Introducción
En diciembre de 2019, la Organización Mundial de Salud (OMS) fue notificada de la aparición en China de una infección respiratoria aguda grave causada por un nuevo coronavirus que recibió el nombre de SARS-CoV-2 (síndrome respiratorio agudo severo, coronavirus-2). Este virus produce la enfermedad denominada COVID-19 que, entre otras graves repercusiones, se acompaña de una falla respiratoria aguda severa. La OMS alertó de la pandemia el 11 de marzo de 2020 y el primer caso registrado en Uruguay se produjo el 13 de marzo de 20201-3. Al igual que en muchas partes del mundo, el crecimiento exponencial de casos graves precipitó un rápido aumento de la demanda de camas en las UCI. Tanto la presentación clínica como el impacto de la enfermedad han cambiado a lo largo del tiempo, dependiendo del comportamiento biológico de las nuevas variantes del coronavirus, del estado inmunológico de la población y de la organización y capacidad de los sistemas sanitarios. Las consecuencias de la enfermedad han sido muy heterogéneas a lo largo del mundo en cuanto a población afectada, cuadro clínico y mortalidades reportadas. Por otra parte, las comunicaciones acerca de pacientes en estado crítico siguen siendo escasas en países de América Latina4. El objetivo primario de este estudio es describir las características generales de la COVID-19, mortalidad y determinantes independientes de ésta en pacientes internados en la UCI del Hospital Español, centro COVID-19 de referencia. Se estudiaron de manera prospectiva pacientes adultos con diagnóstico confirmado desde el 1° de abril de 2020 al 30 de junio de 2021, poniendo foco sobre el período de incremento exponencial de la pandemia, que en nuestro país se produjo entre enero y junio de 2021.
Pacientes y método
Estudio clínico, prospectivo y observacional en la UCI de un hospital público designado centro COVID-19 de referencia, que en Uruguay da cobertura asistencial a la ciudad de Montevideo y localidades adyacentes. En todos los casos, se recogió la información para la investigación preservando el anonimato de los pacientes y con la aprobación del Comité de Ética de investigación institucional. Se incluyeron pacientes adultos con diagnóstico de SARS-CoV-2, confirmados por rt-PCR (reacción en cadena de polimerasa de transcripción reversa), que requirieron ingreso a UCI en el período de tiempo comprendido entre el 1° de abril de 2020 al 30 de junio de 2021. Luego de un crecimiento lento de casos durante el 2020, la fase exponencial, responsable de la primera ola de la pandemia en Uruguay, se registró en el primer semestre de 2021. Se excluyeron pacientes que egresaron de la unidad antes de completar las 24 horas de internación. Tampoco se incluyeron los reingresos ocurridos luego del alta de la UCI (figura 1).
La información se obtuvo de manera anonimizada, mediante formularios especialmente diseñados, desde la historia clínica electrónica (SICGH-versión 19.5.6) y desde la base de datos del laboratorio de análisis clínicos (Modulab) del Hospital Español. En cada caso se registró: edad, sexo, antecedentes y comorbilidades, hábitos como tabaquismo y abuso de drogas, fecha de inicio de síntomas (FIS), fecha de ingreso y egreso de UCI y hospitalario, necesidad de ventilación mecánica, vacunación recibida, etc. Se calcularon las escalas de comorbilidades de Charlson, APACHE II y escala de disfunción multiorgánica (SOFA) en UCI. Se registraron como coinfecciones los cultivos positivos obtenidos dentro de las primeras 48 horas del ingreso. En el primer día se obtuvieron las siguientes variables fisiológicas: hemograma, gases en sangre, función renal y hepática, relación entre presión arterial de O2/fracción inspirada de O2 (PaFI), proteína C reactiva (PCR), ferritina, lactato-dehidrogenasa (LDH) y D-dímeros en plasma. Se registró necesidad y días de ventilación mecánica invasiva (VMI), estadía en UCI y estadía hospitalaria. Finalmente se registraron los porcentajes de ocupación de camas en el período, la condición de egreso, causa de fallecimiento y se calcularon las mortalidades en UCI, hospitalaria y a los 30 días.
El diagnóstico y la severidad del síndrome de distrés respiratorio agudo (SDRA) se determinó por la definición de Berlín5. Se documentó la existencia de injuria renal aguda y la necesidad de terapia de reemplazo renal6. Se identificaron tres principales causas de muerte: hipoxemia refractaria definida como PaFI ≤ 100; shock séptico definido según los criterios de SEPSIS-37, y disfunciones orgánicas según escala SOFA (Sequential Organ Failure Assessment Score). Los casos se siguieron hasta el fallecimiento o el alta hospitalaria. Se consideró el fallecimiento en UCI como desenlace primario.
Análisis estadístico: las características de los pacientes se describen con frecuencias absolutas y porcentajes para variables categóricas, mientras que para variables continuas se utilizaron la mediana y el intervalo intercuartílico (IQR). Para describir la sobrevida se confeccionaron curvas de Kaplan-Meier y se calcularon los porcentajes y proporciones de fallecidos. Se realizó análisis de regresión logística para identificar variables independientes asociadas a mortalidad. Se aceptó significación estadística cuando el valor de p < 0,05.
Resultados
Datos demográficos y características generales de la población
De los casos ingresados en la UCI del Hospital Español, se incluyeron 274 pacientes con diagnóstico confirmado por rt-PCR de SARS-CoV-2. La edad mediana fue de 65 años (IQR 54-73) y en su mayoría fueron de sexo masculino (57%). En la (tabla 1) se resumen los datos demográficos y generales del total de la población, señalando diferencias entre fallecidos y sobrevivientes. Los fallecidos fueron más añosos, registraron mayor porcentaje de coinfecciones y comorbilidades, presentaban más disfunciones orgánicas por SOFA y mayor severidad por APACHE-II al ingreso (p < 0,05). La estadía hospitalaria fue más corta y el porcentaje de casos con VMI fue más alto entre los fallecidos (p < 0,05). En la (figura 2) se muestra la distribución de la población según rangos de edad. Aproximadamente dos tercios de la población tenía más de 60 años. El 6,9% tenía menos de 40 años y 9,1% fueron mayores de 80 años. Las mortalidades registradas en UCI, hospitalaria y a los 30 días para toda la población fueron: 59,9%, 61,9% y 54% respectivamente (tabla 1). Como se muestra en el panel A de la (figura 3), la sobrevida a los 30 días fue significativamente menor por encima de los 60 años (log rank test: p < 0,001). El índice de comorbilidades de Charlson mostró una mediana de 3 (IQR 2-5) para toda la población. Del total de casos, 19% tenía una comorbilidad; 31,4% presentaban dos; en 23,4% se registraron tres, y en 18% se asociaron cuatro o más comorbilidades. Solo 5,5% de los pacientes no tenían antecedentes patológicos. Como se observa en el panel B de la (figura 3), la mortalidad fue significativamente mayor cuando la escala de Charlson fue mayor de 2 puntos (log rank test: p < 0,016). El porcentaje de pacientes que habían recibido al menos la primera dosis de la vacuna fue de 8%.
Una descripción detallada de las comorbilidades y hábitos de la población, así como las diferencias entre sobrevivientes y fallecidos, se resume en la (tabla 2). Las comorbilidades más frecuentes fueron hipertensión arterial (53,6%), obesidad (32,8%) y diabetes (31,8%). Se destaca que la cardiopatía isquémica (14,2%) y el hipotiroidismo (13,9%) fueron relativamente frecuentes. La incidencia de la enfermedad renal crónica previa para toda la población fue de 9,5%.
Parámetros paraclínicos
En la (tabla 3) se muestra la paraclínica en población general en el primer día de ingreso, agrupada también para sobrevivientes y fallecidos. Los marcadores inespecíficos de inflamación, estado inmunológico, coagulación y daño orgánico se encontraron en su mayoría en rangos patológicos. Las alteraciones paraclínicas fueron más graves en el grupo de fallecidos, tal como se muestra en la tabla. Entre los marcadores inflamatorios y de daño orgánico en plasma, la PCR, ferritina y la LDH se encontraron aumentados y con valores significativamente más altos en los fallecidos (p < 0,05). Como marcador de inmunosupresión se documentó un bajo recuento de linfocitos, que fue menor entre los fallecidos (p = 0,004). Los D-dímeros estuvieron significativamente más elevados en los no sobrevivientes (p = 0,008). Como expresión de compromiso respiratorio al ingreso a la unidad, se encontró un índice PaFI de moderado a severamente disminuido, aunque no se registraron diferencias significativas entre sobrevivientes y fallecidos. En la esfera cardiovascular, las troponinas estuvieron aumentadas en valores promedio (p < 0,05). En la esfera renal, la creatinina estaba en rangos normales, pero fue significativamente mayor entre los fallecidos (p = 0,005).
Curso evolutivo de la COVID-19 en UCI
Los porcentajes de mortalidad en UCI, hospitalaria y a los 30 días fueron incluidos en la (tabla 1). Por otra parte, la mortalidad estimada por valores de APACHE II al ingreso fue de 20% (10%-42%). Los porcentajes de mortalidad fueron variables de acuerdo con los rangos de edad, comorbilidades, intervenciones terapéuticas y cambiantes en el curso de los meses, según evolucionó la pandemia. Entre las comorbilidades, entre los pacientes con enfermedad renal crónica sólo sobrevivieron el 11,5%, p < 0,003. La mortalidad también fue significativamente más alta en pacientes con VMI en comparación con aquellos que no la requirieron (74,3 vs 25,7%, p = 0,000). Como se muestra en la (figura 4), durante el crecimiento exponencial de la pandemia en Uruguay, que abarcó el primer semestre de 2021, los porcentajes mensuales de ocupación de camas (%) por COVID-19 fueron muy elevados, siendo sus valores los siguientes: enero 68% (IQR 60-76), febrero 62% (IQR 53-74), marzo 77% (IQR 65-94), abril 100% (IQR 97-106), mayo 100% (IQR 97-100) y junio 94% (IQR 88-97). Los meses de mayor ocupación, respecto de enero de 2021, fueron los comprendidos en el período marzo-junio 2021, p <0,001. La (figura 5) muestra las variaciones de la mortalidad en el mismo período en el que se observó un incremento significativo, con cifras de inicio de 45,7% y 40% en enero y febrero, hasta porcentajes de 61%, 69,1%, 71,8% y 75% en marzo, abril, mayo y junio de 2021, respectivamente (p < 0,05).
Entre las causas de muerte en UCI se identificaron: hipoxemia refractaria en 57,9%, disfunción multiorgánica en 60,4% y shock circulatorio refractario en 63,4% de los casos. Con frecuencia se observó superposición de más de una causa de fallecimiento.
Predictores independientes de mortalidad
El análisis de regresión logística mostró que edad (OR = 1,06 (IC 95% 1,03-1,09)), porcentaje de ocupación de camas (OR = 1,04 (IC 95% 1,02-1,07)), sexo masculino (OR = 2,14 (IC 95% 0,93-5,06)), VMI (OR = 51,7 (IC 95% 16,5-208,6)), coinfección al ingreso (OR = 2,34 (IC 95% 0,88-6,77)) y enfermedad renal crónica (OR = 13,1 (IC 95% 2,29-129,2)), fueron predictores independientes de mortalidad en pacientes con COVID-19 grave durante la hospitalización en UCI. Para el análisis empleado, el área debajo de la curva fue AUC = 0,896, (IC 95% 0,851-0,941). El punto de corte óptimo fue para un valor de probabilidad de 0,399, con sensibilidad de 0,972 (IC 95% 0,942-1) y especificidad de 0,667 (IC 95% 0,553-0,78) y un porcentaje de aciertos en la clasificación de 86,8% (IC 95% 81,5-91,0).
Discusión
Este estudio permitió definir las características y desenlaces de pacientes con SARS-CoV-2 en estado crítico, ingresados en UCI de un centro COVID-19 de referencia en Uruguay. Se identificaron las determinantes independientes asociadas a la mortalidad. Estos datos deben ser analizados en el contexto epidemiológico específico, teniendo en cuenta las variantes circulantes de SARS-CoV-2 y el nivel de vacunación recibido por la población. Al igual que en otros estudios, también se analizaron las condiciones de sobrecarga o strain de la UCI en el período correspondiente.
Características demográficas, comorbilidades y paraclínica al ingreso
De la serie de casos de COVID-19 en estado crítico estudiados, la mediana de edad, la distribución de franjas etarias, el predominio de sexo masculino y la frecuencia de comorbilidades fueron semejantes a lo observado en otros estudios realizados en la región8-11. De igual manera, se encontró un mayor número de comorbilidades en las franjas etarias más avanzadas, haciendo de estos pacientes la población más vulnerable y de peor pronóstico12. Tomadas de forma aislada cada una de las comorbilidades de nuestra serie, no se encontraron diferencias significativas entre fallecidos y sobrevivientes. Sin embargo, como han observado otros autores, la enfermedad renal crónica previa, que en nuestra serie tuvo baja incidencia, se asoció con mayor mortalidad13. Por otra parte, una escala de Charlson mayor de 2 puntos fue útil como predictor de mortalidad, señalando su importancia, al igual que lo mostrado en otras publicaciones8,14. Un dato a destacar fue la alta frecuencia y el valor pronóstico de las coinfecciones al ingreso a UCI. Se ha discutido acerca del impacto negativo de las coinfecciones actuando de manera sinérgica con el SARS-CoV-2 sobre el daño orgánico. Por otra parte, una antibioticoterapia empírica inapropiada, en ausencia de coinfección demostrada, puede generar una presión no deseada sobre los mecanismos de resistencia bacteriana15,16.
La gravedad de los cuadros clínicos y las repercusiones orgánicas se demostraron a partir de los datos de laboratorio en el primer día. Todas las variables estuvieron por fuera de rangos normales, con valores más patológicos en los no sobrevivientes. A semejanza de lo señalado por otras publicaciones, la PCR, ferritina, LDH y la linfopenia fueron marcadores de respuesta inflamatoria desregulada y de severidad de daño orgánico. Sin embargo, a diferencia de lo reportado por otros autores, en nuestra serie no fueron predictores independientes de mortalidad8,10,11. La elevación de D-dímeros en plasma ha sido considerada de mal pronóstico cuando duplican o triplican los valores normales. Según lo publicado, ello alerta sobre la posibilidad de fenómenos trombóticos17,18. Identificar la presencia y la severidad de estos datos de laboratorio puede dar fundamento para ajustar las pocas intervenciones terapéuticas de beneficio para los pacientes, como el empleo de corticoides, anticoagulantes o de anticuerpos monoclonales.
Curso evolutivo de la enfermedad
Con poca variación, la mediana de 8 días (IQR 6-12) desde el inicio de los síntomas hasta el ingreso a UCI es semejante a lo encontrado por otros estudios9,19,20. Este tiempo está relacionado probablemente con el comportamiento biológico del virus y el estado inmunológico de los pacientes. En general y en concordancia con otros reportes, los tiempos de estadía en UCI y en VMI fueron muy prolongados. Asimismo, estos tiempos son mayores cuando se comparan con datos prepandémicos en pacientes con SDRA de otras etiologías11,21-24. Esto podría atribuirse, entre otras causas, a la persistencia de la lesión pulmonar aguda provocada por el SARS-CoV-2, como hemos observado en estudios necrópsicos de pacientes fallecidos por neumonitis por COVID-1925. Más aún, cuando en esta serie de necropsias la detección de SARS-CoV-2 por rt-PCR en tejido pulmonar persistió por períodos prolongados de tiempo. También, podría deberse a complicaciones sobreagregadas como en los casos de neumonía asociada a ventilación mecánica u otras sobreinfecciones hospitalarias. No contamos con datos para evaluar el impacto de una posible injuria asociada a ventilación mecánica, aunque en situaciones en las que se documentó el uso de estrategias de ventilación mecánica protectora, igualmente se encontraron tasas de mortalidad muy elevadas, tanto mayores cuanto más severo era el SDRA24.
Evaluación de la severidad y disfunciones orgánicas
La evaluación de severidad del cuadro clínico al ingreso, medida por APACHE II, mostró valores promedio algo mayores que en otras series publicadas. Sin embargo, la mortalidad calculada a partir de APACHE II fue bastante menor que la mortalidad real observada. Esta diferencia limita la utilidad de la escala en su valor pronóstico, hecho también demostrado en otras publicaciones8,19.
La insuficiencia respiratoria aguda fue casi una constante y principal motivo de ingreso y necesidad de VMI14,19,21. En algunos países, al igual a lo ocurrido en nuestro hospital, los pacientes menos graves fueron asistidos en áreas hospitalarias ad hoc, con monitoreo extendido y apoyo respiratorio no invasivo, generando un sesgo de selección, ya que los pacientes más graves fueron derivados a la UCI21.
Se debe notar que algunas comunicaciones, provenientes de países con altos niveles económicos de ingresos per cápita, se refieren a UCI funcionando sin sobrecarga asistencial22. Por tanto, las comparaciones con otras series deben hacerse con precaución, atendiendo a también a estas condiciones.
En relación al trabajo de Estensoro y colaboradores8, registramos pacientes más añosos y con mayores disfunciones orgánicas medidas por SOFA. En nuestra serie, el 76,6% tuvo VMI. Al igual que en otros reportes, la hipoxemia refractaria, entendida como PaFi menor de 100 persistente, fue la causa de desenlace fatal en el 60% de los casos11. La necesidad de apoyo con fármacos vasoactivos fue frecuente y casi la tercera parte de los pacientes (26,2%) presentaron shock con dependencia de vasopresores desde el ingreso. Entre los fallecidos, en el 60% se reconoce el shock refractario como causa de muerte8,20.
Otra disfunción frecuente fue la injuria renal aguda, con necesidad de terapia de reemplazo renal (TRR). Esta disfunción se asoció a elevada mortalidad (86,7%), en concordancia a lo reportado en otras comunicaciones de COVID-19 en estado crítico26.
Etapa epidemiológica y estado inmunológico de la población
Es de relevancia para la interpretación de estos datos, ubicarlos en el curso epidemiológico de la pandemia. Durante 2020 los casos ingresados en nuestra UCI fueron escasos, a diferencia de la mayoría de los reportes publicados en otros países, que registraron el mayor impacto de la COVID-19 en los primeros meses de 20201-3,8,9,11,14,19-22. Como hemos comentado, el crecimiento exponencial y la primera ola de COVID-19 en Uruguay ocurrió en el primer semestre de 2021. Según comunicaciones del Grupo de Trabajo Interinstitucional (GTI) de Vigilancia Genómica del Virus en Uruguay, esta primera ola se generó fundamentalmente por el sublinaje de B.1.1.28 de SARS-CoV-2, denominado P.6, una variante local, de mayor contagiosidad que las que dieron origen a nuestra pandemia. P.6 fue prevalente desde diciembre de 2020 a febrero de 2021. A partir de ese momento se registró la rápida introducción de la variante P.1 (variante Gamma) procedente desde Brasil. La expansión de esta última variante a nivel de la población general también se atribuyó a su más alta contagiosidad27. La inmunización por vacunación contra el SARS-CoV-2 comenzó en Uruguay en abril 2021. En concordancia, en la presente serie hubo un muy bajo porcentaje de pacientes vacunados con la primera dosis (8%). No hemos encontrado, en las otras series publicadas, referencias a la variante de SARS-CoV-2 responsables, o sobre estado vacunal de la población ingresada en UCI. Contar con esta información es relevante para una mejor interpretación del curso evolutivo y el impacto de la COVID-19 sobre la morbimortalidad28.
Mortalidad general y factores independientes asociados a mortalidad
Aunque los porcentajes de mortalidad publicados en UCI son muy heterogéneos, las cifras observadas en este trabajo se enmarcan en valores promedio a las reportadas por otras investigaciones. En un estudio observacional de 164 casos COVID-19 en VMI, la mortalidad en UCI a los 30 días fue de 51,8%11. Por otra parte, Ranzani y colaboradores, en un análisis retrospectivo de una base de datos de 254.226 casos, de diferentes regiones de Brasil, señalan que la mortalidad en UCI fue de 59% y alcanzó el 80% entre aquellos que requirieron VMI. El mismo trabajo demostró que la mortalidad fue mayor en la región norte de Brasil, comparada con otras zonas geográficas, y esto fue atribuido a peores condiciones socioeconómicas e inequidades del sistema sanitario9. En Argentina, Estensoro y colaboradores comunicaron una mortalidad de 57% en pacientes con VMI, en los que se documentó el uso apropiado de estrategias de ventilación protectora. En su experiencia, la mortalidad aumentó en el transcurso de los meses, lo cual fue atribuido a mayor sobrecarga y escasez de personal sanitario en ese tiempo8,24. Contrariamente, en un estudio multicéntrico que abarcó un período más extenso, de marzo de 2020 a enero de 2021, con 3.008 pacientes en países de América Latina, se reportó baja mortalidad en UCI, con cifras de 35,1%. Esto demuestra la gran variabilidad de los resultados, al igual que lo observado en otras partes del mundo10.
Como hemos señalado, entre los factores independientes asociados a mortalidad, hay coincidencia con otras series en cuanto a edad avanzada, sexo masculino y necesidad de VMI. Estenssoro y colaboradores reportaron que fueron variables independientes asociadas a mortalidad la edad, la escala de Charlson, la necesidad de intubación endotraqueal fuera de la UCI, el uso de vasopresores, concentración de D-dímeros, índice PaFI, pH arterial y driving pressure al primer día y al mes de admisión8. Gupta y colaboradores, en un estudio multicéntrico que evaluó 2.215 casos ingresados en UCI en Estados Unidos, señalaron que edad, sexo, índice de masa corporal ≥ 40, enfermedad coronaria, cáncer activo, hipoxemia con PaFi ≤ 100 y disfunción renal al ingreso, fueron factores independientes de mortalidad29. En una revisión de la literatura también se han reportado otros predictores, como la extensión de la lesión pulmonar en los estudios tomográficos, algunos marcadores humorales, por ejemplo, los D-dímeros, LDH plasmática, además de la disfunción cardiovascular y renal30.
Sobrecarga asistencial o strain de la UCI
Como hemos analizado, la mortalidad/sobrevida en VMI ha mostrado gran dispersión de datos con valores que van desde 35% a 88% en distintas series8-10,14,20,31. Además de la gravedad inicial del cuadro clínico, comorbilidades y disfunciones asociadas, otras condiciones menos ponderadas, como la magnitud de la sobrecarga o strain del sistema hospitalario, pueden jugar un rol determinante en el pronóstico. En este sentido, observamos que el porcentaje de ocupación de camas, tomado como marcador indirecto de sobrecarga asistencial, mostró aumentos significativos por encima de 85% durante el período de crecimiento exponencial de la primera ola. En nuestra experiencia, la mortalidad de la UCI aumentó sustancialmente en el transcurso del primer semestre de 2021 y la variable strain fue uno de los marcadores independientes asociados a mortalidad. La sobrecarga asistencial ha sido demostrada en otros trabajos, resaltando la importancia de los factores organizacionales que podrían explicar, al menos en parte, la variabilidad en la mortalidad hospitalaria entre diferentes centros29,31,32. Otros trabajos han discutido el impacto de aumentar el número de camas e incorporar personal con menos experiencia en el manejo del enfermo crítico sobre los indicadores asistenciales. En una revisión sistemática realizada con anterioridad a la pandemia, Rewa y colaboradores mostraron que la sobrecarga de la capacidad de UCI impacta negativamente sobre los procesos de cuidado, los resultados clínicos, las familias y los trabajadores de la salud33.
Es esperable que tanto los resultados asistenciales, como los predictores independientes de mortalidad, se modifiquen en el transcurso de sucesivas olas de la pandemia en la medida en que cambian las variantes del SARS-CoV-2, mejora el estado inmunitario de la población y se recoge aprendizaje sobre cómo optimizar los recursos sanitarios en las UCI34.
Limitaciones y alcances del estudio
El carácter unicéntrico y el tamaño de la muestra podrían limitar el significado de los hallazgos obtenidos. Aunque estos resultados no se deben extrapolar a lo ocurrido en otras regiones del país o a otros momentos epidemiológicos, asumimos que la muestra de casos es representativa por haberse registrado a partir de un centro COVID-19 de referencia, que incluyó la primera ola de la pandemia en Uruguay.
Conclusiones
En este estudio de pacientes con COVID-19 en estado crítico, admitidos en un centro de referencia, se reporta una elevada mortalidad para la enfermedad. En el análisis univariado, la mortalidad global fue mayor en pacientes añosos, de sexo masculino, con sumatoria de comorbilidades. Los no sobrevivientes expresaron mayores desórdenes fisiológicos, como la falla respiratoria aguda, peores escalas de severidad, estado proinflamatorio y procoagulante y alto requerimiento de VMI. Se identificaron factores independientes asociados a mortalidad: edad, sexo masculino, coinfecciones al ingreso, necesidad de VMI, enfermedad renal crónica previa y la sobrecarga o strain del sistema asistencial medido a través del porcentaje de ocupación de camas. Se definió el contexto epidemiológico en el período de estudio señalando que la primera ola fue atribuible a la circulación de las variantes P.6 y P.1 de SARS-CoV-2, en un contexto de muy bajo porcentaje de vacunación de los casos ingresados en UCI. Este análisis documenta el impacto de la pandemia en Uruguay y constituye una base para mejorar nuestra comprensión acerca del comportamiento del SARS-CoV-2 ante eventuales futuras olas de COVID-19.