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Dixit

versión impresa ISSN 1688-3497versión On-line ISSN 0797-3691

Dixit  no.27 Montevideo dic. 2017

https://doi.org/10.22235/d.v0i27.1494 

Desde la academia

El problema del entendimiento en el lenguaje y la comunicación. Reflexiones desde un enfoque biofenomenológico

The problem of understanding in language and communication. Reflections from a biophenomenological approach

Vivian Romeu1 

1Universidad Iberoamericana, Ciudad de México, México. Correspondencia: vivian.romeu@ibero.mx


RESUMEN

Resumen: En este trabajo se hace una reflexión en torno al papel del lenguaje en la comunicación a partir del entendimiento. Se busca comprender al lenguaje desde su estatuto onto-epistemológico y desde ahí, posicionar un cuestionamiento sobre su naturaleza intersubjetiva para objetar también a la comunicación entendida desde esta premisa. Se toman como referencia las perspectivas teóricas de la fenomenología, la biosemiótica, la neurobiología y la biología evolutiva, y se concluye que hay dos tipos de lenguaje: el social y el individual o subjetivo, lo que posibilita pensar a la comunicación como comportamiento y acto expresivo desde una dimensión subjetiva y otra intersubjetiva desde donde se articula el entendimiento.

Palabras clave: lenguaje; comunicación; entendimiento; intersubjetividad

ABSTRACT

Abstract: In this work, we make a reflection on the role of language in communication, based on understanding. It seeks to understand the language from its onto-epistemological status and from there position a questioning about its intersubjective nature, which leads to question also the communication understood from these premises. The theoretical perspectives of phenomenology, biosemiotics, neurobiology and evolutionary biology are taken as references, and it is concluded that there are two types of language, the social one we know and the individual or subjective, which makes it possible to think of communication as Behavior and expressive act from a subjective and intersubjective dimension that is where the understanding is articulated.

Keywords: language; communication; understanding; intersubjectivity

Presentación

Este es un texto de reflexión conceptual y epistémica sobre la comunicación que, desde su revisión a partir de la perspectiva biofenomenológica1, pretende repensar el papel del entendimiento al interior del lenguaje que permite su configuración. Se trata de poner en tela de juicio el criterio del entendimiento como condición sine qua non del acto comunicativo al especular sobre su origen en el lenguaje, además de revisar el concepto de lenguaje como lenguaje social. La pertinencia de esta reflexión deriva del predominio sociocultural que se le ha dado al lenguaje en los estudios sobre la comunicación, lo que ha resultado insuficiente ya que no se contempla la naturaleza biológica y psicológica del ser humano, que es lo que conforma su dimensión individual. Esto desestima el papel de los estados emocionales en los actos comunicativos e impide acercar una explicación sobre la comunicación a nivel subjetivo a partir de dos de los aspectos que mejor la definen: la presencia del lenguaje social y su orientación hacia el entendimiento. En este trabajo se ofrece una reflexión sobre el rol de ambos aspectos en los fenómenos comunicativos desde las perspectivas biológica, fenomenológica y neurobiológica de corte evolutivo. Se propone reflexionar sobre el papel del entendimiento en el lenguaje del que se nutre la comunicación para configurarse como comportamiento expresivo de carácter tanto subjetivo como intersubjetivo (Figura 1)

Fuente Cecilia Vidal 

El texto se divide en tres partes: en la primera se induce el problema de análisis a través de una reflexión y una breve propuesta sobre la comunicación como comportamiento expresivo y su relación con lenguaje social y el entendimiento; en la segunda, se indican las premisas principales de la biología evolutiva que configuran la base teórica de esas consideraciones para luego, en la última parte, deducir la manera en que se puede explicar la configuración del lenguaje social desde una perspectiva evolutiva del lenguaje individual.

Introducción del problema de análisis

El entendimiento y el lenguaje social constituyen aspectos fundamentales de la comunicación. Desde el sentido común hasta la definición conceptual más académica, el acto comunicativo es considerado un acto de entendimiento que ocurre a través del lenguaje social. No obstante, la práctica demuestra que, si bien sin lenguaje no es posible hablar de comunicación, el lenguaje social debe repensarse para acotar su papel al interior del acto comunicativo.

Una anécdota puede ilustrarlo mejor: cuando era pequeña, una joven nombraba un objeto imaginario de tal manera que sus padres no podían entenderla. El nombre ‘Popitú’ designaba una realidad imaginaria que la niña asumía como verdadera: ‘Popitú’ era el nombre de algo. La niña nombraba y significaba algo (dos aspectos constitutivos del lenguaje) a través esa palabra, por lo que nombre y significación estaban articulados en un lenguaje tan propio que sus padres no compartieron nunca, lo que impidió entenderla. Con el paso de los años, la joven olvidó la conexión entre nombre, objeto y sentido, y tanto ella como sus padres quedaron sin saber a qué se refería antaño con ‘Popitú’. Este olvido, sin embargo, no debe entenderse como inexistencia: la conexión entre el nombre y sentido de ‘Popitú’ y el objeto imaginario que designaba existió, aunque por breve lapso. Así, la niña usó un lenguaje que le servía de muy poco para hacerse entender con sus padres y otras personas, pero funcionaba a la perfección en el mundo de sus representaciones mentales y lingüísticas.

Algo parecido ocurre con el entendimiento, muy asociado al lenguaje social y a la comunicación: ¿Bajo qué argumentos podría negarse, por ejemplo, la existencia de comunicación en lo que se suele conocer como “diálogo entre sordos”? ¿Las disputas o los malentendidos como actos de no entendimiento son actos comunicativos o no? Si lo son, ¿de qué manera se produce el entendimiento? Se puede retomar el caso de la niña y el uso de ‘Popitú’ para mostrar que la ausencia de comprensión por una de las partes no anula o cancela la comunicación. ¿Es válido afirmar que la niña no se comunicaba con sus padres cuando usaba la palabra ‘Popitú’, aun si éstos no la entendían? La respuesta negativa a esta pregunta plantea la necesidad de repensar el papel del entendimiento y el lenguaje social en los actos comunicativos, lo que permitiría establecer las bases para reflexionar sobre el origen del lenguaje social a partir del lenguaje individual. Esto posibilitará reconceptualizar el acto comunicativo, que será definido desde una perspectiva biofenomenológica como un comportamiento expresivo más allá del entendimiento. Para dar continuidad lógica al argumento central, primero se explicará lo que se entiende por comportamiento.

Un comportamiento es la respuesta que un organismo vivo tiene ante uno o varios estímulos. Dicen Galarsi, Medina, Ledezma y Zanin (2011) que los comportamientos son la respuesta del ser vivo al ambiente en que vive, de lo que se desprende que, sean conscientes o inconscientes, son movimientos con significación, que contribuyen a conservar y desarrollar la vida del organismo en el entorno, respondiendo a él y modificándolo (p. 99). Bajo esta perspectiva, la comunicación sería un comportamiento que, a través del lenguaje social o individual, constituye la respuesta a un estímulo del medio. Pero el ambiente en el que se desarrolla el ser humano, a diferencia del de otras especies, es bastante complejo, porque no se trata solamente del entorno físico, sino también del social y cultural. Todos ellos constituyen una potencial fuente de estímulos a los que el individuo responde2.

Una respuesta posible a estos estímulos es la respuesta comunicativa, que desde su conceptualización como comportamiento precisa ser entendida como respuesta expresiva -o sea, dada en el orden del decir (Romeu, 2016, 2017, en prensa)-, como réplica a una expresión. Pero como también se puede “decir” con un corte de pelo (por ejemplo, si se pertenece a una tribu urbana) o bien por medio de una dieta vegana, o con palabras, colores, gestos e incluso con la disposición de los objetos en el espacio, la expresión comunicativa se concreta como comportamiento expresivo mediante diversas herramientas “lingüísticas” que implican a su vez una multiplicidad de soportes que no están restringidos a la palabra. Los colores, las texturas, los sonidos, los tiempos o los espacios también constituyen soportes “lingüísticos” legítimos para “decir”.

Es claro que el “decir” comunicativo, en cualquier soporte expresivo, contiene significado y así se convierte en la manifestación formal de una respuesta expresiva ante un estímulo cualquiera que provenga del entorno físico, social o cultural. Los actos del “decir” en los seres humanos siempre son subjetivos en tanto constituyen comportamientos expresivos de un individuo frente a un estímulo concreto. Esta conceptualización de la comunicación como comportamiento expresivo individual permitirá adelantar una hipótesis en torno al origen subjetivo del lenguaje humano y su tránsito hacia la intersubjetividad como característica principal del lenguaje social.

Como la idea de que el "decir" siempre es subjetivo se ancla en la perspectiva biofenomenológica de la comunicación, las conceptualizaciones desde el punto de vista intersubjetivo o social deben ser cuestionadas desde sus fundamentos. Ello posibilitará establecer la idea de que la comunicación está dada por el comportamiento expresivo subjetivo, como respuesta expresiva de un individuo a un estímulo, lo que plantea la necesidad de solventar un problema de fondo sobre la comunicación: el tránsito de un comportamiento expresivo subjetivo a uno intersubjetivo que es lo que garantiza la relación social. Esto también permite poner en duda a la intersubjetividad como condición intrínseca de la comunicación. Esa es la razón por la que resulta imposible pensar dicho tránsito a través de la idea de la comunicación como “puesta en común” y forma de intercambio de información entre dos sujetos o más. Al igual que sucede con la idea de lenguaje como sistema de signos y normas compartidas, ambas parten de la supuesta condición apriorística de la intersubjetividad. Este trabajo procura rebatir esa idea y ofrecer una respuesta desde una perspectiva biológica, fenomenológica y neurobiológica de análisis que permita contestar de manera convincente al dilema planteado con anterioridad.

Los fundamentos teóricos de la biología evolutiva y su importancia para la comprensión de la pretendida esencia intersubjetiva del lenguaje

Una de las conclusiones básicas de las aportaciones de la biología evolutiva estriba en comprender que los comportamientos de las especies vivas no son estáticos, sino que se van transformando con el tiempo de forma muy lenta, pero siempre adaptativa. Esta inevitable alteración debe ser considerada como parte del proceso de adaptación y supervivencia de cada ser o individuo al entorno en el que le ha tocado vivir. La adaptación humana al ambiente (propiciada por la sofisticación del razonamiento, la capacidad de memoria y la presencia del lenguaje articulado) ha permitido además la construcción, almacenamiento y transmisión de cultura, quizá el rasgo evolutivo más relevante y distintivo de la especie humana.

La cultura ha posibilitado el surgimiento de lo que hoy se conoce como civilización, que implica un ambiente o entorno creado por el propio ser humano, al que también debe adaptarse para sobrevivir tanto desde una perspectiva individual como social. En estos procesos de adaptación, el lenguaje articulado tiene un papel relevante, sobre todo en lo que respecta al lenguaje individual, como un sistema de representaciones del mundo físico e imaginario-conceptual que permite representar en imágenes (lingüísticas, visuales, sonoras, gestuales, táctiles, etcétera) no solo al mundo que nos rodea, sino también a sí mismo. Es esto lo que permite definir al lenguaje individual como una vía de acceso cognitivo al mundo.

Esta postura procura deslindar el nominalismo presente en buena parte de las reflexiones sobre el papel del lenguaje en la configuración de la realidad sociocultural y sobre la supuesta separación entre la ontología y la epistemología de la realidad como fenómenos aislados y contrapuestos. La actitud se asume dialéctica y fenomenológica, en tanto se concibe al lenguaje social e individual como una red formada a través de la experiencia, que posibilita nombrar, entender y hasta intervenir la realidad. Lotman (1996), en sus estudios sobre semiótica de la cultura, propone una conceptualización del lenguaje como traductor, y en sus términos, ninguna traducción puede ser exacta puesto que se trata de trasladar algo de un universo semiótico a otro. Por ejemplo, el nombre que se le da a la pared (lenguaje social en tanto representación lingüística colectiva) nada tiene que ver con el objeto “pared”, pero sucede lo mismo con una sensación: si se tiene sed, la representación mental que se hace de eso (lenguaje individual), no tiene por qué corresponderse con la imagen lingüística de la palabra (lenguaje social)(Figura 2)

Fuente Cecilia Vidal 

En principio, en ello incide en el aparato perceptor que hace a las representaciones diferentes, por eso esta traslación se ve sometida también como proceso a las limitaciones del mecanismo traductor (el lenguaje) y a su usuario. En consecuencia, a la traducción le es consustancial un proceso de pérdidas y ganancias de información mientras que la información es, en sí misma, producto de la actividad cognitiva del ser perceptor y no algo dado o exterior al ser que la configura (Varela, 2005; Di Paolo, 2013; Damasio, 2015a, 2015b, 2016).

Así entendido, el lenguaje es una red de representaciones que no debe asumirse como fiel a la realidad porque no es consustancial a ella, sino más bien al individuo que lo crea y usa. La realidad tal cual se percibe está condicionada, al menos en un primer momento, por el aparato perceptor. Al respecto, dice Damasio (2015a, 2015b, 2016b) que los sentidos sensoriales son un puente natural entre cerebro y cuerpo que permiten al ser humano configurar imágenes o representaciones mentales que, en este texto, se propone sean entendidas como primigenias en tanto propias o individuales y primeras en cuanto a lo perceptivo. Desde los ejemplos anteriores, esto estaría vinculado a la representación mental e individual de la sed como sensación y no como concepto socialmente convenido.

Pero estas representaciones primigenias sirven para construir otras más complejas, (aunque menos dependientes de las afectaciones sensitivas propias del cuerpo) que son más afectadas por el entorno allende a lo físico, lo que las vuelve más abstractas como, por ejemplo, la relación que existe entre una representación mental y su representación conceptual y lingüística socialmente aceptada. Así, muchas de estas imágenes nuevas conforman el lenguaje, y las representaciones abstractas de imágenes primigenias que se nombran lingüísticamente, forman la realidad individual y colectiva.

El lenguaje -sea social o individual- no puede entenderse como algo que se construye para interactuar nombrando lo que nos rodea, sino para fundar la realidad tal cual se percibe, ya que debe comprenderse como un sistema de representación de la realidad que se activa como mecanismo de intermediación. Esto no es nada nuevo en sí mismo. La filosofía del lenguaje, en particular la que proviene del legado de la filosofía analítica desde finales del siglo XIX, ha señalado con bastante eficacia el papel traductor del lenguaje. El problema está en que, si se entiende al lenguaje social como sistema de representación, se debe aceptar también que las imágenes primigenias que constituyen el lenguaje individual, tienen siempre un origen somático pues surgen en el aparato perceptor de quien las construye.

De todas maneras, origen no significa destino. Lo que se hace al socializar es ajustar el lenguaje primigenio e individual en función de un sistema de representaciones colectivo, forjado lentamente durante el proceso histórico-evolutivo precedente. El ejemplo de la sensación de la sed y su representación lingüística, es bastante ilustrativo. Dado que la vida humana se gestiona de forma colectiva, dicho ajuste tiende a sobreponer el lenguaje social al individual, pero en ningún caso implica que el último se anule. Se trata, quizá, de una estrategia de supervivencia que ha conducido a la intersubjetividad, a hacer lo necesario para subsistir colectivamente y dejar un margen más íntimo e individual para cuando esto no es vital.

El origen de las palabras y del lenguaje, como ya lo señaló Levi-Strauss (1983), es convencional pero no arbitrario. Su convencionalidad reside en el uso colectivo, pero su motivación ocurre en los márgenes somatosensoriales de todo lenguaje. Damasio (2016) señala al respecto3 que las imágenes o representaciones llamadas primigenias, provienen todas de señales neurales y químicas en el cerebro a través de los mecanismos de interocepción y propiocepción conectados al sistema nervioso central y periférico. Esto implica que dichas señales están asociadas a reacciones de placer y dolor con las que el cuerpo está genéticamente equipado, por lo que es plausible sostener que el lenguaje subjetivo o individual haya surgido asociado a esta impronta sensible y emocional.

Sin embargo, es absurdo suponer que todo el sistema del lenguaje esté sometido a estos condicionamientos emocionales y afectivos. Es posible que en sus inicios no haya sido un sistema, sino más bien un conjunto de representaciones que vincularan de manera puntual una imagen “X” a un significado “Y”. Así, la relación X-Y tuvo que "fijarse" en aras de optimizar recursos para gestionar la vida en colectivo. Con el desarrollo de la sociedad, estas relaciones X-Y formaron a su vez relaciones de sentido de diverso tipo para configurar un sistema “lingüístico” donde esos conjuntos fueran articulándose entre sí.

Esta es una de las diferencias más notables entre el lenguaje de la especie humana y el resto de las llamadas especies superiores, una característica que funda el sentido de recursividad que muchos lingüistas sostienen como distintivo del lenguaje humano.4 Un ejemplo de ello lo podemos tener en las variantes disímiles que en el idioma español tenemos para expresar amor: “te quiero”, “te amo”, y su oposición semántica al odio o al resentimiento. Esta oposición parece adjudicarse a la gran capacidad de memoria que poseemos los seres humanos, tanto orgánica (gracias al volumen de nuestra masa cerebral) como culturalmente, así como también a nuestra capacidad de habla por medio del lenguaje articulado y nuestro muy desarrollado sentido de anticipación del futuro.

Así entendido, el lenguaje individual, de origen somatosensorial, sirve para obtener una representación subjetiva del mundo y del sí mismo, que, si bien favorece el pensamiento, no permite la puesta en común a diferencia del lenguaje social. Pero ambos son mecanismos de representación y por ende de traducción, y tienen la misma función biológico-evolutiva: lograr la adaptación al medio y sobrevivir. Bajo estas premisas, entonces, ¿por qué se llama lenguaje al lenguaje social y al lenguaje individual no? La respuesta es bastante simple y obedece a la disparidad en los avances científicos en torno al lenguaje y su funcionamiento en el cerebro.

La investigación en neurobiología ha ido consolidándose de tal manera que ha permitido especular sobre bases empíricas en torno al funcionamiento del cerebro humano. Por otra parte, la ciencia cognitiva ha avanzado mucho en la comprensión del conocimiento de los procesos de adaptación y supervivencia de los seres vivos. Esto ha permitido entender las formas en que opera el cerebro y el papel que juega la construcción de imágenes o representaciones en la experiencia y el conocimiento del individuo y del mundo exterior. Aunque no se le ha nombrado siempre como lenguaje, es posible afinar una hipótesis a partir de ello respecto de la existencia del lenguaje individual, aun a contrapelo de la idea del atributo intersubjetivo del lenguaje social.

En ese sentido, han surgido algunos esfuerzos desde otras áreas del saber a través del pensamiento semiótico pragmático: desde von Uexküll (1928), pasando por Peirce (1987) hasta Sebeok (2001) y Hoffmeyer, e incluso Brier (2016). Si se pone el acento en la integración de estos saberes, o al menos en la búsqueda de sus lugares comunes, es posible que la tesis sobre el lenguaje individual rinda frutos en la dirección aquí señalada. En la medida de lo posible, se enfocará la reflexión que sigue a abordar desde la perspectiva biológico-evolutiva la manera en que el lenguaje transita de una naturaleza subjetiva a una intersubjetiva.

No obstante, la reflexión comenzará a partir de una crítica a las condiciones y aspectos desde los que se define la naturaleza intersubjetiva del lenguaje social. Ello permitirá sentar las bases para sostener la tesis que configura la premisa central: la posibilidad de entender al lenguaje social como un lenguaje que parte de la convergencia entre los diferentes lenguajes individuales.

Reflexiones en torno al papel de la intersubjetividad en el lenguaje

El concepto de intersubjetividad alude a la información compartida, de ahí sus dos definiciones principales: el consenso y el sentido común, ambas articuladas en torno a la noción de lenguaje social como escenario de lo colectivo y del “nosotros” en la interacción social. Pero la intersubjetividad plantea una discusión sobre la validez del conocimiento que es, más que una cuestión de objetividad, un asunto de legitimidad del reconocimiento colectivo. Por eso busca el consenso y deja de lado justo aquello que presupone para su propia existencia: la subjetividad. Con ello, la intersubjetividad se instala como escenario de certezas colectivas dentro de un limbo de acuerdos y consensos, lo que tiende a soslayar la competencia intrínseca de la supervivencia.

Tener esto presente insta a entender la intersubjetividad como instancia de negociación y lucha, donde el entendimiento que fija el “nosotros” se forja en el espacio social, como lugar de traducción e intersección de lenguajes individuales. Por eso, si bien no hay intersubjetividad sin lenguaje, este funciona en ella como pilar de la referencia colectiva (lenguaje social) no exenta de conflictos ni resistencias. Lo que subsiste en esa lucha es lo que heredamos cuando nacemos, pues se trata de un lenguaje dado, que nos precede, lo que implica que muchos de los significados del mundo e incluso sobre los individuos no son construidos de manera subjetiva sino intersubjetiva, en el largo proceso de socialización que se inicia a temprana edad, mediante el que se fundan convencionalismos. Vale aclarar que este proceso, si bien logra consensos, no implica la inexistencia de las condiciones desiguales de su surgimiento, pues el lenguaje social se halla atravesado por una dimensión socio histórica constitutiva, y es reflejo también, tanto en su forma como en su contenido, del estado de las relaciones entre los grupos sociales en un momento y un espacio concretos.

Sin embargo, hablar de lenguaje social sin asumir la existencia del lenguaje individual suele implicar una desestimación en torno al origen natural del lenguaje: a través de este lenguaje individual también se “habla”, y aunque desde él no se vincula la función instrumental de entendimiento propia del lenguaje social, ello no desestima su función como fuente y vehículo para la expresión. Como fuente, porque el sistema de representaciones constituye la materia prima de la comunicación entendida como expresión individual, o sea, su qué; y como vehículo (su cómo), porque el lenguaje individual es también un código de baja convencionalidad, cuya naturaleza del tipo “X-Y” implica una gramática, entendida esta como una forma de existencia mental y nominal de la representación. Es así que todo el lenguaje, sea el individual o el social, tanto en su variante de fuente como de vehículo, se inscribe como herramienta del pensamiento. Esta función cognitiva se activa en dependencia del ámbito de su concreción: bien en términos del conocimiento individual (cuya esencia radica en la experiencia autobiográfica y somatosensorial) o en términos sociales, cuya naturaleza está dada por la intersubjetividad. De esta manera, el entendimiento queda excluido del lenguaje como condición sine qua non, y también de la comunicación(Figura 3)

Fuente Cecilia Vidal 

Los malentendidos son el ejemplo clásico de ausencia de intersubjetividad en la comunicación, pues esta precisa de objetos de referencia comunes y cuando no los hay, no se da. Si alguien se topa con una sonrisa amigable sin tintes sexuales y responde a ella desplegando su interés sexual, evidentemente no hay intersubjetividad. Esto es lo que ocurre con buena parte de las violaciones sexuales donde el agresor dice saber que la víctima desea tener un encuentro sexual, aunque reiteradamente le haya evidenciado su equivocación. En términos comunicativos, el ejemplo anterior representa un malentendido pues hay un trastrocamiento de los objetos de referencia: “X” no significa “Y” para ambos, a pesar de ser la sonrisa un objeto o tópico común de la interacción comunicativa. Por eso no se puede comprender la intersubjetividad como una modalidad de acción comunicativa sin conflictos.

Además, puede haber entendimiento y no acuerdo, lo que puede ejemplificarse a través de la diferencia de opinión. Y es que entender supone el reconocimiento de lo que el otro expresa, no su aceptación. En ese sentido, se podría decir que la intersubjetividad solo apela al entendimiento, es decir, a la existencia de un objeto común de referencia (la función referencial que plantea Roman Jacobson (1984), a propósito de las funciones del lenguaje, resulta bastante clara al respecto), y economiza el intercambio de información que configura la interacción comunicativa entre dos o más individuos. Esto permite concluir que cuando tiene lugar una comunicación eficaz, la relación entre referencias comunes, entendimiento, lenguaje social e intersubjetividad canaliza un tipo de comunicación que se da justamente en el plano social y no tiene sentido fuera de él. El problema es saber cómo la dimensión individual, subjetiva y prístina del lenguaje y la comunicación, constituyen el germen de su dimensión social.

Del lenguaje individual al lenguaje social

Aunque la información cultural ha resultado, sobre todo en los últimos siglos, una fuente invaluable de conocimiento humanístico y científico, el ser humano no llega al mundo desprovisto por completo de información. Nace sabiendo cómo mamar, llorar, reír, dormir o comer, incluso cómo gatear o caminar; todos elementos necesarios para gestionar su supervivencia, al menos en un entorno acotado al seno familiar. Este saber intrínseco no es como el cultural, que procura en forma voluntaria por necesario y desconocido. Se trata más bien de un saber biológico.

Lo que el ser humano sabe al nacer lo "aprende" porque la maquinaria neural de su organismo está de alguna manera determinada genéticamente. Hay ciertos circuitos cerebrales que se activan tanto en el orden neuronal como el químico y eso obedece a estímulos internos y externos. Un ejemplo de estímulo interno es la disminución de la hormona serotonina, a lo que el cuerpo responde aumentando su producción para equilibrar su funcionamiento. Pero como los bajos niveles de serotonina en sangre provocan una sensación de tristeza a nivel mental, se crea así un circuito neural que construye una representación que dispone al organismo a sentir tristeza siempre que sucede una disminución de serotonina en el cuerpo. Damasio (2015a, 2016) denomina a este tipo de representaciones como “disposicionales”.

Estas representaciones disposicionales constituyen un sistema de representación mental propio de cada individuo y nadie más que él puede dar cuenta de lo que acontece en su mente. En ese sentido, si bien el conocimiento que tiene un individuo del funcionamiento concreto de su organismo no es consciente, lo cierto es que sí puede reflejar la representación mental de lo que le ocurre en términos de sensación ya que el ser humano puede saber que siente, y al mismo tiempo saber qué es lo que siente. Estas representaciones se pueden activar de forma aislada o vinculadas con otras, y este patrón neural puede ser llamado representación porque lo que hace es representar la relación “gramatical” entre un estado de cosas dentro del cuerpo con un estado de cosas fuera de él, atento al surgimiento de un significado para construir un código concreto que articule “X” con “Y”. No es difícil colegir que la representación resultante de tal relación sea lo que se entiende como información, que es subjetiva, y tiene además significación, ya que es el resultado de la actividad perceptiva del sujeto que conoce, incluso sin tener voluntad para ello. Conocemos porque poseemos una mente que lo permite y que a su vez es construida en el acto de conocer (Damasio, 2015a, 2015b).

El conocimiento que el ser humano construye sobre la realidad y sobre sí mismo, es un conocimiento que, en las primeras fases del desarrollo cognitivo, se fragua al interior de la actividad cerebral acotada a nuestro cuerpo y a la información que se construye desde él. Se puede suponer que, dado que todos los seres humanos cuentan con aparatos perceptores y cerebros similares, el conocimiento construido sobre la realidad e incluso sobre sí mismo no difiere en esencia en su fenomenología ni en sus resultados. A pesar de que ningún individuo, por más parecido que sea a otro, puede representar de igual manera una misma información a nivel mental, en circunstancias no patológicas, las representaciones son similares en un orden fisiológico. Es esto lo que permite plantear la semejanza entre representaciones individuales primigenias en un nivel semántico, sobre todo si dicha información o representación se relaciona con el sustrato biológico de las sensaciones y las emociones, que en términos de especie es un sustrato compartido. Así es posible reflexionar en torno a una suerte de concordancia entre representaciones del tipo “X-Y” provenientes de individuos distintos, a pesar de la subjetividad de base con la que se genera el proceso. Si bien el conocimiento que se tiene del mundo interno y allende a nuestro cuerpo es subjetivo y genera relaciones semánticas “X-Y” también subjetivas, en la medida en que dichas representaciones sean parecidas a las representaciones de los otros, serán compartidas también por ellos. Por ejemplo, la representación mental del hambre que, al provenir de una sensación similar en todos los seres humanos, es presumible pensar que su representación mental y semántica también lo es. Este compartir signado por la intersubjetividad, no crea consenso a través de su búsqueda, sino más bien por la coincidencia en el plano de la correspondencia entre sensación y representación. El ejemplo del dolor es otro muy ilustrativo: aunque los dolores son representados de forma distinta según el individuo, su contenido semántico es similar pues está vinculado siempre a estados de displacer.

Lo anterior permite dar paso al entendimiento e incluso al acuerdo semántico, que se puede dar sin cuestionamiento porque al ser algo sentido, se erige como una representación con contenido de verdad. Al respecto, la tesis que aquí se sostiene es que en el origen de la intersubjetividad se comparten las experiencias somatosensoriales a través de la coincidencia entre los distintos lenguajes individuales, por lo que la intersubjetividad constituye una instancia natural de la relación social. En ese sentido, es plausible afirmar que el lenguaje social tendría sus orígenes en el lenguaje individual, entre las representaciones somatosensoriales subjetivas de los distintos individuos, lo que lo transforma en una herramienta adaptativa cooperativa de nuestra vida en sociedad.

Aunque la lingüística evolutiva no ha logrado aún posicionar una respuesta convincente en torno al origen del lenguaje verbal en los humanos, es cierto que la idea del lenguaje como herramienta adaptativa no le resulta ajena. Sin embargo, estos acercamientos cometen dos errores: primero, entender la función del lenguaje humano como esencialmente dialógica y en segundo lugar, concederle la facultad de gramaticalización, lo que implica pensarlo solo en términos de sintaxis lingüística.

Al implicar la necesidad de un conjunto de referencias comunes imprescindibles para el entendimiento, el tránsito de una expresión del lenguaje individual a una colectiva del lenguaje social, sugiere que esas referencias se fueron dando en forma paulatina gracias al sustrato somatosensorial de base que se cree que conformó sus orígenes.

Desde esta perspectiva, esos precedentes de tipo somatosensorial se impondrían como un mecanismo natural de reconocimiento que debió ser funcional a la gestión conjunta de la vida humana con vistas a la supervivencia. Sin embargo, en la medida en que la vida se hizo más compleja y el entorno social y cultural emergieron como ámbitos funcionales para la organización de la acción y la relación colectiva, los lenguajes individuales se volvieron más abstractos. Al requerirse la definición de normas cívicas de convivencia, estas motivaciones se distanciaron de las motivaciones corporales, pero resultaron más dependientes del discernimiento racional, lo que quizá supuso la necesidad del entendimiento como factor indispensable para la aparición del lenguaje social. Así debió imponerse la búsqueda del entendimiento, a partir de la naturaleza dialógica (mal entendida como comunicativa) del lenguaje social. La siempre necesaria presencia del otro en la gestión cotidiana de la vida de los humanos invita a esta búsqueda y la procura.

La cuestión del entendimiento permite entonces pensar que dicho ajuste supone el tránsito entre el lenguaje individual al social, y posibilita la imposición de unas representaciones con respecto a otras. Las relaciones ontológicas y de sentido que conforman el binomio “X-Y” en cualquier lenguaje social tuvieron que haberse concretado por la vía del consenso (por convencimiento o garrote); por ello, entender no exime al compartir de conflictos y resistencias. Si se piensa en la manera en que se ha desarrollado el concepto de belleza a través del tiempo, se tendrá una idea bastante clara de lo que aquí se sostiene. Esto supone que las referencias comunes que precisa el entendimiento se impongan muchas veces por la fuerza y también con frecuencia se legitimen a través de mecanismos simbólico-ideológicos vinculados al poder, que son los que facilitan la tarea de validación colectiva. En consecuencia, la aparente arbitrariedad que se le atribuye al lenguaje social lo es solo en parte, pues si bien es cierto que procede del lenguaje individual, hay un fundamento compartido que debe observarse en el tránsito del entendimiento por coincidencia natural con el que se busca intencionalmente.

Las representaciones que los individuos tienen sobre el mundo y sobre sí mismos son construidas en forma subjetiva a medida en que interactúa con ambos. Ello revela la existencia de un lenguaje propio que funciona en el orden somatosensorial como una estructura cognitiva que posibilita enfrentar la gestión de nuestra vida en el entorno en que nos insertamos. Esta estructura cognitiva permite la comprensión, aunque sea inconsciente, de la relación entre el individuo y el mundo, debido a la red de representaciones que actúan como ciertos marcadores somáticos bastante influyentes, aunque no únicos, a la hora de tomar decisiones.

Según Damasio (2000), lo anterior es parte de lo que ocurre en el cotidiano vivir, pues esos marcadores no solo juegan una función vital en el proceso de razonamiento, sino también en cómo se experimenta el mundo ya que dispone al individuo a actuar de una forma y no de otra. Aunque cada ser posee sus propios marcadores, estos en esencia -al regular la vida a favor de lo que Damasio (2015a, 2015b, 2016) llama supervivencia con bienestar- buscan optimizar la toma de decisiones por la vía del despliegue de la emoción y el sentimiento. Esto se activa de manera similar en todos los seres humanos pues se trata de una función vital que posibilita el desarrollo de la intensa y óptima actividad de nuestro cerebro (Damasio, 2015b).

A partir de lo anterior, se puede decir que el lenguaje social tuvo que haber emergido en forma gradual, primero desde las representaciones formadas por el individuo en su cerebro y luego por la gestión social de la vida. Eso implica pensar al lenguaje social como una herramienta que evolucionó desde un escenario subjetivo a uno intersubjetivo y esta gestión colectiva que hace a los individuos dependientes del otro para la supervivencia, es lo que en principio lo define. Plantear la existencia del lenguaje social no niega la del lenguaje individual, aunque en el escenario social podría experimentar una subordinación al primero.

A través de la representación, el ser humano se expresa y se constituye como un individuo consciente de su existencia, lo que posibilita la emergencia de la intersubjetividad. Esta es un espacio social de traducción, y también escenario de negociación y lucha de los significados o representaciones sociales e individuales. Así visto, el lenguaje social es una instancia de poder donde el entendimiento tiene lugar por consenso no exento de conflictos y resistencias que permite el paso a lo intersubjetivo desde lo subjetivo a partir de la construcción de representaciones individuales y sociales (Damasio, 2015a, 2015b, 2016).

Lo anterior permite entender el tránsito del lenguaje individual al social como expresión convergente entre dos o más expresiones particulares, siempre y cuando ocurra en el individuo un proceso de construcción consciente de su carácter de ser social. Se trata de procesos que se dan de forma simultánea, ambos cohabitan en la mente del individuo que intenta conciliarlos de la mejor manera pues de eso depende su adaptación y supervivencia a los imperativos de la sociedad en la que se inserta, así como su aceptación y reconocimiento como individuo. El lenguaje social supone un modo de existencia del mundo y del sí mismo distinto al que a través del lenguaje individual el ser humano ha construido para forjar su sentido de pertenencia a un “yo” y a un “nosotros”, pero ello no implica que las diferencias entre ambos lenguajes sean irreconciliables. En esto, el entendimiento parece haber jugado un papel importante.

En los primeros humanos “lingüísticos” el entendimiento debió darse de forma natural ya que las primeras representaciones fueron construidas a partir de sus propias experiencias somatosensoriales, que, al tener lugar desde el cuerpo, resultan relativamente estables en forma y función para todos los individuos, y suelen gestar experiencias perceptivas semejantes. Reconocer estas sensaciones no solo en el sí mismo sino también en el otro, debió haber sido una tarea perceptiva con poco grado de dificultad, de manera que la intersubjetividad funcionó ahí a través de un lenguaje social que se configuró a partir de bases no arbitrarias. Esto permite especular sobre los orígenes naturales y colectivos del lenguaje social por medio del consenso empírico, más que por la vía semántica convencional, lo que puede explicar por qué la palabra “dolor” posee un contenido semántico representacional semejante en todos los idiomas, aunque su grafía y fonética sean distintas. En ese sentido, la comprensión del lenguaje como herramienta adaptativa presupone la comprensión de sus cambios en función de la adaptación y la supervivencia en condiciones ambientales siempre cambiantes, sobre todo desde el punto de vista social y cultural-simbólico.

Con el transcurso del tiempo, la historia y la cultura, aquel ser humano primitivo que lograba consensos a partir de la coincidencia entre sus experiencias somatosensoriales con las de otros, ha pasado a construir representaciones cada vez más complejas y abstractas ante la necesidad de comprender y vivir un mundo o realidad también más complejo en tanto desvinculado del cuerpo. Esto es gracias al desarrollo del pensamiento, estrechamente relacionado con el desarrollo del lenguaje articulado como sistema de representaciones individuales y colectivas.

Así, el cada vez más complejo entorno de los seres humanos ante, por ejemplo, la elaboración de instrumentos para la caza y la recolección, le valió la existencia de un caldo de cultivo favorable para el surgimiento de un lenguaje más complejo y variado en función de otros acontecimientos, ajenos al “yo” corporal, que dio paso a un lenguaje cada vez menos vinculado a la experiencia y más dependiente del conjunto de ideas y creencias que gestaba una tímida e incipiente organización social. El caso de los enterramientos de los seres humanos primitivos es un buen ejemplo de esta intermediación ya que si bien la muerte es una experiencia que acontece en el cuerpo, los enterramientos ya prefiguran un tipo de representación más abstracta.

Es así como, en forma paulatina, el entendimiento deja de darse por consenso para ser algo que se procura, en tanto se precisa de él para gestionar la vida de forma colectiva en un entorno cada vez más sofisticado en términos sociales y culturales. Así, el entendimiento debió instituirse como una herramienta adaptativa del lenguaje que, si bien en sus inicios se dio de forma natural, terminó por implementarse como un bien a poseer. Esa es la razón por la que se considera que, en la medida en que las representaciones se fueron distanciando de las experiencias corporales, fue haciéndose más evidente la necesidad de acordar por consenso el contenido semántico de las referencias fuera de los estrechos márgenes de la relación empírica. Esto, que es propio del lenguaje social, posibilitó la creación de un sistema de representaciones abstractas que permitió nombrar y conocer el entorno cada vez más complejo donde las ideas y otras representaciones más intrincadas e imprecisas entran en juego, insertándose en la cultura. Es eso lo que obliga al ser humano a buscar el entendimiento en sus actos expresivos desde la interacción comunicativa, pues si debe gestionar la vida con el otro, precisa saber cuáles son sus referencias y qué representación tiene del mundo y del sí mismo. Si es viable la tesis aquí propuesta sobre las representaciones individuales a través de la experiencia somatosensorial como origen del lenguaje social, hay que asumir también que, en ese lenguaje, la intersubjetividad dista mucho de darse en términos de aceptación de los significados como un diálogo consensuado, sino más bien como un entendimiento a secas que se soporta en referencias comunes para procurarlo.

Conclusiones

Al hacer del lenguaje social un requisito para que ocurra la comunicación -así como la búsqueda del entendimiento a partir del reconocimiento de la intención de los “hablantes”, el intercambio y la interpretación de los significados- no es posible dar cuenta de la dimensión individual de la comunicación y el papel que el lenguaje individual juega en ella. Es errado invisibilizar los procesos biológicos, neurobiológicos y fenomenológicos de los que emergen las representaciones que constituyen la materia prima de la comunicación. Se debe cuestionar al entendimiento y a la socialización -atribuida a partir de la intersubjetividad y el lenguaje social que le subyace- como criterios necesarios y suficientes para definir a la comunicación y apuntar hacia su conceptualización como acto y comportamiento expresivo tanto social como individual. Esto supone aceptar que, aunque el entendimiento y el lenguaje social han recorrido en paralelo el camino conceptual de la comunicación, haciendo patente su definición como acción de transmisión e intercambio de información en el escenario social, estos aspectos (entendimiento y lenguaje social) no resultan necesarios para la ocurrencia de toda la comunicación, ni tampoco para definir la intersubjetividad desde una posición dialógica que apunte a un escenario comunicativo armónico.

La diversidad empírica de los actos comunicativos hace necesario repensar el papel que se le ha dado al entendimiento y al lenguaje social en ellos, y también al origen subjetivo de ese lenguaje. En ese sentido, como la propuesta conceptual y epistemológica de la comunicación de la que aquí se parte pasa por entender a la comunicación como un acto y comportamiento expresivo tanto individual como social, ello pone en tela de juicio al entendimiento y la intersubjetividad propia del lenguaje social como atributos necesarios de la comunicación. A la vez, ofrece una ventana de reflexión para pensar al lenguaje más como una estructura mental que como un sistema de signos orientado al entendimiento.

De esa manera, este texto contribuye a comprender que la comunicación, en tanto involucra todo el aparato fisiológico y racional del ser humano, es un comportamiento con fines adaptativos y de supervivencia desde el cual es posible configurar actos expresivos tanto individuales como sociales a través de los respectivos lenguajes. Eso también ha permitido pensar su naturaleza y el rol que juega en los procesos biológicos e histórico-evolutivos, donde el tránsito del lenguaje individual al social permite ofrecer una explicación de base para interpretar su surgimiento y desarrollo.

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1La perspectiva biofenomenológica de la comunicación es una propuesta reciente de la autora donde se hace énfasis en la comunicación como acto y comportamiento expresivo. Esto implica entender la comunicación desde dos dimensiones: la individual, como expresión subjetiva del "decir" y la social, como expresión donde dos subjetividades convergen. Un resumen de esta propuesta se puede encontrar en Romeu (2016, 2017, en prensa).

2 En forma individual, el ser humano debe enfrentar diversas cuestiones, pero también debe relacionarse con sus pares para gestionar otros aspectos de la vida. Para regular su entorno, ha creado las instituciones sociales: para comprender la realidad y adaptarse a ella, creó la ciencia; para regular las relaciones entre los seres humanos, la jurisprudencia y la política, o bien los matrimonios o la religión. Y para responder a los imperativos simbólicos, los rituales, las ideologías y cosmovisiones del mundo.

3A pesar de lo dicho, hay que advertir que este autor no habla en sí mismo del lenguaje como tal. Lo que señalamos es más bien una interpretación de sus palabras aplicado al lenguaje.

4Se pueden citar aquí los trabajos de Hauser, Comsky y Ficht al respecto, específicamente The Faculty of Language: What is, who has it and how did it evolve? (2002).

Recibido: 12 de Septiembre de 2017; Aprobado: 13 de Octubre de 2017

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