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Revista de Ciencias Sociales

Print version ISSN 0797-5538On-line version ISSN 1688-4981

Rev. Cienc. Soc. vol.27 no.35 Montevideo Dec. 2014

 

El 'boteo' en las calles como práctica contradiscursiva  Análisis de narrativas identitarias de personas ciegas

 

Brenda Araceli Bustos García

 

Resumen

El 'boteo' (pedir dinero) en las calles se ha convertido en una forma en la cual las personas con discapacidad afrontan el panorama adverso que enfrentan: falta de oportunidades educativas y laborales. Sin embargo, en nuestra sociedad, esta actividad es estigmatizada y considerada como vergonzosa. El objetivo del artículo es explorar la relación entre el discurso social en torno al boteo y la narrativa identitaria de personas ciegas que se dedican a esta actividad. Para lograrlo, se analizan, utilizando el análisis del discurso, las narrativas identitarias de personas ciegas que botean por las calles de Monterrey, estado de Nuevo León, México. Entre los resultados del análisis, podemos destacar que las personas que botean la consideran una práctica contradiscursiva ante la falta de oportunidades laborales que enfrentan.

Palabras clave: Narrativa identitaria / 'boteo' / personas ciegas / análisis del discurso / deixis / política identitaria.

 

Abstract

The ‘boteo’ on the streets as contra-discursive practice:

analysis of narrative identities of blind people

'Boteo' (asking for money by using a small container usually made of metal, plastic and other materials where money is collected) in the streets has become a way that people with disabilities face an adverse scenario before lack of education and employment opportunities. However, in our society this activity is stigmatized and considered as a shameful one. The goal of this paper is to explore the relationship between the social discourse around “boteo” and the narrative identity of blind people who are dedicated to this activity. In order to get the goal, a discourse analysis is made into the narrative identity from blind people who “botean” in the streets of Monterrey, Nuevo León, Mexico. In the analysis results we can emphasize that people who 'botean' consider this as a contra-discourse practice before lack of opportunities they face.

Keywords: narrative identity / 'boteo' / blind people / discourse analysis / deixis / identity politics.

 

 

Brenda Araceli Bustos García: Doctora en Filosofía con orientación en Trabajo Social y Políticas Comparadas de Bienestar Social. Docente investigadora de tiempo completo en la Facultad de Filosofía y Letras (uanl), México. E-mail: brendaaraceli2001@hotmail.com

 

Recibido: 12 de noviembre de 2014.
Aprobado: 15 de diciembre de 2014.

Introducción

La 'mendicidad' y el asistencialismo en la modernidad:
una perspectiva simmeliana

La pobreza es una condición de vida que ha existido a lo largo de la historia de la humanidad. Aunque los significados que tal condición denota han cambiado, consideramos que, en general, en la sociedad occidental se sostiene el imaginario social que la considera como un estado de privación, escasez o, incluso, de necesidad. En el contexto de una sociedad en la que la meta de cualquier individuo es la movilidad socioeconómica, producto del trabajo y el esfuerzo, y del disciplinamiento personal, la figura del pobre, así como las formas de afrontar tal condición, cobran un particular significado en el imaginario social.

Una cristalización de ese imaginario la encontramos en la definición que nos proporciona el diccionario de la Real Academia Española. En este se señala que el término pobre[1], en nuestra sociedad, será utilizado como un adjetivo para calificar la falta, la carencia y, además, para referirse a aquella persona cuya situación anímica es de infelicidad y tristeza. El mismo diccionario señala que una figura a la cual comúnmente se la asocia es la del mendigo, que refiere a aquella persona que pide limosna.

Simmel (2011, p. 21) señala que, en la modernidad, uno de los rasgos definitorios de la interacción social es el hecho de ser una relación entre sujetos portadores de derechos: morales, jurídicos, convencionales o de otra naturaleza. Por lo cual las acciones asistencialistas al pobre serán consideradas como derechos morales regidos por un dualismo que, generalmente, pasará inadvertido: a) se convierten en un supuesto derecho de la persona necesitada; b) ese supuesto derecho está sujeto a la voluntad del otro, del donante. Bajo esta dinámica, Simmel (2011) nos pregunta: ¿hasta qué punto los derechos del pobre son deberes correspondidos?

El autor nos responde que en realidad el supuesto derecho es solamente una ficción jurídicosocial, mediante la cual se oculta el fin último de la acción: la protección y fomento de la comunidad mediante una acción —ayudar— que se dirige a un individuo en particular, el pobre, quien representa un peligro para la preservación de la comunidad. Desde esta perspectiva, uno de los fines de la asistencia y de la limosna es la despolitización de esos individuos cuyos derechos (acceso a empleo, a seguridad social, entre otros) han sido precarizados.

Simmel (2011) considera que más que buscar la supresión de la división de clases, el asistencialismo se sostiene en la estructura socioeconómica introducida por el capitalismo. De esta manera, el supuesto derecho al que alude no se queda más que en una obligación moral, ya que el pobre: “… no es titular del derecho que se deriva de la obligación”.

De esta manera, al recibir una ayuda, al recibir una limosna, se espera que el pobre corresponda a nuestra generosidad con una acción particular: el abandono del uso de la violencia o de la organización política para buscar los medios necesarios para subsistir o exigir el cumplimiento de los derechos jurídicos de los cuales es acreedor.

Finalmente, este autor agrega que el hecho de ser fijado como derecho tiene, también, una función en la pisque de los pobres y, particularmente, en la de aquellas personas que piden dinero en la calle (“botear”, como se dice en México). El boteo por las calles es considerado como un derecho resultado de las dificultades o pérdidas que enfrenta la persona y que se basa en su pertenencia al grupo. Motivo por el cual el grupo debe ser solidario con uno de sus miembros que enfrenta una situación adversa.

Además, en nuestra sociedad, en la que el hecho de pedir o botear en las calles se ha convertido en la última forma de afrontar la pobreza, al ser fijada como un derecho, disminuye la humillación, la vergüenza y el desclassement que ella implica (Simmel, 2011). Es decir, se convierte en un recurso psíquico que proporciona cierta aceptación de la actividad, ya que no alude a la compasión sino, por el contrario, el limosnero exige el cumplimiento de un derecho.

En el planteamiento simmeliano, podemos observar una relación entre el imaginario social en torno al asistencialismo y la formación identitaria de las personas sujetos de ese asistencialismo. Es decir, nos permite observar una relación entre el discurso social en torno al pobre y su formación identitaria, ya que, como señala Simmel (2011), el pobre conoce los discursos estigmatizantes asociados a su condición socioeconómica. Esta relación será el eje que articulará el presente artículo en el cual se explorarán las narrativas identitarias de personas ciegas que se dedican a botear o pedir dinero por las calles de Monterrey, estado de Nuevo León, México.

Posibilita, además, reflexionar en torno al papel que juega el cuerpo de las personas en situación de discapacidad y el papel del cuerpo considerado “normal” en torno a la práctica del boteo. Por un lado, legitimando el derecho de estas personas a salir a las calles: ya sea boteando o vendiendo algún artículo (como por ejemplo pañuelos faciales, chicles, dulces, entre otros). Actividad justificada en el imaginario social debido a una presunta 'incapacidad corporal/laboral' (Ferrante y Ferreira, 2010).

Por otro lado, circunscribe la práctica del boteo al grupo de personas en situación de discapacidad, ya que, aquellos grupos cuyos cuerpos se encuentran dentro de la normalidad física (por ejemplo: jóvenes desempleados, indígenas, alcohólicos, entre otros) serán cuestionados y vistos con desconfianza por el hecho de pedir dinero ya que, en estos casos, se trata de cuerpos productivos, cuerpos que cumplen con los criterios de funcionalidad laboral. En términos de Skliar (2000) “Deficiencia y normalidad forman parte de […]una misma matriz de poder”.

El boteo en la calle: una deconstrucción desde la política identitaria

Las políticas de atención a las personas en situación de discapacidad no son meras técnicas de inclusión social, sino se sustentan en discursos socialmente creados acerca de la relación entre la “normalidad física” y la discapacidad, las capacidades y limitaciones de las personas en situación de discapacidad frente a las exigencias del mercado laboral, la posición de las personas en situación de discapacidad en la sociedad, así como en sus necesidades y derechos sociales.

Sin embargo, estos discursos sólo pueden surgir porque las condiciones de vida que encuentra un sujeto en su entorno no le proveen de todos los recursos necesarios para llevar a cabo sus actividades (Putnam, 2005, p. 189). Y al revés: las condiciones del entorno parten de un sujeto con determinadas cualidades psicofísicas.

Cuando hay una incongruencia entre entorno y sujeto, surgen narrativas que pretenden legitimar la exclusión de un sujeto como 'anormal', 'atípico' o que —desde la perspectiva de los excluidos— buscan revertir su marginación. Ambos relatos acerca de los “sujetos especiales” se proponen influir la acción de los “otros”. Se trata, por lo tanto, de políticas que hacen uso de discursos identitarios, es decir, de 'políticas identitarias' (Parker, 2005, pp. 53ss.; Putnam, 2005, pp. 188ss.).

Los discursos identitarios tienen un efecto doble: por un lado informan al público en general acerca de las características de los 'otros' (por ejemplo, las personas en situación de discapacidad) y encaminan a personas e instituciones hacia ciertas formas de apoyo. Por el otro, actúan sobre las construcciones identitarias de los mismos sujetos nombrados (las personas en situación de discapacidad) y moldean sus expectativas hacia los demás (por ejemplo, acerca de los apoyos que les deberían de brindar) y hacia sí mismos (a lo que pueden aspirar en la vida; lo que son capaces e incapaces de hacer, por ejemplo). Por consiguiente, es posible afirmar que las políticas identitarias representan al mismo tiempo modelos de socialización y de integración social.

Si bien es cierto que los discursos identitarios son, por lo general, autorreferenciales, es decir, articulan una serie de concepciones acerca del sujeto que habla de sí mismo (Parker, 2005), también pueden ser utilizados para influir las acciones en relación con otros, construyéndolos bajo una cierta luz. Las políticas identitarias se materializan, de esta forma, no sólo en un discurso sino también en una práctica.

Ante su volatilidad, los discursos (Foucault, 2002) necesitan ser reproducidos incesantemente por los actores. La reproducción tiene lugar por medio de formas de intervención sociopolítica como, por ejemplo, las políticas sociales; al igual que en la acción de las mismas personas en situación de discapacidad cuya integración laboral es guiada en este modelo.

El análisis busca, en consecuencia, rebasar el mero nivel técnico e incorporar las políticas identitarias contenidas en él, así como las correspondientes construcciones identitarias de las personas en situación de discapacidad involucradas. La información no se encuentra de forma explícita en la realidad social, sino que está contenida en los relatos de las personas en situación de discapacidad acerca de su historia laboral.

Para construir los relatos, los sujetos hacen uso de un vocabulario, una gramática, y estrategias retóricas y narrativas. La deconstrucción de estos elementos permite descubrir los presupuestos y sobreentendidos (Ducrot, 1982) que forman el tejido oculto de las identidades y formas de interacción.

Toda identidad emerge a partir de un principio de diferencia. La identidad engloba aquellas características que le permiten a un individuo distinguirse de los otros. Según Berger y Luckmann (1972, p. 76), la identidad es construida a través de los procesos de socialización, por lo que constituye siempre un acto social insertado desde el primer momento en un universo de discursos y prácticas sociales.

No sólo los individuos sostienen discursos acerca de sus identidades. También la sociedad hace circular relatos acerca de las características y cualidades de ciertos grupos de individuos. Se trata de tipificaciones, es decir, elementos generales atribuidos a grupos sociales que permiten normar las expectativas de acción y la ubicación social de estos grupos en la sociedad. En ocasiones, los discursos acerca de ciertos grupos son negativos. Al perdurar, Goffman (1961, p. 20) los identifica como estigmas.

Para analizar el impacto que la estigmatización tiene en la identidad de los individuos, Goffman (1961, p. 126) propone diferenciar entre tres tipos de identidades: la social, la personal y la identidad del yo. La identidad social refiere a los discursos que circulan en una sociedad acerca del grupo social al cual pertenece un individuo (por ejemplo, los discursos acerca de cómo son, qué pueden y saben hacer las personas en situación de discapacidad); la identidad personal surge a través de la conexión de estos discursos anónimos acerca del grupo social al cual pertenece un individuo con sus características muy personales (Goffman, 1961, pp. 51ss. y 105). Por último, la identidad del yo refiere a la visión que el individuo tiene de sí mismo y que puede contrastar parcialmente con la identidad social y personal (Goffman, 1961, p. 106).

Imaginario social del boteo en las sociedades industriales

En las sociedades industriales, el pedir dinero en la calle es mal visto. Sobre todo en el capitalismo de bienestar, la vida 'normal' socialmente aceptada giró mayoritariamente en torno a un empleo asalariado en un espacio fabril o una oficina de gobierno. A pesar de que este modelo de desarrollo socioeconómico entró en crisis desde finales de la década de los setenta, por la introducción de nuevas tecnologías que liberaron un creciente número de trabajadores, el discurso acerca de la vida asalariada como norma no ha entrado en crisis. El despido o la no ocupación de trabajadores no son considerados, en términos generales, como argumentos válidos para legitimar otras formas de existencia (como, por ejemplo, la mendicidad). No obstante, este discurso no se mantiene con la misma fuerza y coherencia en todos los ámbitos sociales.

El imaginario social acerca de las personas en situación de discapacidad, por su lejanía de las vidas de personas concretas, resulta más insensible frente a los problemas de integración social y laboral que enfrentan. Un segundo círculo está constituido por aquellas personas 'sin discapacidad' que se encuentran involucradas en interacciones cercanas y repetidas con las personas en situación de discapacidad (familiares, activistas, autoridades encargadas de llevar a cabo las políticas públicas). En este caso, los discursos acerca de los estilos de vida aceptables e inaceptables se encuentran mucho más permeados por las experiencias concretas de las personas en situación de discapacidad con quienes están relacionados.

Si bien Goffman diferencia analíticamente entre identidad social, personal y del yo, es preciso tener en cuenta que las tres están entrelazadas. Ninguna identidad del yo deja de lado los discursos que circulan en la sociedad en general y dentro del círculo de personas con quienes un individuo se encuentra interactuando con frecuencia. Son incorporados como elementos de la identidad del yo, o bien, sirven como medios de contrastación para mantener la identidad del yo. En todos los casos, esta identidad sigue siendo una construcción.

Condiciones de vida de la población en situación
de discapacidad en Monterrey, México

Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (2013), el total de mexicanos que tienen alguna discapacidad es de 5.739.000 de personas, lo cual representa el 5,1% del total de la población mexicana. La distribución por sexo es de: 2,9 millones de mujeres y 2,8 millones de hombres. La distribución por tipo de discapacidad[2] es la siguiente: 58,3% tiene una discapacidad motriz; 27,2% una discapacidad visual; 12,1% una discapacidad auditiva.

El acceso a la educación es considerado básico para el desarrollo de una persona, así como para su movilidad social; en el caso de la población mexicana con discapacidad, el panorama es adverso ya que tan sólo el 45,4% tiene acceso a la educación. Los datos censales muestran que el 34,1% de la población con discapacidad de 6 a 14 años no sabe leer ni escribir, este porcentaje es tres veces superior al de la población sin discapacidad de la misma edad (10,3%). En el grupo de 15 años a más el 24,8% de la población discapacitada, reporta el Censo de Población, es analfabeta; este porcentaje es cinco veces superior al de la población sin discapacidad (5,5%).

Finalmente, la población en situación de discapacidad 'no económicamente activa' es del 69,6% —este porcentaje es más alto que en la población sin discapacidad (45,7%)—, de la cual el 37,3% se dedica a los quehaceres del hogar.

Las condiciones materiales de existencia de las personas en situación de discapacidad dan sustento a las percepciones que este grupo tiene sobre el trato que las personas sin discapacidad tienen hacia ellos. Es decir, el imaginario social en torno a las personas en situación de discapacidad encuentra una materialización en el acceso a oportunidades educativas y laborales. De esta manera, el 65,5% de las personas en situación de discapacidad consideran que en México sus derechos no son respetados; el 69,8% considera que la sociedad no ayuda a las personas en situación de discapacidad porque no conoce sus problemas; y el 12,5% considera que hay otras razones para no recibir ayuda de la sociedad.

Entre la identificación de problemas que enfrentan las personas en situación de discapacidad: el 27,4% considera que es el desempleo; el 20,4% considera la discriminación como el principal problema; y el 15,6% considera que la principal problemática enfrentada es no poder lograr la autosuficiencia.

Metodología

Para el desarrollo del presente estudio, se eligió un enfoque cualitativo debido a que interesaba conocer la relación entre imaginario social, formaciones identitarias y agencia social entre personas ciegas del Área Metropolitana de Monterrey (amm). Para desarrollar el análisis de las entrevistas se empleó un marco teórico desarrollado a partir de la perspectiva sociohistórica. Además, se emplearon las perspectivas de Berger y Luckmann, y Erving Goffman, entre otras, acerca de la construcción de la identidad.

Desde su surgimiento, los métodos cualitativos han sido cuestionados por las dimensiones de su 'muestra', argumento mediante el cual se ha pretendido minimizar los alcances de sus resultados. Como respuesta a esos cuestionamientos se ha señalado que, dada la postura ontológica de la cual parte el cualitativismo, la cantidad de entrevistados deja de ser la preocupación central ya que: a) el número de personas será definido por el estudio de las diferencias adyacentes a la particularidad de los sujetos; b) el objetivo es construir modelos sobre el problema estudiado y no la caracterización de poblaciones (González Rey, 2007, p. 82).

De esta manera, cada persona resulta importante debido a que aporta distintas formas de autoconceptualizarse, así como distintas formas de concebir su mundo (Taylor y Bogdan, 1996, p. 108), aportando distintas narrativas que posibilitan la comprensión teórica de la vida social. De esta manera, mediante la vinculación entre las narrativas de los entrevistados y el análisis teórico, los aportes de una investigación cualitativa radican, entre otros, en el hecho de poner énfasis en aspectos de problemas que habían pasado inadvertidos o que permanecían inaccesibles (González Rey, 2007, p. 83).

Finalmente, debemos señalar que, siguiendo los planteos de la teoría crítica, no debemos olvidar que la investigación sociológica recaba datos subjetivos (esto aun y cuando los estandarice en variables), los cuales se deben comparar con datos objetivos tales como: el lugar de los encuestados en el proceso de producción, su poder e impotencia social. Es decir, en el análisis sociológico (aún y cuando se le pretenda validar con una muestra representativa) se debe tener en cuenta el poder social que la persona cuyas opiniones analizamos tiene, o del que carece. En otras palabras, debemos tener en cuenta que las personas entrevistadas o encuestadas se encuentran posicionadas en relaciones de poder, algunos con mayor ventaja que otros (Adorno, 2004).

Técnica de análisis de las entrevistas

Se utilizó como técnica el análisis del discurso, principalmente la deixis. Dado que esta hace referencia al sujeto del discurso: su sentido de pertenencia a través de la deixis de persona y que se construye discursivamente mediante los pronombres personales; su ubicación en el tiempo (a través de adverbios de tiempo) y su locación en el espacio “real” y simbólico (a través de adverbios locales).

Consideramos que el análisis de la deixis resulta central en un estudio que analiza formaciones identitarias y la relación entre sujetos y entorno social. Por ejemplo, el análisis del campo deíctico indica cómo los sujetos entrevistados percibieron y construyeron la exclusión social, cómo construyeron a otros grupos de personas ciegas, así como el tipo de relación que sostienen con ellos o el grado de integración social a la sociedad.

Algunos datos acerca de los entrevistados

Teodoro, de 55 años de edad, con estudios de masoterapia en la Escuela Nacional de Ciegos[3] de la ciudad de México; y Trinidad de 45 años de edad, con estudios de licenciatura en el área de Ciencias Sociales, son dos personas ciegas neoleonesas que pertenecen a una generación de ciegos que han encontrado poca comprensión en la sociedad mexicana. A pesar de contar ambos con una profesión, no encontraron un espacio laboral donde ejercerla. Ante la falta de oportunidades económicas, optaron finalmente por buscar otras formas para ganarse el sustento cotidiano: ambos cantan en los camiones[4] que atraviesan el amm y reciben a cambio pequeñas dádivas monetarias por parte de los pasajeros. Teodoro combina esta fuente de ingreso principal con el servicio que brinda en su casa de masajes relajantes y el tratamiento de golpes y torceduras.

Al igual que los dos varones, Teresa —una mujer de 54 años que padece de retinitis pigmentosa y que perdió su vista a los 30 años de edad— cuenta con estudios postsecundarios: se preparó como secretaria contadora taquimecanógrafa, y trabajó durante algún tiempo en Teléfonos de México (telmex). Sin embargo, a consecuencia de su enfermedad perdió su fuente de ingresos, por lo que hoy en día se gana la vida cantando en lugares públicos.

Características de la Asociación de atención
a personas ciegas basada en el trabajo informal

Los entrevistados son —o han sido— miembros de una asociación que se inició en los años cincuenta bajo una visión asistencialista y filantrópicasocial. Las personas ciegas que participan se consideran individuos excluidos, marginados y rechazados por la sociedad, y lamentan que las políticas públicas no respondan a la problemática de las personas ciegas.

El modelo de la informalidad laboral da cuenta de la represión y exclusión que grupos sociales y empresas ejercían contra las personas ciegas en las décadas de los cuarenta hasta mediados de los setenta. Trinidad, por ejemplo, no pudo inscribirse, en aquel entonces, en una escuela secundaria en Monterrey. Para iniciar su educación secundaria tuvo que cambiarse de ciudad. Esta experiencia indica, empero, que los discursos acerca de las limitaciones de las personas ciegas no eran tan consistentes y homogéneos sino que variaban en intensidad entre un lugar y otro. Fueron estas fisuras las que permitieron a Trinidad proseguir su educación.

Pero no sólo las escuelas regiomontanas se rehusaron a aceptar niños y jóvenes ciegos, tampoco las empresas mostraron disposición alguna a integrarlos laboralmente. Según Teodoro, ante la falta de oportunidades de estudio y trabajo, las personas ciegas sólo tenían como posibilidad pedir dinero en las calles. No obstante, tampoco ahí eran aceptados y pronto la policía los empezó a detener y encarcelar. La exclusión social de las personas ciegas de todos los espacios públicos regiomontanos se armó así de la violencia física y simbólica para hacerlos desaparecer de la vida pública.

La experiencia vivida por muchas personas ciegas a mediados del siglo xx impulsó su integración como un “grupo particular” que compartió problemas comunes y necesidades específicas. Pensaron que organizándose en asociaciones lograrían gestionar líneas de atención ante el gobierno. Poco a poco, estas estrategias iniciales se institucionalizaron, una precondición para su perduración en el tiempo.

El primer logro de este grupo[5] consistió en conseguir que el gobierno les concediera en comodato algunas instalaciones para oficinas y un presupuesto para la manutención del lugar donde solían reunirse. Además, lograron que el gobierno les permitiera pedir dinero en la calle.

Desde entonces, las actividades en la informalidad laboral se han diversificado. Entre las que realizan actualmente se encuentra: invitar profesionistas a que ofrezcan charlas de temas diversos para los socios, esta actividad se incorporó recientemente; gestión social con instituciones educativas, de gobierno y privadas (búsqueda de donativos ya sea monetarios, ya sea en especie: alimentos, medicinas, recibir a personas que ofrecen trabajo como voluntarios, por ejemplo jóvenes de universidades privadas que realizan su servicio social); recaudación de fondos a través de rifas, colectas en los cruceros[6] del centro de Monterrey (esta actividad es conocida entre los miembros como boteo), tocadas en camiones y ofrecer comidas a bajo costo a los miembros de la asociación.

Narrativas identitarias de personas en situación de discapacidad
que botean por las calles de Monterrey

Si bien la mendicidad constituyó la única salida para sobrevivir a la marginación social, al mismo tiempo contribuyó a afianzar la estigmatización de quienes están en situación de discapacidad como personas desvalidas. Más aún, son las personas en situación de discapacidad que piden dinero por las calles y cruceros quienes reproducen y reafirman la permanencia de su “desvalidez” que les es asignada por el imaginario social. Se trata de una crítica que ha sido articulada por quienes, viviendo la misma situación, pugnan por la independencia de las personas en situación de discapacidad.

Las personas ciegas que botean están conscientes de la polémica que existe dentro de la comunidad de personas en situación de discapacidad acerca de su política laboral e identitaria. Dado que se trata de una crítica que pone en duda un estilo de vida desarrollado durante muchos años y bajo presiones sociales extremas, es obvio que los afiliados de esta agrupación despliegan una serie de estrategias discursivas para legitimar su quehacer. Esto se observa con gran transparencia en el discurso de Teodoro cuando expresa que: “Entonces la polémica del ciego en México es que no hay leyes, y el gobierno no se preocupa, siempre yo les he dicho a los gobernantes”.

Frente a las opciones laborales que se les ofertan, el trabajo por cuenta propia en la calle o los camiones, surge un espacio de autodeterminación y libertad que el grupo está defendiendo en contra de los múltiples críticos. El boteo expresa, de esta forma, también un acto de resistencia que, como se verá en el siguiente fragmento discursivo, sirve de plataforma para negociar con el gobierno otras opciones laborales. Si bien el trabajo en la calle es identificado frente al trabajo fabril como un espacio laboral con mayor grado de autodeterminación e ingreso, les impone un costo moral:

“… mira, yo también soy profesionista y me da vergüenza. Porque sí, me da vergüenza, porque a veces ando: ‘coopera, coopera’. Y me encuentro ahí en la calle gente que me dice: ‘¿Cómo está licenciado?’. Y yo: ‘’pérate, ’pérate, me pones en ridículo, hombre’. Y hasta licenciado me dicen…”. (Trinidad)

El costo moral surge a partir de una doble identificación grupal del relator: por un lado, Trinidad pertenece al grupo de personas ciegas; por el otro, forma parte de un estrato social: los profesionistas (“… yo también soy profesionista”). Como profesionista se avergüenza de pedir dinero en la calle (“…me da vergüenza. Porque sí, me da vergüenza”). La vergüenza se incrementa cuando es reconocido por alguien como profesionista (“…gente que me dice: ‘¿Cómo está licenciado?’. Y yo: pérate, ’pérate, me pones en ridículo, hombre”).

Finalmente, la expulsión de los profesionistas en situación de discapacidad al trabajo en la calle refuerza el argumento central de este grupo de personas ciegas que sostiene que no encuentran ante sí un campo de desarrollo laboral y que siguen constituyendo un sector de la población cuyas necesidades son desatendidas por el Estado.

 

Botear en la calle: la perspectiva femenina

A continuación nos ocuparemos con el discurso identitario de Teresa, quien a los 30 años de edad perdió la vista por padecer de retinitis pigmentosa[7]. A la perspectiva hegemónica del trabajo en la calle como una actividad denigrante, Teresa opone una visión distinta:

“… mi esposo toca el acordeón, yo canto. Así hemos estado, aparte de tener necesidades, nos alegramos porque a nosotros la música nos la dan para alegrarnos, la transmitimos pero a la vez estamos sintiendo nosotros también que podemos hacer algo, nos sentimos realizados, algo así, se siente muy bonito”. (Teresa)

Si bien aparece —aunque de forma marginal— la referencia a la satisfacción de necesidades vitales que les permite el hecho de cantar en la calle (“… Así hemos estado, aparte de tener necesidades, nos alegramos…), el discurso se encuentra mucho más penetrado por el canto como fuente de satisfacción y autorrealización que emana de dos campos simbólicos: (a) el cultural lúdico, al concebir la música como fuente de alegría (“… la música nos la dan para alegrarnos”); (b) el psicosocial, al encontrar en la música un campo de acción que mitiga la dependencia (“… estamos sintiendo nosotros también que podemos hacer algo…”). El trabajo en la calle pierde así su aspecto menesteroso, oscuro y sucio, y se convierte en una actividad que, además de ofrecer un ingreso, brinda placer, satisfacción y autorrealización.

Como se aprecia en el siguiente fragmento, el discurso de Teresa se encuentra en una intensa discusión de la perspectiva lastimosa que predomina en la sociedad actual, pero también con la visión del trabajo como mera fuente de reproducción material: “… yo digo, bueno, yo no vendo los cantos de Dios, sino que me viene de una ofrenda de amor que nos da la gente. Es bueno ¿verdad? Es bien bonito, se siente uno bien contento que compartan el amor y a ellos las bendiciones de Dios ¿verdad?”.

En el primer enunciado, Teresa deniega el carácter comercial de sus cantos en la calle: ni ella vende, ni los escuchantes compran. Las monedas que recibe, por consiguiente, no refieren a un pago, sino tienen carácter de “ofrenda de amor” (“… una ofrenda de amor que nos da la gente […] compartan el amor…”). El intercambio comercial se traslada a un intercambio simbólico y afectivo. Se observa cómo esta interpretación requiere la religión como fundamento. El trabajar en la calle pierde de este modo su carácter indigente y vil, comúnmente a ello asociado, y se transforma en una actividad que llena a Teresa de placer, gusto y satisfacción.


 


 

 

No obstante, la interpretación del trabajo en la calle de Teresa —una mujer ciega de 54 años, con estudios técnicos, madre de familia y ama de casa— contrasta con la de los varones:

“… yo lo he dicho señorita, mira, yo también soy profesionista y me da vergüenza. Porque sí, me da vergüenza, porque a veces ando: ‘coopera, coopera’. Y me encuentro ahí en la calle gente que me dice: ‘¿Cómo está licenciado?’. Y yo: ‘’pérate, ’pérate, me pones en ridículo, hombre’. Y hasta licenciado me dicen…”. (Trinidad)

“… entonces esa fue la mira de protestar ante el gobierno, que si hacemos lo que hacemos, antes dennos chamba.” (Teodoro)

Tanto Trinidad como Teodoro comparten el discurso hegemónico del trabajo en la calle que para ellos es fuente de vergüenza, ridiculez, además de ser socialmente indeseable.

Pero también en su caso el trabajo es más que una actividad económica: es también un medio para presionar al gobierno a introducir programas de ayuda a las personas en situación de discapacidad. Mientras Teresa puso el énfasis en conceptos como alegría, autorrealización y amor, los dos hombres resaltan sus aspectos materiales y políticos.

Ambas maneras de acercarse al trabajo reproducen así un profundo sesgo de género que se encuentra en la habitual división intragenérica del trabajo: mientras que el discurso hegemónico tradicional ha caracterizado al trabajo extradoméstico como un deber de los varones, las mujeres quedaron liberadas de este compromiso social: “… mi trabajo principal está en mi casa, pero porque tengo que tenerle ropa a los muchachos, a mi esposo, también la comida, asear, lavar la ropa” (Teresa).

Siendo el hogar su actividad primordial, el estar cantando en la plaza representa para Teresa una actividad complementaria, un trabajo que le permite distraerse un momento. Este hecho influye para que ella no se preocupe por incorporarse al empleo formal, el cual considera que no le permitiría cumplir con sus labores de ama de casa.

El sesgo genérico se plasma asimismo en el vocabulario: mientras Teresa construye su discurso a través de adjetivos y adverbios con una connotación emocional intensa (bien bonito, contento; con todo gusto), los varones lo presentan como un esfuerzo y un sufrimiento.

Sin embargo, a pesar de la benevolencia con que describe Teresa el trabajo en la calle, no desconoce sus ventajas y desventajas con relación a otras actividades laborales.

“… yo ya estoy grande como quiera, pero dicen que en una fábrica te acomodas. Pero yo no, porque, mira, en una fábrica tendría que ir puntual y aquí yo vengo cuando puedo, yo me vengo a cierta hora si puedo, más tarde o más temprano, depende. Pero acá en una fábrica que tienes que tener un compromiso como para eso… en una fábrica pagan muy bajito, pero aquí es eventual, a veces te va bien, a veces te va mal porque la gente no trae dinero”. (Teresa)

Para facilitar el análisis de las asignaciones semánticas al trabajo formal y al informal, elaboramos el siguiente cuadro.

Mientras que el trabajo en la fábrica ofrece un salario estable, el trabajo informal proporciona ingresos eventuales. En las fábricas, los horarios de trabajo están preestablecidos, en cambio, en el sector informal el individuo determina cuándo quiere empezar y a qué hora terminará sus labores. Resalta la referencia a la autodeterminación del individuo a la que tiene que renunciar en la fábrica.

 


 

Conclusiones

Los entrevistados consideran que en México es inexistente el desarrollo de políticas públicas dirigidas a personas ciegas. Las oportunidades laborales que se promueven se encuentran preponderantemente en el sector fabril, como obreros, por lo que no contribuyen al desarrollo laboral de las personas ciegas. Además, consideran que esas políticas excluyen a las personas ciegas que son profesionistas.

Ante la exclusión enfrentada, el imaginario de este grupo erige el “boteo” como un espacio de autodeterminación y libertad. Es un estilo de vida que el grupo defiende en contra de los múltiples críticos. De esta forma, el boteo expresa también un acto de resistencia. Se considera, además, que las personas ciegas enfrentan un mayor grado de marginación social que otros grupos de personas en situación de discapacidad.

Podríamos señalar que en sus narrativas identitarias se incorpora el discurso estigmatizante como fundamento para referirse al grupo social, con lo que se reivindica la normalidad de las sociedades ocularcentristas. Además, introduce una ruptura sociopolítica en el campo formado por todos aquellos individuos que no cumplen las expectativas de normalidad hegemónica: por contar con la vista, los otros grupos de personas en situación de discapacidad son declarados más cercanos a las “personas sin discapacidad” y menos necesitados de tratos especiales.

Finalmente, debemos resaltar cómo el género influencia en la percepción que se tiene del boteo: mientras que para los hombres es una actividad vergonzosa pero necesaria ante la escasez y precariedad de oportunidades que se les presentan; la mujer entrevistada la considera como una actividad que le permite cumplir con las labores domésticas y, cuando es necesario, salir a buscar algún ingreso. Asimismo, las estrategias para afrontar esa vergüenza son diferentes según el género: mientras que la mujer hace alusión al discurso emotivo (compartir cantos de amor) y al religioso, los hombres se refieren al boteo como un acto político que les posibilita presionar al gobierno para brindarles mejores oportunidades laborales.

Debemos resaltar que en una sociedad en la cual el desempleo es estructural, según Honneth (2007), resulta sorprendente que siga considerándose una actividad autodegradante producto de la falta de interés por la búsqueda de trabajo e inclusive por la nula capacidad de autodisciplinamiento. Es decir, en el imaginario social se sigue considerando como una actividad que resulta de una decisión individual, olvidando las condiciones estructurales que se enfrentan en esta época y que llevan a una persona, ciega, en este caso, a pedir dinero por las calles.

 

Referencias bibliográficas

 

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Taylor, S.J. y R. Bogdan (1996). Introducción a los métodos cualitativos de investigación. 2ª ed. Barcelona: Paidós.



[1]       Significado consultado en el Diccionario de la lengua española de la Real Academia: <http://lema.rae.es/drae/?val=pobreza> [acceso 2/11/2014].

 

[2]       Sólo se presentan los datos de los principales tipos de discapacidad.

 

[3]       La Escuela Nacional de Ciegos se fundó en 1870, uno de sus impulsores fue don Ignacio Trigueros. Se proporcionan educación básica y carreras técnicas, así como educación musical, la cual incluye canto coral, solfeo y varios instrumentos musicales.

 

[4]       Denominación para autobús en México.

 

[5]       El nombre no se revela para garantizar la seguridad del grupo.

 

[6]       Espacios en los cuales se cruzan cuatro avenidas.

 

[7]       La retinitis pigmentosa es una enfermedad que va degenerando la retina, por lo que la pérdida de la vista es gradual. Poco a poco disminuye el campo visual hasta que sólo son perceptibles algunos rayos de luz, pero ya no imágenes completas.

 

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