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Psicología, Conocimiento y Sociedad
versión On-line ISSN 1688-7026
Psicol. Conoc. Soc. vol.6 no.2 Montevideo nov. 2016
El reconocimiento y el sufrimiento de los cuerpos en el trabajo
Recognition and labour-related body suffering
Sylvia Montañez Fierro
Facultad de Psicología, Universidad de la República (Uruguay)
Historia Editorial
Recibido: 26/05/2016
Aceptado: 09/08/2016
Resumen
Este texto reflexiona sobre el reconocimiento y el trabajo en la sociedad actual, enfocando la relación del reconocimiento y el sufrimiento laboral, así como el impacto en los cuerpos. Habitamos un tiempo de incertidumbre y en el conjunto de las condiciones agotadas no comprendemos aún con claridad qué es lo que viene a sustituirlas. Las líneas de pensamiento que presentaban a un sujeto seguro de sí, capaz de encontrarse a sí mismo, aparentemente satisfecho por la realización de su trabajo, aquella posibilidad de existir en un mundo orgánico, coherente, con pretensiones de orden y progreso, encubren la maraña de furia y de miedo que se esconde tras los procesos civilizatorios. La cadena narrativa lineal que fundaba un sentido, el ideal de tener un lugar sólido en el mundo, hoy ha estallado, sin que necesariamente esto implique una catástrofe; por el contrario, puede implicar nuevas y diferentes maneras de estar en el mundo. El cuerpo, nuestros cuerpos, están insertos en una forma de vida, insertos en un mundo, que contiene reglas prácticas, que constituyen y moldean esas prácticas. El cuerpo se reestructura y se metamorfosea según las condiciones de su habitar en el mundo. A título ilustrativo, se presenta una experiencia de talleres realizados con jóvenes de entre 18 y 29 años, en situación de vulnerabildad social (dos cuadrillas de jóvenes que, a través de convenios socioeducativo-laborales en Montevideo, realizan tareas de limpieza y mantenimiento), de la que surgen algunas manifestaciones y expresiones de los jóvenes y reflexiones acerca de cómo vivencian sus cuerpos.
Palabras clave: trabajo, reconocimiento, cuerpos
Abstract
This text provides insight on the issues of recognition and work in present day society, with an emphasis on the relationship between recognition and suffering caused by work, as well as how this impacts on people's bodies. We live in a time of uncertainty and within this state of outdated conditions we are still unaware of what will substitute them. Those lines of thought that depicted confident individuals, able to find themselves, apparently satisfied in the realisation of their work, and the possibility of existing within an organic world, which is coherent and intends to achieve order and progress, conceal the mass of fury and fear that hides behind civilising processes. The linear narrative that supported the ideal of having one safe place in the world has suddenly disappeared. However, this does not necessarily amount to a catastrophe. On the contrary, it may well imply new and different ways of inhabiting the world. The human body, our bodies, exist within a way of life, within a world governed by practical rules; they constitute and give shape to those practices. The human body is transformed and restructured by the conditions in which it inhabits the world. This text follows the experience of some workshops involving socially vulnerable young people aged 18-29 (members of two work crews that perform cleaning and maintenance work in Montevideo, as part of socio-educational and labour agreements), their manifestations and expressions, and their reflections on how they experience their own bodies.
Keywords: labour, recognition, body
El reconocimiento y el sufrimiento de los cuerpos en el trabajo
El trabajo constituyó un pilar de la cosmovisión moderna. En la concepción hegeliana, descripción que ha marcado de forma importante las formas de pensar en las sociedades occidentales, se considera que es por medio del trabajo que se posibilita la transformación de la naturaleza. Hegel (1987) indaga las condiciones generales de la existencia humana y en el centro de los problemas está un ser humano desdichado, escindido, situado en un mundo en el cual no armoniza; para él la conciencia existe en un continuo desasosiego, no se siente satisfecha, anhela sosegar su inquietud y lograr una paz permanente. Esta supuesta paz es la búsqueda de una cierta armonía pero lograrla supone una larga trayectoria, pasando por diferentes fases. Cada momento es un peregrinar sin descanso en busca de la deseada plenitud, de la reconciliación consigo mismo. La descripción de las diferentes etapas, el pasaje de una a otra figura, en la Fenomenología del Espíritu es la narración de la historia de la conciencia y es la historia de la desventura hasta llegar a la unidad, cuando ya ha cumplido su desarrollo (Montañez, 2012, p. 24).
En el interjuego de la relación amo-esclavo, narrada en la Fenomenología del Espíritu (Hegel, 1987) el amo se apropia de las cosas siguiendo su deseo, pero el esclavo transforma por medio del trabajo, genera y crea nuevas formas en el mundo, mientras que el amo solo destruye. El esclavo no sabe, en principio, que en el trabajo se libera, reconoce al amo como tal, pero necesita pasar por el reconocimiento de sí mismo: “la conciencia que trabaja llega, pues de este modo, a la intuición de ser independiente como de sí misma” (Hegel, 1987, p. 120). El trabajo permite el reconocimiento de lo realizado, le da un carácter humano a la naturaleza; se le imprime la conciencia de sí, se humaniza. Lo que es en sí del trabajo se coloca afuera, se coloca como obra, como cosa humana y no como pura cosa, como lo era en el momento de la percepción de las cosas.
El trabajo permite que la obra producida esté frente a sí; entonces, la naturaleza no es algo que se escape al hombre y delante de lo cual quede indefenso, temblando de miedo, sino que le permite encontrarse a sí mismo en su obra y a su vez reconciliarse con ella. En la dialéctica del amo y el esclavo, es por el trabajo y la obra realizada que el esclavo se reconoce en su tarea como persona (Montañez, 2012, p. 33). Luego, en Marx, aparece la posibilidad de la transformación ejercida sobre la naturaleza de la que el hombre es capaz por medio del trabajo. Por su parte, en la concepción freudiana, es por el trabajo que las personas conforman y definen su actividad psíquica.
Estos discursos han tenido efectos en cuanto a constituir un modo de pensar, sentir y actuar. Ellos se gestaron a partir de los cambios sociales y se apropiaron de nosotros; según esta comprensión estructural es el discurso, con sus efectos y sus procedimientos, lo que conforma la subjetividad. Para Lewcowicz, “El homo faber, que definía la humanidad por el trabajo, o el homo castratus, que definía la humanidad por la prohibición del incesto, no parecen definir la condición actual” (Lewcowicz, 2004, p. 208). Se han producido cambios y, según Marramao (2006, p. 14), asistimos a una nueva organización social y cultural de las sociedades a nivel planetario, que alude a un cambio en “el orden de las cosas”, un viraje que alude a lo continuo-discontinuo, de unificación y diferenciación. Marramao refiere a un cambio que presenta continuidades y, a su vez, discontinuidades, un pasaje hacia la modernidad destinado a producir transformaciones en las sociedades en los ámbitos de la economía, los estilos de vida, los comportamientos; un proceso y un viraje, pero no solo de las “demás” civilizaciones, sino también de la propia civilización occidental.
Transitamos la apertura de una experiencia en la que algo ha cambiado de manera sustancial, aunque no tengamos las herramientas indispensables para ubicarnos en este mundo contingente actual.
Muchos autores consideran que nos situamos en la era de la “modernidad líquida”, caracterizada por el movimiento, la fluidez (Bauman, 2003) y la flexibilidad desligada de los grandes principios de la modernidad; Giddens (1995) habla de “modernidad tardía”); para Augé (1993) se caracteriza como “sobremodernidad”, e “hipermodernidad” para autores como Lipovetsky (2014), Aubert y De Gaulejac (1993), Rhèaume (Araújo et al., 2009), entre otros. Asistimos a la vertiginosidad e inestabilidad de los acontecimientos en su emergencia. Presenciamos un cambio en los horizontes sociales y mentales de referencia y, sin duda, se modifican y adquieren relevancia los conflictos de identidad en sociedades que ya no están basadas y sostenidas por el ideal homogeneizador, sino que da lugar a un campo donde, al mismo tiempo que se globaliza, se abren las grietas y surgen con fuerza las diferencias, que toman cuerpo, se instalan en los cuerpos y dejan abiertas las imprevisibles dimensiones del conflicto (Montañez, 2013, p. 4).
Habitamos un tiempo de incertidumbre y en el conjunto de las condiciones agotadas no comprendemos aún con claridad qué es lo que viene a sustituirlas. Es posible que se abra un tiempo de creación en el tránsito de este tiempo actual, marcado por la “fluidez” y emerjan nuevas ficciones que logren ser soportes habilitadores para pensar desde otro lugar o, por el contrario, que se instale la disolución de todo sentido posible.
Las líneas de pensamiento que presentaban a un sujeto seguro de sí, capaz de encontrarse a sí mismo, aparentemente satisfecho por la realización de su trabajo, aquella concepción que sostenía la posibilidad de existir en un mundo que se mostraba orgánico, coherente, con pretensiones de orden y progreso, y que, sin embargo, a su vez, encubría la maraña de furia y de miedo que se esconde tras los procesos civilizatorios; aquella cadena narrativa lineal que generaba y fundaba un sentido, el ideal de tener un lugar sólido en el mundo, hoy ha estallado, sin que necesariamente esto implique una catástrofe. Por el contrario puede implicar nuevas y diferentes maneras de estar en el mundo.
El mundo del trabajo
En la concepción hegeliana el trabajo y el trabajador se transforman así, en el motor de la historia: “De este modo el esclavo trabajador se erige en el único sujeto del progreso histórico” (Han, 2015, p. 138).
Pero así como el trabajo puede ocupar un lugar central en la vida de las personas, en cuanto opera como mediador irremplazable de la reapropiación y la realización de sí mismo, es una fuente inagotable de paradojas, pues también puede ser una máquina de producir mal e injusticias. Así como puede ser el origen de procesos de alienación puede estar al servicio de la emancipación y el aprendizaje, de la solidaridad. Si implica la posibilidad de cooperación entre los sujetos, provoca la creación de reglas interactivas que no solo respondan a la relación laboral sino a formas de relacionarse en común. Pero puede, también, generar relaciones de desigualdad en la que los sujetos se vean confrontados a la dominación y a experiencias de injusticia. Puede ser una experiencia de aprendizaje satisfactoria como una experiencia de sometimiento, injusticia e inequidad. Se puede llegar a ser beneficiario y víctima, alternativamente.
El trabajo no implica únicamente entregarse a una actividad sino que, además, implica relaciones intersubjetivas en el ámbito laboral y fuera de él; en este aspecto los sujetos se ven favorecidos.
Déjours (2006, p. 15) plantea, en relación al trabajo, que en la actualidad estamos inmersos en una guerra económica y en esta guerra, sin sangre evidente, estamos inmersos en un aspecto central: el desarrollo de la competitividad. Las empresas preparan toda su artillería de armas competitivas. La exigencia de estar altamente calificado puede dejar exhaustos o fuera de combate a aquellos a los que no se considere aptos para combatir en esta guerra. Hay más vencidos que vencedores. Considera Déjours que el sacrificio humano en la acción instrumental de esta guerra impacta sobre los trabajadores y no mitiga ni desactiva a la maquinaria puesta en marcha, sino que la alimenta.
Se generan estrategias para afrontar y lidiar con esta situación y mecanismos de defensa para lidiar con la angustia. Tanto los mecanismos de defensa, como las estrategias de afrontamiento, son “reglas de conducta” ante el sufrimiento en el trabajo. Su análisis nos proporciona elementos para analizar el impacto de las relaciones laborales y, fundamentalmente, el sufrimiento en el trabajo.
El sistema neoliberal actual produce injusticia y sufrimiento. Estamos en un momento de desocialización progresiva (Déjours, 2006, p. 15), pues en el mundo global actual nos confrontamos con millones de personas que han perdido el empleo, otros que no han podido conseguirlo, y aquellos que quieren volver a trabajar. Se produce una sensación de miedo, incertidumbre, desesperanza, somos seres que sufrimos.
Sin embargo amplios sectores sociales no vinculan que las víctimas del desempleo, la pobreza y la desafiliación social son, en esa medida, víctimas de la injusticia. Habría una disociación entre sufrimiento e injusticia, porque solo en el caso que se establezca una asociación entre la percepción del sufrimiento del otro y la convicción de que es causado por una injusticia social se puede producir un movimiento de indignación, cólera, solidaridad y protesta, y esto no aparece muy claramente perfilado en la escena global. Las creencias actuales más notorias parecen indicar que las personas se inclinan a creer que se trata de un fenómeno sistémico, de índole económica, de la fatalidad del mercado, de algo que no puede evitarse, lo cual provoca una actitud resignada, que muestra la disociación entre sufrimiento e injusticia. La adhesión al discurso economicista es una manifestación del proceso de “banalización del mal” (Déjours, 2006, p. 130).
El concepto de “banalidad” es tomado del análisis de Arendt (1967) e implica el riesgo de convertirnos en sujetos “banales”, incapaces de pensar, de analizar, de imaginar posibles propuestas para generar modificaciones, sujetos que permiten que se instaure la resignación y la decepción que invade y obtura la capacidad de actuar para transformar. Se produce entonces un estrechamiento de las relaciones intersubjetivas, se adormece la capacidad de los sujetos de entrar en empatía con los demás compañeros de trabajo, se instala la apatía, aumenta el encerramiento individualista. Predomina la indiferencia y la tolerancia de la sociedad hacia el sufrimiento y la infelicidad de una parte de la población, hacia la gran mayoría de los ciudadanos (Déjours, 2006).
A nivel social e individual existen reacciones que contactan con el sufrimiento, con el análisis de los acontecimientos sociales y culturales, y que se dan movimientos sociales a nivel latinoamericano que luchan por procesos de transformación que permiten visualizar una ruptura y debilitamiento de los mecanismos de dependencia y sojuzgamiento (Negri et al., 2010, p. 18).
¿Cómo opera el reconocimiento en este contexto? Es el pensamiento filosófico de la modernidad y de los acontecimientos en el mundo actual, que nos sirven de marco histórico conceptual para escudriñar el discurso narrativo que encarna y conforma las creencias de cierta época. El reconocimiento es parte de nuestra memoria cultural, lo cual estableció ciertas condiciones sobre la posibilidad del conocimiento que ha organizado los modos de pensar, decir, sentir, y actuar de los sujetos particulares. En este ámbito el reconocimiento es problemático, porque opera tanto en el ámbito del conocimiento, como del impacto afectivo, como en la esfera ética.
La relevancia del concepto de “reconocimiento” se ha modificado y se ha intensificado su necesidad en las sociedades actuales, pues han cambiado las coordenadas políticas, económicas, epistémicas. Lo que ha advenido novedoso no es la necesidad de reconocimiento, sino las condiciones en que este puede fracasar: en la medida en que no está garantizado, el rechazo, el menosprecio, la humillación pueden causar perjuicios a quienes lo sufren (Taylor, 1993).
Honneth dirige sus reflexiones hacia la elaboración de una teoría crítica del reconocimiento y de la sociedad, y su teoría es un aporte para desentrañar las experiencias de injusticia social. Elabora una teoría de la autonomía personal en clave de reconocimiento mutuo. Es Hegel, en sus escritos tempranos de Jena, quien diagnosticó que el reconocimiento es un tema vital. Rechazó la visión de una racionalidad instrumental en la dimensión sociopolítica y la reemplazó por la intuición de que la lucha de los sujetos por el reconocimiento recíproco de su identidad implica una tensión moral alojada en la vida social, que es donde los sujetos interactúan. Honneth retoma este modelo hegeliano y pretende dar un giro renovando el concepto de reconocimiento, que le permita desentrañar las experiencias humanas, fundamentalmente aquellas que atañen a la injusticia social.
Es a partir de la relación intersubjetiva que se abre el camino para la relación y la autorrealización, pues si se llega al reconocimiento recíproco es porque se alcanzó la confianza elemental a partir del otro y para sí. La seguridad emocional no solamente en la experiencia sino también en la exteriorización de las propias necesidades y de los sentimientos que se abren, fruto de la experiencia de interrelación, es desde donde se habilita el despliegue de todas las demás formas de autorrespeto y se puede garantizar la posibilidad de una comunidad social (Honneth, 1997, p. 130).
La angustia ante la amenaza de exclusión social, el ser ignorado, rechazado, no ser tenido en cuenta, ser menospreciado, maltratado, desvalorizado socialmente es lo más relevante para los individuos y para los grupos sociales que luchan por evitar estos aspectos; esta lucha es considerada como una fuerza que estructura el desarrollo moral de las sociedades. En este sentido, el reconocimiento en el contexto contemporáneo se ha vuelto vital desde el punto de vista afectivo y ético.
Si, al decir de Déjours, hay una disociación entre el sufrimiento humano y la injusticia social, mi planteo es pensar que las experiencias y las demandas de reconocimiento son las condiciones necesarias para que se articule el sufrimiento y la relación con la injusticia social, pues para Honneth las experiencias de injusticia son falta de reconocimiento y “gran parte de los cambios sociales son motivados, impulsados por las luchas moralmente motivadas de grupos sociales, que pretenden lograr un mayor reconocimiento institucional y cultural de algún aspecto clave de su identidad” (Honneth,1997, p. 205). O sea que los sentimientos de injusticia social tienen su origen en experiencias de falta de reconocimiento, lo que trae aparejado el sufrimiento en los sujetos. La vinculación del sufrimiento y la injusticia social, desde esta perspectiva, estaría entre otras dimensiones, pero de manera importante, mediada por el reconocimiento. La importancia de la autoconfianza, del autorrespeto y la autoestima social, cuyo resultado garantiza el reconocimiento recíproco, serían la clave para poder asociar sufrimiento e injusticia social. Las tres formas de reconocimiento recíproco alojadas en la vida social que Honneth toma de Hegel (y, además, enriquece con el análisis de Mead y de Winnicott), son el núcleo normativo que define las condiciones intersubjetivas que aseguran la integridad personal: dedicación emocional, reconocimiento jurídico y adhesión solidaria son relevantes en cuanto claves para el logro de la autonomía.
A su vez, la posibilidad de que se produzcan movimientos sociales que luchan por la justicia social está relacionada con que los afectados experimenten sus prácticas no desde un reconocimiento represivo, degradante o restringido, sino activo y positivo. Como señala Honneth (2006, p. 131) el reconocimiento social puede asumir efectivamente la función de asegurar el dominio social, una forma de reconocimiento falso o injustificado, que no posee la función de fortalecimiento de la autonomía personal sino que reproduce las relaciones de dominio que generan conformidad y no emancipación.
Fraser propone una estrategia para pensar acerca del marco de la justicia: “Argumentaré, en primer lugar, que las teorías de la justicia deben tomarse tridimensionales e incorporar la dimensión política de la representación junto a la dimensión económica de la distribución y la dimensión cultural del reconocimiento” (Fraser, 2004, p. 35). El pensamiento de Fraser es un aporte ineludible, pero no es nuestro interés realizar aquí un análisis sobre las diferentes concepciones de justicia social, sino que el objetivo, en este caso, es la vulnerabilidad humana y cómo juega el reconocimiento en el trabajo, en un contexto sociohistórico-cultural abierto, que, a su vez, reformula la condición de reconocimiento en el juego de las fuerzas heterogéneas del campo social.
El reconocimiento en un contexto sociohistórico-cultural abierto reformula la condición de reconocimiento en el juego de las fuerzas heterogéneas del campo social, siempre en un equilibrio inestable, situacional, fluctuante y abierto. En este escenario fluctuante, el reconocimiento se lauda a cada paso. Es un efecto del propio movimiento de acciones recíprocas en su devenir, es un efecto multívoco entre particulares que va generando negociaciones, transacciones; hay puja y cotejo y habrá diferentes laudos. El nudo vital que pretende ligar lo individual con lo social corre el riesgo de no alcanzarse jamás, ante la extrañeza que provoca la alteridad en el fluir de los cambios económicos, sociales, culturales (Montañez, 2012).
El cuerpo en el trabajo
El cuerpo –nuestros cuerpos–, están insertos en una forma de vida, insertos en un mundo que contiene reglas prácticas, que, a la vez, constituyen y moldean esas prácticas. Son cuerpos que sienten, piensan y actúan. Parto de la premisa de que, si bien la atención del cuerpo y su cuidado acompañan al ser humano desde siempre, la mirada hacia los cuerpos se ha exacerbado en el contexto de los siglos XX y XXI. Probablemente la vertiginosidad de los cambios, la sensación de inseguridad e incertidumbre, la pérdida de discursos estables, ha dirigido la atención hacia los cuerpos y se los coloca como puntos de apoyo para manifestar lo bello, lo siniestro, las biotecnologías, incluso en las concepciones transhumanistas, a pesar de los cambios constantes y de la finitud de ellos, ya consabida.
La imagen del cuerpo manifiesta diversos sentimientos, dolores, fracturas, pesos, alegrías, fragilidades, fortalezas. Al decir de Le Breton (1999), no tenemos un cuerpo sino que somos un cuerpo. A la vez, no alcanzamos a capturarlo en su totalidad, pues el cuerpo vivenciado, a pesar de la ilusión de unidad, a la que nos aferramos, nunca es entero y absoluto, sino que es fragmentado y siempre es una especie de “otro”. El cuerpo se reestructura, se modifica, se altera, se metamorfosea según las condiciones de su habitar en el mundo. Se lo coloca en el punto de mira y, sin embargo, en el mismo momento en que se lo apunta con la mirada, se lo niega.
Me interesa señalar algunas apreciaciones sobre la dimensión del reconocimiento y el cuerpo en el trabajo, a partir de los talleres que llevo adelante con jóvenes en situación de vulnerabildad social, cuyas edades oscilan entre los 18 y los 29 años, a efectos de transmitir esta experiencia y analizarla en función de los aspectos teóricos expresados más arriba. Se trata de dos cuadrillas de jóvenes-educandos, cuyo total de integrantes es de 16 jóvenes educandos, que trabajan en convenios socioeducativo-laborales entre la organización no gubernamental Nosotros y el Municipio B, de la ciudad de Montevideo. Uno de los objetivos es generar una experiencia laboral que facilite la integración de los jóvenes en redes sociales y laborales, para lo cual el convenio ofrece trabajos de desobstrucción de alcantarillas, limpieza y mejora de parques y plazas. El período de trabajo es de 6 meses a un año. Una cuadrilla de ocho integrantes limpia las alcantarillas de la ciudad y la otra realiza el mantenimiento de plazas y parques. El objetivo del equipo educativo –del que formo parte– es integrar y generar a partir y a través de la experiencia socioeducativa-laboral sujetos autónomos, capaces de construir un proyecto de vida que facilite el desarrollo laboral y personal.
La metodología de estos talleres tiene un abordaje participativo y respetando el ritmo de los participantes. Es a través del intercambio que los seres humanos establecen relaciones entre sí y pasan de la existencia individual a la existencia social. Se trata de contribuir a la inserción sociolaboral de los jóvenes en situación de desventaja social, favoreciendo la construcción de un proyecto de vida. Por esto se crea un espacio de intercambio y reflexión, en este caso acerca de cómo vivencian el cuerpo en relación a su vida y específicamente en el trabajo que realizan. A partir de esta metodología de trabajo, en talleres de psicosociología clínica adaptados al contexto sociocultural de los jóvenes, se permite la circulación de la palabra, el encuentro a partir de otra mirada, se abre la reflexión grupal acerca de los acontecimientos políticos, sociales y culturales del entorno en que viven, la dimensión de los trabajos que han realizado y el actual.
El reconocimiento de esos cuerpos en el trabajo, esos cuerpos que muestran un modo de existir, comienza a ser problematizado.
Detallo puntualmente los talleres realizados con los jóvenes educandos sobre el reconocimiento y el cuerpo en el trabajo y transcribo algunas reflexiones de cómo ellos vivencian el reconocimiento de sus cuerpos en el trabajo actual. La consigna consistió en dibujar en un papel tres líneas horizontales. La de más arriba señalaba los años recientes, a partir de su nacimiento y el señalamiento de los sucesos acontecidos en el país en estos años, fundamentalmente cuando ellos comenzaron a trabajar (tenían edades entre 18 y los 29 años). La segunda línea mostraba los diferentes trabajos que habían realizado, que en su mayoría eran trabajos zafrales, no formalizados. La tercera era la del cuerpo y el reconocimiento del cuerpo en los diferentes trabajos: la vivencia de sus cuerpos expresada con dibujos, colores, recorte de figuras pegadas al papel y/o palabras escritas.
Con respecto al trabajo actual, son algunas de las expresiones y comentarios extraídas del intercambio grupal y a partir de las preguntas de la coordinación:
- me duele el cuerpo, no puedo caminar tanto al sol y nadie me hace caso
- Se nos pasan mirando a ver qué hacemos [referido al capataz y a los supervisores]
- Se nos dice “no te quejés, dale seguí”
- no seas flojo, mariquita
- no puedo más con estas botas
- y es así no nos queda otra
- quiero descansar
- quiero jugar, vamos!
- mi cuerpo...yo que sé.....
- me duele de hacer tanta fuerza
- tengo la columna destrozada
- yo tengo tres balazos en la pierna
- yo dos fracturas acá, me caí de la moto
- ¿mi cuerpo? yo no lo reconozco nada
- ella es como uno de nosotros [se refiere a la única mujer de una de las cuadrillas]
- lo que me gustan son estos [muestra los tatuajes]
- y yo mira esto [piercing en la lengua, orejas, nariz]
- pero soy lindo
- dale salí sos un bagre!
- para qué decir! si no me reconocen
- para qué voy a decir nada si no te escuchan
- nadie
- el cuerpo es lo más importante, si me enfermo soné
- somos burros de carga!
- me gustaría estar en la playa!
- yo trabajo solo por la guita
- yo ya no creo en nada, tanto laburo y nada! (Montañez, 2015).
A partir de estas expresiones, pero también de las gestualidades, expresiones plásticas y otras, en los talleres podemos reflexionar acerca de lo que vivencian. El cuerpo se presenta dolorido y sufriente. La mayoría de los comentarios alude al sufrimiento en el cuerpo, a la vigilancia que sienten sobre ellos y, a su vez, la negación y la falta de escucha acerca del agotamiento, por parte, fundamentalmente, de los capataces. El esfuerzo realizado no da como resultado satisfacción alguna.
Se manifiesta la necesidad de recreación y juego, quizás como única esperanza de satisfacción. La valoración del cuerpo asoma en los tatuajes y las incrustaciones diversas que varios de ellos se han realizado. Probablemente es una forma de resistencia silenciosa, expresión de identidad, que se muestra en los tatuajes, los piercing, en la corporalidad. Les cuesta mucho hablar sobre sus cuerpos, así como que no establecen casi ninguna relación entre el dolor y la necesidad de reclamar sus derechos al descanso y/o a mejores situaciones laborales. Aparece la queja, pero la resignación de que las cosas tienen que ser así. En el intercambio dialógico se muestra el miedo a perder el trabajo, agudizado por las manifestaciones manipuladoras de los capataces que continuamente los amenazan con la posibilidad de despedirlos si no rinden. Porzecanski (2008) sostiene:
La idea de cuerpo eficiente, que rindiera en el trabajo cotidiano y asegurara la producción de bienes y consumos, ya había surgido antes, como consecuencia de la Revolución Industrial en el mundo europeo, que solicitaba mano de obra resistente y sana, capaz de domesticar “los impulsos”, necesidades y deseos de los cuerpos (p. 15).
Podemos observar en estos jóvenes cómo el trabajo corporal está caracterizado por la importancia del rendimiento, la necesidad de estar sanos, la importancia del trabajo está por encima de cómo se sienten y cuánto les duela el cuerpo. Son cuerpos que se conforman de acuerdo al tipo de trabajo y deben responder a esas expectativas. Refiriéndose a la mujer, en varias intervenciones, aprueban su labor, pues ella trabaja, como dicen, a la par de ellos. El cuerpo femenino está en referencia al modelo esperable, que es el que rinde, tiene fuerza, no se cansa y es valorado en cuanto no muestra diferencias con los varones del grupo respecto a la exigencia.
A su vez, ese cuerpo que se muestra evasivo, delata que es un lugar en que se ejerce el poder, pues los capataces se dirigen a los jóvenes controlando los cuerpos para convertirlos en cuerpos dóciles, que respondan a las exigencias del trabajo, por lo que tienen que ser cuerpos que aguanten el cansancio, que no muestren debilidad ni queja ante las malas condiciones a las que están expuestos. Así es el trabajo! Pero el trabajo no dignifica, se trabaja por la guita, dicen, si pudieran se irían a la playa.
El cuerpo esconde y a la vez delata el imaginario social y personal. Se aprecia la violencia en esa mirada homogeneizadora, en cuanto que todos deben rendir por igual, responder a las demandas laborales, se ejerce una violencia legitimada, uniformizada, que no respeta las diferencias. Déjours (2006, p. 132) plantea que “la psicodinámica del trabajo permite una mirada clínica que sugiere la presencia del sufrimiento en el centro del proceso de banalización del mal”.
Es el sufrimiento aparece como defensa ante el maltrato, la desvalorización y el menosprecio, la manipulación de la amenaza que atenta contra la posibilidad de pensar. En situaciones de extrema precariedad, el miedo se instala: miedo a que el esfuerzo de existir, el esfuerzo por alcanzar un lugar en la sociedad no se logre, miedo a la desafiliación absoluta, que los posibles sitios que abren ciertos espacios no posibiliten y que, devueltos a sí mismos, se disgreguen y diluyan. Miedo a desintegrarse, por no ser cuidados y no haber sido cobijados por el mundo, a pesar del esfuerzo, miedo al no-lugar, a no ser reconocidos; miedo que se palpa con claridad en estos jóvenes que viven una situación de extrema vulnerabilidad y miedo que acompaña a cada uno de nosotros en el mundo actual (Montañez, 2012).
El escenario actual permite relacionar los conceptos de Déjours acerca del análisis de las conductas humanas que produce, según él, la maquinaria de guerra, basada en la desenfrenada competitividad, que conduce a amplios sectores a someterse a ella, causando gran sufrimiento, pero a su vez, consintiendo el sufrimiento que crece al no encontrar salidas que puedan mejorar la situación. El trabajo no ofrece seguridad y menos es productor de satisfacción. Se aprecia una tolerancia hacia la injusticia en amplios sectores de la sociedad y se mantiene la visión de la lógica economicista. La importancia de integrar otras fuerzas que reflexionan y actúan sobre las distorsiones infligidas y que también son fuerzas que estructuran el desarrollo moral de las sociedades permitiría integrar la dimensión de la banalidad del mal y, al decir de Déjours, el proceso de banalización en el trabajo, así como la necesidad de la lucha por el reconocimiento ante el maltrato, la desvalorización, el menosprecio. Hay que tener en cuenta, como sugiere Fraser, la importancia del qué, cómo y quién de la dimensión política, junto con la dimensión económica y la dimensión cultural del reconocimiento. En este espacio, de acuerdo con la concepción metodológica, se intenta poner en juego lo que sienten y piensan estos jóvenes, la posibilidad de “narrar” sus historias de vida, lo que facilita la apertura; se activa la capacidad expresiva, se recrea la experiencia vivida y nuevas y variadas manifestaciones emergen en la interacción grupal. A partir del dispositivo de taller, habilitar un espacio de intercambio y reflexión crítica, un tiempo cuidado en que puedan expresar con confianza, respeto, sus opiniones y saberes. Es una búsqueda mutuamente respetuosa entre los diferentes saberes, del conocimiento y la experiencia de los profesionales intervinientes y la sabiduría informal y/o la experiencia de los participantes. A través de la elaboración de las experiencias vividas, propias y originales de cada individuo y del colectivo es que los valores y las creencias pueden salir de los esquemas prefijados, autorreferenciados y cerrados; pueden ser, así, comparados y se empieza a generar un intercambio, aun en el silencio (Montañez, 2012, p. 57).
Si bien la angustia ante la amenaza de exclusión social, como planteamos más arriba, el ser ignorado, rechazado, el sentir que no se es tenido en cuenta, ser maltratado, menospreciado, no se resuelve con dispositivos de taller, consideramos que la posibilidad de generar un intercambio acerca de estos temas promueve el fortalecimiento grupal e individual, apuntando al reconocimiento y a la inserción social, y constituye un gran desafío en el mundo actual.
Referencias bibliográficas
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