tienen más chance de usar Internet que las mujeres que viven en pareja. Además, la cantidad de personas en el hogar y la edad tienen mayor impacto negativo entre mujeres que entre hombres.

 


 

 

En el Modelo 2 (Cuadro 10), la cantidad de hijos en el extranjero impacta sobre el uso de Internet entre las mujeres, más que la vida en pareja: por cada hijo que tiene en el extranjero la chance de que use Internet aumenta en 1,805. El nivel educativo 2 y 1, la cantidad de hijos en el extranjero y la vida en pareja, en ese orden, impactan positivamente sobre el uso de Internet. El impacto de la cantidad de hijos que vive en el hogar, por el contrario, es negativo. Los ingresos del hogar al interactuar con estas variables, no aumentan ni disminuyen la chance de que estas mujeres usen Internet. Esto implica que modificar el monto de ingresos actual de estos hogares no repercutirá en la oportunidad de que estas personas usen Internet, en este modelo. Pero no debe interpretarse que los ingresos no inciden en el uso de Internet. Al contrario, estas personas están insertas en una sociedad desigual a la que se hizo referencia al comienzo, cuando se mostró que la media de ingresos de los hogares de los usuarios de Internet casi duplica a la de los no usuarios. Este modelo que integra vínculos cercanos del convoy está inserto en una estructura desigual de acceso a Internet en la cual impacta el factor económico, entre otros. No obstante, la interacción de estos modelos convoy con la brecha gris excede los objetivos de este trabajo.

 

 


 

 

En el Modelo 1 masculino, el total de ingresos del hogar controla el apoyo brindado por los hombres a otros hogares (ya sea en dinero o especies), que deja de ser significativo en el paso 2. El apoyo recibido es controlado en parte por el total de ingresos del hogar, así como por todas las demás variables, pero no deja de ser significativo en el modelo en ningún paso. Los tres modelos que contemplan aspectos del convoy social vinculados al uso de Internet son significativos globalmente (Hosmer & Lemeshow Test, Cuadros 11 y 12); tienen un porcentaje global de acierto alto, aunque explican de manera insuficiente el uso de Internet (24,4% en el modelo de los hombres y 21,2% en el modelo de las mujeres). El Modelo 1 tiene mejor ajuste para el grupo de hombres que para el de mujeres, aunque en conjunto el porcentaje de acierto es menor (87,3% vs 89,4%). La inclusión de las variables relacionadas a los hijos en el Modelo 2 de las mujeres (Cuadro 12) no representó un aumento de magnitudes importantes en acierto, ajuste, o significación, aunque en todos los casos mejoró el modelo. La educación representa el paso más significativo del modelo entre las mujeres, en tanto que entre los hombres es el total de ingresos del hogar (chi cuadrado, Cuadro 11).

 

 


 

 

Conclusiones

Entre las limitaciones de este trabajo, se destaca que se utilizaron datos secundarios no generados con este fin. Como consecuencia, se trabajó con variables proxy, no se analizó la posible incidencia de los vínculos con los hijos en el caso de los hombres y se usaron medidas de soporte social efectivamente intercambiado y no percibido. Por otro lado, tampoco se incluyó en el análisis la relación entre el soporte social medido y el bienestar de la persona, u otras variables vinculadas a la trayectoria de vida, como la jubilación.

Al retomar la pregunta inicial de investigación, se puede responder que el uso de Internet entre las personas de 65 años o más en Uruguay se asocia con algunos aspectos vinculados a sus redes sociales. Se comprobó la asociación entre el uso de Internet y quienes suelen integrar los círculos más cercanos del convoy entre los adultos mayores: la pareja, los hijos y quienes viven en el hogar. Es otros términos, el uso de Internet entre los adultos mayores está relacionado con la familia y las personas del entorno más cercano (el propio hogar). Pero cuando cuantificamos el apoyo efectivamente intercambiado por el hogar donde vive la persona mayor, no se verificó relación significativa que incida en el uso de Internet. El impacto de los vínculos del convoy en el uso de Internet de la persona mayor a veces es positivo y otras negativo. Es positivo cuando la persona mayor vive con su pareja y, en este caso, el impacto es mayor entre los hombres que entre las mujeres. Es negativo cuando se trata de la cantidad de personas que vive en el hogar. Cuanto más gente viva en el hogar la chance de que la persona use Internet es menor. Esto refiere a hogares particulares multipersonales y no a residencias u otros hogares colectivos no incluidos en la encuesta.

En cuanto a la hipótesis H1 (El uso de Internet se asocia con el intercambio de soporte social en los hogares de las personas mayores de Uruguay), sólo en el caso del soporte social que recibe en especies el hogar donde vive un hombre mayor, se verificó una asociación estadística con el uso de Internet que, sin embargo, no incide en la chance de usar Internet (Cuadro 8). En referencia a la hipótesis H2 (Las personas de 65 años o más que usan Internet reciben menos soporte social en el hogar, y sus hogares brindan más soporte social que los de no usuarios de Internet), confirmamos que los hogares de los usuarios de Internet reciben menos apoyo social en especies y brindan más apoyo social financiero o en especies, que los hogares de los no usuarios (Cuadro 4). Esto refiere a la estructura de desigualdades en la que está inserto el grupo estudiado y que es preexistente al uso de Internet. Entre los adultos mayores de Uruguay, aún destaca el perfil que se observó entre los primeros usuarios de Internet en todos los grupos de edad: los más jóvenes, los más educados y los de mayor nivel económico. O en otros términos, quien tiene menos necesidad de soporte social y más capacidad de brindar soporte social está en mejores condiciones de tener, aprender y usar Internet. Además, este intercambio real de soporte social es evidencia de la existencia de una red de sostén previa y puede motivar el uso de Internet entre los adultos mayores. En relación con la hipótesis H3 (El uso de Internet entre las mujeres de 65 años o más se asocia con sus hijos), estrictamente hablando, el uso de Internet se asocia con los hijos cuando estos viven en el extranjero o conviven en el mismo hogar, aunque el impacto sobre el uso de Internet en la adulta mayor es opuesto. Esta vinculación, entre la presencia de hijos en el exterior y el uso de Internet, se puede explicar en el marco de los anteriores hallazgos de Mok, Wellman y Carrasco (2010), quienes mostraron que el uso de Internet, en particular el correo electrónico, ha permitido sortear la distancia real para mantener el contacto con los vínculos solidarios importantes. Además, la significación estadística de la asociación positiva del uso de Internet, entre las mujeres mayores de Uruguay y sus hijos en el extranjero, refleja un aspecto estructural de la sociedad uruguaya: la emigración. No obstante, estos resultados no sugieren que los hijos sean una fuente de aprendizaje para el uso de Internet entre adultos mayores, como mostraban los resultados de Correa, et al. (2013). Al contrario, el uso de Internet entre las mujeres de 65 años o más en Uruguay se asocia negativamente con la presencia de hijos en el hogar y no tiene relación con la presencia de hijos en otros hogares del país. En otras palabras, no se trata del hecho de tener hijos, sino de que hay una distancia que sortear porque un hijo está lejos y no se puede hablar cara a cara, y se adopta Internet como forma de comunicación y mantenimiento del vínculo. Por otro lado, al convivir con los hijos es probable que sean estos quienes usan Internet en el hogar y median la relación entre estas mujeres mayores y las computadoras, desestimulando el aprendizaje y uso.

En este trabajo, se comprobó el impacto de aspectos estructurales del convoy social en el uso de Internet entre los adultos mayores y no se verificó un impacto del intercambio efectivo de soporte social. Como la influencia de las redes sociales en el bienestar de las personas mayores depende más de la calidad del vínculo (English y Carstensen, 2014), en líneas de trabajo futuras resulta relevante observar la incidencia del uso de Internet en la calidad de los vínculos del convoy, en los cuales hemos observado que existe una asociación positiva y negativa con el uso de Internet. Por otro lado, queda planteada la hipótesis de que la cantidad de hijos en el exterior también se asocie con el uso de Internet en el caso de los varones mayores. Por último, el convoy social se encuentra inserto en una estructura desigual de acceso a Internet, que contiene a los círculos del convoy y que incide en la posibilidad de uso de la red entre adultos mayores. Dentro del heterogéneo grupo que conforman las personas de 65 años o más, junto a las variables ya conocidas que explican que quienes tienen mayor educación e ingresos, y menor edad, tengan más probabilidad de usar Internet, interesa considerar los aspectos que surgen al analizar el convoy social de las personas de 65 años o más en Uruguay: las mujeres añosas que viven con hijos en la casa, los hombres y mujeres que viven en hogares multipoblados y los hombres mayores que no viven en pareja, tienen más chance de no ser usuarios de Internet. Otra línea de estudio podrá vincular al convoy social con la brecha digital entre adultos mayores.

 

 

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[1]       Agradezco la lectura y los comentarios a versiones previas de este trabajo a Mireia Fernández‑Ardèvol (uoc-in3) y María Montero y López Lena (unam).

[2]       Se trabajó con la base que fusiona datos de hogares y de personas Fusionado_2013_Terceros. Disponible en: <www.ine.gub.uy>.

 

[3]       International Standard Classification of Education (Clasificación Internacional Estandarizada de Educación). Ver: <http://www.uis.unesco.org/Education/Pages/international-standard-classification-of-education.aspx>.

 

[4]       Ver ficha técnica de la Encuesta Continua de Hogares: <http://goo.gl/Iji3r2>. Tiene una tasa de respuesta de 89,3% y no imputa la no-respuesta. La ech considera usuario a quien haya utilizado Internet en el último mes (ver pregunta 113 del formulario: <http://goo.gl/fv3gno)>.

 

[5]       Plan Ceibal. Ver: <http://www.ceibal.edu.uy/>.

 

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