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Dixit

versão impressa ISSN 1688-3497versão On-line ISSN 0797-3691

Dixit vol.25 no.2 Montevideo dez. 2016

 

Entrevista a João Ripper. Belleza para luchar contra la “historia única” de la violencia
 
María Inés Nogueiras
Universidad Católica del Uruguay
Montevideo, Uruguay
mines.nogueiras@ucu.edu.uy

João Roberto Ripper
Faculdade de Comunicação Hélio Alonso
Rio de Janeiro, Brasil
imagenshumanas@gmail.com

 
Recepción: abril 2016
Aceptación: setiembre 2016

 
 
RESUMEN
Como fotógrafo documental, el brasileño João Ripper ha recorrido su extenso país y convivido con diversas comunidades, a las que ha retratado con el propósito de orientar la fotografía al servicio de los derechos humanos. A través de su proyecto Imagens Humanas documenta los conflictos que afectan a distintos grupos sociales: acceso a tierras, vivienda, esclavitud y trabajo infantil. En esta entrevista, Ripper reflexiona sobre su labor profesional, sus experiencias y aprendizajes, así como sobre la responsabilidad de ser comunicador de esas realidades. Es una labor que lleva adelante desde el bien querer, con el objetivo de mostrarle al mundo la belleza de aquellos considerados otros.

 
Palabras clave: fotografía documental, Ripper, belleza, hegemonía, comunidad
 
ABSTRACT
As a documentary photographer, Brazilian João Ripper has travelled his vast country and lived with different communities, which he had pictured for the purpose of leading photography towards the service of human rights. Through his project Imagens Humanas (Human Images) he portrays the conflicts endured by different social groups: access to land, housing, slavery, and child labor. In this interview, Ripper reflects on his professional work, his experiences and learning instances, as well as his responsibility to communicate those realities, which he has assumed from a place of affection and fondness (bien querer) in order to show the world the beauty of those considered others.

 
Keywords: documentary photography, Ripper, beauty, hegemony, community



 


Cuarenta años documentando la realidad de su país transformaron al fotógrafo brasileño João Ripper en un activista por los derechos humanos, especialmente por aquel consagrado en el artículo 19 de la Declaración Universal: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.
 
Su convivencia con poblaciones tradicionales, marcadas por la segregación y estereotipadas por relatos de violencia, lo convencieron de que su labor como fotógrafo era construir “un camino de bien querer” entre los protagonistas de sus fotos —que son además coautores del material— y los receptores de esas imágenes. Más de cuatro décadas después de sus comienzos como documentalista, Ripper entendió que la belleza puede ser un arma más poderosa que la denuncia, por su potencial para quebrar estereotipos y por su promesa de ver al otro como un igual.
 
João Ripper presentó La belleza del otro en Uruguay, a través de una muestra en la Fotogalería Parque Rodó del Centro de Fotografía de Montevideo (CdF).[i] También realizó un taller en el CdF sobre La fotografía del bien-querer y participó junto a la fotógrafa holandesa Susette Kok de un taller para mujeres en el centro Acción Promocional 18 de Julio, en el Cerrito de la Victoria.
 
En esta entrevista, Ripper reflexiona sobre su labor como fotógrafo, su encuentro con esas realidades otras, la responsabilidad del comunicador y las transformaciones de la técnica. Pero, sobre todo, plantea la necesidad de formar comunicadores y documentalistas populares que puedan quebrar los relatos hegemónicos y mostrar al mundo la belleza de sus historias de vida.
 
¿Cómo llegó a concebir que sus fotografías, además de la crítica o la denuncia, tenían que mostrar la belleza?
 
Tomé ese rumbo hace poco. Trabajaba en la prensa, me fui para crear una agencia de fotografía, después trabajé como documentalista. Me quedé mucho tiempo en el mayor conjunto de favelas de Rio de Janeiro, el Complexo da Maré, donde creamos una agencia-escuela de fotógrafos populares. Y lo que veía era que, sobre los habitantes de la favela, solo se veía o la ausencia de todo o la violencia. Y en la inmensa mayoría de las veces, casi todas, los habitantes eran víctimas de esa violencia, pero salían como si fuesen protagonistas.
 
Eso también lo vi un poco después, al documentar a las poblaciones tradicionales, a los descendientes de esclavos, a las poblaciones recogedoras de flores, a los indios, y muchas otras comunidades. Sobre ellas también solo se muestra la ausencia de todo —que se puede traducir como una pereza hacia el trabajo— o la violencia. Incluso sus luchas por sus territorios, por su reconocimiento, salían como si fuese violencia. Entiendo que es fundamental la denuncia, porque denuncias acerca de la importancia de la defensa de las clases menos favorecidas salen muy pocas, pero salen siempre críticas hacia ellas. Entonces comprendí que eso hace parte de una política por mantener un estereotipo. ¿Cómo se hace el estereotipo? Hablando una sola cosa sobre una persona, o sobre una comunidad, o sobre un país. Que se repite, y se repite, y se repite. Se transforma a esa persona, a esa comunidad o a ese país solo en esa historia. Es lo que yo llamo “historia única”. También comprendí que cuando se hace un estereotipo, se quiebra la dignidad de las personas.
 
Un día estaba en una aldea y pensé “qué lindo lo que hacen acá”, y pensé cómo quería que mis hijos, que mi familia, que las personas mirasen eso. Entonces pensé que mi historia de vida es semejante a la de la mayoría de las poblaciones. Entre las historias de todos nosotros ciertamente están las de nuestros padres y madres, que se conocieron gracias a la posibilidad de mirar la belleza, y luego tuvieron a sus hijos. La existencia misma es causada por la belleza. ¿Qué tiene que ver eso con la comunicación? Tiene que ver, porque a la hora de hablar de las poblaciones menos favorecidas se edita la belleza. Se quita la belleza de la historia para mantener la distancia y el statu quo. Es parte de un conjunto de formación de los poderes, incluso del poder de los grandes medios, mantener esa distancia que no permite la transformación.
 
En la sociedad actual, ¿es un desafío mostrar la belleza del otro?
Creo que es un desafío para la sociedad aprender a mirar a los otros y ver la belleza fuera del estándar que es aquella para lo comercial, para las ventas. Para mí es fantástico mirar esta belleza. Creo que la belleza, como es mostrada hoy, es también una historia única. Pero hay belleza en todo: el acto de amor es bello, la relación de la madre con el hijo es bella. En todas las clases sociales hay un relato del amor que es tan bello como el otro. No mostrar la belleza del otro es una forma de crear una historia única acerca de qué es bello. Al punto de que hay críticas, cuando se muestra esa belleza, si ese otro no está favorecido económicamente. Dicen: “estás haciendo una estética de la miseria”. Una estética de la miseria, según mi concepto del bien querer, sería exponer horrores, explotar, caricaturizar los horrores, pero no mirar cómo son bellas las personas, cómo son solidarias, cómo viven, cómo hacen cosas.
 
Hay que aprender a mirar, y creo que un problema mundial es que no se quiere mirar a los otros como iguales. Porque mirar a los otros como iguales, con sus derechos, también con sus diferencias, es tener que apostar a un sistema de más igualdad en los derechos. Y eso cambia el statu quo.


imagen 


¿Cómo se produce el encuentro con aquellos a los que va a retratar?

 
La forma que encontré fue hacer una fotografía compartida, donde el fotografiado pudiera intervenir. Me voy a las comunidades, me quedo bastante tiempo y consigo así una naturalidad, para ver la belleza. Me quedo por mucho tiempo, pero solo consigo eso porque me lo permiten. Entonces yo también los protejo, y si hay una foto que alguien considera que le hace mal o le hace daño la borro del todo, para siempre. Y después dejo el material, en alta y en baja resolución, en las comunidades y en las organizaciones que trabajan en su defensa, para que puedan utilizarlas. Creo que es una forma de quebrar un poco esos estereotipos.
 
En general son personas que sufren segregación, ¿cómo reaccionan ante la presencia de un fotógrafo interesado en retratarlos?
 
En general tienen miedo cuando llegan periodistas, porque piensan que al día siguiente o a la semana siguiente va a salir algo malo sobre ellos. Yo primero me comunico con las organizaciones humanitarias que trabajan en su defensa, les expongo la idea del proyecto y lo abro para que ellos lo mejoren en las formas de retorno. Después ellos procuran el contacto con un líder local, le exponen el proyecto, yo le hablo, preparo mi ida y, cuando llego, se reúne toda la comunidad y se explica todo el proyecto. Entonces, siempre que lo acepten, me quedo.
 
¿Cómo reciben la posibilidad de mostrarse a través de esas fotografías?
 
Lo reciben bien, porque con muchos de ellos hacemos talleres para que puedan empoderarse a través de la capacidad de hacer su propia documentación. De mostrar la belleza de su propia historia y las denuncias sobre las arbitrariedades contra sus poblaciones.

Las poblaciones tradicionales que antiguamente necesitaban quedarse escondidas, como una forma de resistencia, hoy necesitan visibilidad para no ser masacradas. De esa forma se pueden vencer poderes.


 


En Montevideo participó junto a Susette Kok de un taller para mujeres en el Cerrito de la Victoria. ¿Cómo fue la experiencia?
 
Ha sido una experiencia con semejanzas a lo que suelo hacer en Brasil y también con cosas distintas. Susette Kok trabaja hace mucho tiempo con mujeres, tiene un libro muy lindo con mujeres que fueron explotadas sexualmente desde niñas. Es un libro admirable porque tiene muchas entrevistas, muchas historias. Yo no concuerdo con que “una foto vale más que mil palabras”. Soy amante de las fotos, pero una foto con una historia muy bien contada aproxima mucho más, y creo que esa es la misión fundamental para un documentalista: ser un camino de bien querer entre los fotografiados y las personas que reciben esa información. Entonces siempre que podemos en estos talleres luchamos para que los participantes se queden con los instrumentos para que puedan continuar: computadora, cámara, pendrives, para que todos tengan un poco de su historia.
 
Se han hecho muchos talleres así en Brasil, de formación en periodismo popular. Porque creo que la salida es no ser dependiente de los mecanismos de la gran prensa. Cada vez el espectro se cierra más, porque cada vez se hace menos periodismo y cada vez hay más personas que actúan como publicitarios, como transmisores de ideología, que es una ideología de mantenimiento de los privilegios e incluso de los fetiches de las élites.
 
¿Cuál cree que es su responsabilidad como comunicador?
 
Creo que mi responsabilidad es la de formar. Porque el derecho de generar la información y de ejecutar la comunicación es de todos. Lucho por un derecho de expresión para todos, que haya libertad de formas distintas de expresión para todos. La comunicación jamás puede ser hecha solamente por personas que son formadas, que son profesionales. Yo lo soy, por eso hablo de esto con mucha tranquilidad. Se necesita una multiplicidad de información, una democratización de la información, que pasa por una democratización de los medios, pero también por la formación de personas de las clases populares. Si hoy se quiere mirar la historia de un país, hay que buscar la documentación de los fotógrafos y de los periodistas populares, porque solo las informaciones oficiales de la gran prensa no cuentan toda la historia, sino una parte.
 
¿Cómo afecta a la labor de un fotógrafo la explosión actual de producción y consumo de fotografías?
 
Soy un optimista, creo que es la realidad. Amo los tiempos en que documentaba en película, pero ahora documento en digital. Hay varias personas que documentan con celulares, que cada vez están mejor equipados. Hay una cosa muy buena: el retorno a la comunidad es rápido. Otro aspecto es el exceso de imágenes que todos crean, no solo los que no son profesionales. Los fotógrafos profesionales exageran en la documentación e incluso paran a mirar... a mirar todo el tiempo el material que van haciendo. Y cuando se está mirando todo el tiempo lo que se tiene, se deja de observar. Creo que los fotógrafos deben hacer un trabajo más consciente. De todos modos, prefiero apostar a la democratización, porque empoderar a las personas para que hagan documentación, y que lo hagan de una forma buena, solo puede ser saludable para la sociedad.
 
¿Reflexiona sobre la técnica, o la técnica siempre queda al servicio de la historia?
 
Todo lo que aprendí acerca de la técnica, y que sigo aprendiendo, es muy importante. Pensar en la técnica ya es parte de mí, después de tantos años, pero creo que el sentimiento es lo principal al hacer una foto. El compromiso, el placer.
 
¿En qué cosas aprecia el impacto de su labor para esa lucha contra el “relato único”?
En mirar a las personas pudiendo ejercer su derecho de contar sus historias, sus bellezas. De sentirse bellos y de denunciar. Ver cómo se multiplican los documentalistas populares, cómo se quiebra la hegemonía. Claro que siempre es una lucha de David contra Goliat. 
 
En cuarenta años de trayectoria, ¿cuál ha sido su mayor aprendizaje?
 
Que hay que hacer lo que uno hace con placer, con felicidad. Y, en relación a la labor como documentalista, que es fantástico creer en las personas. Me fascina ver cómo las personas que viven en las áreas más pobres tienen una dignidad maravillosa que los hace insistir en jamás dejar de ser felices. El gran aprendizaje es que no debemos sentir pena por las personas más pobres, porque la pena lleva a la inercia. Debemos tener solidaridad, admiración, verlas como personas iguales a nosotros, que aprenden con nosotros, pero que, principalmente, nos enseñan sobre la vida.
 

[i]  La exposición se realizó entre el 12 de febrero y el 6 de abril de 2016.

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