Introducción
El viaje en ferrocarril es, para muchos, una forma de desplazamiento diaria desde sus hogares hacia sus lugares de trabajo. Para otros, el uso de este medio de transporte se enmarca en las prácticas de ocio y turismo. En este último contexto se encuentran los trenes turísticos, un producto que, además del traslado, puede ofrecer al turista también el alojamiento y, en algunos casos, una oferta complementaria de gastronomía y entretenimiento a bordo. El Indian Pacific, el Orient Express, el Rovos Rail o el Transcantábrico son solo algunos ejemplos característicos de este tipo de trenes turísticos, que cuentan con reconocimiento en todo el mundo. Figura 1
En el ámbito académico, algunas investigaciones se han centrado en analizar la conexión entre transporte y turismo, en una mirada que le otorga especial relevancia al transporte ferroviario. Este artículo tiene como objetivo estudiar las formas que adopta el territorio para comunicarse, a partir de su tejido ferroviario. Desde esta perspectiva, el análisis de los territorios y la forma en que se manifiestan sus paisajes permite profundizar en cómo las regiones transmiten su identidad cultural y natural. Esta mirada entiende el patrimonio como una forma de comunicación y de transmisión cultural. De esta manera, se establece un diálogo explícito entre los estudios geográficos, territoriales y turísticos, y los estudios comunicativos.
Esta conexión se justifica porque “el patrimonio ha adquirido definitivamente un sentido social, por el cual se dota de capacidades de expresión y de identidad” (Sanjuán, 2007, p. 33). Los paisajes locales expresan un sentido de lugar único, que comunica las identidades territoriales tanto a visitantes como turistas. Con este artículo, entonces, se pretende analizar las conexiones entre ferrocarriles, turismo y comunicación del sentido de lugar. Se tomará como caso de estudio particular el circuito turístico ferroviario que ofrece Nueva Zelanda.
Viajes en ferrocarril y los significados del territorio
Los inicios del transporte de pasajeros en ferrocarril se remontan al siglo XIX, con la invención de la locomotora. Si bien sus antecedentes tuvieron un rápido impacto económico, no hay ninguna duda sobre su gran repercusión social (Atterbury, 1993). Desde sus primeros pasos en el Reino Unido, los ferrocarriles se extendieron por Europa y el mundo. Así, los trayectos pioneros en ferrocarril se produjeron en territorio británico: se considera que el primer viaje con pasajeros se realizó en el recorrido entre Manchester y Liverpool, en 1830. No tardaría en establecerse una conexión con el hoy llamado desplazamiento turístico.
En 1841, Thomas Cook llevó a cabo la primera excursión organizada en tren (Blasco, 2001; Brendon, 1991). A partir de la segunda mitad del siglo XIX, los avances en la arquitectura y equipamientos ferroviarios fueron considerables, por lo que poco a poco se fueron introduciendo mayores y mejores servicios que daban especial importancia al viaje en tren. Estos servicios no se limitaron a los desplazamientos cortos, sino también a viajes turísticos con trayectos nocturnos y rutas de varios días. Estos ferrocarriles, como el famoso Transiberiano, comenzaron a acercar cada vez más a ciudades y países lejanos.
Las infraestructuras de transporte son fundamentales para la práctica turística y han tenido una importancia significativa en el desarrollo internacional del turismo. Sin embargo, esta relevancia no se limita solo a los desplazamientos entendidos como la conexión entre los lugares de origen y los distintos destinos. Autores como Page (1994, 1999) o Pearce (1982) han destacado, en algunos de los primeros volúmenes editados sobre la temática, que el transporte es también una parte esencial de la propia experiencia turística. Los cruceros o los trenes turísticos son los más claros ejemplos de destinos en sí mismos, donde transporte y turismo se unen en un servicio simultáneo. Figura 2
A pesar de esta importancia, buena parte de los trabajos -tanto académicos como de consultoría- que estudian en conjunto al transporte y al turismo tienen como objetivo conocer datos económicos y de impacto medioambiental. Su propósito es obtener evidencias empíricas sobre qué tipologías son más utilizadas o menos, para así poder desarrollar nuevos proyectos viables desde el punto de vista de los impactos -ambientales, económicos, y sociales- derivados de su explotación. Sin embargo, en este artículo la mirada se posa sobre las formas que tiene el territorio de expresar su identidad a partir de su entramado ferroviario.
Así pues, los servicios ferroviarios turísticos conectan poblaciones y naciones, al tiempo que permiten la comunicación de culturas e identidades. Esta es una forma de comunicación que se traslada desde los paisajes locales hacia los visitantes, y que también adquiere una especial relevancia en los intercambios entre anfitriones e invitados, que tienen como resultado el conocimiento de diversas realidades culturales. Desde esta perspectiva, los trenes turísticos son un elemento vertebrador del territorio, pero también desarrollan un papel de divulgadores de las formas de vida, costumbres y tradiciones, así como de la arquitectura cultural y natural de un lugar1.
El transporte ferroviario turístico es, entonces, una forma de comunicar un territorio en su sentido literal y, por lo tanto, de conocerlo. En este sentido, se convierte en una plataforma que permite que el territorio muestre sus características a los viajeros. El itinerario entre dos o más lugares da pie al conocimiento sobre las identidades de una región, de su sentido de lugar; un aprendizaje que los paisajes locales transmiten a los turistas a medida que estos recorren sus geografías.
El concepto de sentido de lugar se ha abordado desde muchas perspectivas por parte de la literatura, con enfoques disciplinarios muy diversos. Stokowski (1991), desde la sociología del turismo, lo define como un concepto social, que expresa la manera en que las comunidades locales comparten significados sobre el lugar, que se transmiten y se mantienen a través de las relaciones sociales que establecen con otros. Por su lado, autores como Silver y Grek-Martin (2015) lo definen como un concepto afectivo: este sentido se adquiere y se transmite como resultado de la combinación de emociones, impresiones, creencias, memorias y experiencias que surgen en relación con un lugar específico. De acuerdo con Smith (2015), los lugares son una amalgama de componentes que incluye paisajes, arquitectura, historia y patrimonio, así como estructuras sociales y relaciones.
Así pues, el sentido de lugar permite descubrir los significados que las personas le atribuyen a un lugar, en el entendido de que cada paisaje tradicional tiene la capacidad de expresar un sentido de lugar único que ayuda a entender las identidades locales (Antrop, 2005; Fusté-Forné, 2016; Gullino y Larcher 2013; Sutton, 2001). La comunicación de la identidad propia, así como de los sentidos y significados asociados al lugar, es un elemento clave para hacer frente a la actual globalización. Los mismos anfitriones son quienes pueden contribuir en la promoción de la autenticidad autóctona de su lugar de origen.
Trenes, turismo y sentido de lugar en Nueva Zelanda
Uno de los lugares donde el transporte ferroviario mejor desarrolla este múltiple papel comunicativo es Nueva Zelanda; un país que, no obstante, cuenta con una estructura ferroviaria limitada, debido a su particular orografía. La conexión entre la actividad turística y los viajes en tren en ese país está gestionada mayoritariamente por KiwiRail, firma que ofrece tres grandes recorridos de trenes turísticos bajo el nombre de Scenic Journeys (KiwiRail Scenic Journeys, 2015). Figura 3
Es importante destacar hasta qué punto encaja esta propuesta ferroviaria en el conjunto de la oferta turística del país, que es por definición la transmisora de la esencia de sus paisajes. El conjunto del país se promociona bajo el lema 100% Pure New Zealand, lo que muestra la importancia que se otorga a la identidad y el sentido de lugar neozelandés (Cloke y Perkins 2002; Fusté-Forné y Berno, 2016).
Los tres recorridos de KiwiRail2 ofrecen trayectos con un elevado componente paisajístico, que se ve beneficiado por el entorno natural protegido que ocupa una porción importante del país. A continuación, se detallan brevemente estas tres rutas, que discurren en ambas direcciones:
Tranzalpine: Este trayecto conecta las ciudades de Christchurch y Greymouth, cruzando la isla sur del país de este a oeste, a través de los Alpes Meridionales.
Northern Explorer: Esta ruta recorre la isla norte entre las ciudades de Auckland y Wellington, y se desplaza a través de zonas con abundantes recursos naturales y espacios protegidos, como el Parque Nacional de Tongariro.
Coastal Pacific: Este tren tiene un itinerario que conecta las ciudades de Picton y Christchurch. Recorre la parte septentrional de la isla sur, de norte a sur, y bordea la costa del Océano Pacífico, deteniéndose en destinos emblemáticos para el turismo, como Kaikoura.
Los trenes de este circuito cuentan con vagones-cafetería donde se ofrecen productos de la gastronomía local, pero destacan sus vagones de observación panorámica, que permiten ver con nitidez los distintos paisajes por los que transcurren los itinerarios. Estos dos elementos ya suman el componente cultural y natural como una forma de comunicación territorial. Pero, además, los trenes cuentan con un soporte de audio-comentario que permite contextualizar el recorrido en sus aspectos culturales e históricos, en un viaje que los turistas emprenden de esta manera junto a una suerte de narrador omnisciente. A través de estos recorridos, los pueblos, ciudades y regiones, con sus paisajes de mar y montaña, comunican a los viajeros cómo son, cómo quieren mostrarse y cómo desean ser comprendidos.
Tranzalpine, a través de los Alpes Meridionales
Este recorrido atraviesa la isla sur de Nueva Zelanda, desde el Océano Pacífico al Mar de Tasmania. Cuando se realiza en dirección oeste, los primeros pasos del ferrocarril suceden a través de las llanuras de Canterbury. Esta es una zona que cuenta con una gran productividad agrícola, debido a su particular clima y a su ubicación geográfica entre la cordillera de los Alpes y el Océano Pacífico.
Más adelante, el tren va ganando altura y avanza a derecha e izquierda del río Waimakariri hasta llegar al internacionalmente conocido Arthur’s Pass: puerta de entrada al Parque Nacional del mismo nombre y uno de los principales destinos turísticos de la isla sur. A partir de este punto, el tren inicia progresivamente su descenso hacia el nivel del mar, entre paisajes con una vegetación más abundante y colorida. El viaje finaliza al llegar a la estación de Greymouth, donde el río Grey desemboca en el Mar de Tasmania.
Northern Explorer, descubriendo la naturaleza de la isla norte
Este trayecto cubre la mayor parte del territorio de la isla norte, entre las ciudades de Auckland y Wellington. La primera parte del itinerario permite observar otra de las grandes zonas para la práctica agrícola y ganadera neozelandesa: las llanuras de Waikato. Uno de sus puntos de paso es la estación de Hamilton, desde donde se pueden hacer excursiones a algunos de los lugares más emblemáticos donde se realizó el rodaje de la trilogía fílmica de El Señor de los Anillos o visitar las Cuevas de Waitomo.
Una vez que deja atrás esta estación, el tren se introduce a lo largo y ancho del Parque Nacional de Tongariro, donde los volcanes dibujan sus singulares siluetas. La última parte del recorrido, antes de llegar a Wellington, bordea la Kapiti Coast, ubicada en el extremo suroccidental de la isla norte, donde las rutas senderistas -también en bicicleta o a caballo- destacan como uno de sus principales atractivos turísticos.
Coastal Pacific, entre mar y montaña
Esta propuesta también ofrece un recorrido maratoniano de paisajes únicos, desde Picton hasta Christchurch. Uno de los paisajes más característicos que pueden verse desde este tren es, de un lado, las olas del Océano Pacífico y, del otro, los picos nevados de la sierra de Kaikoura, la extensión más septentrional de los Alpes Meridionales3.
El Coastal Pacific recorre importantes regiones vitivinícolas, como Marlborough o Waipara. Además, una de sus paradas más llamativas es la de Kaikoura, un centro turístico dedicado a la observación de animales marinos como ballenas, delfines o focas.
De manera integral, todos los trayectos incluyen la posibilidad de experimentar productos de la gastronomía local. Es en este rubro donde las tradiciones vinculadas con la cultura maorí adquieren una especial relevancia. Por ejemplo, el nombre Kaikoura se construye a partir de la palabra “kai”, que significa comida en maorí, y la palabra puede traducirse como una invitación a comer cangrejo de río. La gastronomía local se caracteriza no solo por los productos del mar, sino por la auténtica y abundante producción agrícola, así como por los alimentos derivados de las actividades ganaderas. Productos como el vino, la cerveza o el queso son algunos ejemplos que transmiten la identidad de los paisajes gastronómicos y culturales de Nueva Zelanda.
Conclusión
El transporte ferroviario juega un papel crucial en la vertebración territorial. Por un lado, porque facilita la conexión entre pueblos y culturas desde un punto de vista no solo comercial, sino también social y cultural. Por el otro, porque es una forma de explorar las identidades de geografías que no son la propia, con el consecuente intercambio de opiniones e ideas que pueden surgir como parte de las prácticas de ocio y turismo. Figura 4
En la actualidad, el transporte de ferrocarril es considerado un medio de transporte sostenible, que permite un contacto directo con el entorno, dado que se desplaza a través del paisaje. Este entorno se manifiesta como una forma de comunicación cultural, tal como quedó expresado en el presente artículo. El paisaje tiene un claro poder de expresión de la identidad; su estudio mediante los trayectos ferroviarios puede dar una muestra clara del sentido de lugar y, como resultado de la expresión de las distintas identidades, una interesante interacción intercultural.
El desarrollo del ferrocarril es historia viva de los territorios, que a su vez puede llevar a contrastes como resultado de la simultaneidad entre las más avanzadas innovaciones tecnológicas y su desplazamiento por espacios tan auténticos como vírgenes. Esta paradoja podría ser un punto de partida para futuros estudios que relacionen modernidad, trenes y turismo, también a través del estudio de sus formas de promoción.
La conexión entre los entornos culturales y naturales se aplica a cualquier contexto geográfico donde, mediante una red ferroviaria en general, y turística en particular, el territorio comunica su sentido de lugar a pasajeros y turistas. Las comunidades locales -ya sea a través de su trabajo en los ferrocarriles; desde sus establecimientos en las localidades por las que pasa el tren o a través de la propia flora y fauna típicas del lugar- tienen la capacidad de dar énfasis al auténtico sentido de lugar, en relación con el patrimonio cultural y el entorno natural.
Como se mencionaba el principio, tanto los paisajes individuales como la suma de su diversidad en largos recorridos proveen un sentido genuino al lugar al que pertenecen. De esta manera, estos paisajes transmiten su identidad. Las experiencias vinculadas al acceso a las especialidades regionales en su punto de origen -sean o no gastronómicas- es, según Bessière (2001), “un acto de complicidad con el lugar, una forma de ser parte de la intimidad de ese lugar y del otro, un consumo simbólico de una tierra, una región, una provincia, su clima, su historia, su paisaje… enmarcándolo en un contexto real”.
Desde un punto de vista turístico, los viajes en tren son, además, una forma de práctica slow del ocio y el tiempo libre. Esta característica de la propuesta ferroviaria, así como su capacidad de articular a través de su tejido muy diversos sentidos de lugar, pueden ayudar a entender mejor el conflicto actual entre local y global, entre lento y rápido; en definitiva, entre auténtico y recreado.